Edición digital basada en la edición de Asunción (Paraguay),
Ediciones Intento, [1989].
Recuerdo, como un mal sueño, la edición abortada de este mi Día Primero, poemario acogedor de mis primeros latidos lírico-sociales, que la audaz inexperiencia me llevó a publicarlo, así como había nacido, con todos sus defectos, sin las premeditaciones de una posterior lectura compulsadora. Audacia ésta que se reprodujo para el que escribe, a pesar de todo, en enseñanzas de peso, que de no haber sido así, hubiera quedado en estéril ayuno.
Todo mi pretendido «esteticismo musical» se puso entonces a prueba, demostrándome que aquí y más allá, estaban ocultos o mimetizados por el sonido, versos derrengados o cojitrancos en inadmisible error de presentación. Enseñanza que se acopia, únicamente gracias a la temeridad que obliga a la difusión hacia afuera de los hijos de la mente.
Hoy me atrevo nuevamente a dar a la imprenta este desafortunado poemario -el cual por desafortunado resulta caro a mi corazón- ya remozado en las aguas de las exigencias, como en posición de crítico, pero sin sacrificarlo en lo que respecta a su contenido, a fin de no destruir, en lo más mínimo, su intención primigenia, que es en verdad lo que da dimensión a una obra.
Si algo vale la sinceridad, sea ésta la oportunidad en que se la reconozca
* TIERRA ENCENDIDA: Soy/ Y el canto fue clavel.../ Madre/ Tiempo/ Aspiración/ Horas/ A Hérib Campos Cervera/ Cuerdas Populares/ Presente Ayer
* SIGNOS VENIDEROS : Alba/ Las alas/ Pan/ Alegría/ Herramienta
* NÚMEROS: La voz/ El Corazón/ El árbol viejo/ El combatiente/ Los papeles/ Los clamores/ La arcilla/ Maduración/ El Paraguay/ El alba/ El poeta ante sí mismo/ En los tejados/ En la noche/ Hechos
* CANTOS INTERNACIONALES: España vive/ A Gómez Goyoso y Antonio Seoane/ Guatemala: ¡tierra pisoteada!/ Elegía Guatemalteca/ Bolívar, timonel de otro tiempo.
TIERRA ENCENDIDA
Ah, dormidos, dormidos...
Carlos Augusto León
SOY
-Corriente abajo van, corriente abajo
y yo navego contra la corriente.
Yo soy un marinero empecinado
de acento vertical y sublevado.
-Escucha este latido, hermano mío,
esta sangre que quiere ser estruendo,
pólvora seca.
Llámame, compañero, a cualquier hora,
a cualquier hora del horario duro.
Tráeme una guitarra pueblerina
que tenga un metalúrgico sonido;
tráeme un trozo de tu vestidura;
tráeme un aire de manzana herida
para mi voz hermana de la tuya.
Y entonces me verás en noche y día,
navegando en el mar y sobre el río,
con levantada voz para la vida.
Y EL CANTO FUE CLAVEL...
A grandes golpes me corrió la sangre,
a grandes golpes de la madrugada.
Como explosivo pálido o neblina
era la vida en medio de la tierra.
Sentí cómo las bocas iban pidiendo
panes y alegrías,
y el corazón se desencadenaba
hacia la dura luz de la tormenta.
Y al verso le nacieron piedras,
clamor, gritos y granos.
Y el canto fue clavel que se incendiaba...
MADRE
Ven, madre, a tocar esta frente
de tropicales flores,
duro terrón fundido en verticales
aromas de jazmines,
madera de los bosques temblorosos.
Toca esta mano,
recinto de cortezas prolongadas,
quebracho de los días,
número mil de sangre que se inflama.
Esta mano de siempre
poderosa de piedras y claveles,
en donde duermen altos
tus sueños y los míos.
¡Madre! no sientes el calor de estos alientos,
que son como pequeñas geografías de fuego?
-Te quemarían sus desnudas arenas,
sus hojas de verano,
sus papeles de lámparas y héroes.
Madre, no puedo dormir en esta noche,
¡no puedo!
cuando veo esos rostros
que los martirios queman.
La voz me sale roja
como de sangre hirviendo
y estoy como bandera que no duerme...
TIEMPO
Sobre el rostro del tiempo
la flor diseminada de la niebla,
el hierro y los caballos,
midiendo y presenciando
con su reloj de muerte, el sobresalto.
Fiebre en cristal,
los pies junto al abismo de las calladas
voces,
ladridos,
aurora de claveles matada por un seco
golpe de bandidos.
De números frenéticos, el pulso,
la esperanza cautiva,
el camino y la piedra
llorando sus heridas,
el llanto, la soledad, la rosa,
el pájaro, en la tierra.
ASPIRACIÓN
Tengo que sumergirme como abnegado buzo
hasta los mismos lindes donde se engendra el canto.
Encontrar el venero por donde sangra el mismo
y asomarlo a los cauces transformado en bandera,
con cargazón de avisos y ardores tutelares.
Los días de zozobras me salpican de gritos
que quieren darse en lumbres o en hondas llamaradas
de boreales imanes.
Quiero tener la yesca, para prenderla en muros,
para que todos tengan, claror en vez de noche.
Enérgico y rotundo quiero tirar a veces
mi voz sobre el sendero -bermejo y estrellado-
en este tormentoso trajín de los anales.
El folklore y la vida de los héroes sencillos
-que cada día elevan con su sudor ladrillos-
ofrecen para el canto, cantera inexplotada,
en donde pueden todas las guitarras preclaras,
picar para sus versos, singulares diademas.
