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LEOPOLDO RAMOS GIMÉNEZ (+)

  RESURGIDÁS PARAGUAY - Oda de MARTÍN MAC MAHON - Conferencia de LEOPOLDO RAMOS GIMENEZ


RESURGIDÁS PARAGUAY - Oda de MARTÍN MAC MAHON - Conferencia de LEOPOLDO RAMOS GIMENEZ

RESURGIDÁS PARAGUAY

Una oda histórica de MARTÍN MAC MAHON

Por LEOPOLDO RAMOS GIMENEZ

(Conferencia)

 

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ANALES DEL PARAGUAY

Páginas documentales de la historia y para la historia.

ARTES-CIENCIAS Y LETRAS

Año I-Asunción-Paraguay, Octubre de 1963-Núm.1

 

 

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"LA MEMORIA DE MAC MAHON

PRESIDIO AYER LA CONMEMORACIÓN PARAGUAYA

DE LA FECHA AMERICANA"

 

Se reproduce aquí, con el mismo título

con que apareciera, un comentario del

diario "Patria", de Asunción, Paraguay,

en su edición del 5 de julio de 1963,

sobre la conferencia cuyo texto

se publica seguidamente en esta edición.

 

"En la mañana de ayer, a las 10.30 horas, en el Teatro Municipal, el distinguido escritor e historiador nacional don Leopoldo Ramos Giménez, pronunció una magistral conferencia que hizo vibrar los sentimientos nacionalistas del selecto auditorio, a través de una evocación emocionada de los últimos años de la heroica resistencia del Mariscal López, presenciada y valorada en su justa medida por el entonces ministro plenipotenciario de los Estados Unidos en Paraguay, Gral. Martín Mac Mahon. Fue título de la conferencia, pronunciada en la fecha aniversario de la independencia de la gran nación del norte, el vaticinio escrito de puño y letra por el General Mac Mahon en el álbum de Elisa Alicia Lynch: "RESURGIRÁS PARAGUAY!". La disertación de don Leopoldo, al evocar el espíritu de los Estados Unidos de Norteamérica en la persona de su representante en nuestro país durante la guerra de la Triple Alianza, es el mejor homenaje que puede rendirse a la tradicional amistad de dos pueblos, mantenida en todos los tiempos y fortalecida hoy, como en la época del Mariscal, bajo el gobierno del General Stroessner.

Asistieron a la conferencia, el Presidente de la República, General Alfredo Stroessner; los presidentes de los Poderes Judicial y Legislativo; el embajador de los Estados Unidos de América, señor William Snow; ministros del Poder Ejecutivo y miembros de los demás Poderes; jefes y miembros de misiones diplomáticas extranjeras; presidente y miembros de la Junta de Gobierno del Partido Colorado; altas personalidades nacionales, civiles y militares, profesores universitarios y un numeroso y calificado público.

 

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PALABRAS DEL DOCTOR YNSFRAN

 

Introdujo en el tema al conferenciante el

Dr. Edgar L. Ynsfrán, ministro del Interior,

quien se expresó en los siguientes términos:

 

"Cuando don Leopoldo me expresó que el tema de su conferencia versaba sobre Martín Mac Mahon, lúcido e ilustre testigo de un momento de agonía de la vida nacional, me pareció que el conferenciante me arrebataba una vieja y postergada iniciativa que se mantuvo suspendida, de mucho tiempo atrás, en el nivel de las mejores intenciones personales.

Me consuela, empero, que sea el talento de Leopoldo Ramos Giménez el que ponga, con su juicio certero, el pedestal de pública gratitud que debemos los paraguayos para el monumento de un norteamericano que supo mirar, sobre la miseria adjetiva de los harapos y la penuria de los cuerpos lacerados, la grandeza del pueblo paraguayo rescatando del infortunio y de la derrota, la gloria incontrastable de morir por la patria.

Iniciativa feliz la de nuestro conferenciante que asocia a la conmemoración del día patrio del gran pueblo de los Estados Unidos la evocación del nombre de un hijo ilustre de esa patria, tan caro, por lo demás, al sentimiento cordial de todos los paraguayos.

