AZULIA Y OTROS PECADOS
Cuentos de PEPA KOSTIANOVSKY
(BIBLIOTECA POPULAR DE AUTORES PARAGUAYOS Nº 7)
© de esta edición Editorial El Lector/
© de la introducción Francisco Pérez-Maricevich
ABC COLOR y Editorial El Lector, Asunción-Paraguay 2006
Director editorial: Pablo León Burián
Coordinador editorial: Bernardo Neri Fariña
Guía de trabajo: Francisco Pérez-Maricevich
Asunción - Paraguay
2006 (94 páginas)
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
· AZULIA
· LA MADRE
· LAS VIEJAS FOTOS
· TARANCHENKO
· CRIMEN IMPERFECTO
· LAS RENUNCIAS
· ESTHER
· AMIGAS DEL ALMA
· UNA VELADA DIFERENTE
· AMOR FILIAL
· MIS ABUELAS EN EL CINE
· TEMOR A DIOS
· EL BUEN DIOS
· PAULINA Y LAS CIGÜEÑAS
· LOS CUERVOS DE MI ALDEA
· NEUSA SILVA
GUÍA DE TRABAJO
INTRODUCCIÓN
"De Pe a Pa", o la ficción sospechosa
1
Hija del exilio, Josefina Kostianovsky (Pepa) nació en Buenos Aires en 1947, "en una maternidad pública en la que no quedaban cunas disponibles, por lo cual me instalaron en un lavamanos en desuso". Tres años después, acompañando a sus padres que regresaban de su quinto destierro, llegó a Asunción.
En esta ciudad hizo toda su educación, desde la primaria a la superior, emergiendo en 1969 con el diploma de abogada expedido por la Universidad Nacional.
En 1970, el 6 de enero, se unió en matrimonio con Eduardo Dios, episodio que encendió el ingenio de su padre, Kostia, quien a partir de entonces no perdió ocasión en declararse "suegro de Dios". Heredera de la pasión de su padre por el periodismo ingresó, llevada de su mano, en 1974 en el diario Última Hora en el que permaneció hasta 1978, año en que entró a formar parte de la redacción de ABC Color hasta 1981, del cual emigró al desaparecido Hoy hasta 1983, regresando en 1989 hasta el presente a ABC Color. En esos medios, en la radio y en la televisión, la infatigable Pepa ha venido exponiendo en agudos comentarios su percepción crítica de la realidad política y social con notable perspicacia y no menor justeza de criterio.
Fruto de estas labores fueron dos libros de entrevistas políticas: 28 ENTREVISTAS PARA ESTE TIEMPO (Asunción, 1984) y NUEVAS ENTREVISTAS PARA ESTE TIEMPO (Asunción, 1987). Antes, en 1981 y 1982, estrenó dos obras de teatro: QUERIDAS MONSTRUOS (Asunción y Buenos Aires) y QUE NOS QUEREMOS TANTO.
En el 2003 y el 2005 publicó en Asunción dos de sus textos más personales, QUERIDAS MONSTRUOS, una colección de diez relatos que "alquiló" su título a la obra de teatro anterior, recoge textos escritos (y publicados en ABC Color) en 1981 y los restantes cinco entre fines del 2002 y setiembre del 2003. Y DESDE EL OTOÑO, "una novela de connotaciones autobiográficas, en la que la realidad deja puertas abiertas a la fantasía, la ternura y el humor ", según advierte al desprevenido lector la solapa del volumen.
También escribió textos para niños: CASI SE CASAN Y 20 POEMAS DE HUMOR Y UNA CANCIÓN DISPARATADA, publicados en el 2004 y el 2005, respectivamente.
ALDEA DE PENITENTES, su, hasta el momento, última novela, verá la luz en este año 2006.
2
Ciudadana paraguaya por opción (1992), Pepa Kostianovsky-"viuda (que) disfruta condiciones/de dueña de su tiempo y de su cama"- exhibe una muy peculiar capacidad para contaminar la ficción de realidad o viceversa, la realidad de ficción. Sus escritos cumplen, en este sentido, con lo que don Alfonso Reyes, el gran humanista mexicano, dijo ser la literatura: la verdad sospechosa.
