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ANTONIO ORTIZ MAYANS (+)
  EVOCACIONES DE LA ASUNCIÓN 1915 - 1930 (ANTONIO ORTIZ MAYANS)


EVOCACIONES DE LA ASUNCIÓN 1915 - 1930 (ANTONIO ORTIZ MAYANS)

EVOCACIONES DE LA ASUNCIÓN

(1915 - 1930)


ANTONIO ORTIZ MAYANS


Talleres Gráficos EMASA

Asunción – Paraguay

1967 (92 páginas)

 

 

PRÓLOGO

 

Antonio Ortiz Mayans recoge en las páginas de este libró que con propiedad intitula "Evocaciones de la Asunción 1915-30, el reflejo vital que emana del complejo de tipos, cosas, hechos y anécdotas de origen popular, característicos y a menudo, representativos de una época de la comunidad ciudadana en cuyo seno encontraron cuna humilde y ambiente propicio. Tipos, cosas, hechos y anécdotas que, en conjunto, ofrecen al escritor motivos y estímulos para perpetuar en la palabra escrita un fragmento de una larga tradición, no por olvidado o desconocido, inexistente.

Relatos breves. Crónica más que historia. Concretándose a los años de la primera juventud -los únicos que el autor vivió en la patria- aquellos que dejaron la más profunda huella en sus senderos, escribe con la sinceridad de quien, espontáneamente, viene a rendir un honrado testimonio que se me ocurre no sería incorrecto calificar de generacional. Nada de lo que narra, y de ello por viejos somos testigos, aparece desvirtuado por ese exceso de amor que deriva en sentimentalismo, ni distorsionado por la acción deformadora del tiempo. Atesora sus TESTIMONIOS en un libro breve -de breviario por el fervor que impregna sus páginas. Pequeña ánfora de arcilla nativa modelada en la melancolía de la ausencia, a la luz de la chispa que ilumina la lágrima proyectada sobre el pensamiento generador para aprisionar a solas, solo con su conciencia, las íntimas esencias del recuerdo. Prolongar en el minuto fecundo aquello que aparentemente pasa sin dejar rastros; entregar en sagrada loción a nuestros semejantes la gema que recobramos de los ENTIERROS del pasado; dotar de latido a los fantasmas familiares; hacer que lo fugitivo quede grabado en la meritoria colectiva con caracteres de perpetuidad. Perpetuidad que llega a confundirse con la eternidad toda vez que la visión rescatada nace en las fuentes del corazón.

O. M. nos presenta con escueta fidelidad y con cierto acento autobiográfico, una imagen -su imagen personal- de la Asunción de las primeras décadas del siglo, o dicho de otro modo, las últimas de la gran aldea, que en la perspectiva del tiempo conserva nítida nuestra memoria. De haber emigrado en plena juventud, de seguro no la reconoceríamos en el regreso. El autor nos dice lo mismo en estos términos: "Hoy colocado en el mirador del tiempo, nadie puede imaginarse lo que fueron estos lugares". Ciudad entristecida con sus días enfermos de estéril monotonía; sus noches silenciosas en cuyas sombras se agazapa, aleve, la asonada. Triste monotonía que se oculta bajo el manto floral que el trópico le teje para ocultar sus lágrimas y heridas. Pero no todos los días fueron estáticos ni todas las noches silenciosas. Hubo días de cruenta lucha en el viejo baluarte comunero, en que la pasión desatada en bárbaro holocausto, ensangrentó sus calles. Hubo noches, en cambio, que el grávido y ominoso silencio se trasuntó en la romántica melodía de la serenata y en la que en una madrugada de gloria cristalizó la guarania en armónico molde de gracia y poesía. Sí, querido Ortiz: -¿quién reconocería, ahora, el interminable arenal de Salinares; los baldíos de los altos de Antequera; el ubérrimo parque de nombre patricio y patriarcal, asentado en los terrenos del que fuera cementerio? -¿Quién podría siquiera imaginar el búcaro gigante coronando la cumbre del cerro Tacumbú, hoy casi a ras de suelo, agotándose, día a día, a fuerza de proveer piedra a empedrados y construcciones? -Ah! de la Asunción de los tranvías de tracción a sangre y de los días del Colegio Nacional, los más bellos de nuestra existencia, en los que nos fueron perdonados nuestros primeros pecados, felizmente veniales, contra las musas desprevenidas y benignas. Sólo el gran río y las riberas propicias no han cambiado. Río epónimo y ciudad civilizadora, el uno por Dios; la otra, por los hombres, traen en su destino un signo de eternidad.

