MARAVILLAS DE UNAS VILLAS
CUENTOS de JOSEFINA PLÁ
Colección Piolín de literatura para la niñez de todas las edades
(de GLADYS CARMAGNOLA)
© de la primera edición, 1988: JOSEFINA PLÁ . Casa de la Cultura
© de esta segunda edición, 2003:
Universidad Católica “Nuestra Señora de la Asunción”
“Éste no es un libro más. En él, una prodigiosa labradora de la palabra ha ido dejando, letra a letra, el zumo de su talento impar, la esencia de la magia poética, absolutamente imprescindibles para modelar una criatura artística grata, capaz de hacernos cosquillas en el alma. En MARAVILLAS DE UNAS VILLAS, la alta voz de esta maravillosa creadora, nos descubre los traviesos entretelones de su alma, y el permanente aleteo del humor que impregna estos relatos, transforma en gracia pura lo prosaico…”
Fragmento de las palabras de Gladys Carmagnola,
como presentación de la primera edición de
MARAVILLAS DE UNAS VILLAS, el 16 de diciembre de 1988.
ÍNDICE DE CUENTOS:
1- LAS GORDURAS DE VILLAFLACOS
2- LAS VENTANAS DE VILLAOSCURA
3- LAS BLANCURAS DE NEGRIBURGO
4- LOS CANASTOS DE VILLACANASTOS
5- LOS AGUJEROS DE CASTELAGUJEROS
6- LAS ESCOBAS DE VILLAESCOBAS
7- LAS PESADILLAS DE CIUDADSUEÑOS
8- LOS OLVIDOS DE VILLAOLVIDOS
9- LAS MARAVILLAS DE CIUDADLACUSTRE
10- LAS OREJAS DE VILLAOREJAS
11- LOS PENSAMIENTOS DE VILLAPIENSO
12- LOS PERROS DE CASTELCANES
UN SER EXCEPCIONAL (JOSEFINA PLÁ) POR GLADYS CARMAGNOLA.-
ANTES DE LA LECTURA
Leer a Doña JOSEFINA PLÁ -ahora y siempre, en una edición o en otra-, es un privilegio para cualquiera, en cualquier lugar. ¿¡Cómo no va a serlo para quienes vivimos en este sitio del mundo llamado Paraguay, que ella prefirió entre todos los lugares de la Tierra para vivir -sonreír también a veces-, y dejarnos de recuerdo estas MARAVILLAS, inseparables de su obra, monumental!?
MARAVILLAS DE UNAS VILLAS es el único libro para la gente más joven, publicada en vida de DOÑA JOSEFINA. Fue editado por la entonces CASA DE LA CULTURA, presentado el 16 de diciembre de 1988 y leído parcialmente por la gran actriz MARÍA ELENA SACHERO, en el acto de apertura de la Casa, dirigida por la Profesora YOLANDA GARAYO PALACIOS ( ).
Decía Doña Josefina que sus historias para la gente de menor edad habían empezado como relatos orales muy eficaces para tener cerca a sus nietos un momento más. De modo que al poder de su amor hacia sus nietos debemos este libro, que al ser escrito y publicado después, se ha vuelto también nuestro. En estos plenos de imaginación, gracia y belleza, viven el espíritu juguetón y el infinito sentido del humor de Doña Josefina, no siempre evidentes en esta mujer extraordinaria, cuya portentosa obra, a medida que pasen los años, será más y más valorada.
Y agradecida, añadieron de palabra y obra los autores de los dibujos que ilustran este libro, a quienes busqué y encontré quince años después. Fue otra maravilla, que te comento en la esquelita, al final. Sus dibujos habían encantado a Doña Josefina, y no podían faltar, y no faltan, en esta edición.
Aunque no la veamos ya físicamente aquí, ni en su corredor de la calle Estados Unidos, Doña Josefina está ante nuestros ojos, en nuestras manos, en nuestro corazón, y por fin en la Colección Piolín que ella alentó, porque sabía de limitaciones, y diferenciaba desidia de imposibilidad.
A ella se debe, sin duda, el espíritu de regocijo que enmarcó esta edición. Y a la Universidad Católica, su legataria, que cumple de este modo el deseo de Doña Josefina Plá de dar acceso al público a los bienes culturales legados: en este caso, a estas Maravillas de unas villas, destinadas a toda la gente joven de nuestra tierra, que ella amó, y de otras, cuya suerte presente y futura le importaba de veras.
