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LUIS MARÍA MARTÍNEZ (+)
  JOSÉ VASCONCELOS Y EL PARAGUAY - Ensayo de LUIS MARÍA MARTÍNEZ


JOSÉ VASCONCELOS Y EL PARAGUAY - Ensayo de LUIS MARÍA MARTÍNEZ

JOSÉ VASCONCELOS Y EL PARAGUAY

Ensayo de LUIS MARÍA MARTÍNEZ


José Vasconcelos, el renombrado filósofo mexicano, había nacido en 1881 en Oaxaca y fallecido en 1959. Escritor y político, se había especializado en leyes, pero luego su inclinación intelectual predominante lo llevó a incursionar en filosofía. Se alistó entre las filas de Madero, y a la muerte de éste, en las de Obregón. Fue rector de la Universidad Nacional en 1920 y fundó el Ministerio de Educación Pública, cargo que ocupó hasta 1925. También estuvo al frente de la Biblioteca Nacional.

Vasconcelos conjugaba, como en pocos casos encontrable en un intelectual, el conocimiento con la acción. Durante su permanencia al frente del Ministerio de Educación Pública planeó una intensa lucha contra el analfabetismo, especialmente entre la clase campesina, combinando la enseñanza elemental con la manual y fomentó, además, los conocimientos cívicos e higiénicos entre las masas desposeídas. Igual política empleó con la masa indígena. Impulsó, además, la enseñanza técnica, para acordar una profesión conveniente a indígenas y a proletarios. Creó una extensa red de bibliotecas populares en todo México. Defendió con tesón la enseñanza laica en todas las instituciones de aprendizaje. Se afanó por otra parte, en dar una orientación unificadora entre las diferentes etnias de México, a fin de fortalecer la cultura mexicana en todas ellas.

En 1929 se presentó como candidato independiente para la presidencia de la República, siendo derrotado por Pascual Ortiz Rubio. Este hecho le afectó profundamente hasta el punto de hacerlo abjurar de sus antiguas concepciones democráticas y liberales, y, como consecuencia, acentuó en él las de carácter religioso, que eran la negación de su anterior posición. Trató de impulsar al pueblo a la rebelión no respondiéndole completamente.

Su numerosa obra se halla conformada por los siguientes libros: “La intelectualidad mexicana” (1916), “El monismo estético” (1919), “Estudios indostánicos” (1921), “La raza cósmica” (1925), “Indología” (1927), “Ética” (1932), “Estética” (1936), “Historia del pensamiento filosófico” (1937), “Lógica orgánica''' (1945), “Los robachicos” (1946), y demás obras de carácter autobiográfico, tales como “Ulises Criollo” (1935), “La tormenta” (1936), “El desastre” (1938), “El proconsulado” (1939), “La sonata mágica” (1950), “En el ocaso de mi vida” (1959), “Don Evaristo Madera. Biografía” (1958), “Letanías del atardecer” (1959). “La breve historia de México” (1937) tuvo decenas de ediciones. Postumamente se reeditaron sus memorias: “Ulises Criollo”, la vida del autor escrita por el mismo y sus “Cartas Políticas”.


LA RAZA CÓSMICA

En “La Raza Cósmica”, obra escrita durante su permanencia en el Ministerio de Educación Pública, para sustentar su teoría de que en América se estaba forjando esta nueva raza: “La quinta raza, fruto de las potencias exteriores”, al decir de su autor, y que debía ser la “fusión de las distintas razas contemporáneas en una nueva que complete y supere a todas”, es donde Vasconcelos inserta sus impresiones que fue recogiendo en su viaje por esta parte de América.

Brasil le impresiona por la exhuberancia de su naturaleza, como sus ciudades (Río de Janeiro, San Pablo, etc.) y la singular simpatía de sus habitantes. No cesa en recorrer una y otra, las elevaciones que rodean a Río (Pan de Azúcar, El Corcovado), las playas, las islas cercanas, tal como Paquetá, que es una “isla de fábula”, dice Vasconcelos, porque el “sitio mismo es un ensueño, hecho materia espléndida”, reafirma. Al contemplar tanta belleza, nos dice “se impone el silencio en el alma”, pues “no se siente deseos de hablar”; y “las interjecciones de uno que otro viajero verboso parecen triviales y molestan como una ofensa personal”. Aún más, se permite expresar juicios que guardan relación con el futuro material del país: “¿Dónde hay un país que compita con el Brasil en recursos?”, augurando a poco, diciendo que “el porvenir es del Brasil”