El autor nos refiere lo que vivió, atento a la objetividad del relato. Nada de lo por él escrito en este libro le viene de segunda mano. Narraciones cortas; lenguaje claro, sencillo, escueto, sin el ornato de imágenes ni metáforas. Acuciado por el afán de presentarlas tal como en su hora se desarrollaron, las reproduce con espontaneidad, sin complicaciones. Porque esta sencillez de la que mana esencial sinceridad, contribuye por directa, a comprimir ahondando la emoción sin la interferencia de lo superfluo. Y cosa digna de observarse: actuando en un escenario propicio a la evocación de la tragedia, no dramatiza, elude deliberadamente toda referencia dolorosa que conturbe al espíritu, y fiel a su carácter en que se encarna una concepción optimista de la vida,  matiza sus relatos con la gracia juguetona que acompaña a la alegría del vivir.

Con este libro O.M. cronista, incorpora a la actualidad la presencia vital de sus recuerdos. Y si para los viejos reproduce emocionalmente una suerte de vida repetida; para los jóvenes, bien pudiera ser descubierto, vida recuperada en la imagen retrospectiva que reintegra la visión de la ciudad amada.

ARTURO ALSINA

 

 

BAJO EL CIELO DE ASUNCIÓN           

 

Un viajero dinamarqués que visitó Asunción dijo que los paraguayos tienen entre otras cualidades la de encontrar para las situaciones más difíciles o dramáticas, el lado risueño, el chiste oportuno. Es a través de ese cristal que vamos a mirarnos. Las palabras del viajero no son un simple piropo, ni una frase de diplomático halago a nuestra manera de ser. A través de esa opinión vamos a encarar estas líneas. Dejaremos de lado el perfil dramático o trágico de la vida. Bien es sabido, que al paraguayo, acostumbrado como está a la desventura, le parece la cosa más natural del mundo el infortunio y en vez de quejarse, por toda reacción, prefiere hacer bromas.

Vamos a mirar por aquella rendija de luz. Tal vez por eso, se tilde a estos apuntes de pintoresquismo, de tarjeta postal.

Tal vez...

Pero lo que relataremos aquí lo hemos palpado, lo hemos vivido al cruzar las calles de nuestra ciudad natal. Sí, lo hemos vivido, y en e1 peor de los casos, si es que eso es peor. . . lo hemos soñado, y demasiado bien se sabe, que los sueños son partes de nuestra vida y sirven muchas veces para embellecerla; para endulzarla...

Hemos apartado los motivos dolorosos o los lunares negros y grises, inevitablemente existentes en toda ciudad y sólo queremos mostrar los ribetes más amables.

Es cierto que el dolor abunda más y está más repartido en todas partes y la traición y la maldad acechan a la vuelta de una esquina, pero también es verdad que aún florece el jazminero y hay una luz encendida a la distancia, y es precisamente que de ese jazminero deseamos arrancar una flor y aquella luz queremos acercar a nuestra ventana.

Dedicamos esta obra a nuestra ciudad natal, obra adornada con muchos de nuestros mejores sueños, obra recatadamente optimista, aunque los genios de la hora actual lo consideren pasado de moda. (Lo actual es regocijarse con lo gris, con la maldad).

Y porque le dedicamos a nuestra ciudad, le quisiéramos cantar a cada una de las piedras de su duro empedrado que pisaron nuestras plantas con palabras de gratitud porque nos sirvieron de sostén o de alfombra y así pudimos caminar hacia delante.

Asunción: quisiéramos envolvernos en tu atmosfera y aspirar el aroma de tus flores, para cantar con la música de Eulogio Cardozo, ese caballero y noble amigo, retazos de nuestros ensueños:

 

Tus viejas calles saben de auroras

humedecidas con la canción,

en serenatas ante las rejas

que ponen rosas al corazón.

 

 



POR LOS CUATRO RUMBOS

 

En nuestras evocaciones empezamos a andar hacia los cuatro rumbos, es decir sin itinerario fijo, por calles, callejas, plazas, parques...