-¿De dónde llega, hermanos, ese llamado recio
que tiene ese latido varonil y profundo,
dormido en las gargantas cargadas de luceros?
-Del pueblo, del pueblo, mis hermanos.
El pueblo nos contagia con su fiebre quemante
y hasta el aire se rinde de tanto ardor intenso.
Para mi pueblo austero yo quiero el andamiaje
de los mejores versos, bruñidos como aceros;
y ser en su caliente camino sacrosanto;
¡minero corta-piedras de sus íntimas vetas!
HORAS
Cogida por calor, claves antiguas,
mi voz va repartiendo
desasosegada esencia de tierra.
Los cauces de los días insistentes,
con áridas riberas, litorales,
regresan con las horas desvividas,
que no son nuestras, ajenas, ensuciadas.
Encumbradas antorchas como estrellas
resumen lo que es mío, lo que es tuyo,
con ese pueblerino, quebrantante,
tatuaje de acentos.
Relieves de unas rejas tiznan rumbos,
transitorios aceros sin saludos,
sedimentan el piso donde piso.
He visto más allá de mi mirada
-cerca de veladores de ladrillos-
posarse una amiga, modeladora,
torcaz de nuestra tierra.
Propagantes pinceles de destellos
de próxima actitud de intenso rojo,
redoblan sus enseres, sensitivos.
Por esta travesía -frenética de sombras-
se suceden los nombres de sal y de salivas,
con soportal de verjas.
En plena primavera rumorosa,
sesgo a sesgo ultrajaron,
timoneles de yesos, solidarios.
Sin paramentos van, sí con papeles
entintados en manantial de insignias.
Leguas de ligaduras, de galerías funestas,
quieren romper con fósforos de estíos.
Al confinante instante silenciario
quieren ponerles bardas, arsenales,
y un asedio constante de enramadas.
Al lívido semblante del paisaje
-paupérrimo y antiguo-
quieren darle novena.
De pardos orificios,
de siniestros ramajes,
testimonian las ásperas vivencias
del sublevado brillo de las horas.
Dulces luminiscencias
me llaman con las manos...
-Voy a juntarme a ellas
con brazos de banderas-.
A HÉRIB CAMPOS CERVERA
- I -
Hay un redoble de tambores indios enlutados
músicas desintegradas,
recientes voces rotas,
un llanto por el aire como un ave sin nido,
un vuelo de campanas como un grito que llama
para decirnos algo;
¡Ha muerto Hérib Campos Cervera!
En las gargantas ata un nudo lo inesperado.
Nadie pensaba en viajes medidos de congojas,
ni en guarismos de lágrimas, accidentales en tiempo.
- II -
Yo tengo este recuerdo expuesto y doloroso.
Su trino me llenaba el alma de bellezas
y pensé por momentos que la luz se apagaba,
dejando un intersticio profundo, desolado.
¿Quién cubriría el hueco dejado por su tránsito
o quién manejaría la artillería de gritos,
él que amasaba arcillas de luceros partidos?
Pregunté si los signos resonantes y altivos
-Viento, Paloma y Fuego-
en qué mano estarían o dónde morarían.
Con estas duras equis
iba yo caminando reducido a preguntas.
Sólo sé que podría decir que estos instantes
se duelen por su ausencia, por él, el Designado,
que nos brindó sus quejas de granito y de piedra,
cuando el lodo manchaba a un mar en oleajes,
en el tiempo en que todos llevaban brillos vivos
y el metal era idioma en bosques silenciosos.
Heredamos su frente pensativa en el Alba,
su calcinante furia talando cerraduras
al igual que ese dulce sonido de su canto.
Cuando hago memoria de su nombre bandera
recuerdo al alfarero que modela su barro
y lo asocia a su nombre.
Y era el Alfarero del Tiempo y la medida
dando signos, consignas,
cuando aquí o en las esquinas, el relámpago andaba
para herir a las ramas de ramajes floridos.
Y un adiós para ti -yo rendidas cenizas-.
¡Alfarero moreno de rojo «cante jondo»,
Hondero y Marinero!
CUERDAS POPULARES
Las cuerdas populares que tú pulsas, hermano,
jamás han de encontrar herrumbres, soledades:
¡todos han de escucharlas con sus oídos tensos,
por esperar qué dicen, qué mensajes sollozan!
Asomados a la misma fontana de esta tierra
se distienden morenas porque tienen colores
de verdes enramados, de musical naranjo,
cuando ven que sus hijos se sienten lastimados.
Hondamente se las admira. Se aprecian sus quejumbres
de gajo campesino, de cantos como fuegos,
cuando estallan sus sones de cálidos preanuncios
sobre el pecho sufriente de algún firme soldado.
De verbos milenarios se arman sus decires
porque asientan sus coplas el pueblo que las oye,
su espigada vehemencia, su luna cantarina,
de aromas forestales oliendo a madrugada.
Enjoyadas de pájaros se siente que su arpegio
no puede detenerse en ramas transitorias.
Deben buscar leyendas, historias por abajo,
queriendo verdaderas raíces populares.
Por eso es que triunfan aquí y en todas partes,
porque aquellos que escuchan su canto de esperanza
constatan que ellos mismos, lo mismo han exclamado.
ENVÍO:
¡Si quieres que te admiren, cincelador de versos
es preciso que tenga tu cálida guitarra
la olorosa costumbre de cuerdas populares!
