MAYBELL LEBRÓN
Miembro de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP); cofundadora de Escritoras Paraguayas Asociadas (EPA), asesora de su CD; miembro de Amigos de la Academia de la Lengua Española; miembro de los Talleres Literarios Cuento Breve - Prof. Dr. Hugo Rodríguez Alcalá; Prosa y Poesía - Prof. Dr. Carlos Villagra Marsal; del Club del Libro N° 1.
LIBROS EDITADOS:
MEMORIA SIN TIEMPO - cuentos (1992);
PUENTE A LA LUZ - Poemas, Premio "Voces Nuevas" (1994);
PANCHA - Novela, Premio "Roque Gaona" (2000).
EDICIONES COLECTIVAS:
Tiempo de contar; Criaditas; Muestra de la poesía de hoy en el Paraguay; siete volúmenes editados por el Taller Cuento Breve.
CUENTOS PREMIADOS:
ORDEN SUPERIOR - P. "Veuve Clicquot Ponsardin"; GATO DE OJOS DE AZUFRE - P. "Néstor Romero Valdovinos".
Sus cuentos y poemas son publicados en revistas literarias de nuestro país y del extranjero, y han integrado diversas antologías, en castellano y en ingles. PANCHA tiene ya (2001) 3 ediciones y ha sido elegida para la serie "Educando" por el Instituto Superior de Educación -ISE- como prototipo de novela.
Fuente: POR SIEMPRE CUENTOS - TALLER CUENTO BREVE. Coordinación : DIRMA PARDO CARUGATI , STELLA MARIS BLANCO SÁNCHEZ DE SAGUIER. Edición a cargo de: DIRMA PARDO CARUGATI. Editorial Arandurã , Telefax : (595 21) 214295. www.arandura.pyglobal.com- Asunción-Paraguay, Octubre 2005 (179 páginas)
LEBRÓN, MAYBELL
Cuentista y poeta. Aunque nació en Argentina, vive en Paraguay desde 1930.
Es miembro del Taller cuento breve. Ha publicado algunos cuentos en los libros de dicho taller y algunos otros en periódicos y suplementos culturales.
En 1989 obtuvo el primer premio en el concurso “Veuve Chiquot Ponsardin” por “ORDEN SUPERIOR”, uno de los relatos incluidos en “MEMORIA SIN TIEMPO” (1992), su primer libro de cuentos.-
En 1993 otro de sus cuentos fue galardonado “GATOS DE OJOS DE AZUFRE” con el Premio Néstor Romero Valdovinos en el concurso de cuentos del diario Hoy.-
Es autora de “PANCHA” (2000) (Novela - Premio Roque Gaona), una novela de trasfondo histórico y de dos poemarios: “PUENTE DE LUZ” (1994) y “AYER, TAL VEZ MAÑANA” (2004).-
Fuente: SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY (S.E.P.)/ Escritoras Paraguayas Asociadas (E.P.A.)
LEBRÓN, MAYBELL : Ciudad de Córdoba/ Argentina, 1923. Cuentista y poeta. Aunque nacida en Argentina, vive en Paraguay (Asunción) desde 1930. Activa promotora de actividades culturales en su país y miembro del Taller Cuento Breve, Maybell Lebrón ha publicado algunos cuentos en los libros de dicho taller y algunos otros en periódicos y suplementos literarios diversos.-
En 1989 obtuvo el primer premio en el concurso “Veuve Clicquot Ponsardin” por “ORDEN SUPERIOR”, uno de los relatos incluidos en “MEMORIA SIN TIEMPO” (1992), su primer libro de cuentos.-
En 1993 otro de sus cuentos ("GATO DE OJOS DE AZUFRE") fue galardonado con el Premio Néstor Romero Valdovinos en el concurso de cuentos del diario Hoy de ese año.
También es autora de PANCHA (2000), una novela de trasfondo histórico paraguayo, y de dos poemarios: PUENTE A LA LUZ (1994) y AYER, TAL VEZ MAÑANA (2004), su libro más reciente.
(Fuente: "ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA PARAGUAYA"/ 3ra. Edición – Autora: TERESA MENDEZ-FAITH , Editorial EL LECTOR, Asunción-Paraguay 2004).
MAYBELL LEBRÓN (1923) : Cuentista y poetisa nacida en Argentina, aunque residente en el Paraguay desde 1930, es una activa promotora de actividades culturales, y miembro del Taller Cuento Breve. Sin embargo, solamente ha publicado una obra de cuentos propia editada, MEMORIA SIN TIEMPO (1992), aunque en 1995 comenzó a escribir una novela histórica sobre el personaje de Pancha Garmendia.
