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JOSEFINA PLÁ (+)
  LA REPÚBLICA DE DIOS - Por JOSEFINA PLÁ


LA REPÚBLICA DE DIOS - Por JOSEFINA PLÁ

LA REPÚBLICA DE DIOS

EL BARROCO HISPANO GUARANI

Por JOSEFINA PLÁ



En la segunda etapa de la vida de las Misiones, pues; cuando éstas, para centrar su defensa, se reúnen en las orillas del Paraná y Uruguay, es cuando se desarrolla en forma definitiva lo que fue el plan de los jesuitas desde el principio; "Un ensayo audaz de gobierno, sobre bases teocráticas, como no se había conocido otro igual en el mundo entero" (1). "La república de Dios", en palabras de algunos autores.

Fundándose en una constitución del Papa Paulo III que los autorizaba a "redactar cualesquiera estatutos y ordenaciones que la necesidad demandare" (constitución que Felipe III ratificó por Real Cédula de 1620) "los jesuitas concibieron, estructuraron y ejecutaron un sistema de gobierno y de vida que poco o nada encajaba dentro del vasto edificio del derecho indiano, y que se irguió frente a la comunidad civil paraguaya para asombro y vilipendio del mundo y como perpetuo ejemplo de antítesis de su género de vida para los paraguayos" aun cuando – como en diversas ocasiones lo pusieron de relieve los Padres en sus alegatos – para cada una de sus al parecer arbitrarias disposiciones podían presentar un punto de apoyo en alguna de esas leyes (2).
 


ARA PURU: EMPLEO DEL TIEMPO

En Madrid, en 1759 o 1760, y en guarani se publicó un libro debido al misionero Padre José de Insaurralde, cuyo largo titulo se resume generalmente en ARA PURU (Empleo del tiempo) y que compila la reglamentación a que estaba sometida la vida diaria en las Misiones. Todo estaba previsto en ella: oración y trabajo en la chacra y el taller; descanso y diversión, comida y estudio. La jornada se distribuía a golpe de campana o tambor desde el amanecer.
 


LA MÚSICA Y LA DANZA

A todas horas se escuchaba la música, de la cual hicieron los jesuitas auxiliar continuo y precioso de su labor evangelizadora, aprovechando la pronunciada afición de los indios a ella. (Ya el Padre Nóbrega en el Brasil había dicho que "se sentía capaz de convertir a todos los indios con la música"). Esta acompañaba la marcha al trabajo, que se realizaba colectivamente, llevando en andas hasta la chacra la imagen de San Isidro, patrón de las labores agrícolas (3). La música presidía los actos culturales, las bodas, los bautizos, las procesiones. Al son de la música era labrada y sembrada la tierra, levantada la cosecha, transportada al pueblo y almacenada.

Los misioneros aprovechaban las fiestas de precepto y las patronales así como las ocasiones brindadas por las visitas de prelados, gobernadores, etc., para organizar diversiones que no perdían nunca el color religioso, pero siempre con participación de canto, música y danza. No había para los indígenas mayor placer que tomar parte en estas ceremonias. Quedan testimonios múltiples de que los indios llegaron a ser sumamente hábiles en estas actividades y también como constructores de instrumentos musicales. Fue pues la música en las Misiones un elemento catequístico y pedagógico de primer orden, haciendo que para el indio el tránsito de la vida tribal (en que todo acontecimiento colectivo tenía carácter ritual y era acompañado de música y danzas de contenido atributivo) a la vida misional, resultase fácil y seductor. También se dio en las misiones teatro propiamente dicho (comedias, autos, loas y hasta pequeñas óperas); gran parte de este teatro fue en guaraní.
 

COMUNISMO MISIONERO

Lo que Robertson (4), Garay (5) y otros autores llamaron comunismo misional, no fue sino el trasplante sagaz del sistema tribal al régimen de la Misión, adaptado a una nueva etapa bajo el signo cristiano. No sabemos hasta qué extremo no serían los misioneros los primeros sorprendidos al hallar tan magnifico punto de partida para su república cristiana. Monner Sans (6) dice que los jesuitas adoptaron en las Misiones el régimen incásico; nada más inexacto: las coincidencias que pudieron existir entre ambos sistemas de vida arrancan de previas formas guaraniticas; no fue preciso reunir experiencias de otras áreas por configurar este sistema de vida. Bertoni (7) tiene razón cuando dice que ese régimen no fue invención de los Padres; éstos lo encontraron ya hecho y lo aprovecharon para su plan, modificándolo en determinada medida pero sin alterar su esencial contenido, que por otro lado no dejaba de ofrecer ciertos puntos de contacto con el régimen de las primitivas comunidades cristianas. A este respecto debemos recordar que las Leyes de Indias (Ley 4, Titulo I, Libro II) autorizaban a "conservar aquello de las leyes y costumbres que antiguamente hubiesen tenido para su buen gobierno y policía".

El sistema de las Misiones podría llamarse comunismo en cuanto la labor era realizada colectivamente, y también en cuanto la propiedad privada no existía sino en forma limitada; pero no en lo que se refiere a la distribución general del producto del trabajo. Los indígenas, agrupados en cacicatos labraban, cada familia, su porción, el Abamba’e (8). El producto de este trabajo se destinaba a su manutención y vestido. Otra porción el Tupamba’e, era el fondo destinado a fines de beneficio o responsabilidad común a saber: la compra de materiales, no obtenibles por medio del trabajo en la Misión; elementos para el culto y para el ornato de las iglesias; medicinas, herramientas, el sustento de los Padres (que no era mucho, pues siempre fueron de costumbres morigeradas, y en esto radicó no poco de su prestigio entre los indígenas). De ese fondo común salía también lo necesario para sembrar el que no tenía; para el sustento de las viudas y huérfanos; de los que iban de viaje; de los eventuales huéspedes, de los enfermos, viejos y necesitados.

