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CARLOS GARCETE BOGADO (+)
  VOCES QUE NO SE APAGAN - CARLOS GARCETE


VOCES QUE NO SE APAGAN - CARLOS GARCETE
CARLOS GARCETE - VOCES QUE NO SE APAGAN
 
CD 1
 
 
 
Entrevista realizada por VICTORIO SUÁREZ
 
Palabra viva de grandes escritores paraguayos
 
 
 
 
 

Pintor, dramaturgo y cuentista. Vivió casi cuarenta años en el extranjero, donde escribió y publicó la mayor parte de sus obras. Integrante de la llamada generación del 40, fue amigo y vecino de Hérib Campos Cervera, uno de sus líderes más prominentes. Desde muy joven ejerció y sobresalió en su doble vocación de pintor y escritor.

Corno dramaturgo fue aplaudido en Francia por "La caja de fósforos" (1964; trad. al francés como La boite d'allumettes) y en Buenos Aires por su "lsidoro Rodríguez S.R.L.". Su obra narrativa incluye tres colecciones de cuentos: "La muerte tiene color" (1958), "El collar sobre el río" (1987) y "El caballo del comisario". (Asunción, 1918-2003).



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CARLOS GARCETE (ASUNCIÓN, 1918-2003)

Entrevista de VICTORIO SUÁREZ

ABC - 2 DE ENERO DE 1994

“HAY CLANES CON RITOS DE INTRIGA Y DESTRUCCIÓN”

(GENERACIÓN DEL 50 - LITERATURA PARAGUAYA)


 

Para los escritores que vivieron de cerca y que protagonizaron ciertos compromisos en los años 40, resultó amarga la experiencia efervescente de los avatares políticos. Muchos abandonaron el país para someterse a las rígidas reglas de juego que imponía el exilio; muchos quedaron sin lograr mejor suerte en un ambiente plagado de intrigas e incertidumbres. Para conocer aspectos referentes a aquellos años, hemos entrevistado al escritor nacional Carlos Garcete, un hombre que forjó su vida escribiendo cuentos en Buenos Aires, o pintando paisajes –como todo bohemio– en La Place du Tertre de París.


El primer libro de narrativa de Carlos Garcete aparece en 1958 con el título de La muerte tiene color. Luego vienen La caja de fósforo (1964); Aumento de sueldo (1974); El collar sobre el río (1987). En la actualidad ultima detalles de una serie de cuentos titulados El caballo del comisario. Tiene en preparación una novela donde se recrea la época del stronismo. Con sencillez y cortesía, el escritor habló desnudando en cierta forma aspectos referentes a nuestra realidad literaria donde –según sus expresiones– siguen existiendo fuertes bastiones y clanes que dominan el ambiente. Garcete también se refirió brevemente a su labor de artista plástico y a las limitaciones que imperan en todo el ambiente artístico nacional. A continuación, la primera parte del diálogo que mantuvimos con él.

 

–Carlos, ¿cómo fue tu incursión en la actividad creativa? ¿Se produce en Asunción, o en ese largo exilio que te tocó vivir?

–Si voy a dar cierto orden cronológico a mi incursión en la literatura, tengo que referirme a los tiempos de radio Teleco, donde comencé escribiendo libretos de radioteatros y textos cómicos para Carlos Gómez, Aníbal Romero, Prono, Jacinto Herrera, Ernesto Báez y otros. La tarea literaria emergió cuando yo estudiaba pintura con Bestard. Entonces me quedaba para mirar los ensayos del Ateneo Paraguayo –hacía poco que había llegado don Fernando Oca Delvalle, tras la guerra civil española–, fue en 1941, aproximadamente. Durante aquellas observaciones, un día faltó el apuntador y don Fernando se acercó para decirme: ¿Amigo, usted no querría darnos una manito? Desde aquel momento trabajé de lleno como apuntador hasta totalizar más de 25 obras teatrales. Entre los años 43/46 escribí para la radio. En el 47, la revolución me obligó a partir –como muchos otros– al exilio. Ya en Buenos Aires, me inscribí en Bellas Artes para seguir en forma rigurosa la academia. Pasó mucho tiempo sin reencontrarme con la escritura, hasta que llega mi primera obra: La muerte tiene color, que data de 1958. Posteriormente, tuve oportunidad de viajar a París, donde me instalé por algunos años. Recorriendo a orillas del Sena o caminando por los Champs Elysees, maduraba la idea de escribir sobre mi país. Así nació La caja de fósforo”, que trata sobre lo ocurrido después de la trágica muerte del mariscal Estigarribia. En esa obra yo me basé en la versión del general Torreani Viera (ministro del Interior en aquella oportunidad), quien me había relatado pormenores de la primera reunión del gabinete presidencial, las peleas internas y la forma en que fue electo Higinio Morínigo para la primera magistratura. Él me contó que Morínigo llegó a la presidencia mediante una apuesta al azar, donde se utilizó una caja de fósforo. Con posterioridad, Aumento de sueldo escribí en París y creo que tiene un tono social, al igual que otras obras que fueron apareciendo.

