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JUAN NATALICIO GONZÁLEZ PAREDES (+)
  EPICINIOS, 1983 - Obra de NATALICIO GONZÁLEZ


EPICINIOS, 1983 - Obra de NATALICIO GONZÁLEZ

EPICINIOS

NATALICIO GONZÁLEZ


Talleres gráficos UNIVERSO

Asunción – Paraguay

1983 (75 páginas)

 




PRIMER EPICINIO

 

Tierra rotunda y dulce,

roca, agua y terciopelo,

verde de selvas, verde

de praderas, zebrada

de largas rayas rojas

de arcaicas carreteras.

Tierra cortada en dos

por los argentos filos

de la fluvial espada.

Mas, la ondulante aguja

de las aguas que pasan,

enhebrada de plata,

une, cose y recose

a la que fuera mar

y hoy aprende a ser tierra;

con la que fuera playa

y no recuerda, amnésica,

el beso de las olas.

 

Con la grave sonata

de la selva y la fina

balada que tus vientos

recitan a los trémulos

pastos de las colinas,

has celebrado el don

vital de los caminos

que en tu cuerpo moreno

es un pardo tatuaje

estilo Siglo Veinte.

 

Por esas rutas fluyen

en río de motores

las pomas de tus huertos,

tomates rojos como

la boca de tus ágiles

muchachas, las fragantes

maderas de tus bosques,

leches blancas que brotan

de bucólicas ubres,

y el maíz de potente

grano, gozo rural

de autóctonos gurmeses

en el chipá-guazú

o en la ascética sopa

paraguaya, opulencias

de la vigilia indígena.

También el mandi'ó

munífica raíz

que es fuente de hogareño

manjar en el nveyú

y en el cavuré esférico,

o corteza selecta

en el pastel indígena.

Y los pomposos globos

rosas de la aditiva

cebolla forastera

y en fin, toda la ofrenda

frutal de la floresta.

 

Cuanto gritas y cantas

en tus múltiples ríos

se apaga en las cañadas

y solo el campesino

lo recoge y concentra

en su docto silencio,

y luego lo derrama

en la música maga

de arpas y guitarras.

Nobles, claros varones,

los de los pies descalzos;

en ellos se elabora

tu incógnito destino

y nace la grandeza

por otros amenguada.

Con sus puños vacíos

erigen la potencia

y el esplendor futuro.

 

Qué quieren esos ríos

que lloran en baladas

tenues de cristal y oro,

espejos caminantes

en los que tiembla, lívida

la luna capturada

con su cielo y sus astros?.

Sus cauces que cerrara

el incauto abandono,

aguardan a las dragas,

la vuelta de los tiempos

en que llevaban barcas 

opulentas de cargas,

a lomo de sus aguas,

rumbo a lejanos mares.

 

El Tebicuary brinda

a su feraz Guairá,

el de las rientes lomas

doradas por sus viñas,

la vieja ruta líquida

que es fuerza transitar

con impetuoso empeño

para asir un destino

de feliz opulencia.

 

El Manduvirá cede

su margen al arroz

fluvial y nutritivo

y un largo brazo tiende

en los campos y selva

que a San Joaquín circundan.

En qué remoto día

verán llegar gozosas

las paraguayas naves?

El río sueña, late,

surcado en su silencio

por la ligera barca

de los patos afónicos.

 

Y los fúlgidos héroes

en Cerro Corá increpan,

fatigados de ser

inaccesibles cumbres

que contemplan sus posteros

con el cuerpo empinado,

la faz vuelta hacia lo alto.

 

Con arte, ciencia y técnica

perforaron los ríos,

fecundaron las mentes,

alentaron el fértil

ingenio y la inventiva.

Destinados estaban

a morir bellamente,

unos con la sencilla

humanidad del santo,

otros con la arrogante

firmeza del soldado

y la desenvoltura

propia del hombre libre.

