Portal Guaraní - CUIDEMOS NUESTRO VOTO - Por ALCIBÍADES GONZÁLEZ DELVALLE

Viviríamos en un mundo mejor si la democracia tuviese defensores tan decididos como lo tiene el fascismo. Lo acontecido en Brasilia el domingo pasado nos enfrenta de nuevo al peligro de que los violentos nos gobiernen. Fue una edición corregida y aumentada del ejemplo de Donald Trump cuando se negó a entregar el poder.

Ante el veredicto de las urnas ya solo cabe obedecer aunque fuese criticable. Generalmente lo es porque carece de contenido ético y se privilegia la cantidad a la calidad. Pero es la regla del juego.

Brasilia instaló también la pregunta de siempre: ¿En qué momento deben actuar las fuerzas de seguridad? ¿Hubieran evitado el criminal asalto si las carpas se desmantelaran antes? Si la manifestación es pacífica nada permite la intervención policial. ¿Y si esa manifestación pacífica incuba la violencia, como se vio el domingo pasado? De todos modos, una represión preventiva es inaceptable en un estado de derecho. ¿Entonces?

También aparecieron otras contradicciones. Gobiernos que en sus respectivos países niegan a sus ciudadanos vivir libremente, persiguen la libertad de reunión, de expresión, etc., alzaron sus voces en apoyo de la justicia, esa misma que no se cansan de violarla. Al mismo tiempo, se declaran demócratas. Y aquí está la cuestión: acomodar la democracia a la ideología del gobierno, al comportamiento del gobierno. Stroessner decía que el suyo era esencialmente democrático con este apellido: democracia sin comunismo. O sea, con exclusiones.

De las exclusiones vienen los desengaños que empujan a los ciudadanos a descreer de la democracia. Por un lado, se la presenta como el mejor sistema para la realización de las aspiraciones personales y colectivas; por otro, se observa que en manos incompetentes y codiciosas se convierte en un organismo perverso.

“Es el precio de la paz” decía Stroessner para justificar su gobierno corrupto y cruel. Hoy tenemos que lamentar que nuestra democracia tenga igualmente precio. A su sombra se tejen y destejen los más inimaginables actos delictivos que comienzan en la cúspide de los poderes del Estado. De ahí se extienden a las demás capas políticas y sociales.

Para no irnos al pasado –donde nos perderíamos debajo de tantos escombros- tenemos hoy dos ejemplos de lo que se puede hacer en una democracia débil: la trama que se armó desde la fiscalía para sacarle a Mario Ferreiro de la Intendencia Municipal de Asunción, y la conducta de nadie menos que del presidente, con permiso, de la Corte Suprema de Justicia, Antonio Fretes. Los documentos que se publican en torno a estos dos hechos revelan el nivel de corrupción en el Poder Judicial y el Ministerio Público. Tanto más corruptos porque son de una cadena interminable de impunidad que debilita peligrosamente nuestra democracia ¿Democracia?, se preguntarán muchos con justificado recelo.

Estos hechos son los que alientan el desengaño, el desgano, la desconfianza que se convierten en descreimiento y violencia irracional contra nuestro sistema político. Al mismo tiempo, son la cuna de dictadores brutales que deben a la democracia su vigencia como el bolsonarismo. También nuestra democracia de vez en vez sufre estas sacudidas. No olvidemos el “Marzo Paraguayo” desatado por el oviedismo en la plaza del Congreso; la masacre de Curuguaty; también el otro marzo trágico cuando Horacio Cartes intentó violar la Constitución extendiendo su mandato.

Para peor, la democracia premia los actos que la humillan. Hoy Cartes es el titular del Partido mayoritario del país y dentro de poco del Poder Ejecutivo a través de Santiago Peña, si llegase a ganar.

Aun con estas calamidades no perdamos la fe en la democracia que solo nos exige cuidarnos de sus enemigos.

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