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ANSELMO JOVER PERALTA (+)
  EL PARAGUAY REVOLUCIONARIO (II) - SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA DE LA REVOLUCIÓN DE FEBRERO - Por ANSELMO JOVER PERALTA


EL PARAGUAY REVOLUCIONARIO (II) - SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA DE LA REVOLUCIÓN DE FEBRERO - Por ANSELMO JOVER PERALTA

EL PARAGUAY REVOLUCIONARIO

SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA DE LA REVOLUCIÓN DE FEBRERO

SEGUNDA PARTE

OPUSCULOS FEBRERISTAS

Por ANSELMO JOVER PERALTA

Editorial Tupâ

Buenos Aires - Asunción

Diciembre 1946 (82 páginas)

 

 

 

"Quien viese sin reflexión la conduc­ta de esta gente (se refiere a los para­guayos), se persuadirá que en ella reside una natural desidia, pero no lo es, sino desesperación de lograr el fruto de su trabajo"

AGUSTÍN FERNANDO PINEDO

 

"Vale más, sin duda, un buen guara­ní o un tagalo que un mal español”.

MIGUEL DE UNAMUNO

 

"La oscuridad en que yacíamos ha desaparecido, y una brillante aurora empieza a descubrirse en nuestro hori­zonte”.

JOSÉ GASPAR DE FRANCIA.

 

"Hemos escuchado el mandato impe­rativo de las gestas solemnes de nuestra historia”.

Proclama del Ejército Libertador

(ACTA PLEBISCITARIA DE LA REVOLUCIÓN DEL 17 DE FEBRERO DE 1936)

 

"Tenemos entendido que el problema político-social planteado por la Revolu­ción de Febrero consiste en un cambio de estructura del viejo Estado liberal".

CORONEL RAFAEL FRANCO

Presidente de la Concentración Revolucionaria Febrerista



 

 

GENEALOGÍA DE LA REVOLUCIÓN

Para abarcar en todo su alcance el panorama his­tórico de la Revolución de febrero, hay que volver la mirada hacia el pasado, estudiar los grandes hec­hos de nuestra experiencia histórica.

Tenemos que estudiar el Paraguay indígena, almác­igo, germen, fermento, raíz gentilicia de la nación. Porque el indio sobrevive en el mestizo, a través de la sangre, que es espíritu, y de la herencia, que es molde, sicología, vivencia, fuerzas no por oscuras menos influyentes.

Tenemos que estudiar el Paraguay colonial, siemb­ra, crisol, reactivo. La colonia es España, pero no sólo la España feudal, la España de la Inquisición, antieuropea, la España auti-comunera y contrarreformista, sino la España eterna de las comunidades de Castilla, de los fueros y de los municipios demo­cráticos, la España del pueblo. Muchas cosas pasan de la colonia a la República. Hay mucho de hispano en el carácter y en las costumbres paraguayas. Tenemos que estudiar el Paraguay republicano, producto, cosecha, mundo nuevo que nace, ascensión de un pueblo, aprendizaje y experiencia, primeros pasos en la gran faena de abrirse camino con su esfuerzo propio.

Tenemos que considerar la guerra del 65, que fue en el fondo, una contrarrevolución, el anti-mayo del imperialismo y de la reacción.

Tenemos, finalmente, que hacer la autopsia de la realidad nacional, analizarla en todos sus aspectos, en el aspecto económico y social -latifundismo, militarismo, clericalismo, imperialismo-, las formas y los tipos de producción, la geografía del país, el clima, la religión, el idioma, el folklore, los fenómenos que influyen en el modo de ser, el carácter y la vocación nacional, el para qué somos lo que somos, asomar la mirada a nuestro ser más entrañable, porque sólo así, con estos elementos de juicio a la vista podremos comprender y definir el febrerismo, la marcha, y los rumbos de una revolución que con suerte y alternativas diversas, pero en constante ascenso y crecimiento, sigue gravitando, desde hace diez años en la vida nacional.

La noche quedó atrás. - El movimiento febrerista es así la culminación de un largo proceso que mantuvo al Paraguay en perpetua agitación. Este proceso empieza con la conquista, llega a una etapa significativa con el levantamiento comunero, culmina en el pronunciamiento libertario decisivo de 1811, se desarrolla bajo la dirección de Carlos Antonio López, se desintegra por efecto de la contrarrevolución del 70, volviendo a ser impulso y mandato promesa y empresa de renacimiento y grandeza bajo el signo de la revolución de febrero.

Lo que el Paraguay perdió en 1870 no fué solamente la guerra, no fueron solamente algunos miles de kilómetros de territorio. Lo que perdimos en­tonces fué algo mucho más importante, perdimos nuestra alma, nuestro derrotero, nuestro camino. Quedó el país a la intemperie de los abandonos cul­pables, en una espera paciente que duró 70 largos años, hasta que vino la mañana del 17 de febrero, y volvimos a ser pueblo.

La noche quedó atrás. Quedaron atrás las facciones mercenarias, la vergüenza denuestra entrega, el oprobio de nuestro enfeudamiento.

La revolución de febrero trae un empuje de masas que no se podrá ya detener sino por la satisfacción de las necesidades a que obedece. Es un empuje de sentido social que no pide sino reclama, que incita a la acción, que sacude abulias, que levanta a quie­nes le sirven y sanciona, con su repudio, las timi­deces, las vacilaciones o los retrocesos.

Sobre ese canevá de sucesos inseparables, lejanos o próximos, de hechos, de realidades económicas sociales, los hombres, los partidos, los gobiernos han ido bordando la historia nacional, forjando el desti­no del Paraguay, desde 1936.

La conquista. - La conquista no es sólo el en­cuentro de dos razas diferentes, sino el choque y el acomodamiento de dos sistemas económico-sociales opuestos. Doble proceso: económico el uno, biológico el otro.

Detrás de cada uno de esos hechos hay un movi­miento social, y más admiro, subsumidos en los estratos más hondos, el impulso, las vivencias, que brotan de las misteriosas frentes de la vida. Al im­pulso de rebelión contra un orden social opresivo se une el ímpetu de una necesidad vital de crecimiento ­y renovación.

La civilización guaraní y la conquista encierran clave filosófica de la historia patria y, por ende, la Revolución de Febrero; pero al mismo tiempo explican algunos de los rasgos salientes de la sicología y el carácter paraguayo, su bilingüismo, su espiritualidad profunda, su apego a la tierra, el amor a independencia, el estoicismo, el valor, la tendencia a una autonomía cultural, su instinto de aventura.

Raíz biológica. - La conquista significó una doble revolución: revolución biológica y revolución social Ruina de la sociedad indígena, surgimiento de su nuevo conglomerado humano, implantación de nuevo orden.

¿Qué cosa más revolucionaria que de la aparición de un nuevo pueblo? La producción y reproducción la vida, dice Engels, es, en última instancia, el elemento determinante de la historia. De la unión del conquistador hispano con la india surge una nueva nacionalidad. Así ha sucedido siempre. La mezcla de sangre es un hecho constante y general.

No siempre las revoluciones son convulsiones catastróficas. Las hay de inmensas proyecciones, pacíficas, como ésta que podríamos llamar la revolución del amor. Esto no significa negar el proceso social que hay detrás del proceso biológico. Y, proceso social es, ante todo, proceso técnico, actividad productiva.

El proceso biológico, observa Juan B. Justo, és inconsciente, instintivo, fatal. En cambio el proceso técnico es consciente, libre. El biológico obedece leyes de pura necesidad. El técnico es obra de la inteligencia y de la ciencia, conduce a la liberación porque es la expresión del espíritu en su actividad creadora, y el espíritu sólo crea en la libertad. La técnica es síntesis de naturaleza y hombre, de mate­ria y espíritu, de necesidad y libertad. La técnica, que es producto de la necesidad y de la libertad, será el instrumento de la liberación humana.

La realidad paraguaya tiene, así, su raíz remota en ese hecho extraordinario. La raza española, al mezclarse con la indígena, produjo una diferencia­ción étnica, comprometiendo, de esta manera, la uni­dad colonial, y provocando la desintegración del vasto imperio. Junto a los criollos, que eran los menos, hijos de padre y madre europeos, se formó el pueblo de los mestizos, que eran los más. Así se inició, en el aspecto racial, el proceso de disgregación colonial y, al mismo tiempo, de integración de la nueva na­cionalidad. La vida de un pueblo es un proceso de integración y desintegración constante.

De esta, manera, para definir lo uno y diverso que hay en la nueva nucleación racial, se debe considerar la influencia moldeadora de la tierra y las condi­ciones económicas y sociales, respectivamente. Por el lado del indio, el paraguayo entronca con las viejas razas del Asia y la Oceanía. Por el lado his­pano, con los celtas y 1os íberos, el mundo grecola­tino y la India. Pero, sin olvidar que por encima de todos estos factores, como observa un historiador, la tierra y el tiempo ejercen su influencia dominante.

La colonización española, fué sin duda dura, impla­cable; pero, con todo, fué más humana que la coloni­zación inglesa. Los ingleses colonizaron estas tie­rras aniquilando a la población indígena. España respetó la existencia del indio. La mestización fue oficialmente estimulada en toda la América española, Fernando V autoriza en octubre de 1514 el casamiento entre "los indios e indias con españoles o españolas y que todos tengan entera libertad de casarse con quienquiera".

Historia que parece leyenda. - Nos interesa destacar que, en el Paraguay, la mestización no fué resultado de la casualidad. Obedeció a un acto gobierno, fué una política.

La historia es conocida. Los indios guaraníes, resentidos por los malos tratos que recibían de los españoles, resolvieron exterminarlos. La matanza debía llevarse a cabo el jueves santo de 1539. Ese día, refiere Adolfo Posada, una joven india, hija de uno de los caciques más renombrados, que mantiene relaciones amorosas con Juan de Salazar y Espinosa el fundador de la Asunción, comprendiendo el peligro que corrían su esposo y ella misma, acudió, presurosa, al aposento de Salazar y, al verle a punto de salir para la procesión "como flagelante, le dijo con lágrimas en los ojos, cuánto sentimiento tenía verle correr a su perdición", a lo cual Salazar "pidióle que le explicase ésto, y ella le descubrió la conjuración".

Irala hizo castigar ejemplarmente a los complotados. Los indios pidieron clemencia, "y ofrecieron inmediatamente dar mujeres a los españoles que no las tuviesen, y la oferta fué aceptada''. Experimentóse entonces "en las indias -comenta un viejo cronista- la fecundidad y un buen carácter, lo que indujo adelante a muchos españoles en tales enlaces".

Pero, como hemos dicho, detrás del proceso biológico hay que buscar el proceso social. El conquistar, después de apoderarse de los bienes del indio, echa mano a sus mujeres y a su patrimonio cultural. Es la ley brutal de la conquista.

Dos hechos de la mayor importancia deben desta­carse en este proceso: el primero es que el indio guaraní no es un vencido sino un aliado del conquistador, y el segundo, que el conquistador somete al indio pero no lo desprecia, y dignifica a la india, haciéndola su esposa o su compañera.

Esa unión no era efímera, sino duradera, con fun­damento de hogar. Ni era considerada como mácula o contranatural sino como algo normal "que el hom­bre de la época advertía como correspondiente a la verdadera naturaleza de las cosas, desde un punto de vista carnal".

Españoles y guaraníes marchan así por los cami­nos de la historia, juntos y en paz. Los indios apor­taron a la conquista no sólo su conocimiento de la geografía local, no sólo su cooperación guerrera sino también su ayuda económica, representada, esta, úl­tima, principalmente, por el trabajo de las mujeres.

No es por pura casualidad que la mujer paraguaya irrumpe en la escena da la política, desde 1936. Ese hecho obedece a causas profundas. La Revolución de Febrero reivindica a la mujer, dándole el lugar que le corresponde. Solamente una mística de tan hondas raíces históricas podía haber producido el milagro de movilizar junto al puño del varón la son­risa de la mujer para esta gran faena de la recons­trucción nacional.

La madre epónima. - Los españoles no eligieron por azar el sitio en que fundaron la Asunción. La eligieron porque había ya allí una importante aldea de indios pacíficos y laboriosos. 

Quizá haya sido también parte en ello los atractivos de la mujer guaraní, como insinúa Domínguez "La razón del cruzamiento hispano-guaraní, observa éste, parece ser estética". La mujer guaraní no es mal parecida. Domínguez y Pane han escrito sobre este asunto bellas páginas. Pero la razón del mestizaje es más bien histórica que biológica, más bien social que fisiológica.

Los conquistadores elegían con frecuencia, como centro o base de su empresa de expansión y poblamiento, los sitios con núcleos de población que someter o explotar. En Asunción encuentran todo eso; brazos, alimentos, trabajo, ayuda. Lo demás, la alianza con los indios, el mestizaje, vinieron por añadidura.

La belleza femenina juega, sin, duda, un papel importante en la historia como lo demuestra la leyenda de Elena; pero, por muy seductoras que fuesen Circes y Calipsos del nuevo mundo, los Ulises españoles no las habrían cambiado por la posesión de "reino de Itaca" que en este caso se llamaban dorado, Sierra del Plata, etc.

Sostener, como hacen ciertos escritores nacionales que hay entre nación y cultura una relación de causa a efecto, es conceder a lo biológico un valor explicativo demasiado absoluto. Sin duda el estilo es el hombre, según el axioma de Buffon, pero el homo es, a su vez, producto del medio, resultado del proceso social. Lo que explica el estilo es, en último término, este proceso social. Cuando toquemos este punto, plantearemos el problema en sus verdaderos términos.

Los cambios que se operan en los métodos de pro­ducción de bienes constituyen la causa más impor­tante de los cambios en todas las otras formas o instituciones sociales conocidas, porque la modifica­ción de esos métodos determinan cambios de las relaciones sociales, las cuales, a su vez, impregnan, por modo diverso, los hábitos culturales de los hom­bres. "No podemos escribir la historia del derecho, observa Laski, sin buscar sus raíces en los métodos de producción económica. Los estilos de nuestra ar­quitectura, las formas literarias, el carácter de la ciencia, la trama básica de todo lo que llamamos civilización, está determinada, en el fondo, por estas relaciones de producción".

La Asunción se nos presenta así como el primer fruto biológico y social de la alianza hispano-guara­ní. Los españoles hacen los hijos y la guerra. Las indias trabajan y cuidan la casa y la prole.

A poco de ser fundada la Asunción, los españoles tenían allí, según refiere Fulgencio R. Moreno, "sete­cientas mujeres que les servían en sus chacras y en sus rozas".

El contingente femenino no tardó en aumentar. "Seleccionadas en la ciudad, donde quedaban las predilectas, las demás se distribuían en las chacras vecinas, en las que cada grupo femenino se dedicaba a los trabajos agrícolas, sin mengua de su asombrosa fecundidad, y a donde acudían sus hermanos varones a prestar voluntariamente sus servicios a título de cuñados (tovayá) del dueño de la prolífica colonia". De esta manera, mientras los españoles "elaboraban los toscos elementos constitutivos de la ciudad y preparaban su expansión conquistadora, fueron las indias, esposas y siervas de esos mismos guerreros, quienes velaban en los rústicos albergues, rodeados, de sus sembrados, por la vida económica de la co­lonia.