Nos encontramos en el centro geográfico de Asunción, que puede decirse que es coincidente con el foco comercial, cultural, universitario jurídico. A un paso, el Oratorio, obra construida por el arquitecto italiano Alejandro Ravizza y a unos metros más, el “petit boulevard”, con sus cien metros de adoquinado, pero un poco más cerca el antiguo edificio de los Tribunales (hoy desaparecido). Hacia el Este, y distante varias cuadras, la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, también en un edificio arcaico cuyo patio se halla separado por una verja, del Colegio Nacional. No muy lejos de estos lugares, la Catedral, la policía, la escuela militar, el Cabildo recostado sobre la barranca del río, adonde íbamos en rigurosa fila cuando éramos alumnos de la escuela primaria a cantar el Himno en los días patrios y luego oír los discursos de los funcionarios escolares, que no entendíamos, pero que al final aplaudíamos... Por la noche, en este sitio y en esos mismos días íbamos en "fila india" con los amigos del barrio a ver las primeras películas cinematográficas de nuestra vida, sin importarnos del frío que venía del rio en aquellos días de mitad de mayo. Estamos nombrando al cabildo, recinto augusto donde se debaten y se aprueban las leyes a la República.

Volvemos a andar. Dejamos atrás el espacioso y señorial edificio del Correo Central y el viejo coliseo municipal, donde hemos presenciado las primeras zarzuelas y representaciones teatrales de compañías extranjeras. (Estaba distante aún la aparición  de elencos nacionales). No nos detenemos en nuestra recorrida y así llegamos al local donde el poeta y periodista Facundo Recalde editaba "Guaraní” vibrante y chispeante periódico, con insuperables dibujos de Sorázabal (Chuchín) y de Amado Vega Zayas, con los risueños y sabrosos “Dialoguitos callejeros” de Julio Correa.

 

 

 

CALLEJON HISTÓRICO

 

Llegamos al Callejón Histórico, de donde salieron aquellos ilustres patriotas para arrancar el poder de las manos hispánicas.

En este callejón -como se sabe- se halla una casona vetusta, compuesta de varias piezas con pisos de ladrillos, pesadas puertas internas, amplias ventanas y techumbre de tejas.  

De esta casona salieron aquellos iluminados varones de la Independencia.

Callejón Histórico, hasta aquí veníamos cuando estudiantes las noches de oro y laurel del 14 de Mayo, portando encendidas antorchas o farolitos chinescos para entonar la canción inmortal. ¡Callejón histórico...!

 


COLEGIO NACIONAL

 

Esta es la casa por donde pasaron insignes ciudadanos que dieron brillo y prestigio a la Nación.

Ningún otro alero ha albergado a tantas esperanzas de la patria: presidentes, ministros, parlamentarios, jueces, hombres que nos dan lustre en las ciencias y en las letras han soñado desde estos claustros con un porvenir venturoso.

Estas paredes fueron las de un gran taller de orfebrería, donde se pulieron las joyas de la inteligencia. Pero si fue laboratorio y fue biblioteca, si se trabajó y se estudió; también la espiritualidad y la jovialidad estuvieron presentes. De este modo en este colegio hemos presenciado escenas de toda laya, muchas de ellas risueñas, bien explicables por cierto, ya que sus actores eran jóvenes, con energías sobrantes. Recordemos una de la que fuimos espectadores.

Fue una noche del 14 de Mayo. Esperábamos en el gran patio del colegio que se nos entregara un farol chinesco, con el que saldríamos en procesión cívica hasta el Callejón histórico. Los minutos transcurrían lentamente y la espera se hacía muy aburrida. Había que hacer algo. Alguien consiguió un farolito viejo y medio roto y tuvo la ocurrencia de colgarlo con un alfiler en la espalda de un estudiante, sin que éste se diera cuenta. Al caminar, movía el farolito de papel, lo que causaba la risa de todos. La hilaridad aumentó cuando se organizó una fila, la que se dirigió en demanda al que tenía el objete colgado, al tiempo que sus integrantes gritaban en coro.

-Un farol, un farol, un farol.

La víctima de la travesura no supo qué hacer, pero finalmente intuyó algo al ver que cada uno de los integrantes de la columna pedigüeña se palpaba las espaldas, por las dudas.

