ANTOLOGÍA POÉTICA
Poemario de ALEJANDRO GUANES
Edición, estudio preliminar, bibliografía y notas de
HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ
Colección Poesía, 21
Alcándara Editora
Edición al cuidado de C.V.M. – H.R.-A., M.E.V.M. y M.A.F.
Diseño gráfico; Miguel Ángel Fernández
Viñeta; Carlos Colombino
Tiraje de 750 ejemplares
Hecho el depósito que establece la Ley 94
Se acabó de imprimir el 30 de Marzo de 1984
en los talleres gráficos de Editora Litocolor
Asunción del Paraguay
NOTA ACLARATORIA
La monografía Alejandro Guanes: Vida y obra, escrita a pedido de Federico de Onís para la Colección Autores Modernos del Hispanic Institute in the United States, de Columbia University, y publicada en Nueva York, lleva una fecha ya lejana: 1948. En rigor, se publicó dos años después. Hoy, para esta edición de Alcándara, vuelve a publicarse con algunos cambios de poca monta. Fue el primer estudio sobre un autor paraguayo incorporado a la nombrada colección. Y sigue siendo, todavía, el último. D. Federico quiso que se ajustara a los requisitos formales establecidos para los demás volúmenes, esto es, los sobre Lorca, Valle- Inclán, Neruda, etc. Para silo me envió, como modelo, un ejemplar del estudio sobre García Lorca por Angel del Río.
Hoy sería más arduo trazar una biografía de Alejandro Guanes; todos o casi todos los coetáneos y contemporáneos amigos del poeta han fallecido. Me prestaron ayuda, de viva voz o por carta, entre 1942 y 1949, Cecilio Báez, Viriato Díaz-Pérez, Juan F. Pérez Acosta, José María Duarte, Adolfo Aponte, Félix Paiva, Luis De Gásperi, Eladio Velázquez, Angel Vicente Lamas, Justo Pastor Benítez, Pablo Max Ynsfrán, Miguel G. Ballario, Amadeo Gras, Facundo Recalde, Carlos R. Centurión, José Egusquiza y, muy especialmente, mis padres, José Rodríguez Alcalá y Teresa Eulalia Lamas. Debo agregar a Antolino Rodríguez, ex colega de Guanes en el Cuerpo de Taquígrafos del Congreso.
También ofrecieron información y documentos valiosos —fotografías, cartas, álbumes, recibos, constancias escolares- miembros de la familia del poeta, como su madrastra Da. Rafaela Machaín de Guanes, su hermana Concepción Guanes de Lloret, su hermanastra Martha Guanes Machaín de Casal Ribeiro y los hijos del escritor: Manuel, Pedro y Servillana Guanes de Brugada.
El P. César Alonso de las Heras obtuvo datos relativos a los estudios de don Alejandro en el Colegio San José de Buenos Aires.
Mi gratitud a todos los nombrados.
Los documentos en que se funda este estudio están en la Paraguayan Collection de la Universidad de California, en la Sala que lleva el nombre del suscripto.
H.R.-A.
Asunción, marzo de 1984
ALEJANDRO GUANES: VIDA Y OBRA
I.- LA VIDA
NIÑEZ Y ADOLESCENCIA LA ASUNCION DE “LAS LEYENDAS”
El1º de marzo de 1870 finalizó la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay. El mariscal Francisco Solano López sucumbió aquel día, ultimado por una lanza brasileña, con los restos de su ejército.
La guerra había sido atroz. El Paraguay, invadido, arrasado, incendiado, yacía como un inmenso cadáver sangriento entre sus dos grandes ríos, testigos también ensangrentados de la catástrofe. Más que una derrota militar fue aquella la muerte de una nación, el aniquilamiento de un pueblo, su extirpación del haz de la tierra. El ejército de López, al comenzar la contienda, tenía cerca de cien mil soldados. En la última batalla sólo le restaban quinientos.
Ciudades, pueblos, aldeas, todo había sido saqueado, asolado, incendiado. Aquella lucha de un pueblo sin esperanza alguna de victoria había durado cinco años. Un extraño afán heroico y suicida, una colectiva y trágica voluntad de muerte habían poseído a la nación. Si “Vencer o Morir” rezaba el mote del escudo, aquello de vencer se sabía que era imposible. Quedaba sólo el imperativo de morir gloriosamente como final de un esfuerzo supremo de defensa desesperada, de frenética heroicidad.
Sin embargo, aquel cadáver de pueblo que era el Paraguay resucitó poco a poco. Tras la implacable voluntad de morir que electrizó a la nación de un confín a otro sembrándola de tumbas hasta llevarla a sepultar sus últimos héroes en las cumbres remotas de Cerro Corá, sobrevino una voluntad de renacer, una voluntad de vivir tan apasionada y heroica como lo fuera el ansia de morir gloriosamente durante la contienda.
A Asunción, saqueada por los invasores y aún en poder de las tropas imperiales del Brasil, volvieron las familias —mujeres, ancianos, niños que huyeran mucho tiempo atrás, en la desesperación del éxodo ordenado por el mariscal López.
La resurrección se operaba lentamente. Toda la nación estaba de luto Nadie había escapado a los horrores del desastre.
El Paraguay, al renacer, lo hacía inclinado hacia el pasado. No era una nación nueva; el sufrimiento la había envejecido siglos. En las tertulias familiares el tema inevitable era la guerra reciente, la evocación de las batallas terribles, la muerte de los deudos, los episodios trágicos de cinco años de lucha.
Alejandro Guanes nació dos años después de finalizada la guerra, el 18 de noviembre de 1872. Era hijo de una familia tradicional. Por los Guanes, descendía de uno de los bravos milicianos enviados por la entonces Provincia del Paraguay para defender a Buenos Aires contra los ingleses, en tiempos del virreinato. Por su madre, doña Matilde Recalde Iturbe, descendía de un prócer de la independencia patria.
Don Francisco Guanes, padre de Alejandro, fue uno de los convencionales que juraron la constitución de 1870. Don Francisco era un gran señor de su tiempo que amasaría una gran fortuna y dejaría su nombre vinculado a la historia del Colegio Nacional y de la Escuela de Derecho. (1)
Tanto los Guanes como los Recalde, pertenecían, pues, a la aristocracia paraguaya. Esta era una clase social sencilla pero orgullosa de su antigua prosapia. Casi todas las familias tradicionales del Paraguay estaban unidas por lazos de parentesco. Algunas durante la dictadura del doctor Francia, fueron declaradas "mulatas” por el dictador y no podían sus miembros celebrar matrimonio con los “blancos”. Por esta razón, los padres de las familias con el estigma dictatorial de mulatería, solamente podían pensar en los sobrinos y sobrinas para el matrimonio de sus hijos.
Un antepasado de los Guanes Alexo del Rosario— casado con Joaquina Diez, fue uno de los declarados mulatos. La tradición familiar de los Guanes cuenta que doña Joaquina, estando por dar a luz, rogó a Dios que el fruto de su vientre naciese rubio, para, de esta manera, probar la pureza de su sangre hidalga. El niño, venido al mundo el 7 de mayo de 1836, fue rubísimo y le bautizaron al día siguiente, en la catedral, con el nombre de José Galo Miguel. (2)
La sociedad asuncena, originada en el siglo XVI con los conquistadores que vinieron en la expedición de don Pedro de Mendoza, había sufrido mucho durante el coloniaje y aún más después de la emancipación, bajo los regímenes dictatoriales. Aislada del resto del mundo en la ciudad mediterránea, se había ensimismado, celosa de sus tradiciones. Su vida era monótona, igual, de generación en generación. Los jefes de familia eran estancieros o comerciantes. La economía doméstica, muy desarrollada durante los años de aislamiento económico y político, había hecho de las amas de casa laboriosas señoras que trabajaban con las esclavas y sirvientes. Pero, a pesar de sus costumbres sencillas, patriarcales, damas y caballeros se caracterizaban por un don natural de señorío y distinción. Todas las familias antiguas tenían su caserón de colonial arquitectura, de anchísimas paredes, de techo artesonado, amplios corredores sobre un vasto patio donde crecían jazmineros y naranjos. La vida era tranquila, sosegada, en aquellas casonas centenarias cuyo centro era el estrado donde la abuela y las viejas tías, hilando y bordando interminablemente, contaban sucesos ocurridos hacía muchos, muchos años, o relataban cuentos de milagros y consejas de aparecidos. Esclavas negras, ya emancipadas, cebaban el mate mientras abanicos y pantallas de palma se movían rítmicamente.
Alejandro Guanes nació en uno de esos caserones en el barrio más antiguo de Asunción, dentro del recinto acotado por los fundadores de la llamada “capital de la conquista”. La infancia de Guanes transcurrió en aquella ciudad todavía colonial, en aquella atmósfera saturada del perfume del pasado. Eran las casas de su barrio, “chatas, de rejas voladas y de tejados aleros que en las horas abrasadoras del sol proyectaban un margen de sombra" Cerca de la casa natal se erguía la imponente mole del palacio del gobierno, a pocas cuadras, la iglesia metropolitana. “En la esquina nacía una rápida pendiente que llevaba a la playa del río. El pequeño Alejandro adquirió pronto familiaridad con cada una de las gruesas piedras de la rampa. El oleaje del río llegaba a su casa convertido en rumores incentivos de aventura, y el pequeño los oía como una llamada. Salir a la calle tan temprano como podía y lanzarse rampa abajo a la carrera para asomarse al paisaje del río, era para él una fiesta de cada mañana. Allí, a la vera de las aguas, o ensayando una intrépida navegación como ocasional y furtivo tripulante de alguna canoa abandonada, Alejandro sorbía ansiosamente el panorama que fuera cura de la epopeya de su ciudad natal. Imagino a Alejandro Guanes con el crespo cabello rubio destellante al sol matinal, muy abiertos los ojos por la renovada emoción del asombro ante la belleza del cuadro opulento de colores y matices, los pies desnudos metidos en el agua y en los labios el temblor de un presentimiento de efusión lírica hecha versos...”.
A los pocos metros de la casa natal había “un arcaico caserón medio derruido. Alejandro creía verlo poblado de fantasmas que, en las galerías y entre las rejas y asomados a la balconada, musitaban recuerdos del pasado. Nunca pudo discurrir por la acera del trágico caserón. Una congoja llenábale el ánimo de temores indefinibles frente a los portales que mostraban la perspectiva interior de las sombrías ruinas. Aposentos donde las generaciones nacieron, amaron y sufrieron hasta morir. Mucho después el niño transformado en el primer poeta de su tierra había de cantar con sus versos más hermosos las tristezas y alegrías de otro caserón no menos vetusto:
"Caserón de añejos tiempos, el de sólidos sillares,
con enormes hamaqueros en paredes y pilares...
“En otra dirección, no distante del hogar de los Guanes, quedaban, la del dictador Francia y la plaza de las asambleas populares históricas, de las asonadas y tumultos coloniales. A pocos metros, los cuarteles; de espaldas al río, el Cabildo... Al pasar por allí, tomado de la mano, bien de la nodriza parlanchina, bien del padre rico en anécdotas del pasado, su acompañante hería la imaginación del niño con relatos de áspero sabor trágico. Alcanzó éste a ver el follaje de los fusilamientos de cuyos frutos decía la conseja que estaban llenos de sangre y de entre cuyo verdor creía el niño escuchar el lamento de los ejecutados. Teatro de sus correrías fue aquella plaza. Formando pandilla con chicos de su edad muchas veces se descolgó desde la barranca que la confinaba, a la playa donde merodeaban los payaguás. El misterio de esos indios le ponía una angustia en el corazón, al verlos graves como sombras, insensibles a su mundo exterior, con sus pupilas rígidas y la boca endurecida en el silencio de los labios... Ese cuadro, al que asomaron sus primeras visiones, fue enriqueciendo la nativa sensibilidad del que nació destinado a ser el más grande poeta paraguayo. Allí, los grandes recuerdos gloriosos o sombríos, tenían una atmósfera que transcendía a cada paso, en las viejas calles, en las viejas casas, en las viejas gentes...”. (4)
En esta página, José Rodríguez-Alcalá, amigo y confidente de Alejandro Guanes durante largos años de común labor periodística, nos ofrece el cuadro en que transcurrió la infancia del poeta, tal como éste se la evocara nostálgicamente en la madurez de la vida.
Y ésta es y no podía ser otra la atmósfera en que dio los primeros pasos el autor de “Las leyendas”. Este es el medio en que se formó la sensibilidad del poeta elegiaco de la generación de la trasguerra: historia, tradición, leyendas, recuerdos trágicos, caserón vetusto... Quien haya leído “Las leyendas” puede adivinar, en la página transcripta, una síntesis exacta de la biografía sentimental infantil de este cantor del pasado. Antes de cumplir los siete años, Alejandro Guanes quedó huérfano de madre. Doña Matilde falleció joven, a los veintisiete años, en 1879.
Don Francisco Guanes casó en segundas nupcias con una señorita linajuda, doña Rafaela Machaín, llamada a ser durante cerca de cincuenta años una de las primeras damas del Paraguay.
Dona Rafaela trajo al hogar de los Guanes un espíritu de orden, y una bondad inteligente.
Ella fue para Alejandro y sus cuatro hermanitos huérfanos una segunda madre.
PRIMEROS VERSOS: 1890
Mas la temprana muerte de doña Matilde ensombreció la niñez y la adolescencia del poeta. Guardó Alejandro, durante años, un dolor inconsolable. Su primera poesía, su primer balbuceo poético, iba a ser una elegía para la desaparecida.
A los diecisiete años Alejandro Guanes, más tarde un representativo corifeo del modernismo, es un rimador romántico. La elegía, titulada “Hora de llanto”, muestra la influencia de Bécquer y de Musset, autor este último a quien leería en el original gracias a sus maestros franceses del Colegio San José:
¡Qué hermoso y triste parecióme un día
el sol al ocultar
su disco, entre las ramas temblorosas
de un verde naranjal!
Incierta y vaga la postrera lumbre,
sus lampos de coral,
se extinguieron por fin. Murió la tarde.
La luna empezó a alzar
su blanco nimbo iluminando el bello
celaje tropical.
Su tenue claridad
abrazó el cementerio, que ostentaba
tranquila majestad
en los bosques tupidos
del dulce Paraguay.
Me acerqué a aquel recinto; encontré abierto
el tétrico portal
y me interné... ¡Qué cuadro melancólico,
qué deliciosa paz!
La elegía, primer ensayo poético, es pobre, defectuosa. Es una composición llena de lugares comunes. Pero el sentimiento es sincero. El joven poeta nos revela ya una fina sensibilidad. La idea de la muerte, que será más tarde el tema central y la obsesión del meditador teosófico, precozmente aparece en las rimas de Guanes. Sorprende en este adolescente que visita en sueños el cementerio su reacción juvenil ante el lúgubre cuadro que contempla. “¡Qué deliciosa paz!”, exclama Guanes.
Y luego prosigue la descripción:
Sólo turbaba a veces el tristísimo
silencio sepulcral
el ritmo melodioso de las hojas
o el graznido fugaz
del ave que, entre el manto de la noche,
se atreve a aletear.
(Aunque el poeta viene, transido de dolor filial, en fúnebre peregrinación, es capaz, a despecho de profunda tristeza, de percibir en la desolación de aquel recinto “el ritmo melodioso de las hojas”).
Las urnas destacaban entre sombras
su blanquecina faz;
su verde obscura fronda columpiaba
el árbol funeral.
Crucé una estrecha calle de sepulcros
y misterioso imán
me llevó hacia una tumba. Su silueta
un sauce, al proyectar
sobre la losa, me ocultaba el triste
Aquí descansa en paz. (5)
Así, el futuro autor de De paso por la vida hace su primera visita a la ciudad de la Muerte. Y allí, al pie de un sauce, el árbol de Musset, se pone de hinojos y llora sobre la tumba de su madre.
Termina la elegía con la afirmación expresa del poeta de que este es su “primer cantar”. Estos versos fueron escritos en el Colegio San José de Buenos Aires, el año 1890.
Alejandro Guanes inició sus estudios en Asunción. Fue alumno, según nos dijo la hermana del poeta, doña Concepción Guanes de Lloret, de unas señoritas de Machaín, parientas de su madrastra. Concurrió también a una escuela que funcionaba en el antiguo edificio del Seminario, el año 1880. El hijo del poeta, Manuel Guanes, escribe: “Nunca lo oí recordar cuáles fueran las escuelas a que concurrió, pero tengo entendido que fue a la de las Machaín. Estudios, ya secundarios, los hizo en Buenos Aires, creo que hasta el cuarto año del bachillerato”. (6)
Antes de cumplir los dieciocho años, Alejandro Guanes con su hermano Miguel, partió para Buenos Aires a fin de proseguir sus estudios secundarios en el Colegio San José. Era el año 1890. El registro de inscripción del colegio hace constar la edad del poeta, su domicilio en Asunción, y el nombre del apoderado del joven estudiante en Buenos Aires: Don Felipe N. Recalde. (7)
El libro de Distribución de Premios de 1890 atestigua que Alejandro Guanes aprovechó bastante bien el primer año de estudios:
Cuarto año (Segunda sección)
Aplicación y conducta 1er. Accésit
Religión 2o premio
Literatura 6o Accésit
Geometría del Espacio 3er. Accésit
En física y química, sexto y quinto accésit, respectivamente. Pero donde Guanes salió mejor fue como miembro de la Academia Literaria. Ese mismo año de 1890 hubo dos premios especiales de literatura, uno para prosa y otro para verso. Ganó el primero de los premios el estudiante Amadeo Gras y el segundo, Alejandro Guanes.
Tales son las constancias de los archivos del Colegio San José relativas a 1890. Más de medio siglo después de los certámenes de la Academia realizados ese año, hemos escrito al abogado argentino Dr. Amadeo Gras, a fin de que nos diera alguna información sobre su vida de estudiante cuando era compañero de Alejandro Guanes.
La carta del Dr. Gras no nos trajo las anécdotas esperadas: “Alejandro Guanes ingresó al Colegio San José en 1890, precisamente en el año en que yo egresaba. Le conocí pero no fue de mi tiempo, ni me cupo el honor de entrar con él en justas literarias... Indagar a condiscípulos al través de los cincuenta y cinco años transcurridos me parece tarea harto difícil... ¿Por qué no se dirige usted al R. P. director de la Academia?”. (8)
La academia San José, interrogada a su vez, respondió que el libro de actas correspondiente a los años pasados por Guanes en esa sociedad ha desaparecido. (9)
Poco se sabe, pues, de la vida de Guanes, en la capital argentina. Se conserva, sí, la poesía suya que ganó el primer premio en el certamen de 1890. (10) La poesía se titula “Primavera”. No es un canto a la estación florida sino una melancólica evocación de la patria, del hogar, de la infancia:
Ensayo, patria mía, lejos de tu almo cielo,
notas de un pobre canto que tiembla en mi laúd,
el canto melancólico que en hondo desconsuelo
me arranca la nostalgia mientras tu augusto suelo
despliega de sus galas la nueva juventud.
El dulce paraíso, el que nacer me viera,
se pinta en mi memoria con todo su esplendor;
la aurora de mi vida, mi alegre primavera,
tus bosques encantados... (11)
El poeta vivía nostálgico de la patria lejana y quería volver a Asunción. Parece que, además de la nostalgia, otro motivo lo impulsaba al regreso. En el mismo barrio de la casa del poeta, vivía una joven señora argentina. Se llamaba Servillana Molinas de López. Era una señora elegante, bizarra, hermosa. Alejandro la amaba desde su niñez. Ella nada sabía de aquel amor adolescente; pero siempre que ella pasaba por la casa del poeta, éste, tímidamente, la seguía con sus grandes ojos claros...
La melancolía de los versos premiados se acentúa en la última estrofa, la cual nos recuerda la primera de “Lucie” de Alfredo de Musset:
Mes chers amis, quand je mouirai
Plantez un saule au cimetiére:
¡Oh patria! Cuando pase la nieve de mi invierno,
cuando mis huesos cubra la losa sepulcral,
tus primaveras viertan sobre mi sueño eterno
sus perfumadas flores y con su arrullo tierno
entónenme tus brisas perpetuo funeral...
El futuro autor de “Las leyendas” ya conoce sus temas: la patria, el hogar, la muerte. No es Guanes un poeta épico; no tiene el entusiasmo que enciende al cantor de los grandes hechos heroicos. Admira y estudia a los románticos de exuberante grandilocuencia como el español Núñez de Arce y el argentino Olegario Andrade. Tiene diecisiete años y esta es la edad en que el gran ademán fascina; pero ya Guanes busca una voz más confidencial, menos grandiosa aunque más auténtica. Y esta voz la halla en Bécquer y en Musset, que son ahora sus maestros.
Entre los papeles guardados por Alejandro Guanes como recuerdos de sus años en Buenos Aires, sólo se conservan algunos testimonios de su buena conducta en el Colegio San José, emitidos por esta casa de estudios, y un manojo de recibos de la sastrería en que solía el poeta encargar sus trajes. (13)
Estos recibos, sin embargo, documentan una preocupación de la primera juventud de Guanes abandonada años más tarde: el dandysmo. Alejandro era un mozo rico, brillante, inteligente y gustaba de vestir rigurosamente a la moda. Y, mientras tuvo dinero, no sólo cultivó la elegancia como única característica del dandy. Fue el poeta famoso por su esplendidez. Cuando, siendo todavía joven y rico, dio una espléndida fiesta en su casa de campo de Ypacaraí, Guanes contrató un tren expreso para sus invitados y el ambigú fue tan abundante que sus “elementos colmaron un vagón al ser despachados desde Asunción”. (14) Alguien entonces, admirado del rumbo de los preparativos de la fiesta, comentó con el poeta la esplendidez de los mismos. Y Alejandro Guanes contestó:
“Prefiero quemar los cohetes por gruesa a hacerlo uno por uno”. (159 Esta “repartee” suena con un eco esproncediano y nos revela otro aspecto del dandy que fuera Guanes en sus años mozos.
En 1892, el poeta, sin terminar sus estudios de bachillerato, regresa a Asunción. Según nos dijo la señora Concepción Guanes de Lloret, Alejandro enfermó de pulmonía, circunstancia que determinó a don Francisco, su padre, a hacerlo llamar desde Buenos Aires. No quería don Francisco que su hijo sufriese los rigores del invierno bonaerense. Sin embargo, en Asunción, había ocurrido algo que acaso fuera la verdadera causa del regreso del poeta. En la vecindad de los Guanes, la joven señora Servillana Molinas de López acababa de enviudar.
Es muy posible que Guanes se hubiese enterado de la noticia por alguna carta de su propia familia, ya que la vecindad de los López Molinas justificaba el que la nueva del suceso le fuera transmitida. También es posible que el mismo Guanes, ya enterado de la viudez de la mujer amada, hubiese exagerado las circunstancias de su enfermedad -enfermedad que no fue grave— para urgir la necesidad de su retomo al hogar.
El hecho es que Alejandro Guanes regresó a Asunción y que en agosto de ese mismo año se casó con la bella señora viuda que tanto había admirado desde su niñez. ¿Cómo se explica la rapidez de este matrimonio? Lo ignoramos. Es cierto que Guanes y la joven viuda “se conocían ya mucho antes del primer matrimonio de ella con López Torres”. (16) Pero, cuando Alejandro partió de Asunción para Buenos Aires en 1890, apenas tenía diecisiete años. Servillana era mayor que él: le llevaba cuatro. Ella, además, ignoraba los sentimientos del poeta.
No se sabe la fecha exacta del regreso de Guanes. “Las fechas aproximadas de su ida y vuelta, de Buenos Aires, quizás las recuerde nuestra tía Concepción”, (17) escribe uno de los hijos del poeta. La tía Concepción, que es la nombrada señora de Lloret, recuerda bien el año: 1892, pero no el mes.
Se sabe, sí, que en febrero de 1892 Guanes permanecía aún en la capital del Plata, gracias a una carta escrita por un condiscípulo del poeta, Andrés Gill, y firmada el 10 de febrero de aquel año. “También te haré recordar la promesa que hiciste —escribe Andrés Gill- de rendir el inglés por mí; lo que no cumpliste. Te pido por favor ahora que rindas, si puedes, por mí, pues yo no he estudiado ni una sola palabra...”. (18) Esta carta también nos revela que ya en 1892, el futuro traductor de “Ulalume” sabría ya bastante de la lengua de Edgar Allan Poe y que valiéndose de su conocimiento lingüístico, prometía llevar a cabo una picardía estudiantil.