 

–¿Se puede decir que tu literatura trata siempre temas sociales, de compromiso con la realidad?

–No puedo escribir absolutamente nada que no guarde relación con la realidad; siempre he sido un escritor que mira desde un ángulo crítico la sociedad. En mis años de mayor productividad literaria se dieron fuertes enfrentamientos de carácter ideológico; por eso mi imaginación no escapa de los temas sociales y políticos.

 

–¿No incursionaste en la poesía?

–Si bien leí bastante poesía, no escribí en ese género literario. Elvio Romero me solía repetir lo que le había dicho un amigo: “Comencé con la poesía, como era muy difícil fui al cuento, y como el cuento también es muy difícil me incliné hacia la novela”.

 

–¿Cuál es la situación de un escritor que vivió en el exilio? En tu caso personal, ¿de qué manera se produce ese peregrinaje exterior?

–Salí de Asunción en 1947. Al respecto, puedo decir que el exilio es doloroso:

1) por el desarraigo;

2) por la impotencia de ver al país de origen castigado por brutalidades y miseria. El exiliado sobrevive y si es escritor inevitablemente vuelca todas sus angustias y esperanzas en la escritura. Muchos de nosotros hemos trabajado en tareas de resistencia al régimen dictatorial. Organizábamos actividades artísticas a fin de recaudar fondos que pudieran servir a familiares de presos políticos. En 1961, cuando ADAPA (Asociación de Artistas Paraguayos en Buenos Aires) se proponía llevar adelante un acto artístico, fuimos sorprendidos por la Policía Federal en una reunión de trabajo en mi casa. La mano larga de Stroessner hizo que nos llevaran a recorrer varias cárceles de la Argentina. Entre los detenidos figuraban artistas conocidos como José Asunción Flores, Santiago Dimas Aranda, Lara Bareiro. Si para nosotros el exilio fue inhumano, pienso que para los que quedaron a sufrir “el exilio interno” la situación fue igual o peor en muchos casos.

 

–Menos mal que no estaba aún en funcionamiento el “Operativo Cóndor”.

–En ese entonces no funcionaba el “Operativo Cóndor”, y era una suerte porque tantos compatriotas caían presos. En uno de los traslados encontramos a paraguayos que formaron un Frente Democrático en Posadas. Éramos 18 detenidos en total. El castigo por aquella reunión con finalidad de beneficencia duró 14 meses. Después de aquello me volvieron a llevar por 4 meses. Lo más gracioso es que la Argentina tenía un presidente civil: Frondizi; pero no mandaba nada porque el verdadero hombre fuerte era Toranzos Montero, que cada 10 días sacaba tanques y tropa a las calles para hacer demostración de poder. Luego ya no hubo necesidad porque sacaron a Arturo Frondizi. En 1957 viajé y me radiqué en la ciudad de París.

 

–O sea, ¿ya no volviste al Paraguay?

–Volví de visita en 1967. Unos días después de ingresar, la Policía de Investigaciones detuvo como rehén a un primo para que yo me presentara. Cuando llegué a Investigaciones me detuvieron y luego fui sometido a una serie de preguntas romanidas; querían saber qué hacía Elvio, Flores, Rosa, Lara Bareiro. Aquellas interrogaciones no tenían sentido, pues ya tenían respuestas a través del ejército de informantes que tenía Stroessner en Buenos Aires. Si bien no sufrí apremios físicos, me amenazaron con llevarme a la pileta. Cuando don Eladio Martínez se enteró de mi apresamiento habló con Planás –que se desempeñaba como jefe de Investigaciones– para decirle que yo era muy amigo de Flores y que tenían que liberarme; de lo contrario, Flores no iba a venir. En ese entonces había tratativas para traer a Flores, que debía ofrecer algunos conciertos. En realidad, lo que querían era utilizar la figura de José Asunción Flores para decir que en Paraguay había libertad. La dictadura lo quiso usar para justificarse ante la opinión pública internacional. Unos días antes de cumplir los 30 días de prisión, Planás me dejó en libertad. Salí del Paraguay y volví en 1980, tras haber hablado con personas de los derechos humanos de la Argentina. Entré sin problemas y me chocó bastante el ambiente, mis parientes –por miedo– no me esperaron en el aeropuerto y cuando salía por las calles los amigos me saludaban presurosos evitando hablar conmigo. Volví a salir, pero volví para hacer una exposición de pinturas en Asunción. En 1987 me radiqué definitivamente sin ser molestado por el stronismo.