 


PARQUE CABALLERO

 

Allí estaba -está- el “chorro” famoso, hecho lago artificial o pileta de natación, donde hemos aprendido a nadar, junto con los muchachos de Asunción, y hemos aprendido sin maestros ni directores técnicos. . . Y hasta los distintos estilos de nadar: mariposa, espalda, pecho.           

Aquí, por nuestros propios medíos hemos practicado ese deporte tan higiénico, tan sano, tan necesario y útil.

Chorro Caballero, así te nombrábamos. Lo de parque no nos interesaba, Asunción, por otra parte, era un inmenso parque.

Íbamos cantando, alegres, a sumergirnos en el chorro, mejor dicho en el estanque formado por el hilo de agua que venía de un manantial cerca.

Chorro Caballero: Desde lo más alto de la cúspide de nuestros sueños queremos esparcir en tu estanque las flores de Asunción como homenaje de nuestro afecto más puro y de nuestro recuerdo agradecido.        

 

 

ANDANDO...

 

Seguimos nuestro caminar por una calle cualquiera, y nos encontramos frente a la casa de la bella Margot, que mereció unos versos admirables de Herib Campos Cervera, nuestro inolvidable, Campito.

Allí vivía la novia del poeta, donde se realizaban amenas tertulias, en las que se hablaba de los acontecimientos de actualidad, se comentaba algún libro, se matizaba con un chiste o se recitaba poesías.

Muchas veces; en las noches estivales, la reunión se hacía en la vereda, sentados los contertulios en cómodos sillones.

Recordarnos que una vez al ser preguntada Margot por uno de los visitantes, si qué le parecía el nuevo y rico pretendiente que le habia aparecido, de apellido Vera, que intentaba aguarle la fiesta a nuestro bardo, la muchacha respondió:      

-Ser Campos... no es ser Vera…

 

 

EL HOGAR DE UN MAESTRO

 

El transeúnte desprevenido pasa frente a una casa modesta, como todas las de esa cuadra, sin haberse dado cuenta de que allí vivía el profesor don Alfonso B. Campos, padre ejemplar, maestro querido y respetado de muchas generaciones.

Al profesor Campos se lo vio actuar con dignidad en los momentos cruciales para la colectividad asuncena.

Paladín de la cultura y de las causas nobles fue el consejero y el patriarca, que sabía orientar con la palabra justa y sensata, dirigió durante 25 años la Escuela de Comercio Jorge López Moreira, primer instituto en su género en nuestro país, que él fundó, y del que egresaron millares de jóvenes con titulo y capacidad suficientes para ejercer con idoneidad y responsabilidad la Profesión de contador.

 

 

LA SALAMANCA

 

Andando… llegamos a la Salamanca, lugar boscoso, de nombre eufónico que nos evoca los días infantiles.

Situada en la zona sur de la ciudad,  a varias cuadras de donde concluía la línea de edificación y mas allá de las canchas de futbol de los clubes Nacional, Sol de América y Atlántida, se hallaba la barranca semioscura con sus sugestiones y leyendas. Especie de gruta vegetal, llena de árboles, arbustos y malezas, por donde corría un hilito de agua. Estas características hacían de la Salamanca el lugar atrayente, por lo que no en vano se le elegía para las rabonas de los escolares, a quienes les parecían encontrarse en  las praderas del paraíso.

(Como se ve, ésta no es la Salamanca, lugar infernal y de ruidos tétricos y espeluznantes que nos describe Ricardo Rojas en su famosa obra "El país de la selva")

Además para deleite del visitante, aquellos arbustos surtían de frutas silvestres: allí estaba el sabroso arasá o guayaba, el no menos sabroso araticú o chirimoya junto con el       yvapobö, u otras frutas gustosas. Recordamos al arasá, tan delicioso, y así no parábamos hasta consumir seis, ocho o diez de ellos, sin pensar en lo que nos esperaba después...; aunque, quién es el niño o el adolescente que piensa en las consecuencias de sus actos. Un estreñimiento agudísimo nos hará recordar las consecuencias de que habíamos pasado la medida de lo conveniente.

