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OSVALDO GONZ脕LEZ REAL
  MARCELINA - Por OSVALDO GONZ脕LEZ REAL


MARCELINA - Por OSVALDO GONZ脕LEZ REAL

MARCELINA

Por OSVALDO GONZ脕LEZ REAL


芦Adi贸s palomita pura, adi贸s clavel de ilusi贸n Marcelina Rosa Riveros.

Adi贸s de todo coraz贸n禄





COMPUESTO TRADICIONAL

Alipio Pereira lleg贸 hasta la Plaza Uruguaya. Se detuvo, jadeando, bajo la sombra de un frondoso tajy. All铆, sobre los pisoteados p茅talos color violeta, baj贸 su grasiento malet铆n negro y se puso a silbar muy bajito. El viejo cartapacios comenz贸 a bambolearse atrayendo, r谩pidamente, la atenci贸n de los transe煤ntes y de esa poblaci贸n local compuesta de vendedores ambulantes, quinieleros, prostitutas, mendigos y canillitas descalzos. Los inquilinos perpetuos de la c茅lebre plaza, atentos a cualquier hecho ins贸lito que fuera a interrumpir la rutina cotidiana, comenzaron a congregarse en torno al misterioso valij铆n. Las pitadas del tren lechero 鈥攄esde la cercana estaci贸n del ferrocarril鈥 contribu铆an, con su r铆tmico acompa帽amiento sonoro, a la atm贸sfera de expectaci贸n generada por la ins贸lita conducta del bols贸n de cuero. El arribe帽o mir贸 a los circunstantes con los ojillos p铆caros y burlones de un aut茅ntico 芦Per煤-rim谩禄 y se agach贸, lentamente, para descorrer 鈥攃on indolencia premeditada鈥 el cierre de la mugrienta maleta.

Los esbeltos cocoteros, que parecen montar guardia alrededor de la rotonda, despeinaban sus penachos resecos bajo el implacable manot贸n del viento norte. Pas贸 un tranv铆a destartalado, traqueteando con dificultad en direcci贸n al centro, distrayendo 鈥攎oment谩neamente鈥 con sus rel谩mpagos raqu铆ticos la atenci贸n de la multitud. Un rato despu茅s, en medio del silencio dejado por el paso del vetusto veh铆culo, se escuch贸 en el malet铆n un chasquido 鈥攃omo de una lengua min煤scula鈥 que aument贸 el suspenso en el rostro de los curiosos hasta que, unos segundos m谩s tarde, el grito de sorpresa de las mujeres coincidi贸 con la aparici贸n de la achatada cabeza del reptil.

Era un truco que no fallaba jam谩s. Lo hab铆a aprendido en la c谩rcel, de un preso que hab铆a trabajado en esas kermeses que recorren los pueblos del interior durante las fiestas patronales. Eulalio Morales (as铆 se llamaba el compa帽ero de celda) le hab铆a indicado la manera de ganar dinero con la ayuda de esas serpientes amaestradas, de aspecto terrible, que serv铆an para atraer a los incautos y vender un t贸nico o una pomada milagrosa. 芦Todos los santos del Almanaque Bristol no van a poder competir contra tu maravilloso elixir de aceita de v铆bora禄, le hab铆a predicho el ahora finado Eulalio.