Un rasgo muy importante de la nueva sociedad es el notable predominio del elemento femenino. Esta desproporción cuantitativa entre los sexos persistirá a través de todo el proceso social paraguayo. Es un problema aún no estudiado a pesar del enorme in­terés social que encierra.

Clase explotada. - Lo que importa señalar en este proceso no es la contradicción biológica de blancos e indios o mestizos, que jugó, sin duda, algún papel en los acontecimientos. El problema histórico no radica ahí. Lo que importa señalar es la situación social del indio y del mestizo, elemento básico de la nueva nacionalidad en formación.

Lo primero que hay que señalar a este respecto es que el mestizo nace dentro de un sistema deopresión y humillación. Es clase explotada; es obrero, artesano, agricultor, marinero, la masa laboriosa, de la colmena colonial. El y el indio. El negro no existe en el Paraguay.

El mestizo desempaña, durante la colonia todas las ocupaciones serviles, socialmente subalternas o infe­riores, desde las domésticas hasta las actividades de las clases medias. Es agricultor, artesano, ca­rretero, marinero, peón, mandadero, escudero, etc. Su situación es legalmente igual a la del negro o el indio, ya que las jerarquías en los oficios sólo las podían ejercerlos españoles y los criollos.

Los españoles y los criollos -los españoles de allá y de acá- eran dueños de las tierras y de las encomiendas, eran comerciantes, industriales, funcio­narios, clase dominante.

La nación paraguaya se forma en la servidumbre. No hay que asombrarse por ello. Es la historia de casi todas las naciones. Esta servidumbre no fué, por otra parte, tan dura como en las demás colonias sudamericanas, especialmente, en las colonias mine­ras. El indio guaraní no fué, en rigor, vencido. Se sometió voluntariamente y actuó junto al conquista­dor tonto aliado, no como esclavo, como colaborador, guía, brazo derecho, su igual, al menos jurídica­mente. Pero no hay que exagerar esta situación, porque la realidad era que tanto los mestizos como los indios estaban sometidos a un régimen de domi­nio y explotación.

El mestizo. - ¿Qué era, de qué pasta, hechura y condición el mestizo?

Algunos historiadores, como Wasburn, sostienen que el mestizaje fué un error de la colonización es­pañola. Hubo, según ellos, degeneración y empobre­cimiento en vez de superación y mejoramiento ("Soy pintor -dice Winston Churchill ingeniosamen­te expresando el mismo pensamiento- y sé que el mezcláis colores la única cosa que obtendréis será un marrón sucio".).

En verdad, grande fué el abismo entre el con­quistador, por una parlo, y el indio, por la otra; grande la lucha que entabló aquél contra éste y su organización social, como rival en el dominio, y como objeto de explotación inmediata en cuanto fue­ron destinados a trabajar en encomiendas y reparti­mientos. Pero sería un error pensar que esta lucha fué predominantemente determinada por factores de orden biológico o racial. Lo prueba el hecho, observa Lipschutz, de que el mestizaje comenzó en escala amplia desde los primeros momentos de la conquista.

Pero más que nada los factores sociales ejercen una influencia decisiva en el mestizaje. A la luz de los estudios y experimentos más recientes y autori­zados llevados a cabo sobre esta cuestión, podemos afirmar que "el mestizaje entre razas humanas no trae consigo degeneración física y cultural, por razones biológicas inmanentes. Aun el cruzamiento entre dos grupos, biológica y culturalmente muy distintos, puede dar resultados sumamente satisfacto­rios si las condiciones sociales así lo permiten (Lipschutz).

El ambiente social en que se produjo el mestizaje hispano-guaraní fué, en general, favorable. En pri­mer lugar, por tratarse de un país agrícola, no minero, y en segundo lugar, por la situación especial del indio en la colonia, aliado más bien que vencido o esclavo del conquistador. El hogar hispano-guaraní; tiene mucho de matriarcal. Quien impera en él no es el padre sino la madre. El nuevo vástago se edu­ca bajo la dirección de la madre. Habla con prefe­rencia la lengua materna, el propio esposo hispano no habla otro idioma. Un cronista de la colonia llama la atención sobre el curioso fenómeno de los españoles que se aclimatan en el Paraguay hasta el punto de no querer hablar más que el guaraní.

El mestizo es más hijo de su madre que de su padre. Costumbres, ideas, vivencias, modos de ser, todo lo toma de la madre. No bien llega a la edad viril, empieza a trabajar. Su condición social, si bien no es la misma que la del padre, no es inferior a la del indio. Conserva cierta libertad e independencia económica.

La mestización en el Paraguay no significó inferio­rización. Lejos de ello, significó mejoramiento, su­peración. Fué un bien, no un mal. "La población del Paraguay -se lee en Du Graty-- desciende, en su mayor parte, de españoles y guaraníes que han formado una hermosísima raza, realmente igual si no superior a la de los primeros conquistadores".

Los mestizos de la primera generación eran "todos, según un documento del año 1.585, buenos hombres de a caballo, porque sin calceta ni zapatos los crían, que son como unos robles, diestros de sus garrotes, lindos arcabuzeros por cabo, ingeniosos y curiosos y osados en la guerra y en la paz". Hidalgos de ga­rrote dice de ellos un antiguo cronista.

"Tiene sobre los españoles de Europa -observa Azara- alguna superioridad por su talla, la elegan­cia de sus formas y aún por la blancura de su piel. Estos hechos -añade-- me hicieron sospechar no sólo que la mezcla de razas las mejora, sino que la raza europea mejora a la larga unida a la americana, o, al menos, al sexo masculino sobre el femenino. Creo también que estos habitantes del Paraguay tienen más finura, sagacidad y luces que los criollos, es decir, que los hijos nacidos en el país de padre y madre españoles, y también los creo de más activi­dad. Esto es lo que hace que los españoles del Paraguay sobrepujen a los de Buenos Aires en talla y proporciones y también en actividad y talento"

"Considerada en su conjunto -opina otro sabioeuropeo, Demersay- la nación paraguaya es notable por sus cualidades físicas como por las morales. Se pueden seguir en ella las modificaciones impresa por la raza latina en la indígena y comprobar los felices resultados de la mezcla de las dos sangres”.

"El paraguayo, decía Ildefonso Bermejo, es firme, constante, y tenaz en sus propósitos y en lo que emprende; si es contrariado, porfía, muere, pero no cede ni desiste. Es el ruso de América".

El paraguayo es un ser biológicamente más evolucionado que la técnica de trabajo que utiliza. Y durante la colonia se distinguía por sus aptitudes técnicas. Puede manejar el avión, pero sigue arando con arado de palo. Posee algunas de las cualidades del pueblo mejor dotado del mundo, pero es un de los más pobres y atrasados de la tierra. Fue grave error de las oligarquías el haber descuidado su educación y capacitación.

En todas las constituciones latinoamericanas se habla de la necesidad de fomentar la "inmigración europea y americana", como medio para poblar el desierto y mejorar la raza. Sería absurdo discutir la necesidad de colonizar. Sobran tierras y faltan hombres en la mayoría de los países sudamericanos.

La cuestión de mejorar la raza por medio de la inmigración ya es harina de otro costal. No porque la idea fuese mala, sino por el prejuicio inadmisible de que parte. No se tiene fe en el nativo. Hay la creencia de que el indio o el mestizo, en que predomina sangre india, es un material inferior, fisiológico y espiritualmente degenerado.

Sociólogos hay que sostienen, con toda seriedad que el indio es el lastre, la rémora, la fuerza negativa que impide la marcha hacia adelante. Por tanto, hay que borrarlo de la sangre, del habla, de las cos­tumbres, de la cultura. Ello ha de conseguirse por medio de dos órdenes de medidas eugenésicas: legis­lación matrimonial, esterilización, etc. y la inmigra­ción. Pero las primeras, sólo tienen un alcance pu­ramente individual o policial. No resuelven el pro­blema. Tampoco lo resuelve la inmigración. Esta idea es grata a todos los estadistas y sociólogos que razonan, según una gráfica expresión de Haya de la Torre, con una mentalidad de importadores de carnero merino. Es, observa un etnógrafo, la nostal­gia sentimental del mestizo pretencioso por la inmi­gración blanca. "Las diferencias raciales entre el conquistador blanco y el morador indígena americano han determinado fundamentalmente la estructura so­cial íntima en la América Latina, por haber sido estas diferencias raciales símbolo de diferentes intereses sociales; y por esto, nuestros problemas sociales has­ta hoy están grandemente influenciados por la com­posición racial de las masas populares latinoameri­canas. Sin embargo, vano sería esperar que una nueva inmigración blanca resuelva esos graves pro­blemas indoamericanos. Cambiará con la inmigra­ción blanca sólo algunos detalles en los colores que componen el espectro racial indoamericano; pero la degeneración física y cultural de las masas popu­lares no sólo continuarla, como hasta ahora, sino aún se agravaría muy considerablemente".

¿Cómo resolver entonces el problema de la rege­neración de las masas latinoamericanas? Partiendo de la base de que se trata, de un problema, ante todo, fenotípico y no genotípico. Sería absurdo, desde luego negar las deficiencias físicas y espirituales que, presenta el nativo paraguayo: raquitismo, enanis­mo, insuficiente desarrollo óseo, etc. Pero esto no hace a su calidad biológica. Ello es únicamente del abandono social y sanitario en que se le tiene. No son taras de origen étnico, genotípico, sino social. Pueden por tanto, ser corregidas cambiando esas con­diciones. La restauración física y espiritual de nues­tro pueblo es un problema que ha de resolverse, ante todo, mediante una reforma social. Habrá que cam­biar el actual régimen neofeudal y de capitalismo libre o incontrolado, por otro que asegure a las masas un nivel de vida civilizada, y una participación efec­tiva en la dirección del Estado. De nada servirá gas­tar dinero en campañas sanitarias si las condiciones sociales, que han determinado la depauperización física y cultural de la población, siguen siendo las mismas. "Una población física y moralmente decaída se puede transformar en el curso de unos veinte a treinta años, sostiene un eminente hombre de ciencia, en población vigorosa y moralmente sana, si las condiciones sociales permiten una amplia aplicación de los principios de la higiene social".

La población del Paraguay reúne todas las condi­ciones biológicas para avanzar y crear un orden social superior, un gran orden cultural nuevo, pero, en cuanto a desarrollo técnico, está atrasada en dos siglos.

Hay un enorme desequilibro cultural en la estruc­tura social. Mientras nuestros poetas y escritores pro­ducen sus obras de acuerdo con la última palabra en materia de técnica literaria, nuestras clases rurales , trabajan todavía la tierra con métodos pre-coloniales.

"En la América Hispana se ha producido en el curso de cuatro siglos, observa Lipschutz, por el predomi­nio del neofeudalismo español, una verdadera "desculturización" de las masas populares".

Hay más de indio que de blanco en el mestizo. "En el Paraguay, observa Mantegazza, los habitan­tes tienen más de dos tercios de sangre india". Hay gentes que se avergüenzan de su origen indio. Se observa eso especialmente entre la clase dirigente o culta; pero, como con razón señala Lipschutz en su magistral estudio "El indoamericanismo y el proble­ma racial en las Américas", ese prejuicio tiene un origen social, corresponde a la estructura neofeudal de Indoamérica.

Algo de ese prejuicio hay en el pensamiento de Manuel Domínguez para quien la población para­guaya es predominantemente blanca. Pane y otros sostienen, por el contrario, que es predominante­mente india. Y no lo lamentan, sino que lo celebran. Para Domínguez, que cita mucho a Gobineau y Pelletan, lo blanco es lo excelente en el mestizo. Para Pane, lo excelente es lo indio. Hay mayores posibilidades culturales en la sangre india, que en la blanca. La posición de Domínguez está evidente­mente teñida por un complejo de inferioridad.

La mezcla de los pueblos, el cruce de razas, lejos de ser desfavorable, aun en los casos de gran desnivel social o cultural, es altamente beneficiosa para la humanidad. Por el contrario, el mantener a los pueblos en su pureza, como quiere el racismo, con­duce a una persistencia de la misma cultura, a suestagnación, porque excluye la aparición de rasgos nuevos y apareja siempre una mayor homogeneidady repetición de la vida. Las culturas se renuevan a través de los cambios que se producen en el sis­tema social o mediante nuevas mezclas de sangre.

¿Cuánto tiempo transcurre desde que empieza el mestizaje hasta que la nueva nacionalidad esté for­mada y entre en su etapa creacional? Según los sociólogos, varía de 300 a 500 años. Depende ello de las condiciones sociales en que el mestizaje se produce.

Por tanto, los países del Nuevo Mundo que se encuentran en los umbrales de su gran período clási­co, serían el Paraguay, Chile, Colombia, Venezuela, Méjico, Brasil y Perú. La mezcla de sangre empezó en esos pueblos hace cuatro siglos.

 

INDOAMERICANISMO, NO IBEROAMERICANISMO. - El fe­brerismo es indioamericanismo, no iberoamericanis­mo. En el indoamericanismo el acento cae sobre el indio o el mestizo; en el iberoamericanismo sobre el hispano, o el criollo. El indio o el mestizo es América, la América dominada por el imperialismo económico.

Indoamericanismo es liberación. Iberoamericanis­mo es opresión, raza blanca, hispanidad. Pero indo­americanismo e iberoainericanismo no son una con­tradicción insoluble, España es el gran fermento cultural del mundo indoamericano.

Clases sociales. - Pero detrás del proceso bioló­gico de la conquista está el proceso social, está el choque y luego el acomodamiento de dos economías distintas, una feudal, oligárquica y la otra, colectivis­ta, igualitaria. La conquista es una empresa de vio­lencia y de subyugación por medio de las armas.

En la sociedad guaraní, cada familia, cada tribu, España era la Edad Media cuando descubre y con­quista América. poseía su pedazo de tierra. Mientras la usaba era suya. La unidad agraria era la comunidad, no el individuo. El derecho al uso de la tierra comunal aparejaba la obligación de su cultivo.

La conquista violentó la lenta, evolución indígena, produciendo una verdadera revolución. Tres siglos después se producirá en el Paraguay un suceso aná­logo y de consecuencias similares. Pero de aquella revolución nació un feudo, no una colonia. Fué un negocio, no una civilización.

Los conquistadores se sentían demasiado orgullosos para explotar por sí mismos las riquezas del país con­quistado. Eran guerreros, no trabajadores. Así es que el aprovechamiento de la tierra y de las minas se hizo por medio de la raza vencida y sometida. El indio, que era libre en su libre comunidad agraria, y el mestizo, su descendiente de raza, se convirtieron en siervos de gleba, bestias de carga, carnes de ca­ñón, bajo el imperio de las necesidades de la expan­sión colonial.

El europeo y junto a él el criollo, su descendiente racial, monopolizaron la propiedad de las tierras, el ejercicio del comercio y de las funciones públicas y sociales. Eran clase dominante.

El indio y el mestizo cayeron en servidumbre. El indio más hondo que el mestizo. El indio fue la fuerza bruta, animal de carga. Su situación legal no era precisamente la del esclavo; pero, de hecho, por la cantidad de prestaciones personales que le impuso, producía efectos muy semejantes. Era parte del patrimonio del encomendero, pongo, vasallo, es­clavo.