 

 

UN MÉDICO DE YUYOS

 

Ahora estamos frente a una casita suburbana, donde vive un médico prestigioso entre la gente del pueblo. Daniel López se llama, aunque nadie se acuerde de su nombre y apellido. Es más conocido como Médico Yu'ai y la gente humilde así lo llama y le tiene fe y confianza. En el refranero guaraní sé halla inscripto el testimonio de su nativa y empírica ciencia: Icatú ayavi  jhe'í Médico yu'ai (Puede ser que me equivoque, dice el Médico yu'ai . Lo cita el pueblo este dicho para demostrar que no está errado; tal como solía expresar nuestro recordado personaje.

            Esta demás aclarar que para las personas medianamente cultas, era motivo de mofa su modo de recetar. Así por ejemplo cuando decía: "para el jarro"; significando que se debía beber o así también cuando recetaba alguna yerba medicinal de nombre curioso, como es el caso aquel cuando recomendó "un puñado de oreja de gato" o de "milhombre", nombres de yerbas con propiedades curativas.

En cierta ocasión, un pillastre quiso probar la capacidad de nuestro médico, y con ese fin le llevó una botella conteniendo orina de caballo, pensando en que le iba a desorientar a nuestro personaje, pero éste, inmediatamente al ver el contenido de la botella, dirigiéndose al visitante le dijo:

-A tu caballo le falta descanso. . .

 

 

UNA CASA EDITORA

 

Calle Antequera esquina Progreso una casita cubierta de plantas con olorosas flores: resedá, jazmín de Paraguay, rosas... Se oye el ruido característico del accionar de una Minerva. . . Sobre el cerco, y a un costado de la puerta de entrada un cartel en alto con las palabras ZURUCU'A - EDITORIAL PARAGUAYA. Así estamos nombrando a la casa-taller del bardo más entrañablemente querido del Paraguay, Manuel Ortiz Guerrero, el poeta lázaro.

No vamos a Hablar de la vida ni de la obra del autor de "Surgente" harto conocidas ambas.

Evocaremos únicamente cuando una madrugada, con unos músicos bohemios fuimos a derramar melodías a la citada casa-taller, donde moraba el poeta, quien al oír los primeros arpegios abandonó rápidamente su lecho y vino a nuestro encuentro.

Con un gesto sublime de renunciamiento -para no darnos la mano- alzando los brazos hacia la alta noche estrellada, al tiempo que emocionado y agradecido nos decía que no era a él que debíamos llevar serenata, sino a las mozas que alumbran nuestro camino y endulzan nuestra vida...

Y nosotros recordamos que fue aquí, donde en compañía de Dalmacia, su abnegada mujer, que se dio a la estampa la primera edición de nuestro "Diccionario castellano-guaraní" de 64 páginas.

 


LLEGAMOS

 

Terminamos el recorrido en nuestra casa. Entramos. Subimos los cuatro peldaños del zaguán. Abrimos la puerta cancel y nos encontramos con nuestra

 

M A D R E,

a quien le dedicamos estas palabras

 

Son las piezas, el patio y la cocina

estrecho marco o rústico escenario,

por donde vas y vienes; no declina

tú emperro en el bregar, ni tiene Horario.

 

La dación de tu vida se diluye

en cien faenas. Silenciosa, oscura,

tu actividad febril se distribuye

entre él fuego, la plancha y la costura.

 

Veo cómo comienza la jornada;

tu fervor no posee un altibajo;

ya en el canto augural de la alborada,

cuando sacas el agua del aljibe;

ya si cumples el más alto trabajo,

la llama de tu amor no va en declive.

 


UNA CALLE

 

A Virgilio Molas y Carlos A. Solano López, ayer en nuestro corazón y siempre en la luz de dos estrellas:

 

Un lugar especial merece, en estas evocaciones la calle natal, que es al mismo tiempo de nuestra niñez y de la mocedad. Así hemos nombrado á la calle Paraguarí, la calle por donde más hemos transitado,  sobre todo en un gran tramo de ella, ya que en su nacimiento,  en la playa del río, en la zona de la Chacarita, hemos llegado muy pocas veces:

Aproximadamente 200 m al Sur -corre de N. a S.- empieza la calle propiamente dicha y se halla empedrada: Atrás queda una ancha brecha con tierra negra. Algunos árboles dan sombra a los ranchos de adobe y paja o de lata y madera esparcidos por los alrededores. Por allí existe un basural, donde las gallinas y otros animales sueltos del pobrerío encuentran alguna comida en qué entretenerse...