 

No quisieron ser cumbres.

Quisieron ser cimientos

de la grandeza autóctona,

y pedestal de jóvenes

alertas, que enriquezcan

con nuevas resonancias

la fama paraguaya.

Paraguay de luz y oro!

Tus ríos presos griten

su sed de renovarse.

Gima tu virgen tierra

por los surcos ausentes

y tu pueblo rechace

la fláccida pobreza.

Que crezca y que prospere

el campesino enjambre

de escuelas que decoran

con su tejado rojo

el rural panorama.

 

Que tu cósmica mente

hermética y demiurga

dé en mi verbo la clave

del sino que elabora.

Y que en remotos siglos

digan de mí las gentes:

fue la voz fiel y clara

de su Paraguay eterno.

 

 

 

SEGUNDO EPICINIO

 

Ellos están allí.

En mi sangre que pasa

y queda como un río.

En la tenaz memoria,

alterna y vigilante.

Están allí, envueltos

en mis melancolías.

A todos los recuerdo

cual se recuerda un brazo

mutilado, o el ver

juvenil, claro y nítido,

desde las ya menguadas

visiones del otoño.

 

 

ENRIQUE SOLANO LOPEZ

 

Creación esquiliana

del hombre, calcinada

la piel por la tragedia,

esbelto el cuerpo y fino

como blandida espada,

asomaba en la flor

roja de la solapa

la otra flor de su espíritu.

El belicoso heroísmo

incorporó a la vida

cotidiana. Vivió

el difícil heroísmo

de los hombres libres

que alzan voces eternas

allí donde decirlas

merrecían grillos,

la fosca desventura,

la implacable miseria.

 

Pero aún las cadenas

prendidas al tobillo,

chirriaban sus metálicos

rezongos misteriosos,

sus rudos cantos de hierro.

El rebelde rompía

con la voz de los grillos

el impuesto silencio.


 

 

ARSENIO LOPEZ DECOUD

 

El viejo señorío

emergía en el vástago

de nuestra antigua estirpe.

Tomó los elementos

selectos de la vida

y creó el hombre estético.

Las bellezas morenas

o blancas que palpara,

los fugaces amores,

engendraron el gusto

de una ternura gélida,

la elegancia del gesto

y el madrigan riente.

El intelecto asceta

unció el viril concepto

con la palabra alada,

pulida como joya.

Y la suma de todo

se centró extrañamente

en un ígneo espíritu,

para crear de pronto

un Alcibíades másculo,

amador sin efebos,

complicado y sencillo..

 

 

ANTOLIN IRALA

 

Fue la idea que ordena

el caos de la vida,

luz clara y cordial

entre clamantes cóleras,

la elocuencia docta,

modelo de mesura.

Tuvo la fortaleza

de ser ilustre y bueno

frente a broncos sectarios

y torvos resentidos.

Al invasor foráneo

que guiara facciosos

para abatir hermanos

opuso el pensamiento

justo, que ya asomaba

en la mente de América

como lumbre y coraza.

No le detuvo el riesgo

ni le inmutó la ofensa

al salvar el derecho

ancestral de su pueblo

a regir su destino.

Y aquel varón cortés,

conciliador y humano,

se irguió corno granito

en cuya hosca dureza

se mellaron aceros

y se quebraron balas.

Nunca tembló su puño

ni el brazo erguido en asta

cuando izó su bandera.

 

 

IGNACIO A. PANE

 

Abstracción hecha hombre,

se sumergió en los tétricos

abismos de la mente.

Bajo la frente cóncava

la tortura del dulce

indagar metafísico.

Los ojos miopes, fijos

en mundos invisibles.

Cantó con rudo acento.

Más allá del poema

vio la belleza tácita,

primordial, el eterno

secreto pitagórico.

 

 

JUAN LEÓN MALLORQUIN

 

Fue la suave bondad.

Fue la afelpada piel

de la energía indómita.