Pues bien: lo que sorprende es que en agosto de dicho año se celebrasen las bodas y que éstas se debieran de haber concertado con bastante anterioridad a esa fecha, lo cual patentiza que la rapidez del entendimiento entre los dos contrayentes fue aún mayor. En efecto, Alejandro casóse contra la voluntad de su padre, el cual, considerando acaso que su hijo era demasiado joven —diecinueve años— y carecía de carrera, habría juzgado tal matrimonio prematuro. Es posible que Guanes solicitase permiso y le fuese negado; que insistiese, dejando correr el tiempo y que, finalmente, vista la irreductibilidad paterna, hubiese decidido casarse sin su consentimiento y a escondidas...
EL CASAMIENTO: 1892
Una fotografía de Alejandro Guanes, tomada antes de su matrimonio, nos lo muestra a los veinte años. Viste el poeta larga levita oscura, pantalones grises, un alto chaleco bien cerrado que le cubre casi todo el pecho. El cuello es doblado y alto y la corbata negra y fina. Tiene en la mano derecha un sombrero hongo, también negro. El rostro, lampiño, es de facciones correctas, casi femeninas.
Alejandro Guanes es un mozalbete decidor, simpático, alegre, chispeante. Por donde va deja en pos una estela de buen humor y de ocurrencias. Así se manifiesta desde su adolescencia este hombre de doble personalidad. Porque ese mismo mozo ocurrente, ingenioso, currutaco, que a todo le encuentra el lado amable, es, en el fondo, un melancólico. Es el mismo que escribirá más tarde:
Sin fe, sin esperanza, sin egida,
como en tétrica noche de desvelo,
di los primeros pasos en la vida...
Pero estas dos personalidades no parecen ser en él incompatibles. La misma pluma que escribe la doliente elegía no necesita cambiar de tinta para escribir versos satíricos, epigramas llenos de maliciosa intención.
Guanes es en la vida social un hombre alegre, chancero, benevolente. Y esta misma actitud amable, bondadosa, y un tanto irónica, asumirá siempre ante sus semejantes. Sin embargo, en la profundidad de su espíritu Guanes es un hombre triste, religioso, contemplativo. Y en esa zona espiritual suya, alienta el poeta. La alegría, el humorismo irónico, son una máscara, acaso una defensa. En el Guanes escritor estas dos personalidades se manifiestan claramente. El Guanes triste y nostálgico —el verdadero— es el poeta de “Las leyendas” o de “Ciencia Ignara”; el Guanes humorista es el rimador satírico, el autor teatral de “La cámara oscura”, en cierto modo, el anti—poeta.
A lo largo de la vida de Alejandro Guanes prevalece la segunda personalidad y se oscurece, desgraciadamente, la primera. En 1910 se cierra el período de su creación verdaderamente artística.
Sólo al final de su vida Guanes tomará la pluma para escribir unos ensayos maeterlinckianos cuyo tono e inspiración recuerdan al poeta que, tres lustros atrás, había renunciado a su arte.
Al parecer, vencido en las luchas de la vida, Alejandro Guanes se dejó llevar por la corriente de los años, con una sonrisa bondadosa e irónica con que cubría dolores y amarguras de que sólo hablaba cuando, en el interno conflicto de su doble personalidad, se alzaba la auténtica voz del poeta para confesar con tristísima elocuencia:
Yo he sufrido dolores a cual más hondo,
que mi alma llenaron de vil laceria;
yo de mi pecho altivo sentí en el fondo
la mordedura hambrienta de la miseria... (20)
El 28 de agosto de 1892, Alejandro Guanes, vestido de punta en blanco, sale de su casa tarareando una canción. Es temprano y la madrastra del poeta, doña Rafaela Machaín de Guanes, extrañada de verlo salir a esa hora, tan alegre y campante, le pregunta: “¿A dónde vas, Alejandrito?”.
El poeta, que tiene un cigarrillo en los labios y mientras baja las escaleras se calza los guantes con ademán lleno de satisfacción, se detiene un instante y con naturalidad responde que va a oír misa por un pariente. Pero Alejandro no va a ninguna de las iglesias que quedan cerca para llevar a cabo tan piadoso propósito: se dirige a la estación de ferrocarril que está a dos cuadras de su casa y toma el tren.
Alejandro Guanes va a ir a una iglesia, pero esa iglesia no está en Asunción, sino a muchos kilómetros de distancia, lejos de su padre. En la iglesia a que piensa ir el poeta, el sacerdote no rezará una misa de difuntos tampoco sino que bendecirá el matrimonio de Alejandro Guanes y Servillana Molinas... (21)
Sabemos quién viajó con él en el tren gracias a la excelente memoria del distinguido historiador paraguayo señor Juan F. Pérez Acosta, el cual, a medio siglo de aquella mañana de agosto, escribirá:
“Por singular coincidencia me tocó ser su compañero de viaje hasta Paraguarí. El se dirigía a Caapucú a contraer matrimonio. No me lo dijo, sin embargo, en forma directa. Era un día algo triste y brumoso y sólo cuando nos aproximábamos a Paraguarí, me dijo en forma un tanto enigmática que iba “a suicidarse”, lo mal no dejó de causarme cierta preocupación, pues no estaba al tanto de sus andanzas de noviazgo. Guanes recitaba algunos versos y recuerdo que al divisar el cerro Mbatoví, que se entreveía en la neblina, recitó el poema de Olegario Andrade:
Como brazo extendido hacia el vacío
para imponer silencio a sus rumores... (22)
Al llegar al pueblo de Paraguarí Alejandro Guanes se despidió de su amigo y se apeó del tren. El poeta se apresuró en conseguir un buen caballo que lo pudiese llevar al galope hasta Caapucú. Pero se presentó un inconveniente: la policía de Paraguarí arrestó a Alejandro Guanes. El comisario le enseñó un telegrama de su padre, don Francisco, en que se pedía la inmediata remisión del menor de edad al hogar.
Alejandro no pierde la serenidad. El suyo es un lance de amor y él conoce la psicología criolla para la cual estos desplantes constituyen gracias dignas de aplauso. Además, el adolescente prófugo es extraordinariamente simpático; sus argumentos son convincentes. Alejandro se muestra lleno de humorismo, de tacto. Habla confidencialmente con el comisario, le plantea su problema, exalta la belleza de su novia.
¿Quién pudiera resistir aquella elocuencia, aquella simpatía, aquel fervor? Ganado el comisario a la causa del poeta, no sólo le permite a éste continuar su viaje sino que le deja a él mismo redactar el telegrama de contestación. El telegrama expresa que la autoridad de Paraguarí ha echado el guante al hijo fugitivo y que, custodiado, lo remite a Asunción por el primer tren...
Enviado el telegrama tranquilizador, Alejandro monta a caballo y parte al galope para Caapucú. En la estancia Montiel-Cué, a legua y media de Caapucú, Servillana le espera, hechos ya todos los preparativos para la boda. Aquel veloz galopar desde Paraguarí a la estancia de Servillana fue inolvidable para el poeta. Durante toda su vida, en cada aniversario de su aventura, el escritor exclamará evocando aquella mañana de agosto: “¡Ahí va Alejandro Guanes galopando por los montes de Acahay!”. Dieciocho años más tarde, cuando el poeta escriba sus “Recuerdos” en hermosos versos autobiográficos, elegirá el verso de quince sílabas para describir el panorama contemplado en la remota mañana nupcial. El verso largo es el verso en que Guanes logra los mejores efectos poéticos. Su mejor poesía, es decir, su auténtica poesía, está escrita en largos y acompasados versos, propicios para la grave melancolía y la cadencia sugeridora:
Fue una mañana fresca y hermosa de primavera:
coloreados los horizontes de rojas franjas,
de verde obscuro todas las frondas de la pradera,
de oro las pomas almibaradas de las naranjas;
de la alborada, multicolores, vividos lampos,
anunciadores alborozados de una esperanza,
en tus ventanas, tras de los montes, sobre los campos,
con las planicies de las Misiones en lontananza... (23)
En la estación de las naranjas y por doquiera amarillea la fruta áurea del Paraguay. Aunque ya no es de madrugada, el poeta no discierne bien, en su evocación, la alborada de su propia esperanza para su corazón enamorado de la que ha iluminado los verdes campos por los que él ha galopado en la mañana del 28 de agosto de 1892. La idea de aquel vertiginoso galope por caminos polvorientos de tierra colorada, por verdes montes olorosos y praderas floridas nos la da el poeta, con tres preposiciones y tres pausas en uno de sus largos versos:
en tus ventanas, tras de los montes, sobre los campos.
En este verso Guanes nos relata su viaje desde Paraguarí a Montiel—Cué y, al hacerlo, tiene en la mente esta imagen: las ventanas tras las que Servillana espía su llegada a la estancia, es decir, lo que era meta de su desenfrenada carrera; y luego menciona los montes, los campos, las planicies, esto es, lo que quedaba atrás para el poeta cuyos ojos estaban fijos en el horizonte esperando avizorar la casa—estancia de su amada...
Triste y cansado llegué a tu puerta... Tú me abrevaste
en la alma fuente de tu cariño... (24)
Es extraño que Guanes escriba haber llegado triste a la puerta de la casa de la novia. Más fácil es suponer un sentimiento de profunda alegría y de triunfo. Va al fin el poeta a realizar un viejo sueño de amor; ha vencido todos los obstáculos para realizarlo; ha huido de su casa, ha ganado a su causa al comisario de Paraguarí y durante el galope por montes y campos ha sentido el intenso goce estético que en él despierta el paisaje primaveral vivo en colores y saturado de fragancias silvestres.
Pero acaso Guanes, en el fondo, no quiera dar este paso decisivo en la vida contra la voluntad de su familia. Acaso los argumentos que le han expuesto para disuadirlo de su intento de casarse tan joven y sin carrera, hayan sembrado semillas de duda en su corazón. Le habrán dicho que él no es más que un niño; que la mujer que ama es mayor que él, que ella es viuda y tiene una hija; que él podría esperar unos años más, hacerse de una carrera, orientarse en la vida, y ya con más experiencia y discernimiento, casarse con otra...
Habrá en el corazón del poeta un conflicto. Acaso, al decir a su amigo Pérez Acosta que “iba a suicidarse” él reflejase, con ironía juvenil, la esencia de ese conflicto. Más adelante Guanes manifestará algo así como una enfermedad de la voluntad. Será siempre laborioso, a su manera, pero jamás progresará en la vida. Será la promesa de un gran artista y aún convertirá esta promesa, parcialmente, en realidad. Y, sin embargo, no irá adelante. En la plenitud de la vida, su inspiración se agotará. No hará, aparentemente, ningún esfuerzo para superarse. Después de un manojo de poesías bellísimas, concebidas antes de los treinta y ocho años, nada brotará de su pluma. Nada, a no ser centenares de versos satíricos, chanza festiva, intranscendente.
El poeta, hijo de una gran familia, dueño de un talento excepcional, casado con una mujer rica, y más tarde heredero de una pequeña fortuna, morirá, en 1925, pobre, vencido por la vida, en un oscuro puesto subalterno.
Las bodas se celebraron el mismo día de su fuga de Asunción, es decir, el 28 de agosto de 1892, en Caapucú. La pareja pasó la luna de miel en la estancia Montiel-Cué. La estancia está situada en una comarca hermosísima. Hacia el sur se extienden las planicies de las Misiones en que el pasto crece alto y verde; al norte se divisan azules cordilleras; al este y al oeste hay naranjales perfumados. El poeta debería de pensar en Virgilio, cuya obra admira, al contemplar aquellos apacibles panoramas. Allá el cielo es siempre de luminoso zafiro y el sol brilla intensamente. De noche, las estrellas, contra el azul oscuro, parecen desprenderse del firmamento para acercarse a la Tierra. Guanes conoció la felicidad en aquellos días de su adolescencia y años después volvió los ojos hacia el pasado para evocarlos conmovidamente:
Dieciocho años ha que en tu seno de Anadyomena,
rosa encendida, cáliz de aromas, búcaro ardiente,
de amor y dicha bebí anhelante la copa llena;
por vez primera me harté de mieles, adolescente... (25)
Entretanto, el padre del poeta, que ha esperado en vano el regreso de su hijo y ha comprobado haber sido víctima de una doble picardía de parte del adolescente, decide tomar medidas. El no va a ir a Caapucú a traer de vuelta al hogar al hijo rebelde; prefiere valerse de dos emisarios, Juan y Rodolfo Guanes, tíos del poeta. A éstos don Francisco da instrucciones terminantes de evitar las bodas y de conducir a Alejandro a Asunción.
Parten los emisarios para Caapucú y, al llegar al pueblo, hacen llamar al poeta por intermedio del juez de paz. La flamante esposa decide en el acto acompañar al poeta: ordena enganchar “el coche de campanillas” y parte de la estancia en compañía de su esposo, para Caapucú.
El diálogo entre tíos y sobrinos fue más o menos así:
Juan Guanes: Alejandro, tu padre está muy enojado y te venimos a buscar.
El poeta: Pero eso es imposible. Yo ya estoy casado.
Rodolfo Guanes: Vamos a anular el matrimonio. Tú eres menor de edad. ¿Sabes? (26)
La insistencia de los tíos es inútil. El matrimonio es ya un hecho consumado; Alejandro, un menor emancipado. El vínculo conyugal, indisoluble. Tras estos argumentos el poeta esgrime otros, más suasorios: los de su inagotable gracia, los de su irresistible simpatía. Una atmósfera de buen humor se suscita en tomo a los interlocutores. Los chistes de Alejandro menudean; la partida está ganada por el poeta.
Pronto Juan y Rodolfo Guanes comprenden que no hay nada que hacer, que han llegado tarde. Por eso, cuando Alejandro y Servillana los invitan a beber una copa de champaña en Montiel— Cué por la felicidad de los recién casados, aceptan gustosos y, en el mismo coche de los Guanes—Molinas, van ambos tíos a la estancia a brindar por sus sobrinos...
Ha comenzado una nueva vida para el poeta. Servillana le ama y le comprende. Ese amor y esa comprensión conmueven al poeta. Dieciocho años más tarde, en una hora de nostalgias y esperanzas, cuando el poeta haga balance de dichas desdichas, dirá a su esposa:
Con los primeros hilos de plata sobre las frentes,
y más que nunca latiendo juntos los corazones,
son tus miradas mis luminarias más relucientes
y por ti vibra la arpa dulcísima de mis canciones.
Y en nuestro cielo, limpio de nubes, con lumbre plena,
culmina el astro de la esperanza resplandeciente,
que estaba en orto cuando en tu seno de Anadyomena
por vez primera me harté de mieles, adolescente... (27)
Y, en una hora de dolor, muchos años después de aquella mañana nupcial de agosto, que es la obsesión de los recuerdos del poeta, éste, en busca de consuelo, se vuelve a su compañera y le dice:
Despierta, que nace la hermosa mañana,
la misma mañana de celajes suaves
que bajo ese cielo teñido de grana
nuestro epitalamio cantaron las aves.
…………………………………….
Pues tu estrella quiso traerte, oh amiga,
a mi triste senda trazada entre abrojos,
ásete a mi brazo y eterna prosiga
dorando mis horas la luz de tus ojos.
Más hoy que sonríe la aurora fulgente
que unió a nuestro beso su beso errabundo,
reclina en mi pecho tu adorada frente
y olvida en mis brazos las luchas del mundo... (28)
“Tu fuiste mi primer y único amor —solía decir el poeta a su esposa—; yo era un chiquillo cuando ya te quería. Tú eras una real moza. Yo te miraba sin esperanza”. (29)
Servillana tiene una hijita de un año del primer matrimonio, llamada Mercedes. El poeta siente profunda ternura por esta niña. Ella es “su hija Mercedes”. Y como a tal la tratará siempre.
La carrera periodística de Guanes se inicia en la misma época de su matrimonio. Se opera en el Paraguay de entonces un movimiento de renovación cultural. Es la época de los clubes políticos integrados por fogosos periodistas. Alejandro se afilió a uno de estos clubes, el “Club Colón”, con su amigo el futuro historiador D. Francisco Pérez Acosta.
El poeta comienza su carrera periodística escribiendo gacetillas en los diarios de la oposición. En el semanario El Chicote, órgano del “Club Colón”, Guanes publica sus “espinelotipos”, esto es, breves artículos de sátira política. (30)
Es la edad de oro del periodismo paraguayo. Salen a la palestra talentos como Blas Garay, Manuel Gondra, Cecilio Báez, Manuel Domínguez, Juan O’Leary, Ignacio A. Pane. Todos estos escritores son hombres de gran curiosidad intelectual. La literatura y el pensamiento franceses tienen sobre ellos una influencia dominante.
La prosa española se transforma bajo las plumas de estos nuevos escritores. La frase se hace corta; se abandona la vieja sintaxis; el galicismo abunda. Se admira a Renán, a Taine, a Víctor Hugo. Se descubre a los parnasianos y a los simbolistas.
Cuando en 1896 se funda la famosa Revista del Instituto Paraguayo, Guanes será uno de sus colaboradores. En ella publicará una hermosa traducción de Catulle Mendés: “Lo que desean las lágrimas”. Es significativo el hecho de que, mientras en la misma revista O’Leary publica “El Alma de la Raza”, poesía grandilocuente y patriótica, e Ignacio A. Pane “La Mujer Paraguaya”, poesía también patriótica, Guanes se limite a traducir del francés impecablemente, un poema sin referencia de espacio ni de tiempo. Con Alejandro Guanes, se inicia el modernismo en el Paraguay.
CUNAS Y TUMBAS: 1904
Han transcurrido varios años. Los Guanes—Molinas viven en Asunción, en la calle Buenos Aires, frente al palacio de gobierno. Han nacido varios hijos al matrimonio. El poeta tiene 32 años. Su físico ha cambiado mucho. Se ha dejado crecer barba y bigote.
“Tenía —escribe Pablo Max Ynsfrán— una cabeza extraordinariamente hermosa, de una hermosura dulce, sin dejar por eso de ser masculina... Sonreía más con los ojos que con los labios. Su barba le daba el aspecto de un Cristo de cara ligeramente redonda... Era bajo... y caminaba lentamente como si se meciera. No mostraba prisa por nada y jamás revelaba el menor dejo de amargura. Hablaba calmosamente, y sólo daba cierta entonación subida a la voz cuando recitaba, cosa que hacía siempre, en serio o en broma. Sabía intercalar versos en su conversación como Sancho Panza intercalaba refranes, y le gustaban los latinajos. Nunca contrariaba a su interlocutor, pero tampoco éste podía estar seguro de si se mostraba de acuerdo con él...”. (31)
Todos los contemporáneos hallaban en el semblante de Guanes una sugestión bíblica. No sólo por la barba y el bigote rubios, sino por la bondad, la serenidad, la paz interior reflejadas en los grandes ojos castaños.
Una desteñida fotografía nos muestra a Alejandro Guanes, a los treinta años, sentado, la vista baja, leyendo La Eneida. El poeta está vestido con elegancia. Es la época mejor de su vida. Ha tenido ya sus primeros éxitos literarios, es joven y optimista y todavía no ha llevado a los labios “de dolores los más precitos la copa horrenda”. En esta época su autor favorito es Maurice Maeterlinck. Al poeta le atrae esa preocupación por el misterio del autor de La Mort. Pertenece Guanes a una generación que se esfuerza en superar el cientificismo ochocentista. En el simbolismo espiritualista del belga hallará el poeta perspectivas sugeridoras. Guanes abomina del determinismo mecanicista, del positivismo miope:
Yo abomino de esa ciencia, de sus dogmas me rebelo:
! Yo sé más! Hay algo en mí
que no acaba con la muerte, que no alcanza el escalpelo,
que no corta el bisturí. (32)
Guanes encuentra en Maeterlinck doctrinas afines a las suyas. En el teatro maeterlinckiano el “pressentiment”, la adivinación misteriosa de L'Intruse, la angustia ante lo desconocido de Les aveugles, fascinan al poeta. Mucho de la obra de Rubén Darío deja a Guanes indiferente. El no puede decir como el nicaragüense:
Como la Galata gongorina
me encantó la marquesa verleniana.
El mundo poético de Guanes no es ni el mitológico ni el de les fétes galantes, sino el mundo menos brillante y más sugeridor de “Intérieur”. El crítico Manuel Domínguez cuenta que, en los últimos años del poeta, su libro predilecto fue La inteligencia de las flores de Maeterlinck. (33) Virriato Díaz—Pérez señala la influencia del escritor belga sobre el pensamiento teosófico de Alejandro Guanes. (34)
El 4 de agosto de 1904 estalló una revolución en el Paraguay contra el partido nacional republicano, entonces en el poder. “El partido liberal -escribe Carlos R. Centurión—unificado en 1902, después de largo y afanoso trabajo había levantado el pendón airoso de las reivindicaciones populares”. (35)
Fue éste un movimiento unánime del pueblo contra el gobierno. El mismo vice-presidente de la república, Dr. Manuel Domínguez, abandonó su cargo y se plegó a los revolucionarios. Jefe de la rebelión era el general Benigno Ferreira. Los liberales, al ser llamados por su caudillo, partieron para al sur y se concentraron en las ciudades de Villeta y Pilar. Alejandro Guanes fue uno de ellos. En agosto de 1904 lo hallamos en el campamento revolucionario de Villeta.
¿Qué hacía el poeta en esta ciudad? El historiador Justo Pastor Benítez escribe: “No sé lo que Alejandro Guanes pudo haber hecho en Villeta en 1904; seguramente hablaría de cosas intranscendentes con Gondra, Goycoechea Menéndez, Rafael Barrett y Arsenio López Decoud”. (36)
Este es un dato importante: en 1904 Guanes conoce al escritor más brillante que jamás esgrimiera la pluma en el Paraguay: Rafael Barrett. También traba relación con el poeta bohemio argentino, el malogrado Goycoechea Menéndez. Estos dos literatos extranjeros escriben sus mejores páginas en el Paraguay, sobre temas paraguayos.
En cuanto a la fecha y lugar del primer encuentro de Guanes y Barrett, tenemos una corroboración de José Rodríguez-Alcalá.
“Guanes trabó relación con Barrett en el campamento de Villeta, durante la revolución de 1904. No intimaron. Hago esfuerzos por recordar si en alguna ocasión estuvieron juntos en los días asunceños de Barrett, y no encuentro ningún recuerdo de esto. En una carta anterior escribí, para explicar esa falta de frecuentación entre Guanes y el hispano, que éste era hombre de club y el otro no. Por otra parte imagino que Barrett no habría podido tomar en serio en Guanes su espiritismo. Guanes era, por ese tiempo, espiritista. Después evolucionó hacia el teosofismo”. (37)
¿Cómo se explica, aparte de las razones dadas arriba, que Guanes no haya intimado con Barrett? Al meditar sobre la vida del poeta uno tiende a formularse preguntas semejantes. Se tiene a menudo la impresión de que el autor de “Las leyendas” no ha sabido aprovechar las oportunidades que se le ofrecieron. En Barrett, Guanes hubiera podido hallar no sólo el hombre de vasta cultura literaria, el crítico sutil, el consejero y confesor intelectual, sino el matemático, el geómetra, el apasionado cultor de las ciencias exactas, las mismas ciencias que apasionaban al poeta.
Pero Guanes pasó a la vera de este gran espíritu en un medio como Asunción, donde el talento del ilustre español resultaba aún más excepcional.