No hay prueba de que poseyeran los indios bienes inmuebles en dominio directo (transmisibles por compra venta, donación o herencia). Algunas cosas las poseían en usufructo: la vivienda (una por cada familia), las herramientas, la chacra, los animales de trabajo. Eran dueños de sus vestidos y utensilios de diario; del fruto del trabajo del Abamba’e eran en rigor propietarios; los Padres no eran sino administradores. Hay también testimonios de que los Padres procuraron en diversas épocas estimular en ellos un sentido más amplio de la propiedad privada, incitándolos por ejemplo a desarrollar la cría de animales útiles; sin resultado, por lo menos en la abrumadora mayoría de los casos.

Creemos que, siguiendo a Morelli, podría decirse que en las Misiones prevaleció "un régimen mixto de propiedad común y propiedad privada", aunque más de aquélla que de ésta.


ORGANIZACIÓN TRIBAL – CABILDOS

Al incorporarse a las Reducciones los indios conservaban su organización en cacicatos. Los caciques eran numerosos dentro de cada Misión. Cada uno gobernaba 20 o 30 familias. (En 1715 había 57 caciques en San Isidro Miní; 22 quedaban todavía en Santa María de Fe en 1779). Los caciques eran muy respetados por sus parciales; y los jesuitas, con diplomática habilidad, ratificaron esta situación con especiales consideraciones. No se les reprendía en público: sus hijos tenían preferencias para ciertos cargos (músicos, por ejemplo). Fueron declarados hidalgos por el Rey y tenían derecho al Don.

A este sistema se yuxtapuso, como iniciando el paso a una organización superior, el Cabildo, cuya organización aparece claramente establecida en las Ordenanzas del Visitador Alfaro (1611). La institución democrática del Cabildo halló aceptación fácil en los guaraníes, y no hay noticias de que en ningún momento entrara en conflicto con el cacicato, de lo cual no cabe por otra parte extrañarse mucho, ya que los cabildantes se elegían entre los propios caciques. Para 1626 había ya cabildos en todas las Reducciones, análogos en un todo a los que existían en los pueblos españoles. Constituían estos Cabildos:

Un Corregidor

Un Teniente de Corregidor

Dos Alcaldes Ordinarios (Primero y Segundo)

Un Alférez Real

Cuatro Regidores
Un Alguacil, a veces dos

Un Mayordomo y un Secretario
Todos estos funcionarios lucían en las festividades ricos vestidos de seda guarnecidos. La atribución de estas galas, que halagaban la fantasía de los indígenas y les hacían sentirse equiparados a los españoles, poseedores de un rango y una dignidad que corroboraba su lógico prurito de sentirse libres – con poderes concretos y un ámbito en el cual ejercerlos formó – parte de la sagaz pedagogía misionera.
 
 
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FRENTE DE LA IGLESIA DE LA MISIÓN DE SAN MIGUEL
 
 
 
 
DIPLOMACIA Y PEDAGOGÍA

En cierto modo el régimen de Misiones representó un equilibrio diplomático y pedagógico. El jesuita no podía, sin riesgo grave de peligrar las bases mismas del sistema, adoptar actitudes compulsivas, salvo en el terreno religioso y moral. Los indígenas, como es sabido, eran "reducidos", es decir, reunidos bajo gobierno, en pueblos, a veces antes de ser "convertidos". La conversión del indio estaba esencialmente prevista en el plan de los Padres: desde el punto de vista del indio, era sólo algo posible o eventual. El indio era atraído a la Reducción, en principio, por la perspectiva de una vida más tranquila. La conversión venia después. En la persuasión y captación se utilizaban diversos medios, aparte de la intervención personal del jesuita. Se empleaban inclusive indios ya convertidos, a quienes se enviaba a entenderse con los otros aún sin reducir. Hacia 1687 se hizo famoso por su actuación el cacique Francisco Abaray, de Santo Tomé (9). En algunos casos los procedimientos no dejaban de ser singulares. Los utilizados con los guayakíes – huraños e inasequibles – por ejemplo. Se los tomaba prisioneros, cercándolos como a animalitos silvestres; se les vestía y agasajaba, hasta vencer su enorme timidez; se les dejaba luego en libertad, y así se conseguía su amistad y confianza; hasta que acudían en masa a la Misión. En estas diplomáticas maniobras tenía su papel como antes se ha dicho, la música.
Reducidos los indios, se procuraba la conversión; y consta con qué interés recomendaban los Superiores a los misioneros que no forzaran la marcha en este punto. "Vayan muy poco a poco con ellos hasta que los tengan bien ganados" (10). "En las Reducciones nuevas donde no hay cristianos o hay muy pocos, no haya castigo de ninguna clase, y disimulen con paciencia para no hacer odiosa la fe a esos infieles. En las Reducciones antiguas, pero que están próximas de infieles que se espera convertir, tampoco, sin dirección del Superior" (11). Por lo demás esa conversión, como se dijo en su lugar, no resultaba muy dificultosa, a causa de las coincidencias de los principios católicos con el trasfondo de las creencias indígenas (Capítulo II).
 