Asunción, Paraguay, 31 de agosto de 2003
GLADYS CARMAGNOLA DE MEDINA
LAS GORDURAS DE VILLAFLACOS
ILUSTRACIÓN DE CARLA CRISTINA RIVERA SOLANO LÓPEZ (12 AÑOS)
Villaflacos era un pueblo de gente muy flaca. Esto les sucedía porque, al contrario de lo que pasaba con los vecinos de un pueblo bastante próximo llamado Castelgordos, los villaflaquinos tenían poca tierra y mala, y cosechaban poco; sus vacas daban poca leche, y en resumen, los villaflaquinos conservaban siempre el talle esbelto y el estómago vacío.
Durante mucho tiempo, los villaflaquinos habían vivido conformes con su suerte, es decir, no habían caído en que podían comer más o estar más gordos. Pero poco a poco y sin que supiesen cómo, empezaron a opinar que no les vendría mal echarse encima unos kilos; y empezaron a mortificarse pensando cómo lo lograrían. Comiendo no era tan fácil, porque como se ha dicho, no era la comida lo que sobraba en Villaflacos. Ensayaron aumentar de dimensiones bebiendo agua; pero el efecto era muy pasajero.
Al cabo, a un villaflaquino que había leído Don Quijote le vino una idea. Reunió a los compueblanos más entusiasmados en engordar y les preguntó:
-¿Qué es lo que a ustedes les interesa realmente?: ¿pesar más o estar más gordos?
-¿No es la misma cosa?-preguntó un señor muy alto, muy alto, y muy flaquito.
-A veces sí; y a veces, no -contestó el otro.
-Yo creo -dijo una señorita esbeltísima- que lo interesante es redondearse; no pesar más kilos. Claro que si no se puede lo uno sin lo otro...
- Yo he descubierto el modo de redondearse sin comer ni pesar más.
- Venga venga! - gritaron todos, entusiasmados. Muy bien. Sencillamente, mañana voy a la ciudad. Si cada uno de ustedes me da plata, traigo lo necesario para que todos engorden de una vez, .y sin más gastos.
Todos estuvieron de acuerdo y le dieron el dinero que pidió. Fue a la ciudad; hizo su compra; volvió al pueblo, y entregó a cada uno de los que le habían dado dinero, una linda bomba de inflar gomas de bicicleta.
-Con esto, aplicado al ombligo, engordarán a voluntad. Lo que quieran engordar: poco, mucho, suficiente. Podrán también engordar lo que deseen según los días: un día, más; otro día, menos. A gusto de cada uno. Una delicia: verán.
Todo el mundo, entusiasmado, se fue a su casa a engordar sin peso lo antes posible. Se pusieron a inflarse delante del espejo. .y se morían de gusto viéndose engordar despacito pero seguro: ponérseles torneadas las piernas y los brazos, relleno el cuerpo, redonditos los mofletes. Cuanto más se agrandaban, más le daban a la bomba. Pero lo malo vino enseguida, cuando, al moverse, se dieron cuenta de que se despegaban del suelo y flotaban. Sintieron que las corrientes de aire les hacían perder pie, los levantaban y quieras que no, los hacían salir por las ventanas, los balcones o las claraboyas.
Y al poco rato el cielo de Villaflacos estaba lleno de gente que flotaba cromo globos de kermesse; pero no tan apacibles, porque éstos pataleaban, braceaban, gritaban, lloraban, gesticulaban y rezaban pidiendo a Dios que los dejase bajar y volver sin muchos huesos rotos a sus casas. Los pocos que no se habían inflado los miraban desamparados desde las ventanas, aceras y azoteas, sin saber qué hacer; porque no se les ocurría nada. ,
Algunos padres desesperados se fueron a encargar misas para que los hijos sanos y salvos volviesen a casa, o para que el viento no soplase demasiado fuerte aquella noche y se los llevase lejos, o no hiciera demasiado frío y se trajesen de allá arriba una pulmonía.
Porque, lógicamente, al engordar, los sacos, pulóveres, etc., se les habían quedado chicos, y se los habían quitado; .y los más estaban muy ligeros de ropa.
Cayó la noche de invierno sin luna, y Villaflacos era un mar de lloros arriba y abajo, en el cielo y en la tierra. En las casas habían prendido velas a todos los santos, y, en la iglesia los tres curas del pueblo decían una misa tras otra. Mientras había sido de día, los parientes de tierra y los del aire se habían podido ver, y Hablar a gritos; pero en la oscuridad, nadie veía a nadie, y nadie podía saber si el pariente seguía allí pataleando sobre el campanario o si con el airecillo nocturno habría derivado a otras latitudes.