Sus pensamientos eran

cual las furtivas llamas

de los nocturnos campos.

Surgían de la tierra,

modesta chispa errante,

para tornarse estrellas.

Su voz isocromática

con lenta persistencia

disolvía los duros

prejuicios, las rocas

del odio y la avaricia,

las broncas injusticias.

Se encendió su bondad

en irritadas teas

en la noche más negra

del destino, y tendió

una rosada aurora

sobre las soledades

y las desesperanzas.

Oh, mi San Juan León, 

mi amigo de ya antiguos

días!. En tu memoria

quemo salvaje cera

en la penumbra mística

junto a un rojo ramo

de rosas y claveles.

 

 

JUAN MANUEL FRUTOS ESCURRA

 

Semejante a los árboles

que en su copa recogen

campesinos murmullos,

captaba los impulsos,

las angustias y sueños

de las gentes del agro.

Percibió en los anónimos

mil añejos saberes,

la inteligencia cáustica,

la potencia, el ímpetu

genésico del genio

que se nutre de pueblo.

Duro, implacable frente

al que manda y oprime,

fue amparo del humilde.

Su culto de los grandes

valores del espíritu

dio esplendor a su vida.

Varón de las tormentas

guió imperioso y dulce.

 

 

MARTIN CUEVAS

 

Entre todos nosotros

fue el cauto y el audaz,

el que premeditaba

en cálculos precisos

el destino, el de gélida

alma donde en crispado

espanto resonaba

el oscuro dolor

paraguayo y fraterno.

La sensibilidad

plantaba sus ideas

avante, más allá

de los vislumbres lógicos

de la meditación.

El corazón primó

sobre el pensar prudente.

Contra el afán estático,

la gran pasión dinámica

impuso el don del cambio

en la incierta búsqueda

del bien y la ventura.

Le abatió el brusco rayo

de la artera fatiga.

Y cayó bellamente,

esculpiendo sus sueños

en tierra, muerte y vida.

 

 

 LEANDRO PRIETO

 

Alto como una torre

cuyas campanas lanzan

alertas al espíritu.

Tuvo la fealdad

henchida de belleza

de la carne en que un alma

enciende las antorchas

que guían y conducen.

Crecía en estatura

en el tumulto humano

y de la mente insomne

saltaban las ideas

en explosión de bólidos

o enjambres de cocuyos.

Levantaba en sus hombros

esperanzas y sueños.

Vencióle un alba triste

el dolor de la vida.

 

 


MARIO FERRARIO

 

Era el más joven; y era

el limpio deportista

de la guerra. Sembró

sus gestas en el Chaco

con la sencillez rítmica

de un triunfador olímpico.

Era el más audaz. Y era

el limpio deportista

de la vida. Buscaba

el peligro que conduce

rumbo a una edad nueva,

más feliz y más libre.

Le veo adelantarse

con el andar elástico,

efebo sonriente

de alma blanca y adversa

a la lívida envidia,

al funesto rencor

y al odio negro y duro.

Dejó el recuerdo de una

perdida primavera.

 

Venid, sombras amigas!

Ayudadme a fijar

vuestras vagas siluetas

en la tela del verso.

Hay en todos vosotros

una fuerza que emana

de la materna tierra,

un estilo que es modo

de ser de nuestro pueblo,

y que vivirán más

que la carne que pasa.

También el astro muerto

sobrevive en el rayo

de la luz que nos transmite

su póstumo mensaje.

 

 

 

TERCER EPICINIO

 

Guairá, rítmica matriz

de una concepción estética

del callado vivir. Lomas

azules que presuponen

cúpulas; verdes praderas

donde los arroyos dicen

madrigales y baladas

que luego el aeda indígena

en el arpa rememora;

la luz que el espacio llena

como un denso pensamiento

que en la atmósfera estallara;

garza que una raya blanca

cose en vuelo vespertino

a la seda azul del cielo;

la demiurga cordillera

que de oriente arroja pájaros,

un gran sol, lunas, estrellas,

signos de un lenguaje cósmico

que descifran tus poetas.

