LUIS MARÍA MARTÍNEZ (Asunción, 1933) (18-X-1992 - ABC)
“Nuestra literatura tiene su identidad”
Entrevista por VICTORIO SUÁREZ
( GENERACIÓN DEL 60 - LITERATURA PARAGUAYA )
En esta nota vamos a presentar algunos conceptos referentes a nuestra literatura bajo la óptica de Luis María Martínez. Cabe destacar que el mismo ejerció entre los años 90/91 la presidencia de la Sociedad Paraguaya de Escritores. Nuestro entrevistado pertenece a la promoción del 60 y en su trayectoria como escritor dio a conocer más de 20 títulos que incluyen ensayos y poesías. Un importante aporte a nuestra literatura fueron los dos tomos de “El trino soterrado”, donde el autor delinea aspectos referentes a la poesía social de nuestro país.
— ¿Se puede hablar de un estancamiento de la literatura o es que la política de transición absorbe el interés general?
—Creo que el ambiente que vive el país es un factor decisivo para la poca repercusión de nuestra literatura. Vivimos un momento político muy especial donde lo cultural ocupa un plano menor, parece que la cultura no es lo más importante. La gente distrae su atención hacia la cuestión política que, dicho sea de paso, es algo loable para todo el país. En consecuencia, se produce una especie de desfase en el aspecto cultural. Recordemos, por otra parte, que durante los procesos históricos, y específicamente en la época de la dictadura, no se dieron las condiciones para el escritor; éste se aislaba y no había mayor contacto con su ambiente. Entonces el trabajo literario era algo individual; eso era lamentable porque la labor literaria antes que nada es comunicación. Sin embargo, la poesía cumplió un papel preponderante pues a través de ella se pudo decir cosas que normalmente estaban vedadas para la prosa; recién ahora la narrativa y el ensayo están recuperándose del ostracismo, mientras la poesía aparentemente quedó por el camino.
—O sea, la poesía está de “capa caída”, especialmente la poesía de planteamiento político.
—Con el “Nuevo Cancionero” sucedió lo mismo. Seguramente habrá un rebrote de la parte lírica. Eso sucede cuando pasa la efervescencia social o política. Creo que es un proceso natural. El fenómeno se da a nivel mundial. Las mismas formas de vida han cambiado.
— ¿De qué manera incide la historia en nuestra literatura? ¿Podrías tocar rápidamente el proceso de la literatura social en nuestro país?
—Si palpamos el plano histórico, vamos a percibir que la primera contradicción se da tras el contacto guaraní-español. Nuestro período colonial no fue evidentemente un proceso idílico ni pacífico, existieron rebeliones. Tiempo después se agudizan los problemas y entre el absolutismo y las fuerzas sociales –encomenderos y acopiadores– alcanza protagonismo el “común” con las revoluciones comuneras. Posteriormente, el período independiente y la irrupción al poder de Gaspar Rodríguez de Francia, quien con un sistema dictatorial favorece los intereses populares. El régimen francista fue importante porque cimentó las bases de nuestra nación. El grueso de nuestra población era campesino. Con la llegada de los López se siguió en la línea de la consolidación nacional y, por sobre todo, neutral. El desarrollo del país se forjó de manera autónoma y eso molestó a los grandes banqueros europeos; el resultado fue la terrible confrontación bélica que culminó en 1870 con la destrucción y la humillación de nuestro país por tres potencias extranjeras. Aquella cruel guerra de resistencia nos dio el primer poeta de verso significativamente militante: Natalicio Talavera (1839-1867); el estancamiento fue letal y las organizaciones de socorros mutuos hicieron su aparición a fin de contrarrestar la ruina y la indigencia. En 1885 aparece el periódico popular “El Artesano” como muestra del protagonismo literario de la clase trabajadora. Tiempo después, el español Rafael Barrett interpreta la encrucijada y da a luz “El Dolor Paraguayo, lo que son los yerbales”. En momentos de incertidumbre visceral, aparece Ángel I. González como el primer poeta social del Paraguay; años después suman sus voces Leopoldo Ramos Giménez y Gómez Freire Estévez. El poeta Juan E. O’Leary, Pane, Moreno, Domínguez, Báez, Fariña Núñez, Pérez Martínez, Guanes, Colmán y otros elevan sus ideales para la redención cultural de la nación. De esa forma, entre terribles dificultades fue transitando el país hasta que estalla la Guerra del Chaco; sobre la dolorosa humareda, los poetas Molinas Rolón y Manuel Ortiz Guerrero impregnan sus voces. Luego, Julio Correa irrumpe enarbolando la poesía social contemporánea. Por otra parte, Aristides Díaz Peña y Arnaldo Valdovinos dieron sus cuotas de canto en el temporal. Desde ángulos distintos los poetas populares Carlos Miguel Giménez, Emiliano R. Fernández, Félix Fernández y Darío Gómez Serrato encendieron el fragor patriótico con descollante militancia estética. La intelectualidad literaria estaba representada por Hugo Rodríguez Alcalá, Dora Gómez, Facundo Recalde, Manuel Verón de Astrada, Antonio Ortiz Mayans, Lamas. En 1940 el país vive bajo un sistema autoritario que desembocó en la confrontación fratricida del 47. Ya entonces la vigorosa voz de Hérib Campos Cervera se solidifica al igual que la de Josefina Plá y un grupo importante de poetas que traen los ideales de una nueva visión estética. Después sumaron sus nombres a esta promoción Roa Bastos, Elvio Romero y consecuentemente los que dieron vida a las diversas promociones de nuestra literatura.