Su literatura destaca por el intimismo desde el que se suelen situar sus personajes, especialmente los femeninos. En este sentido, la temática de los cuentos es preferentemente urbana. Maybell Lebrón traza historias de la palpitación del día de los habitantes del mundo de Asunción, aunque en ocasiones sus relatos no tengan un espacio determinado o busque una mejor localización en un ambiente rural, que no se distingue en exceso del de la capital paraguaya al quedar englobados dentro de la perspectiva de la autora. Ha vivido en Asunción toda su vida y, por ello, necesariamente ha de reflejar en sus obras el mundo que ella conoce, sin sentirse identificada con el mundo del interior del país, exótico para ella, aunque lo conozca y se permita adentrar en él. Además, el localismo de los relatos se observa solamente en la condición de los personajes, aunque las reflexiones les otorguen carácter universal.
Posiblemente su mejor cuento sea «Berta», peculiar retrato psicológico profundo de una asesina sádica. Sin embargo, hemos decidido seleccionar el titulado «QUERIDO MIGUEL» porque es muestra de una forma de escritura muy característica de la narración femenina íntima: la carta, soporte de escritura que permite al personaje revelar sus hondos sentimientos y su autobiografía. Otras formas testimoniales aparecen también en otros relatos de la autora como «TORRENTE SIN CAUCE», pero en el tema femenino este relato es el más representativo. El argumento es el de una mujer que le escribe una carta a su esposo en la que le repasa la vida de ambos desde que se conocieron. La mujer desea tener un hijo, pero él no quiere. De esta forma, la narradora-protagonista le reprocha el haberla convertido en una mujer estéril, porque lo que deseaba ella era tener un hijo. Al final, se descubre que la carta es un testamento que escribe antes de que se suicide lanzándose a los perros carniceros que él tiene y cuida en la casa, animales que parecían su única atracción en el hogar. Los anhelos maternales de la mujer la han obsesionado y al no tener hijos no encuentra sentido a su vida por lo que decide consumar su tragedia, con la que además se vengará del marido, aun a costa de su propia expiación. La rúbrica final, «HASTA SIEMPRE. JULIA», aumenta aún más el dramatismo de la situación y lo que será la vida del marido sin la mujer que siempre lo ha amado. En suma, «QUERIDO MIGUEL» es un cuento de tema amoroso, que desvela el problema de la mujer que ha de infrasituar sus deseos frente a los del esposo.
Querido Miguel:
Cuando aquella noche nos conocimos en la fiesta del lago supe que, tarde o temprano, te pertenecería.
Al bailar, evité el contacto de mi pecho con el tuyo: así ocultaba la violencia desatada en mi interior. Me creíste tímida; no sabías de mi esfuerzo en recomponer el rostro, cada vez que nos volvíamos a encontrar, para no dejar traslucir el impacto de tu presencia. Con un estremecimiento, esperaba hasta verte a mi lado, y tu cortés «¿qué tal?» desbocaba el ritmo de mi pulso. Me sentí feliz al descubrir la pasión contenidaen tus ademanes lentos, en la frialdad de tus ojos verdes. Soñaba con tu cuerpo de reflejos dorados y despertaba bebiendo tu aliento en la pieza oscura y desierta. Te quería con locura. Aún hoy, pese a todo, te sigo queriendo.
Un día mencionaste como al descuido: «Mañanavuelvo al Chaco, no puedoabandonar mis cosas». Miré hacia el lago para esconder las lágrimas; una chispadivertida iluminó tus ojos: «Volveré en quince días, ¿serías capaz de acompañarme a la selva?». Y sentí en la boca ese beso quemante y posesivo que selló mi destino. ¿Lo recuerdas?
Volviste. A tu lado escalé, uno a uno, los peldaños de la dicha. Eras gentil, fuerte, bello. Y me adorabas.
Comprendí tus silencios cuando me enteré del accidente. El pequeño avión perdido, y con él tus padres. Tiempo después, hallaste sus cuerpos mutilados por las fieras. Allí, en un claro del monte, hay dos cruces que un machete mantiene siempre libre de malezas. «Eres el único amor que me queda», decías, y tu rostro se opacaba en el recuerdo.
¿Acaso olvidaste la capilla de San Bernardino, adornada con flores del campo? Fue mi pedacito de paraíso. Juré hacerte feliz. Apenas terminada la ceremonia cambié mi vestido de novia por botas y jeans para abordar la avioneta reluciente, estacionada en el rústico aeropuerto. Estabas excitado y radiante: en mi asiento, un ramo de rosas rojas; en los mandos, tú. Maravillada y dichosa, nos elevamos en aquel recinto aromado, flotando entre madejones de nubes transparente, con el sol que estallaba contra los vidrios de la cabina y, allá abajo, un verdor interminable estriado de esteros y riachos. El camino a nuestro hogar fue una experiencia inolvidable.
La pista terminaba en el galpón de los peones; te pregunté, sorprendida: «¿Dónde está la casa?».Me tomaste de la mano y cruzamos un bosquecillo para llegar al primer círculo. Tú reíste de mi extrañeza. ¿Para qué esa doble valla alrededor de la construcción, como dos fuertes anillos de diferente diámetro, y la casa en el centro del más pequeño.Me contestaste: «Es por los perros».No los vimos; estarían encerrados. La vivienda, herencia de tus padres, era hermosa aunque no muy amplia.