Escribe el jurista Dr. Eladio Velázquez: “Era el año 1904... Entre todos se hacía visible en Villeta la característica figura del poeta Guanes. Paréceme descubrirle ahora de nuevo, alineado con camaradas de batallón, en la abierta plaza... con su traje a medias de soldado. Los regimientos se improvisaban en aquellos días bajo el apremio de las circunstancias, con paisanos y vestidos de ropas civiles: un par de polainas, una gorra inglesa y un ancho cinturón ceñido por fuera, era lo que ponía en el indumento un tono marcial. Lo esencial era impregnarse, con la mayor premura, de algunos rudimentos del arte militar... En las tardes bulliciosas y en las mañanas asoleadas, cuando los bisoños soldados se desperdigaban por las calles de la villa... solía Guanes pararse en una esquina, con su alegre poncho rojizo a la espalda. Traía en esos momentos a la imaginación, con su inalterable, plácido semblante, su mirada cándida y su fino rostro encuadrado en una cerrada barba rubia, una de esas dulces cabezas de Cristo de las pinturas italianas. Parecía a ratos cogitabundo, como sustraído al ambiente marcial que lo envolvía. ¿En qué pensaba?”. (38)
Hoy, retrospectivamente, se podría contestar a esta pregunta. El ensimismamiento del poeta en los días lejanos de 1904 debió de ser profundo. Cuarenta años después lo recuerda un compañero de armas. El ensimismamiento del escritor obedecía a un presentimiento. Guanes, admirador de Maeterlinck, experimentaba en aquellas horas de abstracción una desgarradora angustia. Como el abuelo ciego aunque vidente que en el drama maeterlinckiano L'Intruse presiente la llegada de la muerte, así Guanes, lejos de su hogar de Asunción, presentiría una desgracia:
En el caserón de la calle Buenos Aires habían quedado su esposa y sus hijos. Una noche los niños jugaban en el comedor. Uno de ellos, Hiram, se acercó a la mesa y tiró del tapete sobre el que ardía una lámpara de petróleo. La lámpara se desplomó vertiendo en su caída un chorro de combustible en llamas. El niño, abierta la boca con el susto, recibió por ella un borbollón de líquido inflamado.
Acudió la señora de Guanes en auxilio de su hijo y luchando valerosamente con las llamas consiguió extinguirlas, aunque demasiado tarde. El niño Hiram, tras una noche de agonía, falleció al amanecer. Servillana sufrió también hondas quemaduras y su estado era grave. (39)
Esa misma noche Alejandro Guanes tuvo terribles pesadillas. En sueños gritaba, vociferaba. Los amigos lo despertaban sacudiéndole de los hombros: “¿Qué tienes, Alejandro? ¿Qué te pasa?”. El poeta despertaba sin recordar las pesadillas. Volvía a dormirse y pronto daba grandes voces y gemía en sueños. Alejandro Guanes asistía obscuramente al drama que se desarrollaba en su hogar lejano. Había captado, por primera vez, un mensaje de la muerte:
Cunas y tumbas marcan la huella de nuestro paso
como jalones blancos y negros... (40)
ESPIRITISMO
Terminada la revolución de 1904 con el Pacto del Pilcomayo gracias a la intervención de los representantes diplomáticos de Francia, Argentina y Brasil, Guanes deja las armas y retorna a su casa de Asunción. Nada se sabe de su actuación política o militar. Guanes nunca tuvo ambición de desempeñar un papel descollante en el escenario de la vida pública.
El poeta es hombre de hogar; prefiere las apacibles tertulias hogareñas al tumulto de las asambleas políticas. En 1904 Guanes tiene bienes de fortuna. Su casa es un lugar de reunión. Doña Servillana sabe recibir y hacer los honores de la casa. El poeta es el centro de las tertulias de la calle Buenos Aires. “Los esposos Guanes-Molinas -escribe un antiguo vecino del poeta evocando el final de la revolución- reabren sus salones; dan fiestas y recepciones a las que acude lo más granado de la sociedad asuncena de la época ...”. (41)
El espiritismo es en la primera década del siglo una avasalladora pasión del poeta. La muerte del niño Hiram ha aumentado su deseo de comunicarse con el mundo invisible y recuperar de su misterio la voz perdida del hijo.
“En su tiempo de espiritista -cuenta José Rodríguez-Alcalá- era muy dado a las prácticas de la invocación de los espíritus. Algunas veces llegaba a la redacción de El Diario con una expresión de extravío demencial en los ojos, completamente inútil para el trabajo. Su esposa, principalmente, era muy dada a esas prácticas y Guanes nos solía contar que hablaban por la noche con su hijo Hiram, muerto hacía tiempo. Todas estas extravagancias florecían en el temperamento más bueno, en el alma más santa que he conocido...”. (42)
El escritor Pablo Max Ynsfrán, que conoció al poeta más tarde, vio una noche a éste invocar espíritus. “Era, sin duda, un médium -asevera Max Ynsfrán-. Yo que no cultivo nada de estas cosas confieso haber quedado muy impresionado con una sesión en que, juntamente con un amigo judío, Pedro Springberg, don Alejandro desplegó su capacidad mediúmnica. Springberg, que en aquel tiempo era anarquista (de la vieja escuela rusa), se convirtió a la teosofía después de esta sesión y abandonó el anarquismo siempre”. (43)
Guanes leía con avidez libros de ocultismo. En el álbum de recortes de periódicos conservado por su yerno, se hallan varios artículos sobre espiritismo, magia, sobre la “nueva ciencia”. Uno de los artículos versa sobre Alian Kardec, el espiritista francés. Acaso este artículo haya despertado la curiosidad y la admiración de Guanes por este espiritista. Una de sus poesías, llamada “Allan Kardec”, da elocuente fe de esta admiración. La poesía constituye el credo espiritualista del poeta:
Al conjuro de una ciencia de exicial materialismo
derrumbábase el santuario... Y en las fauces de un abismo
de tinieblas, puesto el pie,
iba el Hombre a despeñarse, como aborto de la nada,
como paria de la vida, sin piedad despedazada
la armadura de la fe.
¡Pobre loco que, ofuscada la mirada, pretendía
a los míseros guarismos que su mente concebía
reducir la inmensidad!
¡Pobre loco! En su delirio, por la vida tomó el sueño,
la ilusión por el oasis, por el éxito el empeño,
la mentira por verdad!
Como faro de la vida surgió entonces el Maestro
y las hondas lobregueces de la muerte con el estro
de su pecho iluminó:
roto estaba el gran misterio, replegadas las tinieblas,
y más bella y más radiante, vencedora de las nieblas
la verdad resplandeció.
…….
Las estultas muchedumbres escarnecen la memoria
del gran hombre y su doctrina: precursora de la gloria
siempre fue la ingratitud, y más grandes se levantan Víctor Hugo de sus penas,
Galileo del oprobio y Colón de sus cadenas
y el Dios-Hombre de la cruz. (449
……..
En junio de 1904, el poeta dio una gran fiesta en su casa de Ypacaraí. Esta fiesta fue “la última llamarada de su riqueza” según nos dice José Rodríguez-Alcalá. “Alejandro Guanes y señora se lee en una amarillenta invitación impresa en junio de aquel año - tienen el agrado de invitar a usted... a un paseo que se efectuará a su quinta de Ypacaraí festejando los quince años de su hija Mercedes el 26 del corriente mes”. (45)
La fiesta fue magnífica. Guanes y señora tenían en aquel tiempo una hermosa casa de campo en Ypacaraí, cerca del lago del mismo nombre. El poeta, como queda dicho, contrató un tren expreso para conducir a sus invitados al lugar de la fiesta. Esta fue la ocasión en que Guanes, al oír un comentario sobre su esplendidez de anfitrión, exclamó: “Prefiero quemar los cohetes por gruesa a hacerlo uno a uno”. Según uno de los convidados, el poeta quería decir que “prefería disipar el saldo de su rico caudal en una fiesta sonada, a gastarlo obscuramente peso por peso”.
La fiesta de Ypacaraí en honor de la hijastra del escritor es una prueba de cómo el padrastro sentíase, realmente, padre de la niña. En 1907, Alejandro Guanes nos dará otra prueba aún más elocuente de su amor a esta hija ajena a quien consideraba como propia. Escribirá el poeta, años más tarde, pensando en su hijastra:
Una guirnalda de albos azahares rodó... Mis manos,
al detenerla, se lastimaron; en sangre tintas
la recogieron: y los azahares, frescos, lozanos,
se convirtieron en mil claveles de rojas pintas... (46)
Pero no nos anticipemos.
En ese mismo año de 1904, Guanes se inició en la carrera administrativa en carácter de secretario general del Banco Agrícola de Asunción. Desempeñó ese cargo desde el 12 de marzo de 1904 hasta el 30 de enero del año siguiente. El poeta fue empleado público desde esa primera fecha hasta el día de su muerte en 1925.
Cualquiera que ignorase la vida del poeta supondría que quien comenzó como secretario general de una institución tan importante, terminaría su carrera administrativa en la presidencia de ese banco o en el Ministerio de Hacienda. Ello es que Guanes jamás fue hacia adelante. Jamás, aun siendo un político fiel a su partido, le nombraron diputado, senador, y menos aún, ministro.
“Yo -solía decir el poeta- que ni siquiera he sido diputado...”.(47)Fue, sí, jefe de sección del Ministerio del Interior desde 1906 a 1907; taquígrafo del Congreso Nacional desde 1910 hasta 1925; secretario de Correos y Telégrafos desde 1917 hasta 1921. Como los sueldos que ganaba eran insuficientes, el poeta se veía obligado a desempeñar dos o tres cargos a un tiempo. Dictó cátedras de castellano y taquigrafía en el Colegio Nacional y en la Escuela de Comercio. El poeta salía de la redacción de un diario para ir a dar una clase; de la clase iba a una oficina; de ésta, al Congreso.
Actuó en la administración pública, según el expediente de jubilación tramitado a la muerte del escritor, durante “dieciséis años, siete meses y cinco días”. (48) Supo, hasta la exasperación, de lo que ha llamado Walter De La Mare.
That dry drudgery at the desk’s dead wood.
Y en 1925, pobre y desencantado, murió en el oscuro puesto de taquígrafo parlamentario, aturdido por las vociferaciones de diputados y senadores, cuya garrulería le inspiraba un fastidio profundo.
¿Por qué prefirió Guanes vivir en la penumbra? ¿Por qué no se esforzó en rendir un máximo de energías artísticas y desdeñó todos los honores? ¿Por qué ni siquiera reunió sus poemas dispersos en un volumen?
“No he conocido hombre a quien el mañana preocupase menos. Tuvo la fortuna —la desgracia- de que su esposa fuese cabalmente como él. La propia pobreza era causa de diversión para ambos”. (49) No es de lamentar el que Guanes haya carecido de ambición política, ni tampoco el que haya menospreciado y dilapidado su dinero. Lo que sorprende y apena es que haya también tenido en poco su propio talento. Poeta inspirado, arrumbó la lira en plena juventud; prefirió versificar ironías a seguir creando belleza. Dilapidó su alto ingenio quemando una multitud de cohetes de epigramas, bajo cuyas cenizas sólo dejó a la posteridad un manojo de flores inmarcesibles.
ENSAYO TEATRAL
El 20 de noviembre de 1906 se estrenó en Asunción una comedia de Alejandro Guanes, La cámara obscura, que se ha perdido. Conocemos el argumento de la pieza gracias a la crónica de El Cívico:
La escena se desarrolla en un pueblo cercano a esta capital, ubicado sobre la vía férrea... Dos dilettanti de la fotografía, una dama mártir de su esposo, y una bella criatura a quien no amedrentan... los reactivos y ácidos de su futuro constituyen los personajes.
Augusto, enamorado de Estrella, va a casa de su amigo Benito para revelar con éste algunas placas fotográficas. Tras un breve diálogo, ambos se quitan la chaqueta y se encierran en la cámara obscura. Mientras los dos amigos se consagran a su afición favorita, Estrella y Blanca aparecen en la escena. Blanca es la esposa de Benito. Ambas “se narran sus cuitas con frases intencionadas que tuvieron el éxito previsto. Desaparecen éstas para reaparecer Augusto, quien, resuelto ese día a pedir la mano de Estrella, se despide de Benito y, luego de vestir la chaqueta, emprende rumbo a la quinta de su futuro suegro Restituto... Pasea Blanca por frente a su casa cuando se le acerca don Restituto”. Este cuenta a Blanca que “poco ha, un joven se ha presentado solicitando la mano de la Bella Estrella y él, antes de comprometerse, se dispone a solicitar informes acerca de la personalidad del pretendiente...”.
Blanca toma la tarjeta que le entrega don Restituto y lee en ella el nombre de su propio esposo: “Su asombro no tiene límites ni su ira vallas...”.
Mientras el padre de Estrella “se echa detrás del bellaco que ofensa tal pretendió inferirle”, Blanca queda meditando una venganza contra su esposo. Luego aparecen en la escena Estrella y Benito. “Blanca les insulta, les revela su infamia y en un estallido de ira, rompe el aparato fotográfico... El cuadro termina con un síncope que obliga a Benito a filosofar al lado de su esposa desmayada. La última estación revela el quid pro quo. Benito, que pasea presa de la mayor desesperación, explica a Augusto— la escena de celos que le ha ofrecido su esposa y termina noticiándole que don Restituto se prepara a buscarle para vengar a palos la ofensa inferida. La proximidad de don Restituto hace abandonar el campo a Benito, quien deja a Augusto que se las arregle solo”.
Acuden en auxilio de Augusto, Blanca y Estrella. Augusto saca del bolsillo una de las tarjetas para mostrársela al padre furioso y entonces “echa de ver que el nombre de Benito y no el suyo es el que se halla impreso en ella”.
Benito vuelve a aparecer y lo aclara todo “al demostrar que en el cambio de chaquetas radicó la intriga”. (50)
El Cívico afirma que el estreno fue un éxito. La pieza “tiene una versificación encomiable, vida y chistes de buena ley”. Cuando el público exigió la presencia de Guanes en el escenario, el poeta se negó a salir. Los aplausos se redoblaron. “Por fin —dice El Diario— llevado poco menos que a tirones, hizo su aparición el autor, que fue recibido por una salva de estruendosos y espontáneos aplausos”. (51)
La Patria censura ciertos juegos de palabras “de un color algo subido”; hace algunos reparos técnicos y concluye afirmando que La cámara obscura, “con todos sus lunares, no es peor que muchas de las pequeñas comedias y sainetes que nos vienen de España y Buenos Aires”. (52)
Pese a los muchos elogios prodigados en las crónicas periodísticas, es fácil deducir que La cámara obscura fue una farsa de escaso valor literario. Uno de los diarios afea al poeta el empleo de chistes licenciosos. Un crítico resueltamente favorable objeta: “La cámara obscura fue demasiado breve, la trama incompleta... no debemos olvidar que no es posible iniciarse sin defectos”. El mismo crítico hace un esfuerzo para justificar a Alejandro Guanes: “... desgraciadamente, sus tareas particulares y en algo el poco estímulo con que se reciben los esfuerzos intelectuales...” han desvirtuado... “el carácter joyesco de su estro”. Por lo demás, las producciones del poeta “han sido siempre muy inspiradas”. (53)
La cámara obscura fue una de las primeras obras teatrales escritas en el Paraguay independiente. El teatro paraguayo, que florecería más de treinta años después con originalidad, en dos idiomas, podría haberse iniciado mejor, sin embargo. El autor de Las Leyendas, que se deleitaba leyendo Pélleas et Mélisande y L’oiseau bleu hubiera elegido un tema más afín a su sensibilidad.
EL PROCESO: 1907
Es la media noche del 12 de julio de 1907. Asunción duerme en profundo silencio, sólo de vez en cuando interrumpido por el silbato de algún Guardia Civil o el largo ladrido de un perro. El Palacio de Gobierno alza su mole imponente de espaldas al río Paraguay.
Casas chatas, de arquitectura colonial, hace siglos contemplan ese mismo río, empinadas sobre los barrancos de la ondulante orilla o agrupadas en manzanas irregulares en las inmediaciones de aquel palacio.
Sombras renegridas de árboles y plantas se yerguen en las calles y patios silenciosos con tanta profusión que, vista Asunción a vuelo de pájaro y a la blanca luz lunar que la ilumina, se diría que la ciudad, después de haber sido abandonada de sus habitantes, fuera ahora invadida por la naturaleza subtropical que la rodea en tupidos boscajes cercanos.
Mas Asunción, madre de ciudades, hace cuatro siglos que vive su azarosa vida política allí, junto al gran río que fluye hacia el océano, dilatando muy lentamente su ámbito urbano, siempre atenta a lo que en el curso de su historia se resuelve, ya en la Casa de los Gobernadores coloniales, ya en el Cabildo, ya en el sombrío caserón del dictador Francia, ya en ese palacio que en esta noche de julio de 1907 alza su mole imponente en el silencio nocturno.
De pronto suena un disparo de pistola frente al palacio. A este disparo siguen en serie ocho disparos más. Un guardia civil de facción en una esquina cercana y un oficial de la guardia del palacio corren hacia el lugar de los disparos. El guardia civil alcanza a ver a un hombre que, tendido en tierra al pie de la ventana de la casa del Sr. Alejandro Guanes, hace fuego hasta que el arma le queda vacía.
El hombre tendido en tierra se llama Nemesio Saguier y está gravemente herido en el pecho. El oficial de palacio, subteniente Timoteo Aguirre, le pregunta quién le ha producido la herida. Saguier responde que no lo sabe. Entrecortadamente expresa que desde la ventana a cuyo pie yace, le dispararon un tiro. Ignora si fue el Sr. Guanes el que le hirió. Moribundo ya, el interrogado no puede contestar a las muchas preguntas que le formulan. La pistola máuser que tiene al lado, confiesa, es suya y, con ella, ha hecho varios disparos. Poco después Saguier fallece en la enfermería del Batallón de Bomberos adonde fuera conducido.
Al día siguiente el juez del crimen, don J. Tomás Barbosa, se dirige a la casa de los Guanes para tomar declaración a la esposa e hija del escritor. Guanes ya ha sido conducido a la Policía por un oficial que viniera en su busca.
La hijastra del poeta declara ante el juez que “la víspera, a media noche, ha acudido a una cita que tenía con el Sr. Nemesio Saguier, en la ventana de la sala que da a la calle Buenos Aires, frontera al palacio. Iniciado el diálogo fue sorprendida por su padrastro, el Sr. Alejandro Guanes, quien, seguramente escuchando las proposiciones que le hiciera el mozo, preguntó ‘¿Qué es lo que hay?’, pregunta que fue contestada por un tiro de revólver del joven Saguier, tiro que fue dirigido a la persona del requiriente...”. (54)
La niña huyó de la ventana. Sólo escuchó después “varias detonaciones de arma de fuego”. Esta es, en síntesis, la declaración de la Srta. Mercedes López Molinas.
Juez y secretario se encaminan a la Policía Central para tomar declaración al poeta. ¿Sabe el Sr. Guanes la causa de su detención? Sí, la sabe. El ha disparado un tiro de pistola contra una persona a la que hace sólo unas horas, a media noche, ha sorprendido en conversación con su hijastra en la ventana de la sala de su casa. Esta persona, desde la calle, sin darse a conocer, y por el solo hecho de haber sido interrogada por el poeta “acerca de una proposición que hiciera a la niña”, le descargó varios tiros de arma de fuego...
¿Tiene el Sr. Guanes “antecedentes de enemistad o agravio con el hoy finado Nemesio Saguier?”. No; “absolutamente, de su parte (no) tiene motivos de resentimiento o agravio con esa persona”. Todo lo contrario. Guanes “solía darle las consideraciones de un amigo... No obstante, cree de su deber dejar constancia de lo siguiente. Hace más o menos un mes, el Sr. Nemesio Saguier suspendió, sin motivo alguno, al menos que el declarante lo sepa, las visitas que con consentimiento de la familia venía haciendo con regularidad” a su hijastra.
Guanes ha declarado anteriormente al juez que la noche fatal, al interrogar al hombre que detrás de la ventana conversaba con su hijastra, éste, por toda respuesta, le había hecho fuego. El magistrado quiere saber ahora en qué consistió la pregunta del poeta. Guanes responde: en la alta noche, su hijastra ha abandonado su aposento y se ha dirigido a la ventana de la sala que da sobre la calle. El poeta ha seguido los pasos de la muchacha. “Ha asumido”, dice, “una actitud prudente y moderada”. Acaso en ello esté en juego lo que “pudiera afectar su nombre así como la honra de su familia...”. En la ventana de la casa oscura, el coloquio. Un hombre habla desde la calle: Guanes presta atención.
“Desgraciadamente las primeras palabras que llegaron a herir mis oídos fueron una proposición que partía del mozo que insinuaba a la niña a abandonar el hogar de sus padres”. Entonces el poeta inmediatamente se interpuso: —“¿Qué es lo que hay? ¿Qué es eso de vamos?”. La respuesta fue un disparo de pistola. Guanes disparó a su vez “el arma que llevaba”, tratando de apartar a la niña Mercedes porque, desde la calle, seguían sonando disparos dirigidos “hacia el interior de la pieza”.
Nadie ha sido testigo del hecho mismo. Sólo el Guardia Civil ha presenciado el fin del trágico episodio: el herido que, desde tierra, disparaba los últimos cartuchos. La declaración indagatoria termina. Guanes manifiesta al magistrado que se halla enfermo, “que su dolencia requiere tratamientos especiales, que no podrá recibir en los lugares de reclusión”. En atención a la enfermedad, el juez da a Guanes la casa de éste por prisión.
Todo esto ha sucedido desde la media noche del 12 de julio: primero, el diálogo junto a la ventana interrumpido por nueve detonaciones; el hombre aquel que cayó hacia atrás sobre la acera, haciendo fuego y que, desde tierra, siguió disparando hasta quedarle el arma vacía; la acera que se fue tiñendo de rojo... Luego el oficial de policía que ha venido a casa del poeta y se lo ha llevado, y ahora el juez, que le ha tomado declaración, y que ha decretado su prisión preventiva...
Guanes regresa a su casa y en ella se encierra, enfermo, atormentado. Desde allí nombra defensor para el juicio recién iniciado, a don Pedro P. Caballero. Como querellante particular, en representación de la madre del muerto, se presenta ante el juzgado el Dr. Juan Monte. Discútese en el tribunal la personería de este último, la cual, según la defensa, no está de acuerdo con el procedimiento. La defensa gana el incidente: el 7 de marzo de 1908 el juzgado ordena el desglose de los escritos presentados por el Dr. Monte. El sumario prosigue sin “esas piezas intrusas”, como llama el defensor Caballero a los escritos de su contraparte.
* * * * *
¿Quién ha disparado el primer tiro de los nueve que han sonado en la noche del 12 de julio de 1907? He aquí el quid de la cuestión. La pistola máuser del muerto ha sido hallada vacía sobre la acera. Esta pistola ha disparado toda su carga; sus proyectiles han entrado en la sala de la casa del poeta y han dañado muebles y paredes. Varios de estos proyectiles han seguido una trayectoria tal que debieron de ser disparados estando, el que esgrimía el arma, de pie.
Ahora bien: el arma con que Guanes confiesa haber hecho el único disparo es una pistola “de dos tiros” de grueso calibre. Si el poeta hubiera disparado antes que Saguier, éste hubiera caído al suelo en el acto. Pues bien: Saguier no sólo ha hecho uno sino varios disparos antes de desplomarse, según se infiere de la trayectoria seguida por sus proyectiles.
Esta circunstancia patentiza el hecho, conforme arguye el defensor, de que Guanes no fue el agresor, ya que Saguier, herido a quema ropa en la mitad del pecho por una bala de grueso calibre, no hubiera podido mantenerse erguido y contestar, repetidas veces, al fuego. En suma, Guanes disparó después que Saguier, en legítima defensa.
El fiscal y el juez aceptarán el argumento del defensor Caballero. No hay pruebas. No hay testigos; nadie vio a Guanes en el momento fatal en que sonó el primer tiro, excepto la hijastra del poeta, cuya relación del hecho se conoce. ¿Pesó en la balanza de la justicia la intachable reputación del acusado? ¿Fueron la hombría de bien y el honor inmaculado de Alejandro Guanes el argumento decisivo?.
En el mes de abril de 1908, el fiscal estudia el sumario. El 29 del mismo eleva al juez su dictamen: “Del estudio de las declaraciones de testigos (se refiere al subteniente Aguirre y otros que llegaron al lugar del hecho una vez consumado éste) y demás piezas, resulta comprobado de un modo evidente que el prevenido Guanes se ha encontrado en estado de legítima defensa... Por tal circunstancia, y por las razones apuntadas por el señor defensor del mismo... esta Fiscalía opina que debe sobreseerse libremente la causa a tenor del Art. 419, inc. 30 del Código de P. Penal...”.
