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RICARDO MAZÓ (+)

  EL AGAPE DEL POETA LAUREADO - Narrativa de RICARDO MAZÓ


EL AGAPE DEL POETA LAUREADO - Narrativa de RICARDO MAZÓ

EL AGAPE DEL POETA LAUREADO

Narrativa de RICARDO MAZÓ

 

 

 

(De la colección «APOLOGOS PARA OTRO TIEMPO»)


Con motivo de celebrar la vigésimaquinta edición de su libro «Cantos a mi Rey», el Poeta Laureado decidió ofrecer una gran fiesta a la que invitarla a Su Majestad y a los cortesanos más encumbrados del Reino.

A pesar de que era recibido anualmente en el Besamanos Real, y de que a veces el Rey se dignaba saludarlo pasajeramente en las Reales Ceremonias, el Poete Laureado no pudo llegar hasta la Real Presencia para invitar personalmente a Su Soberano a asistir al laudatorio convite. Razones de Estado e Internacionales limitaban en esos días las audiencias de Palacio a los Visires del Reino, a algunos miembros del Real Séquito y a los Nobles Extranjeros que proyectaban castillos fabulosos para mayor gloria de la Soberana Gestión.

Consiguió sin embargo el Poeta Laureado que el Real Protocolo hiciera llegar a manos de Su Majestad una tarjeta que el anfitrión preparó especialmente para el efecto: una lira dorada con sus iníciales estampaba la primera hoja y abajo se leía el sumiso ruego de la Real Presencia. Al abrirse la tarjeta aparecía una oda impresa en púrpura dorada, oda que sería incluida como glorioso colofón de la Edición de Oro del celebrado y único libro del Poeta Laureado, «Cantos a mi Rey».

Su Majestad abrió la invitación, la hojeó brevemente, la consideró por un instante, y terminó marcándola con una cruz somera. La noche del ágape podría ir tranquilamente a pescar anguilas en el Lago Real, acompañado de unos pocos miembros Íntimos del Real Séquito.

Una vez que el Real Protocolo le informó que Su Majestad no podría asistir al convite por Razones de Estado y de Salud, el Poeta Laureado se desconsoló un tanto, pero reaccionó con un gesto de nobleza: hizo alistar su calesín y llegó hasta la morada de su viejo amigo el poeta pobre y lo invitó a su ágape.

El poeta pobre, quien ya solamente tenía un pretexto de toga y una lira antigua, aceptó la invitación emocionado y hasta derramó unas lágrimas, porque era todavía muy sensible y a veces incluso sentía hambre: su viejo amigo, el Poeta Laureado, lo había tenido en cuenta.

Y fue así que el poeta pobre esmeró su toga, desempolvó su lira y, atajando por pedregales y recorriendo luego suntuosas avenidas, se adentró en la mansión donde se celebraba la fiesta.

No se podía criticar la munificencia del ágape. Y la ausencia de Su Majestad resultó más bien conveniente, porque los comensales, todos ricos e inclusive algunos ya cultos, expresaron su fidelidad al Rey con frases tan altisonantes que talvez hubieran sido incomprendidas por el Soberano. Además, solo la espirituosidad del ambiente les permitió decir a algunos en público lo que sus lenguas apenas si pensarían musitarlo en privado.

Un noble de maneras distinguidas y con cuatro o cinco castillos en el Reino hizo un elogio breve del Poeta Laureado y pidió tener la honra de cantar, con un brindis previo, la última oda del anfitrión en honor al Rey. El brindis previo fue breve, ya que la expectativa lo urgía. Pero demás está decir que cantada la oda, no terminaron de vaciarse las copas tan repetidamente que algunos brazos llegaron a cansarse. Entretanto, el Poeta Laureado se encendía de gozo. Y si bien por segundos lamentaba la falta de la Real Presencia, se sosegaba íntimamente con la seguridad de que Su Majestad sabría luego y con todo detalle el desarrollo de ese acontecer que en realidad y el fondo, iba dedicado más al Real Honor que a su celebrado libro.

Llegó sin embargo un momento del ágape en que un cortesano notó la presencia del poeta pobre, quien relegado en un oscuro lugar del convite pulsaba a veces instintivamente las cuerdas de su lira. Y fue así que pronto se sumaron las voces pidiendo que él también cantase una oda al Rey. El poeta pobre, agobiado no tanto por los años como por la miseria, aceptó intentarlo. Comenzó a afinar su vieja lira y, cuando logró una melodía para iniciar su canto, las cuerdas empezaron a soltarse. El poeta pobre dejó caer su instrumento y abandonó el ágape humillado y dolido.

Ya casi amanecía. Sus invitados idos, los velones apagándose, el Poeta Laureado miró los restos del banquete y se dispuso a descansar. Pellizcó un bocado que sobraba en una fuente y tropezó con la lira del poeta pobre. La recogió, la miró y se la llevó consigo a sus aposentos. Al día siguiente la mandó reencordar y luego él mismo retocó el dorado de las molduras. Era antigua, pero quedó remozada.

Y fué así como el Poeta Laureado tuvo una nueva lira para cantarle a su Rey.

 

 

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REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

LOR NARRADORES

N° 3 – 1979 – ASUNCIÓN

Ediciones COMUNEROS

Asunción - Paraguay

 

 

 

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