— ¿Qué sucede posterior a la revolución del 36?
—Indudablemente se operan cambios, eso demuestra la irrupción de quienes conforman la promoción del 40, los cambios fueron determinantes en cuanto a la forma y el contenido de la literatura de aquellos tiempos. Pero si hablamos de rupturas me atrevería a decir que fue en el 60 donde se producen dichos fenómenos ante la agudización represiva del sistema stronista, la guerrilla, el exilio, etc. Fue un período difícil, conste que en el 60 se dan dos corrientes: la primera fue pesimista, la otra mostró un carácter social, político e histórico. Así se conjugó la tónica de aquellos años. Había mucha desesperanza, la gente vivía como en un callejón sin salida y, lógicamente, dicha situación tuvo mayor incidencia en los poetas. Esa dolorosa experiencia se retrata muy bien en el poemario “Los arcángeles ebrios”, de Roque Vallejos.
—El vehículo comunicativo, ¿qué leían?
—La comunicación se realizaba mediante los diarios, se daban pasos interesantes, pero no polémicos, porque los propios medios tomaban precauciones al respecto. Nadie tomaba una posición de temeridad; era lógico, pues el temor a una clausura era grande. Se puede decir que “Comunidad” fue un órgano interesante, aunque no todos tenían acceso a la publicación de sus obras. Los esporádicos concursos no fueron gratificantes en el sentido de producir efectos positivos para nuestra literatura. El ambiente existente vedaba ciertos caminos, se utilizaban lenguajes ambiguos, superficiales, como solapando ciertas realidades. Hubo gran lectura en el 60; en lo que a mí respecta, me interesaba la literatura social (hasta ahora). Por otra parte, algunos críticos se destacaron: Pérez Maricevich y Vallejos, si bien muchas veces no estamos de acuerdo con sus concepciones, creo que ellos ejercieron la crítica con mayor rigor.
— ¿Cómo ves el panorama paraguayo actual en materia literaria?
—Creo que existe una paralización momentánea, un tránsito inevitable, una demora instantánea, por la preocupación que tiene actualmente toda la población hacia las cuestiones políticas. Creo que al superarse esta instancia las aguas volverán a su nivel. No obstante, creo que hay buena productividad, especialmente en la narrativa. Después de la aparición del Taller de Poesía “Manuel Ortiz Guerrero”, la parte poética veo muy castigada, muy pobre. Prácticamente no aparecieron buenos poetas últimamente. Es decir, desde el 85 a esta parte. A pesar de todo, en volumen, hay muchos títulos. No ignoro a los buenos ensayistas. Los concursos de cuentos motivaron la aparición de nuevos valores.
— ¿Cómo ves la relación del escritor y la sociedad? ¿De qué manera éste puede influir para la transformación social?
—El escritor se debe a su sociedad. El contenido de su obra se extrae de la vida social. La circunstancia o la vida cotidiana es lo que sedimenta a la literatura; el escritor no puede apartarse de la cantera social. En cuanto a la influencia que pueda ejercer en su comunidad, creo que el escritor debe incrementar las ideas de libertad, elevación, democracia, esperanza; es decir, potenciar los aspectos positivos de la concepción humana, en eso radica su papel. En ese sentido, hay que abrir canales expresivos de comunicación entre el escritor y el público. El escritor por sobre todo debe trabajar permanentemente, leer, instruirse. Por otra parte, en lo personal no puede estar averiado o corrompido. El escritor es un hombre público, por lo tanto, su moralidad vale.
— ¿Qué se puede decir sobre nuestro desenvolvimiento cultural?
