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NILA LÓPEZ (+)
  EL BROCAL AMARILLO, 1984 - Poesías de NILA LÓPEZ


EL BROCAL AMARILLO, 1984 - Poesías de NILA LÓPEZ

EL BROCAL AMARILLO

Poemario de NILA LÓPEZ

 Ediciones Asedio,
 
Colección LA GARZA,
 
Asunción 1984
 
 
Versión digital:
 
BIBLIOTECA VIRTUAL AUGUSTO ROA BASTOS
 
Centro Cultural de la República EL CABILDO
 
 
 
 
 
Lentamente -la lentitud puede ser también una garantía- van ascendiendo al nivel édito nombres femeninos nuevos. No siempre son estos nombres “jóvenes”, en el sentido puramente cronológico, que fija a este adjetivo límites precisos, “verdes”. Verdes de esa lozanía que creativamente se anticipa a la flor y no digamos al fruto. Los nombres más recientemente promovidos van acercándose a una gentil madurez floreciente -Lilian Stratta, Gladys Carmagnola, RaquelChaves-. Y por Asedio lo hace ahora Nila López, representante de una generación más joven: hecho auspicioso, que diría un cronista.

Nila López, a pesar de ser periodista y de tener fácil acceso a los medios de difusión, no ha sido nunca pródiga en la publicidad de su poesía. Lo poco que de ella conocíamos la caracterizaba como una voluntad de enfrentamiento a lo rutinario, a lo que encasilla, inmoviliza, metodiza -en el más ataráxico sentido- el fluir libre e incesante del pensamiento, restándole espontaneidad, gracia, opción a la aventura regeneradora de la fantasía.

Pero Nila escribía mucho más de lo que publicaba, como ahora vemos. Es cierto que tener poemas suficientes para llenar un volumen no significa tener obra merecedora de edición. Todos sabemos que como regla —a la cual no faltan por supuesto nobles excepciones— son los poetas poco favorecidos de Dios los más fértiles. Ello se explica quizá porque sus poemas les cuestan lo que valen.

Ha sido una grata sorpresa leer los originales de Nila: estos poemas casi todos ellos inéditos y que parecen ir adelgazándose en materia —no en esencia— a medida que avanza el libro, haciéndose más breves solamente mediante la condensación de su estructura metafórica. Y, paradójicamente, también más transparentes.

En el libro de Nila, el predominio del tema hace del libro sustancialmente un poemario del amor en su faz más delicada y espiritualmente enriquecedora: el dolimiento y desvalimiento femenino ante el dios inconsciente y terrible. Son breves aperturas de cortina celosa sobre una intimidad profundamente sensitiva y a la vez rigurosamente contenida en los posibles desbordes emocionales por un ansia exasperada de buscar los límites del símbolo. Sin quererlo surge la imagen de las mujeres orientales —a las cuales Nila recuerda con su apasionado color de española— cubiertas las caras con el velo. Tras el cendal, recatado totalmente el rostro —la móvil máscara delatora— sólo la mirada puede decir algo del ánima confinada. Y aún pueden los ojos cerrarse y revelar algo sólo con un temblor de párpados.

Nila dice del amor lo que puede decir la pasión humana y femenina sacudida por las ráfagas más vitales. Pero el pudor oracular de la metáfora abarcante, sin traicionar la realidad íntima, la transporta a una clave en la cual, reconocible siempre, lo es por su resplandor y no por la materia. Una sensibilidad de mujer quiere hacer del todo suya su propia voz, y busca para ella, con fortuna, su ámbito propio, nunca ubicable fuera de la propia hondura.
Saludemos a esta voz femenina liberada.
 
 

 
 
Lejos,
 
en el sur o en el norte.
 
Por todo lo que fuiste y lo que no fuiste.
 
A ti.
 
 

 
¿ QUÉ SOY
 
SINO ESTE TIEMPO
 
VESTIDO DE MUJER ?
 
 
 

NACER
 
SIN NINGÚN DATO

I

La calavera.

El carnaval perenne y destemplado.
Esta boca putrefacta
deformándose sin muecas,
horadando su angustia.
La precaria armadura
que muerde, empuja, escupe
arañando sin dientes
mi pozo sin bozal y sin preguntas.
 
II

La vida está llena de Mancuspias.

— ¿Que son las mancuspias?— pregunté.
Y mi amiga, candorosamente, contestó:
“Eso es lo que me pregunto yo también”.
¿No es para morirse de rabia?
 
III

Con qué plena ansiedad
varada ante los frenos
busqué la luz, el fuego,
la calle y la manzana.
 
IV

El rito
es casi un viejo templo sin recuerdos.
Inútil ejercicio.
Todo se muda a veces sin remedio.
La soledad avanza en sus preguntas
y amanece.
¡Amanece!
 
V

Los dolores antiguos
están tranquilos
acostados en el catre de lona.
La amiga inesperada
hace un momento
prometió con susurros
pasar a retirarlos.
 
VI

Percibí los sigilos
de muertos en sus casas
sin conocer
sus ritos y festejos nocturnos,
sin aprender sus rostros
ni sus zapatos siguiéndoles las huellas.
 
VII

Ladra un perro.
Los gatos gimen. El árbol se endereza.
Una niña se viste las medias de seda
y este infinito sopor
golpea el piso cuando hace frío frío frío
y las sonrisas se cuajan
debajo de las puertas.
Tantos secretos por parir,
Señor, apabullantes.
Me duele contenerlos.

Susurros, plegarias, diente en lágrimas,
qué más da si me ha dejado el taxi
en esta esquina de transeúntes desvelados.
Crezco en la sorpresa
de no reconocer el aroma del alba.
Y amarillea el viento,
me tocan,
me habla una mujer desconocida
y mi ojo helado,
mi boca muda le abraza,
invasora a destiempo.