Un mes después el juez dicta auto de sobreseimiento. En el considerando expresa que no hay pruebas “que justifiquen la criminalidad del acusado para dejar subsistente el auto de prisión...”. Del estudio de la “fuerza probatoria de las declaraciones testificales resulta la presunción de su veracidad... La legítima defensa es un “hecho constitutivo de excusación...”. Y, finalmente, el magistrado decreta: “Sobreseer libremente a favor del encausado Alejandro Guanes... declarando que la formación de esta causa no perjudica el buen nombre que gozaba antes”, de la formación de la misma. El proceso incoado a Alejandro Guanes el 13 de julio de 1907 ha terminado. Estamos a treinta de mayo de 1908.
El poeta llora:
Día y noche, Señor, clamo y a tus pies postrado imploro.
Tus oídos, mi Dios, abre y oye el eco de mi lloro.
Pero las desgracias no vienen solas. En 1909 muere otro hijo varón, también llamado Hiram como el que pereciera trágicamente en 1904. “Fue un golpe terrible para papá esta nueva muerte nos dijo su hija Servillana—; se mesaba los cabellos, se golpeaba la cabeza contra las paredes, lloraba como un niño”. '
Cuatro años tenía; rubio el cabello,
trigueñas las mejillas, y una negrura
sus ojos, cual la noche sin un destello,
la noche de su ausencia que me tortura!
Yo he sufrido dolores a cual más hondo
que mi alma llenaron de vil laceria;
yo de mi pecho altivo sentí en el fondo
la mordedura hambrienta de la miseria...
Pero no tan precito, grande y profundo,
como el que así dejara mi pecho yerto...
¡Supo inventar tormentos el que, iracundo,
me hizo besar los labios de mi Hiram muerto!” (55)
El poeta tiene 36 años. Está envejecido y desalentado. Es pobre, y la pobreza y el infortunio lo han vuelto insociable.
“Disipador empedernido, su bonanza económica le duró poco. Cuando se vio pobre, repudiado por su familia —en cuyo seno el nombre del hijo díscolo sonaba ingratamente— Alejandro Guanes se acoquinó y cobró cierto despego por las gentes... Yo no conseguí jamás que Alejandro aceptase una de la frecuentes invitaciones que a comer en casa le hacía en aquel tiempo en que se reunía en torno a mi mesa una “capillita”: Barrett, Viriato Díaz-Pérez, Ruck Uriburu, Hérib Campos Cervera, Ricardo Mujía....”. (56)
ANECDOTAS
Guanes tiene pocas anécdotas porque no era hombre de posar para el objetivo. Su sencillez era perfecta. Jamás miró hacia la galería. (57)
Sin embargo, conocemos algunas, reveladoras de su carácter. Allá por 1909 arribó a Asunción un periodista de algún renombre y fue a visitar El Diario. Llamábase el periodista Dositeo López. Le fue presentado a Alejandro Guanes y ambos, poco después, trabaron animada charla sobre periodismo, literatura y temas afines. La conversación era muy seria. Intervenía en ella toda la plana mayor de El Diario: director, redactores, amigos de la casa y miembros de su tertulia cotidiana. De pronto, Guanes muy grave y formal, preguntó al huésped: “Dígame, señor: ¿Tiene usted padre?”. El huésped, muy sorprendido por la inesperada pregunta, contestó afirmativamente.
—“Entonces, señor López, usted debe tener un carácter excelente.
— ¿Por qué lo dice usted, señor Guanes?
—Porque si yo tuviese un padre que me hubiese dado el nombre de Dositeo, lo asesinaría”.
Todos celebraron la ocurrencia con una incontenible carcajada, inclusive la víctima de la broma. Sólo Guanes permaneció impasible. (58)
Cuando el poeta uruguayo Juan Zorrilla de San Martín vino a Asunción, fue entrevistado por un periodista. Este periodista no era otro que don Alejandro Guanes.
“¿Qué nos puede decir, señor Zorrilla, para nuestro diario?”. Respondió el uruguayo con aspereza: “Nada, porque he venido de paseo”.
El periodista insistió. El uruguayo se negó una vez más a hacer declaraciones. Mas su interlocutor conocía su oficio y, tras un persuasivo discurso obligó al autor de Tabaré a cambiar de opinión y a ofrecer algunas sobre el Uruguay, la poesía uruguaya en general, y la propia en particular.
“Bueno, hablaré, pero con una condición” —manifestó Zorrilla . “Hay un poeta paraguayo con quien he mantenido correspondencia. Se llama Alejandro Guanes. Le haré las declaraciones que me pide, si usted me presenta a Alejandro Guanes”.
“¿Alejandro Guanes?”. El periodista hizo un gesto de contrariedad. “Pero si ese Guanes es un botarate”.
“Yo no le pido su opinión sobre D. Alejandro Guanes”, respondió el uruguayo furioso.
“Pero, señor Zorrilla, el tal Guanes es un tinterillo...”.
A estas palabras el uruguayo se indignó aún más y, como la entrevista se volvía violenta, el periodista cambió de tono.
“Señor Zorrilla”, dijo con una mirada irónica y bondadosa, “ya que tanto insiste, permítame presentarle a usted a ese Guanes”.
Y le tendió la mano.
Y desde ese momento los dos poetas no se separaron hasta que don Juan Zorrilla de San Martín regreso al Uruguay. (59)
“Guanes —expresa Justo Pastor Benítez— escribió en El Diario durante mucho tiempo. Tuvo su época florida en 1911 cuando satirizaba en prosa y verso a Albino Jara y a Liberato Rojas. Chispeaba. Entraba en la redacción del periódico diciendo: ‘ ¡Miserables, sois unos vulgares rateros! ¡Me habéis robado la inspiración.!” (60)
Después de hacerse espiritista -dice José Rodríguez-Alcalá—, Guanes evolucionó hacia el teosofismo. Consiguientemente, se volvió vegetariano, pero no con mucha convicción, según se deduce del deleite con que devoraba bistecs y asados cuando se le ofrecía la oportunidad. En cierta ocasión estaba aplicado a comer unas milanesas de gran tamaño cuando irrumpió en El Diario —del que era redactor siendo yo director— el teósofo estrictamente observador y ortodoxo Viriato Díaz-Pérez y allí fue el azaroso apuro de Guanes por huir a las miradas del hermano. Fue una escena hilarante. Guanes no quería ser sorprendido en el acto de apostasía, pero tampoco quería renunciar a las sabrosas milanesas con que seguramente saciaba un largo apetito. Viriato lo miraba con expresión de horror, afirmando con la mano derecha los lentes mientras con la izquierda blandía amenazadoramente su bastón.
“¿Pues éstas teníamos, eh, hermano teosofista? ¿Comiendo milanesas?” Pero Guanes era un fresco y se justificó diciendo que las comía sólo por fortalecer su convicción vegetariana experimentando los dañosos efectos de la carne sobre el organismo... Nos reíamos a carcajadas los testigos de la escena. Lo cierto es que Guanes acudía a la redacción con un pequeñísimo cesto en el que llevaba su frugal comida: tres bananas, dos naranjas, una zanahoria, un tomate, unos nabos. Estaba muy pobre. A Jean Paul (61) le secuestraba las cartas, casi siempre de procedencia femenina, para imponerle un precio por el rescate de las mismas: el precio era una botella de cerveza y unos sandwiches. Si a la primera intimación Jean Paul no accedía, Guanes rompía el sobre de la carta; a la segunda amenazaba con reducirla a cenizas porque eso de leer cartas ajenas no entraba en la rigurosa moral de un teosofista... Alguna vez quemó efectivamente la carta cuya restitución impetraba Jean Paul y bastó este ejemplo para que se cumpliese regularmente la ley del rescate.
Nos pareció siempre que Guanes no acabó de buscar una orientación para su espíritu y que, atormentado por la ansiedad de encontrarla, dejaba fácilmente un camino por otro sin llegar a tomar ninguna convocación definitiva”. (62)
En cuanto a la bondad del poeta, nos dice el mismo José Rodriguez Alcalá: “Nunca vi a Guanes alterado por cosa alguna, ni en su dolorosa miseria; no se alteró tampoco cuando se vio en posesión del buen cúmulo de pesos que todavía le quedó al heredar de su padre y después de pagar sus deudas. Su primer derroche de rico —lo era por tercera vez— lo hizo en libros de teosofía. Recibió su caudal con mano displicente y con mano apresurada lo dilapidó en poco tiempo. En años de convivencia, trabajando en la misma mesa, no tuvimos jamás, el y yo, una fricción. Me llamaba su “hermano mayor en el periodismo” —así tituló o epigrafeo unos versos que me dedicó y jamás escribió un suelto sin pedirme instrucciones sobre lo que había de decir. Me irritaba íntimamente esta laxitud, porque yo le sentía muy superior a mi por su talento y por su renombre”. (63)
En cuanto a la prodigalidad del poeta, el director del diario El Pais, don Vicente Lamas, nos dijo personalmente: “Don Alejandro era un hombre inmensamente pródigo. Cuando recibió la herencia de don Francisco, su padre, Guanes tenía un ropero lleno de billetes de banco. Cada vez que uno de sus hijos venía a pedirle dinero —y Guanes tenía varios hijos— el poeta le decía: "Aquí está la llave, saca”. Y el dinero salía del ropero sin que el poeta echase sobre él ni siquiera una desdeñosa mirada. (64)
Con sus hijos era cariñoso y benévolo. Doña Servillana Guanes de Brugada nos cuenta esta anécdota: “A mi hermano Gustavo, cuando éste se portaba mal, mi padre solía castigarlo atándole de la cintura a la pata de una mesa con una hebra de hilo 60”. (65)
En su época de mayor fervor teosofista Guanes, rodeado de una familia católica, decía a los suyos: “Vosotros no veis porque estáis ciegos: el catolicismo es ya retrógrado; hay que mirar más lejos”. Y a su hija Servillana: “Esta pobrecita no puede abrir los ojos; estás ciega, hija mía. No trajiste de la otra vida ni tan siquiera la intuición”.
Y Servillana le respondía sonriendo: “Bueno, papá: no te aflijas; en la próxima vida voy a tener intuición”. (66)
“Empleaba mucho —dice su hija Servillana— las palabras intuición e intuitivo. Siempre que un niño decía algo sorprendente, mi padre comentaba: “Esto es intuitivo”.
Guanes leía con gran interés los libros de la Blavatsky, especialmente The Secret Doctrine. Y según nos afirma la señora de Bragada. Guanes decía con profunda convicción que la Blavatsky hacía milagros como Jesús. (67)
Don Pablo Max Ynsfrán nos relata una anécdota que revela el aspecto travieso del carácter del poeta: “En ruedo de muchachos (los de mi edad, entonces) se conducía como uno de nosotros. Una vez nos propusimos escribir una novela entre tres, don Alejandro, Leopoldo Centurión y yo. Cada uno escribiría un capítulo sin ponerse de acuerdo sobre trama alguna, pero dando continuidad al que empezara con el primer capítulo. Empezó Centurión con un comienzo de novelón espeluznante, en que describía una noche obscura, en una calleja estrecha. Seguí yo con un segundo capítulo, donde no hice en realidad intervenir a ningún personaje (seguía la noche obscura) pero anticipé algo terrible con unos gritos desde una de las casas de la calleja. Cuando le tocó el turno a don Alejandro, éste no pudo resistir a la tentación de una broma, y esbozó el primer personaje, que era, recuerdo perfectamente, un señor de nombre Bravessard, que en el momento en que entraba en escena “bebía plomo derretido en un vaso de amianto, herencia de sus antepasados”. Con esto la novela quedó en nada. El espíritu retozón de don Alejandro lo echó todo a perder... (68)
GUANES Y SU GENERACIÓN
Alejandro Guanes pertenece a la que podría llamarse la generación paraguaya del 98. Cecilio Báez, Manuel Gondra, Juan E. O’Leary, Manuel Domínguez, Fulgencio R. Moreno, Ignacio A. Pane , Arsenio López Decoud son sus coetáneos más distinguidos. Esta generación de escritores se divide en dos grupos: los de un nacionalismo intransigente, que estudian el pasado para justificarlo, como O’Leary y Domínguez; y los que, como Cecilio Báez, estudian el pasado para hallar la causa de los males presentes.
Fue ésta, pues, una generación polémica. En 1898 O’Leary escribió “El alma de la Raza”, largo poema nacionalista, y años más tarde “ ¡Salvaje!”, canto al indio guaraní, en versos sáficos. El éxito de O’Leary fue inmenso. Se le llamó el cantor de las glorias nacionales. Fue una suerte de Blanco Fombona paraguayo. Su fama rebasó las fronteras. Fue celebrado por Rodó, Rubén Dario, Salvador Rueda, Carlos Pereira y por el mismo Blanco Fombona, a quien se le parece.
Cecilio Báez, imbuido en la doctrina positivista, era el caudillo de un movimiento de revisión histórica que, abominando de las dictaduras del pasado, especialmente del mariscal Francisco Solano López, predicaba el evangelio del liberalismo spenceriano. Báez y O’Leary simbolizan una etapa apasionante de la cultura paraguaya como líderes, respectivamente, del antilopismo y el lopismo. Los diarios estaban llenos de artículos polémicos y de ensayos históricos. Se vivía en el presente para reivindicar el pasado o para vituperarlo.
Pero Alejandro Guanes permaneció indiferente ante esta polémica y no se adscribió a ninguno de los bandos. Tenía él concepto estético de la vida y en el pasado sólo hallaba la belleza melancólica de lo que fuera vida, pasión, amor y dolor, alegría y ensueño. No tuvo, por eso, Alejandro Guanes la dura actitud crítica de un Báez ni el jingoísmo frenético de un O’Leary.
Se mantuvo el poeta al margen de esta apasionada contienda intelectual en la que una generación concentró toda su energía espiritual, contienda cuyos ecos repercutieron en el continente dando prestigio internacional a sus participantes. El temperamento de Guanes no se avenía con las actitudes teatrales del jingoísmo vociferante. Tampoco podía entusiasmarle la prédica del positivista Báez de quien, filosóficamente, disentía.
A Guanes le gustaba satirizar sin solemnidad. Las ideas que le apasionaban no eran sobre este mundo sino sobre el otro, el del más allá. Y las pequeñas pasiones de éste le divertían y eran tema para el epigrama rimado, no para el ensayo histórico ni para el ditirambo patriótico.
Y sin embargo, Guanes mereció el respeto de los jefes de los dos bandos intelectuales. Cuando aparece la Antología paraguaya en 1910, el compilador sintetiza las opiniones de los escritores coetáneos del poeta: “Aun cuando no ha ceñido corona todavía, de Guanes puede decirse que es el poeta laureado del Paraguay. Domínguez le llama sencillamente ‘el poeta’, Báez le ha colocado en primera fila entre los portaliras nacionales; O’Leary ha dicho que sus Leyendas es lo mejor que se ha producido aquí...”. (69)
Pero es indudable que si Guanes no tiene hoy fama continental se debe a que no participó en las luchas ideológicas de su generación y por eso no tuvo ocasión de dar la medida cabal de su talento. Báez, Domínguez, O’Leary, escribieron inspirados por el dolor de su patria, por el dolor de la derrota, como lo hicieron Unamuno y demás escritores de la generación coetánea española; Guanes recogió ese dolor no para sublimarlo en invectivas patrióticas ni para hacerlo olvidar por su pueblo con la formulación de ideales realizables en un futuro mejor; Guanes recogió ese dolor para interpretarlo, para darle una voz imperecedera.
Y esa fue la misión del autor de Las Leyendas: llorar un viejo dolor, actualizarlo en la magia del verso y dulcificarlo depurándolo en una atmósfera de belleza.
El año 1910 señala el apogeo de la vida literaria de Alejandro Guanes. La Antología citada da a sus poemas una consagración nacional: “Las producciones de la que bien podríamos llamar la segunda época de Guanes, nos revelan el poeta que esperábamos ansiosamente, el que incorporará su nombre a la pléyade de los más altos de América, el que en hondos surcos de inspiración hará florecer en estrofas radiosas las grandezas de su raza y los anhelos del alma universal. Absorbido por el periodismo sobre cuyo yunque elabora amargamente el pan de todos los días, Guanes, apenas puede dedicar a producir unos pocos momentos que le restan libres. Con todo, las composiciones que publicamos representan la labor de unos cuantos meses y esto da la idea de lo que cabe esperar del poeta para cuando pueda consagrarse más amplia y libremente a su arte...”.
Mas los votos formulados por el antólogo no se cumplirán jamás. La obra poética de Guanes ha terminado en 1910. El poeta ya ha escrito su “Glosa de las siete palabras”, sus “Recuerdos” y, sobre todo, “Las leyendas”. No tendrá el poeta el acicate de la ambición. Sentirá acaso el afán de dar expresión a su mundo poético. Pero, carente de ambición, no hará el esfuerzo creador necesario.
“El suyo —escribe Pablo Max Ynsfrán— no fue un destino trunco, sino que en realidad no fue un destino. El no vivió; pasó por la vida... Había en Guanes alguna cosa de santidad. La santidad le daba esa concepción atemporal de la vida que le llevó a vegetar más que a vivir, pero a vegetar como la rosa que florece porque sí, porque hay fuerzas detrás de ella que la empujan a florecer. Como Guanes no tenía pasiones, Guanes tampoco tenía ambiciones, y, desde luego, despreciaba las ambiciones con desdén aristocrático. Porque, curiosamente, Guanes, un aristócrata de prosapia, lo era de alma sobre todo. Eso sí, abúlico, había en él la indiferencia enorme de un señor para las menudencias mundanas que a los demás nos estrujan el corazón y la cabeza”. (70)
Estas palabras del escritor Ynsfrán revelan claramente un aspecto del carácter del poeta. La vida de Guanes fue como la de un rosal en un huerto abandonado e invadido por las zarzas. Dio algunas rosas y luego se dejó secar lentamente en polvorienta soledad.
Algunas de aquellas rosas, sin embargo, tendrán la virtud de no marchitarse nunca: Las Leyendas. Este poema fue escrito en 1909, pocos meses antes de aparecer la Antología ya mencionada.
“En cuanto a Las Leyendas —escribe José Rodríguez-Alcalá— he aquí su génesis: yo había escrito un relato evocador del pasado. Le gustó a Guanes. Le gustó y le suscitó la inspiración para evocar un caserón de sus antepasados envuelto en leyendas. Seguramente concibió el tema, sintió esa íntima combustión de la creación y se sentó a la mesa diciéndome: “Voy a escribir yo también una leyenda en verso”. Y transfigurado —tal como se ponía cuando creaba— escribió las estrofas de Las Leyendas que me dedicó así: “A José Rodríguez-Alcalá, que las escribe preciosas”. Yo enloquecí de entusiasmo cuando él me las leyó con aquella voz cálida, armoniosa y como confidencial que era la suya y en la que jamás percibí un arrebato. En El Diario del día siguiente —yo era director de El Diario- la publiqué y luego la inserté en mi Antología. Son los versos más hermosos de la lírica paraguaya. Esto acaeció en 1909...”. (71)
A partir de 1910, pues, el poeta Alejandro Guanes no escribe más poesía. Ya en su vida no acontece nada realmente importante. Como miembro del Partido Liberal, volvió a participar en una revolución esgrimiendo la pluma, no el fusil. “Guanes —dice Justo Pastor Benítez— estuvo en la revolución de 1911—12, en Pilar y Alberdi. Allí publicaba, vía Formosa, un periodiquín satírico. Le gustaba satirizar a Audibert. Volvió a florecer su sátira en 1920—1922... ¡Qué agudas eran sus flechas!”. (72)
Alejandro Guanes, pues, ha actuado en dos revoluciones. ¿Lo hacía el poeta por convicción partidaria? Así lo cree el Dr. Eladio Velázquez al decir que “Guanes no fue solamente la cumbre de nuestra lírica. Fue asimismo, siempre, y éste no es título de olvidar, un excelente ciudadano; amó y defendió la democracia...”.
Es más verosímil que Guanes interviniera en las luchas civiles más llevado por los amigos y el amor al cambio que por convicciones muy firmes. Guanes era hombre sin pasiones, incapaz de arrebatarse por intrigas políticas. Militó, sí, en un partido político que sin duda consideró el mejor; pero más parece que para él la política fue un juego, una fuente de inspiración para epigramas satíricos.
Nada sabemos del Guanes revolucionario, aparte de lo que nos cuenta Justo Pastor Benítez. De 1911 a 1925 trabajó como taquígrafo en el Congreso. En una carta ya citada, el historiador Pérez Acosta dice que Guanes aprendió taquigrafía en Buenos Aires, cuando era alumno del Colegio San José. La taquigrafía será, sin embargo, en los últimos años del poeta, su “modus vivendi”.
También en 1911 fue nombrado profesor de castellano y taquigrafía del Colegio Nacional. Guanes enseñó literatura española. “Aprendió literatura enseñándola —escribe el hijo del poeta, don Manuel Guanes— según decía él mismo”. (73)
Del Guanes catedrático, el Dr. Carlos R. Centurión, historiador de la literatura paraguaya, nos dice en una carta: “Fui alumno de Guanes en 1918... Guanes, en la cátedra, se asemejaba a un personaje bíblico. De tupida y rizada barba; de ojos claros, escrutadores; de cutis atezado, marmóreo; de facciones jesucristianas, de ademanes mesurados; de andar cansino, grave, como de quien va muy lejos... Así lo veo todavía a través de la neblina de mis recuerdos estudiantiles. Entraba en el aula con llaneza de gran señor. Poesía esa difícil sencillez, cordial y amable, que es la elegancia del hijodalgo. Dejaba el sombrero sobre la mesa, arreglaba el moño de la negra corbata, alicaída sobre la blanca pechera, y comenzaba a hablar... De rato en rato se interrumpía para hacer una pregunta. Y tras la respuesta del discípulo, venía del maestro la observación juiciosa, no exenta de sal ática. Así se generalizaba el diálogo inicial, y nunca faltaba el motivo... esperado de la carcajada juvenil. El poeta dejaba traslucir entonces una sonrisa picaresca, no tan expresiva en sus labios como en sus profundos ojos claros.
Y la clase proseguía llena de interés, rica en enseñanzas, matizada y viviente...”. (74)
ULTIMOS AÑOS
Vemos aparecer al poeta en público en 1915 para pronunciar un discurso. El cuerpo de profesores del Colegio Nacional encomienda a Alejandro Guanes que dé la bienvenida, en nombre del colegio, al gran poeta uruguayo Juan Zorrilla de San Martín.
No hemos podido hallar el texto del discurso. Sabemos, sí, que Guanes era amigo del autor de Tabaré, como se ha dicho más arriba. Creemos que ésta es la primera y última vez que el poeta hizo frente a un auditorio para pronunciar un discurso. La visita de Zorrilla al Colegio Nacional, sin embargo, constituyó un acontecimiento literario. Durante esa visita, hizo uso de la palabra el primero de los poetas paraguayos, ya en el ocaso de su inspiración. Y también un adolescente desmirriado, mal vestido, de ojos llenos de fuego: Manuel Ortiz Guerrero. Guerrero leyó unos versos titulado “A Zorrilla de San Martín”, que conmovieron al viejo poeta oriental. Y éste, en presencia de Alejandro Guanes, dio en un abrazo al adolescente, el espaldarazo poético.
En 1917 Guanes es nombrado Secretario General de Correos y Telégrafos. Este es uno de los varios cargos que desempeña entonces. El poeta está enfermo. Tiene una grave afección cardíaca. El ritmo de su vida se hace más lento. Pero su buen humor permanece inalterable. “Padecía ya del corazón y para olvidar la enfermedad hacía chistes y contaba anécdotas graciosas. Siempre estaba contento y tranquilo”. (75)
Y así pasan los últimos años de la vida del poeta. Ahora ya no vive más en la calle Buenos Aires sino en una casa más pequeña, en la calle 14 de Julio. El poeta se levanta temprano todas las mañanas. Se viste lentamente, se desayuna y sale a la calle. Aunque le gusta caminar, ahora, porque sufre del corazón, toma en la esquina de su casa el tranvía que lo deja cerca de Correos y Telégrafos. Guanes está siempre ocupado: es simultáneamente taquígrafo del Congreso, profesor del Colegio Nacional, redactor de El Diario y secretario de Correos. Sus sueldos son todos pequeños; su familia, numerosa. Pero el poeta es feliz a su modo. Ha hallado, como Amado Ñervo, una serenidad religiosa.