—Es muy irregular. No hay revistas, no hay publicaciones que avalen el trabajo cultural. Es una lástima que el Estado no promueva ni apoye la divulgación de la producción literaria de los autores nacionales. Hasta ahora en nuestro país todo se desarrolló dificultosamente, hay estrechez. Aquí el escritor desde ningún punto de vista se puede dedicar solamente a su inclinación, la demanda por el arte es exigua. A este panorama se suma la carencia de las bibliotecas, la falta de revistas, etc. Para el sistema político el trabajo intelectual parece ser poco importante. Es como si no se supiera para qué sirve un libro. En nuestro país la literatura no tiene espacio, el libro nacional es desconocido más allá de un pequeño círculo de amigos. Hasta hoy el intercambio bibliográfico es nulo. Aquí las cosas se están haciendo con mucha lentitud; de cuando en cuando hay grupitos, cada uno trabaja por su lado, no hay solidaridad.
— ¿Qué hizo la Sociedad de Escritores para salvar el pobre esquema que presenta nuestra literatura?
—Por sobre todo tuvimos una inclinación democrática en la dirección. Como en estos nuevos tiempos las fuerzas sociales irrumpen con vigor en la política, creímos importante tener protagonismo sin asumir una actitud de mera contemplación en el proceso de cambio. En ese sentido, la Sociedad de Escritores debe bregar por el mejoramiento de los planes educativos y pronunciarse ante la corrupción, sentar postura ante el reclamo de los maestros, observar y acompañar el proceso democrático. El problema de la Sociedad de Escritores siempre fue la falta de recursos. La sociedad no tiene siquiera un local propio. Eso hace difícil el camino, por eso no se realizan congresos, simposios. Se intenta realizar charlas, pero no tiene continuidad, no hay vivencia permanente. Aparte de eso, la Sociedad de Escritores no trata de cerca a un gran número de asociados. En síntesis, no se participa porque no existe información, protagonismo.
“LOS ENEMIGOS ESTÁN MIMETIZADOS E INVOCAN LA DEMOCRACIA”
—¿Cuál es tu pensamiento acerca de la hegemonía de un sistema que ha proclamado la muerte de las utopías?
—Vivimos momentos difíciles y de gran desorientación. Todos los emprendimientos humanos tienen la apariencia de haber perdido el sentido humanista para convertirse en mero apetito de carácter comercial. Hoy día todo se vende, eso lleva a la pérdida del objetivo humano e incrementa salvajemente la exagerada y desleal competencia. Estoy en contra de eso, pues está visto que cuando el ser humano pierde la perspectiva de su propia identidad, la cuestión se vuelve sumamente peligrosa e insensible. Veo un gran vacío, hay escasa respuesta a las querencias, pero hay que insistir, hacer algo y poner en evidencia los problemas. El reinado, la hegemonía de un solo sistema imperante a nivel mundial es transitorio, la humanidad va a recuperar el pensamiento para seguir soñando en los cambios sociales y económicos.
—Desde tu punto de vista, ¿cuándo se produce la decadencia de los ideales de redención?
—Creo que en los años 90 se inicia un período de gran frustración y crisis. La incidencia mundial de la Perestroika lleva a un tremendo cambio de mentalidad. Luego viene el derrumbe del bloque socialista que en realidad ya estaba cavando su propia tumba con el stalinismo. Las ideas de Gorbachev fueron respuestas elocuentes a esa nomenklatura, a esa casta burocrática que capturó el socialismo. Entonces el receso socialista significa regresión, el rebrote nacionalista es un ejemplo.
—¿Se puede pensar que habrá alguna posibilidad para aquellos que quieren seguir combatiendo políticamente?
—Creo que sí. El sistema neoliberal no ha dado soluciones sociales ni económicas. Esa situación agrava la suerte de los desposeídos que no tendrán otra alternativa que oponerse políticamente a la dictadura económica vigente y que ya ha causado tantos males a los pueblos latinoamericanos.
— ¿Se perdieron las ideas progresistas?
—El pensamiento orientador y la filosofía progresista están en reposo, pero van a volver con signos de actualidad, acorde al tiempo que nos toca vivir. En realidad, hay crisis en el campo de las ideas porque lo que se busca es solamente el reacomodo, eso quiere decir: falta de autenticidad.
— ¿Está perimido el marxismo en la realidad?
—Creo que con el tiempo se dará cierto revisionismo a las ideas marxistas, por el momento hay cierta inmovilidad. Eso se podrá realizar bajo la óptica que brindan las nuevas condiciones históricas. El análisis profundo radica en eso, pues lo que fracasó fue el aspecto práctico, la aplicación. El stalinismo rígido, con su la falta de libertades, ha sido un factor esencial para deteriorar las bases del socialismo, eso ya se dio desde la década del 30, cuando Stalin y sus acólitos de otros países emprendieron la bárbara tarea de descabezar a los mejores intelectuales de aquella época. Ese pecado imperdonable se transmitió a los sucesores del dictador. En realidad, los comunistas cometieron el error de no atacar el totalitarismo, eso con el tiempo les costó la caída. En América algunos intelectuales entendieron el problema, tal como han demostrado Aníbal Ponce y Maríategui.
