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LUIS MARÍA MARTÍNEZ (+)
  CONSIDERACIONES SOBRE EL ARTE - Ensayo de LUIS MARÍA MARTÍNEZ


CONSIDERACIONES SOBRE EL ARTE - Ensayo de LUIS MARÍA MARTÍNEZ

CONSIDERACIONES SOBRE EL ARTE

Ensayo de LUIS MARÍA MARTÍNEZ



A veces, mucho echamos de menos, a la verdad tan manifiesta de que el arte se nutre de la vida, y más aún, cuando un desvaído cuadrante artístico nos conduce no hacia una eufórica primavera henchida de augurios felices sino hacia el casi entre morirse de un instante de otoño...

El arte es el espejo de la vida, de esa que es esencia y atributo de nuestro planeta, reflejada en múltiples variantes. Pero a esta verdad tan sencilla y tan clara muchas veces se la echa, para mal, en olvido. Bien viene al caso la sabia sentencia que nos señala: “Cuando el verano es invierno y el invierno verano, nunca es bueno año”. Así también, el arte que no abreva en la vida y se amaña para darse con ingredientes artificiosos, se torna en algo falso y nunca será “buen arte”, porque confunde sus valores, es decir, sus veranos con sus inviernos. Será apenas técnica, salto fátuo o esguince.

Porque el arte que es un testimonio, un dar fe de lo visto o vivido, de lo conocido o experimentado, mira siempre tras el cristal de la vida, ese árbol verde e inagotable que se renueva a velocidad de ráfaga y que odia la muerta quietud de la piedra. Por algo cuando se aspira a ensalzar una buena obra de arte se acuda al elogioso calificativo de “obra llena de vida”, con lo que se quiere significar que encarna actitudes y situaciones realmente vitales, afines al hombre de carne y hueso. Y estas actitudes y situaciones son prontamente descubiertas y reanimadas en el espíritu del hombre medianamente culto, en automático e impensado cotejo con su propia experiencia. Y esto es explicable: el artista y el público tienen un común trasfondo humano que los une y los identifica. Lo que los diferencian son los grados de sensibilidad con que sintonizan sus respectivas experiencias, traduciéndolas de conformidad con ella.

La fuerza con que se manifiesta algún sentimiento depende en alto grado de la fuerza y profundidad con que el mismo se ejercitó en nosotros. La herramienta artística viene por lo demás a darle mayor brillantez y energía. Pero siempre es el tema o el contenido el que otorga valor a la forma, el que lo eleva a un plano superlativo. Es lo que la médula en cualquier organismo viviente, sin cuyo concurso la máscara que lo reviste no pasa de ser un mero pellejo inanimado.

Hace bastante tiempo que Goethe orientaba muy bien al respecto: “que nada hay más importante que los temas, y qué es toda la estética sin ellos?”.

Esto hace que el artista debe manifestar un especial interés por conocer la vida en sus más diversos aspectos, por lo que nada hay de más perniciosa que la de una posición marginal y olvidadiza con respecto a la misma. Esa indiferencia, sin lugar a dudas, le resultará a la postre contraproducente, porque el pozo personal, por muy ancho y hondo que sea, se agotará como el mejor de los pozos.

Atinamos a creer, pues, que los grandes creadores habrían sido como águilas poderosas e inagotables que supieron ejercitar sus alas bajo diversos cielos y en medio de las porfiadas tempestades. Sin embargo, acaso no pensamos un tanto en el cuervo parsimonioso y de vuelo repetido, cuando recordamos al artista que se empeña y se centra únicamente en sí mismo, batiéndose ridículamente con su propia sombra...?

Es cierto, hay maneras y maneras de ponerse en contacto con la realidad y la vida. Para ello no es preciso, ni mucho menos, que el artista arroje sus instrumentos y se transforme en un trotacalles para ir reportando simplistamente algunos aspectos de la actividad humana. En ese sentido han habido muchos creadores que se mantuvieron preferentemente entre las cuatro paredes de su estudio, pero sin embargo al decir de Azorín “han creado nuevas visiones de las cosas, han troquelado flamantes, desconocidos valores intelectuales; han sido, en suma excitantes y levaduras poderosas de la marcha humana”. ¿Cómo es posible que esto sea así?

El mismo Azorín da una respuesta sobre el particular, manifestando que muchos de esos creadores se mantuvieron muy cerca de la vida ‘'porque se encontraron seducidos por ella”, “hechizados por la otra acción: por las idas y venidas, el afanoso tráfago, las agitaciones populares, las empresas industriales, los largos viajes. “Es decir, que antes que cerrar los ojos y los oídos a los acontecimientos humanos, los mantuvieron bien despiertos y vigilantes, porque supieron entender muy acertadamente que esa “otra acción” les podía facilitar la levadura esencial para sus obras, sin la que empalidecerían y se agostarían irremediablemente. La actitud de solitario sería lo negativo.