En diciembre de 1920, a los 76 años, fallece el padre del poeta. Don Francisco era hombre rico, y ha dejado una cuantiosa fortuna. Aunque repartida ésta entre su viuda y los hijos de sus dos matrimonios, la parte correspondiente al poeta es una suma considerable. Alejandro dilapidó su caudal en poco tiempo, después de haber satisfecho un solo deseo: hacerse de una biblioteca leusófica.
En estos últimos tiempos Guanes, como se ha dicho, ya no escribe más poesía. Escribe mucha sátira en verso bajo el pseudónimo de “El Sobrino Camándulas”. Con este pseudónimo se faltaba el respeto a sí mismo el autor de Las Leyendas.
Sirva de ejemplo la siguiente composición:
LAS GRANDES DELICIAS
¡Oh delicia brahmínica! Los mundos
ver correr en tropel por los profundos
espacios del vacío,
ver tras un sol, de mil, el ígneo carro;
y estarme yo al mirarlo, taciturno,
sentado en un anillo de Saturno
fumándome un cigarro!
¡Oh, Bartrina! Mayor delicia encierra
ser Ministro de Hacienda en esta tierra;
ver quebrarse el partido en hondo cisma,
al presidente ver rota la crisma,
zaherirse los muchachos, hechos ascuas
y estarse más contento que unas pascuas
sumido en el profundo
deleite de estudiar relativismo
fumando a todo el mundo
y que vaya la hacienda al diablo mismo! (76)
Estos versos satíricos aparecieron en La Tribuna el 17 de noviembre de 1921. Curioso es observar que hay en ellos la influencia bien perceptible de sus lecturas teosóficas y astrológicas. Guanes en estos tiempos trata de determinar su propio horóscopo, estudia a la Blavatsky, lee a Maeterlinck.
“Sentenciado por una enfermedad del corazón —escribe Manuel Domínguez—, semejante al Marqués de Bradomín, sonreía a la muerte como se sonríe a una mujer. Su libro favorito, en los últimos meses, era La inteligencia de las flores, donde admiraba las perspectivas inesperadas y fugaces, al par que el pincel maravilloso. En el fondo, nuestro poeta era un místico armonioso, un sensitivo transcendente, y por serlo, supo intuir en el gran misterio claridades que el materialista no sospecha porque, como la flor nocturna de cierto cacto de los Trópicos, muriendo antes de la aurora, ignora los encantos de la luz, en su destino maldito”. (77)
En 1924 Guanes decidió publicar en volumen unos breves ensayos de teosofía, aparecidos dos años después con el título Del viejo saber olvidado. El poeta no vería su librito impreso. La muerte estaba cerca y “la esperaba a todas horas”. (78) Ya había sacado su horóscopo y sabía la fecha... En su juventud, en una poesía “A la muerte”, había escrito:
Cierre tu piadosa mano
mis tristes ojos al sueño:
sediendo de tu beleño,
oigo extasiado tu voz:
contraerán suave sonrisa
mis labios descoloridos
cuando apagues los latidos
de mi herido corazón. (79)
El 28 de mayo de 1925, a las nueve de la mañana, se cumplió con puntualidad el mensaje profético que el mismo Alejandro Guanes captara -se ha dicho-, tiempo atrás, interrogando a los astros. “Sábese —escribe Carlos R. Centurión— que él mismo profetizó el día de su deceso, con mucha antelación y con admirable exactitud”. (80)
Aquella mañana del 28 de mayo fue hermosa. Estaba el cielo azul y el sol brillaba tibiamente. Poco antes de su muerte, el poeta, en un corro de amigos ha dicho con una expresión juvenil y confiada: “Es la belleza del día la que levanta mi espíritu”. (81) Después ha conversado unos minutos más y ha querido dedicarse a sus tareas diarias. Pero no se ha sentido bien y por eso ha tomado el sombrero y se ha marchado a su casa. Dos cuadras antes de llegar a su domicilio, se ha detenido en la Plaza Uruguaya para contemplar un rosal florido. Al poeta le duele el corazón. Está fatigado y quiere acostarse; lanza una última mirada sobre las rosas y prosigue su camino. Poco después de llegar a su casa, sufre un ataque cardíaco y muere.
El sepelio del poeta se llevó a cabo al día siguiente por la tarde. Monseñor Hermenegildo Roa, asistido por dos sacerdotes, rezó los oficios religiosos. Hicieron el elogio fúnebre del poeta el ex presidente José F. Montero, los escritores Juan E. O’Leary, Pablo Max Ynsfrán, Julio César Chaves, Juan Francisco Pérez y otros.
“De la muerte de D. Alejandro —escribe el señor Ynsfrán— sólo recuerdo nítidamente su cadáver. El muerto tenía en el semblante una serenidad maravillosa. ¡Estaba sonriente!”. (82)
II. LA OBRA POÉTICA
La obra poética de Alejandro Guanes se inicia en 1890 y termina, como se dijo, en 1910. Esta es una labor intermitente. No se puede observar en ella un proceso, un desarrollo. Es cierto que los versos juveniles con que el poeta gana un certamen literario escolar en 1890 tienen una inspiración romántica y que, en poesías posteriores, Guanes se manifiesta escritor modernista. Esta es la única evolución que se advierte en su obra, aunque sin transición. En efecto: entre los versos de la adolescencia romántica de Guanes y su madurez modernista, median unos quince años. Y estos quince años no están jalonados por poemas en que el proceso evolutivo se advierta en fases diversas.
Comparada con la vasta obra poética rubendariana, ejemplar como expresión de un largo desarrollo, la de Guanes resulta fragmentaria. Nosotros hemos afirmado más arriba que Guanes renunció prematuramente a su arte. Ahora debemos agregar que aun antes de esta renuncia tampoco le consagró un esfuerzo continuo. De 1890 a 1910 hay veinte años, de los cuales, por lo menos diez son estériles. Esta es la razón por la cual en su obra no se perciben transiciones de una actitud a otra.
En rigor, el arte del poeta de Las Leyendas alcanza su plenitud entre 1905 y 1910. En estos cinco años Guanes compone sus poemas de inspiración neoespiritualista en armoniosas combinaciones estróficas. Su traducción de “Ulalume” y Las Leyendas están escritas en la misma forma estrófica. El verso de 16 silabas combinado con octasílabos es el molde en que vierte lo mejor de su estro.
LOS TEMAS
No es Guanes poeta épico, cantor del heroísmo de sus padres. Pero el dolor de su patria no le es indiferente. De haber nacido en otro país, Guanes se hubiera encerrado en la torre de marfil. Pero Guanes es paraguayo y pertenece a la generación de la trasguerra. Le es imposible cerrar los ojos al dolor de la catástrofe reciente. Es época de fervoroso nacionalismo. El país, agobiado por la derrota, necesitaba una afirmación de valores. Los contemporáneos de Guanes responden a esta necesidad de la nación con la exaltación del heroísmo de la raza.
Las dos composiciones patrióticas de Alejandro Guanes “ ¡Salve, Patria!” y “Ocaso y Aurora”- están exentas de invectivas al enemigo de ayer. Este es un rasgo que lo diferencia de los más exaltados de sus contemporáneos. Guanes canta el dolor de su patria y le predice un futuro mejor:
¿Por qué agotados he de ver tus senos,
marchitos tus pezones,
fuentes de vida rozagantes, hechos
a amamantar leones?
En seguida el poeta canta las bellezas de su patria:
Sol de trópico enciende tu horizonte
y pinta tus palmares
y viste de crespón multicoloro
tus bosques seculares...
El poeta considera estériles las lamentaciones y las invectivas, la patria será redimida por el esfuerzo creador de sus hijos:
Es que tu tierra primorosa y fértil,
que tu tierra opulenta,
harta está de la sangre de tus hijos
y del sudor sedienta...
En un arranque de optimismo, el poeta se sobrepone al inmenso desaliento de la derrota y lleno de fe lanza este vaticinio:
Yo veré convertido en paraíso
tu jardín hoy agreste,
y veré recamada de guirnaldas
la fimbria de tu veste!
En “Ocaso y Aurora”, composición mucho más extensa, una mujer paraguaya, poco después de la guerra contra la Triple Alianza, evoca las gestas de la contienda. Los restos del ejército paraguayo se retiran hacia los confines del país:
Y aún con aliento, altanera,
por la escarpada ladera,
trasponiendo los breñales
y recios caraguatales
de la abrupta cordillera,
iba la hueste patriota
en inefable delirio
tras de su bandera rota,
a beber la última gota
del cáliz de su martirio.
La paraguaya es una “residenta”, esto es, una de las mujeres que abandonaron las ciudades por orden de López para, uniéndose al ejército, ofrecer al invasor la resistencia de la nación en bloque. La “residenta” es testigo y actor en el drama del derrumbe final:
¡Triste instante que el olvido
jamás aleja de mí,
el del ocaso encendido
en que a mi hermano querido
el postrer abrazo di.
Baldado estaba; ilusoria
su imagen en mi memoria
se dibuja: como un rayo
la hirió la hoguera de gloria
del veinticuatro de mayo.
Quise en vano detenerle;
supliqué; quise esconderle:
¡Alma a la patria rendida
aun le faltaba ofrecerle
el postrer soplo de vida!
El guerrero se desata del abrazo de su hermana y corre a la batalla. La “residenta”, transida de dolor, reza una patética plegaria:
¡Piedad, Señor! Tu siervo,
pobre despojo humano,
a hundirse va en la sombra
de arcana eternidad:
¡La sombra de las sombras!
No volverá mi hermano.
Acógelo en tu seno:
¡Piedad, Señor, piedad!
La hubiste de tu pueblo
que en dura servidumbre
la tierra del pecado
a mares llorar vió:
así a mi pobre patria
tu compasión alumbre,
colmada tu justicia:
¡Piedad, piedad, Señor!
¿Qué inmensa culpa expía?
¿Qué misterioso karma la empuja al sacrificio?
¿Qué obscura iniquidad?
Toma, mi Dios, los ojos,
y tu furor desarma,
apláquese tu ira:
¡Piedad, Señor, piedad!
El patriotismo del poeta no es rencoroso. No hay en todo el poema un insulto, una maldición, una invectiva para el invasor. Por el contrario, Guanes pone en labios de su heroína estas cristianas palabras:
Piedad para el enorme
ejército inhumano
que de mi patria hermosa
la vida aniquiló.
Piedad para el caído,
piedad para el hermano
que en inocente sangre
las manos empapó.
El poema termina con encendido clamor optimista. La mujer que reza es el símbolo de la resurrección de la patria:
¡Noche de la adversidad!...
Pasó por fin... y clarea
la aurora en la inmensidad:
¡Qué tristemente alborea
después de la tempestad!
Y la mujer, de pie ya ante la historia, exclama:
¡Yo haré un hogar! La dulzura
que de mi pecho se explaya
arrullará su ventura
con la infinita ternura
de mi alma de paraguaya.
……………
De sus cortinas de grana
forma la aurora una ojiva:
guirnalda airosa engalana
la frente de la mañana.
¡Salve, Madre rediviva!
DON QUIJOTE
El tema de Don Quijote —tema de la época— sedujo a Alejandro Guanes. En 1905 apareció La Vida de Don Quijote y Sancho, de Unamuno, y la “Letanía de Nuestro Señor Don Quijote”, de Rubén Darío, en el mismo año, en su libro Cantos de vida y esperanza. Guanes publica en 1906 su elogio de Don Quijote, a quien llama “mi Cristo”:
Tú en quien se acendra mi fe,
ni madre virgen tuviste
ni en un pesebre naciste
de Belén o Nazareth;
tu cuna, la Mancha fue,
tu gloria, vencer gigantes,
todas tus penas galantes,
todo tu afán, idealista,
y tu único evangelista
fue San Miguel de Cervantes.
Guanes concibe la heroicidad de Don Quijote como voluntad de aventura, en su total entrega a la misma, en la aceptación total, por parte del caballero, de los riesgos y consecuencias. A esto llama el poeta la “entereza” de su héroe. En esto se anticipa a Ortega y Gasset quien definirá la grandeza heroica del héroe manchego en “este querer él ser él mismo”:
Tu aventajas, y no en poco
a todo otro redentor:
no hay mentecato mayor
que el que en ti sólo ve un loco,
y esa ventaja que evoco
en tu entereza consiste,
que en la aventura más triste
que tu espíritu alborote
nunca dices, Don Quijote,
“Transeat a me calix iste”.
En la tercera décima Guanes establece un paralelo de Don Quijote y Jesucristo:
Tu sangre inocente abona
de tu calvario el camino,
y es el yelmo de Mambrino
tu ensangrentada corona;
ostentaste en Barcelona
INRI de escarnio y baldón,
tuviste un Pedro Simón
y un Tomás en tu escudero,
y en el cura o el barbero
se encuentra tu mal ladrón.
Pero Don Quijote aventaja al Redentor:
Por tu castísimo amor
te va en zaga el de Judea
pues, por muy listo que sea
¿qué mucho puede decir
de achaques de redimir
quien no tuvo a Dulcinea?
En las dos siguientes décimas hace Guanes el elogio de Dulcinea. ¿Simboliza ella el puro amor humano o la belleza ideal del arte? Tal vez ambas cosas:
¡Dulcinea, sombra grata
del camino de la vida,
linfa en la selva escondida
que azul de dichas retrata!
jamás en la vida ingrata
en mí se entibie su amor,
y entre el aura del dolor
que mi existencia consume
siempre me aliente el perfume
de esa grácil, bella flor!
En estas décimas de factura perfecta el poeta hace un acto de fe en el amor ideal.
La vida es dura. Amarga y pesa.
Ya no hay princesa que cantar
Escribe en este tiempo el desencantado Rubén Darío. La vida es ingrata, escribe Alejandro Guanes, pero en esta “forét de symboles”, aún él ama a Dulcinea... La poesía de Guanes no muestra ya el odio romántico a España. El modernismo se ha reconciliado ya con la Madre Patria.
EL TEMA RELIGIOSO:
“GLOSA DE LAS SIETE PALABRAS”
En estos siete poemas religiosos, de sincera inspiración cristiana, Guanes logra una poesía desnuda y elocuente. Los poemas están escritos en diferentes metros: endecasílabos, octosílabos, alejandrinos según las necesidades del ritmo para expresar una emoción divergente. En el último poema, bajo el título Pater, in manus tuas commendo spiritum meum, hay una sugestión del famoso “Nocturno” de Silva:
Del ocaso,
del turíbulo gigante
del ocaso, que arde en púrpura
con las preces de la tarde,
con las preces de los mudos elementos,
se alza al Padre
la oblación del holocausto más sublime de los siglos,
la oblación inapreciable de tu vida,
la oblación inapreciable de tu sangre.
Rásgase el velo del templo;
los sepulcros se entreabren,
y las piedras con las piedras se entrechocan,
y los muertos se levantan de las tumbas...
Alejandro Guanes y José Asunción Silva se asemejan no sólo en su común admiración por Poe y por haber ambos sufrido la influencia del genial poeta yanqui, sino por cierta inefable actitud frente al misterio y por un don afín de expresar oscuras y hondas emociones. El “Día de difuntos” del colombiano y “El Domingo de Pascua” del paraguayo están inspirados en “The Bells”:
El repique suene alegre, ya la obscura niebla opaca
rasga el sol; suene el repique y se calle la matraca.
Suene alegre la campana,
la armoniosa, la que ufana
nos recuerda la aventura de la infancia que pasó;
la que alegre resucita nuestras muertas esperanzas,
la campana de recuerdos, la campana de añoranzas,
la campana de Edgar Poe...
Estos versos tienen un ritmo admirable y evocan exactamente los domingos de Pascua, en la Plaza de San Roque de Asunción, cuando descienden de las torres las alegres campanadas de la resurrección. Este poema, uno de los mejores de Guanes, tiene una atmósfera de alegría, una luminosidad que no se advierte en ninguna de sus otras obras mayores de clima penumbroso.
El poeta se niega a cantar la fúnebre campana; la del toque de difuntos:
Suene alegre la campana...
…………………….
No la tétrica de hierro, la que gime, la que llora,
sino la que canta “en nupcias y bautizos”, las campanas jubilosas que despiertan los recuerdos más queridos.
EL TEMA DE LA MUERTE
Hay una composición de Guanes dedicada a la muerte, cuya última estrofa, reproducida más arriba, contiene un vaticinio-cumplido después del trance supremo del poeta. En esta estrofa el poeta predice que cuando llegue la muerte, sus labios sonreirán.
La poesía de Guanes es una paráfrasis de Espronceda:
Buena amiga, no me asusta
tu obscuridad ni tu nombre,
sé que a tu seno va el hombre
dulce reposo a gustar...
…………..
a ti va, isla de reposo,
“que en medio al mar de la vida
al marinero convida
con su brisa sin rumor”.
La composición toda es de inspiración romántica. No hay en ellas clamores desesperados sino una confiada anticipación del reposo del más allá. El poeta ansia la muerte porque está sediento de inmortalidad, no porque está cansado de la vida. Cierto que su afán de conocimiento metafísico no ha sido satisfecho, porque la ciencia no ha podido ofrecerle las respuestas anheladas:
Busqué en la ciencia del hombre
la verdad clara y desnuda,
y sólo afanosa duda
halló en ella mi ansiedad;
pero el poeta conserva incólume su fe en una supervivencia allende la muerte de la carne y por eso a la “tierna madre” le pide:
calme mi sed la agua viva
que esconde tu negro arcano:
abra para mí tu mano
la puerta a la eternidad.
Pero Guanes logra sus mejores efectos poéticos en su confrontación con el misterio del más allá en otros poemas. Y logra estos efectos creando una atmósfera tenebrosa, sin aludir directamente a lo misterioso desconocido, y sólo sugiriéndolo.
Su fe en la inmortalidad del alma le llevó a abominar del cientificismo materialista, de gran predicamento en su tiempo. Era un hombre que sentía su alma como una evidencia sensorial; una evidencia para la cual la ciencia es ciega porque lo espiritual es inasible para los métodos de laboratorio:
¡Yo sé más! Hay algo en mí
que no acaba con la muerte, que no alcanza el escalpelo, que no corta el
[bisturí.
Es el alma. Y el cerebro no es su esencia, es su palacio,
y su patria es de ultratumba y ultratiempo y ultraespacio...
PARNASIANISMO
La influencia parnasiana es patente en todas las mejores poesías de Alejandro Guanes. Cuidó siempre la forma y esta preocupación acaso haya sido no sólo una virtud sino un obstáculo. “No era un poeta fecundo sino selecto”, dice de él el doctor Justo Pastor Benítez. Y en rigor, la producción de Guanes es escasa. Los modelos franceses del parnasianismo debieron de torturarle. Guanes, hombre abúlico, no quería someterse a la tensión del esfuerzo literario exigido por el imperativo de absoluta perfección. Tiene, sin embargo, nuestro poeta, versos marmóreos, de estructura perfecta; versos cultos, impecables, fríos. Sirvan de ejemplo los dedicados a Don Juan Silvano Godoy, fundador del Museo de Asunción, en elogio de este mismo museo:
Es el templo de la diosa del Olimpo, más augusta;
es el templo de la diosa que nació de la cerviz
del más fuerte de los dioses, que en la diestra archirrobusta
vibra el rayo y que el empíreo da a sus plantas por tapiz.
Allí Palas Atenea hospedó al arte cristiano
y en dorados pebeteros arde incienso occidental
que perfuma el aire tibio, aire clásico pagano,
desde los plintos de mármol del Pentélico inmortal...
TONO MENOR
La “Cena jocosa” de Baltazar del Alcázar fue acaso el modelo de “El almuerzo” de Guanes, composición de tono menor llena de gracia. El poeta tiene un suculento almuerzo con su amigo, el corso Jean Paul Casabianca:
¿Más vermouth? No. No nos suba a la cabeza
que eso fuera naufragar en el dintel.
Vamos. Mira la eucarística limpieza,
la eucarística blandura del mantel...
Sigue un elogio entusiasta del menú que recuerda los famosos octosílabos del sevillano residente en Jaén; y al final la composición se vuelve canción báquica:
Choquemos las copas. ¡Por ti y la morena!
¡Por ti y por los besos que ella te dará!
Bebamos. El áurico timbre resuena
del rico y sonoro cristal Baccarat.
Los versos en tono menor de Alejandro Guanes son innumerables. Versificador fácil, rimaba incesantemente, improvisando; hasta en los expedientes administrativos dejaba la huella de su buen humor epigramático. Escribir versos sin intención de crear belleza, no era, para Guanes, un sacrilegio. Por eso no respetó nunca el consejo de José Asunción Silva, con quien tuvo mucho en común:
El verso es vaso santo; poned en él tan sólo
un pensamiento puro,
en cuyo fondo bullan hirvientes las imágenes
como burbujas de oro de un viejo vino obscuro….
“ULALUME”
La versión de “Ulalume” de Alejandro Guanes es más adaptación, recreación, que traducción:
Era un lóbrego paisaje: cielos tristes, cenicientos,
y hojas secas y crispadas por el soplo de los vientos;
una noche del Otoño, destemplada y solitaria,
de un Otoño inmemorial;
una noche cineraria de fantasmas y de insomnios
sobre un sórdido aguazal,
cuyas tétricas riberas, frecuentadas por demonios,
cruza un hálito glacial...
La versión no está ceñida al original:
It was night in the lonesome October
Of my most inmmemorial year...
La noche poeiana de octubre es en Guanes “una noche destemplada y solitaria —de un Otoño inmemorial”. El mes de octubre-primaveral en el Paraguay— no es mencionado por el traductor. Tampoco se menciona el lago de Auber, ni la región de Weir. Guanes ha querido situar el argumento de su versión en una región desolada y triste, pero no la región que describe Poe, sino acaso algún cementerio abandonado del Paraguay.
La “alley Titanic” del original es, en la segunda estrofa de la traducción una
estrecha, obscura senda de cipreses sin salida
y la única referencia geográfica común en el original y en la traducción, son las aguas del Yaaneck “en el Polo Boreal”. Pero esto es una comparación. El pecho del poeta es un volcán:
Y sus lavas mis angustias
y tristezas y pesar
que corrían, ora mustias, ya
agitadas y violentas agitadas como un mar,
como corren las del Yaaneck, tumultuosas, turbulentas,
en el Polo Boreal.
La cuarta estrofa de la traducción tiene una belleza extraordinaria. El original dice:
And now, as the night was senescent
And star-dials pointed to mom—
Guanes evita el pensamiento poeiano de la senectud de la noche y en la estrofa gris pone un brochazo de vivo color:
Ya el reloj de las estrellas anunciaba la mañana
y en Oriente el horizonte colorábase de grana...
Guanes siempre ha amado los crepúsculos matutinos tropicales de roja y áurea luz, y, por eso, en esta estrofa hace ver al sombrío vate nórdico una aurora paraguaya. La “senescent night”, es, en la traducción, la noche moribunda:
ya vagaba ese suspiro de la noche moribunda
que a la aurora besa el pie:
media luna que errabunda, sus reflejos, dulces, tiernos,
disiparse triste ve,
el fulgor bidiamantado, los dos cuernos, ambos cuernos,
cintilaban de Astarté.
Así traduce Guanes la quinta estrofa. Como se ve, se ha apartado del original y la ha recreado con gran fuerza poética. He aqua completa, la quinta estrofa de Poe:
And now, as the night was senescent
and star-dials pointed to morn—
As the star-dials hinted of mom—
At the end of our path a liquescent
And nebulous lustre was born,
Out of which a miraculous crescent
Arose with duplicate hom-
Astarte’s bidiamonded crescent
Distinct with its duplícate hom.