Es cierto: difícilmente podrá nadie separar en los escritos de Pepa la paja real del trigo ficticio, de modo que es sensato decir que sus textos contienen en proporción indiscernible tanto de lo uno como de lo otro. En todo caso, como en toda literatura, lo valioso se encuentra no en lo que dice sino en cómo lo dice, en esa lengua adiestrada en los secretos del ritmo y del humor. Y de la emoción contenida y de la gracia. Su original visión de las cosas, el halo emocional con que las cubre, es rasgo idiosincrático imposible de repetir, de manera que las experiencias de vida que nos narra no pueden provenir sino de una mujer en plena posesión de su inteligencia y don creador.
Y estos dos atributos no son de pequeña monta. Advertidos de que en sus textos narrativos estamos, como dice el poeta, "pisando la dudosa luz del día", conviene adentrarse confiados en que hallaremos en ellos hallazgos estéticos, fuerza imaginativa y creatividad muy peculiar difícilmente comparables con cualquier otra en nuestro país. En sus textos, la autora logra niveles relevantes en la difícil sencillez de su expresión y en la limpia estructura lineal de sus cuentos. Estos son precisos, ceñidos en el desarrollo de su convincente argumento, claros hasta donde pueden serlo los signos de la experiencia vivida (o soñada, que es casi lo mismo).
Narrados en primera persona, todos ellos tienen el aire de confidencias hechas al lector en una media voz que lo convierte en cómplice. Casi hablados, contados en una lengua transparente, de oraciones cortas, sin complejidades presuntuosas, eleva, sin embargo, como sin quererlo, el habla cotidiana a la calidad de elemento o componente esencial de la obra de arte, que es lo que son estas bellas narraciones.
Tal como se dijo más arriba, los textos de Pepa Kostianovsky tratan temas propios de la experiencia femenina observados desde óptica y criterio de mujer, sin adherir -cuando menos en la sobrehaz aparente- a la ideología feminista. Ella expone con franca claridad las pasiones, las expectativas, las frustraciones, las melancolías y tristezas que invaden la vida cotidiana de la mujer y de ellas extrae el diseño de la condición femenina al interior de la sociedad dominada por valores patriarcales.
3
Junto a lo sustancial de los cuentos contenidos en QUERIDAS MONSTRUOS, este libro incluye otros textos ofreciendo una visión más completa y rica de la contribución de la autora a la literatura paraguaya contemporánea. Quien acceda a su lectura tendrá la ocasión de descubrir a un vigoroso talento en su madurez creadora esencial y plena.
FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH.
Julio del 2006
AZULIA
La carreta se acerca demasiado lenta, la fuerza de los bueyes la va arrancando del lodo que la atrapa. Bajo el alero, la mujer y los niños observan la pulseada mientras agitan las manos y gritan saludando a Nidia que, como siempre, llega para el cumpleaños de su madre. La abuela no sale, está enferma o tal vez esté muerta y el débil y desparejo latido sea mero efecto de la inercia. Tantos años funcionado entre carencias, duelos y pesares, podría ser que el corazón siga no más, andando.
Esa mañana la hija la limpió con un trapito blanco y agua de lluvia, le puso el vestido azul y jazmín en el cabello. Estrujó unos pétalos del chivato y le dio color en las mejillas y los labios.
Las hermanas se acercan hasta el catre donde la anciana yace plácida, el amor puesto en su adorno la ha trasformado en una "reina durmiente".
Nimia contrató el carro en la ruta, al bajar del ómnibus. Pensaba quedarse esa noche y partir a la mañana temprano. Pero opta por marcharse lo antes posible. No quiere estar allí y tener que ocuparse de trámites y misas. Reparte las golosinas, le entrega a su hermana unos billetes y las medias abrigadas que había traído para la madre.
-Vine para llevarle a Azulia.
-No puedo yo darle, sin permiso de su papá.
Después de unos minutos de discusión sobre los derechos de aquel padre irresponsable y ausente, la convence.
Reunir las pertenencias de la niña toma menos tiempo que abrazar a los hermanitos y a la abuela moribunda y recibir la bendición de la madre.
Azulia sube a la carreta y se va. Sin alegría y sin pena, ni siquiera se pregunta cuál será su destino. Tiene hambre. El caramelo que le tocó en la repartija ha sido su única comida desde el día anterior.
En el colectivo no quedan asientos, pero el aroma de fritura y comino es delicioso, la mujer tiene en el cesto pasteles tibios y dorados. Azulia disfruta del manjar. Cuando llegan, sigue oliendo sus manos perfumadas por el aceite.