PRESENTE AYER
A un héroe no vencido
Lo he visto allá donde el valor levanta
su brújula temprana y sus altos jazmines,
allá junto al torreón de un alba trabajada,
midiéndose en las manos de los hombres que cantan
su grave soledad de piedra sola.
Paso a paso subió hacia las estrellas
gestando una volcánica exaltación de naves,
multiplicándose de proa a proa
y cabo a cabo desangrando nieve.
¿Qué macizo temblor le fue dejando
tierra martirizada por pólvoras y máuseres?
¿Cómo fue desprendiéndose de nieblas
para volver con llamarada y lumbre?
Mano a mano ganó de pronto al barro,
dejó de ser él mismo por la tierra,
resucitó de nuevo y peregrino
cantó en trabajadores corazones.
Presente ayer lo he visto
con máuseres y lino...
SIGNOS VENIDEROS
Dulce, mañana, que se está en la puerta:
¡entra y liberta nuestras yertas vidas!
ALBA
Llega el alba de honor y artillería.
Huye el dolor del tiempo de la vida.
Sube a terrón al hombre, la alegría,
crece, vuela, total se consolida.
Canta el obrero y en una mano tiene
oro, jazmín, y espiga verdadera.
El pulso se apresura y no detiene
tanta luz que le asalta y se acelera.
Cándidamente el día se adelanta
con claveles y espada marinera,
acero y pan y aligera armadura;
y va el sol de la raíz a la garganta
-calor en medio y voz de tempranera-
con latitud de pólvora segura.
LAS ALAS
Las alas limpian, suenan por el cielo,
guarania, latitud, laurel y balas,
mesa, patria, luciérnagas en vuelo,
brigada azul y mástiles y escalas.
Las alas son las manos trabajando
con música, con sol y recipiente,
en tanto vanse al alba desgranando
estrellas de laurel sobre la frente.
Arenas que se pierden, humo y piedra,
por verídica lumbre de semilla
que asedia un pabellón claro y de acero;
mientras sólido rifle, ya sin yedra,
alza escarcha de luz a la mejilla
y pulso de metal y azucarero.
PAN
Harina dulce y cúpula del canto
por la tierra de Juan y por mi tierra.
Luna blanda, floral y sin quebranto
que la alegría a golpes desentierra.
Serás orilla, niño y no vendido
como preciso número de fecha.
El hombre en sombra y ya desvanecido
con toda su neblina y su cosecha.
De anunciamiento matinal su lluvia
que en orillero máuser perfumado
hunde filo, ceniza, incertidumbre.
En fronteras de granos se diluvia
la tierra que es nivel y río usado
para el ala del pan en mansedumbre.
ALEGRÍA
Abeja, vibración, corcel blindado
por remanso de próceres y alertas.
Cencerro de invasión e inesperado,
creciendo como un sol junto a las puertas.
Terrón yendo por cauces a las venas,
desenterrando verde, alfarería,
y dando hervor que es ráfaga y verbenas
por cielo de una clara geografía.
Batalla, vence, canta embravecida,
equilibrada, antigua, paralela,
sostén, paloma y rosa repartida.
Aura y nombre, un pan de centinela,
el yunque quieto, el hierro se suicida
por tanta luz que es llama y carabela.
HERRAMIENTA
Fuego puro, metal alipartido,
azada vertical fuerte y segura,
que en violento clamor indefinido
nos da cartas de miel y arquitectura.
Oro pone en la lengua y su apellido
de arcilla popular y arboladura,
que en fósforo central, estremecido,
clavel es de soldados y herradura.
De vegetal diadema estará hecha,
su amor toda la forma de la tierra
con un cuchillo desgranando amores.
Dura guerrera. Una ventana estrecha
a tan antiguo sol llovido hay que encierra
más que maizal, paloma y labradores.
NÚMEROS
Todos de nuestro patrio y dulce nido
andamos alanzados...
Virgilio
LA VOZ
Tu voz, obrero mío,
en réplica a lo oscuro.
(Quena quemante. Larga).
Voz novenaria, intensa,
no tienes líneas, ¡no!,
sí, gesta, estrellerías.
-¿Por qué tanta energía?
-dice tu amigo, el tiempo.
Sirenas, energías.
EL CORAZÓN
Por la región de espadas caminando,
haciéndose invencible y milagrero
el corazón renace, amaneciendo.
Y el corazón se bate con petróleos.
Aquí papelerías de jornadas,
allá caballerías.
El militante empuje fundamenta
sus gritos, con guitarras llameantes.
Y navajeros, de navaja y filo,
en trance de morir y resistiendo.
Y en el estero un pájaro humedece
su trino azul: reguero.
EL ÁRBOL VIEJO
Y la agonía para este árbol viejo
que a tumbos va alzando polvaredas.
Y desde Wall recibe monedas amarillas
y bayonetas para atajar empuje
de pueblo despertado.
Y el árbol va a caer.
Cataratas de voces le rodean.
EL COMBATIENTE
A Mariano Roque Alonso
Batías alas por el cielo del pueblo.
Tu armadura llevaba todo el ancho coraje
de aquellos que persiguen la alborada.
Siempre octubre florecerá en tu nombre,
su primavera, su estío matinal de rica lumbre.
Como de las páginas de un libro
sacarán tus hermanos, de tu ejemplo solemne,
toda la necesaria fibra combatiente.
Frente a los enemigos eras látigo y campana
que andaban en vigilias.
Frente a los camaradas: ¡claro rocío!
Ahora que los fascistas están de momentánea fiesta
-con caballos y cárceles-
es tu nombre una granada luminosa
que muestra a los sembradores su invariable ruta.