Pero sucedió que con ese aire nocturno húmedo y frío, y como pasa con los globos, los villaflaquinos inflados fueron perdiendo aire, y aterrizando aquí y allá. El primero que vino a caer, ya a medianoche, en la plaza, dio a una familia un susto de muerte, al aparecer en la puerta; porque con el miedo y el ejercicio bárbaro de pataleo en el aire había perdido lo poco que le quedaba de carne y parecía un esqueleto. Casi todos aterrizaron en el pueblo o cerca; pero algunos lo hicieron lejos. Dos o tres cayeron en el río, que en esa época del año no era precisamente una sauna; y llegaron a sus casas chorreando y para meterse en la cama con un resfrío tremendo. Otro cayó en un corral de ganado, y una vaca sobresaltada lo persiguió, pero no llegó a cornearlo, porque no encontró dónde hacerlo.
Al llegar el mediodía siguiente, todos habían vuelto a sus domicilios, menos uno que cayó en el tejado de la Municipalidad y lo tuvieron que bajar los bomberos; tres que cayeron sobre árboles, quedaron enganchados en las ramas, y costó una enormidad descolgarlos; y otro que se había inflado por demás, y fue más allá, y cayó sobre el techo de un tren que pasaba a una legua del pueblo. Cuando el tren paró en la próxima estación el pobre estaba a cincuenta millas de Villaflacos. Al bajar, lo detuvieron y metieron en la comisaría por viajar sin boleto; y al salir, como no tenía plata para el pasaje, tuvo que volver al pueblo a pie, y llegó quince días después.
Por supuesto, los villaflaquinos que aterrizaron primero habían ido enseguida en busca del inventor del método, con una de aquellas bombas en la mano, y resueltos a inflarlo de manera que se quedara para siempre por allá acriba, convertido en satélite artificial. Pero el mozo no era sonso, y hacía rato que había salido de Villaflacos en bicicleta y a cuanto le daban los pedales.
Después de tan tremenda experiencia, los de Villaflacos no hicieron ya más ensayos de engorde mecánico. Trabajaron más en el campo para ver si podían obtener más alimentos y comer mejor. Pero de trabajar mucho enflaquecieron tanto antes de la cosecha, que ésta apenas bastó para reparar los kilos perdidos. Y Villaflacos siguió siendo Villaflacos, hasta hoy.
LAS VENTANAS DE VILLAOSCURA
ILUSTRACIÓN DE SILVIA CAROLINA SEBILLA RECALDE (9 AÑOS)
Villaoscura era un pueblo muy antiguo y muy raro. Nadie sabía por qué era así, porque como era tan viejo, nadie se acordaba de cómo, de cuánto ni quién lo había construido en una forma tan extraña. Las casas eran redondas, no cuadradas; todas eran iguales; y además, ninguna tenía puertas ni ventanas; pero todas tenían azotea, y en la azotea una abertura en la cual se apoyaba una escalera para bajar y subir al piso. Por fuera, había otra escalera para subir o bajar a la calle desde la azotea.
Otra cosa muy extraña era que a Villaoscura no había llegado la luz artificial; los villaoscurinos no conocían faroles, quinqués, ni candeleros. Y así, de noche no podían hacer nada e inclusive de día dentro de las casas andaban a los tropezones.
Y así es como después de siglos de andar dentro de casa a oscuras y mirar hacia arriba buscando la escotilla que era su única claridad, las cabezas de los villaoscurinos no eran ya como las de todo el mundo. Las llevaban atravesadas sobre el cogote, de modo que los ojos y por supuesto, las narices y la boca, miraban siempre hacia el techo: la barbilla era a manera de una proa y era lo primero con que se tropezaba uno cuando se encontraba con un villaoscurino.
Naturalmente, los villaoscurinos no podían mirar delante de sí; de manera que los amigos, vecinos, maridos y mujeres no se conocían sino por la voz, y los padres, pasados los primeros años (cuando podían levantar a los chicos en alto) ya no sabían qué cara tenían sus hijos. Además, cuando llovía les entraba la lluvia por las narices a raudales, y tenían que callar todos, porque si hablaban tragaban agua. La cosa sin embargo tenía sus ventajas. Por ejemplo, los villaoscurinos miraban cuanto querían el cielo sin peligro de tortícolis; y sabían mucho de las estrellas, aunque en cambio, sabía muy poco de lo de azotea abajo. En otros tiempos cada casa tenía su número. Pero andando los siglos y a medida que la cabeza se les desquiciaba sobre el cogote, los villaoscurinos fueron dejando de ver los números, y de aquí vinieron problemas mayores. Con la dificultad de distinguir la casa propia, a cada momento se metía uno en la ajena.