El mestizo se dedicaba a los trabajos de artesanía y a las pequeñas industrias o al tráfico comercial menudo. Era la clase media en embrión, clase explo­tada también, como los indios.

Junto a todos ellos, se movía el clero, clase privi­legiada, como el conquistador, y muy poderosa por su organización y riqueza, con gran influencia sobre la masa indígena y sobre la conciencia religiosa de los grupos dominantes.

Las Misiones de la Compañía de Jesús formaban una República aparte, un verdadero imperio, el im­perio jesuítico, como lo llamó Lugones. Poseían una organización especial, cuya descripción y enjuiciamiento no viene al caso hacer aquí. Bástenos señalar el hecho de que en las reducciones jesuíticas no había mestizaje y que la condición del indio, a pesar de todo, era mejor que en las encomiendas.

Es muy importante recalcar que los españoles y los criollos gozaban de privilegios en el ejercicio de los oficios do artesanía, y en las jerarquías gremiales.

El negro, el mulato, el indio y el mestizo no po­dían llegar a ser maestros de artesanía.

Es cierto que las Leyes de Indias reglamentaban el servicio personal, la contratación y la jornada de trabajo, el descanso legal, el pago de salario, la higiene de los talleres, etc.; pero todo eso era letra muerta.

La condición jurídica del indio y del mestizo era la de clase inferior y explotada. Este es el hecho his­tórico fundamental.

La colonia fué un régimen neofeudal, basado en el monopolio, el privilegio, la explotación y la escla­vitud. Es el mismo régimen que hoy existe en nuestro país.

A la sombra de la feudalidad colonial se formó una nueva clase que, a la larga, debía determinar su ruina. Integraban la nueva clase dos artesanos, pelu­queros, copistas, decoradores, albañiles, tipógrafos, talladores, menestrales, talladores, zapateros, etc. Del mismo modo, a la sombra del nuevo orden im­plantado en 1870 se forman las fuerzas sociales que a la larga habrán de provocar su desintegración y ruina.

Ellos harán la revolución comunera, luego, la revo­lución de mayo. Y finalmente la resolución de febre­ro. En el siglo XVII, como en 1811, como en 1936, la situación es casi la misma. Lo que varía son los actores, los medios y las formas de la cruzada po­pular de liberación.

La revolución comunera. - Las condiciones para el nacimiento de una nueva sociedad fueron incu­bándose lentamente. A medida que avanzaba el tiempo, las contradicciones, inherentes al régimen colonial, fueron haciéndose cada vez más violentas e insoportables para las clases explotadas, es decir, pa­ra el mestizo.

Ya hemos visto que la situación en la Colonia era igual, hasta cierto punto, a la de los indios y los negros ya que las jerarquías en los oficios y las funciones públicas sólo las podían ejercer los espa­ñoles y los criollos.

El primer síntoma de que la crisis final estaba próxima fué el levantamiento comunero. El mestizo lo abrazó con entusiasmo y decisión. Era una posibilidad de liberación y avance. El Paraguay fué el primer pueblo que sacudió las cadenas de la opre­sión española. La gesta comunera de Asunción pre­cedió a las similares de Bogotá, de Trujillo, de Laga­tunga, de Mérida, y tuvo más resonancia que todas ellas.

La revolución de los comuneros paraguayos "con­tenía -anota Germán Arciniegas- las bases de la filosofía política que exaltaron luego los libertadores. Ese derecho del común que ellos expresaron, quizá haya de considerarlo algún día la historia america­na de más honda significación revolucionaria y de mayor sentido social para nuestra América que la proclamación de los derechos del hombre y del ciu­dadano hecha en Francia un poco más tarde".

La Revolución comunera fué una insurgencia de auténtico sentido social. El principio de la suprema­cía del común, que proclamó, es más que el principio meramente cuantitativo de la mayoría, erigida, en norma técnica de la democracia de la Revolución Francesa. Es el principio mismo de la democracia social, régimen del bien común.

Por su doctrina, por su acción, por su carácter, el levantamiento comunero fué democrático, antioligár­quico, libertador.

Nación y cultura. - La influencia de lo biológico en lo cultural es relativa. El problema de la cultura es, en el fondo, económico y social. Esto no significa subestimar lo racial. El problema del trigo no es sólo un problema de semilla; es también, y sobretodo, un problema de terreno, de medio. El Para­guay se forma y se desarrolla bajo el imperio de las nuevas relaciones sociales impuestas por la con­quista.

La persistencia y predominio del neofeudalismo español aparejó una gran "desculturización" del pue­blo. No queremos significar con ello que no haya existido o que no exista, cultura alguna. Lo que quere­mos destacar es que hubo y hay un desequilibrio cultural enorme, una profunda contradicción entre los valores culturales vigentes y los valores cultura­les potenciales , o vernáculos. Es de notar que entre los indios guaraníes la cultura no era patrimonio o monopolio de minorías, sino bien común.

El remedio no ha deconsistir sólo en imitar o importar valores culturales extranjeros. Cultura es tradición, como observa Lipschutz, tradición recep­tiva y activa a la vez. Hay que tomar de lo extran­jero -y, en primer lugar, de lo español- todo aquello qué puede tener una función positiva en la estructuración de nuestra vida. Pero lo indoame­ricano, lo vernáculo, está en primer lugar. Lo ver­náculo está constituido por un conjunto de vivencias y valores culturales vivos, germinales, creencias, su­persticiones, folklore, costumbres y hábitos sociales arraigados. Indoamericanismo primero. Iberoameri­canismo después. Hispanidad nunca.

Es indudable que la lengua es la más valiosa su­pervivencia cultural pre-hispánica que poseemos. De­bemos estar agradecidos al indio por el don inapre­ciable de su lengua. El cultivo sistemático de la propia lengua, según experiencias recientes, lejos de ser perjudicial, será útil para el desarrollo de todas las posibilidades económicas y culturales. La lengua guaraní debe ser respetada y enseñada en las escuelas, a la par de la española. Ambas deberán ser el gran instrumento de nuestro renacimiento literario. Pero el guaraní es lo más inmediato a nuestra alma y a nuestra intimidad nacional, lo más profunda­mente adherido y consustanciado con nuestro ser colectivo. Será sin duda la lengua de nuestro primer gran poeta clásico.

Pero toda posibilidad de renacimiento cultural re­sultará ilusoria mientras subsista el actual régimen neofeudal, mientras subsista el paperismo de las masas populares, mientras no se hagan efectivas sus reivindicaciones económicas y culturales. El proble­ma de la cultura es, ante todo, un problema social.

El Paraguay es un país bilingüe. Hablamos el guaraní tanto o más que el castellano. Se trata de una modalidad lingüística que tiene su razón de ser en el proceso de formación étnica, económica y social de la nacionalidad, vale decir, que nuestro bilingüis­mo no es creación artificial, forzada, sino natural, histórica.

A pesar de ello, a pesar de constituir el bilingüis­mo un factor muy importante de la cohesión y el ca­rácter nacional, no fue nunca encarado como pro­blema por los gobiernos de la oligarquía. Un movi­miento de tan hondas raíces indoamericanas, como la Revolución de Febrero, no podía menos de contemplarlo, y así fue que en 1936 auspició, por nues­tro intermedio, una reforma de la instrucción, sobre la base de la enseñanza, bilingüe.

Pero nuestra salida del ministerio hizo que la ini­ciativa no marchara adelante. El Paraguay es el primer país que propició una reforma semejante. Corresponde, sin embargo, a México el honor de haber sido el primero en llevarlo a la práctica.

La doctrina de mayo. - La idea comunera quedó clavada, con fijeza de estrella, en la conciencia na­cional. Volverá a brillar en la mañana inmortal dé 1811, iluminando para siempre el destino del Pa­raguay.

La escena ha cambiado algo. El indio, almácigo fértil de la larga siembra, quedó atrás, hundido en­tre sombras. En su lugar, surgió el mestizo, ilumi­nado por un destino nuevo. La revolución comunera fue todavía predominantemente criolla, de cepa his­pana. La Revolución de Mayo es de plena raíz mes­tiza. El mestizo adquiere rango de actor protagónico en el suceso prócer. El es el agente y el objeto del movimiento insurreccional. Necesita espacio y taller propio para consagrarse a la gran faena de su voca­ción. La gesta de mayo lo coloca de pie, no de rodillas, en la escena de la historia. Y un nuevo día amanece para él en el mundo hasta entonces cubierto de som­bras, un nuevo horizonte se abre ante sus ojos, ávi­dos de luz y de infinito.

En otras partes, en Chile, en Argentina, en Perú, etc., la revolución de la independencia tiene sola­mente un sentido político. Es un simple cambio do clase dominante. La suerte del pueblo sigue igual después del cambio. Subsiste la colonia bajo otro nombre. Subsisten la encomienda y el repartimiento bajo otro nombre. Subsisten la explotación, la servidumbre, la miseria, la opresión.

En el Paraguay, las cosas tomaron un rumbo dife­rente. La colonia no pasó a la república. La Revo­lución negó no sólo a la metrópolis sino que negó también a la colonia, feudo de opresión para el mes­tizo. La Bastilla no estaba en Europa. Estaba aquí mismo, era el sistema colonial, era la encomienda, era el régimen de explotación bajo el cual se des­arrollaba penosamente la nueva nacionalidad, era un conjunto de cargas, privilegios, fueros y prerrogati­vas, etc., que pesaba preferentemente sobre las es­paldas del pueblo nativo, compuesto, en su inmensa mayoría, por los mestizos.

Por eso, la revolución de mayo tiene, desde el primer día, un profundo sentido de liberación social. Ataca no sólo el aspecto del poder político de las cla­ses enemigas, sino también el aspecto de su poder económico, sin lo cual no hay revolución verdadera.

El hombre que realiza esta hazaña singular es el Dr. Francia. Gracias a su acción, el nuevo orden se consolida. Persiguió en forma implacable a los enemigos de la independencia, en el terreno político y en el terreno de la riqueza, que monopolizaban.

Exterminó o redujo a la impotencia a los españo­les y a los españolistas, partidarios de seguir man­teniendo la unión con la metrópolis, y a los porteñis­tas que pretendían hacer causa común con la Junta Revolucionaria de Buenos Aires. Fué el genio terri­ble, el Robespierre de la libertad y de la indepen­dencia paraguaya.

Muchos de los perseguidos por la saña francista fueron a establecerse en Buenos Aires. Sus descen­dientes de sangre o de espíritu formaron posteriormente la famosa Legión Paraguaya, que se acopló al ejército de la Triple Alianza para ir a destruir esa patria que para ellos representaba la negación de sus privilegios de casta.

Repetimos: la revolución de Independencia en el Paraguay no fué solo un movimiento político ende­rezado a modificar las formas exteriores del Estado. No se limitó, como en otras partes de la América Latina, al desplazamiento de una clase, los espa­ñoles de allá, por otra, los españoles de aquí, que procura la conquista del poder luego de haberse creado una posición de hegemonía económica y de influencia Social predominante. Bajo la corteza del orden colonial, débil de suyo y muy relajada por efecto de diversas causas, pululaba una mayoría so­cial de mestizos e indios frente a una minoría, de privilegiados de la fortuna, de la sangre o del poder, los mestizos sin tierra, humillados y ofendidos y los indios esclavizados en las encomiendas, siervos de gleba, bestias de carga, carne de cañón, frente a una minoría todo poderosa que los oprimía y explotaba.

La independencia paraguaya tenía que ir y fué más lejos que las otras de América. En el fondo de eso suceso hay más bien que un conflicto de pueblos, una lucha de clases. El mestizo, elemento principal de la nueva nacionalidad, formaba con el indio, la clase oprimida y explotada. En función del mestizo es que la Revolución de mayo adquiere un sentido de justicia social. Sus reivindicaciones impregnan el contenido de la obra, de mayo. El mestizo, no el criollo, era la clase que aspiraba, con más fuerza y razón, a un cambio en el orden colonial. La Revolu­ción paraguaya significó el desplazamiento de los españoles de allá y de aquí por los mestizos, que eran la clase liberada, la nueva nacionalidad. La encomienda fué abolida, y los peones y siervos puestos en posesión de las tierras en que habían nacidopara su liberación y no para su enfeudamiento. Los expropiadores de la conquista fueron a su turno expro­piados.

De esta manera,, la idea nacionalista y la idea so­cialista están en la raíz misma de la doctrina de ma­yo. Nacionalismo, democracia y socialismo son un mismo pensamiento en el verbo redentor de 1811. Así nació el primer país socialista de América. '¿Y los indios? Los indios pasaron a la República sin mejorar mucho de condición. La revolución qui­so levantarlos de su postración. Es muy significati­vo, en este sentido, el decreto que dictó el Presidente Carlos A. López declarándolos ciudadanos. Aún hoy, no obstante haber disminuido mucho en número, sigue siendo un problema. El indio debe ser integrado en la comunidad nacional con todos los derechos y atributos que acuerdan las leyes a los habitantes nacidos en el territorio nacional.

La revolución de mayo es agraria y antifeudal: suprime la encomienda, liberta a la gleba, establece un sistema agrario basado, no en la propiedad, sino en la posesión, es el sistema de la enfiteusis que Ri­vadavia tratará después, en vano, de establecer en la Argentina. Ea antimperialista: rompe con la me­trópolis y se organiza en Estado libre y soberano. Es antioligárquica: suprime los privilegios en que fin­caba el poder de la casta colonial. Es democrática y comunera: consagra el principio del bien común co­mo norma reguladora de justicia social.

La República niega y supera a la Colonia, como la colonia negó y superó al Paraguay indígena. El Paraguay de 1936 es antiimperialista, del mismo mo­do que el Paraguay de 1811 fué anticolonial.

El único país que, después del Paraguay, hace su revolución de independencia con un alcance de cam­bio de estructura social, es Méjico. Pero mientras en la patria de Juárez la revolución , se cumple a través de un largo proceso, no terminado aún, en el Paraguay la transformación se realizó en un lapso de tiempo relativamente breve.

La revolución norteamericana fué ante todo una revolución política, de tipo burgués, oligárquico. Eso era Europa trasladado al Nuevo Mundo. La del Paraguay tuvo un sentido profundamente antioligár­quico, socialista. Nuestro país pasó de la etapa feu­dal, precapitalista, a la etapa de un régimen de capi­talismo de Estado o de paternalismo económico, como dice Pelhan Horton, sin pasar por la etapa del capitalismo privado. Esto plantea un problema de gran interés revolucionario, el problema de las etapas.

La revolución arruinó con impuestos, multas, con­fiscaciones y contribuciones, a la clase colonial que pudo constituir la base de un desarrollo capitalista de la economía nacional. Los que escaparon a la per­secución se trasladaron a Buenos Aires, donde combatieron tenazmente a los gobiernos de la Revolución. Eran los españolistas de la contrarrevolución, los porteñistas de la tendencia anexionista, gente sece­sionista toda que, luego, se enroló en el Ejército deMitre y de Pedro Il. La victoria aliada permitió a esos elementos reorganizarse y recuperar su pérdida hegemonía económica y social. Los partidos Liberal y Colorado son la consagración política de este hecho histórico.