¡Qué felices fuimos! Al levantarme te encontraba en el comedor; habías dejado sobre la mesa el canasto con carne, frutas, o simplemente flores recogidas en tu salida matinal; al mirarte, me sentía enredada en tus pestañas como en una red que me cortaba la respiración. Hacíamos largos paseos, a caballo o a pie, hasta el final de los senderos bloqueados de selva. Me enseñaste el canto de los pájaros, a distinguir los animales por el ruido de su furtivo andar en la espesura; los ojos agrandados, presencié en el corral el brotar de una vida, y mis entrañas respondieron al llamado con una contractura dolorosa y dulce.
Mi único temor fueron los perros: seis enormes dóberman y un solo amo: tú. Te veía entrar en la«franja de los perros», hablándoles pausadamente, con cariño; sin arrebatarte la carne, en sumisa espera, giraban a tu alrededor babeando de impaciencia. Los peones nunca franqueaban el montecito si no los llamabas a trabajar en el jardín; o a la hija de la machú, para el arreglo semanal de la casa. Ellos también se parecían a los perros: el miedo servil en los ojos y el recelo de acercarse demasiado.
Me lo habías advertido: «No salgasni dejes pasar a nadie por el patio de los perros. Pueden ser despedazados».
Al caer la tarde veía sus manchas oscuras; la hilera aguda y blanca de sus bocas abiertas; las ascuas brillantes de su mirada de demonios, lanzados a una ronda inacabable. En tu ausencia, trancaba puertas y ventanas: sólo quedabaprendida la vela ante la Virgen.
Aprendí de tus labios que los indios eran los únicos capaces de atravesar la espesura. ¿Te acuerdas? Un día pregunté cuándo volvería el avión. De espaldas, con voz neutra, contestaste: «Está descompuesto; esperaremos a que se arregle». Y luego, girando en el asiento, frente a frente: «¿Acaso quieres volver?¿No te basto?». Tus brazos se extendieron hasta alcanzar mis hombrospara hundirme en tu pecho con olor a cuero y maleza. Me entregué, como siempre, vencida y dichosa.
Una vez te pedí: «Miguel, no lo evites más; quiero un hijo». Vibraron las comisuras de tus labios; por las rajas de los párpados contraídos saltaban destellos de pedernal: «Te quiero demasiado; compartamos este amor sin nada que nos separe; no hablemos más de esto». Inseguro, tomaste el sombrero al salir, sin volverte. No lo olvidaste, ¿verdad? Temblorosa, incrédula, puse las manos sobre el vientre, hasta que el dolor de las uñas clavadas en la carne me volvió a la realidad.
Desde aquel día los perros no regresaron a sus jaulas: los sentía jadear del otro lado de la valla de estacas, devorando, feroces, las ratas y lagartos que osaban invadir su feudo. Siempre que salíamos de la casa o alguien traspasaba los cercos, estabas allí.
A veces, me parecía oír un ruido lejano de motores y me acercaba a la ventana, buscando la silueta plateada con todos mis sentidos alerta y una ilusión que se iba desgajando al pasar los minutos. Más tarde me enteré que habías hecho construir otra pista en un puesto lejano. ¿Por qué, Miguel? Te dije mi extrañeza por haber escrito tantas cartas sin recibir respuesta. Insinuaste, despectivo: «No tendrán interés en contestarte». «Eso no es cierto», estallé.
Prendiste un cigarrillo, mientras revisabas concienzudamente las planillas. Al mirar tu hermoso perfil, descubrí un rictus cruel en la boca; todavía lo estaba observando cuando te levantaste; sentí tus manos buscar mi cintura, el calor de tu aliento quemarme el cuello; el trazo húmedo de tu lengua resbalando, hasta hundirse en mi boca. «Te quiero, te quiero mucho», dijiste. Sabía que era cierto.
Entraba por la ventana el pálido rosa del amanecer, acuchillado de sol: ya estabas listo para salir: me diste un beso, creyéndome dormida; luego, el ruido de las espuelas alejándose. No tenía ganas de levantarme; no tenía ganas de nada.
Más tarde, con la taza de café en la mano, abrí la puerta: las plantas descuidadas; los perros anhelantes hurgando en las junturas de la empalizada; el campo y el arroyo, tan cercanos; sin embargo, bien podría yo morir de sed. ¿Sabes? No me asusta la palabra: desde que tú me hiciste estéril ya me siento casi muerta. Con un hijo a mi lado todo hubiera sido diferente, tú, que dices adorarme, me lo negaste. Hoy, cuando vuelvas y me encuentres destrozada, odiarás a lo único que también querías: tus perros.
Hasta siempre,
Julia
Fuente NARRADORAS PARAGUAYAS (ANTOLOGÍA)- JOSÉ VICENTE PEIRÓ, GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ- [recopiladores]. Edición digital: Alicante : BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES, 2000. N. sobre edición original: Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay), Expolibro, 1999.
Títulos digitalizados en BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES
o MEMORIA SIN TIEMPO.
o PANCHA.
o PUENTE A LA LUZ.