Al comienzo, esto traía discusiones tremendas, y todo el mundo andaba por lo menos una vez por semana a los gritos y los puñetazos; pero con los años se fueron acostumbrando a ello. Ya nadie protestaba cuando al meterse en la cama se la encontraba ocupada por otro vecino, o cuando un ama de casa se topaba con una vecina comiéndosele su carne asada mientras murmuraba:
-¡Qué extraño!: yo hubiese jurado que hoy estaba cocinando pescado.
Un día fue llegando al pueblo un señor que no sabemos cómo, se había perdido por aquellos desiertos. Cuando vio de lejos todas aquellas casas redondas, le pareció la mar de divertido, porque era una buena variación de tanta casa cuadrada. Pero ya dentro del pueblo, buscó puertas y ventanas y no las halló. Se quedó muy desconcertado. Cierto que vio las escaleritas; pero al principio no se le ocurrió que sirviesen para otra cosa que para subir a las terrazas. Era verano y de siesta y todo el mundo en Villaoscura dormía, porque al tener así los ojos; el sol les hacía un daño atroz. El viajero se cansó de dar vueltas entre aquellas casas redondas y todas iguales como latitas de picadillo, sin encontrar a nadie, y empezó a gritar:
-¡Ah de la casa!.. ¡Es que por aquí no hay gente? , Por fin le oyó un vecino, subió a la azotea, no vio a nadie; bajó la escalera, y tampoco vio a nadie; pero guiándose por la voz se acercó al viajero.
-Gracias a Dios que veo a alguien -dijo el viajero.
-¿Quién eres? -dijo el vecino-. No eres del pueblo.
-No, claro que no. Oye, ¿por qué no miras derecho?
-No puedo -dijo el villaoscurino-. ¿No ves que mis ojos están puestos para mirar solamente hacia arriba? ¿Qué vienes a hacer aquí?
-Me perdí. Tengo hambre y sed.
-Pues ven a merendar conmigo.
El viajero se fue tras al villaoscurino, escaleras arriba a la azotea y escaleras abajo al piso. No terminaba de sorprenderse de lo que veía. Los villaoscurinos comían sujetando un espejito sobre la cara con la izquierda mientras usaban la cuchara con la derecha, para no errar y meterse la comida por un ojo, y para beber, usaban un embudito. Algunos jóvenes habían adoptado una moda nueva: comían acostados en la mesa apoyando la barbilla en el mantel. Para lavarse la cara se acostaban también en el suelo; y para leer los libros, los pegaban en el techo.
-Pero ¡qué incómodamente vivís! -dijo el viajero-. ¿Por qué no usáis puertas y ventanas como todo el mundo?
-¿Qué cosa son ventanas y puertas? -preguntaron.
-Si me dais un martillo, enseguida os lo muestro -dijo el viajero.
Le trajeron un martillo. El la emprendió a martillazos con la pared y abrió un hueco cuadrado. Los villaoscurinos no podían verlo, pero se dieron cuenta de que la habitación se hacía más clara y se respiraba mejor, y gritaron:
-¡Otra ventana!..
El viajero abrió otra ventana en aquella casa y luego dos o tres más en otra. Pero luego le entró miedo de lo que harían los villaoscurinos si viesen sus lindas paredes llenas de agujeros. Y en cuanto fue otra vez de día salió corriendo del pueblo.
Los vecinos le buscaron mucho, llamándole, pero no lo encontraron. Entonces, como lo de la ventana les había gustado, todos fueron a buscar sus martillos y empezaron a dar, a ciegas, porrazos a las paredes. Tanto se entusiasmaron, que abrieron ventanas a todo lo redondo de las casas como cuando se abre una lata de picadillo; y naturalmente las casas se vinieron abajo; solamente que corno las paredes eran bien derechas y trabadas, al caer I a parte de arriba se ajustó sobre la de abajo como una tapa sobre su caja. Los villaoscurinos se llevaron un susto tremendo y además se volvieron a quedar a oscuras, sólo que con el techo más bajo que antes. Los más altos andaban dándose de coscorrones en las vigas. Además las escaleras de adentro y de afuera se plegaron en forma de Z con lo cual en los primeros días los villaoscurinos tuvieron que hacer prodigios de acrobacia para salir y entrar en sus casas, aunque al final se acostumbraron y con el tiempo esos ejercicios fueron parte del folklore nacional.
De todo esto los villaoscurinos dedujeron que las ventanas eran cosa peligrosa. Y decidieron no abrir ninguna más. Pero como observaron que las estrellas seguían todas en su sitio, vieron en ello una prueba de que la catástrofe no había sido tan grande después de todo; y continuaron viviendo como antes.