Pereira hab铆a adquirido la mentada serpiente de un indio mak谩, a cambio de una botella de ca帽a. La hab铆a bautizado, cari帽osamente, con el nombre de su exnovia Panchita. No le cost贸 mucho acostumbrarse a que la viscosa Panchita se le enroscara alrededor de su nervudo brazo y le colgase del cuello, como una perezosa bufanda. El sexo d茅bil, como de costumbre, era el m谩s impresionable. Algunas mujeres desahuciadas hasta se desmayaban ante la vista del formidable s铆mbolo f谩lico, olvidando 鈥攃on el sobresalto鈥 la conocida historia de Ad谩n y Eva. Las solteronas y beatas que frecuentaban la iglesia vecina ya ni se animaban a pasar por la plaza maldita. A las desgraciadas que ca铆an sin sentido durante el espect谩culo, el porfiado mocet贸n las reanimaba 鈥攄espu茅s de sobarlas, descaradamente, con sus velludas manos de s谩tiro mont茅s鈥 friccion谩ndolas con su pomada de aplicaci贸n universal. As铆 hab铆a conquistado a 芦Mar铆a-Cach铆禄 鈥攍a chipera m谩s codiciada de la estaci贸n鈥, quien se hab铆a convertido en ayudante del encantador de serpientes. Al principio, ella le ret贸 y le trat贸 de zafado y ordinario, pero al final se le entreg贸 cuando Alipio le dijo que era m谩s linda que la estatua de 芦esa mujer desnuda禄 que adorna la entrada de la plaza. Mar铆a-Cach铆 era una mujer retobada, pero ahora fing铆a desmayarse en el momento culminante de la actuaci贸n, aumentando con su comedia el efecto terror铆fico que produc铆a la aparici贸n de Panchita. Compart铆an, m谩s tarde, las ganancias y el desvencijado catre de lona que ella ten铆a en su rancho de la Chacarita. Los infaltables fot贸grafos de la plaza 鈥攁postados, como cuervos, tras sus incansables ojos de vidrio鈥 sacaban tambi茅n su tajada de la ins贸lita funci贸n, pagando un jugoso porcentaje al improvisado fakir.

En estos 煤ltimos tiempos los negocios no marchaban muy bien. Las muestras gratis de los visitadores m茅dicos compet铆an cada vez m谩s con el m谩gico ung眉ento que curaba 芦el pasmo禄, 芦la tiricia禄 y 芦el fuego de San Antonio禄. Era cierto que los lustrabotas de la plaza cazaban ratones y pajaritos para saciar el voraz apetito de la serpiente; y que la hora de alimentar a la causante del pecado original era esperada con gran regocijo por parte de la gente menuda. As铆 y todo, Pereira no estaba contento con su trabajo. Y capaz que hasta hubiera vendido su querida Panchita al Jard铆n Bot谩nico o a aquel taciturno taxidermista alem谩n, para mandarse a mudar a la Argentina, si no hubiera ocurrido lo que vamos a relatar.

Todo comenz贸 con la llegada a la plaza de aquellos harapientos guitarristas ciegos. Eran tres viejos canosos venidos de un oscuro y polvoriento pueblo de la campa帽a. Se ganaban la vida tocando antiguas canciones de amor, en esas dilapidadas estaciones de ferrocarril que jalonan con sus herrumbrados galpones los caminos de fierro de la patria. Con dedos achacosos y eternas u帽as de medio luto, rasgaban maquinalmente sus manoseados instrumentos, desafinados por la pobreza. Fue el segundo d铆a de la llegada de los m煤sicos que Alipio Pereira escuch贸, por primera vez, la canci贸n que iba a cambiar su destino. Al comienzo ni les prest贸 atenci贸n, pero a medida que la recurrente melod铆a resonaba en la voz lastimera de aquellos seres sin luz, la letra le iba penetrando en el alma. Las voces lanzaban sus quejas como en esas letan铆as de Semana Santa, que el pueblo entona para implorar al cielo el fin de su miseria. El mon贸tono estribillo le horadaba el coraz贸n, como la p煤a del trompo 芦araz谩禄 perfora la piedra de las veredas:

芦Con l谩grimas de mis ojos

voy a cantar en mi guitarra

en la ciudad de Asunci贸n

Paraje de Varadero...禄

As铆 musitaban con rostros imp谩vidos los an贸nimos cantores vagabundos.

Alipio Pereira, como la mayor铆a de sus conciudadanos, no hab铆a tenido la suerte de conocer a su padre. Este hab铆a desaparecido, sin dejar rastros, abandonando a su mujer al terminar una zafra azucarera. La madre de Alipio, enferma del coraz贸n, no pudo soportar tama帽a infidelidad y hab铆a muerto unos a帽os m谩s tarde, maldiciendo al causante de su desdicha.