Allí, al ser testigo de un desfile militar con motivo de la Independencia del Brasil, del cual participan contingentes de diversos países, y al ver pasar a los argentinos recuerda por primera vez al Paraguay. Es con respecto a la derrota sufrida por el Paraguay en la guerra contra la Triple Alianza. “Se recuerda”, dice Vasconcelos, el lema argentino: “la victoria no da derechos”, lema que salvó la integridad del Paraguay y ha mantenido la independencia uruguaya. “Estábamos ebrios, dichosamente ebrios del glorioso Brasil”, dice Vasconcelos, por lo que en el deseo de conocer las tierras del sur del país, insiste en marcharse “por tierra en ferrocarril hasta el Uruguay”. Tratan de disuadirle de dicho viaje, por malo y fatigoso, mas insiste por hacer realidad lo que desea.

En el mismo coche viaja el legendario político socialista argentino Alfredo L. Palacios. Y, efectivamente, el viaje dura nada menos que siete días, hasta llegar a territorio uruguayo. Ya en Buenos Aires, Vasconcelos se entusiasma recorriendo las avenidas bonaerenses, pobladas de gentes de todas clases: “La calle no es un sitio de mero tránsito, dice, sino de sociabilidad y de recreo”. En este estado emerge en el escritor espontáneamente su disposición antiyanquista, fruto de las dolorosas experiencias históricas de México, al sentirse orgulloso como mexicano de que “puede haber civilización aún allí donde no se habla inglés, donde” repite: “no hay nada o casi nada del Norte”, “Buenos Aires es nuestro París, dice, la capital de nuestra América”. Comprueba el efecto y el amor que había despertado la revolución mejicana en la juventud, al considerarla como “una aurora”.

Simpatiza con la gestión del Presidente Irigoyen. “Se fue un buen gobernante”, dice Vasconcelos. “Así lo reconoció el pueblo de Buenos Aires, agrega, que fue en masa detrás de él aclamándole cuando salió del palacio para dirigirse a pie hasta su domicilio”.

Parte luego Vasconcelos hacia la ciudad de Córdoba. La Universidad de dicha ciudad le satisface por “su hispanoamericanismo ferviente”. Y acude a su memoria la influencia que tuvo en América la Reforma Universitaria protagonizada en la ciudad.

A Rosario solamente la pudo ver a vuelo de pájaro en cuarenta minutos. Le queda la imagen de la ciudad como “película cinematográfica”, tanto por “la velocidad de las imágenes, como el tono de la luz”. Y se permite formular un pensamiento que generalmente fluye en el alma de todo viajero, en la certidumbre de que el tiempo y el momento de la visión son irrepetibles: “una ciudad, afirma, grande y desconocida, que probablemente nunca volveré a ver”.

En la ciudad de La Plata, en su Universidad, se le rinde un homenaje a Vasconcelos. Lo auspició Alfredo L. Palacios. De él dice el mejicano que “es un apóstol argentino del Iberoamericanismo; además el apóstol de toda causa noble”.


SE APROXIMA AL PARAGUAY

Recorre por unos días Entre Ríos: región, dice, “privilegiada del planeta”. Luego viaja más al norte para conocer el Salto de Iguazú: “es la mayor fuerza virgen y libre, sostiene, que hasta hoy se conoce”. Menciona que por “el lado occidental del Paraná con las inmensas regiones del Chaco, ferocísimas casi inexploradas...”. A poco llega a Posadas.

Es notable como en Vasconcelos también se manifestó ese sentimiento de admiración hacia el “ignoto Paraguay”. Es el mismo territorio donde permaneciera durante el siglo XIX el botánico A. Bonpland, no en calidad de rehén como lo creyera Bolívar, al igual que Rafael Barret, Moisés Bertoni, el poeta haitiano Pierre Moraviah Morpho, así como uno de los integrantes del famosísimo conjunto musical norteamericano “Los Plateros”, quienes estuvieron por propia voluntad.

Vasconcelos mira desde la ribera argentina hacia la opuesta donde se encuentra la ciudad de Encamación, que el equívocamente le atribuye el nombre de Concepción, y en cuya circunstancia le brotaría este pensamiento:

“La tierra paraguaya nos evocó un vasto deseo imposible; estuvimos tan cerca y no pudimos pasar por su suelo”

Navegaría por el Paraná tres días hacia el norte e igual cantidad hacia el sur, y siempre Vasconcelos tendría el ardiente deseo de pisar tierra paraguaya, mas con “la tentación enfrente” y sin poder hacerlo. Diría sin embargo de la arteria fluvial en la que su humanidad se aposentaba:

“Aquel misterioso río Paraná tiene una anchura media de más de un kilómetro y corre amurallado de barrancos boscosos que ofrecen un prolongado espectáculo espléndido y bárbaro”.