Nimia lleva muchos años trabajando en esa casa. Es gente buena. La señora Marianita le adiestró para ser una excelente mucama y cocinera. A dejar las ollas y los pisos relucientes, a sazonar los guisos, a tender las camas sin un pliegue, a planchar los cuellos de las camisas como si fueran "de tintorería" y a servir la mesa con premura y discreción.
El sueldo y el trato son inobjetables. Pero Basilio ya no quiere que trabaje con "cama adentro'', le reclama que vaya a vivir con él.
La señora Marianita la entiende. Pero necesita otra persona, que la ayude y se ocupe de poner la cena a punto, servir la mesa y dejar todo impecable, como de costumbre.
Aunque Azulia sólo tiene trece años, la tía considera que puede enseñarle el trabajo. Y de paso, sacarla de la miseria.
Cuando la señora Marianita la recibe cordial y le da un beso, la impregna con un suave perfume de rosas.
El cuarto que en principio comparte con Nimia es lindo, con una cama amplia y mullida, un ropero, una ventana con cortinas y un ventilador. Azulia ve por primera vez un baño "moderno". No puede creer que aquella ropa es suya, como el cepillo de dientes, el shampoo, el jabón perfumado y la toalla nueva.
En pocos días aprende sus tareas. Con el retiro de Nimia la habitación es toda para ella. La primera noche en que se queda sola, la patrona le trae un florerito para su cuarto y le recomienda muy seriamente:
-Mirá, Azulia, en esta casa hay varones. Yo trato de educarles bien a mis hijos, pero con muchachos de 15 y 18 años no se puede poner la mano en el fuego. Vos sos muy jovencita y no quiero tener disgustos. Así es que no te olvides de cerrar con llave la puerta de tu pieza. Sin falta. No te descuides. Y si sentís que alguien toca la manija o golpea, te hacés la dormida, no vayas a abrirle. ¿Me enlendés? ¡Con llave! Te aviso bien que voy a controlar.
El pacto queda sellado. Y Azulia lo asume con rigor.
De tanto en tanto, le parece escuchar que alguien mueve el picaporte, o unos suaves toquecitos en la puerta. Y se queda silenciosa, hasta que siente los pasos que se alejan. A veces los golpes se hacen insistentes, pero no responde. Se pregunta quién será.
Francisco, el mayor, es como su madre, alto, hermoso y amable.
Diego es serio y de pocas palabras, está siempre leyendo o escribiendo en su cuarto. No deja de decir "gracias" cuando ella entra para guardar la ropa planchada o acercarle una merienda.
Quizás sea solamente la señora Marianita que controla, como le ha advertido. Es lo más probable. En la calle se encuentra con Francisco que apura el paso para alcanzarla.
-Hola Azu, ¿De dónde venís?
-De mi curso.
-Ah, es cierto que vas a ser peinadora. Coiffeur, como se dice en francés ¿sabías?
-Si, así dice la profesora.
-Y cuando pongas tu Salón de Belleza nos vas a abandonar. ¿Qué vamos a hacer sin vos?
-¡Ay, no es para tanto!.
-Me vas a tener que enseñar, por lo menos, cómo haces la tortilla de papas y la salsa de los tallarines.
Sirve la mesa evitando la mirada del muchacho que parece buscarla de propósito.
- ¡Qué rico está esto! Azu, ¿me servís un poco más? Por favor
Y ella con los ojos bajos, sin poder disimular el rubor.
Y la señora Marianita:
- Zuly tiene muy buena mano para la cocina.
Y de pronto, la voz de Diego:
- ¿Por qué le ponen apodos tontos? Se llama Azulia, su nombre es hermoso.
Y tras las gafas, la mirada celeste.
Se apura a recoger la mesa. La cara le arde. Las manos se aferran a la bandeja.
Y el ruido de la puerta; y los golpecitos; y ella quieta y silenciosa. Y las miradas. Y la señora Marianita, vigilante. Y el servir la cena que se convierte en un martirio. Y otra vez los toquecitos en la puerta. Y la incógnita. ¿Francisco? ¿Diego? ¿La patrona constatando su obediencia?
Y su propia sangre que acelera la carrera por el cuerpo adolescente y arde y cosquillea y aturde. Y el miedo que se vuelve deseo y la duda que se trasforma en ansias y la resistencia que se quiebra. Y la noche; y la puerta sin llave.