El original de Poe tiene un misterio, una atmósfera de pesadilla; la versión de Guanes tiene el mismo misterio y la misma atmósfera y, además, una cadencia/solemne, de tétrica majestad posible de realizarse sólo con la forma, el metro elegido por el traductor.
Thus I pacified Psyche and kissed her,
And tempted her out of her gloom—
And conquered her scruples and gloom;
And we passed to the end of the vista,
But were stopped by the door of a tomb—
By the door of a legended tomb;
dice Poe; y Guanes traduce;
Cariñosas mis palabras devolviéronle la calma,
y en los labios, dulcemente, con amor besé a mi Alma,
y al final ya de la senda, de la obscura estrecha senda,
una tumba inscrita vi,
y le dije; —¿Qué leyenda tiene inscrita, hermana amada,
esta bóveda? ¡Ay de mí!
Y ella díjome: - ¡Ulalume! ¡Tu perdida, tu adorada
Ulalume yace aquí!
Edgar Alian Poe ha tenido grandes traductores, uno de ellos —Baudelaire— poeta de fama universal. Entre los hispanoamericanos, Carlos Arturo Torres vertió al español “Ulalume” en una versión más fiel que la de Guanes, pero, como ha observado el doctor Domínguez, inferior. “En cada estrofa, en cada ritmo, nuestro poeta vence al colombiano y trasunta los sollozos de la noche moribunda sobre el sepulcro de ‘Ulalume’, la llorada”. (83) Y, en efecto, la adaptación de Guanes es una obra magnífica. Difícil es que nuestro poeta haya sido o sea jamás superado en lengua española como intérprete de las sombrías visiones de Poe en su peregrinación al sepulcro de Ulalume.
Guanes es también excelente traductor del poeta parnasiano brasileño Olavo Bilac. Pero sus traducciones del portugués, lengua tan semejante a la suya, aunque perfectas, no constituyen una recreación tan admirable como “Ulalume”.
EL POETA DE “LAS LEYENDAS”
El auténtico mundo poético de Guanes es el legendario. Su poema “Las Leyendas” nos lo revela en su atmósfera de melancolía y de misterio. Alejandro Guanes, nacido dos años después de finalizada la cruenta guerra de la Triple Alianza, surgió a la vida en una hora de luto, hora tristísima de evocaciones dolorosas en que los restos de una nación devastada arrastraban una existencia torturada por trágicas memorias.
Nunca, como en la infancia del poeta, fue más cierto aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”. El presente era dolor, ruinas, luto; el pasado, la felicidad antigua y dulce de los años anteriores a la guerra; el pasado era también heroísmo, grandeza épica, legendaria visión de titánicas batallas en que sucumbiera una raza de valientes.
Y Guanes fue el poeta llamado a interpretar aquella hora de luto y de tristeza infinita. No fue un “chauvinista”, un invectivador del enemigo, sino un cantor elegiaco en cuya estrofa solemne y acompasada iba a llorar el alma herida de una raza.
En “Las Leyendas” el poeta evoca el mundo abolido del reciente pasado trágico. La magia toda de estas bellísimas estrofas consiste en su poder sugeridor. Guanes no relata nada, no enumera nada, no describe una batalla ni cuenta una historia de amor. Y, sin embargo, el poema, que es el canto elegiaco a un caserón secular, sugiere, evoca, y despierta toda la trágica historia de la guerra de la Triple Alianza, crea una atmósfera, un clima en que cada palabra vibra imantada de sugestión y hondo significado, y en esa atmósfera mágica laten cinco años de dolor, de heroísmo, de sacrificio y de luto.
Los contemporáneos del poeta, los más próximos a la tragedia legendaria, ellos, más que nadie, comprendieron el mensaje de Alejandro Guanes. Y aunque todas las generaciones futuras del Paraguay sentirán muy hondamente ese mensaje único, porque su virtud sugeridora se identifica con un latido intensísimo de una nación, nadie como los coetáneos del poeta pudieron comprender la belleza de la autenticidad de “Las Leyendas”, porque ellas respiran el mismo perfume trágico que saturó la vida de la generación postbélica.
El doctor José P. Montero, en el elogio fúnebre del poeta, sintetizó el significado del mensaje de “Las Leyendas” en palabras cuya exactitud no podrá ser superada.
“Las letras patrias —dijo el Dr. Montero— tienen con su muerte un largo duelo. Nadie como él animó nuestras leyendas con el suave estro del arte, haciendo brillar el llanto del recuerdo en cada estrofa.
“ ¡Cómo supo hacemos sentir la melancolía de las cosas viejas impregnadas del perfume triste y dulce del amor, del valor heroico y del cariño familiar dormidos en los restos de un pasado destruido y muerto! La magia fina, castiza y pura de sus versos despertaba un mundo de añoranzas: la patria legendaria con sus hogares felices; los amores... bajo el naranjo... el canto amoroso que rompe el silencio de las noches perfumadas de azahares; el impávido guerrero que besa a la novia, la mira de lejos y desaparece en la luz gloriosa de la batalla; las sombras misteriosas que poblaban el ‘caserón de añejos tiempos’ y en noches de tormenta... cantan sus triunfos o lloran la juventud, la belleza y la felicidad perdidas”. (84)
LA MELANCOLIA DE LAS COSAS VIEJAS
Tratemos de interpretar el significado que tuvo el mensaje del poeta para su generación, tal como lo recibió un miembro de ella.
“ ¡Como supo hacernos sentir la melancolía de las cosas viejas!”, exclamó el Dr. Montero ante la fosa recién abierta del poeta.
Caserón de añejos tiempos, el de sólidos sillares,
con enormes hamaqueros en paredes y pilares,
el de arcaicas alacenas esculpidas, ¡qué de amores,
qué de amores y alegrías vio este hogar!
el que sabe de dolores y venturas de otros días,
estructura singular,
viejo techo ennegrecido, ¡qué de amores y alegrías
y tristezas vio pasar!
En esta estrofa, segunda de “Las Leyendas”, Guanes es el cantor de las cosas viejas, de la totalidad del pasado, con sus amores, alegrías y tristezas.
El caserón no sólo está impregnado del perfume del pasado, no sólo ha sido testigo de lo que el tiempo en su fuga aniquiló para siempre sino que todavía está poblado de “poras”, de fantasmas, que prolongan una existencia de ultratumba entre los viejos muros familiares:
Por los ángulos obscuros de sus cuartos vaga el “pora”;
es quizás un alma en pena que la vida rememora,
vida acaso de tristezas, tal vez mísera existencia,
vida de héroe tal vez!
En pesada somnolencia la tertulia se sumerge
en confusa placidez:
es la hora en que sus formas toma el “pora” y en que emerge
de la triste lobreguez.
La alusión a la guerra comienza en la cuarta estrofa:
Por las épicas leyendas que les cuento, adormecidos,
ya mis hijos, uno a uno, van quedándose dormidos;
-las leyendas de portentos, de grandezas admirables
de aquel tiempo que pasó—;
con sus labios impalpables, como un hálito ligero,
dulce el sueño los besó,
como besa a las traviesas golondrinas del alero;
sólo insomne velo yo.
¿Cuáles son esas leyendas épicas, de portentos, de grandezas admirables? El poeta no nos lo dice ni hace falta que nos lo diga. Cantaba el poeta para ser intérprete de un hogar, de un pueblo y, al hacerlo, hablaba de cosas sabidas de todos: las batallas cruentas, los ataques de la caballería, el asalto de los lanchones a los acorazados, las hazañas de los héroes que bebían aguardiente mezclado con pólvora antes de los combates. El efecto poético está obtenido sin un solo relato concreto; ha creado el poeta la atmósfera, ha hecho vibrar algunos versos solemnes, ha herido una cuerda de la sensibilidad colectiva y ya ha realizado una evocación de conjunto:
Y a mis ojos admirados cobran forma las escenas,
cobran forma y colorido las venturas y las penas
de la edad de mis abuelos...
Aquí el poeta, insomne en el caserón secular, se remonta en el vuelo de la evocación a tiempos más remotos; ya es la edad de sus abuelos la que se actualiza; su imaginación ha volado por sobre los campos de batalla de la guerra y, sacudiendo el polvo de los siglos, asiste a las gestas de la conquista y las luchas del coloniaje. Conjura a todas las sombras de los muertos moradores del secular caserón:
... y oigo besos y suspiros
en las sombras palpitar;
y en callados, tenues giros, por los ángulos desiertos
los escucho revolar;
¡son los besos y suspiros que arrullaron a los muertos
de un amor y de un hogar!
Pero son los dolores de la guerra reciente, los días trágicos y heroicos los que obseden al poeta. Lo épico, lo verdaderamente épico, se identifica con los sucesos de la titánica lucha contra tres naciones. Y el poeta vuelve los ojos a las escenas de que fuera testigo el secular caserón cuando los guerreros partían para las batallas. La escena de la despedida del caballero y la dama es acaso la estrofa más bella del poema:
Donairosa, blanca dama de peinetas y mantilla,
¡qué bien luce sus fulgores en tus hombros la espumilla!
¿fuiste dueña de esta casa, despediste a un caballero
y le esperas aún quizás,
a un impávido guerrero que al partir besó tu frente
y que el rostro volvió atrás,
al través, acaso, ansioso de una lágrima luciente,
por mirarte una vez más?
Las vidas de ultratumba siguen transcurriendo, fantasmalmente, en el viejo caserón. La dama, que años atrás despidiera al caballero muerto en la gloriosa batalla, todavía —quizás— espera el retorno del guerrero. He aquí un efecto logrado magistralmente por el poeta. El mundo abolido de las gestas espectralmente se sobrevive y adquiere color y movimiento en los ángulos obscuros del viejo caserón.
EL PROSISTA
Ya en el ocaso de su vida Alejandro Guanes escribió las páginas de Del viejo saber olvidado. Las publicó primeramente en El Orden, de que era redactor, y luego, en 1924, un año antes de su muerte, a instancias de sus amigos, las recogió en un pequeño volumen. El libro lleva dos fechas: 1924 y 1926. Lo que quiere decir que comenzó a imprimirse en vida del poeta y sólo apareció un año después de su muerte.
El título del libro no fue puesto por Guanes sino por el prologuista, su entrañable amigo el Dr. Viriato Díaz-Pérez, hijo del literato español del mismo apellido. El Dr. Díaz-Pérez era teósofo, como lo fue el poeta, y esta circunstancia, además de otras muchas, le otorgaban mayor autoridad que nadie para prefaciar la obra.
“Palpita en las páginas que siguen —escribe el Dr. Díaz-Pérez algo de lo que sugirieran al autor las enseñanzas arcaicas expuestas remozadamente en el evangelio revolucionario y cien veces profético de “The Secret Doctrine”. Repítanse en ellas ecos lejanos, diluidos, de aquella Sabiduría esotérica, críptica, donde hallaran basamento y común origen las diversas religiones y filosofías humanas...
“Claro está que Guanes —que por su cultura no podría ser un dogmático- se limita a brindamos fraternalmente sus pequeños hallazgos, a veces luminosos, acompañados de honestas y naturales interrogaciones, a las que tiene el acierto de no responder... Los cómo, en verdad, sólo son conocidos por las Fuerzas supremas; y también el aspecto mayávico de las cosas, ¿qué podríamos responder más allá del aspecto homodimensional de ellas...?. Las páginas del opúsculo que siguen pertenecen, pues, al plano de las ideas teosóficas, tantas veces expuestas con diversos ropajes a la humanidad sempiternamente sorda... Por ellas su autor vinculase a esa literatura transcendente que en nuestros días tiene un representante, a veces afortunado, en el intuitivo Maeterlinck. Pero no incurre Guanes, como el belga genial, en la actitud desleal y nicodémica. Arrastra la inevitable ironía del escéptico y aun la agresión del fanático, exteriorizando con heroica serenidad sus creencias... De los dos, Maeterlinck el que se inspira en las doctrinas de H. P. Blavatsky y las parafrasiza estéticamente, y el que teme a la plebe, y niega al Maestro, el autor del librito Del viejo saber olvidado acercase al primero, al que ilumina en El huésped desconocido, o en Los senderos de la montaña, no al que vacila en las encrucijadas de ‘El grande enigma’...”. (85)
La prosa de Guanes ha logrado una serena sencillez. Su tono es elevado, su claridad, meridiana. Sus páginas, a veces, se leen como poemas en prosa. En ellas hay una sugestión oriental que se manifiesta en el contraste entre la elegante llaneza de la expresión y la profundidad de su sentido. He aquí una de sus páginas:
DOS ABISMOS
Como en la ínfima gota de agua el total reflejo del sol, cabe en
ti, espíritu, el reflejo total del universo.
Puedes blasonar del microcosmos con más justeza que la gota
de microsol.
Tú mismo no sabes si es mayor la profundidad del espacio
que tu propia profundidad: dos abismos, dos orcos.
Las más pavorosas lejanías del uno se reflejan en los hondones
del otro; y sobran hondones, y sobran lejanías...
Quiso burlarse de ti el que te dijo: conócete a ti mismo.
Es una esfera —dices de uno de los báratros y el centro está en
todas partes y la circunferencia en ninguna.
Busca en introspección el centro del otro, y lo hallarás dentro de ti en todas partes; mas no busques la periferia: no la hallarás
nunca. Nunca.
Según Guanes, la estirpe del espíritu es divina: “Eres Belleza, Verdad, Bondad, como Dios”. El arte nos acerca a Dios purificándonos. La ciencia nos revela aspectos de la Verdad.
Y eres Bondad, espíritu, bondad tanto menos relativa y más
absoluta cuanto mejor te impregnes de efluvios de Supremo Bien.
¿Cómo? (87)
Y ésta es la cuestión que realmente preocupa al escritor. A la respuesta de ese cómo le dedica un capítulo aparte. Esto nos da, en cierto modo, la clave del desdén del poeta hacia su propio arte. Nos inclinamos a creer a que pese a la afirmación inequívoca del teósofo de que el espíritu es Belleza, Verdad y Bondad en la proporción simbolizada por la equilateralidad de un triángulo, él tiende a concebir el espíritu, radicalmente, como Bondad. La vida de Guanes es un testimonio elocuente en favor de esta sospecha. Todos los que conocieron al poeta lo definen como Bondad.
¿Cómo se llega a la Bondad?: “…..sólo por la práctica del bien". La voz del poeta vibra con resonancias bíblicas cuando exhorta al espíritu:
Practica el bien, practícalo incondicionalmente, practícalo en
cuantas ocasiones se te presente.
Dejar de hacer el bien -se ha dicho- es dejar de hacerse
bueno.
Dejar de hacerse bueno es cesar de progresar... Cesar de progresar es negar el objeto esencial de la vida, (88) es una forma de suicidio que afecta mucho más al verdadero Ser que la simple aniquilación de la forma material. (89)
PALINGENESIA
Llegamos ahora al corazón de la doctrina del poeta. Nuestro paso por la vida es una fase de un largo proceso de evolución. “La evolución es el plan divino que obra en el cosmos, se ejerce en las cristalizaciones de forma geométrica regular, preparando el advenimiento de la vida en el reino mineral, plasma la vida, preparando el advenimiento de la sensibilidad, en el reino vegetal; infunde la sensibilidad desde la estrella de mar hasta el más perfecto vertebrado, preparando el advenimiento de la conciencia en el reino humano, preparando el advenimiento de una supraconciencia...”. (90)
Veamos ahora cómo Guanes toma la célebre definición de Spencer -que su contemporáneo el positivista Dr. Báez repetía en el aula universitaria como artículo de fe y la transforma. La evolución, según el poeta, no es un proceso mecánico y ciego en que unos seres se adaptan a la vida y otros perecen. Ella obedece a un plan divino. Guanes parafrasea a Spencer: “... es el paso insujetable de lo homogéneo, indefinido e incoherente a lo heterogéneo, a lo cada vez más definido y más coherente, a que todo está impelido en el universo... La evolución es el camino de gloria por donde regresas a Dios...”. (91)
¿Cuál es el objeto, pues, de la vida? ¿Es la vida una prueba? No. “¿Y para qué ha de probarte Dios, que sabe todo lo que puedes dar de ti, Dios que no padece la sutil ilusión del tiempo?”
Ahora bien, si la vida fuera una prueba, ¿cómo explicar las “desigualdades entre tus hermanos de humanidad, así las mires desde el punto de vista de la verdad o de la bondad o de la belleza?”.
Estas desigualdades se explican gracias a la palingenesia. Ellas son “los diferentes” niveles de evolución, que hemos de recorrer todos, peldaño por peldaño, vida por vida...
El dolor, por tanto, no es un mal: “Es la salvaguardia de tu evolución, la fuerza que te endereza hacia la rectitud, hacia el camino más corto que conduce a Dios, cada vez que te desvías”.
Guanes cree, como Amado Ñervo, a quien cita con respeto, que Dios no interviene en el castigo de los pecados. En sí, cada acto “lleva en germen el premio y el castigo, como en cada bellota están la encina y el roble con todas sus posibilidades...”.
Por eso afirma Guanes que no hay justicia mejor que la de “ojo por ojo, diente por diente...” “si la vedó Jesús el Nazareno a los hombres, no fue por mala, sino porque es atributiva de la Justicia Suprema...”. (92)
En las últimas páginas —Guanes escribe poco después de finalizada la primera guerra mundial— el poeta se muestra optimista. La humanidad ha avanzado. En la Verdad, la ciencia ha hecho maravillosos progresos; en la Belleza, el arte, especialmente el de la música, se “espiritualiza y adquiere vuelos insospechados hace pocos siglos”. (93) En la Bondad, “nuestra compasión y caridad, a pesar de las funestas crisis —indudablemente kármicas—... tienden a ceder su puesto al grande y noble sentimiento de la solidaridad humana”.
Y por eso el poeta, en la última frase de su obra, anuncia:
“El sendero que huella la humanidad empieza a iluminarse de luz que nos viene del frente, del futuro, mientras se va apagando la que nos alumbraba las espaldas en la caverna de Platón”. (94)
BIBLIOGRAFIA
I. EDICIONES
Obras
Del viejo saber olvidado. Asunción, 1926.
De paso por la vida. Asunción, 1936.
Antologías
José Rodríguez-Alcalá. Antología paraguaya. Asunción, 1910.
Michael de Vitis. Parnaso paraguayo. Madrid, 1924.
Sinforiano Buzó Gómez. Índice de la poesía paraguaya. Buenos Aires, 1943.
Raúl Amaral. El Modernismo poético en el Paraguay. (1901-1916). Alcándara, Asunción, 1982.
II. ESTUDIOS
La Lira Chilena. Santiago de Chile, 1900, III, núm. 35.
José Rodríguez-Alcalá. El Paraguay en marcha. Asunción, 1906 (En el capítulo: “La intelectualidad paraguaya”).
Viriato Díaz-Pérez. Prólogo a la Antología paraguaya, de José Rodríguez- Alcalá, Asunción, 1910.
Ignado A. Pane. Album gráfico del Paraguay. Asunción, 1911 (En el capítulo: “La intelectualidad paraguaya”).
Viriato Díaz-Pérez. “Literatura paraguaya”. En: Santiago Prampolini, Historia universal de la literatura, Buenos Aires, 1940, tomo XI.
Justo Pastor Benítez. “Los Recuerdos de Alejandro Guanes”. En: El solar guaraní, Buenos Aires, 1947, pp. 149-152.
Hugo Rodríguez-Alcalá.“Los Recuerdos de Alejandro Guanes”. Revista Hispánica Moderna, New York, 1947, XIII, núm. 3-4.
Carlos R. Centurión. Historia de las letras paraguayas. Buenos Aires, 1948, t. II, pp. 172-181.
Hugo Rodríguez-Alcalá, Historia de la literatura paraguaya, México, 1970.
P. César Alonso de las Heras - Juan Manuel Marcos Alvarez, Curso de literaturas hispánicas. Paraguay. Hispanomérica. España, Tomo II, 5o. curso, Asunción, 1981.
Raúl Amaral, “Del viejo poeta olvidado”, Hoy, Asunción, 13 de noviembre de 1983.
NOTAS
1 Centurión, Carlos R., Historia de las letras paraguayas, Buenos s, 1948, p. 93.
2 Según la señora Doña Concepción Guanes de Lloret, quien, además, puso en manos del autor de este trabajo el álbum de nacimientos, bautismos y defunciones de la familia Guanes. La fecha dada en el texto fue sacada de dicho álbum.
3 Carta personal de José Rodríguez-Alcalá, fechada en Asunción, el 5 de septiembre de 1948. Esta, como las demás cartas que se citarán, en poder del autor de este trabajo.
4 De la misma carta referida en la nota No. 3.
5 El hallazgo de esta poesía inédita se debe al P. César Alonso, del Colegio San José de Asunción, quien cedió el manuscrito al autor de este trabajo.
6 De una carta del Sr. Manuel Guanes a su hermano el Sr. Pedro Guanes -ambos hijos del poeta—, fechada en Puerto Elsa, Argentina, el 13de agosto de 1945.
7 Los datos relativos a la actuación de Guanes en el Colegio San Jose de Buenos Aires se deben a los trabajos realizados por el nombrado P. César Alonso. Los documentos correspondientes fueron cedidos al autor este trabajo.
8 Carta personal del Dr. Amadeo Gras, fechada en Buenos Aires, el 15 de noviembre de 1945.
9 Según averiguaciones del citado P. César Alonso.
10 Esta composición aparece en la Antología paraguaya de José Rodriguez-Alcalá, Asunción, 1910, y en De paso por la vida, poesías completas de Guanes, Asunción, 1936.
11 Véase De paso por la vida, p. 55.
12 Guanes, op. cit., p. 56.
13 Estos documentos fueron cedidos al autor de este trabajo por la Sra. Servillana Guanes Molinas de Brugada.
14 Carta personal de José Rodríguez-Alcalá, fechada en Asunción, el 22 de diciembre de 1949.
15 De la misma carta referida en la nota anterior.
16 De la carta del Sr. Manuel Guanes, referida en nota No. 6.
17 Idem.
18 Esta carta fue escrita en Asunción y dirigida a Buenos Aires. Fue cedida al autor de este trabajo por la Sra. Servillana Guanes Molinas de Brugada.
19 Guanes, Alejandro, De paso por la vida, p. 36.
20 Guanes, op. cit., p. 113.
21 Según versión oral al autor de este trabajo de la Sra. Martha Guanes Machaín de Casal Ribeiro.
22 Carta personal del historiador paraguayo Sr. Juan F. Pérez Acosta, fechada en Buenos Aires, el 28 de febrero de 1946.
23 Guanes, op. cit., p. 19.
24 Guanes, op. cit., p. 19.
25 Guanes, op. cit., p. 19.
26 Según versión oral al autor de este trabajo de la Sra. Servillana Guanes Molinas de Brugada.
27 Guanes, op. cit., p. 20.
28 Guanes, op. cit., pp. 53-54.
29 Según la nombrada hija del poeta, Sra. Servillana Guanes Molinas de Brugada.
30 De la carta del historiador Pérez Acosta, referida en la nota No. 22.
31 Carta del profesor Pablo Max Ynsfrán, fechada en la Universidad
de Texas, el 28 de febrero de 1946.
32 Guanes, op. cit., p. 52.
33 Guanes, op. cit., prólogo, p. 5.
34 Guanes, Del viejo saber olvidado, Asunción, 1926, p. 13.
35 Centurión, op. cit., p. 285.
36 Carta personal del Dr. Justo Pastor Benítez, fechada en Río de Janeiro, el 22 de febrero de 1946.
37 Carta de José Rodríguez-Alcalá, fechada en Asunción el 5 de diciembre de 1949.
38 Carta personal del Dr. Eladio Velázquez, fechada en Asunción, el 18 de abril de 1946.
39 Según Da. Servillana G. M. de Brugada.
40 Guanes, op. cit., p. 20.
41 Carta personal del Dr. Miguel G. Ballario, fechadaen Asunción, el 11 de febrero de 1946.
42 De la misma carta de José Rodríguez-Alcalá referida en nota No. 37.
43 De la carta referida en la nota No. 31.
44 Guanes, op. cit., pp. 17-18.
45 Es transcripción de un ejemplar de la invitación, en poder del autor de este trabajo, cedido por la nombrada señora de Brugada.