RÉGIMEN COTIDIANO

Hombres y mujeres trabajaban y oraban separadamente. Había una casa de recogidas (cotyguasu) para las viudas, mujeres sin familia y las que hubiesen mostrado proclividades livianas; parece existieron hospitales, aunque utilizados sólo en casos de epidemias. En los casos ordinarios el enfermo era atendido en su propia casa. Los jesuitas dedicaron especial atención a la medicina, y aprovecharon los conocimientos de plantas curativas que poseían los indígenas. Algunos redactaron herbolarios muy interesantes (12) y el Padre Aperger compuso un bálsamo que se convirtió en una verdadera panacea para los indios de las Misiones.

Nadie era dueño de otros vestidos que los de uso cotidiano; los de fiesta pertenecían al acervo parroquial; medida ésta de cuya prudente funcionalidad sólo pueden tener idea los que conocen el modo de ser indígena. El vestido diario era uniforme: typoi largo encima de un viso o camisón para las mujeres; calzón, camisa, sayo y poncho para el hombre. Todo ello confeccionado en los talleres misioneros. Las mujeres debían presentar cada sábado un peso determinado de lana o algodón hilados, y las faltas de peso en la labor, así como las de puntualidad, eran castigadas.

Los Padres distribuían semanalmente los víveres, y diariamente, menos los viernes, la carne. Eran, como se ha dicho, a modo de administradores del acervo misional; y en eso residía no poco la sabiduría del régimen, ya que el indio carecía de todo sentido del mañana, y abandonado a sí mismo habría derrochado, imprevisoramente, el fruto del trabajo común.
 


CASTIGOS
Había tres grados de castigo para las faltas: reprensión privada, reprensión en público (a los caciques sólo se les aplicaba la primera); azotaina. Al final de ésta última el indio castigado debía besar la mano del Padre y dar gracias por el castigo. La humillación que para el indio libre comportaba el castigo, al cual no estaba acostumbrado, fue psicológicamente eliminada al inculcarle el principio de que todo castigo es signo de amor, de acuerdo al proverbio salomónico: "Quien perdona la vara, aborrece su hijo". Se citan casos en los cuales el indio que llevaba mucho tiempo sin ser castigado se presentaba al Padre y le decía "No me amas más, pues no me azotas" y el Padre debía demostrarle que estaba equivocado mosqueándole las espaldas.

Para los delitos considerables había pena de prisión con grillos y con sus vueltas de azotes de cuando en cuando. Pero no era posible un excesivo rigor, por cuanto los mismos jesuitas reconocían que no se podía equiparar al indio con el español en cuanto a la malicia aneja al delito; y así no había pena de muerte ni de mutilación, que por lo demás los Padres no podían aplicar y sí sólo la jurisdicción ordinaria.
 


URBANISMO MISIONAL
Las Misiones eran planificadas y consiguientemente construidas contemplando una población de más o menos 3.500 almas, aunque varias alcanzaron a tener muchas más (Concepción 5.000, Candelaria 6.000, Yapeyú 8.000 en 1730). Se ha dicho que los Padres disminuían las cifras para evitar el tributo; ellos se han defendido alegando que los gobernadores, a los cuales correspondía levantar el censo, no se tomaban la molestia de hacerlo. La capacitación sólo comprendía a los varones de 14 a 50 años – posteriormente de 18 a 50 –. Los que tenían un oficio quedaban exentos.

En todas las Reducciones la iglesia constituía la célula básica, el núcleo urbano y el centro de la vida espiritual. Era "si no el centro geométrico, el centro vital" (13). Adosados a la iglesia se alzaban la Residencia de los Padres, el patio, el claustro de talleres, la huerta, el Tupâmba’e, el cementerio, la cárcel. Las casas de los caciques debían hallarse próximas a la de los Padres. En todas las Misiones se extendía ante el templo una plaza de grandes dimensiones – la de Trinidad media 150 x 130 metros – orientada a los cuatro puntos cardinales, con sendas cruces o estatuas e inclusive capillitas en las cuatro esquinas. (Se ignora qué procedimiento emplearon los Padres para esterilizar el terreno en el espacio ocupado por esas plazas: pero es hecho comprobado que en dichos espacios no ha prosperado la vegetación a pesar de los años transcurridos desde entonces). También parece había en la plaza un lugar destinado a la entronización del estandarte y retrato del Monarca en determinadas festividades. De la plaza partían las calles, de 16 y 18 metros de anchura según los casos; las casas de los indios formaban manzanas de sesenta metros de lado, y todas tenían soportales o recovas corridas, de modo que en tiempo de lluvia fuese posible transitar sin mojarse, salvo al cruzar la calle. (Previsión para clima lluvioso que han olvidado nuestras ciudades modernas).

Así todas las Misiones se hallaban organizadas idénticamente, no sólo en cuanto a su planificación urbana, sino también en el régimen económico, social, y administrativo. "Tanto se parecía un pueblo a otro" dice un cronista "que en viendo uno, se veían todos"; y el que recorría las Misiones, viéndolas tan iguales, acababa por creer que "un solo pueblo encantado los acompañaba a todas partes".

La vida en las Misiones pues, no fue nunca una de lujo o abundancia, ni en lo que se refiere al indígena, ni en lo que respecta a los Padres. Fue una vida sencilla, casi conventual, organizada sobre la base de la satisfacción de las necesidades elementales y la esperanza de la salvación. El único lujo que en ella se permitió fue el que rodeó las manifestaciones religiosas, La suntuosidad desplegada en los templos y en los actos del culto y festivales religiosos no tuvo otro límite que el impuesto por las posibilidades de cada Misión. "Al culto divino más que a toda otra cosa debemos atender, si tenemos fe, más que al adorno de nuestras casas y cuerpos: ése sí que está con lucimiento"... (14).
 