Pero si los individuos no resucitan, los pueblos sí pueden volver a la vida. La Revolución de Febrero es ese mismo Paraguay de la gesta prócer destruido por la guerra y la traición, que vuelve por sus fueros, rompiendo cadenas y fórmulas caducas de vida.

El genio de la revolución. -- El Dr. Francia fué el intérprete genial de la voluntad revolucionaria del pueblo paraguayo. Duro, cruel, se hizo, sin embargo, querer, porque sirvió la causa del pueblo con tena­cidad, austeridad y firmeza. Pueden señalarse mu­chos defectos en su vida y en su obra, grandes y pequeños. Yo sólo considero el proceso histórico. El drama, no los personajes. Ni aplaudo ni censuro. Procuro solamente explicar.

Hay que decir en honor del "supremo" que fué el primer revolucionario americano que aplicó méto­dos realistas. El Dr. Francia usó incluso del terror contra los enemigos de la revolución. ¿En interés de quién? Hay historiadores que buscan la explicación del acto en la sicología del actor. Pero en una re­volución el individuo no cuenta, lo que importa son las masas. La conducta del líder debe ser analizada en función de esas masas. Sin esas medidas, ¿la revolución triunfaba lo mismo? Tal vez, pero las experiencias revolucionarias del mundo enseñan otra cosa. Para salvar una vida hay que apelar, a veces, al bisturí. Y ¿qué fue en el fondo, sino terror orga­nizado la conquista y la colonia?

Ninguna revolución se ha hecho sin el empleo de la violencia, de la coacción. Las Bastillas no se en­tregan, hay que conquistarlas. Los hombres de Mayo no hicieron ni más ni menos de lo que hicieron to­dos los auténticos revolucionarios. No creemos que merezcan ser reprochados por ello.

Francia era un auténtico revolucionario. No simu­laba hacer, como tantos apóstoles falsos, titireteros de feria, sino que hacía. Y lo que hizo lleva la marca indeleble de su genio, de su pueblo y de su tiempo. Así lo vio Carlyle desde las orillas del Támesis.

El Dr. Francia comprendió que la emancipación de España sin la eliminación del grupo social dominan­te, sería simplemente cambiar de amo, una transfe­rencia de poder de los españoles de allá a los espa­ñoles de acá. Pero de lo que se trataba era de poner el poder en manos del mestizo que constituía la nación misma. En eso el Dr. Francia vio mucho mejor que sus contemporáneos del Plata.

De esta manera, gracias a su intervención, el acto puramente político del derrocamiento de la autori­dad colonial tuvo un sentido realmente revoluciona­rio. La encomienda desaparece, y el nuevo Estado asume la gerencia de toda la vida económica. nacional, es propietario, agricultor, industrial, comerciante, ganadero. Es el Leviathán de Hobbes. Todo lo abarca. Todo lo hace. Es un tipo de Estado totalitario.

Poderes inseparables. - En la concepción de los próceres de mayo no cabía, separación entre independencia o poder político e independencia o poder económico. Liberación nacional y liberación social eran una sola y misma cosa. Será necesario que el poder pase a una nueva clase, los legionarios, descendientes de los españolistas y porteñistas de 1911, los hombres de la famosa Legión, para que las cosastambién y el Paraguay pierda su independencia eco­nómica. El resultado de ese cambio está a la vista.

La Revolución de febrero hace suya la concepción de mayo y afirma de la manera más enérgica su decisión inquebrantable de bregar por la recupera­ción de nuestra perdida autonomía económica, con­vencida de que sólo así el Paraguay podrá ser lo que fué, es decir, un país libre y dueño de su destino.

Movimiento clasista. -- Tal objetivo está estrecha­mente vinculado con la situación de las mayorías productoras, principales víctimas de la explotación imperialista del trabajo y las riquezas nacionales.

De ahí arranca el hondo sentido social que tiene el movimiento febrerista, su irreductible significación clasista. Al proclamarlo así no se hace sino recono­cer un hecho. Esas mayorías productoras son, en esencia, las mismas clases redimidas por la revolu­ción de 1811. No comprenderlo así es salirse de la realidad, es perderse entre las ramas, tomar el rába­no por las hojas. Las reivindicaciones de febrero, im­plícitas en su lema máximo, son de pura esencia cla­sista. Interpretan las necesidades y aspiraciones de las clases progresistas del país. ¿Quiénes son esas clases? Las clases medias, en primer lugar; luego la clases rurales y finalmente el proletariado. Ellas son las que aspiran, y no la plutocracia, no los terra­tenientes, no las empresas negreras, a un cambió del orden actual. La fórmula del cambio que se desea está dada en el lema aludido. En él está asimismo implicada la táctica delucha que ha de seguirse.

Consiste ella, en lo externo, en una lucha contra un sistema económico controlado por metrópolis ex­tranjeras y, en lo interno, en una lucha contra la oligarquía que sirve esos intereses foráneos en con­tra de los intereses nacionales y, especialmente, en contra de las clases trabajadoras que constituyen la inmensa mayoría de la nación. Es el drama de las clases productoras mayoritarias en conflicto con una minoría de privilegiadas que está al servicio de inte­reses extranjeros, o sea, del imperialismo foráneo.

Dictaduras revolucionarias. - Nos preguntan por qué el pueblo paraguayo apoya a sus dictadores. La respuesta, está en parte, contenida en todo lo que hemos dicho anteriormente. El Dr. Francia es producto de una Revolución, como Dantón o Robespie­rre, como Lenine o Stalin. Ni más ni menos.

En segundo lugar, el pueblo paraguayo apoya a sus dictadores cuando los problemas de orden exter­no priman sobre los problemas de orden interno y es cuestión de vida o muerte sostener esos regímenes. Apoya al Dr. Francia en función de la Inde­pendencia y de su obra social. Apoya al Presidente Carlos A. López en función de la liberación nacional. Apoya al presidente Mariscal López en función de la patria en peligro. Francia y los López no son, en rigor, dictadores. Son próceres, héroes, creadores de patria. Representan una política que era de vida o muerte para el Paraguay, y en eso no se equi­vocaron.

Sin este ambiente de crisis internacional, o de no­ción revolucionaria, ninguna dictadura ha podido mantenerse mucho tiempo. Está, para demostrarlo el caso de las dictaduras de Jara, de Paiva, de Estigarribia, y de Morinigo.

El pueblo de la Revolución comunera, el pueblo de la revolución de mayo, el pueblo de la revolución defebrero, no podía apoyarlos sin caer en la indignidad.

Apresurémonos a decir que el Presidente Carlos A. López no fué de ningún modo un dictador. Gobernó como un patriarca, pero ejerciendo poderes legalmente establecidos.

En cuanto al Mariscal López fué la encarnación de la voluntad de vivir, de la nación, un héroe de tipo ibseniano. Cumplió con su deber, sin contemplacio­nes, con terrible dureza, sin distinguir muchas ve­ces que existen sentimientos tanto o más respe­tables que el deber o la justicia; pero eso estaba, en gran parte, en las costumbres de la época más bien que en la sicología del individuo, y tal vez es­conda uno de los misterios de la naturaleza humana.

Francia y los López fueron los tres grandes líde­res de la Revolución de Mayo, la cual no se desarro­lló de golpe, sino a través de un proceso que duró varias décadas.

Un Estado socialista, - El dictador Francia fué el Libertador. Carlos Antonio López, el Constructor.. Y el Mariscal López el abanderado, el paladín de la Patria Grande.

El Paraguay de Don. Carlos fué un régimen de so­cialismo de Estado, una auténtica República de Tra­bajadores, una organización de capitalismo de Estado. El Dr. Francia y los López se apoyaron, no sobre un sistema de privilegios, sino sobre un sistema de tra­bajo socialmente organizado. La oligarquía era Eu­ropa, España. Las clases rurales, los artesanos, eran la América Indigente, el Nuevo Mundo, el mestizo, el indio. Liberar al trabajador era liberar a la nación.  Sólo así podía constituirse la nueva nacionalidad. No es un grupo de amos de la tierra o de la riqueza los que en el Paraguay hacen la independencia, no son los capataces de cortijo, los "estancieros", como en otras partes, sino los hombres de trabajo, el campe­sino, el peón, el artesano, el intelectual revoluciona­rio.

Así, la causa de los oprimidos y explotados es la causa misma, de la nación. La causa de la patria, y la causa de la justicia social son la misma cosa. Nacionalismo y democracia son una sola y misma idea. Esta es la auténtica doctrina de mayo.

La conquista despojó de sus tierras al indio y al mestizo. Estos cayeron en servidumbre. La Repú­blica, a su vez, expropia a los expropiadores de la colonia y reintegra las tierras a sus legítimos dueños. Los encomenderos fueron aniquilados. Los ideó­logos de la oligarquía enseñan que eso fué una bar­baridad. "A juzgar por los documentos de mercedes reales, o concesiones graciosas hechas por los gobernadores a nombre de sus reyes -dice el Dr. Cecilio Baez, obrero ilustre de la cultura universitaria en elParaguay- casi todas las tierras del Paraguay pertenecían a particulares; pero los bárbaros dictadores criollos, que les sucedieron, se apoderaron de ellas, ya por medio de confiscaciones, ya desconociendo los títulos primitivos, al solo fin de arruinar a los propietarios y empobrecer a la nación".

El Dr. Baez sabía, sin duda, mucha historia, pero carecía de sentido histórico. No se puede aplaudir una revolución y al mismo tiempo censurar los mé­todos que pone en práctica para triunfar. Arruinar a los enemigos de adentro, reducirlos a impotencia, es una de las primeras tareas que debe llevar a cabo el verdadero revolucionario. ¿Qué hubiera sidode la Revolución Francesa si hubieran quedado intactas las bases de poder de sus enemigos internos?

¿Cuál el destino de la revolución rusa si no hubieran sido arruinadas las clases que se le oponían?

Eso de que los bárbaros dictadores "desconocieron los títulos primitivos" carece de sentido. ¿De qué tí­tulos se trataba? En rigor no existía la propiedad agraria en el Paraguay antes de 1885. Lo que pasa­ba por tal eran meras tenencias de terreno, dice Cardús Huerta, con fines determinados obligatorios para el concesionario, quien reconocía que la tierra no era propiedad suya sino del Estado.

Pero más mezquina es aún la visión histórica del Dr. Ramón Zubizarreta para quien "en el sistema ,administrativo del Paraguay no entraba la idea de una desamortización de sus valores territoriales: to­do al contrario, por tradición desde Francia, los go­bernantes del Paraguay profesaban la doctrina de mantener los gastos del Estado con el ager publicus, a la manera de los antiguos romanos: por eso el Es­tado monopolizaba la yerba mate, y hacía de ella el primer recurso de sus rentas; por eso el Estado se apoderaba de numerosos edificios en la capital y en los pueblos de campana, y se hacía el primer propie­tario urbano; por eso arrendaba y no vendía las pro­piedades rurales y convertía la numerosa población agrícola del país, en una especie de sierva de la gleba, cobrándole el canon de arrendamiento y el diezmo de los productos; por eso, no contentándose con las rentas de aquellos numerosos arrendamientos, pobla­ba administrativamente los mejores campos de la Re­pública y se hacía dueño de casi toda la riqueza pe­cuaria. Era un Estado que vivía como hacendado, industrial y propietario".       

¿Qué más ni mejor se podía decir en elogio del Pa­raguay Grande de la Revolución de Mayo? No tienen desperdicio estas palabras.

Doctrina agraria., - Pero el Dr. Francia y los Lopez no se contentaron con rescatar las tierras, sino que llevaron a cabo una reforma extraordinaria. Los feudos nacionalizados o confiscados, como dicen los ideólogos de la oligarquía, no fueron entregados en propiedad sino en posesión a los campesinos.

En Europa se pasó del latifundio al minifundio, En el Paraguay, la evolución agraria siguió un curso diferente. Del comunismo agrario de los indios se pasó al latifundio de tipo feudal de la Colonia yluego, a un régimen basado, no en la propiedad, sino en la tenencia o usufructo temporario de las tierras, o sea, la enfiteusis.

La democratización de la pequeña propiedad noes una solución. La tierra no es bien de renta sino bien de trabajo. No esun título para especular sino una riqueza que explotar. Es morada de la nación, la "tierra de los padres", la tumba sagrada de los antepasados, y también "lugar de estar" para el individuo, como dice Vav Ferreira, techo, hogar, familia. La distinción que hace el gran pensador uruguayo entre tierra de habitación o de vivienda y tierra de producción plantea la posibilidad de una solución interesante del problema agrario. La tierra como medio de vivienda debe ser reconocido a todo individuo. El derecho de habitar en su planeta y en su nación, sin precio ni permiso es un mínimo de derecho humano. La tierra como medio de producción es diferente. El interés social es aquí el predominante. Por eso, la nacionalización agraria se impone con la fuerza de un imperativo nacional y socialal mismo tiempo. La tierra debe ser de todos y para todos.

Este es el criterio con que organizaron la agricul­tura los gobiernos de la Revolución de Mayo. Se estableció la enfiteusis. Por decreto del 19 de junio de 1.843, dictado por Carlos Antonio López, se fijó un impuesto del 5 por ciento sobre el valor de tasa­ción del terreno. El Estado cedía únicamente el dominio útil por un término de ocho años, renovable indefinidamente, prohibiendo la enajenación, impo­niendo obligaciones al concesionario, tales como las de poblar, cultivar y habitar, en forma permanente, su tierra respectiva, etc.

La doctrina de Mayo en materia agraria se basa, en el principio de que la tierra es de quien la tra­baja. Es la misma doctrina proclamada por la revo­lución de febrero, tal como se desprende de la decla­ración incorporada a la Ley de Reforma Agraria de 1.936, a propuesta nuestra.

"Que la revolución... adopta como criterio para la reestructuración agraria el principio de que la tierra es de quien la trabaja".

El principio de nacionalización agraria, contenido en la parte final de los considerandos de la misma Ley Agraria, fué asimismo adoptado a iniciativa nuestra. Dice así:

"Que la revolución, no obstante los conceptos está­ticos formulados, admite la evolución futura de los derechos dominiales sobre la tierra en el sentido de que, si así lo exige el interés colectivo, podrá esta­blecerse la nacionalización parcial de tierras, minas, yerbales y bosques naturales".

Esta declaración la redactamos el Ministro Dr. Gómes Freyre Estevez y yo. No fué ella adoptado sin oposición. Por el contrario, dió lugar a una dis­cusión violenta que estuvo a punto de provocar una grave crisis ministerial. Libramos entonces una ba­talla por el triunfo de principios auténticamente re­volucionarios. Por desgracia, esos principios no pa­saron de meras declaraciones. Cuando propusimos la reforma correspondiente, tropezamos con una resis­tencia tan, incomprensiblemente apasionada, que re­solvimos renunciar a ella, entonces. Así, esos principios quedaron en el aire, como simple expresión de anhelos. Algún día referiremos ese episodio por la extraordinaria significación revolucionaria que en­cierra.

Más adelante volveremos sobre esta cuestión visce­ral de la Revolución de Febrero.