Como decíamos, a 200 metros del río empieza la calle, que es la arteria principal del barrio. Aquí convergen varios caminos vecinales y gran cantidad de sendas que provienen de las viviendas del barrio. El empedrado da categoría a esta vía que comunica con la ciudad. A unos centenares de metros, el edificio del Ferrocarril Central corta la dirección y a continuación es la Plaza Uruguaya, que interrumpe su rumbo, aunque sólo es para tomar empuje y reanudar el camino y la ascensión, porque de ascensión. se trata.

Estamos así en la esquina que hace esta calle cocí la de 25 de Mayo y allí nos encontrarnos con el -Gimnasio Paraguayo  nobilísima institución dedicada a difundir la cultura y el arte. En este lugar siempre veíamos al gran pintor Juan Samudio, atendiendo con celo la administración del instituto.. En la esquina siguiente, una gran casa comercial y a su frente como paradoja increíble el modestísimo hogar de una hermosa estudiante normalista, verdadera encarnación de la beldad, en los paseos y bailes estudiantiles fue elegida más de una vez, sin discusión alguna; bella entre las bellas. (De exprofeso no hemos dicho reina, aunque así fue designada, pues como demócratas, somos alérgicos a los términos de la realeza). En la otra cuadra el hogar  de una noble maestra, María Rolón, una de nuestras directoras en la escuela primaria. Más al Sur, llegamos al hogar de la recitadora Dora Gómez Bueno, (hoy enaltecida con el nombre de Poetisa de Asunción). En la cuadra siguiente el lírico y soñador Gaspar Trinidad, que luchó junto con Chuchin Sorazábal y así sostuvieron los últimos números de la revista literaria "Juventud", antes de su naufragio... Y en esta misma cuadra, Alejandro Guanes, una de la figura más grande de nuestro Parnaso, el eminente autor, de "Las leyendas", para llegar a la cúspide de esta calle. Es precisamente en esta altura que viven varias personalidades: el ingeniero Agustín Muñoz, profesor nuestro en el Colegio Nacional y director general de Correos y Telégrafos, la familia de, los nietos del mariscal Solano López, don, Gabriel Molas de quien hablaremos nuevamente, es además padre del poeta Mariano A. Molas, el doctor Juan L. Mallorquín, prestigioso hombre público. Y finalmente no omitiremos en recordar, por un falso pudor, a nuestro padre, el doctor Gregorio Ortiz, que fue camarista 'y presidente del Tribunal de jurados. En la esquina de Aquidaban y Antequera, una figura ilustre en la cultura paraguaya, el doctor Ignacio A. Pane.

Pero no nos apartemos de nuestra calle y retornemos a la zona de nuestros juegos infantiles. A unos quince metros de nuestra casa se hallaba un terreno baldío que ocupaba un cuarto de manzana con un frondoso Ybapobo a su frente y otro más hacia el fondo. Este era el lugar de nuestros juegos y travesuras infantiles. Aquí hacíamos remontar la pandorga -barrilete, cururú (sapo), bomba o estrella-; aquí era él juego de la bolita; del trompo o del pido-palo (billarda). .

Este terreno "de nadie", aunque parecía ser de nosotros, estaba cruzado por un sendero en diagonal, para ganar camino, con el fin- , de llegar á la otra calle-(siempre hay, que ganar algo en la vida). Con los compañeros de la infancia, en ese sendero practicábamos un foso de más o menos 30 centímetros de profundidad. Lo atravesábamos con finos palitos, lo tapábamos con papel y lo cubríamos con tierra del sendero. Una vez terminada la tarea nos trepábamos en uno de los árboles mencionados, esperábamos que alguien pasara por el lugar y. . . que se cayera en el foso y así ver cómo reaccionaba. Lo deseado y previsto no tardaba en ocurrir, con la consiguiente alegría de los que oficiábamos de espectadores y el natural susto y la protesta del transeúnte que había caído en la trampa.

 

Y los recuerdos se hacen canción. .

 

Callecita de mi infancia, donde tantas travesuras

he gastado cuando niño con muchachos de ni edad,           

alternando así los juegos con las bromas y diabluras

no sentíamos los tumbos de ninguna adversidad

 

Cuántas veces te he dejado, otras tantas te he añorado

Y he sentido la nostalgia de tu aroma de jazmín;

vieja calle de mi infancia donde ayer tanto he jugado,

sin pensar que todo un día se evapora y tiene fin, . . .