Pueden repartir la torta:
la comerán los que conocen su sabor.
Después de entrever las diferencias,
un grillo me golpea el cráneo,
aquí donde se abultan los recuerdos
y las palabras llaman a la prisa
por respirar tierra,
aire, pureza de desierto.
 
VIII

¿Cómo serán los otros secretos?
Los que no pueden contarse.
Nacen sin ningún dato,
con la oscura certeza
de un antiguo llamado
que ya estaba aquí
antes de que yo fuera pensada.
 
IX

Tantos soles entreveo, lejanos,
y los ojos detenidos no los alcanzan
ni hay lámparas que los reemplacen
para mi caricia, mi brazo, mi espera.
 
X

La ceniza está ciega.
No sabe nada
del color de una mano,
de la humedad,
de mí,
de la ventana.
Déjenla sola,
ser polvo y esparcirse
sin prisa,
viva molécula de dudas:
una nube amarilla que decanta
el mediodía.

XX

Sopla suave la brisa.
El árbol legendario observa silencioso
el paso agigantado de los años.
Oigo la tenue voz de la mujer secreta
sobre las olas
que llegan y se van, libres y frescas.
Mi nombre no existe
traspasando la muralla del río.
Allá yo crezco
y recibo frutas del agua y de la tierra.
Allá vivo.
No sé si soy yo misma
o una fugaz estrella más.
 
 

INTERLUIDO

1

Maduros se han tornado estos viejos recuerdos
en sus frías, innumerables máscaras domésticas.
¿Qué voz dirá su grito cuando callemos todos?
¿Será alguien capaz de devolvernos sin culpa
aquel tiempo perdido detrás de los pupitres?
 
2

Nueve lunas
me observan desde el vértigo.
La memoria.
Los altos espejos
regresan en su vuelo.
La memoria.
Su despeinado canto.
Su inmóvil transparencia de gitana.
La memoria
que busca esa región
del huidizo rostro sin disfraces.
De pronto soy ahora
una metáfora inútil debajo del paisaje.
Un sueño pertinaz,
amordazado.
 
3

Duermes, Adriana.
Tu diminuto sueño
busca ya su madera en el océano.
El aire,
el sol sobre tus cabellos.
La tarde en tus ojos claros.
Abrázame,
rosa primera de mi vida,
cuerpo de mi cuerpo,
niña.
 
 

LOS FUEGOS
ENCENDIDOS

I

Desde el brocal perfecto de este pozo
observo que en el fondo
se acarician sin pausa
serpientes y palomas.
Todos los mutismos están aquí de nuevo.
El horror de llorar y que se burlen.
El terror de gritar y que me escuchen
y que terminen silenciándome.
¡Levanten la persiana
y déjenme aprender a caminar!
 
II

Cuando era niña me advirtieron
que en el amor
el que con fuego mata
se quema muere.
¿Por qué nunca me hablaron
de esta dulzura interminable?
 
III

Muchacho nuevo,
si me dejaras cultivar también tu jardín
y obviaras preguntas biológicas.
Ven,
salgamos a la mañana,
salgamos a caminar
porque sí.
Este es nuestro tiempo.
Déjame contagiarte
esta terrible libertad
para apresar
lo inesperado.
Esta vez no se trata de entregarse
ni de medir la edad que sobra o falta.
Aquí no entran ni siquiera planes.
Y sin embargo estamos
encendidos,
extrañamente vivos.
 
IV

…Este vacío
termina
allí donde te habitas
y donde yo me miro
para encontrar mi espejo
y completarme.
 
V

Cada mínima o alta pausa
nos acerca
sugiriendo con su lengua prestada
que no pueden las manos ni las bocas
detener este tránsito
hecho de miel y luna hacia el abrazo
 
VI

Freud desanduvo esta tarde nuestro mercado 122.
Me detuve, pero mi sombrero estaba agujereado.
Derroquemos las comillas, ¿no es más fácil así?
Cuando te vi supe que podía rescatar mis cabellos,
aquí por donde empiezo, alta, encogida y sola:
un caballo altanero volando entre los senos.
 
VII

Aunque no sepas ser el sol para todos
fabricas auroras y sombras
con la duda en la puerta.
Inventas la noche jeroglífica,
desparramas enigmas
desde la punta de los dedos.
Destruyes sílabas,
tiempos y besos transparentes.
 
VIII

Esta siesta,
cuando me pediste el libro de alquimia
y en tus ojos nada denunciaba
la terca complicidad que ahora nos une,
sólo entonces
y de qué manera,
supe por qué esperaste tantos años
para buscar mi aliento
y quejarte del olor a cigarrillo.
 
IX

Torbellino en la tarde y su reposo.
Viento acostándose.
Sonrisa.
¿Quién alimenta a la paloma
que retoza en tu pecho?
¿Que mira altivamente
desde esos ojos calmos?
 
X

Deja un lugar para que los anillos
se olviden de sus dedos y sus piedras.
Que nadie clame
porque se han detenido las pupilas.
No se mira sino lo que se quiere
oír
en esta verde manzana verde
que amanece en sus círculos dorados.

XXXIV

¡Estoy tan lejos!
Debo volver a casa.
A esta misma hora
en alegre algarabía de voces gestos
ayer
se me perdió la risa.
Debo volver a casa.
He dado tantas vueltas
que ya no sé dónde dejé mis sueños.
Debo volver a casa.
He caminado mucho
y siento
que es la primera vez
que paso por el mundo.
 
 
 

VERSIÓN PDF - GENTILEZA: BIBLIOTECA "AUGUSTO ROA BASTOS"

DEL CENTRO CULTURAL DE LA REPÚBLICA "EL CABILDO"

 
 
 
 
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