Capitalismo de Estado. - Nos interesa, por ahora, dejar bien fijado el concepto de que el Estado sur­gido dé la Revolución de Mayo fué un Estado socialista. Ese Estado no sólo intervenía en la vida económica sino que suplía o reemplazaba a la iniciativa privada en la explotación de las riquezas Intervencionismo de sentido social no sólo fiscal. Elrégimen impositivo se basaba en el impuesto directo, no en el indirecto, que grava a las masas. Toda la economía estaba organizada sobre bases racionales. La producción agrícola estaba planificada. Existía una especie de seguro agrícola que ponía al agricultor a cubierto de las contingencias inherentes a la agricultura; el trabajo era obligatorio, etc. Todo eso se hacía, claro está, sin mucha ciencia pero, eso sí, con mucha conciencia.

Hoy se habla de planificación en la libertad. Ese es el ideal. Imposible será volver al capitalismo puro del siglo XIX. Imposible revivir el sistema mercantilista de tipo colbertiano. Sombart, el más grande historiador del capitalismo, lo predijo hace ya cinco lustros. El porvenir pertenece a la economía pla­nificada.

La economía plantificada, es la negación del capi­talismo privado. La planificación no puede, por otra parte, llevarse a cabo con éxito sino bajo la forma de un régimen de capitalismo de Estado. ¿En qué consiste este régimen? Hay muchos tratados sobre este asunto. Diremos sólo de paso que el régimen de capitalismo de Estado es el régimen de la explota­ción económica llevado a cabo directamente por el Estado, es decir, la organización por el Estado de cualquier empresa agraria, minera, industrial o co­mercial. Los franceses llaman a eso regie.

La diferencia entre capitalismo privado y capitalismo público es fundamental: las utilidades obteni­das, la plusvalía, que se originan en el aprovecha­miento de la fuerza humana de trabajo, ya no van a ingresar a la bolsa del empresario o patrono capi­talista, sino a incrementar la riqueza fiscal o social, y, por ende, las posibilidades de mejoramiento social en sentido democrático. Realísticamente, se puede decir que la regie, o, más propiamente, el capitalismo de Estado, es una etapa hacia formas superiores de producción, es una etapa de preparación socialista.

Este sistema de producción económica era el do­minante en el régimen surgido de la Revolución de Mayo, régimen dentro del cual el Paraguay llegó a su más alto nivel de prosperidad y grandeza.

El sistema de economía, individualista y liberal, que lo reemplazó, no ha demostrado igual eficacia. Todo lo contrario, ese régimen significó el atraso, el enfeudamiento del país al capitalismo extranjero, la miseria de las masas, la "ruina económica del Pa­raguay", como dijo, con certera frase, el Dr. Eligio Ayala, el más completo estadista que tuvo el Partido Liberal.

Paralelo imposible. - Manuel Gálvez, un novelero rioplatense, en su libro "Vida de Juan Manuel de Rosas", intentando un paralelo imposible entre el creador de la mazorca y el constructor de los altos hornos de Ibicuy, dice que aquél "se parece a López en su afición a lo burlesco, en su antipatía a lo extranjero, en su sensibilidad territorial del patriotismo, en su escaso amor a las obras de progreso".

"En el gobierno de Rosas -añade-, como en el del dictador paraguayo, ha habido algo de estático más en el del segundo que en el de Rosas... Ambos carecen de elevación espiritual si bien Rosas la al­canza muchas veces. Los dos tienen rarezas sin ser locos ni chiflados... Ambos son antiliberales y anti-intelectuales".

Paralelo grato sin duda al paladar nazi-facista del autor, pero inexacto desde la primera a la última línea. Quien conozca un poco la historia del Paraguay no podría sino sonreír ante las afirmaciones del señor Gálvez. No es posible acumular en menor número de palabras mayor cantidad de falsedades.

Vamos a demostrarlo en un breve análisis queharemos al galope porque nos urge el tiempo. Empecemos por decir que Rosas representa una evolución social y política diferente a la del Paraguay. La Argentina hace su independencia sin dejar de ser colonia. En el Paraguay, la colonia desapare­ce bajo la República. La evolución argentina es de sentido individualista y liberal. La evolución para­guaya, es de sentido socialista y humano.

Xenofobia. López no fué entreguista. Fiel a la doctrina de mayo defendió tanto la autonomía polí­tica como la autonomía económica de la República. Pero sin caer en la xenofobia, como Rosas. Abrió las puertas del país al comercio, al progreso y a la inmigración extranjera, dictando medidas para esti­mularlos, pero cuidándose, eso sí, de acordarles privi­legios o ventajas que pudieran dar superioridad al extranjero sobre el nativo, como por ejemplo, en lo referente a las tierras, cuya adquisición estaba pro­hibida a los extranjeros.

Recordemos de paso que bajo el, gobierno de Lopez vino al Paraguay el primer contingente inmigratorio procedente de Europa. Lo formaban más de tres­cientas familias francesas, las que se establecieron en el Chaco, fundando Villa Burdeos, hoy Villa Hayes. López es el primer gobernante iberoamericano que fomenta la inmigración.

Pero no sólo trajo brazos, sino técnicos extranje­ros. Envió asimismo a numerosos jóvenes a estudiar diversas carreras en el extranjero. ¿Qué xenófobo ha hecho eso? La palabra gringo no fué inventada en el Paraguay.

El encierro del país, bajo Francia, no fué un pro­ducto del odio al extranjero como se cree, sino una medida de política preventiva, dictada por un temor justificado.

Obras de progreso. ¿Quién que conozca un poco de historia rioplatense puede negar que el Paraguay de López estaba a cien codos, en materia de progre­so, sobre la Argentina del feudatario de "Los cerri­llos". Don Carlos fué el primer gobernante sudame­ricano que desarrolló una política de industrializa­ción. El Paraguay fué el primer país que tuvo ex­plotaciones de minas de hierro, industrias de fundi­ción, que producían machetes, arados, palas, picos, cañones, cerrajería, artefactos diversos, astilleros, fábricas de jabón, de azufre, de aceite, de papel, ferrocarril, telégrafos, imprentas, etc.

El Paraguay de los López no era el país "más pobre y atrasado de la América del Sud", como afir­ma el Dr. Báez, de quien, seguramente, tomó el con­cepto Gálvez para su desdichado paralelo,

El Paraguay de la oligarquía, el Paraguay "constitucional" no tiene ni para empezar con el Paraguay de la Revolución de Mayo. ¿Qué hay de común entre el Pte. Carlos A. López y el Pte. Dr. José P. Guggiair, o el Pte. Ezcurra, por ejemplo? El Paraguay de los partidos tradicionales es, como dijo John Gunther, Ruritania, "el último vagón del convoy panamericano".

Casi todos los gobiernos que se forman en Indoamérica después de la independencia son dictaduras a oligarquías reaccionarias. Cuando son progresistas, son al mismo tiempo entreguistas. El único go­bierno progresista pero no entreguista fué el de los López.

Antiliberalismo. Cierto es que en la Constitución del 44, redactada por López no se menciona una sola vez la palabra libertad; pero pertenece a López; Rosas, esta frase digna de cualquier gran estadista moderno: "Las escuelas son los mejores monumen­tos que se erigen en homenaje a la libertad". Rosas no fomentó la cultura popular. Gobernó a la Argentina como un perfecto capataz de cortijo. López no fué un demagogo, como Rosas que buscó la simpatía del pueblo halagando sus pasiones y sus vicios. Quería llegar a la libertad por el camino del bienestar. Amaba la paz y el orden por sobre todas las cosas. Poseía un miedo instintivo a la anar­quía, en la que están propensos a caer los pueblos sin base democrática de bienestar, sin seguridad económi­ca, esa anarquía que hacía imposible la vida y el progreso en los demás países del Plata.

Pero creía, en el pueblo, creía en la ciencia, en la técnica, en la cultura, en la libertad real, no en la libertad teórica. Para él la libertad carecía de sen­tido sin un fundamento de igualdad social. López no se dejaba llevar por abstracciones. Nunca perdió de vista la realidad social. Y en una concepción realista está inspirada su obra de gobierno. Libertad sin bien­estar es pura ilusión. Bienestar sin libertad es servi­dumbre. Pero, de cualquier modo, el bienestar está antes, es condición sino qua non, porque primero hay que vivir…

Gobierno estático. López no fué un dictador. Go­bernó con una Constitución que respetó hasta el último día de su Presidencia. Era el suyo un gobier­no fuerte, no dictatorial. La cuestión de la preemi­nencia del ejecutivo o del legislativo es siempre una cuestión palpitante. Después de la primera gue­rra mundial, la tendencia fué dar preeminencia al legislativo sobre el ejecutivo. Hoy los pueblos se inclinan a la solución contraria. La cuestión del equilibrio de poderes, el dilema entre autoridad y libertad, no es sólo un problema teórico, sino social. La organización de un Estado de tipo revolucionario, plantea problemas que no pueden resolverse en abs­tracto.

Rosas, en cambio, fué un dictador a lo Luis XIV. Retrógrado y, además, un déspota.

Chabacanería. Cierto es que ni Rosas ni López no podrían pasar por gentlemens; pero no hay que olvi­dar que en su tiempo usar calzoncillo era ya un progreso, como lo es hoy el pijama. Muchas gentes no podían comprarse un calzoncillo. Eran costum­bres más bien que expresiones de incivilidad. Cos­tumbres de campo, no de ciudad. Agrarismo, pero no rusticidad.

Elevación espiritual. ¡Cuánta inferioridad en la sicología de Rosas! Rosas es ante todo un gobernan­te que odia López, en cambio, desborda ansias crea­doras. Tiene pasiones, pero no es un enfermo, ni un monomaníaco.

La contrarrevolución del 70. - Los enemigos de la Revolución de Mayo, restos o descendientes de la casta colonial refugiados en las ciudades del estuario platease, hicieron una guerra enconada a los gobiernos surgidos de la Revolución. En su obcecación; llegaron incluso a pedir la intervención extranjera o la anexión a la Argentina. Algunos de ellos acom­pañaron en 1810 a Belgrano, en su desgraciada expedición para someter a la "provincia rebelde";

Desde su raíz histórica, la oligarquía actual es antiparaguaya, extranjerizante, secesionista.

Rosas, que no quería reconocer la independencia del Paraguay, no prestó, sin embargo, oídos a la petición que se le hizo para llevar una expedición puni­tiva al Paraguay. Esta triste aventura estaba reser­vada a la oligarquía porteña, manejada por el impe­rialismo británico. Esta oligarquía es una pluto­cracia de hacendados y comerciantes ligada a la penetración del capitalismo inglés en el Río de la Plata. Scalabrini Ortiz la ha estudiado en su co­nocido libro sobre "El imperialismo británico en el Río de la Plata".

Para esa oligarquía, el pueblo paraguayo de Mayo, que auspició la idea de una confederación rioplaten­se por boca de su gran líder, el Dr. Francia; el pue­blo de Carlos Antonio López, que acudió en ayuda del pueblo argentino, en su lucha contra la tiranía de Rosas; el pueblo del Mariscal López, que auspició y celebró, como hermano, la reconciliación de la familia argentina, el Paraguay unido y fuerte de los López era un peligro que había que extirpar a cualquier precio. Lo mismo pensó la autocracia imperial del Brasil. Mitre el oligarca, y Pedro II el autócrata de un imperio esclavista, se entendieron. Así nació el "delenda est Paraguay" de la Triple Alianza. Una Argentina libre y grande no podía tolerar la existencia de un Paraguay próspero.

A esa política fratricida no fué ajeno el núcleo de paraguayos destacados residentes en Buenos Aires y que venían transmitiéndose, como legado sacro, su odio a los hombres de la revolución de Mayo. La destrucción del Paraguay Grande era algo que deseaban tanto ellos como la oligarquía mitrista, como la autocracia brasilera, como el imperialismo británico.

La guerra de la Triple Alianza tiene su razón de ser eficiente en el desarrollo del capitalismo europeo en la primera mitad del siglo XIX.

El sistema capitalista representaba la fase más reciente de la evolución económica en Europa. No era ese el caso del Paraguay. Aquí, de un régimen neofeudal se pasó a un régimen de producción socia­lizada. Por eso, mientras en Europa el capitalismo es revolucionario, en el Paraguay es contrarrevolu­cionario. Allá, es progreso. Aquí es retroceso.

El "delenda" legionario se cumplió al pie de la letra. Sobra las ruinas del Paraguay Grande, la "cas­ta maldita" reorganizó, con el apoyo aliado y del capital inglés, las bases de su pérdida hegemonía económica y social. Así retornó la casta colonial, así el Paraguay volvió a ser colonia. Así la altiva y poderosa nación de Francia y los López se convir­tió en un objeto de tráfico, en presa de la codicia extranjera, en una simple mercancía en manos de regímenes oligárquicos que entregaron a las fuerzas económicas extranjeras, sin control y bajo la forma de ventas onerosas o de concesiones leoninas, todas las fuentes básicas de nuestra producción.

El desarrollo del país dejó de ser la expresión de las necesidades de una política nacionalmente dirigida y pasó a ser, bajo la dirección de mercenarios jefes de industria, fuente degrandes ganancias para el capital extranjero, motivo de espantosa explota­ción para las masas trabajadoras nativas y causa del atraso material del país.

En cuanto a la propiedad agraria, la entrega a precios irrisorios de extensiones inmensas a empre­sas imperialistas y a un corto número de terrate­nientes, ha creado en nuestro país la tremenda pa­radoja de la existencia de enormes latifundios sin brazos que lo cultiven, simultáneamente con la pre­sencia de una vasta clase de campesinos pobres to­talmente desposeídos de la más mínima parcela de tierra o con una posesión precaria de la misma. La existencia de sólo 50.000 pequeños propietarios nati­vos sobre una extensión de cerca de medio millón de kilómetros cuadrados explica, con escueta elo­cuencia, el absurdo criterio antinacional, antieconó­mico y antipopular que informaba las gestiones gu­bernativas de los regímenes anteriores a la Revolu­ción Libertadora.

En los primeros 25 años del nuevo período consti­tucional, afirma el señor Juan Silvano Godoi (Ver "Ultimas operaciones del general Díaz") fueron dila­pidados más de 20.000 leguas de tierra fiscal.

En su inventario de los bienes públicos, hecho en 1856, el Ingeniero F. W. Morgenstern asigna al Pa­raguay una superficie de 16.590 leguas cuadradas, de las cuales 16.229 eran de propiedad pública, inclu­yendo en ellas 840 leguas de yerbales, y sólo 261 leguas de pertenencia privada. En realidad, antes de 1870 no existía en el Paraguay la propiedad pri­vada de la tierra, "'Todo el territorio -afirma Car­dús Huerta- era fisco al terminar el 70".

De este cuantioso patrimonio agrario, el Estado sólo retiene hoy unas 7.000.000 de hectáreas, teóri­cas, porque nadie sabe donde están. El resto, inclu­sive los montes de "oro verde", pertenece a los particulares. Esto es lo que los ideólogos y defen­sores de la política agraria de 1885 llaman "des­amortización de los valores territoriales". ¡Algún nombre tenía que darse a este crimen inaudito!