Y pulgada tras pulgada fuiste mía cada día,

cada casa, cada esquina, fueron partes de ni ser;

porque oyeron mis palabras y sintieron mi alegría

que era canto de inocencia y era nuncio de placer. . .

 


PLAZA URUGUAYA 


La primitiva y humilde Plaza San Francisco es hoy una de las principales plazas con que cuenta la ciudad, tanto por su hermosura como por su ubicación.

Abarca cuatro manzanas, en un lugar eminentemente comercial. Uno de sus costados, el que da al Norte, hace frente a la estación del ferrocarril, lo que origina un movimiento inusitado en las horas de llegada y salida de trenes, especialmente el internacional. Se convierte en aquellos instantes, sobre todo en los momentos previos a la llegada, en un gran salón de espera para las personas que van a aguardar a los viajeros y también para quienes van con mucha anticipación a tomar el tren.

Con los acordes de una buena música, ejecutada por la Banda de Músicos de la Policía de la Capital, en las noches de retreta, cientos de encantadoras damas se pasean alrededor de la plaza o por los caminos internos que la atraviesan, dándole animación, colorido y belleza.

Y glosamos las palabras de nuestro vate máximo: "Plaza Uruguaya, selva aromada". Así cantó Ortiz Guerrero en un poema dedicado a nuestra capital, en versos que hoy entona el pueblo como un homenaje a los rincones florecidos de Asunción.

Se observan en esta plaza, caminos de piedra y senderos tortuosos; estatuas medio derruidas, por la acción implacable del tiempo y árboles de las más variadas clases: desde el esbelto pindó hasta nuestro tropical palo borracho, más conocido con el nombre autóctono: sámu'ũ. Otros árboles antañosos quedan superviviendo a nuestros bravos vendavales que conjugan el verbo de igualdad con nuestras borrascas intestinas. Las plantas de adornos también se ven en este paseo y muestran al viandante rosas y claveles.

Sus largos bancos de madera, que no saben del seudo modernismo de los asientos de piedra, invitan a descansar cómodamente y a respirar a pleno pulmón el oxígeno que exhala esta "selva aromada".

Los fotógrafos, que son sus adoradores infaltables, le dan un .color exótico y universal a esta plaza asuncena. Ante estos fotógrafos, las gentes humildes del pueblo: criadas, marineros, conscriptos "posan para la posteridad, si bien la intención es más modesta, las fotografías son enviadas a los  familiares que quedaron en los lejanos Villorrios campesinos y allá se exhiben en los ranchitos paraguayos.

Fotógrafos de los pobres: ¡cuánta alegría regaláis así a nuestras sufridas gentes, y cuántos recuerdos promovéis a sus vidas modestas y sacrificadas! Y vosotros sois, con vuestro trabajo tan simple, los que dais universalidad a este paseo de Asunción, pues no existe plaza en el mundo donde estos poetas del recuerdo no faltan.

Vieja Plaza San Francisco, coqueta Plaza Uruguaya en la actualidad, eres punto inicial de líneas de ómnibus, autos de alquiler y de tranvías, que te circundan con sus vías de hierro por tus cuatro costados, como para aprisionarte y estrangularte, pero vano intento: tu alma es gemela a la de las aves que pernoctan en tu seno, se remonta y vuela, haciendo imposible toda opresión.

 


CERRITO ANTEQUERA

 

Estamos frente a la estatua de la Victoria,  levantada en la cúspide de uno de los altozanos más pintorescos que posee la ciudad.

Para llegar a asomarnos a la balaustrada que enmarca al monumento hemos ascendido por innúmeras gradas en la calle que lleva el nombre prócer y atlántico de José de Antequera, aquel que pronunciara en tierras de América, mucho antes que se hiciera lo mismo en la Revolución Francesa, la frase mayúscula de Vox populi vox dei.