46 Guanes, op. cit., 20.
47 Según versión oral de José Rodríguez-Alcalá.
48 El expediente de jubilación del poeta, iniciado en diciembre de 1925, en poder del autor de este trabajo.
49 Carta de José Rodríguez-Alcalá, fechada en Asunción, el 22 de diciembre de 1949.
50 Ver El Cívico, Asunción, 21 de noviembre de 1906.
51 Ver El Diario. Asunción, 21 de noviembre de 1906.
52 Ver La Patria, Asunción, 21 de noviembre de 1906.
53 Ver El Cívico, de la fecha citada en nota No. 50.
54 Los datos ofrecidos a continuación fueron extraídos del expediente titulado: “Guanes, Alejandro, acusado por homicidio en esta capital”, volumen 320, Sec. 1, No. 39, obrante en el archivo de los Tribunales de Asunción.
55 Guanes, De paso por la vida, pp. 113-114. El original del poema obró en poder de José Rodríguez-Alcalá.
56 Carta de José Rodríguez-Alcalá, Asunción, 22 de diciembre de 1949
57 Carta referida en la nota anterior.
58 Carta personal de Teresa Lamas de Rodríguez-Alcalá, Asunción, diciembre 25 de 1949.
59 Según la Sra. Servillana Guanes Molinas de Brugada.
60 Carta personal del Dr. Justo Pastor Benítez, fechada en Río de Janeiro, el 22 de febrero de 1946.
61 Jean Paul Casabianca, periodista corso, que vivió algunos años en el Paraguay.
62 Carta de José Rodríguez-Alcalá, Asunción, 14 de noviembre de 1949.
63 Idem.
64 Interview con Vicente Lamas, en febrero de 1946.
6 5 Según la Sra. Servillana Guanes Molinas de Brugada.
66 Idem.
67 Idem.
68 Carta personal del profesor Pablo Max Ynsfrán, fechada en Austin, Texas, el 27 de febrero de 1946.
69 Rodríguez-Alcalá, José, Antología paraguaya, Asunción, 1910.
70 Carta personal del profesor Pablo Max Ynsfrán, fechada en Austin, Texas, el 9 de diciembre de 1949.
71 Carta de José Rodríguez-Alcalá, fechada en Asunción, el 5 de diciembre de 1949.
72 Carta del Dr. Justo Pastor Benítez, referida en nota No. 60.
73 Carta de Miguel Guanes a su hermano Pedro Guanes, referida en nota número 6.
74 Carta personal del Dr. Carlos R. Centurión, fechada en Asunción, el 19 de febrero de 1946.
75 Según declaración oral del taquígrafo Antoliano Rodríguez, ex colega de Alejandro Guanes en el Cuerpo de Taquígrafos del Congreso.
76 Ver La Tribuna, Asunción, 17 de noviembre de 1921.
77 Guanes, Alejandro, De paso por la vida, pp. 4-5 (Prólogo).
78 Discurso del Dr. José P. Montero en el sepelio del poeta, en El Orden, Asunción, 30 de mayo de 1925.
79 Guanes, op. cit., p. 31.
80 Centurión, Carlos R., Historia de las letras paraguayas, Buenos Aires, 1948, p. 181.
81 Discurso del Dr. Montero, referido en nota No. 78.
82 Carta del profesor Pablo Max Ynsfrán, Austin, Texas, diciembre 16, 1949.
83 Guanes, De paso por la vida, p. 4.
84 Discurso del Dr. José P. Montero, El Orden, Asunción, 30 de
Mayo de 1925.
85 Guanes, Del viejo saber olvidado, pp. 9-14. El manuscrito original del prólogo del Dr. Viriato Díaz-Pérez, en poder del autor de este trabajo, tiene una nota del prologuista en que éste sugiere el título del libro, sugestión que fue aceptada.
86 Guanes, Del viejo saber olvidado, pp. 23-24.
87 Idem., p. 28.
88 Lo subrayado es del autor de este trabajo.
89 Idem., pp. 29-30.
90 Guanes, Del viejo saber olvidado, pp. 43-44.
91 Idem., p. 44.
92 Idem., p. 50.
93 Idem., p. 88.
94 Idem., p. 90.
LAS LEYENDAS
a José Rodríguez Alcalá, que las escribe preciosas
En el báratro de sombras alocado el viento brega;
ya blasfema, ya baladra, ora silba y ora juega
con el tul de la llovizna, con las ramas que deshoja,
con la estola de una cruz;
ya sus ímpetus afloja, ya retorna, ora dibuja,
del relámpago a la luz,
un fantástico esqueleto que aterido se arrebuja
del sudario en el capuz.
Caserón de añejos tiempos, el de sólidos sillares,
con enormes hamaqueros en paredes y pilares,
el de arcaicas alacenas esculpidas, ¡qué de amores,
qué de amores vio éste hogar!
el que sabe de dolores y venturas de otros días,
estructura singular,
viejo techo ennegrecido, ¡qué de amores y alegrías
y tristezas vio pasar!
Por los ángulos obscuros de sus cuartos vaga el “pora”;
es quizás un alma en pena que la vida rememora,
vida acaso de grandezas, tal vez mísera existencia,
¡vida de héroe tal vez!
en pesada somnolencia la tertulia se sumerge
en confusa placidez:
es la hora en que sus formas toma el “pora” y en que
[emerge
de la triste lobreguez.
Por las épicas leyendas que les cuento, adormecidos,
ya mis hijos, uno a uno, van quedándose dormidos;
—las leyendas de portentos, de grandezas admirables,
de aquel tiempo que pasó;—
con sus labios impalpables, como un hálito ligero,
dulce el sueño los besó,
como besa a las traviesas golondrinas del alero;
sólo insomne velo yo.
Y a mis ojos admirados cobran forma las escenas,
cobran forma y colorido las venturas y las penas
de la edad de mis abuelos, y oigo besos y suspiros
en las sombras palpitar;
y en callados, tenues giros, por los ángulos desiertos
los escucho revolar:
¡son los besos y suspiros que arrullaron a los muertos
de un amor y de un hogar!
Donairosa, blanca dama de peinetas y mantilla,
¡qué bien luce sus fulgores en tus hombros la espumilla!
¿fuiste dueña de esta casa, despediste a un caballero,
y le esperas aún quizás,
a un impávido guerrero que al partir besó tu frente,
y que el rostro volvió atrás,
al través, acaso, ansioso de una lágrima luciente,
por mirarte una vez más?
Y el mancebo, tú que arrastras en la sombra la muleta,
de morrión de tosco cuero y uniforme de bayeta,
¿te amputaron esa pierna tras de bélicos horrores,
y hoy retornas al hogar,
al que sabe de dolores y venturas de otros días,
estructura singular,
viejo techo ennegrecido, que de amores y alegrías
todo un mundo vio pasar?
¡Son los muertos! En las sombras alocado el viento brega;
ya blasfema, ya baladra, ora silba y ora juega
con el tul de la llovizna, con las ramas que deshoja,
con la estola de una cruz;
ya sus ímpetus afloja, ya retorna, ora dibuja,
del relámpago a la luz,
un fantástico esqueleto que aterido se arrebuja
del sudario en el capuz.
LA HORA DE LAS LÁGRIMAS
Su claro azul el cielo toma sombrío,
temblorosas las flores pliegan el broche,
sus lágrimas primeras vierte el rocío...
Del perfumado seno del bosque umbrío,
tenebrosa y silente nace la noche.
El tordo soñoliento cesó su canto,
allegóse al alero la golondrina;
van enlutando al mundo las sombras tanto
y es tan siniestro y tétrico su inmenso manto,
que su tristeza al alma se contamina.
Al beso de la brisa sollozadora,
rutilan las tremantes líquidas perlas
que al caer, taciturna, la noche llora.
¡Lágrimas! ¡Cuántas ruedan en esta hora!
¿Quién es el que no tiene por qué verterlas?
¡SALVE, PATRIA!
¡Salve, gentil, encantadora tierra,
salve, Patria querida,
más dulce al corazón y más amada
cuanto más abatida!
¿Por qué agotados he de ver tus senos,
marchitos tus pezones,
fuentes de vida rozagantes hechos
a amamantar leones?
Sol de trópico enciende tu horizonte
y pinta tus palmares
y viste de crespón multicoloro
tus bosques seculares;
sol de trópico besa fulgurante
tus llanos, tus alcores,
y estallan a su beso tus entrañas
en explosión de flores;
sol de trópico besa tus vergeles
y a sus tibios raudales,
son amor los perfumes de las flores:
y los besos, panales.
¿Por qué agotados he de ver tus senos,
Marchitos tus pezones,
fuentes de vida rozagantes hechos
a amamantar leones?
¿Por qué he de ver una encendida lágrima
temblar en tus pestañas,
si no hay oculto un cáncer en tu pecho
que muerde tus entrañas?
Es que tu tierra primorosa y fértil,
que tu tierra opulenta,
harta está de la sangre de tus hijos
y del sudor sedienta!
¡Ah, sí me fuera dado de tu frente
disipar las angustias,
en un beso libar todas tus lágrimas
de tus mejillas mustias...!
Yo veré convertido en paraíso
tu jardín hoy agreste,
y veré recamada de guirnaldas
la fimbria de tu veste.
Yo veré levantarse majestuosa
tu frente hoy abatida,
y tu querido pecho desbordarse
en explosión de vida.
Han de besar mis labios cariñosos
tu planta triunfadora
en la senda florida del progreso
¡no hay noche sin aurora!
Hoy sólo rompe en mi garganta el grito:
¡Salve, Patria querida,
más dulce al corazón y más amada
cuanto más abatida!
ALLAN KARDEC
a mi hermano Carlos Lelio
Al conjuro de una ciencia de exicial materialismo,
derrumbábase el santuario... Y en las fauces de un abismo
de tinieblas puesto el pie,
iba el Hombre a despeñarse, como aborto de la nada,
como paria de la vida, sin piedad despedazada
la armadura de la fe.
¡Pobre loco que, ofuscada la mirada, pretendía
a los míseros guarismos que su mente concebía
reducir la inmensidad!
¡Pobre loco! En su delirio, por la vida tomó el sueño,
la ilusión, por el oasis, por el éxito, el empeño,
la mentira, por verdad.
Como faro de la vida, surgió entonces el Maestro
y las hondas lobregueces de la muerte con el estro
de su pecho iluminó:
roto estaba el gran misterio, replegadas las tinieblas,
y más bella y más radiante vencedora de las nieblas,
la verdad resplandeció.
Vibración esplendorosa que los ojos escandila
de las aves de la noche; foco ingente que rutila
en las sombras del dolor
y a las almas abatidas el sendero les alumbra,
y venciendo va, patente, de la nada la penumbra,
las tinieblas del error!
Fulgurante luz divina que hace amar la amarga prueba
de la vida, revelando que es verdad la Buena Nueva
de Jesús de Nazaret,
y a sus mágicos destellos, el dolor y el mal se truecan
en venturas eternales, y las lágrimas se secan;
foco ardiente de la fe.
Las estultas muchedumbres escarnecen la memoria
del gran hombre y su doctrina: precursora de la gloria
siempre fue la ingratitud,
y más grande se levantan Víctor Hugo de sus penas,
Galileo del oprobio, y Colón de sus cadenas,
y el Dios Hombre de la cruz.
¡Lance el loco su estentórea carcajada sobre el dolmen
de su tumba! Sol en orto, ¿qué le importa que se colmen
los antros de oscuridad?
Sol en orto que proyecta claridad, llama bendita!
Tumba altiva en que debiera “via et veritas et vita”
esculpir la humanidad.
RECUERDOS
a mi esposa
Diez y ocho años ha que en tu seno de Anadyomena,
rosa encendida, cáliz de aromas, búcaro ardiente,
de amor y dicha bebí anhelante la copa llena;
por vez primera me harté de mieles, adolescente.
Fue una mañana fresca y hermosa de primavera,
coloreados los horizontes de rojas franjas,
de verde obscuro todas las frondas de la pradera,
de oro las pomas almibaradas de las naranjas;
de la alborada multicolores vividos lampos
anunciadores alborozados de una esperanza,
en tus ventanas, tras de los montes, sobre los campos,
con las planicies de las Misiones en lontananza...
Triste y cansado llegué a tu puerta... Tú me abrevaste
en la alma fuente de tu cariño... ¡Lumbre encendida
fundió la esencia de nuestras almas, y en el engaste
Dios puso el sello de su fecundo soplo de vida!
Cunas y tumbas marcan la huella de nuestro paso,
como jalones blancos y negros. En nuestra senda
flores y espinas... Ya de venturas mágico vaso,
ya de dolores los más precitos la copa horrenda.
Y ora el aplauso de la lisonja nos adulara,
ya nos hiriera la maldicencia con su murmullo,
indiferentes a la Fortuna, la diosa ignara,
la frente limpia, como patena, fue nuestro orgullo.
Una guirnalda de albos azahares rodó... Mis manos,
al detenerla, se lastimaron, en sangre tintas
la recogieron: y los azahares frescos, lozanos,
se convirtieron en mil claveles de rojas pintas.
Con los primeros hilos de plata sobre las frentes,
y más que nunca latiendo juntos los corazones,
son tus miradas mis luminarias más relucientes,
y por ti vibra la arpa dulcísima de mis canciones.
Y en nuestro cielo, limpio de nubes, con lumbre plena,
culmina el astro de la esperanza resplandeciente,
que estaba en orto cuando en tu seno de Anadyomena,
por vez primera me harté de mieles, adolescente.
GLOSA DE LAS SIETE PALABRAS
I
Pater, dimitte ilis: non enimsciunt quid faciunt.
Señor a cuyas plantas se despierta
la serpiente de fuego;
Maestro de sapiencia, abre mis ojos,
¡dame el conocimiento!
No lo quiero por mí, concupiscente,
ni de egoísmo enfermo:
por seguir tu sendero estrecho y áspero,
para amarte lo quiero
II
Amen dico tibi: hodie meum eris in paradiso.
Tiéndeme tu brazo diestro,
brazo avezado en el crimen,
que perdonan y redimen
las palabras del Maestro;
arda como Tú en el estro
de Bondad, que te salvó,
mi alma que el crimen manchó
y que se lava en su llanto,
¡oh Dimas, único Santo
que el Cristo canonizó!
III
Mulier, ecce filius tuus.
Por mí lo dijo, ¡oh Padre! Por el pobre
huérfano triste que a tus plantas llora
en la nostalgia de su excelsa patria:
Por mí lo dijo.
No fue por Juan, el que te viera en Patmos
del Sol vestida y a tus pies la Luna
y la diadema aurisolar ceñida
de doce estrellas.
Fue por el nauta que en lejanos mares,
por procelosa tempestad batido,
perdido el rumbo, toma a ti los ojos,
¡Maris Stella!
Por el mortal de ensangrentada planta
que los caminos de la vida huella,
ínclita hija de David soñada,
puerta del cielo!
Eli! Eli! Lanmajha sa bactani.
Si la duda sólo labra
corazón que a ella se dé,
pecho cobarde en su fe
que la esperanza no abra,
no pudo ser tu palabra:
“¿Por qué me desamparaste?”
sino en notorio contraste
con la exégesis del sabio,
debió de exclamar tu labio:
“ ¡cuánto me glorificaste!”
Si de tu cruz me alejé
y tras el placer precito
sigue el sendero maldito
de la perdición mi pie;
si en él se extingue mi fe
y corro desatentado
en pos del cielo soñado
de una dicha fementida,
diré al exhalar mi vida:
¿por qué me has desamparado?
Mas si en ardiente piedad,
respira mi pecho infausto
y es mi dolor holocausto
que extingue mi iniquidad;
si en soplo de eternidad
se expande mi aliento helado,
y mi espíritu exaltado,
Señor, al Padre confío,
clamaré entonces: ¡Dios mío,
“Cuánto me has glorificado!”
V
Sictio.
Como roja siempreviva
se abre tu boca, Señor,
sedienta de nuestro amor:
“de ti, ¡fuente de agua viva!”
Mi sed es sed rediviva
de mi inaplacable aspereza:
abrévame con largueza,
que tengo sed de Verdad
y tengo sed de Bondad
e inmensa sed de Belleza.
Por tu sed enardecida,
por aquella sed cruel,
mira a mi alma dolorida,
que está clavada en la vida
bebiendo vinagre y hiel.
VI
Consumatum est.
¡Venciste, Galileo! Dejaste consumada
en un suplicio horrendo tu obra de avatar,
al nublarse en tus ojos la luz de tu mirada,
sumióse el mundo en denso capuz de obscuridad.
¡Venciste, Nazareno!... Es pan de nueva Pascua
Tu cuerpo, rosa mística, pendiente de la cruz.
Al besarte las plantas, queme mi labio el ascua
con que inundaste al águila de Patmos en tu luz
Venció el Hijo del Hombre... María Magdalena,
los pies besa al Rabino, transida de dolor,
los pies besa al Maestro que una tarde serena
borró con su Palabra tu pecado de amor...
VII
Pater, in manus tuas commendo spiritum meum.
Del ocaso,
del turíbulo gigante
del ocaso, que arde en púrpura
con las preces de la tarde,
con las preces de los mudos elementos,
se alza al Padre
la oblación del holocausto más sublime de los siglos,
la oblación inapreciable
de tu vida,
la oblación inapreciable de tu sangre.
Rásgase el velo del templo,
los sepulcros se entreabren,
y las piedras con las piedras se entrechocan, y los muertos
de levantan de las tumbas...
Como un eco,
en mi boca amoratada y retorcida por las ansias de la muerte,
vibre tu frase, Maestro:
Padre mío: en tus manos
mi espíritu encomiendo.
EL DOMINGO DE PASCUA
LAS CAMPANAS
al doctor Manuel Domínguez
El repique suene alegre, ya la obscura niebla opaca
rasga el sol, suene el repique y se calle la matraca.
Suene alegre la campana,
la armoniosa, la que ufana
nos recuerda la ventura de la infancia que pasó;
la que alegre resucita nuestras muertas esperanzas,
la campana de recuerdos, la campana de añoranzas,
la campana de Edgar Poe.
No la tétrica de hierro, la que gime, la que llora,
la campana aterradora;
sino las ledas de oro,
cuyo coro
se percibe en lontananza
derramando bajo el cielo
la canción de la esperanza
con su alegre retornelo.
Suene alegre la que canta, la que en nupcias y bautizos
llena el alma de alegrías con sus rítmicos hechizos,
la tristeza a su voz huya.
¡Aleluya!
La sonara campanilla, la pequeña como un dianthus
la que vibra cuando el cura canta: Sanctus, Sanctus, Sanctus,
Paz y dicha distribuya.
¡Aleluya!
la que despierta el recuerdo de la albura del roquete,
de los cánticos del coro y el cariño al barrilete,
risa en el aire diluya,
¡Aleluya!
Vibre la que rememora los primeros amoríos,
primera vez que escuchamos, entre ardientes desvaríos,
el codiciado: ¡soy tuya!
¡Aleluya!
Y cante la melodiosa que recuerda el primer beso,
ese cuarteto de labios que en el alma vive preso
y no hay fuerza que destruya:
¡Aleluya!
A LA MUERTE
(PARÁFRASIS)
Buena amiga, no me asusta
tu obscuridad ni tu nombre,
sé que a tu seno va el hombre
dulce reposo a gustar.
Tu nombre asusta al cobarde
que a la dicha en culto erige;
quien por el deber se rige
llega tranquilo a tu faz.
Negra, horrísona tormenta
el lomo del mar enarca,
y es de ella presa mi barca
desde el puerto que dejó;
a ti va, isla de reposo,
“que en medio el mar de la vida
al marinero convida
con su brisa sin rumor”.
Voy a ti, sauce sombrío,
el de ramaje doliente,
a abatir la triste frente
que arrugara el padecer;
tras la noche en que me abrigues
lucirá un alba de grana;
tiene la tumba un “mañana”;
la cuna tuvo un “ayer”.
Blanca virgen misteriosa
de los últimos amores,
novia que en lecho de flores
ofreces eterno amor,
apresta el tálamo blando
para el amante rendido,
para el esposo oprimido
por la garra del dolor.
Busqué en la ciencia del hombre
la verdad clara y desnuda,
y sólo afanosa duda
halló en ella mi ansiedad;
calme mi sed la agua viva
que esconde tu negro arcano:
abra para mí tu mano
la puerta a la eternidad.
Corro a tu dulce reclamo,
tierna madre cariñosa,
la cabeza pesarosa
en tu regazo hundiré:
el “nephente” que me brindas
es una copa sin heces;
el reposo que me ofreces
no es el sueño del “no ser”.
Será para mí viaje
de dicha y encantos lleno,
con el semblante sereno
y tranquilo el corazón,
dejar la arena en que el hombre
en torpe lucha se agita
y a la mentira maldita
fastuoso altar erigió.
Cierre tu piadosa mano
mis tristes ojos al sueño:
sediento de tu beleño,
oigo extasiado tu voz:
contraerán suave sonrisa
mis labios descoloridos,
cuando apagues los latidos
de mi herido corazón.
A HIRAM CUSMANICH
Sobre el aura del dolor
que nimba tu blanca losa,
tiende su pliegue orgullosa
la bandera tricolor;
Rojo, el valiente crúor,
de tu sangre reacia al mal,
Blanco el copioso raudal
de llanto por tu partida,
y Azul, la enseña querida
del partido liberal.
LA GUITARRA
a Gustavo Sosa Escalada
Hiere tu lista mano con energía
las resonantes cuerdas de la guitarra
y de su obscuro seno brota bizarra,
como hirviente cascada la melodía.
El cendal que a la negra melancolía
con oprimido lazo mi pecho amarra,
a su soberbio empuje su tul desgarra,
al abrevarme hidrópico de su armonía.
Ya “pianissimo” rueda, cristal luciente,
ya en galantes “allegros” juega bullente,
ya en gallardo “crescendo” muge y restalla.
Hasta que en el delirio del entusiasmo,
como un sonoro beso de ardiente espasmo,
la fónica brillante su voz acalla.
EN HORAS DE ANGUSTIA
(PSALM LXXXVIII)
Día y noche, Señor, clamo y a tus pies postrado imploro
Tus oídos, mi Dios, abre y oye el eco de mi lloro.
Harta está mi alma de males, y a la tumba va mi vida:
con los muertos formo ya.
Mi pobre alma desprendida, del sepulcro en torno gira
y en tinieblas triste está;
me has hundido en una tumba; con las hondas de tu ira
¡afligísteme, Selah!
Alejaste de mi lado mis amigos: me pusiste
a sus ojos el estigma de lo negro y de lo triste;
enfermáronse mis ojos de aflicción y de amargura;
me encerraste y no saldré.
Clama a Ti mi desventura: débil, tiéndote la mano:
¿tu sonrisa moveré?
¿Levantarse puede el muerto del misterio, del arcano,
a alabar al sumo Ser?
¿O cantar en el sepulcro tu eternal misericordia
y tu luz en las tinieblas, tu bondad en la discordia,
tu virtud entre la nada, tu justicia en el olvido,
tu piedad en perdición?
Yo a Ti, ¡Oh Dios! clamé afligido y al rayar de la mañana
te previno mi oración;
¿por qué mi alma es rechazada de tu diestra soberana,
desoída mi aflicción?
Afligido y pesaroso, desde tierna edad sin calma,
he llevado tus temores en el fondo de mi alma,
y tus iras presa hicieron de mi pecho atribulado
y tu espanto me abatió;
y como agua han rodeado los contornos de mi vida:
mi esperanza se anegó,
y el amigo, tras su triste, perdurable despedida,
para siempre me dejó.
LO QUE DESEAN LAS LÁGRIMAS
(DE CATULLEMENDES)
Gota que brilla al caer
de la roca diamantina,
gota de agua cristalina,
dime, ¿qué deseas ser?
—Perla, perla alabastrina.
Blanca perla que engalanas
engarzada en filigranas
esa garganta hechicera,
dime, ¿por ser qué te afanas?
—Yo, ser lágrima quisiera.
Trémula gota abrasada
que en esos ojos vacilas
por el pudor restañada,
desenturbia esas pupilas
y di, ¿qué quieres ser? — ¡Nada!
Cayó la lágrima ardiente,
desvanecióse silente,
y... ¿qué pudo ser mejor,
después de ser la elocuente,
tierna expresión del dolor?