Y el picaporte que cede mansamente. Y los pasos. Y la sombra que levanta la manta; y el cuerpo que se acerca; y los labios que le envuelven la boca; y las manos que acarician hasta calmar su urgencia; y el placer que vence los temores y la induce a responder el abrazo; y los pechos de la señora Marianita apretando los suyos; y el perfume de rosas.
Abril, 12, 2006
AMOR FILIAL
(Del volumen: QUERIDAS MONSTRUOS)
Quienes la conocieron, ya saturada de años, no hubieran podido imaginarla como una mujer alguna vez hermosa. Menos aún para los parámetros de la que fuera su época, de doncellas menudas y frágiles.
Era alta, fornida, de actitud orgullosa. Su rostro excesivamente blanco, su cabello de un negro agresivo, los lentes oscuros y una boca de gesto despectivo en la que el rojo impertinente no conseguía disimular los labios descarnados.
Imponía, sin embargo, la imagen contundente del poder. Era, a desprecio de su falta de encantos y su ausencia de gracias, una auténtica reina.
Al menos, se portaba como si lo fuera. Y exigía que la plebe la viera como tal.
La plebe masculina. A sus congéneres jamás les concedió tan siquiera el trato.
Su casa era escenario de pretenciosas tertulias en las que -lógicamente, como anfitriona - presidía una mesa a la que nunca convidó a mujer alguna. Y en la cual los comensales eran la "crema de la intelectualidad".
Viuda desde siempre -como correspondía a una personalidad de su talla- iba constantemente acompañada de la menor de sus hijas, la dulce, solteronísima e inofensiva, la única de su prole que no había intentado jamás un vuelo propio. Era la que nunca tuvo, ni osó, otra función que la de humilde escudera.
Como para asegurar que no se diera competencia alguna - y a pesar de que la muchacha era, además, la menos glamorosa de la familia - la madre, que vestía y se enjoyaba acorde con su condición imperial, cuidó siempre compensar la diferencia de años sometiendo a la hija a la total ausencia de afeites y al más modesto percal.
Eran -por prestigio o por costumbre - presencias obligadas en cuanta recepción, cocktail y agasajo merecieran ser ponderados. La invitada, demás está decirlo, era la madre, a la que poetas, diplomáticos, ministros y aristócratas consideraban emblemática. La hija era algo así como un bastón.
Ya al final, y a pesar de su egoísmo, la madre tuvo un gesto de gratitud hacia la impoluta lealtad de su hija.
Sabedora de que sólo la había hecho hábil para ser su sombra, demoró su muerte en una larguísima agonía.
Resistió al impacto de algún derrame, infarto, apoplejía o soponcio durante un prolongado y profundo coma. Su corazón siguió latiendo por muchos meses - pueden haber sido años - en los que la hija, por supuesto, la asistió religiosamente y se ocupó de agradecer las espaciadas visitas y los llamados de parientes, amigos y viejos contertulios.
Hasta que un día - cuando ya muchos pensábamos que sería inmortal - dejó también de respirar. Y se dio por muerta.
El velorio era magnífico. Como tenía que ser.
El salón principal de la regia casona, el más suntuoso féretro, la más elegante concurrencia. Los mensajes de pésame llegando desde todos los confines. Las coronas de flores colapsando la capacidad de los enormes corredores. La secuela de rosarios.
El más solemne de los duelos, interrumpido de pronto por un inexplicable estampido.
Un sonido sordo y dramático que los dolientes se negaban a reconocer.
Y la ausencia de la hija fiel.
Aquella presencia que nunca se llegaba a advertir, era por primera vez la que todos trataban de encontrar. Y no estaba.
** Un instante de quietud. Hasta que alguien se atrevió a aceptar que el ruido había llegado desde su cuarto y a abrir la puerta para hallarla tan yacente y tan muerta como su madre. Con la pistola caída al costado del lecho y el hilo de sangre brotando de su sien.
"No pudo resistir el dolor" dijeron los más simples. Otros, más profundos, entendieron que "ya no le restaba siquiera el rol de sombra".
La madre quedó en el centro del salón, olvidada. Todos se volcaron a la hija.
El velorio se transformó en escena de otra tragedia. Y la protagonista fue la sombra. A la madre apenas si le quedó un papel de reparto.
La había despojado de su vida.
Ella le cobró la muerte.
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