AISLAMIENTO MISIONAL
Factor básico del régimen misional fue el aislamiento en que los misioneros mantuvieron al indio evitando en lo posible el roce con el español. (Recordemos que para entonces éste, en su abrumadora mayoría, no era ya el español recién venido, sino el criollo o el mestizo, hijos ambos ya de la tierra). Dice al respecto Trelles (15): "Los jesuitas cuidaron muy diligentemente que los españoles no tuviesen tratos con los indios, en los pueblos de éstos, para evitar las graves opresiones, los escíndalos de costumbres". Los viajeros o visitantes no podían permanecer en las Misiones sino tres días como máximo. El indígena sólo en caso de necesidad traspasaba los límites de la Misión. Los jesuitas establecieron pues este aislamiento como el mejor modo de mantener el respeto al converso (16), el orden y la unidad en el espíritu de las costumbres; y evitar los abusos del colono, siempre dispuesto a ellos a pesar de todas las leyes y disposiciones protectoras del indígena.

No fue sin embargo tan absoluto como pudiera creerse este enclaustramiento, por lo menos en lo que se refiere a algunas de las Misiones. Hay indicios de que los pueblos eran frecuentados en discreta medida por los españoles que iban a confesarse (17) y de que en ellos existió en diversos tiempos cierto número de españoles con sus familias (18). San Ignacio Guazú, como lugar fronterizo, era sitio de paso, y con tal motivo se hallaba en ella a menudo gente extraña a la Misión.

En general, sin embargo, no puede dudarse de que la visita de gentes de la colonia no era recibida en las Misiones sino con prevención. Pero sin ese aislamiento se habría hecho muy difícil establecer y mantener el orden y la disciplina misionera, sobre todo en los tiempos primeros. El más somero examen de los hechos obliga a reconocerlo así, aunque este régimen por otro lado haya tenido repercusión considerable en el plano de integración de la cultura en el área.

Advirtamos de pasada que este aislamiento misional – al cual dio patrón la Misión de Juli – no fue una medida inventada por los jesuitas. Las ordenanzas que crearon los pueblos de indios – y pueblas de indios eran, en su más riguroso sentido, las Misiones – disponían ya muy de antes que en ellos "no viviesen españoles, negros ni mulatos". Estas disposiciones las refrenda una Cédula de Felipe III en 1581.
 


CONSERVACIÓN DEL GUARANI

Se acusó a los misioneros de "no enseñar a los indígenas el castellano, para tenerlos más sometidos". Los indios en efecto no llegaron a hablar corrientemente el español, a pesar de las disposiciones de las Leyes de Indias primero, de las órdenes de la Corona luego.

Las Leyes citadas recomendaban "Procuren enseñar el idioma a los que lo deseen, y por medios suaves" (Ley 18, Titulo I, Libro 6) "Les pongan maestros que enseñen a los que voluntariamente lo quisieren aprender" (idem). Ahora bien un sínodo de Lima en 1583 había establecido la necesidad de que los misioneros para mejor desempeñarse aprendieran las lenguas indígenas; y subsiguientemente Felipe III por Real Cédula de 7 de julio de 1596 establece la obligación de los jesuitas de conocer el idioma de los neófitos. Como consecuencia a su vez de esa disposición real, el General P. Claudio Acquaviva en 1603 ordena "que los tres años de lectura obligatoria de latín antes de partir para otros ministerios los empleen los jesuitas misioneros ejercitándose en el idioma indígena, de modo que no sólo puedan en él catequizar, sino también confesar".

Así resultaba que la obligación taxativa del misionero de conocer el idioma nativo corría paralela a la decisión potestativa del indio de aprender el castellano. En esto, como buenos casuistas, apoyaron los jesuitas su alegato cuando la Corona, andando el tiempo, urgió la enseñanza del español (Cédula de 1743). Aparte de lo que de argumentativo tuviese esta defensa, los jesuitas adujeron otras razones: los indígenas amaban mucho la propia lengua, y se resistían a hablar en castellano. Cualquier imposición al respecto – añadían los Padres – podría provocar reacciones díscolas. Refiriéndose a la acusación de que el desconocimiento del español aislaba al indio de la colonia, responde el Padre Charlevoix que mucho más eficaz hubiese sido, si aislarle deseaban, que los Padres le prohibiesen hablar el guaraní; refiriéndose al hecho, positivo, de que en la época este idioma era el vehículo de una masa mayoritaria.