— ¿Se debilitaron realmente las posturas políticas en la literatura?
—Se han debilitado porque muchos no entienden lo que significa ser consecuente e ir más allá de la estética. El arte debe cumplir una función social y política, sin descuidar su calidad literaria.
—¿Cómo ves el rol de la cultura en el contexto político de nuestro país?
—Los intelectuales están confundidos y eso debilita la cultura. Hay brazos caídos y el pensamiento se debate en la soledad. No globalizo el hecho, pero son más aquellos que aplican la ley del “ñembotavy” y hacen componenda con un oficialismo de dudosa calidad.
—¿Ya no se dan casos de fogosidad en los creadores?
—Antes las obras tenían probablemente mayor peso. Eso porque el enemigo era visible. Pero no olvidemos que la situación es mucho más grave porque los enemigos están mimetizados, están en todas partes e invocan la democracia.
—¿Quiénes son los enemigos?
—Son aquellos que socavan el país. Son aquellos demagogos que llenan de promesas nuestros oídos. También son aquellos individuos que diariamente son denunciados a través de los medios de comunicación por cometer delitos de corrupción.
—¿Qué estamos haciendo para contrarrestar esas negativas y nocivas reencarnaciones del mal?
—Vivimos con esos enemigos, con los mismos problemas que siguen vigentes: falta de tierras, bajo salario para docentes, agudización de la miseria, pobreza cultural. Con etiquetas retóricas no iremos a ninguna parte, seguimos aislados, no exportamos libros, sólo importamos. En ese sentido, el Gobierno no dio signos de voluntad política para mejorar el panorama cultural. Hay que insistir en las ediciones y mejorar la estructura educativa.
—¿Qué papel juega en ese contexto la privatización y el estatismo?
—No estoy de acuerdo con la total estatización porque la misma genera burocracia y carece de iniciativa. Creo sí en la cooperación entre el Estado y las entidades privadas que pueden generar mejores recursos para llevar adelante cualquier labor. Más allá de todo eso quiero insistir en la importancia de crear una cámara del libro para canalizar a través de ella el intercambio, eso puede ser un factor vital para salir de las famosas ediciones de 500 y 1.000 ejemplares.
—¿Cómo está el libro paraguayo?
—Hoy día se valora un poco más al libro paraguayo. Pero es un contrasentido, pues si bien se produce la misma cantidad, han desaparecido buenas revistas culturales que también forman parte del eslabón de las editoriales.
— ¿Cómo ves la crítica en nuestro medio?
—A veces la veo alienada y partidista, especialmente cuando la crítica no quiere reconocer a muchos escritores que forman parte de la historia literaria de nuestro país, pero que por lo visto cometen el pecado de no participar nunca de los cenáculos literarios.
— ¿Y los escritores actuales?
—Tengo mis reservas, aunque no puedo darme el lujo de pasar por alto la calidad de Roa Bastos. No es el único, se puede tener otros pero prefiero no hacer menciones.
—Publicaste casi simultáneamente tres libros, ¿por qué no realizaste la presentación de los mismos?
—El gran historiador Antonio Vázquez hacía lo mismo porque consideraba de muy mal gusto presentar libros como si fuera un acto social. Pienso lo mismo, aunque muchas veces mis obras se dieron a conocer en reuniones de tipo social.
— ¿Qué podrías decir de la narrativa actual?
—Veo que aparecen algunos valores. Raquel Saguier se afirma lentamente. Asimismo, el “Taller Cuento Breve” tiene algunas interesantes figuras.
— ¿Y la poesía paraguaya?
—Cada diez años aparecían grupos muy importantes en materia de poesía, eso se dio hasta la década del 80, periodo en que se formó el Taller “Ortiz Guerrero”. De ahí en más es muy poco lo que estoy viendo. Creo que hay déficit, los nuevos nombres que aparecen pero no convencen porque deben entender que escribir implica sacrificio, formación, tiempo, perseverancia y talento.
—En este país cualquiera que publica un librito ya se “recibe” de escritor por más dudosa que sea la calidad de su obra. ¿Cómo ves esa cuestión?
—Ciertamente muchos libros no pasan por el control de calidad. Seguimos en un país muy complejo donde hace falta un gran movimiento cultural para superar esas falencias. Además, hay que descentralizar la cultura y hacer que termine el monopolio cultural que ejerce Asunción.