Estamos ciertos que la palabra precisa y rotunda de don Leopoldo ha de perfilar con la maestría de su abolengo en las letras paraguayas, el rostro noble de aquel extranjero cuyos ojos pudieron escrutar, entre el humo indisipado de las batallas, el renacer de toda una nación que parecía condenada al exterminio.

Como estamos seguros que, aunque Ramos Giménez no lo diga, su boceto de Mac Mahon ha de dejar los trazos básicos sobre los cuales levantaremos la figura de uno de los primeros precursores del revisionismo histórico de la Guerra Grande.

Mac Mahon anticipóse en mucho a la hora de la justicia y de la verdad. Su breve estadía en Paraguay -fines del año 68 y primera mitad del 69- le permitió valorar el esfuerzo de todo un pueblo, la grandeza sin par de su conductor y, sobre todo, la justicia de una causa americana.

En su palabra emocionada y profética, preanuncio de otras voces americanas, parécenos reconocer el acento vigoroso, cordial y justiciero de voces como las de O'Leary, Herrera, Alberdi, Blanco Fombona, Pereira, entre otras.

De vuelta a los Estados Unidos en abril de 1870, publica en el “Harper’r New Monthly Magazine", un artículo extraordinario sobre “la Guerra en el Paraguay". De allí entresacamos unos párrafos sobre la batalla de Lomas Valentinas y la retirada de nuestro Ejército hacia las cordilleras.

Era el comienzo de la terrible batalla, y Mac Mahon, nos dá este cuadro general:

"Un segundo esfuerzo, aunque más débil, se intentó un poco más a la derecha con idéntico resultado. Las baterías se aproximaron más hacia las trincheras pero no tomaron posiciones dominantes. Muchos carros de munición de los paraguayos explotaron, y muchas de sus piezas fueron desmontadas. El Cuartel General comenzó a llenarse de heridos. Sin embargo, nadie salía de filas, excepto los que sufrían heridas tales como para impedirles de inmediato y positivamente seguir participando en el combate. Se veían criaturas de escasos años arrastrarse a retaguardia, con sus miembros destrozados o con desgarradoras heridas en sus pequeños cuerpos semidesnudos. Estas criaturas ni lloraban, ni se quejaban, ni pedían médicos ni curaciones. Y cuando sentían, caer pesadamente sobre ellos la mano opresiva de una muerte misericordiosa, se tendían de largo para morir tan silenciosamente como habían sufrido. Muchas de estas criaturas tenían sus madres en el campamento de mujeres que se hallaban no distante del lugar en que balas  y metrallas del aliado civilizador caían en abundancia, madres cuyos pensamientos no estaban sobre sus hijos moribundos, ni sobre sus hogares hace tiempo desbastados, ni sobre el marido tal vez agonizante en esos mismos instantes sobre las trincheras, sino sobre la causa de la Nación, en esa hora suprema del combate, en el que todos esperaban tan confiadamente poder terminar para siempre con la ruina y la desolación que la invasión aliada había arrojado sobre su patria".

Luego viene la retirada por los esteros del Ypecuá, y va tomando de la trágica caravana apuntes emotivos como éste:

"En la orilla opuesta montamos a caballo en medio de la misma larga hilera de fatigados heridos cuyos rostros doloridos era -penoso observar. En cada pequeño arroyo del camino los veíamos lavar sus abiertas heridas, y a uno que otro, sintiendo próximo su fin, disponerse a dormir el último sueño, yaciendo silenciosamente en el suelo como si fuese, para un paraguayo, la cosa más natural del mundo acostarse a morir sin llamar la atención de nadie.

"Seis mil hombres y niños heridos salieron de esta manera de la batalla del 21 de diciembre en la que habían peleado como ningún otro pueblo peleó jamás para salvar su suelo de la invasión y la conquista. Muchos otros venían escapados de las prisiones de los invasores en cuyas manos habían caído. Y ante todo esto aún hay hombres, aquí mismo, en los Estados Unidos, que dicen con toda seriedad que todo lo sucedido se debe a que el jefe de estos hombres es un bárbaro y un monstruo, de cuyas garras los suyos procuran continuamente escaparse, y cuya dominación es la vergüenza del siglo; y que los mansos civilizadores de las naciones alíadas, con filantropía sin igual, gastan dilapidando incontables millones para poderlo deponer. Pensando en lo que dicen nos sentimos tentados, algunas veces, a perder la paciencia ante este insulto al sentido común del Universo, y a incurrir en disgresiones tal vez fatigosas para nuestros lectores".