Los gobiernos "desamortizadóres" llevaron a cabo esa política, sin duda, con la mejor intención; pero, es el caso de repetir con Pascal, el peor mal es el que se hace precisamente con buena intención.

Vuelta a la colonia. - Del mismo modo que el indio y el mestizo fueron expropiados por la con­quista, así el pueblo paraguayo fué literalmente ex­propiado mediante el artilugio de esa política crimi­nal. Expropiado y reducido a servidumbre, como en tiempos de la colonia.

Así como la conquista trajo una alteración del régi­men agrario indígena, así la guerra de la Triple Alian­za modificó la distribución de la propiedad fundial en perjuicio de la nación vencida. Así se regresó a la colonia, a la Edad Media. 1811 y 1936 son dos fechas que evocan situaciones similares. Hoy, como enton­ces, el trabajador paraguayo es un paria en su pro­pia tierra. Hoy, como entonces, la nación vive opri­mida y humillada. Hoy, como entonces, el Paraguay marcha sin rumbo fijo, pisando una tierra que sólo nominalmente es suya, fluctuando entre la dictadura y la anarquía, gimiendo en el atraso y la miseria, juguete de fuerzas y de designios ocultos... La geo­fagia oligárquica lo quitó su lugar al sol, su mo­rada, su techo, su paz...

La actual distribución de la propiedad agraria no puede ser más lamentable, más antieconómica y anti­social. En el Chaco solamente hay 1.267 propiedades que involucran alrededor de 24.000.000 de hectáreas.

En la región oriental, que es la más poblada del país, 1.210 propiedades que totalizan 16.000.000 de hectáreas.

En cambio, las 69.790 pequeñas propiedades, que existen, no engloban más de 530.000 hectáreas. Una sola firma posee el 10 por ciento del agro nacional. ¡No llega al 10 por ciento de la población el número de propietarios nativos!

Pueblos enteros, como Sapucay, Caballero, Tacuatí, Mbuyapey, Tobatí, Caapucú y otros se hallan en predios particulares.

¡2.477 propiedades de 1.000 a 100.000 hectáreas abarcan una superficie de 34.000.000 de hectáreas! Esas propiedades pertenecen, en su mayor parte, a unas 32 firmas extranjeras.

¡32.772 propiedades de 1 a 1.000 hectáreas involu­cran 1.795.444 hts., en tanto que 2.460 propiedades de 1.000 a 100.000 hts. comprenden 30.951.069 hts.!

En vísperas de la revolución de 1904, el total de las tierras "desamortizadas" alcanzaba a 13.500 leguas en gran Chaco, 5.000 leguas en la parte oriental y más de 1.000 leguas de yerbales.

Imperialismo. - La guerra de la Triple Alianza (1865-70) marcó el ingreso del Paraguay al sistema de organización imperialista del mundo. La ley de venta de tierras públicas, dictada en julio de 1885 du­rante el gobierno del general Bernardino Caballero, fundador y jefe del Partido Colorado o Republicano, fué la puerta por donde penetró en nuestro país el imperialismo económico.

Todo fué vendido: las tierras, los bosques, las mi­nas, los yerbales, hasta los edificios que hicieron construir los gobiernos de ante-guerra para asiento de las autoridades y escuelas públicas.

Edificios, campos, yerbales y bosques de los más valiosos fueron transferidos, casi gratuitamente, a los paniaguados y parientes de los hombres de gobierno. Uno de éstos llegó a poner a nombre de su esposa 20 leguas de tierras que debían estar situadas a 15 le­guas de Asunción. Otro, un general de la nación, se hizo adjudicar de golpe 200 leguas de yerbales. Según Pozo del Cano, los generales Escobar y Caballero fue­ron socios fundadores de la Industria Paraguaya, S. A., empresa de capital británico que posee más de 1.100 leguas de tierras dentro de las cuales se en­cuentran los mejores yerbales del Paraguay.

Personajes influyentes de los dos partidos tradi­cionales -los Zubizarreta, etc- han sido o son aún abogados o accionistas de esa empresa. Sabido es que los accionistas de la Industrial Paraguaya son también accionistas del Ferrocarril Central y tene­dores de los bonos del famoso empréstito de Londres.

Los particulares, pero muy especialmente los ca­pitalistas, se apoderaron de las tierras mejor ubi­cadas. Al Estado no le quedaron sino los refugos -comenta el Dr. Teodosio González en un libro que debe ser leído por todos los paraguayos. "Infortu­nios del Paraguay"- de manera que cuando el país quiso colonizar, se encontró con que no poseía ni un metro de terreno colonizable, es decir, cerca de las vías de comunicación.

Y eso que, según la Constitución del 70 - el go­bierno debía prestar preferente atención al fomento de la inmigración. La oligarquía libero-colorada resol­vió este gran problema de una manera muy original: vendiendo las tierras colonizables, es decir, transfi­riendo la función de poblar el desierto del Estado a los terratenientes, la mayoría de los cuales vive fue­ra del país.

El latifundio constituye uno de los principales obstáculos con que tropieza el crecimiento demográ­fico del país.

Así resolvían los gobiernos de la oligarquía los grandes problemas nacionales: no haciendo sino dejando hacer, "desamortizando" no sólo las tierras, sino el crédito, la autoridad, la soberanía, los atribu­tos de la nacionalidad, la dignidad...

Para colonizar habrá que expropiar ahora pagan­do cien por lo que se vendió a uno. Por lo que se vendió muchas veces sin percibir un solo centavo, pues ha de saberse que las tierras públicas desapare­cían sin dejar más rastro que la escritura de trans­ferencia, y, a veces, sin ni siquiera este requisito. El dinero proveniente de las ventas no ingresaba casi nunca en las arcas fiscales.

"Lo que se sacó de la venta de tierras públicas -dice el Dr. Teodosio González- y en qué fué inver­tido su importe, sólo Dios sabe. No ha quedado rastro alguno".

Es decir que el propósito de arbitrar recursos con que subvenir a las necesidades de la población, sumi­da en la miseria y atender los servicios del Estado, que se invocó para justificar las ventas, resultó de hecho, como en el caso de los empréstitos, un sobe­rano cuento del tío.

Así resultó quo un país, "cuya principal riqueza había de consistir en la población y producción de los campos, en sus industrias agropecuarias, se en­cuentra hoy sin capacidad para asimilarse al escasí­simo número de inmigrantes que por año arriba a sus puertos, por carecer de un pedazo de tierra fiscal donde ubicarlos".

La ley hizo el desierto, y el desierto impuso su ley, la ley del feudo, ley de selva, de desolación, de mise­ria, ley de "sangre, sudor y lágrimas".

Hay feudos de más de mil leguas donde en 70 años no se ha levantado una aldea, ni construido una es­cuela, ni un camino, ni un puente; donde vegetan, en las más primitivas condiciones de vida, más de 50.000 obreros, sometidos a un inhumano régimen de trabajo. Son verdaderos Estados dentro del Estado.

Las revoluciones, como las contrarrevoluciones, pueden presentarse bajo la forma de una guerra in­ternacional. Tal fué el caso de la guerra de la Triple Alianza. Tal el caso de la guerra civil española de 1936 que llevó al poder al general Franco.

Hace poco, el ex-Presidente del Brasil, Dr. Getulio Vargas, declaró que había sido derrocado por el ca­pitalismo extranjero, "interesado -dijo- en impedir a toda costa la industrialización del país y, en espe­cial, la explotación de las minas de hierro por el Estado".

Ese fué también el gran pecado del Paraguay de los López. El extraordinario desarrollo económico del Paraguay, logrado sobre la base de un régimen de capitalismo de Estado, no podía ser bien mirado por las grandes potencias que, como Gran Bre­taña, se hallaban en la etapa superior del capitalis­mo. El sistema de producción del Paraguay era antitético al sistema de producción dominante en el mundo occidental. Desde la primera invasión inglesa al Río de la Plata, el conflicto entre ambos siste­mas, quedó, históricamente, planteado. Las fuerzas militares de Gran Bretaña fueron rechazadas, incluso con la ayuda de contingentes paraguayos. Pero el capital y el comercio inglés se convirtieron en due­ños de la plaza ejerciendo un dominio que aún sub­siste. Así se formó el sistema de intereses riopla­tenses que, luego, con cualquier motivo, entrará en conflicto con el Paraguay, país celoso de su inde­pendencia y de su soberanía. Mitre, Pedro II y Flores serán sus instrumentos.

El imperialismo entra, a cañonazos en el Paraguay como en China, como en Japón, como en Etiopía. Al terminar la guerra del 65, Londres pone su bolsa a disposición del nuevo cliente. Es la táctica de siem­pre: primero dar, después explotar. El capital bri­tánico llega a Asunción en la bodega de los buques aliados, y hace su entrada bajo la forma de emprés­titos, apoderándose al poco de los yerbales, el ferrocarril, las tierras, los bosques, extendiendo sus ­tentáculos como un pulpo, a todas las fuentes de producción.

La era de la industrialización pasó. No se volvió a hablar nunca más de las minas de hierro de Ybycui. El crédito, que no pudo obtener el Paraguay rico y progresista de los López, lo obtienen casi sin pedirlo los gobiernos disolutos y tramposos del Paraguay arruinado y anarquizado de la oligarquía liberal. Pe­ro aquéllos eran el Paraguay revolucionario y gran­de. Estos, el Paraguay entreguista, pequeño, "el úl­timo vagón del convoy".

Convidados de piedra. - A la merienda de negros de las ventas agrarias, el trabajador y el campesino paraguayo asistieron como simples convidados de piedra. ¿Y qué otra cosa podían hacer, en su indi­gencia y desamparo? Carecían de dinero y de in­fluencia en el gobierno para competir en la puja con los extranjeros que tenían dinero e influencia de sobra.

Los verdaderos beneficiarios de la "genial política agraria", al decir del señor J. Natalicio González, fueron los capitalistas extranjeros, a cuyas manos fué a parar la mayor parte de las tierras vendidas.

Resultado de esa política agraria fué la formación de una economía híbrida, desarticulada, minada por contradicciones irreductibles. Este hibridismo está constituido por la superposición de dos economías: la economía -tradicional y la economía imperialista, la economía vernácula: y la economía foránea. La pri­mera, representada por un conjunto de quehaceres más o menos domésticos, tejidos, fabricación de dul­ces o industriales, alfarería, astilleros, explotación de minas, etc. todos languidecientes, abandonados o atrasados.

La segunda representa los adelantos de la metró­polis de donde procede el capital en acción, técnica moderna de producción, ciencia, organización.

La primera entronca con las tradiciones y costum­bres más antiguas de la nación, y significó, en su hora, autarquía, independencia, liberación.

La otra nos pone en contacto con el mercado mundial, con el progreso técnico y científico, pero significa control, intervención, dependencia, enfeu­damiento.

Las industrias tradicionales tomaron un gran vuelo bajo el gobierno de Carlos Antonio López. Significaron aumento de la población, bienestar, progreso, industrialización, país-máquina. Fué la Patria Grande.  

La economía capitalista se formó poco a poco, después del 70, y fué desarrollándose a expensas deotra. El capital extranjero entró corrompiendo, que­brantando la salud cívica y moral de la República. Y a medida que fué extendiendo su dominación, el Paraguay fué achicándose, anemizándose. El impe­rialismo económico significó para el Paraguay des­población, retroceso, pauperización, atraso industrial, deformación económica, miseria, mediatización de la soberanía.

El Paraguay es a la fecha un país-campo, la patria chica de la oligarquía, el último vagón del convoy panamericano, Ruritania, una tierra "linda, a lo sumo, para vivir fuera de ella", el país de los políticos de quita y pon, la tierra clásica de los motines, un país donde no se gana ni se pierde reputación.

En síntesis: revolución en 1811. Independencia, economía social, humanística. Democracia iguali­taria..

Contrarrevolución en 1870. Entrequismo, endeudamiento, economía, individualista, deshumanizada. Democracia desigualitaria.

Inventarío y balance. - ¿Cuál fué el resultado de esa política agraria? ¿Qué ventajas obtuvo el país a cambio de las inmensas riquezas que pasaron, de esta manera, del dominio público al dominio privado?

Al principio, nadie vio o quiso ver el mal que se había causado a la nación. Los prohombres del par­tido liberal y del partido colorado, desde la cátedra, la tribuna y la prensa, defendieron y pregonaron las excelencias del nuevo ordenamiento agrario.

Como un ejemplo de aquella curiosa mentalidad, vamos a citar la opinión de uno de los intelectuales más renombrados del Paraguay oligárquico, el Dr. Cecilio Baez. "Desde 1870, dice el autor de "La ti­ranía en el Paraguay", los gobiernos comenzaron á enajenar las fincas urbanas de la república primero, y luego las tierras que fueron confiscadas por los dictadores. Las tierras públicas fueron al efecto divi­didas en tres clases: campos de pastoreo, tierras de labor o labrantías y yerbales. Esto era lo que el Dr. Zubizarreta llamaba la desamortización de los valores territoriales; era movilizar los capitales, ponerlos en circulación, convertirlos en riqueza na­cional, hacerles productivos por el trabajo libre".

Pero, además de esas ventajas "la enajenación de las tierras públicas -según el Dr. Baez- hizo posi­ble la inmigración europea, hizo posible la introduc­ción de los capitales europeos, hizo posible el trabajo libre del agricultor propietario, hizo posible el fomento de la riqueza pecuniaria, de la industria yer­batera, y la explotación de los montes al amparo de las leyes tutelares de la propiedad y de la vida".

"Hoy -concluye el Dr. Baez- todos los habitantes de la república pueden ser propietarios territoriales. Solamente no lo son los que no quieren".

Corroborando la tesis del Dr. Baez, el señor J. Natalicio González, notable escritor y dirigente del Partido Colorado, actual ministro de Hacienda, sos­tenía, en un trabajo publicado en la revista "Cultura," de Asunción (octubre de 1943) y reproducido en el Boletín de la Cámara Argentino-Paraguay de Buenos Aires, órgano del grupo de capitalistas extranjeros que posee la mayor parte de las tierras y de las riquezas del Paraguay, que "para convertir la tierra en fuente de renta" el único arbitrio que existía era la enajenación,     lo cual es falso, según lo demostró el Dr. Olascoaga, profesor de Economía en nuestra Facultad, a poco de dictarse las leyes de ventas de tierras públicas. Lo aconsejable era la conservación de la propiedad pública de las tierras y el arrenda­miento a largos plazos para su cultivo, como se venía haciendo.

Pretendiendo justificar la dilapidación de las tie­rras públicas, el señor González invoca la circuns­tancia de que el Estado tenía necesidad de recursos y de que, por otra parte, era preciso crear una fuente te de renta permanente.

Cuál fué el monto del importe obtenido y cuál es destino que se le dió? "¡Sólo Dios lo sabe'." exclama el Dr. Teodosio González.

En cuanto a lo de la "fuente perenne de recursos", baste recordar que la mayoría de los grandes lati­fundistas siempre halla modo para eludir el pago del impuesto territorial, ya valiéndose de influencias o esperando las condonaciones que solían dictar al término de cada revuelta, los gobiernos para congra­ciarse con la oligarquía agraria. No debe olvidar­se tampoco que esas tierras fueron adquiridas a tí­tulo especulativo, no para ser pobladas ni trabajadas.