 

Tu nombre suena, Guairá,

como sonos de campana

y hueles a tierra caliente

y seca recién mojada.

Eras unas cuantas casas

en un pedazo de selva,

entre corpulentos árboles

y arroyuelos de sol líquido.

 

Pero allí echaron sus plantas

hombres densos y vibrantes

que trajeron el recuerdo

de tus recios fundadores:

de aquel Melgarejo de ojos

azules, blanco y áureo,

a la vez manso y terrible

como los ríos autóctonos;

o aquel varón que llamaron

Ruy Díaz de Guzmán,

tosco Herodoto, de lengua

de miel y hazañosa espada.

Les vieron tus dulces lomas

desbrozar la áspera selva

con el hacha y con el fuego,

y hacer madurar la espiga

en el aire que bebían

como si bebieren luz.

Se impregnaron lentamente

de tus paisajes que tienen

el ritmo de los hexámetros.

Fuiste la ciudad errante,

la tierra de la aventura.

 

Ignoras que tu destino

es errar eternamente

Por los mundos del espíritu?

Acunar varones doctos

que se lancen a las arduas

aventuras de la mente

para asir la ley estética

o crear nuevas provincias

de la ciencia? Que algún día

tus labradores alcancen

a dominar la genética

y den el maíz inédito,

paradigma de su especie;

y den el magno tubérculo,

intemporal y prolífico;

y den el maní, la fruta,

cuanto nutre y cuanto viste,

en un milagro opulento

de la tierra humanizada.

 

De tu origen trashumante

aún guardas la nostalgia

de incógnitas lejanías,

el sentido universal

de la vida y de los hombres.

Firmemente ata tu tierra

con dulzor inolvidable.

Seduce con su equilibrio.

Luego invitas a los viajes.

Tu luz desprende y aleja

tras el vuelo de las aves,

hace que los hombres sueñen

en la comprensión del todo

y que el pensamiento abarque

la totalidad del mundo.

 

Has dado a todos tus hijos

la libertad y el ensueño.

Ellos siguen una causa,

defienden una quimera,

sin dejar de ser fraternos.

 

A todos tus hijos diste

la libertad y el ensueño.

Alúmbralos, maternal,

por los caminos del mundo.

No toleres la incultura,

el torvo rencor, ni el odio.

Y que seas un vivero

de claros y doctos jóvenes,

que en precisas ecuaciones

revolucionen la física,

y de químicos que truequen

el mineral y la planta

en tela, color, medicina

o alimentos, en valores

útiles perennizados

por un toque de belleza.

Y que mantengas tu brillo

recatado y vacilante,

dulce fulgor, llama blanca

de la cultura autóctona,

que alimentan tus mujeres

y guía la poderosa

vocación de tus varones.

 

Guairá... Guairá... Guairá... Suenan

las campanas de tu nombré.

Llegan a lejanas tierras

en un enjambre de abejas

que el corazón aguijonan.

Es la hora de los ensueños.

Es la hora en que uno recuerda

que el hombre es libre o no es hombre.

Somos tu forja en pureza

que vuelve a morder tu llama.

Y te vemos en tu lumbre.

 

Garza que una raya blanca

cose en vuelo vespertino

a la seda azul del cielo;

la demiurga cordillera

que de oriente arroja pájaros,

un gran sol, lunas, estrellas,

signos de un lenguaje cósmico

que descifran tus poetas.

 

 

INDICE

 

Primer Epinicio  

Segundo Epinicio

Enrique Solano López

Arsenio López Decoud

Antolín Irala

Ignacio A. Pane

Juan León Mallorquín

Juan Manuel Frutos

Martín Cuevas

Leandro Prieto

Mario Ferrario

Tercer Epinicio



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