El pueblo te conoce como un hijo
nacido de su pólvora y su tierra.
Entonces... te conviertes en bandera
en ese limpio mástil del combate
que cruza el temporal como una estrella
abriendo un claro rojo en las fronteras
del corazón sencillo y proletario.
LOS PAPELES
Estos papeles del temporal abierto
acumulan las voces
pulsadas en la guitarra clandestina.
Jinetes del espacio
con el ligero pie del viento
llevan
estrellas meridianas
de dulces claridades.
Fervores y palabras,
fogatas e instrumentos,
con sus mensajes de auras
en manos del mensú, del campesino,
del sublevado obrero.
Yunques de las imprentas,
en donde van las ráfagas del tiempo
y la ola del alba.
LOS CLAMORES
Suenan los batallones de amapolas
haciendo un cataclismo de señales.
Robaron luz al sol y a los faroles,
y al gallo vaciaron
en su insistente horario de clarines.
Espadas especiales y clamores,
trigos serenos, espejos y proa guías
en forcejeos viriles
hacia la altura,
que con palabras breves
-condecoradas de clavel ganado-
forjaron el coraje
del corazón del pueblo arrebatado.
Los puños granaderos
se embanderan de duelos gestionados,
en el crisol astral de las tormentas.
-Mirad la cal del aguacero,
el pajonal sonoro
del batallón armado de amapolas.
-Escuchad sus clamores de combate
en el habitual idioma de la pólvora,
encandilando de sabor amigo.
LA ARCILLA
Arcilla musical de los senderos,
niña desnuda,
de músculos de arenas,
abierta a la intemperie de los vientos
y al quebradizo filo de las lluvias.
De su determinado y simple
recipiente de estíos,
saldrán los centinelas
empecinados en alzar semillas
y riachuelo matinal de rayos.
De su sal impasible
saldrá el hacinamiento de las claves
como una antena guía en la tormenta.
Su sable y su tambor antiguo duermen
en el advenimiento de los mástiles.
Y la leyenda agrícola y obrera
espera en sus entrañas,
la embarcación armada de los truenos.
MADURACIÓN
Aún no venían para mí los telegramas del combate
la repentina fiebre de cantar con mi pueblo,
sofocándome de norte y resplandores.
Era el tiempo en que introducía mis manos
en el agua o en la entraña de un pájaro,
dorando una canción desvanecida.
Hablaba de la arena sin remedios;
de la elástica lluvia
caída en el regazo de la noche,
del final de un arroyo acorazado
por piedras torrenciales.
Después, sentí sobre mis hombros
la pesada mano de mi pueblo,
llamándome al reencuentro del camino
vital de las hazañas,
a ver los sedimentos de la pólvora,
los rastros del tambor asesinado,
el grito de las velas,
la sal tumultuosa de los hombres:
¡todo aquello que tenga olor y viento
de tormenta o de sol en nacimiento!
Fui, entonces, aureolándome de cuerdas populares,
de gritos que perforan las nostalgias,
de un meteoro de pueblo
que encontró en el combate
su más alto arrebato
de corazón o mástil.
Y desde aquel total sacudimiento
he visto los martirios,
los cominos del pan llenos de llantos,
la lucha en la hondonada
de los mejores hombres venideros,
la vida en las orillas de mi Patria,
a flor de tierra, golpeada.
¡Cómo no ser ahora
campana desvelado entre sus ramos!
¡Cómo no ser
Patria y Pueblo en combate!
Por eso busqué piedras musicantes
y traté de ser rudo,
taciturno y ardiente,
para mostrar la herida y el canto de esos hombres
... Y desperté
al aleteo viril de la guitarra,
de lumbre y reverbero,
que mi tierra forjara en sus crisoles
de surcos y semillas
EL PARAGUAY
- I -
Y el Paraguay me llama
vestido de paloma y rosicleres,
a hermanarme con él,
y a llevarlo en el ancho corazón que poseo
cual un río rebelde de azul cabalgadura.
Mi Patria de raíces palpitantes,
de palpitantes aguas que recibe,
es una estrella tropical y fuerte
que amamanta a sus hijos
con el calor y guerra de su aliento.
Sus heridas feroces,
de cuchillos y máuseres,
me duelen sobre el hombro, permanentes.
Parecieran sonar en mis costados
todos los huesos enterrados
en su regazo mineral de tierra.
Por eso aquí el maíz, el agua, la madera,
se fueron coronando
de rápidas y silvestres
vestiduras de rayos.
- II -
Bajaron lentamente
hasta llegar al hondo granero silencioso;
crucifijos quebrados,
héroes,
sencillos comandantes
de una hora de sangre,
para escogerse un molde
a sus definitivas permanencias.
Y el viento fue mordido
dentro de un duro aire de fusiles.
Dentro de un duro aire
de semillas heridas y Paraguay echado
entre mazmorras,
¡Oh pájaros de acero
de cuyas alas brotan jazmineros!
Esa su sal sagrada,
edificada entre sol y luna,
hace un largo viaje
hasta la calle Wall, llena de sangres.
En tanto que sus hijos que laboran
entre pájaros y árboles.
entre un rigor de chispas de martillos
y ráfagas de arado y arena ensangrentada
acuestan su pobreza entre salmueras.
Yo sé que este dolor que ahora exprimo
florecerá mañana
en altas municiones de combate,
y en telegramas de tormenta y alba.
Yo sé que de estas rejas,
del canto reprimido y la agonía,
saldrá la lumbrarada
de un Paraguay profundo,
luminoso y entero.