Ahondando un poco más estas últimas consideraciones, podemos afirmar que el mismo artista decide en su etapa inicial y anticipadamente, la suerte de su obra, la que depende esencialmente de la actitud que adopte frente a la vida y de su disposición para comprenderla. Y esto no podrá conseguirlo si se adapta a fórmulas muertas o preestablecidas, siguiendo patrones fijos que harán imposible todo movimiento a su vuelo imaginativo. Precisamente con el elemento vida, la fantasía y la imaginación adquieren fuerza y consistencia y maduran ejerciendo con plenitud su acción.

Es bien sabido que hay un arte que se aparta de la vida y que ve las cosas desde un ángulo poco adecuado, un ángulo muerto y que tiende al engaño. Es un arte que enuncia pero no afirma nada y que se sustrae miedosamente de la realidad quedando en sus atuendos formales.

Fue Kant precisamente quien articuló los basamentos de ese arte con aquello de que “sólo poseen belleza los arabescos, las combinaciones de colores, el libre juego de los sonidos, los tapices, etc., cosas que no significan nada, que no se enlazan con ningún objeto exterior”. Deteneos a paladear un momento esas llamativas definiciones de “cosas que no significan nada”, “que no se enlazan con ningún objeto exterior”, para entender bien pronto que en ello hay un intento evidente de divorciar el arte de la realidad de los objetos y de la vida, en fin. Sin embargo, el arte no es ningún “coto de caza” donde el individuo puede hacer lo que se le venga en gana, emborrachándose con sus propios excesos mentales. Muy por el contrario el arte está ligado a todo lo circundante: a la vida, al hombre, a la sociedad, a toda la humanidad, a los que se halla unido por lazos imperecederos y profundos.

Esto no debe inducirnos a un desprecio de la forma. De ninguna manera. Pero es tan cierto que no debe perderse de vista que no puede haber arte sin contenido, arte que quede reducido a un solo elemento. Harto sabido es que la obra de arte debe integrarse por la aglutinación recíproca de forma y fondo, de tal manera que se complementen mutuamente y se obtenga una obra rica en contenido y bella y esplendorosa en forma.

La fantasía por sí sola no basta. Para que ejerza positivamente su acción es preciso que esté vinculada a la realidad, para que adquirierea plena vitalidad. No otra cosa es lo que nos enseña precisamente un compatriota de Kant, Lessing: “evidentemente, yo trato de influir por medio de la imaginación sobre la razón de mis lectores. Estimo que no solamente es útil sino también necesario revestir de imágenes los argumentos y designar con alusiones todas las ideas accesorias que tales o cuales imágenes suscitan. Quien no comprenda nada de esto debería renunciar a ser un literato, pues todos los buenos autores no han llegado a ser tales sino por este medio. “Fijaos que Lessing no dice “construir sólo con la fantasía” sino “revestir de imágenes los argumentos”, coincidiendo con el punto de vista goethiano de que nada hay más importante que los temas.

Por eso el arte que se aparta de la vida o que se apoya unilateralmente en tanto sólo uno de los elementos, no suscita en nosotros el más mínimo entusiasmo y antes bien, nos deja fríos e indiferentes. Un arte emocionante es un arte vital, un arte con substancias. Esta es la plena verdad.

En ese sentido, el arte que se hace llamar “puro”, no es tal, precisamente porque tiene todas las impurezas del arte falso y amanerado, del que margina su misión esencial: interpretar la vida, dándonos la quintaesencia de sus realidades.

¿Acaso no nos defrauda profundamente ese arte que no nos dice nada, que no nos transmite nada, que no nos emociona ni nos alegra en nada? ¿Acaso no nos amarga en mucho cuando lo que esperábamos de una obra no tuvo a bien concedernos, dejándonos con esa sensación dolorosa que deja el engaño?

Todos estos interrogantes mucho nos hace pensar en la conocida fábula de Fedro “El viandante y el cuervo”, en la que se cuenta que un hombre es engañado por tres veces por el canto de un cuervo, proveniente de un lugar escondido, lo que le hace perder “el tiempo de algunas millas”. Cuando el viandante se da cuenta de que el canto era el de un cuervo, al mostrarse volando por encima de él, éste comprendiéndose burlado exclama: “Malhayas tú, pues, ave pésima, que así has detenido los pies de quien iba de prisa”.

De igual forma, el arte que no nos dice nada, nos produce la misma sensación del “ave pésima”, que nos ha detenido en el camino como al viandante tentándonos con su inútil canto, lo que consigue únicamente que detengamos nuestra marcha, haciéndonos perder “el tiempo de algunas millas”.

Por el contrario el hombre desea ver en el arte un reflejo de su existencia, apuntando desde diversas aristas en espejeo constante. Y no otra cosa es realmente el arte:

“que es igual a pura vida,

que es igual a puro fuego.

Veréis el ascua encendida,”

según el caro poeta Antonio Machado.



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REVISTA 1984 DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

Editorial EL LECTOR

Tapa: LUIS ALBERTO BOH

Asunción – Paraguay

Setiembre de 1984 (121 páginas)

 

 

 

 

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