O anécdotas que exaltan el estoicismo y el valor de nuestro pueblo:

"Por el camino alcanzamos un carretón en que agonizaba mal herido un coronel de distinguida foja de servicios. No hacía mucho lo habíamos visto lleno de vida y entusiasmo en el campo de batalla. Su hermano, un niño de diez años, de rostro vivaz y hermosas facciones, huérfano y único pariente del infortunado coronel, era uno de los que formaba parte de nuestra comitiva. Al detenernos, reverentes ante el agonizante, el niño se aproximó sobre su inquieto caballejo para ver lo que llamaba nuestra atención. De pronto, palideció al reconocer las facciones de su hermano y único protector, marcadas por el dolor y los signos de su próximo fin. El niño no derramó una lágrima, pero tomándole la mano al moribundo, se inclinó un instante sobre él para escuchar sus últimas palabras que el herido pronunció sonriendo y en guaraní. Poco después todo había terminado y el niño fue llevado de allí con una expresión tan desoladora en el rostro que hasta ahora se halla grabada en nuestra mente. Hacía un rato que el chicuelo hacía travesuras retozando entre los soldados. Pero el cambio brusco de su ánimo a la gravedad adusta y la tristeza sin llanto con que desde entonces acompañó nuestro viaje, es indescriptible. Sobre todo, para quienes conocen la tremenda fuerza que en parecidas circunstancias suele imponer a la niñez la aflicción y la pena, aún para aquellos a quienes no les es negado el consuelo de llorar.

"Más adelante alcanzamos otro oficial, un mayor herido en un brazo y una pierna. Cabalgaba de costado sobre un escuálido montado que conducía su hijo, otro niño de diez años. El padre era hombre de unos cincuenta años, de rala cabellera y barba entrecana. Nos saludó placenteramente asegurándonos que sus heridas iban curando bien. Parecía extremadamente orgulloso de su hijo y tenía razones para estarlo. El oficial que mandaba nuestra escolta nos refirió que el niño había permanecido inseparablemente al lado de su padre en la trincheras, peleando él mismo con un fusil, y que, acabando de retirar al padre herido a lugar seguro, volvió a la trinchera a continuar peleando durante todo el resto de la batalla de ese día. El niño acogió con timidez nuestro saludo y cuando le preguntamos si había matado muchos enemigos, modestamente respondió: "No sé bien señor; disparé muchas veces procurando hacer buena puntería". Este es el material del que se fabrican los soldados de este país".

O aquella frase admonitoria que parece un lampo de luz en las tinieblas:

"Qué admirable invención fue la que se hizo tan requintadamente en el Tratado de la Triple Alianza para distinguir, con tanto refinamiento, entre el Gobierno y el Pueblo del Paraguay. Y qué defensa tan completa tendrán sus inventores cuando en la hora fatal del último día, tengan que responder por las terribles crueldades cometidas en esta guerra".

Martín Mac Mahon ha ganado la gratitud nacional. Con un manojo de versos que, engarzó en el álbum de la abnegada compañera del Mariscal puso su profético e increíble anuncio del "Resurgirás Paraguay". Y con un artículo de unas contadas páginas entregó en homenaje de nuestro pueblo un mensaje de emocionada y auténtica consideración a la justicia, a la verdad y al heroísmo. Ninguno, con tan poco, logró emocionar tanto a todo un pueblo.

Es que lo poco cuando tiene emoción de verdad y justicia, alcanza más que lo mucho que sólo se aprecia por lo cuantitativo. Bien está que Don Leopoldo Ramos Giménez -a quien no presentamos sino introducimos en el tema- ponga en el ya largo itinerario de su fecunda actividad literaria, un nuevo hito, que, como todos los por él plantados, han de perdurar porque están hechos, con los sentimientos y conceptos que arrima la mejor tradición nacional.

 

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¡RESURGIRAS PARAGUAY!

 

Oda escrita en el Álbum de Elisa Alicia Lynch

por el General Martín. T. Mac Mahon, último

Ministro de los Estados Unidos ante el Gobierno

del Paraguay durante la Guerra de la Triple

Alianza, al despedirse del país.