En ambas riberas constata las inmensas plantaciones de yerba mate existentes. “Aquellas tierras, dice, podrían alimentar al mundo”, pero agregaría: “no prosperan porque pesa sobre todas la maldición del latifundismo”.

En el barco, en una de los tardes de su viaje, probaría el gusto de la yerba mate, al calificarla de sabrosa, dulce, aromática”. “Seguramente, agregaría a continuación, llegará a generalizarse (el consumo) cuando invada los mercados del mundo”. En la cubierta baja, donde viaja la gente de escasos recursos, Vasconcelos ve que “se reúnen los pasajeros humildes, campesinos paraguayos, marineros, con una que otra mujer morena, buena moza; conversan apenas y cantan melancólicamente acompañándose de la guitarra”. Y en tal circunstancia se permite formular su pensamiento sobre los paraguayos:

“Los tipos paraguayos, -dice- trigueños y esbeltos, se parecen a nuestros indios de tierra caliente, usan pañuelo rojo en el cuello, puñal en la faja, camiseta de punto y pantalón. El aire lo tienen de guerrero ”.

Cree que la belleza del paisaje que circunda el Paraná “es más vasto que el Rin” y los islotes boscosos, se levantarán -imagina -en aquellos lugares “castillos en la forma de hoteles modernos” que servirían para hospedar “al público adinerado, -agrega- ese amo colectivo y mudable de las democracias contemporáneas”. En tal circunstancia augura algo que se ha producido en nuestros días: la utilización de la “fuerza de las cataratas”.

Tras internarse Vasconcelos y sus acompañantes en unos de los bosques del lado argentino, es cuando uno de sus integrantes de narraría la tragedia del “mensú”, que Vasconcelos sintetizaría de esta manera:

“el peón quiere irse, pero el patrón le inventa deudas para tenerle esclavo; un día el trabajador, desesperado, recurre a la fuga; entonces se echa en su seguimiento todo un cuerpo de guardianes, perros de caza y fusilería, que tira al bulto hasta que cae el desventurado, vivo o muerto”. A seguidas recuerda que los propietarios de los yerbales “están en Buenos Aires, jugando en el club o apostando a las carreras en el Hipódromo; una parte de lo que les sobra la dan en sedas a las jovencitas pobres que aprenden francés y se visten como en parís para divertirlos; en cambio cazan a un hombre, dice finalmente, por un adeudo, efectivo o falso, de medio peso”.

Y al retomar al barco, Vasconcelos escucharía - conforme lo refiere “la vaga historia de un cacique guaraní que bajó una vez la corriente con un ejército de piraguas en seguimiento de una tribu vencida. En la embriaguez del triunfo, no advirtió que lo arrastraba la corriente, y con todos sus guerreros fue a perecer en el abismo”, refiriéndose evidentemente a una de las cataratas cercanas.

Días después, ya por tierra, Vasconcelos logra con un grupo llegar a las cataratas del Guayrá. “Son caídas fabulosas”, diría al calificarlas, con “enorme caudal”. Y nuevamente augura algo que se ha cumplido en el presente en dicha región: “será algún día el centro de la industria del mundo”, cuya producción, agrega, “llenará de cargamentos los ferrocarriles que transportan sus tesoros a los puertos del Amazonas. No hay, sentencia finalmente, “en el mundo promesa de riqueza material comparable a las de estas regiones”.

De esta manera, el filósofo mejicano José Vasconcelos refiere sus impresiones acerca de nuestro país, sin llegar a pisar su tierra, es cierto, por “del obstáculo, en realidad, no material, sino moral, porque nuestro tiempo estaba limitado”, según concluye. Empero, esa suerte de embrujo que siempre provoca la tierra paraguaya por su lejanía o poca accesibilidad, también se adueñó de este gran representante del pensamiento americano al generarle “un vasto deseo imposible”, con lo que ya está todo dicho...


FUENTES:

Diccionario Salvat, Tomo 12

José Vasconcelos: “La Raza Cósmica”, colección Austral, Espasa-Calpe Argentina S.A. 1948.



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REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

IV ÉPOCA – N° 24 JUNIO 2013

Editorial SERVILIBRO

Asunción – Paraguay. Junio 2013 (150 páginas)


 

 

 

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