ULALUME
(DE EDGAR ALLAN POE)
Era un lóbrego paisaje: cielos tristes, cenicientos,
y hojas secas y crispadas por el soplo de los vientos;
una noche del Otoño, destemplada y solitaria,
de un Otoño inmemorial;
una noche cineraria de fantasmas y de insomnios,
sobre un sórdido aguazal,
cuyas tétricas riberas, frecuentadas por demonios,
cruza un hálito glacial.
Por estrecha, obscura senda de cipreses, sin salida,
yo vagaba con mi Alma ¡pobre Alma entumecida!
un volcán era mi pecho, y sus lavas mis angustias
y tristezas y pesar,
que corrían, ora mustias, ya agitadas y violentas,
agitadas como un mar,
como corren las del Yaneeck tumultuosas, turbulentas,
en el polo boreal.
Lo que hablábamos vagando era grave y era serio:
mas se hundía nuestro pobre pensamiento en el misterio:
no guardábamos recuerdo de tal noche solitaria
de un otoño inmemorial,
de tal noche cineraria, de fantasmas y de insomnios,
sobre un sórdido aguazal,
cuyas tétricas riberas, frecuentadas por demonios,
cruza un hálito glacial.
Ya el reloj de las estrellas anunciaba la mañana
y en Oriente el horizonte colorábase de grana:
ya vagaba ese suspiro de la noche moribunda
que a la aurora besa el pie:
media luna que, errabunda, sus reflejos dulces, tiernos,
disiparse triste ve,
el fulgor bidiamantado, los dos cuernos, ambos cuernos
cintilaban de Astarté.
Y yo dije:—Es más hermosa y encendida que Diana,
desde un éter de suspiros, de la noche soberana,
ella mira mis angustias, en mis lágrimas se mira,
ella sabe mi aflicción;
por los cielos triste gira y el sendero nos enseña
su gentil cintilación;
por los cielos triste gira y en letea quietud sueña
tras el cubil del león –
Mas mi Alma, pensativa, levantando el dedo, dijo:
—Desconfío de esa estrella; yo no sé por qué me aflijo,
por qué tiemblo cuando miro su fulgor bidiamantado,
deja, ¡déjame volar! —
Y en febril y apresurado aleteo, tristemente,
las dos alas al lanzar,
en el polvo se arrastraba, arrastrábase doliente,
sin poder el vuelo alzar.
—Inundémonos —repuse— en sus luces cristalinas,
en sus luces esplendentes,; en sus luces sibilinas;
son reflejos de esperanza.de esperanza y de belleza,
los que altiva lanza, ¿ves?
Desechemos la tristeza. Bien podemos nuestro paso
conducir tras de sus pies,
pues que lanza sus destellos del Oriente hasta el ocaso,
de los cielos al través—.
Cariñosas mis palabras, devolviéronle la calma,
y en los labios, dulcemente, con amor besé a mi Alma,
y al final ya de la senda, de la obscura, estrecha senda,
una tumba inscrita vi,
y le dije: —¿Qué leyenda tiene inscrita, hermana amada,
esta bóveda? ¡ay de mí!
Y ella díjome: — ¡ULALUME! ¡Tu perdida, tu adorada
Ulalume yace aquí!
Quedó al eco de su frase, de su voz al flébil eco,
mi angustiado, dolorido corazón, crispado y seco.
—Ya recuerdo —grité entonces— la jornada en este infierno
de mi pobre corazón!
¿Qué demonio del averno me condujo a este paraje,
me condujo a esta mansión,
a este lóbrego desierto, a este lúgubre paisaje
de infernal tribulación?
Ya recuerdo este paisaje de los cielos cenicientos
y hojas secas y crispadas por el soplo de los vientos
y esta noche del otoño, destemplada y solitaria,
de un otoño inmemorial,
esta noche cineraria de fantasmas y de insomnios
y este sórdido aguazal,
cuyas tétricas riberas, frecuentadas por demonios,
cruza un hálito glacial.
CIENCIA IGNARA
al doctor Diógenes Decoud
¿Es verdad, doctor amigo, que al llegar a la eminencia
do se posan vuestras plantas, a lo abstruso de la ciencia
no se ven más horizontes, no se tiende la mirada
escrutando el más allá,
que la fría, negra nada, lobreguez inacabable,
insondable obscuridad,
y a ese abismo de tinieblas la existencia miserable
va a rendir la humanidad?
El dolor nos lima el alma y la pule y la dilata,
—vuestro augusto sacerdocio bien lo sabe y lo aquilata—
¿para qué? ¿para dejarla pobre y mísera abismarse
en un limbo torcedor
y en su sombra anonadarse? ¿Tras los fúnebres crespones
la abandona hasta el dolor?
¿Y en el triste cementerio y entre negros lobizones
va a extinguirse su fulgor?
¡No, doctor! Si vuestra ciencia, por enorme, por abstrusa
que ella sea, alcanza sólo a tener por inconcusa
la verdad de tal absurdo, de tal tesis la evidencia,
si no llega más que allí,
yo abomino de esa ciencia, de sus dogmas me rebelo:
¡Yo sé más! Hay algo en mí
que no acaba con la muerte, que no alcanza el escalpelo,
que no corta el bisturí!
Es el alma. Y el cerebro no es su esencia, es su palacio,
y su patria es de ultratumba y ultra-tiempo y ultra-espacio:
la materia en incesante torbellino misterioso,
no agitándose a sus pies;
y el saber presuntuoso que no sabe si su esencia
es eterna o no lo es,
-perdonadme que os lo diga— no distingue, pobre ciencia,
¡qué es la cara y qué el envés!
PRIMAVERA
(Versos de la adolescencia del poeta, con los cuales se inició,
obteniendo el primer premio en un certamen colegial en Buenos Aires).
Ensayo, Patria mía, lejos de tu almo cielo,
notas de un pobre canto que tiembla en mi laúd;
el canto melancólico que en hondo desconsuelo
me arranca la nostalgia, mientras tu augusto suelo
despliega de sus galas la nueva juventud.
El dulce paraíso, el que nacer me viera,
se pinta en mi memoria con todo su esplendor;
la aurora de mi vida, mi alegre primavera,
tus bosques encantados, la plácida ribera
en que se miran límpidos, sus formas, su color.
Acaso en esa orilla, tras las graciosas brumas
que el manto de la aurora desprende de su tul,
navega el mismo cisne, níveo bajel de plumas
que yo feliz miraba trazar en sus espumas
la temblorosa estela que copia el cielo azul.
Y al asomar la noche, la triste noche calma,
el soplo de la brisa se impregnará tal vez
del mismo dulce aliento con que embriagaba mi alma
del perfumado aliento que bebe en la alta palma
en la mansión tranquila, feliz de mi niñez.
Gimen en esa brisa la nota que al poeta
inspiran apacibles los cantos del amor;
florece en su hondo beso la tímida violeta,
y al agitar las ramas su errante ala inquieta,
suspiran los boscajes concierto arrobador.
¡Oh Patria! Cuando pase la nieve de mi invierno,
cuando mis huesos cubra la losa sepulcral,
tus primaveras viertan sobre mi sueño eterno
sus perfumadas flores y con su arrullo tierno
entónenme tus brisas perpetuo funeral.
EPITALAMIO
en las bodas de Leticia Godoy y Viriato Diaz-Pérez
Vibrar hace su almo beso
majestuosa primavera
que el gentil Peloponeso
a las suyas prefiriera.
De la célica balanza
su ardoroso rayo lanza,
que se esparce entre las frondas,
como mar de tibias ondas,
fulgurante, regio sol,
y en las hojas y festones,
y en los túmidos botones,
brilla ardiendo su arrebol.
Los naranjos florecidos
su perfume al aire dan
y en sus ramos coloridos
liban miel entre zumbidos
las abejas de Guarán.
Sus panales dan deseos,
no más finos los hibleos,
no más dulces los famosos
que entre sus mirtos umbrosos
la fecunda Hélade vio,
los panales primorosos
que el Himeto regaló.
La pareja enamorada
va sedienta de la miel...
va pasando... circundada
de azahar la frente de ella,
de laurel la frente de él.
Del amor hermosa estrella,
roja antorcha de Himeneo.
Alumbrad sus ledas plantas,
que en la senda del deseo
van en pos de dichas santas,
y sus pasos conducid
por un mundo de ternuras
de las más dulces venturas
a la perfumada vid.
¡Bocas rojas que sin mitos,
sin mentidos torpes ritos,
en un beso se confunden
en cariños infinitos!
La ventura les agobia.
Arrojadles muchas flores
que destaquen sus colores
en el seno de la novia.
No hay incienso, pero hay rosas.
El altar es el de Palas.
¡Qué arrogantes con sus galas
las canéforas hermosas!
No es la epístola de Pablo
la salmodia que se lee:
el saber vence a la fe
y el amor triunfa del diablo.
Nuestro voto raudo suba
por la pareja gentil,
porque escancie dichas mil
a las plantas de Prónuba.
Los naranjos florecidos
su perfume al aire dan
y en sus ramos coloridos
liban miel entre zumbidos
las abejas de Guarán...
LA OLA
-Soy tu retrato; tu triste vida
llena de azares copia mi ser,
mas tal la copia de embellecida,
que no la aciertas a conocer.
Entre las guijas de un arroyuelo,
bajo tupidas frondas nací;
la flor su gualda, su pompa el cielo,
su verde el bosque miran en mí.
Dejé cantando mi cuna ignota
y al ancho río pude llegar;
de su concierto soy una nota
que tú no alcanzas a modular.
Tras la soberbia, móvil balumba
del mar inmenso voy a morir,
y a ti... te espera sórdida tumba
tras las miserias de tu existir—.
Así cantando pasó la ola;
el eco vago solloza en pos...
Pasó cantando: la playa sola
su voz repite como un adiós.
PÁJARO EXTRAÑO
a Manuel García Collazo, en sus bodas
Alcotán de raudas alas,
de primoroso collar,
que en la orilla te albergaste
del undoso Paraguay,
hoy se explican tus encantos
ante el pálido azahar
y tus idas y venidas
a la villa del Guairá.
Hoy se explican tus manejos:
¡ibas, pícaro alcotán,
a sus selvas de naranjos
a una tórtola a llamar!
Compasiva, a tu reclamo,
las dos alas tiende ya
un nido de blandas plumas
para ayudarte a labrar,
“pycui pé” de rojo pico
que al sombrío naranjal
mágica lluvia de azahares
arranca el vuelo al alzar!
¡Que se mime al dulce amparo
de tus alas, alcotán,
y los “aires da terriña”
te haga su arrullo olvidar,
y hermosísimos polluelos
lleguen mañana a alentar
vuestras alas enlazadas
sobre el nido que formáis!
A MI CRISTO
Tú en quien se acendra mi fe,
ni madre virgen tuviste,
ni en un pesebre naciste
de Belén o Nazareth;
tu cuna la Mancha fue,
tu gloria vencer gigantes,
todas tus penas galantes,
todo tu afán idealista,
y tu único evangelista
fue San Miguel de Cervantes.
Tú aventajas y no en poco
a todo otro redentor,
no hay mentecato mayor
que el que en ti sólo ve un loco,
y esa ventaja que evoco
en tu entereza consiste,
que en la aventura más triste
que tu espíritu alborote
nunca dices, don Quijote,
“Transeat a me calix iste”.
Tu sangre inocente abona
de tu calvario el camino,
y es el yelmo de Mambrino
tu ensangrentada corona;
ostentaste en Barcelona
INRI de escarnio y baldón,
tuviste un Pedro Simón
y un Tomás en tu escudero,
y en el cura o el barbero
se encuentra tu mal ladrón.
¿Quién se metió a redentor
que compararse a ti pueda,
ni de la suerte la rueda
a quién tratara peor?
Por tu castísimo amor
te va en zaga el de Judea
pues, por muy listo que sea,
¿qué mucho puede decir
de achaques de redimir
quien no tuvo Dulcinea?
¡Dulcinea! Entre el dolor
que la existencia consume
nos vivifica el perfume
de esa grácil, bella flor;
y es el pecho sin su amor
triste caja sin objeto,
obscuro páramo escueto
que sólo brota maldad,
con la horrible frialdad
y quietud del esqueleto.
¡Dulcinea, sombra grata
del camino de la vida,
linfa en la selva escondida
que azul de dichas retrata!
Jamás en la vida ingrata
en mí se entibie su amor,
y entre el aura del dolor
que mi existencia consume
siempre me aliente el perfume
de esa grácil, bella flor!
Si te venció en fiera lid,
Señor mío don Quijote,
Sansón Carrasco—Iscariote,
valido de infame ardid-
perdónale tú, adalid
de valientes, erradizo,
perdona a este tornadizo
aquella triste jomada;
perdónale esa jugada
¡Que no supo lo que hizo!
OCASO Y AURORA
(MONÓLOGO)
Época: poco tiempo después de la guerra con la Triple Alianza.
Persona: Una paraguaya.
Era la tarde... La densa
sombra sus alas tendía
de gigante cuervo. El día
sollozaba con la inmensa
tristeza de su agonía.
Mortaja resplandeciente
en que iba a hundirse su frente,
tintos en morada lumbre,
crespones del occidente
se ataban de cumbre en cumbre.
Como deshecha mesnada
prófuga y ensangrentada,
por los senderos agrestes
de la sierra iban las huestes
de la Patria destrozada,
que esculpieron en la historia
venciendo sin par laceria
hechos de eterna memoria;
en su redor la miseria
formaba nimbos de gloria.
Lleno de horror del combate,
aún enloquecido late
mi pecho de residenta;
aún el recuerdo me abate
de aquella caza crüenta.
Por las vastas extensiones,
de Pirayú en el perfil,
tras de su s verdes pendones
se agitaban las legiones
del Imperio del Brasil.
Una huella tras de sí
fueron dejando hasta allí
de sangre y de tumbas. ¡Ah,
qué lejos estaba ya
el sol de Curupayty!
Y aún con aliento, altanera,
por la escarpada ladera,
trasponiendo los breñales
y recios caraguatales
de la abrupta cordillera,
iba la hueste patriota
en inefable delirio
tras de su bandera rota
a beber la última gota
del cáliz de su martirio.
¡Triste instante que el olvido
jamás aleja de mí,
el del ocaso encendido
en que a mi hermano querido
el postrer abrazo di!
Baldado estaba: ilusoria
su imagen en mi memoria
se dibuja: como un rayo
le hirió la hoguera de gloria
del veinticuatro de mayo.
Quise en vano detenerle,
supliqué; quise esconderle:
¡Alma a la Patria rendida,
aún le faltaba ofrecerle
el postrer soplo de vida!
Altivo rompió los lazos
que a mi cuello sus abrazos
estrecharon, y anhelante,
lívido el bello semblante,
se desprendió de mis brazos.
¡Marchó!... Por la senda escueta
que ni una flor engalana
se fue perdiendo la grana
viva de su camiseta
en la penumbra lejana.
¡Tétrica tarde! La densa
sombra sus alas tendía
de gigante cuervo... El día
sollozaba con la inmensa
tristeza de su agonía.
Y mi plegaria, transida,
cruzó la inmensa techumbre
tinta de morada lumbre,
blanca paloma perdida
volando de cumbre en cumbre:
* * * *
¡Piedad, Señor! Tu siervo,
pobre despojo humano,
a hundirse va en la sombra
de arcana eternidad:
¡la sombra de las sombras!
No volverá mi hermano.
Acógelo en tu seno:
¡Piedad, Señor, Piedad!
La hubiste de tu pueblo
que en dura servidumbre
la tierra del pecado
a mares llorar vio:
así a mi pobre patria
tu compasión alumbre,
colmada tu justicia:
¡Piedad, piedad, Señor!
¿Qué inmensa culpa expía?
¿Qué misterioso Karma
la empuja al sacrificio?
¿Qué obscura iniquidad?
Torna, mi Dios, los ojos
y tu furor desarma,
apláquese tu ira:
¡Piedad, Señor, Piedad!
Piedad para el enorme
ejército inhumano
que de mi patria hermosa
la vida aniquiló.
Piedad para el caído,
piedad para el hermano
que en inocente sangre
las manos empapó.
El orbe entero cubre
tu gran misericordia,
indefectible, a todos
escuda tu bondad;
depón el ceño adusto
y acabe la discordia
¡Piedad para la Patria,
piedad, Señor, piedad!
Depón el ceño y mira
exánime, maltrecho,
un pueblo vigoroso
que tu hálito creó:
rasgadas las entrañas
dilacerado el pecho:
arpón envenenado
su corazón hirió.
El pecho más nefando,
la mano más proterva,
perdón hallaron siempre
y amparo en tu bondad.
¡Piedad para la Patria!
(cae arrodillada)
¡Piedad para tu sierva!
¡Piedad para los huérfanos!
¡Piedad, Señor, Piedad!
.................................................
(de pie, continúa)
Pálida luz de topacio
se cierne por los crespones
de lóbregos nubarrones
que bogan por el espacio
desgarrados en jirones.
¡Noche de la adversidad!...
Pasó por fin... y clarea
la aurora en la inmensidad:
¡Qué tristemente alborea
después de la tempestad!
Y a la escasa claridad
del alba el pecho se alegra,
con indecible ansiedad,
porque de noche tan negra
surja un sol de libertad.
Lo merece el pueblo fuerte
que en holocausto a su suerte
dio su sangre gota a gota,
gallardo hasta en la derrota
y abnegado hasta la muerte!
¡Y surgirá! Ya incisiva
su luz del oriente arranca
y en el espacio se aviva
resplandeciendo en la blanca
frente de la patria altiva.
Entre la ruina humeante,
despojo del pueblo bravo,
la vida estalla, pujante:
abren el cáliz fragante
blancos jazmines del cabo:
todo palpita; frementes
se desatan los torrentes,
la sangre enciende el calor;
pide la tierra Simientes
y el corazón pide amor.
A la luz del nuevo día
se colmarán, Patria mía,
de albas flores tus laureles,
de opulencia tus vergeles,
tus hogares de alegría.
Si por tu gloria la grana
de tu sangre diste ufana,
altiva hasta perecer,
será el pueblo de mañana
digno del pueblo de ayer.
Si tras negros padeceres,
sólo ya de tantos seres
amados quedan los nombres,
pues fueron héroes tus hombres
¡seremos Dios tus mujeres!
No serán, ¡oh Patria augusta!,
la ruda labor adusta
ni débiles nuestros hombros
para rehacerte robusta
de tus sagrados escombros.
¡Yo haré un hogar! La dulzura
que de mi pecho se explaya
arrullará su ventura
con la infinita ternura
de mi alma de paraguaya.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
De sus cortinas de grana
forma la aurora una ojiva:
guirnalda airosa engalana
la frente de la mañana
¡Salve, Madre rediviva!
EL ALMUERZO
a Jean Paul
¿Más vermouth? No. No nos suba a la cabeza
que eso fuera naufragar en el dintel.
Vamos. Mira la eucarística limpieza,
la eucarística blancura del mantel.
Mantequilla al grado cero y aceitunas.
¡Qué sabrosas y qué gélidas están!
¿Tú prefieres las maduras? Yo las brunas.
Tú que oficias hoy de Cristo, parte el pan.
Curbinata con su salsa mayonesa.
— ¿Curbinata? —Sí, señor se llama así,
y hablar bien el castellano me interesa.
—Hombre, mira, era un secreto para mí.
—Esta sopa me parece que está hirviendo.
—Ponle hielo, no te llegues a quemar;
como siempre de pasión estás ardiendo,
tú no debes impedirte de besar.
—Dame vino, —¿De Burdeos?— No. Yo quiero
de ese blanco que se llama Entre Deux Mers
que lo claro yo en el vino lo prefiero,
tú lo buscas en los ojos de mujer.
—A las veces. — ¿A las veces? ¿Cómo es eso?
—Hoy me gustan ojos negros— ¿Cómo así?
—No lo digo tu imprudencia es un exceso
y no debo de fiarme ya de ti.
—Este bagre en escabeche está exquisito
— ¿Que más bagre que tú mismo, buen Jean Paul?
—El ser bagre, a la verdad, me importa un pito,
si me quiere una morena como un sol.
—Viene el pavo. Santa Bárbara, ¡qué rico!
En mi vida cosa igual he visto yo.
Tiene el anca bien dorada y en el pico
una rosa episcopal de Jericó.
— ¿Que lo trinche? Necesito una gran daga.
— ¿Tú qué quieres? —La pechuga. —Claro está.
—Igual bocio ni en la tesis de Idoyaga
en los tiempos que corremos se verá.
—¿No repites la pechuga? ¡Suma y sigue!
La ensalada de lechugas está... ¡Pan!
—Hazte a un lado porque no te desnarigue
un soberbio taponazo de champagne.
Choquemos las copas. ¡Por ti y la morena!
¡por ti y por los besos que ella te dará!
Bebamos. El áurico timbre resuena d
el rico y sonoro cristal Baccarat.
A ISABEL LA CATÓLICA
Fue Isabel reina sin par
que sus joyas tuvo en poco
porque el dárselas a un loco
era arrojarlas al mar.
Pero en el fondo al tocar
de aquel báratro profundo
del alma de un vagabundo
las joyas se deshicieron
y sus perlas convirtieron
en semillero de un mundo.
HIRAM
(En el álbum de Hiram Rodríguez Alcalá, 1909)
¿Un año cumples? —Antes que tu mirada
les trajese a tus padres tanta alegría,
¡entre los estertores arrebatada
de un hijo agonizante se fue la mía!
Como tú se llamaba... Y en ese nombre
cifro tanto cariño, ternura tanta,
cuanto puede en el frágil pecho de un hombre
alzar una memoria bendita y santa.
Cuatro años tenía, rubio el cabello,
trigueñas las mejillas, y una negrura
sus ojos, cual la noche sin un destello,
¡la noche de su ausencia que me tortura!
Yo he sufrido dolores a cuál más hondo,
que mi alma llenaron de vil laceria;
yo de mi pecho altivo sentí en el fondo
la mordedura hambrienta de la miseria...
Pero no tan precito, grande y profundo,
como el que así dejara mi pecho yerto...
¡Supo inventar tormentos el que, iracundo,
me hizo besar los labios de mi Hiram muerto!
Perdona si mi canto parece un Réquiem,
y si mi llanto esta página moja sombrío,
no secará las flores con que te obsequien,
temblará entre sus hojas como rocío...
INDICE
Nota aclaratoria, 7
ALEJANDRO GUANES: VIDA Y OBRA
I. LA VIDA
Niñez y adolescencia, 9
Primeros versos: 1890, 14
El casamiento: 1892, 20
Cunas y tumbas: 1904, 29
Espiritismo, 34
Ensayo teatral, 40
El proceso: 1907,42
Anécdotas, 48
Guanes y su generación, 52
Últimos años, 57
II. LA OBRA POETICA
Los temas, 62
Don Quijote, 66
El tema religioso: “Glosa de las Siete Palabras”, 68
El tema de la muerte, 70
Parnasianismo, 71
Tono menor, 72
“Ulalume”, 73
El poeta de “Las leyendas”, 76
La melancolía de las cosas viejas, 77
El prosista, 80
Palingenesia, 83
Bibliografía, 85
Notas, 87
ANTOLOGIA
Las leyendas, 93
La hora de las lágrimas, 96
¡Salve, Patria!, 97
Alian Kardec, 100
Recuerdos, 102
Glosa de las Siete Palabras, I, 104
II, 104
III, 105
IV, 106
V, 107
VI, 107
VII, 108
El Domingo de Pascua, 110
A la muerte, 112
A Hiram Cusmanich, 115
La guitarra, 116
En horas de angustia, 117
Lo que desean las lágrimas, 119
Ulalume, 120
Ciencia ignara, 123
Primavera, 125
Epitalamio, 127
La ola, 130
Pájaro extraño, 131
A mi Cristo, 133
Ocaso y aurora, 136
El almuerzo, 144
A Isabel La Católica, 146
Hiram, 147
ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA
EL IDIOMA GUARANÍ, BIBLIOTECA VIRTUAL en PORTALGUARANI.COM
(Hacer click sobre la imagen)
ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA
(Hacer click sobre la imagen)