EL ALBA
Rojo color del alba:
¡diapasón que despierta
manos trabajadoras!
Nace el tiempo en las ramas
y la esperanza sube entre latidos
de martillo y arado.
El hombre piensa en su trabajo
en su pan de cada día.
Altas alas le da su propia hambre,
altas alas.
Los esfuerzos florecen
en gotas de sudores.
(En estas duras manos
duermen las fibras
de un sol para otro tiempo).
¡El Alba, el Alba!
Entre las venas canta
haciéndose una rosa
blindada y combatiente.
EL POETA ANTE SÍ MISMO
(El poeta se habla a sí mismo
en esta noche que se palpa y examina):
-Debes tener fe en la fuerza
de tu pueblo,
de tus hombres sencillos,
de tus obreros tan altos y sonoros de consignas
que les dan los sufrimientos,
de tus campesinos decididos y rudos
como el empuje de sus herramientas,
de tus estudiantes de libros y estallidos,
de tus mujeres tan abnegados en todo tiempo,
de todos tus hombres trabajadores,
teniendo como divisa
las palabras de Maiacovski...
«Yo te entrego
toda mi sonoridad de poeta
clase que atacas...».
Que toda tu sangre vacilante
caiga,
por una ola de guitarras claras,
por una lumbre que golpee
como el sol,
que pueda echar el viento
las cenizas
de las vacilaciones,
de aquello que no nazca de tu pueblo.
-Mira a esos poetas que lloran al atardecer
por no saber que la noche oculta
los signos poderosos de algo nuevo.
-Mira cómo se llenan de elegías
porque no han tocado
la frenética tierra de los trabajadores
porque no han tocado
las paredes del día.
Sigue tu camino
y ¡qué de cosas te esperan
en cada página, hermano!
Alza tu frente
y respira el aire vivificante
que nos rodea.
Y afirma el paso
optimista y renovado.
Ahora puedes marchar
cantando victorioso.
EN LOS TEJADO
De pronto en los tejados se encienden nuevas rosas
voces de latifundios, hervor de proletarios,
pulsos de los obrajes de presencias verdosas,
todo un jirón de tierra con sus vocabularios.
Ante tantos escritos: ¡calor de funciones!,
los mazorqueros pardos retornan a sus sables,
al látigo y tortura, a un sol de municiones,
a su cobarde traílla de perros miserables.
EN LA NOCHE
Pólvoras y palabras
vibran en el aire,
un alerta de júbilo,
una campana
queman
los pelos de la noche
HECHOS
Chispas para el incendio.
Águilas de la lucha,
un vuelo de bandera primera.
CANTOS INTERNACIONALES
Mi corazón no tiene fronteras...
Si lo tuviera no cantaría.
ESPAÑA VIVE
Sólo conozco a España por los libros;
pero siento como si allí estuviera,
y palpitara en mí,
la vida, la gran muerte española,
peninsular, reciente.
(Pero no fue una muerte total,
sino una crítica, notoria...
más bien, herida abierta.)
Yo sé que la esperanza
-ese sonoro empuje de la vida-
crece con voz de pino fresco
y recorre los valles,
las montañas, las áridas llanuras,
los ríos con vocación de mar...,
y su color es vino y olivo,
entremezclados.
Ni aún la cárcel,
la bala que asesina
ese terror color de plomo oscuro,
pueden contra su sol republicano
vestido de guerrilla.
Sufre España, grandemente sufre,
por valladar y mares...
La España, sí, la España,
de pastores y obreros,
de campesinos pobres y mineros,
la España de los altos trovadores.
Las garras de ultramar -las de las 13 bandas-
traen frías neblinas,
barro mortal
y espadas asesinas.
(Ay, del toro español
sin banderilla y solo;
toro y torero en sombras...)
España no se ha muerto:
jadea de dolor pero no muere.
El clavel se prepara para una largo lucha;
el olivar se exalta;
trepida el naranjal que se colora en rojo;
el Quijote de lanza y armadura
no tan sólo español, sino del mundo:
las voces apagadas
por los oscurecidos fusileros
(la verde y clara voz de Federico,
la dura de Miguel desde la cárcel,
la dulce de Machado desde el Duero,
la de Seoane y Gómez
sin miedo frente al muro
(¡hay tantos por nombrar
como una larga historia, inacabable!):
las pobres gentes todas,
desde el minero al límpido marino gaditano:
¡vena y raíz de España,
guitarra y romancero!
Ella vive, no muere,
caminando en la sombra.
Ya pronto se dirá: «España vive
definitivamente junto al cielo...».
A GÓMEZ GOYOSO Y ANTONIO SEOANE
Largos aniversarios de artillería celeste
se enciendan y señalen
el sitio de la sangre fusilada
de esos dos hijos puros de Galicia.
Laureles guerrilleros, piedra, nieve,
se dominen de furia, de victoria,
ante la digna convicción ganada
por Gómez y Seoane,
verdes guerreros de la Pasionaria.
Eran mástiles, sol, en la jornada.
Hondos metales, dirección de espada,
sonoras escaleras de la lucha
eran.
Iban vestidos de petróleo en llamas,
llevaban los zapatos de diamantes,
y en los ojos la viva luz de España.
España era el teatro de sus brújulas,
de sus fusiles y sus barcos,
con el rumor heroico de Galicia.
Cincuenta días, cada día un año,
un año de tortura y duro trueno,
de picadas de perros enemigos,
cayeron sobre ellos, diariamente.