Hoy reconocemos lo que en aquellos tiempos no se había comprendido aún: que el aprendizaje del castellano por la simple presión del ambiente resultaba imposible: el nuevo idioma no podían imponerlo unos cuantos hispanoparlantes en una población de miles de almas, aunque esos pocos poseyesen plena autoridad. Los jesuitas cumplían las órdenes metropolitanas: en todas las Misiones había escuelas donde los indígenas que lo deseaban aprendían a leer y escribir, no sólo en su idioma sino también en castellano y latín. Pero es también un hecho lógico el poco o nulo resultado práctico de dicha enseñanza. Los indios no entendían el latín, aunque aprendían a leerlo y recitar en él oraciones. En cuanto al castellano no eran pocos los que lo entendían, pero se rehusaban a hablarlo. Los cronistas han señalado la afición del indio por la lectura; pero los únicos libros que en su mano se ponían eran los religiosos, y éstos cuando no estuvieron escritos en latín, lo estuvieron, en los últimos tiempos, en guaraní. (Cuando se editaron libros en Misiones, fue en este idioma, y no en español). También en guaraní se efectuaban la prédica, la confesión, etc. Por otra parte, y a pesar de las indudables adquisiciones del indio en el terreno social, sus condiciones de vida no superaron, en general, las de su existencia anterior en la medida necesaria para crearle nuevos esquemas mentales. En rigor, a estas circunstancias se debe no poco del hecho de la conservación del idioma indígena.
 

EL ELEMENTO HUMANO

He aquí punto de laboriosa solución. ¿Qué era, cómo era, ese indígena de Misiones, el hombre americano del área, cuya incorporación activa a la cultura occidental y católica constituye el meollo histórico de la Colonia y la razón última de la obra misionera?...
Son numerosos los testimonios que respecto a la personalidad moral e intelectual del converso nos ofrecen los cronistas de la época. No todos coinciden. Mientras unos aseguran que "en las Misiones no se cometía pecado mortal alguno" otros aseguran que "los indios mentían por deporte en la confesión; eran borrachos y lujuriosos". Algunos los pintan como dados a todos los vicios; otros, como los seres más naturalmente dispuestos a escuchar la palabra de Dios. Para unos, eran tan fáciles de persuadir como de desmoralizar; para otros, nadie más firme que ellos en la fe.

Ahora bien: suponer que los indios, con todas sus cualidades en estado natural, fuesen seres angélicos, resulta pueril. Pensar que fuesen incapaces de distinguir el bien del mal es igualmente absurdo: el indio tenía su moral, estricta; solo que distinta de la del blanco. Concretamente, los testimonios están contestes en su pereza, y también en su ineptitud para asimilar ciertas formas de conocimiento – "eran incapaces de oración mental", y "jamás se pudo enseñar a un indio a componer la más humilde copla de ciego" – pero todos también están de acuerdo en su habilidad manual, ayudada por una buena vista y excelente memoria de las formas, así como su afición a la música. Se mostraron sumamente capaces en la asimilación de oficios y artes bajo la dirección jesuítica; lo acredita la copiosa obra misionera, sólo posible mediante el aporte de un núcleo numeroso de trabajadores hábiles. Un indio, Nicolás Yapuguay, escribió libros; hay noticias de tres más cuando menos que cultivaron asimismo las letras; y aunque no alcanzaran en este ejercicio el nivel de la síntesis personal, propia del literato o el pensador, en esta asimilación, aún a cierto grado, se diseña sin duda la perspectiva de integración a una cultura más compleja.
¿Habrían sido esos casos más numerosos y descollantes, de haber tenido el converso acceso a las formas profanas de esa misma cultura?... La señalada ausencia de originalidad, ¿fue atributo idiosincrásico del indio o simple resultado de las condiciones en que debió trabajar?... De no haber existido esas limitaciones, ¿habría el genio indígena alcanzado a breve plazo, el nivel de la expresión propia?... ¿Coincidieron esas dos limitaciones, simplemente? Preguntas de difícil respuesta. Es positivo que la educación artesanal del indio fue muy atendida; pero el artesano no tuvo muchas oportunidades de explayar su concepción personal, si la poseyó. Todos los testimonios de los misioneros actuantes aseguran que sólo era capaz de copia. (Hasta ahora ciertamente nuestra artesanía criolla no ha mostrado en general gran vuelo creador y se ha atribuido el origen de este déficit a la falta de una tradición). Pero no olvidemos que dentro del régimen misionero el indio no tenía libertad para conjugar vivencias propias: las limitaciones rígidas de la liturgia, la disciplina y vigilancia de taller, imprimían a su arte, por sí mismas, inflexibles características miméticas. Veremos no obstante cómo en el indígena, andando el tiempo, se insinúa un despertar de las potencias creativas, e introduce en su arte elementos locales, primero; el aura étnica, luego.

Debamos admitir que en la sociedad que el misionero creó para él, con elementos a él tomados y otros de importación, estuvieron ausentes los resortes esenciales que predisponen al hombre a la creación, entendida ésta como producto de una visión peculiar y libre del Universo y de sí mismo. Volvemos a lo más arriba ya dicho: cercenado de su mundo, el indígena no había conseguido situarse integralmente en aquel que se le ofrecía: al faltar los factores extrínsecos que condicionasen, con su acción compulsiva o estimulativa, según los casos, cambios significativos en el diseño psicológico de esas comunidades, la adquisición de técnicas nuevas no se tradujo en modificaciones importantes en la configuración espiritual.

Consta, como antes se dijo, que el jesuita trató en más de una ocasión de estimular en el indio el sentido de iniciativa, fracasando siempre. Pero aunque sagaces pedagogos, no podían los Padres, dada la época, comprender que el juego de intereses psicológicos que configura ese sentido adquisitivo es mucho más complejo de lo que pudiera permitir la forma de vivir del converso, limitada en todas direcciones por la orientación dogmática.
 