El mayor valor adquirido por las mismas, como así las riquezas extraídas de ellas en forma de madera, minerales, etc, compensaron con creces la inversión efectuada. Esto en la hipótesis de que esos terrate­nientes hubiesen pagado el importe de las tierras ad­quiridas, lo que para lamayoría de los casos, según es sabido, no pasa de ser una hipótesis. La verdad es que la mayoría de los grandes latifundios consti­tuye un robo, fué producto del pillaje y de los más, escandalosos negociados.

Lo que se ha pagado en concepto de impuestos por ellas, cuando se ha pagado, no puede ser considerado como contraprestación compensatoria ni mucho me­nos como fundamento de una medida que llevó la miseria al hogar campesino y la desolación al campo paraguayo.

Pero ¿a qué seguirle al señor González en su cu­riosa argumentación cuando él mismo, un año antes, en dos periódicos nazifascistas de Buenos Aires, "Re­conquista" y "Nuevo orden" (8 de abril de 1932), sos­tenía todo lo contrario?

"En. el orden agrario, decía entonces el autor de "Cuentos y parábolas", la primera manifestación prác­tica del Estado liberal fué la dilapidación de las tie­rras públicas. En el Paraguay se ha hecho de esta cuestión motivo de enconadas discusiones partidarias, pero el hecho señalado estaba contenido en la es­tructura misma del flamante Estado inaugurado en 1870. Fué el resultado natural de la aplicación de las doctrinas económicas del liberalismo a la realidad paraguaya. Quinientas leguas de tierras fueron ce­didas a los tenedores de bonos del llamado emprés­tito de Londres, un empréstito fantástico, de nove­lesca historia, del que el país conoció las cargas pero no los beneficios. Miles de leguas fueron cedidas a particulares persiguiendo el ideal fiscal de acrecer los recursos del Estado mediante el aumento automático de las rentas provenientes del impuesto terri­torial".

"Consecuencia del régimen de los -latifundios, ha sido -sigue diciendo el Sr. González- el constante desplazamiento de la población rural fuera de las fronteras. En los últimos treinta años transcurridos; trescientos mil paraguayos han ido a poblar los territorios de Formosa, Chaco y Misiones argentinos y la vasta región matogrosense. El Paraguay, que fue­ra antaño un emporio de riquezas, un taller atareado y febril, donde el genio industrial del siglo pasado inició prodigiosas transformaciones, se trocó de pron­to en un paraíso casi estéril". (Lo subrayado es nuestro).

Ya se ve la contradicción que hay entre la opinión sustentada en 1939 y la dé 1943. Causas poderosas han debido influir en ello. ¿No tendría algo que ver con ese cambio el pago de los bonos oro de la deuda consolidada que el Sr, González, como ministro de Hacienda, acaba de decretar? Según informaciones fidedignas, la mayoría de esos bonos se halla en poder del grupo de capitalistas y terratenientes de la Cámara Argentino-Paraguaya de Buenos Aires.

A pesar de su hábil argumentación, la tesis del señor González, no parece ser muy convincente ni siquiera para sus correligionarios. Uno de ellos, por ejemplo, el Dr. Juan Plato, predecesor suyo en la je­fatura de las finanzas nacionales, opina que, por el contrario, la venta de tierras públicas no sólo no trajo ventajas inmediatas, sino que tampoco contri­buyó a desarrollar y vigorizar la explotación agrope­cuaria, atraer brazos y capitales extranjeros, el tra­bajo libre de los agricultores, etc. "La imprevisión y la falta de probidad de los hombres del pasado -comenta el Dr. Plate-- sacrificaron nuestro presen­te y comprometieron nuestro porvenir".

Fué, dice el Dr. Teodosio González, autor de nues­tro Código Penal, "uno de los desastres más tremen­dos sufridos por la economía, nacional y de los nego­ciados más sucios y escandalosos".

Haríamos interminable esta exposición citando a todos los que en una u otra forma condenaron aque­lla medida de gobierno, de la que son responsables, mancomún y solidariamente, los dos partidos tradi­cionales, el colorado y el liberal, como lo son igual­mente de la venta del ferrocarril, del empréstito de Londres, de la entrega de los yerbales, del endeuda­miento del país al capital extranjero, de todos los infortunios que agobian al Paraguay. Es una respon­sabilidad histórica indivisible.

Afinidades electivas. - Los extremos se juntan. El liberal y antilopizta Dr. Baez y el colorado y lopizta señor González se dan la mano, por encima de odios y discrepancias históricas. El general Caballero, el hombre del coloradismo, y el general Ferreira, el hombre del liberalismo, representan dos partidos dis­tintos pero una sola política verdadera. Los dos cau­dillos encarnan la misma mentalidad, interpretan los mismos intereses e igual política. Caballero no es menos liberal por ser colorado, como Ferreira no es menos tradicionalista por ser legionario.

Las diferencias que separan a colorados y liberales, sostiene el Dr. Luis De Gasperi, prominente figura de la oligarquía liberal, "son más aparentes que reales, de orden personal o pasional, no de pro­grama o principios".

Más contundente y drástico es el juicio del DR, Eligio Ayala. "Los dos partidos -dice esta, gran personalidad liberal desaparecida- carecen de fines políticos, sociales, o económicos ulteriores. Los principios y los ideales enumerados en sus programas, son fórmulas teóricas, ensayos especulativos que no ven en ninguna propaganda activa, son decoraciones exóticas". (Ver "Migraciones" por E. Ayala).

Para el Dr. De Gasperi, las dos agrupaciones son semejantes "en su base física, o sea en la distribu­ción y orden de las partes que lo forman" es decir, en su composición económica y social, "y también en su mística, entendida esta palabra como su conte­nido espiritual".

Ambos partidos han hecho de la propiedad el eje de su política. Por tanto, se apoyan, no en el traba­jo, no en la justicia social, sino como dice De Gás­peri, en las clases propietarias, en los latifundistas, en los empresarios y patrones, en el capital extran­jero, en la banca, en la industria, en el alto comer­cio, es decir, en la minoría de privilegiados que tiene en sus manos todos los resortes de la vida económica nacional. Para dar una envoltura democrática a esta realidad oligárquica, el Dr. De Gasperi afirma, que los dos partidos se apoyan no solamente en esos intereses sino también "en el obrero y el campesino que tienen algo que perder, y digo así para connotar la idea de propietario y del que aspira a serlo por obra de su esfuerzo honrado". Demagogia pura.

"Viene aquí      -añade- de que aún distinguiéndose por lemas distintos, son filosóficamente hablando dos creaciones de nuestra sociología inspiradas en el liberalismo". Palabras exactas.

Como un limosnero de la oligarquía, el Dr. De Gásperi habla de la caridad o favores que estarían dispuestos á hacer ambos partidos. "Esto no quiere decir -declara-- que por contemplación del orden económico no tengamos que hacer concesiones a las doctrinas que preconizan la intervención de los tra­bajadores en la vida política, siempre que no conduz­ca todo ello a la explotación de uno por todos".

El destacado jurisconsulto no hace cuestión de la explotación de los más por los menos, caso de la oligarquía, ni de la explotación de todos por uno, caso de la autocracia o dictadura. De lo que hace cuestión es de la explotación de uno por todos. Su­ponemos, por tanto, que las concesiones que la oli­garquía estaría dispuesta a hacer, según este emi­nente abogado de empresas extranjeras dependen de que subsista el régimen de la explotación de los más por los menos. Y esa es precisamente la mé­dula de la cuestión.

Democracia y propiedad.-"El paraguayo libre por antonomasia es, según el Dr. De Gásperi, el paragua­yo propietario, dueño de lo suyo, de lo que legítima­mente ha ganado por su esfuerzo honorable". ¿Cuán­tos paraguayos libres cree el distinguido líder liberal que hay en nuestro país? Sería interesante hacer una encuesta sobre el punto. Según la imperfecta estadística de que disponemos, no pasan de 50.000 los agricultores que tienen donde caerse muertos. Es decir que apenas el 5 por ciento de la población na­cional, si se admite que ésta llega al millón y pico, estaría constituido por los paraguayos "libres por antonomasia".¿Y el resto? ... Pero sigamos.   Den­tro de un instante tocaremos de nuevo esta cuestión de la "democracia de los propietarios libres por an­tonomasia".

Vale la pena destacar las conclusiones a que arriba el. Dr. De Gásperi acerca de la similitud de los dos partidos. Ellas encierran una concepción típicamente oligárquica. En primer lugar, "los dos partidos son de centro, de equilibrio de las fuerzas sociales y de los factores económicos que tan poderosamente in­fluyen por su acción y su reacción en la vida colec­tiva de la nación paraguaya". Ya se sabe en qué consiste el centrismo de "los abogados de empresas", el centrismo de los vendedores del ferrocarril cen­tral, de los entregadores del país al capital extran­jero ... También en las filas del febrerismo hay quie­nes sueñan con "levantar sobre el centro la gran co­lumna de la revolución". Fariseos, devotos del tem­plo de Jano, tovamocoy, pocareísmo...

En segundo lugar, "la libertad es su lema común". La libertad, entiéndase bien, no de cualquiera, sino de los "paraguayos libres por antonomasia". Para eso, para que haya en el país muchos "paraguayos libres por antonomasia", los gobiernos colorados y los gobiernos liberales pusieron en venta las tierras de la nación. Gracias a esa sabia medida, pasaron a manos de no más de 60 familias extranjeras alre­dedor de 34.000.000 de hectáreas, es decir, más de las tres cuartas partes del territorio nacional y el pue­blo paraguayo quedó en cueros...

Propiedad y libertad van juntas en la concepción oligárquica; pero, como observa Sánchez Viamonte, el derecho de propiedad es de naturaleza opuesta a la libertad. Citando a Thiers, este eminente constitu­cionalista argentino, sostiene que si la propiedad fue­ra sinónima de la libertad, debe también ser común a todos los hombros, porque sólo así dejaría de ser un privilegio ,y se convertiría en un punto de partida económico igual para todos. Un sistema de libertad democrático no adquiere realidad, advierte Laski, sino cuando tiene sus raíces en la igualdad.

Igualdad, por lo menos, en el punto de partida, en­seña Vaz Ferreira: igualdad económica, igualdad cul­tural, igualdad jurídica en el punto de arranque. Y lo demás, dejar librado a la libertad, a la iniciativa individual.

No es posible negar que dentro del orden actual la libertad está, como observa el autor de "La demo­cracia en crisis", en función de la propiedad; pero el número de los propietarios es muy reducido. Lo cual trae, como consecuencia, una grave contradic­ción: la contradicción resultante del hecho de que, mientras, por un lado, en sus fundamentos económi­cos, la democracia se basa en el poder de unos pocos, en el poder de los que tienen propiedad, por otro lado, en el aspecto político, la democracia descansa sobre el poder de los más. Es el número contra el privilegio.

Se ha señalado, con razón, que, en ciertas ocasio­nes, la propiedad puede ser incluso profundamente antisocial. "Jamás toleraré -decía Napoleón inspira­dor del código que lleva su nombre, "el código de la propiedad"-- jamás toleraré que el derecho de propie­dad sea tan extenso que permita el abuso, porque nunca puede llegar el derecho de un propietario al extremo de gravitar sobre la miseria y el hambre del pueblo". Lo cual quiere decir que el derecho de pro­piedad no puede ser absoluto sino limitado y ejercido en función de la sociedad. Es lo que un jurista ale­mán, Gustavo Radbruch conservador, sostiene tam­bién, al afirmar que "la propiedad, unida a la liber­tad de contratación, es libertad, ciertamente, para aquel que posee este poder, pero es, en cambio, impotencia o sometimiento para aquel contra quien se dirige".

Pero dejemos la teoría, y veamos los hechos. ¿Qué han hecho los gobiernos de la oligarquía para difun­dir el ejercicio o el disfrute de la propiedad, funda­mento, según la concepción referida, de la libertad y de la dignidad del hombre y del ciudadano?

Esos gobiernos "olvidaron por completo -observa el Dr. Teodosio González- que uno de los ideales de la democracia, es hacer propietarios, si es posible a todos, o, por lo menos, a la mayor parte de los ciu­dadanos". Así resultó que la, tierra que era propie­dad de todos hasta 1870, pasó a ser propiedad de unos cuantos, gracias a la política de "desamortiza­ción" puesta en práctica por colorados y liberales. Una sola firma extranjera posee cuatro veces más tie­rras que todo el pueblo paraguayo junto. Es el régi­men de la explotación de los más por los menos, caro a la mentalidad que tan bien refleja el Dr. De Gás­peri en las palabras transcriptas.

Decir, como dice el Dr. Baez, por ejemplo, que en el Paraguay todos pueden ser propietarios ysólo no es el que no quiere serlo, ¿no es añadir a la burla el sarcasmo?

Antes de la guerra del 70, no había un sólo hogar paraguayo sin tierra propia. Hoy, la mayor parte de las tierras y las riquezas están en manos de un corto número de terratenientes y capitalistas extranjeros, y el obrero paraguayo, insustituible para las faenas del campo, "vive nómade, sin tener un pegujal que le asegure tranquilidad, sujeto al mísero jornal de peón o aparcero, sin poder jamás alcanzar la opor­tunidad de formar ahorro, sin estimulo alguno para trabajar en forma apreciable con miras de mejoras permanentes, en una propiedad que no es suya, de plantar un árbol de lento desarrollo, sin saber, en fin, si a su sombra jugarán sus hijos o pasará la vejez"

Antes de 1870, no había latifundio, no había pro­piedad sino posesión o tenencia. Hoy el latifundio domina nuestra economía. Las leyes de fomento de la pequeña propiedad no han dado el resultado que se esperaba. La pequeña propiedad desaparece, a la larga, absorbida por la grande.

La libertad, lema común de los partidos tradicio­nales, según el Dr. De Gásperi, resulta así como la tierra, el privilegio de una minoría, dueño del poder económico. La libertad para la mayoría, para los que sólo tienen su fuerza de trabajo, sus músculos o su inteligencia, sólo es, como se ha dicho, la libertad de morirse de hambre.

Libertad e igualdad. - En eso precisamente con­siste la significación profundamente democrática de la Revolución. El febrerismo quiere reconstruir la vida nacional sobre la base de una mayoría de hom­bres libres. Ello supone, lógicamente, un desplazamiento de clases en la dirección del Estado, un cam­bio en el sistema social que ha de basarse no ya en el capital sino en el trabajo. A ello deberá llegarse, naturalmente, por grados, mediante métodos cientí­ficos de acción y la aplicación de una política res­paldada por todas las fuerzas del trabajo organizadas en función de esa suprema finalidad.

Cuando todas esas conquistas sean una realidad, la democracia dejará de ser una palabra mentirosa, y la libertad un vocablo de "sonido noble y míseros resultados". Porque ¿de qué sirve reconocer la liber­tad de palabra a un hombre si no se le ha educado para que pueda utilizar esta facultad? ¿Para qué la libertad de asociación sindical si el patrono no con­trata a los obreros del sindicato? ¿Para qué estable­cer la justicia libre para todos si para los más es un lujo que no pueden costear?