(La tortura era un agua
subiendo a la raíz de la firmeza).
La muerte no les preocupaba.
Pensaban en la lucha, en el combate,
del pueblo obrero y campesino,
en la victoria popular
alto de vida.
¡Hermano, qué grandes corazones poseían,
qué de estrellas, qué de jazmines duros,
de cordillera de luz, ellos tenían!
¡Oh, Gómez Goyoso, Antonio Seoane,
-vivas granadas, fibras de resistencias-
que el pájaro, el viento y las raíces,
difundan vuestros nombres de banderas
por toda España, vertical y fuerte!
GUATEMALA: ¡TIERRA PISOTEADA!
Y desde Wall bajaron los fétidos chacales
a eliminar su estrella
que silenciosamente se elevaba
por su gobernación de bananales.
Hasta sus fronteras llegaron y cruzaron
una estadística de explosiones y bombas,
una pequeña selva de verdugos
con olorosos dólares,
para ultrajar su vuelo,
su residencia tropical de surcos,
y rociar su mástil con petróleo,
y llenar sus dominios
con noches de terrores desbocados,
con un diluvio de cárceles y asaltos.
-Haz que tu oído escale
hasta los desapacibles muros de Guatemala
y escucharéis
todo un multiplicado lenguaje de navajas,
ramalazos de bolas de lejanas tierras,
o veréis
a los rehenes conducidos hasta el muro de los
fusilamientos,
en los tejados: ¡yanquis!
recompensando por los asesinatos
de los patriotas con expansión de pólvora:
¡una historia de patria pisoteada
por todo un eslabón de monopolios!
Y Pellecer se irguió con su mensaje
de cálidos fusiles,
con sus láminas de coraje en los caminos,
con sus vocablos de victorias y embestidas.
Llegó Castillo Armas con su retrato
de pequeño nazi.
Detrás de él: látigos de feudales,
el escalofrío hábil del hambre,
arañas extranjeras,
la lumbre triturada
de la Reforma Agraria:
¡un brusco cáliz vuelto al revés
del deseado polen de la vida!
(Y Peurifoy, embajador de las conspiraciones
y la muerte,
festejó la victoria del pelotón fascista
de las caricaturas de patriotas).
Guatemala no morirá entre las tumultuosas,
áspera red de Wall Street.
de ese raído enjambre de fascistas
predestinados a morir mañana.
Desde los pabellones azotados,
desde el estrangulado sitio
de las desvencijadas sangres fusiladas,
nacerá un nuevo canto
y el súbito color de los soldados
de cal y pergaminos.
-Oíd el arsenal de los soldados
sublevado en el final de las gargantas,
zarpando con el afán de la victoria
sobre el pequeño pelotón fascista:
¡ola negra de Wall, verdugos pasajeros!
ELEGÍA GUATEMALTECA
- I -
Entonces todos vieron
cómo bajaba dolorosamente
apretando su pecho centroamericano,
como una estrella herida
por el aire.
Por un aire de balas que silba y asesina,
por un vaho metálico y de fuego,
gestados en el lejano
mar de los rascacielos.
Y entre el rumor ciego de los cuchillos,
de luz difícil,
venían nuevamente los que hasta ayer estaban
sacando la banana, el café caluroso,
entre el áspero grito de los explotadores.
La United Fruit,
con su traje de dólar y su perfume
de sangre calcinada.
volvió con sus vocablos de látigo y silencio
amarrando la estrella de la Reforma Agraria.
Olas de furias fueron sobre la tierra,
olas de hambre,
alas de pájaro... y herido.
Y en cada puerta,
en cada puerto de clamor y peces,
dejó Castillo Armas un alto crimen,
un crimen que en el tiempo ha le subir sonoro,
día a día forjándose en espada
que buscará el corazón de los traidores.
Frente a sus muros
cayeron como lluvias sus espigas.
De su tierra salían
no una procesión de ramas verdes
sino una lenta procesión de cruces
y un trino intervenido de patriota.
Y las altas semillas, capitanes del día,
bajaron a otras tierras
mordiendo una guitarra entre los dientes
y un pedazo de sol gritando entre las manos.
- II -
Chiquimula, Tiquisate, ¡campos de concentración!
Cuando pronuncio vuestros nombres
mi garganta se llena de campana y combate,
de ronca pólvora iracunda.
(A veces no es posible cantar sino estallando
por tantas carabinas que duermen en las venas).
Antaño
los jóvenes veían
al vigilante sol libre en el aire,
sentían altamente el sabor de la tierra humedecida,
el canto en los caminos como una piedra roja,
la alegría en el pecho, igual a una palmera.
Y la niebla, tambor negro,
árbol frío,
era un trueno de fábula en los días.
Ahora mis hermanos del Saker-Tiki,
de jóvenes artistas,
son arrojados a las cárceles
o a los campos de concentración
de tipo nazi.
- III -
Yo sé que al alba vuelve
después de una tormenta de estampidos,
porque la luz no duerme,
porque la luz palpita como una fragua viva
dentro de cada corazón amigo,
obrero y campesino.
¡Ay, mi dura elegía, Guatemala,
tierra de sol, tierra de las bananas,
de mar a mar, tu cuerpo ensangrentado!
BOLÍVAR, TIMONEL DE OTRO TIEMPO
Tu viva espada, Capitán Bolívar,
era un firme relámpago cortando
toda la férrea y sinuosa sombra
por la que atravesaba el pecho combatiente
de América en zozobra y vigilante.