El ni帽o hab铆a recibido de su madre, Marcelina Rosa 鈥攃omo 煤nico legado鈥, un polvoriento manuscrito que conten铆a lo que, aparentemente, era un poema que le hab铆an dedicado en su juventud. Antes de morir, le hab铆a entregado aquel 铆nfimo recuerdo, asegur谩ndole que en 茅l encontrar铆a 鈥攁lguna vez鈥 la clave de su desdicha.

Era, justamente, el recuerdo de este poema el que hab铆a surgido en su memoria, tan pronto escuchara los versos de la quejumbrosa canci贸n. A medida que aquellos extra帽os entonaban las penas del amor y su ausencia, el joven comprobaba que coincid铆a 鈥攍etra por letra鈥 con la del ajado pedazo de papel que hab铆a heredado.

No pudiendo contenerse por m谩s tiempo, el impetuoso muchacho enrosc贸 a Panchita alrededor de su robusto brazo derecho y mirando de soslayo a Mar铆a-Cach铆, se dirigi贸 a largos聽trancos en direcci贸n al tr铆o, precariamente instalado en uno de los deste帽idos bancos de la plaza. Acerc谩ndose 鈥攅ntre emocionado y perplejo鈥 al que parec铆a llevar la voz cantante, as铆 nom谩s, sin pre谩mbulos, le pregunt贸:

鈥擬aestro, 驴d贸nde aprendiste esa canci贸n tan triste?

El anciano, sorprendido por la intempestiva interrupci贸n, movi贸 ligeramente su plateada cabeza en direcci贸n al sitio de donde proced铆a la voz y, esbozando una tenue sonrisa 鈥攃omo para mostrar que estaba contemplando al impulsivo jovenzuelo鈥 respondi贸 con ronca entonaci贸n.

鈥擫a compuse yo mismo, mi hijo, durante la revoluci贸n del 17, cuando era conscripto de la mariner铆a y montaba guardia cerca del Varadero. 驴Conoces ese lugar? 鈥攁greg贸, mientras聽trataba de adivinar el rostro y la figura del mozo a trav茅s de las inflexiones de la voz. (El barrio de Varadero, con sus antiguas casas de profundos zaguanes, balcones con persianas destartaladas y descascaradas paredes amarillas, se adivinaba como una mancha parduzca en la ciudad de Asunci贸n).

El muchacho, bajo el impacto de la inesperada revelaci贸n 鈥攆urioso y contento a la vez鈥, recul贸, mentalmente, unos pasos y qued贸 como desatinado, sin saber qu茅 rumbo tomar. Cerr贸聽los ojos y arrug贸 la frente como para ordenar sus pensamientos y recuperar su compostura, antes de proseguir:

鈥擭o, no conozco el lugar. Llegu茅 a Asunci贸n hace poco, nom谩s.

Luego, sin importarle aparecer cargoso, agreg贸:

鈥擯ero, 驴conociste de verdad a la mujer de quien habla tu canci贸n?

El curtido semblante del trovador se sacudi贸, imperceptiblemente, como si quisiese espantar las moscas de alg煤n recuerdo tenaz, mientras sus dos compa帽eros escuchaban con atenci贸n. Golpe贸, impaciente, con sus huesudos dedos, la caja de la enmohecida guitarra y exclam贸 con un dejo de amargura:

鈥擡xisti贸, de verdad. La conoc铆 hace mucho tiempo. Fue mi mujer. Compuse esta canci贸n despu茅s de separarme de ella. Un d铆a, agarr茅 y le envi茅 una copia de los versos con la esperanza de obtener su perd贸n. Nunca me contest贸. Pienso que me hizo adrede, para castigarme. M谩s tarde, me met铆 en pol铆tica y las revoluciones me arrastraron a su antojo, como hoja que lleva el viento. Despu茅s, me desgraci茅 de la vista. Jam谩s podr茅 volver a contemplar聽su rostro. Me un铆 a estos compa帽eros en la desdicha para ganarme la vida. Mi destino fatal es rodar de pueblo en pueblo, como alma en pena, repitiendo eternamente mi sentida canci贸n. Quiz谩, si ella alguna vez la escucha, podr谩 perdonarme.