(Versión directa del Inglés,

por Pablo Max Insfrán).

Bella y núbil república de la zona encantada,

Reina de mil arroyos: tu nombre sólo ayer

Desconocía el mundo, pero tu fuerte espada

Te conquistó una gloria que nunca han de perder.

Que infortunio que el brazo de la guerra te arrastre

Por el sangriento surco de un destino fatal;

Que vándalos te traigan la ruina y el desastre.

Por agua y tierra, en una porfía desleal!

 

Los campos en que yacen en su fúnebre lecho

Tus legiones sagradas, vieron el esplendor

Del escudo que cubre tu inmaculado pecho

Y el ondear de tu ínclito penacho tricolor!

Si la paz con bravura y abnegación se gana

Y el patrio honor de todos es el más alto bien,

Detenga la sangre que de tus venas mana

Y de frescos laureles corónese tu sien.

 

Yo soy un forastero que por tí, noble tierra,

Eleva sus plegarias -cuando en torno el clarín

Llama al combate, y ruge, sobre la vasta sierra,

El cañón humeante, de uno al otro confín-

Y pido que ti, estrella surja resplandeciente

Como la más hermosa del cielo tropical.

Cuando tus enemigos desistan del demente

Sueño de hacerte esclava tras lucha desigual

 

No te extrañe que el hijo de un país tan distante,

Que vivió -en estas horas de tragedia y de horror-

Bajo tu cielo y supo del brío fulgurante

Que te infunden en la lidia tu bravo conductor.

Suplique por los huérfanos que deja el holocausto,

Por las viudas que lloran su infinito sufrir,

E implore por el orto de un sol radiante y fausto

Que inunde para siempre de luz tu porvenir.

 

La muerte de Polonia lloraron las naciones,

Pero ninguna, para socorrerla, empuñó

Su espada; y no impidieron, con sus lamentaciones

La iniquidad de un crimen que a todas mancilló,

No temas que te llegue semejante destino:

Confía en el amparo de Dios y en su bondad,

Pues tú con sangre escribes un decreto divino

Que dispone el rescate de tac sacra heredad.

 

Adiós, soberbios bosques del Paraguay, umbríos

Naranjales, llanuras y praderas en flor.

Donde en alegre danza, se deslizan tus ríos

Como un desfile eterno de cristal y rumor;

Y vosotros, collados, que el poderoso aliento

Recibís de los Andes, o el saludo del mar,

O la caricia helada con que, en alas del viento

Las nieves patagónicas os vienen a besar;

 

Vosotras, cordilleras, donde, en cada pendiente,

La libertad aguza sus lanzas para herir,

Mientras sus campeones, entre el eco rugiente

Del combate, vigilan sin comer ni dormir,

Que la paz os devuelva la verdura hoy marchita

De vuestras empinadas cumbres, cuando el cañón

Hostil ya no resuena, y a la presente cuita

Reemplace del trabajo prolífico la acción.

 

Mujeres paraguayas cuyo gentil semblante

Nos revela a los ojos que por primera vez

Os miran, la bravura que hay en vuestro talante

La espartana energía que hay en vuestra altivez

Que pueblo que ha criado tales hijas debiera

Desesperar? Y qué hijos que hubisteis de nutrir

Lograrán resignarse jamás a la extranjera

Sumisión y ante un trono, cobardes, sucumbir

 

No serán ciertamente quienes aquí, agrupados

En torno a sus fogatas, en este anochecer

Sobre la serranía, se preparan callados,

Para la nueva lucha que el día ha de traer

Y alientan en sus pechos heroicos la esperanza

De escarmentar al triple conquistador audaz,

Para entonar mañana sus himnos de bonanza,

De reconocimiento, de júbilo y de paz.

 

Que así sea. Y ahora, con amarga tristeza,

Debe partir -el alma llena de gratitud-

Quien admiró tu clima, tu cielo, tu belleza

Oh, esmeralda preciosa del hemisferio sud!

Debe volver al suelo de sus mayores- suelo

Que habitan hombres libres y donde todos ven

Ansiosos los estragos de este implacable duelo

Y a Dios por tí suplican y te desean bien!

 

Junio de 1869 

MARTÍN T. MAC MAHON

 

 

 

 

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