Todo el rumor resuelto que zumbaba
sobre los caramillos de los indios,
sobre las espadas al acecho,
sobre las longitudes de la arcilla,
el hábil filo de los agricultores,
el nativo cairel de los ponchos
de los enfáticos jinetes,
el barquero avisado ante las tempestades:
llegaron con Bolívar,
con rasgos legendarios como los leñadores despertados.
Las patrias levantaban sus cabezas
para ver quiénes llegaban
llenos de pedernales combatientes.
Los ríos, como las cuerdas tensas de las guitarras,
daban vocabularios sublevados
a aquellos taladrantes
soldados gestionados improvisadamente
para que dieran paso al alba solidaria que se alzaba
para una nueva luz americana.
El íntegro dominio de los vientos australes
enseñaba la indígena arboladura roja
de espadas y claveles guerrilleros.
Y un huracán de hojarascas verdes
estampaba sus gestas fecundantes
con las definitivas herrerías.
El prolongado olivo de aquellos labradores
aún mantiene su maternidad libertadora
plasmado en las monedas de los pequeños truenos
que sensitivos marchan taladrantes.
Sobre su torbellino de caballo,
sobre el sepulturero signo de su espada,
sobre la ruda tinta de sus proclamas
Bolívar recogía toda la suma de sucesos nuevos,
al miliciano pasajero,
a la cal de las marinerías
a las brigadas de aldeanos bruscos,
para hacer de ellas
un ámbito de chispas
o un cataclismo de metales altos.
¡Madrugador clarín,
granadero inflamado,
fermentación de América pasada!
Veo que aún convocan tu presencia,
tu púrpura volcánica,
tu sangre ribereña
tu rayo de utensilios orgullosos
para innovadas perspectivas.
¡Oh, Capital de fósforo y bandera
de una diferente contextura!
Nuestras memorias buscan
el calendario que dejaste
de apasionados alabastros.
Vibramos ante el recorrido de tu nombre
de rebeldes tatuajes,
para los manuscritos difundidos.
Despedimos entero
a los que han arrinconado tu inventario
intérprete de los desordenados reverberos,
a los que echan lluvias sobre su bastimento
de lentejuelas dulces.
Hoy escuché romance que te nombraba,
vendimiadoras que queman sus vendimias
triturándolas hasta hacerlas sangre,
remeros como veletas zumbadoras,
reciedumbres de guitarras
cantando tus salmueras,
lámparas para tu nomenclatura de quebracho,
pueblerinos insistentes
todos y cada uno ofreciéndote un pedazo
de sus embanderados sentimientos
para diseminarte como polen
sobre las colecciones de países
zurcidos a la piel latinoamericana.
Yo me despido
después de este telegrama de palabras.
Tu nombre como un arpegio ciego
sobre las páginas de América
en el libro de los novenarios
quedará definitivamente escrito
Bolívar. Capitán:
un viento de banderas
corre al cielo
de tu recuerdo y nombre merecidos...
DIA PRIMERO - POEMARIO DE LUIS MARÍA MARTÍNEZ
(Texto de AUGUSTO CASOLA)
Se puede leer en el pie de imprenta de la primera edición de Día primero - Poemas (1955), que fue impresa en Artes Gráficas Zamphirópolos, durante la segunda quincena del mes de julio de 1956; el autor firma Luis Armatize y se abre con un prólogo Mi hermano que paso a transcribir:
Prólogo
Mi hermano
Mi hermano, un claro poeta,
quiere publicar sus versos y no puede,
quiere hacerlo con imprenta y con dibujos blancos
y no lo puede.
Aquí no van a las palabras naciéndoles racimos,
no puede echar raíces porque la tierra quema.
¡No! Las palabras no tienen agua,
las palabras no tienen sol,
no tienen minerales de la fierra.
Su voz, mi voz, van encerradas
como pájaros locos,
como agua en un dique,
¡sí!, como agua en un dique.
Y las imprentas balan en las praderas ciegas,
cada letra es un niño martirizado y flaco,
cada sonido un grave sufrimiento.
Y Pedro el imprentero vaga por la humedad del cielo,
comiendo su silencio como un pan,
electrizadamente solitario.
Toco una mano. En ella unas palabras
sueltas y calientes
que tratan de estallar como explosivos,
buscando pisos y moradas,
desentrañando azufre airado.
Mi hermano el poeta
patea y canta sollozando,
y saltan de su pecho, fusiles y granadas,
pueblo huérfano y huérfano,
astrales sacudidas y miradas,
un dominio del sol
áspero y fuerte.
En la edición fechada 2 de marzo de 1989, las palabras con que el autor abre el tomo dicen, entre otras cosas y a modo de excusa y auto reproche: Todo mi pretendido ‘esteticismo musical’ se puso entonces a prueba demostrándome que aquí y más allá estaban ocultos o mimetizados por el sonido versos derrengados o cojitrancos en inadmisible error de presentación, y supongo que ellas se pueden aplicar a todos los autores primerizos que con la audacia propia de la juventud se lanzan a publicar sin las premeditaciones de una posterior lectura compulsadora porque entonces, sin la experiencia que da el paso del tiempo, ese gran maestro de todas las actividades de la vida, sean ellas artísticas, políticas, profesionales o el simple transitar de la gran mayoría de esa masa densa y perpleja que constituye cada generación, el joven suele querer considerar como resultado de la iluminación del genio lo que no pasa de ser generación espontánea de su ingenuidad y se resiste con tozudez -que resulta hasta risible por lo patético-, a escuchar los consejos de "la experiencia", como les gusta decir a los viejos cuando se refieren a esa maestra que no se amilana ante el alud de necedades que de a poco envuelve a lo racional y adecuado en esa niebla que últimamente parece una obligación de las autoridades mundiales y nacionales, arrojar sobre la nueva generación, empecinadas como están, al parecer, en asentar ciertas normas que faciliten sus malignos designios encaminados a conducir a los jóvenes, que ingenuamente se prestan a ello, hacia la deshumanización de una nueva época de oscurantismo e ignorancia de la cual no escapa el ámbito de la cultura.