A Pereira el coraz贸n se le encogi贸 en el pecho despu茅s de o铆r la sorprendente historia. Aqu铆, en este remoto lugar, por un azar inexplicable, ten铆a frente a s铆 al que deb铆a ser su propio padre: este humilde guitarrero que, como trajinante cantor, iba en busca de un amor perdido. Trag贸 saliva, porque para entonces se le hab铆a hecho un nudo en la garganta y apenas pudo contener el ansia de abalanzarse a los brazos del anciano y gritarle: 隆Ch茅-r煤! El fogoso muchacho se contuvo, sin embargo, y pens贸 que era mejor dejar las cosas como estaban. Mantendr铆a el secreto de su descubrimiento hasta encontrar una salida honorable a sus sentimientos encontrados. Este hombre hab铆a cometido un gran crimen al abandonarlo a 茅l, a su madre y聽sus hermanos, 驴pod铆a acaso 茅l convencer a este poeta campesino que estaba dialogando con su propio hijo, y contarle que Marcelina Rosa le hab铆a recordado hasta el final, maldici茅ndolo en su lecho de聽muerte?

El gent铆o que hab铆a rodeado a la temible Panchita se traslad贸, entretanto, alrededor de los m煤sicos andariegos y del corajudo cham谩n, deseoso de participar de la escena que se estaba desarrollando.

Alipio mir贸 de reojo a la concurrencia, acarici贸 la cabeza de su fiel amiga, cuyos ojos sin聽p谩rpados lo miraban sin ver y, sonriendo con sus dientes m谩s blancos, anunci贸:

鈥擲e帽oras y se帽ores, el espect谩culo va a continuar. 隆Vengan a ver la m谩s grande maravilla del mundo! Una aut茅ntica 芦jarar谩禄 reci茅n tra铆da del Chaco. Y... de paso, por tan solo 100聽guaran铆es, la pomada que usaba el rey Salom贸n: Aceite de v铆bora macho... Ya quedan pocas muestras... 隆Aprovechen, se帽oorees...!

La gente comenz贸 a agolparse y rempujar. Pereira mir贸 a su compa帽era y le gui帽贸 un ojo. Mar铆a-Cach铆 hizo un gesto de complicidad.

El viejo payador, abandonado repentinamente, se alis贸 el pelo blanquecino con sus temblorosas manos y, despu茅s de unos instantes de incertidumbre, volvi贸 a pulsar la guitarra.

Alipio Pereira gir贸 sobre s铆 mismo. Se sec贸 el sudor de la frente con un pa帽uelo colorado y se puso a escuchar:

芦Ay, mi vida solitaria,

ay, suspiro del dolor,

Marcelina se llev贸

un pedazo del amor禄.

Fue entonces que decidi贸 contratar al tr铆o de guitarristas ciegos para reforzar el espect谩culo.

Se abri贸 camino entre los que obstaculizaban el paso para dirigirse de nuevo hacia el anciano y sus andrajosos compa帽eros.

En ese preciso instante, el cansado cuerpo de Marcelina se revolvi贸 en su tumba y, poni茅ndose de costado 鈥攄el lado del coraz贸n鈥, pudo, finalmente, morir en paz.

As铆 estar谩, arrullada en su sue帽o interminable, mientras alguien, en este mundo, siga entonando la triste y doliente canci贸n.



Fuente: SUPLEMENTO CULTURAL DEL DIARIO ABC COLOR

Edici贸n impresa del Domingo, 18 de Noviembre del 2012

Fuente digital: www.abc.com.py



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