Allí donde la libertad parece no tener sustancia, dice Laski, es porque está divorciada de la igualdad.


RETORNO Y AVANCE

He aquí, pues, cómo al través del tiempo, después de una larga y accidentada marcha, el Paraguay vuelve a su punto de partida, al punto en que se encontraba en 1811. Se ha regresado a la colonia. Claro que la situación no es exactamente igual. La historia no se repite. Algo se ha avanzado. No exis­te la encomienda. Ya no hay una casta cerrada de sangre o de fueros, ya no hay privilegios por razón de abolengo, todos somos iguales, en principio, ante la ley. La colonia, se ha transformado en República..

Pero es un avance inseguro, precario. Si no hay encomenderos, hay terratenientes; si la casta ha desaparecido, hay una plutocracia que oprime y ex­plota. Quedaron atrás ciertamente las formas típi­cas de la sociedad feudal; pero, en el fondo, no hay diferencia entre el siervo de antaño y el peón de hogaño, entre la bestia de carga de la colonia y el mensú de los obrajes, entre el mestizo de las encomiendas y el carupöcá de nuestras aldeas.

De un lado, están los que todo lo tienen; de otro, los dueños de su fuerza de trabajo y de su miseria.

De un lado, la clase de los latifundistas; de otro, la masa. Se ha ido formando así una plutocracia de base agraria y mercantil, un poder económico in­controlado, contra el cual se estrella todo afán de auténtico progreso democrático.

Es de nuevo la República contra la Colonia. El Movimiento de Febrero retoma la bandera de mayo, arriada en Cerrocorá, la bandera de la Patria Gran­de, antiimperialista y antioligárquica, la bandera del primer Estado socialista de América.


REALIDAD

Si tuviéramos que sintetizar en pocas palabras la significación que tienen los sucesos revolucionarios máximos de nuestra historia, diríamos que todos ellos obedecen al propósito de poner a la nación paragua­ya en condiciones de cumplir con su destino. La co­lonia no parece haberle sido propicia. ¿Lo es el régimen capitalista? El resultado de esta experien­cia lo tenemos a la vista: miseria, atraso, anarquía, despoblación, envilecimiento. ¿Lo será quizá el orden socialista? El socialismo parece ser el sistema más adecuado al genio y al temperamento de los pue­blos indoamericanos. Bajo un régimen parecido, el Paraguay alcanzó un orden de prosperidad, bienestar y poderío que no ha vuelto a conocer.

La nación paraguaya se forma en la opresión, como clase explotada. Su primer paso en el camino de la liberación es la revolución comunera. Pero más de­cisivo fué el pronunciamiento de 1811. Esa fecha señala la Primera gran revolución social que triunfa en tierras de América. El paraguayo construye, casi sin ayuda, su propio orden, en un magnífico alarde de capacidad, energía y destreza. El Paraguay de los López es un Estado de tipo socialista. La tierra, el capital, las máquinas son de propiedad nacional. No existe el régimen del lucro privado. Pero tal estado de cosas no podía durar. En el mundo occidental se desarrollaba un sistema social opuesto. La contradic­ción no tardó en manifestarse en el Río de la Plata. Vino la guerra del 65. El primer Estado Social del Nuevo Mundo desaparece en la vorágine. Es la con­trarrevolución. En Europa, el capitalismo es revolu­cionario. En el Paraguay es la contrarrevolución. Allá es progreso, aquí es retroceso, vuelta a la colo­nia, al enfeudamiento, a la condición de nación o clase explotada. Tal es, con miraje histórico, la si­tuación actual de nuestro país.


LA LUCHA FINAL

Pero si los individuos no resucitan, los pueblos re­surgen de sus cenizas.

Desde 1870, la existencia nacional se afirma, no sobre las necesidades y aspiraciones de la mayoría, de sus fuerzas vivas, sino sobre los intereses y las conveniencias de una minoría dominada por influen­cias foráneas. El Paraguay dejó de ser República para convertirse en factoría, en un país de "capitu­lación".

Por eso, el problema es, ante todo, de transforma­ción económica y social. Hay que afirmar de nuevo la existencia nacional sobre la base de la elevación, de las masas laboriosas. En ello consiste la autén­tica doctrina de mayo.

Después de 60 años de vergonzosa paciencia, el pue­blo paraguayo vuelve por sus fueros hollados, dis­puesto a romper cadenas, decidido a rehacer su vida inspirándose en la obra y en el pensamiento de sus próceres máximos. Por eso, la revolución de febrero trae en su bandera una afirmación tan enérgica de liberación nacional.     '

La revolución de Febrero es culminación de un proceso largamente incubado, epílogo y desenlace del gran drama social del Paraguay, "la lucha final", re­encuentro y reconciliación del pueblo con la tierra y su destino. El febrerismo es alfa y omega de un sólo movimiento, ascensión y renacimiento, recupe­ración y avance. Es revolución comunera más revo­lución de mayo, es democracia más socialismo.

Las tres revoluciones son fases de un mismo pro­ceso, las tres son semejantes por su origen, por su ca­rácter y por sus objetivos. Las tres son democráti­cas; libertadoras, antiimperialistas, y antioligárqui­cas. Las tres proclaman principios análogos: el bien común como norma rectora de la verdadera democra­cia., la independencia como condición de gobierno propio, y la liberación integral como condición do soberanía y de justicia social.

La invocación con que empieza el Acta Plebiscitaría del 17 de febrero de 1936 no puede ser en un sentido más históricamente acertada: "Pueblo ilustro, de Antequera, de Rodríguez de Francia y de los López".


HACIA OTRO ESTADO PARAGUAYO

El movimiento de febrero representa, en este sentido, uña reacción oportuna. Se produce en instantes en que recrudece en el mundo la política imperialis­ta, cuando hace crisis el orden jurídico internacional que ampara a los pequeños Estados, cuando se agu­diza el antagonismo entre las grandes potencias rio­platenses y triunfa en la Argentina un movimiento que interpreta una política de expansión...

El nacionalismo febrerista encarna esta conciencia viva de la nacionalidad, que fué la característica de los próceres de mayo.

La larga anarquía, en que ha vivido el Paraguay, ha podido dar pie a la calumniosa especie de que so­mos un pueblo ingobernable e incapaz de vivir en paz y en orden. Somos el país de los golpes de Es­tado. No sólo en el exterior sino aquí mismo hay gentes que piensan así.

Pero, ¿es que somos realmente un pueblo imposi­ble? El carácter de un pueblo tiene mucho que ver con sus instituciones. ¿Por qué el paraguayo de la época de los López era pacífico, disciplinado, activo, dinámico, y el paraguayo de la "era liberal” es en cambio, turbulento, inquieto, abúlico, informal, inen­tendible?

No es el factor hombre lo que falla. Lo que falla es otra cosa. Es el régimen, es el sistema social. En el Paraguay de los López había seguridad, había bienestar, había organización. El pueblo, el trabaja­dor, el artesano, la familia, estaban asistidos por el Estado, por el gobierno. En el Paraguay de la "era liberal", en cambio, en vez de seguridad hay incerti­dumbre, en vez de bienestar hay pobreza, en vez de organización hay anarquía. El pueblo está abandonado, al margen de la vida del Estado, a la intemperie, desamparado. Trabaja para que otros huelguen.

¿Quiénes son esos otros? ¿Dónde están? Son unos pocos, y la mayoría de ellos vive lejos, en los grandes centros de la civilización occidental. Ellos, hábiles alquimistas, magos de la explotación, convierten el sudor y las lágrimas del pueblo en libras esterli­nas, en dólares, en oro, en palacios, en lujo, en pla­ceres. 

Todo se lo han quitado, hasta la alegría de vivir. De ahí su "desesperación de lograr el fruto de su trabajo". De ahí el descontento, el desasosiego, el malestar permanente que caracteriza al Paraguay de la "era liberal".

El pueblo no está cansado ni biológicamente puede decirse que haya degenerado. Cierto que el hambre y las epidemias hacen estragos en sus filas. Cierto que si no se acude pronto en su ayuda puede adquirir taras irremediables. Pero no todo está perdido, no ha desaparecido aún el tipo para­guayo de los tiempos grandes, se conservan aquí y allá, en rincones o en capas sociales todavía no con­taminados, el material, la pasta, la semilla del mes­tizo auténtico, el metal de los recios agricultores de antaño, la armadura de los varones "vencedores de fatigas y penurias".

No. La revolución de febrero no es crisis de deca­dencia, no es crisis de agotamiento, no es pataleo de pueblo en ocaso. Todo lo contrario. Es ímpetu vital, llama de renacimiento, ascensión, integración, bús­queda de caminos nuevos, despertar, amanecer y es­peranza.

No la trajo el azar ni carece de brújula. Se sabe llegada a su hora y sazón. La trajeron la voluntad y el anhelo de un pueblo abandonado y hundido en la

miseria y el atraso. Es producto de tremendas con­tradicciones, resultado de un proceso social y nacio­nal largamente incubado.

Esto no quiere decir que el proceso social sea el único. Junto a él hay otros procesos de agitación secundaria, de reajustes o de adaptación ligados al principal. Hay que considerarlos igualmente, pero cuidando de que no obscurezcan nuestro miraje his­tórico, el fondo del gran problema de la reconstruc­ción nacional que es, ante todo, social.

Arduo y largo será el camino. No debemos hacer­nos ilusiones respecto a los resultados inmediatos. Se cometerán muelles errores aún. Hay muchos atajos. Se producirán desvíos, traiciones. Pero si tenemos fe, si nos mantenemos fuertes y unidos, si sabemos perseverar, llegaremos a la meta. La humanidad ha dicho el maestro, no se propone nunca enigmas que no pueda resolvér.


LA "REVOLUCIÓN DE NUESTRO TIEMPO"

Se oye decir qué ha hecho, al fin y al cabo, la revolución de febrero. Nada y mucho. Nada, si se considera, la obra hecha frente a la por hacer. Mucho, si se tiene en la formación de un poder polí­tico auténticamente revolucionario. Desde 1936, el “régimen" entró en crisis. Uno de los aspectos más visibles de esta crisis es la crisis de los partidos tradicionales.

El poder de la oligarquía se ha debilitado grande­mente. Ya no dispone del gobierno a su gusto y paladar. Antes de 1936, ¿quién hubiera osado discutir siquiera sus fúndamentos? Hoy, no sólo se discute el sistema sino que existe todo un vasto movimiento enderezado a cambiarlo.

Las líneas están tendidas. De un lado están las fuerzas democráticas y progresistas; de otro, los grupos oligárquicos y reaccionarios o conservadores. Aquí, las mayorías productoras, las clases medias y populares; allá, la plutocracia criolla, abogados de empresas, terratenientes, el capitalismo internacio­nal. De un lado, la nación, la democracia; del otro, el imperialismo, la oligarquía.

La idea febrerista ha penetrado en todos los estra­tos sociales, y un síntoma inequívoco de que algo grande se gesta es la alarma con que la oligarquía comienza a contemplar el panorama. "Esto va a ser­-exclaman sus intérpretes o líderes- el caos, la di­solución de la familia, de la religión y de la patria". Siempre ocurre lo mismo: las clases que van a des­aparecer confunden su situación particular con la situación general. Pero la historia sigue su curso. Un nuevo orden surge sobre las ruinas del viejo. Hay lágrimas, hay desgarramientos, hay errores; es el precio del avance, el costo del aprendizaje. Siempre es doloroso el parto, sea el biológico, sea el social. Por otra parte, el avance, nunca es rectilíneo sino rítmico, a través de marchas y contramarchas. Así van las olas hacia las playas, así avanza la huma­nidad hacia un mundo cada vez mejor. Así avanza el Paraguay hacia su destinas.

La observación de Ortega y Gasset de que la "re­belión de las masas" trae una especie de regresión cultural, es exacta. Eso se ha visto también en la revolución de febrero. Hubo un descenso en nivelcultural directivo.

Argumento pobre es el que sacan los liberales del monopolio que ejercen de la cultura. Se creen la "única gente culta y capaz". Pero los hechos demuestran lo contrario. Demuestran que han sido ineptos e incompetentes como clase gobernan­te. Demuestran que no han sabido cumplir con su misión histórica, como el partido liberal de Co­lombia, por ejemplo. Han cometido enormes errores y no han resuelto ninguno de los grandes problemas nacionales. Su obra de 30 años de gobierno es me­diocre, pobre, desastroza, inorgánica. Ha sido avenentajada, con creces, por la obra de los gobiernos anti­liberales de estos últimos años.

Existe ya en el país una nueva clase dirigente. Una de sus características es que se ha formado al margen de los grandes intereses dominantes. Moral y culturalmente, esta clase es la única capacitada para llevar a efecto la gran faena histórica de la liberación integral del pueblo paraguayo.

Nuestro país no puede ya esperar. - La clase di­rectiva del 70 no podrá hacer ahora lo que no hizo en 70 años. Los tiempos han cambiado. El problema es diferente. No se trata ya de acelerar la estructu­ración capitalista del Paraguay. Se trata de iniciar la marcha hacia el socialismo. El socialismo, no el capitalismo, es la "revolución que vivimos", "la re­volución de nuestro tiempo".

FIN
 


 

INDICE DE LA SEGUNDA PARTE

SEGUNDA PARTE.

-GENEALOGIA DE LA REVOLUCION, 6.- La noche quedó atrás Pág. 7 LA CONQUISTA, 3.- Raíz biológica, 9.­Historia que parece leyenda, 11.- La ma­dre epónima, 12.- Clase explotada ...... „ 15

EL MESTIZO, 16.- Indoamericanismo, no iberoamericanismo, 23.- Clases sociales . 23

LA REVOLUCION COMUNERA, 26.-Nación y cultura ................................ 27

LA DOCTRINA DE MAYO, 29.- El genio de la revolución, 34.- Poderes inseparables, 36.- Movimiento de sentido clasista, 37.­Dictaduras revolucionarias ..............  „ 37

UN ESTADO SOCIALISTA, 31.- Doctrina agraria, 44.- Capitalismo de Estado ..... „ 44

PARALELO IMPOSIBLE .................. „ 46

CONTRA RREVOLUCION DEL 70, 50- Vuel­ta a la colonia, 53.- Imperialismo, 55.­Convidados de piedra ................... „ 59

INVENTARIO Y BALANCE ............... ,, 61

AFINIDADES ELECTIVAS, 66.- Democra­cia y propiedad, 68.- Libertad e igualdad  „ 72

RETORNO Y AVANCE, 73.- Realidad, 74.­ La lucha final ...........................   „  75

HACIA OTRO ESTADO PARAGUAYO, 76.­

La "revolución de nuestro tiempo" ...... „ 79



ENLACE INTERNO A DOCUMENTO DE LECTURA RECOMENDADA


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EL PARAGUAY REVOLUCIONARIO

SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA DE LA REVOLUCIÓN DE FEBRERO

PRIMERA PARTE

OPUSCULOS FEBRERISTAS

Por ANSELMO JOVER PERALTA

Editorial Tupâ

Buenos Aires - Asunción

Diciembre 1946 (87 páginas)



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