Por eso, resulta aplaudible y hasta honrosa esa prueba de honestidad intelectual que Luis María Martínez realiza en el prólogo de esta edición, pues entre 1955 y 1989, median 34 años que el autor llenó con trabajo arduo y tesonero.
Con cierta reticencia me alcanzó, hace unos días, la edición príncipe, cargada con ese contenido literario que fue la semilla y creció después, transformada en el frondoso árbol de sólido tronco que constituye la obra de este autor, tal vez porque entonces era el día primero en aquella Asunción desaparecida hoy y a la cual se refiere el escritor W. Jaime Molins (30,32).
Ahí tiene usted unos ejemplares que han dado excelentes resultados.
Efectivamente, la hovenia se adapta como planta urbanizable a una difusión ventajosa siempre que se cultive con cierto esmero. Se antepone a este vegetal, el plátano, consagrado como planta excepcional para avenidas en las grandes ciudades. Por lo menos, sobre su plantación se lleva la experiencia ganada en el ejemplo de sus calidades como ejemplar "boulevardier". Es elegante, es dócil, es rápido, es pródigo en ramas y en hojas, y sobre todo propio de este clima subtropical. Desechemos con tiempo el carolino y ciertos ejemplares de la familia de las acacias, que si son atrayentes por su tonalidad y por su grata umbría, son indisciplinados, demasiado vigorosos y reacios a toda cultura estética.
Pero a nuestro ver, nada más apropiado, más típico y de mayor utilidad pública, que el naranjo, planta peculiar, llena de sombra, de perfume y de amor. Ella debe ser la preferida para la alameda urbana; ella debe, a manera de perdurable dosel, anticipar en la ciudad más que un producto nacional, un símbolo providencial que da idea de exuberancia y de probidad, en el tono firme de sus hojas, en el amor de sus azahares, en la generosidad de sus dulces frutos... Y si fueron naranjas el alimento frugal de los combatientes póstumos, cuando el último cartucho, ninguna consagración más llena de patriotismo y de poesía, para venerar el árbol generoso, en el culto de las calles, como el amigo fiel que rindió su tributo en el día de la prueba...
Y aún sin esta idealidad de noble romanticismo ¿qué árbol puede en la Asunción, suplantar al naranjo? Su follaje es seguro, su figura, comúnmente esférica, es propia de un sencillo alineamiento; sus propiedades como depurador de la atmósfera son insuperables; perfuma y alimenta. Y si el exceso -hoy por hoy- de la producción naranjera, no importa un incentivo usufructuario, destínese la cosecha de ese huerto popular a las sociedades de beneficencia en la seguridad de un apreciable rendimiento. Para arborizar con naranjos todas las calles de la ciudad comprendidas en el perímetro de Benjamín Constant, Asunción, Estados Unidos, Ygatimí y Hernandarias, se necesitarían 14.000 plantas, haciendo un cálculo de buen cubero sobre la base de una planta cada cinco metros.
Y no os riáis ante este lirismo de arraigar como planta de ornato el árbol protector -ya que este sistema novísimo, a base de una cosa tan nuestra, tan americana, pudiera su plantar la fórmula consagrada de los árboles exóticos que nos trae el espíritu snob de Europa- que nada más práctico que unir pedagógicamente lo útil a lo agradable, máxime cuando esta dualidad importa la planta nacional por excelencia.
Aquella Asunción donde se podía aspirar el aroma de las flores del naranjo y del jazmín que en las casas o en las veredas, se encendían en la blanca pureza de sus flores. Las calles empedradas del centro, resultaban propicias para que los niños jugaran a la bolita, a firraca o a culturales, los que guardaban en una especie de estuche mágico que, con un simple doblado, colocaba el valioso papelito ilustrado en su lugar.
Entonces la vida de la niñez transcurría con un ritmo diferente al actual, dividido en temporadas estrictas, cada una de ellas sujetas a la liturgia del juego correspondiente, conocida y respetada por instinto, ya que a nadie se le ocurriría jugar bolita en tiempos de trompo o hacer volar pandorgas cuando correspondía jugar al libertado o tambo por las noches y para lo cual servían las columnas en diagonal de las esquinas, de cuyos cables pendían restos de pandorgas que hicieron kali-u en ellos. El foco bajo la pantalla enlozada oscila con el viento y ensancha en algo su escaso cono de iluminación.
En Maduración, nos dice:
Hablaba de la arena sin remedios,
de la elástica lluvia
caída en el regazo de la noche,
del final de un arroyo acorazado
por piedras torrenciales.
Esta estrofa lírica, la extraje de un poema que enseguida pasa al tema que va a ser casi la constante dentro de la obra poética de Luis María Martínez: el pueblo, las desventuras del campesino, el anuncio de la lucha y la esperanza de sacudir al país de la mano férrea de la dictadura que entonces ya definía las diferencias entre privilegiados y parias.
Antes de cerrar este Día primero, me permito transcribir las dos versiones del poema Soy, con que se abre la edición de 1989, y que está después del prólogo en la edición príncipe.