UN SER EXCEPCIONAL
JOSEFINA PLÁ (María Josefa Teodora Plá Guerra-Galvani) es el ser cultural más completo que ha vivido y trabajado en nuestro país, el Paraguay.
Nació en la Isla de Lobos de las Islas Canarias, España, un 9 de noviembre (¿1909? ¿1903?). Su padre se llamaba Leopoldo Plá Botella y su madre Rafaela Guerra Sánchez. Fue precoz lectora y escritora. Llegó al Paraguay el primer día de febrero de 1926, casada con nuestro artista JULIÁN DE LA HERRERÍA (ANDRÉS CAMPOS CERVERA), quien había ido a estudiar en España, donde se conocieron y se enamoraron. A ese amor debemos la venida de esta excepcional mujer, y a su amor Hacia nosotros su permanencia aquí hasta su muerte.
Sus poemas (muchos, ilustrados por ella misma con el seudónimo de Abel de la Cruz), fueron conocidos y elogiados por la prensa española con la que ella colaboraba en los sitios donde vivió. Ya habían sido publicados también en nuestros diarios antes de su llegada, gracias a Julián de la Herrería. Su primer poemario previsto, anunciado en España, parece no haber sido publicado nunca. Su obra fue tardíamente recogida en libro: "No había editoriales, y yo no tenía plata para publicar", decía ella, sin asomo de tristeza ni rencor.
EL PRECIO DE LOS SUEÑOS, su primer poemario, fue publicado aquí el 19 de setiembre de 1934. Sus demás libros de poemas aparecieron cuando ya ella había sobrepasado los 50 años, desde 1960: LA RAÍZ Y LA AURORA en los Cuadernos de la Piririta; y los siguientes, en los Cuadernos del Colibrí, una bella colección de pequeño formato, de Ediciones Diálogo, dirigidas por Miguel Ángel Fernández. La aparición de Alcándara Editora en 1982 hizo posible la publicación de otras cuatro importantes obras de Doña Josefina.
Su narrativa abarca una novela y cinco selecciones de cuentos. Escribió más de 100 relatos para niños. Su obra sobre historia cultural llena casi 2.000 páginas.
Durante alrededor de 70 años ella dedicó su extraordinario talento creador, su lúcida inteligencia y su admirable capacidad de trabajo a nuestro país, en una perseverante actividad que incluyó todas las manifestaciones culturales, artísticas y literarias: las artes plásticas, el grabado, el dibujo, la cerámica..., todos los géneros literarios: poesía, narrativa, teatro, la crítica literaria, ensayos, historia, periodismo... Ninguna expresión ha dejado de contar con el aporte decisivo de su incesante desvelo. Jamás dejó de trabajar, ni de enseñar. Cuando le resultó imposible lograr por medio de su actividad cultural, lo material imprescindible para sus necesidades básicas, se dedicó a la costura (ella recordaba con frecuencia las dotes de excelente modista de su madre).
Resulta imposible transmitir la magnitud del aporte de este excepcional ser humano cuyas huellas indelebles honran nuestra tierra. Diremos al menos que a los numerosas e importantes reconocimientos, sobre todo internacionales, de su obra, su patria de adopción no pudo añadir el Premio Nacional de Literatura, que le otorgó en su primera edición una mención de honor. Y si unas pocas características personales se han de consignar, no es posible soslayar su paciencia, su tenaz entrega a su multifacética vocación, su insobornable probidad en su misión iluminadora de generaciones, a cuyos miembros jóvenes también exhortó a la práctica de la perseverancia y de la paciencia. En 1998, año anterior al de su muerte, el Congreso Nacional le otorgó la ciudadanía paraguaya honoraria. Honró de este modo a todos los paraguayos, principalmente a las paraguayas. Habían planteado tal distinción para ella las Escritoras Paraguayas Asociadas (EPA).
Nos legó su invalorable obra, y se fue casi al final del siglo: el 11 de enero de 1999. Se recordará, seguro, a Josefina Plá en el corredor de su casa, sobre la calle Estados Unidos, acompañada de los gatos que había recogido, alimentado y querido; se la recordará ante su basta mesa de trabajo, la misma que gracias a su hijo Ariel Plá y familia, sostiene el papel sobre el cual se escriben ahora estas emocionadas líneas, pobres de solemnidad, que acompañan, con admiración, amor .y gratitud, la única obra para niños que se publicó en vida de su autora.
GLADYS CARMAGNOLA
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