 

SOLDADO DE UN PASO DE LA PASIÓN
 
 
 
ELEMENTOS CULTURALES INDÍGENAS CONSERVADOS
De la cultura indígena y sus sistemas de vida, los jesuitas pues conservaron (transformándolos en ciertos casos en la medida que más beneficiosa pudiese resultar para la estabilidad de las comunidades):

a) El régimen de propiedad; en él introdujeron la administración a su cargo y la organización del comercio, que perfeccionó la autosuficiencia de las Misiones;

b) El sistema comunal de trabajo; sometiéndolo a régimen fijo y ampliándolo a empresas como la erección de iglesias y demás edificios comunales;

c) El régimen de parcialidades y cacicazgos; que ayudó a mantener el orden y la disciplina de los núcleos indígenas;

d) Ciertos conocimientos indígenas; (simples medicinales, plantas tintóreas) (19).
 


ADQUISICIONES CULTURALES

El indio adoptó la nueva religión, y ésta sin duda le obligó a reconsiderar y reajustar muchos conceptos y con ellos, aspectos de su vida social y moral. ¿Pero hasta qué punto asimiló la esencia de las nuevas creencias, la dimensión profunda del dogma?... Los testimonios de la época están contestes en que esa adquisición fue más emocional o afectiva que racional: "No entienden sino lo que cae bajo los sentidos" dijo Charlevoix. El indio asimiló el ritual, pero no los dogmas; fue la suya una fe infantil hecha de imágenes concretas, limitadas, bidimensionales. Años después de la expulsión de los jesuitas dice Aguirre en su Diario refiriéndose a los indígenas de otras localidades: "Persuadirse de que ellos comprenden los misterios, es creer lo que no alcanzó San Agustín; pero la doctrina vocal, el rezo, la veneración a los Sacramentos, particularmente el de la Eucaristía, son dignos de ponderación". Estas palabras podrían seguramente resumir la actitud mental y espiritual del indio misionero.

Las adquisiciones culturales del indio, realizadas todas bajo el imperio religioso y dirección jesuítica, podrían resumirse así:

I. – Ajuste de las costumbres tribales, en el orden familiar, al esquema cristiano (abandono de la poligamia, del aborto, etc.).

II. – Abandono de ciertos hábitos colectivos o vitales (antropofagia, magia).
III. – Ajuste de la organización tribal e intertribal (cacicato, parcialidad) a un módulo superior, a través de la unificación en las actividades religiosas por un lado, de la organización del Cabildo por otra.

IV. – Obediencia y cumplimiento de las ceremonias externas del culto y de los sacramentos.

V. – Adquisición de hábitos urbanos y civiles: vestir, habitación fija, trabajo a horario, formación de conjuntos musicales, de coros, régimen de cabildo.
VI. – Adquisición de habilidades técnicas y manuales: aprendizaje de una agricultura estable, ganadería; oficios diversos; artesanías superiores.
Todas estas adquisiciones encuentran su denominador común en la influencia de la religión, en la cual el indio creyó reconocer principios semejantes a los suyos tradicionales; y en el respeto y confianza que el Padre supo inspirar al indígena.
 


BENEFICIOS PARA EL INDÍGENA

Protección contra los encomenderos. O evasión de su sistema, mejor dicho: Los guaraníes de Misiones decían con orgullo: "Ñandé Rey soldado niche, yo soy soldado del Rey. Tenían a menos en cambio servir a los españoles. Los indios aceptaban de buen grado ser súbditos, "mboyás" del Rey, pero no esclavos de un caraí cualquiera. Fue el beneficio básico; seguían:

I. – Protección contra el hambre, la necesidad y las fieras salvajes: El sistema de vida seminómade de esas tribus las mantenía en perpetuo alerta contra esos inconvenientes. La comida era para el indio cosa importante; y tenerla segura, un gran aliciente. "Si queréis tenernos contentos – decían – dadnos de comer, porque nosotros somos a modo de bestias, que siempre estamos comiendo" (20).

II. – Protección contra sus enemigos: Aleccionados por duras pruebas, los Padres comprendieron que en esta seguridad también estribaba el éxito de la conversión; y así les enseñaron a defenderse y les proporcionaron armas. Las ocasiones que a estos conversos se les dio de cooperar con las fuerzas de la colonia fueron un verdadero derivativo de su instinto guerrero.

III. – Las satisfacciones emocionales e imaginativas de un régimen dirigido por excelentes pedagogos que proporcionaban desahogos y estimulante: a su fantasía con la música y el canto; a su infantil vanidad con los cargos y lujosos vestidos; a su deseo natural de no ser oprimidos ni vejados, con un régimen paternal, del cual sabían que era una preocupación constante su salud y seguridad.

IV. – La curación y atención de sus enfermedades. Aun antes de la llegada de los españoles, epidemias locales arrebataban cientos de vidas entre los indios, diezmaban las tribus. A estas enfermedades locales se añadieron otras importadas – viruelas, etc.– Los Padres atendían, medicinaban y curaban a los indios, y esto acrecía su prestigio. "Si el Padre lleva medicinas y los sabe curar, los cautiva mucho más" (21).
 