Hemos llegado hasta el pie de la estatua y dirigimos la marida hacia el Norte y mientras contemplamos la hermosa perspectiva que se nos ofrece a la vista, recordamos que en un tiempo el lugar que nos sirve de punto de observación fue un laberinto intrincado de malezas crecidas sobre el roquedal. Pero no todo era hierba inservible. Allí crecía el araticú, un arbusto silvestre de fruto amarillo y bastante agradable y se hallaba en sus cercanías entre otros yuyos el caarurupé de raíz jugosa y medicinal. No muy lejos, se alzaba un yvapovo frondoso con sus ramazones que nos proporcionaba una fresca sombra; más allá, junto al cerco de una vieja casona, se encontraba un antáñoso cedro, de madera preciada, y por todas partes, él transeúnte pisaba las yerbas que se arrastraban, y se clavaba con los abrojos.

Eso era el antiguo "cerrito". El progreso llamó a su puerta y lo vistió con un monumento.

HOY, colocado en el mirador del tiempo, nadie puede imaginarse lo que fueron esos lugares. Los que en la actualidad lo contemplan sin haber conocido su antigua fisonomía no imaginaran ni creerán en lo que hemos descripto, o sea, en los andurriales desaparecidos.

Y al levantar la vista, hacia su futuro destino, tenemos la certeza de qué quedará así, que no sufrirá cambios ni reformas de ninguna especie. Nada o muy poco cambiará, probablemente, y permanecerá inmutable como el estupendo paisaje que se nos ofrece desde el mirador de aquellas balaustradas, de donde se divisa una parte de Asunción, salpicada de una vegetación exuberante, resaltando, no muy lejos, la de la Plaza Uruguaya.

Más allá se divisa el azul del rio, que se recuesta en el horizonte.

 


CIUDAD SILENCIOSA

 

Asunción, puede decirse, se caracteriza por lo silenciosa. Pareciera querer reconcentrarse en sí misma. Pocos lugares de esparcimiento, de bullicio ensordecedor.

Ciudad hecha, más para el estudio, la meditación y el ensueño.

Sobre todo para el estudio. Es así que un porcentaje grande de hogares posee su biblioteca. Es un mueble indispensable en una casa asuncena y es difícil que hasta en el rancho más humilde no haya un libro en algún rinconcito de la habitación.

Ciudad sin mucha estridencia ni bullanguería; sólo los domingos por la tarde, en los partidos de fútbol, el ciudadano de la capital paraguaya saca sus pulmones afuera para estimular a su club favorito, llámese éste Cerro Porteño, Olimpia, Guaraní, River Plate, Libertad, Nacional, Atlántida, Sol de América, Presidente Hayes.

Silenciosa y casta.

Es raro escuchar palabras obscenas en tus calles, vías y rutas. Y esto hasta entré gentes indoctas, y por más que discutan acaloradamente. Se irán a las manos, antes que gritar inmundicias. Y aunque las desavenencias ocurran entre muchachos que juegan en plena calle, bien distante de la vigilancia rectora y severa de los padres.

Silenciosa y casta.


ÍNDICE

 

PRÓLOGO

BAJO EL CIELO DE ASUNCIÓN

Por los cuatros rumbos

Callejón Histórico

Colegio Nacional       

Parque Caballero

Andando

El hogar de un Maestro

La Salamanca

Un Médico de Yuyos

Una Casa Editora

Llegamos

ENCUENTRO CON CAPECE FARAONE

RIO PARAGUAY

ARROYOS

ARBOLES, ARBUSTOS, YUYOS

 

II PARTE

 

LOS BARRIOS

Por el Suburbio

UNA CALLE

PLAZA URUGUAYA

CERRITO ANTEQUERA

CIUDAD SILENCIOSA

MUJERES

No están más

BROCHAZOS ASUNCENOS

EL ÑANDUTI

EL TRANVÍA

EL GUARANÍ

MÚSICA EN LA NOCHE

LA CASA DONDE FALLECIO SARMIENTO

Tríptico: ACEITE, LIMON Y SAL

 

III PARTE

 

PERSONAJES DE LA CIUDAD

Piloto del Ambiente

Mateo Ca’ú

Mbopí Pucú

Toro Tingüé

General Resquín

Felicísimo

Canuto Rivero

PLATA YVYGUY

CRUCES

TRAMPA TRAMPA

ESCUELA INDEPENDENCIA

NAVIDAD

UN ASUNCENO POR EL MUNDO

EX LIBRIS






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REPÚBLICA
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