LA NUEVA VIDA
Por PEPA KOSTIANOVSKY
Un capítulo de “Aldea de penitentes” que refleja con claridad y humor irónico la realidad de ese tiempo en la reducida población considerada “alta sociedad” con acceso a amistades, colegios privados donde educar a sus hijos y también costumbres, como la de compartir juegos de cartas con amigas y esposas de autoridades con poder entonces. También la doble vida acostumbrada entre los señores que formaban parte del entorno del poder.
El traslado a Asunción imponía la elección de un colegio para los niños acorde con su ascendente posición social. Se barajaron alternativas, como el Americano, que además de hacer amistades entre hijos de diplomáticos, empresarios extranjeros y chantas de variado pelaje, implicaba subir un escaloncito en el aluvión de la nouvelle aristocracia asuncena.
Pero finalmente optaron por el San José y Las Teresas, donde iban los hijos de Stroessner, porque al Presidente no le gustaba el gringuerío; decía que el paraguayo tenía que educarse como paraguayo, vivir como paraguayo, comer como paraguayo, hablar como paraguayo, robar como paraguayo y evacuar como paraguayo sus paraguayos intestinos.
Y, por supuesto, la preocupación inmediata de Clota fue la membresía del Club, a la que la familia había accedido veinte años atrás para colocar a las cuatro hijas mujeres. Este antecedente les facilitaba el ingreso con una mínima cuota inicial que otorgaba a Elizardo la condición de “socio-bragueta”.
Clota lo frecuentaba con hijos y niñeras, integrándose a los grupos de “canasteras” que le servían de audiencia para su anecdotario sobre los detalles de la casa. Al principio anduvo merodeando el equipo de “buraqueras” de Ña Ligia, que era tacaña y quería jugar “rei” con lo que la timba perdía atractivo. Con el tiempo, sabiendo que la Primera Dama no pinchaba ni cortaba, se fue alejando.
Elizardo siguió firme en el “codillo”, valioso enlace al entorno íntimo de Stroessner.
Ella cuidaba algunos contactos entre las amigas de la Villa, quienes la mantenían informada sobre las andanzas de Elizardo con la maltratada Angélica, a la que él le consiguió nuevo nombramiento en una escuela del pueblo y con quien durante años conformó de lunes a viernes una familia paralela.
Clota aprovechaba cada uno de los alumbramientos “campesinos” para obtener compensaciones económicas, como un departamento en Buenos Aires, o un viaje a Roma y Tierra Santa. Pero no dejaba de preocuparse por la posibilidad de que fuera él quien se decidiera a instalar en Asunción a la “yegüita esa” y la relegara a ella a la “situación de retiro” que mansamente toleraba la consorte presidencial.
Fueron esas inquietudes las que la llevaron a recalar en el Opus, confiando en que la devoción extrema y las misas diarias la protegerían de tan infortunada capitis deminutio.
Stroessner, a quien no le gustaban las beatas, no perdía oportunidad de echar cizañas:
–¿Qué carajo hace su mujer tan metida con los curas? No se descuide, porque uno de estos días le va a salir un crío con cara de Espíritu Santo. Esos pollerudos son rápidos. Atienda el boliche. Si no en cualquier momento se lo “bendicen”.
Los amigotes de la mesa del codillo celebraban con irritantes carcajadas. Elizardo intentaba disuadirla de su extremismo. Pero Clota percibía que había ganado un poder propio. Y no estaba dispuesta a perderlo.
Fuente: www.lanacion.com.py
Domingo, 31 de Julio de 2022
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