PROSPERIDAD ECONÓMICA

Así constituidas y administradas las Misiones, el trabajo del indio en el campo y los talleres se tradujo en una prosperidad económica cuya cuantía resulta difícil de calcular. Se ha exagerado en uno y otro sentido. Hay quienes han hecho aparecer las Misiones como fuentes de fantástica riqueza, e inclusive atribuyeron a los Padres el descubrimiento y usufructo de minas de oro, presentándolos desbordantes de tesoros, describiendo iglesias deslumbrantes de artesonados, candeleros y retablos de oro macizo. Otros – jesuitas éstos – los presentaron punto menos que pobres de solemnidad. En el medio está sin duda lo justo. Es indudable que el trabajo del indígena y el comercio permitido y amparado por la Corona dieron margen a la creación de una riqueza suntuaria apreciable, como se verá en el capítulo V; pero tampoco es menos cierto que en la acumulación de estas riquezas el elemento más importante no fue, desde el punto de vista de la equivalencia económica, el oro conseguido por el comercio, sino el aporte laborioso y gratuito del indio y el régimen administrativo de las mismas Misiones, del cual se eliminó toda burocracia. Si las Misiones hubiesen sido efectivamente una fuente de riquezas, no tendría explicación el hecho de que apenas salidos los misioneros dejaron de serlo.
 


OPOSICIÓN A LOS JESUÍTAS

No es difícil comprender, tras de lo expuesto, que la obra de los jesuitas suscitase fuertes antagonismos. Arrebataban indios al poder de los encomenderos y estos veían disminuir sus ya magras posibilidades de fortuna y de vida regalada. "No queda ni un indiecito para traer agua o leña" se queja Fray Bernardino de Cárdenas en 1626. Ocupaban la porción más rica del país; no importa que esa porción fuese justamente aquélla que los colonos mismos se habían declarado totalmente incapaces de conquistar. Las Misiones estaban exentas de impuestos; para ellas no existían las trabas que obstaculizaban la prosperidad de esta colonia cenicienta. El comercio así les resultaba mucho más pingüe que a los españoles y criollos sometidos al régimen de portazgos en beneficio del puerto de Santa Fe.

El mundo entero tuvo en su tiempo los ojos puestos en las Misiones. Son muchos y muy diversos los juicios que esta empresa ha merecido: entusiastas elogios, feroces diatribas. Le han sido propicios espíritus nada sospechosos de ortodoxia; Voltaire y Montesquieu entre ellos; la han atacado hombres de iglesia, como el Obispo Cárdenas. Las acusaciones han sido de lo más diverso: desde la heterodoxia en la catequesis a la moral acomodaticia o la más desenfrenada avidez crematística combinada con la conspiración contra los derechos de la Corona. Se dijo que eran en su ámbito "más que reyes y papas" (22). Y en verdad, los hechos, prima facie, autorizan frases como aquéllas de "un estado dentro de otro estado" o "una república dentro de la monarquía española" (23). Se llegó inclusive a asegurar que intentaban erigirse en reino aparte; el "imperio jesuítico" de Lugones no es sino el último eco de una acusación que viene del fondo del XVII. Por seductora que sea la tesis, no se ha podido hasta ahora probar que en ningún momento tuviesen los jesuitas tal idea.

El más rudo ataque efectivo que hubieron de sufrir las Misiones fue el llamado revolución Comunera, acerca de la cual existe copiosa bibliografía que no ha agotado el tema. El movimiento terminó con la decapitación del idealista Antequera, y el desbande de sus partidarios. Se tradujo también en la suspensión momentánea de la Compañía (1724) suspensión que duró poco, pues fueron repuestos en 1728, aún antes de que la noble cabeza del soñador Antequera rodase cercenada de su ya difunto cuerpo en un cadalso de Lima.

La llamada "Guerra de los guaraníes" (1750) en ocasión del tratado de límites con Portugal (24), precipitó el final de las Misiones, proporcionando amplio pábulo a la propaganda adversa.

En 1767 Carlos III firma el decreto de expulsión; y en el plazo de tres días los jesuitas abandonan las Misiones, que pasan a la jurisdicción de las Juntas de Temporalidades.
 

SALDO DE LA LABOR MISIONERA

Las acusaciones de heterodoxia en la evangelización, o de pretender erigirse en república aparte, o de beneficiar minas, no fueron sino ángulos de ataque oportunistas: se atacaba entonces como antes y ahora y siempre, por donde la circunstancia ofrece más probabilidades de éxito; favoreciendo pasiones o intereses, buscando el punto flaco de instituciones y de hombres. Los intereses de orden económico desplegaron sin duda papel decisivo en cuanto movimiento antimisionero se desarrolla desde el principio para conseguir la expulsión. Naturalmente no actuaron solos, ni solos habrían quizá podido conseguir su objetivo; toda la tremenda efervescencia del pensamiento durante el XVIII actuó contra la empresa; pero no cabe duda de que aquéllos constituyeron el origen de toda actitud antagónica. No entra sin embargo en los límites ni en los propósitos de este trabajo, referirse a la historia de las Misiones en estos aspectos, sino en cuánto las condiciones de aislamiento y autarquía administrativa influyeron necesariamente en el desarrollo de las comunidades y por tanto en la formación de un ambiente y a través de éste en el acento integral de su labor.

Mucho se ha escrito sobre las Misiones jesuíticas, pero quizá falta aún la obra que de vértice a tanto contradictorio testimonio y realice el estudio desapasionado y a fondo que necesita y merece. Uno de los puntos cuya aclaración interesa más al historiador del arte misionero como al de sus aspectos sociales y al cual se ha hecho alusión antes, es el que se refiere a la medida en que el converso asimiló los elementos estructurales de la nueva cultura, aún dentro de las limitaciones señaladas. Es positivo que al tiempo de la expulsión, los indios no habían aprendido aun a gobernarse a si mismos, orientándose dentro de las condiciones de vida extramisioneras. Refiriéndose a esto dice George Pendle (25) que el propósito de los Padres "no fue desarrollar una civilización paraguaya", es decir, contribuir a la cultura colonial en cuanto síntesis local, sino domesticar al indio, y con él crear una sociedad ejemplar sin duda pero desconectada del proceso normal de mestizaje étnico y cultural de la colonia. La población india, así, se encontró, al tiempo de la expulsión, enfrentando el nuevo orden de cosas en manifiesta situación de inferioridad.

El sistema de los jesuitas fue tildado de estacionario, y no cabe duda de que lo fue – por lo menos dentro del plazo que la historia le concedió –. Pero la cuestión no termina con estas simples aseveraciones. Enjuiciar dicho sistema supone responder satisfactoriamente a más de una pregunta. ¿Podría ese régimen haber dejado de ser estacionario, y en qué momento, y cómo? ¿Permaneció el indio estacionario debido a las condiciones mismas del régimen, o se vio éste obligado a serlo en virtud de las características del indio? La adecuación de las condiciones de vida en las Misiones a las previas formas de vida autóctonas fue sin duda instrumento eficacísimo para la proselitización y conservación; pero, prolongada ella, ¿cómo podría llegar el indio por propia iniciativa a formas de vida más complejas, culturalmente hablando?... Pero, sobre todo – y esta pregunta encierra la clave de todas las demás: ¿podrían los Padres dadas las condiciones en que se desarrolló su labor, haber procedido de distinto modo?

Como se ha dicho ya, no toca aquí contestar estas preguntas. Sólo recoger los hechos concretos que condicionaron el fenómeno del arte misionero, en cuanto producto aculturado.
 


NOTAS
 
1) EFRAIM CARDOZO. El Paraguay Colonial. Buenos Aires 1958.

2) PADRE PABLO HERNANDEZ. Organización social de las Doctrinas guaraníes. Editorial Gustavo Gili, Barcelona 1913.

3) Los autores expresan que se llevaba en andas "la imagen del Santo Patrono"; otras noticias dan como más lógico que la imagen transportada en anda fuese la del nombrado San Isidro, Patrono de las labores agrícolas. Entre las imágenes que hasta hoy se tallan (populares) es proporcionalmente numerosa la de San Isidro. También es frecuente la de su mujer, Santa María de la Cabeza.

4) J. P. y G. P. ROBERTSON. La Argentina en la época de la Revolución: Cartas sobre el Paraguay. Bs. As. 1920.

5) BLAS GARAY. El comunismo en las Misiones de la Compañía de Jesús. En el volumen Tres ensayos sobre Historia del Paraguay, prólogo de J. Natalicio González. Editorial Guarania, Asunción, 1942.

También STORNI, Julio S. en El Comunismo Jesuítico Guaraní en las regiones del Plata. Editorial la Raza. Tucumán, 1940.

6) R. MONNER Sans. Misiones Guaraníticas (1607 - 1800) Pincelada histórica. Buenos Aires, 1892.

7) MOISES A. BERTONI. Historia de la civilización guaraní. Imprenta Ex Sylvis, Puerto Bertoni, Paraguay, 1927.

8) Parece ser que en los primeros tiempos se trabajó otra porción, el Tavamba’e o porción del pueblo, de carácter también común como el Tupâmba’e con el cual tal vez se fundió luego; a no ser que se instituyese con el beneficio de la yerba mate para el pago del impuesto individual.

9) DOCTOR FRANCISCO JARQUE O XARQUE: Insignes Misioneros, libro III, Capítulo 21, Nº. 3. Pamplona 1687.

10) PROVINCIAL DIEGO DE TORRES. Instrucción de 1609.

11) Reglamento General de Doctrinas. Por el Provincial PADRE TOMAS DONVIDAS. Aprobado por el P. General Tirso González en 1689.

12) Entre esos manuscritos, el de la obra escrita por el Hno. Pedro Montenegro (enfermero, farmacéutico y botánico) sobre plantas medicinales locales.
13) EFRAIM CARDOZO, V. s.

14) PADRE JOSE CARDIEL. Carta y Relación de las Misiones del Paraguay. Inclusa la obra del P. Pablo Hernández, Misiones del Paraguay; Organización social de las Doctrinas guaraníes de la Compañía de Jesús. Gustavo Gili, Editor, Barcelona 1913; y también; José Cardiel y su Carta Relación (1747) Librería del Plata, Buenos Aires, 1953.

15) PADRE PABLO HERNANDEZ. V. s.

16) PADRE JOSE CARDIEL. V. s.

17) PADRE JOSE CARDIEL. Carta Relación. Duda tercera, 15.

18) PADRE JOSE CARDIEL V. s.
19) DOCTOR FRANCISCO JARQUE. Insignes Misioneros. Libro III. Capítulo 5 Número 4.

20) PADRE JOSE CARDIEL. Carta Relación, Duda séptima.

21) PADRE JOSE CARDIEL V. s.

22) Memorial de ORTIZ DE ZARATE, en 1725.

23) GUILLERMO CABANELLAS. El dictador del Paraguay, Dr. Francia. Claridad, Bs. As. 1946.

24) Por dicho Tratado las siete Misiones Orientales pasaban a poder de Portugal. Los indios se rebelaron; se atribuye a los jesuitas haberlos incitado, y así guiado, a la rebelión.

25) GEORGE PENDLE. Paraguay: A Riverside Nation. London, 1958.
 
Fuente: JOSEFINA PLA - EL BARROCO HISPANO GUARANI. Editorial del Centenario S.R.L.
 
Asunción, 1975. Edición digital: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY.
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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