 

–¿Tus obras reflejan un conocimiento acerca del hombre paraguayo?

–En mi primer libro, La muerte tiene color, aparecen personajes correctamente delineados porque conozco muy bien al paraguayo y en especial al hombre del campo. No quiero trabajar con personajes superficiales que se descuelgan del tiempo; creo que ese sufrido compatriota está reflejado en mis obras con todo el peso de su realidad. No se puede cerrar los ojos y encarar un contexto híbrido donde se mueven situaciones y personajes irreales. La literatura debe ser fiel a su tiempo y su entorno.

 

–¿Qué escritores llegaron a dimensionar en sus obras la realidad con alto grado de calidad estética?

–Elvio Romero en la poesía ha dado muestras de gran calidad y acierto. Lo mismo Roa Bastos, Santiago Dimas Aranda, Villagra Marsal, Juan Bautista Rivarola Matto, Jorge Ritter, lastimosamente olvidado. Hay muchos escritores que sin caer en el panfleto brindan esa amplia gama de talento y conocimiento en una obra de arte.

 

–¿Jorge Ritter está olvidado por qué y por quiénes? ¿Existen acaso grupos que determinan quiénes sí y quiénes no?

–Sucede que aquí funcionan el vedetismo y la demolición. Hay clanes en la pintura y en la literatura. La función de esos grupos es menoscabarse mutuamente. Esto no me extraña, porque somos una ciudad chica. A pesar de que Asunción ha crecido, sigue siendo una aldea grande, no ha llegado a ser una gran ciudad. En la Argentina, por ejemplo, no pasa eso; no hay posibilidad de formar clanes porque la sociedad de escritores tiene 8.000 socios. En ese caso, los clanes formados por 20 ó 30 personas no tienen nada que hacer. En Asunción funcionan los clanes, los grupos son reducidos y activos, tienen como ritual la destrucción. Esto resulta increíble, pero es cierto, y lo veo muy nocivo porque actúan en base a finalidades y se manejan en el contexto de la intriga.

 

–¿Los escritores están divididos? ¿Conceptualmente son diferentes?

–Hay grupos; están los niños mimados de la burguesía y los de la clase media que tienden más a ser proletarios delante de la burguesía intelectual. Entre estos dos grupos hay enfoques diferentes. Los escritores burgueses escriben sobre el “vyrorei”, no conocen las necesidades, las luchas; además, nunca fueron tocados, siempre llevaron una vida cómoda, aun en la tiranía. Por otro lado están los escritores proletarios que hacen lo que deben hacer: escribir sin tabúes ni preconceptos. Pero aparece un tercer grupo, se trata de los escritores de origen humilde, que tratan de hacer el juego a la burguesía y se meten a escribir de manera “pererĩ”, queriendo aparentar una clase social diferente. Son los que ansían ser de la burguesía y manejan ciertas concepciones que no les corresponden. No voy a citar nombres porque se sabe quiénes son. Por eso no conviene nombrarlos en esta entrevista.

 

–¿Cómo ves desde el 89 a esta parte el panorama cultural del país?

–Entre los años 19 y 92 hubo un gran auge de publicaciones. Pero eso se fue amainando un poco. El escritor paraguayo casi no transita por la creación, todo paraguayo en el fondo es un historiador, un ensayista. No digo que no haya poesía u obras narrativas, pero sobre estos géneros predominan los ensayos.

 

–¿Cuál es tu opinión respecto a la literatura actual?

–No tengo por qué juzgar, pero creo que existe poca calidad. No se domina la herramienta de trabajo, que es la palabra escrita. La gente que escribe parece que no tiene interés hacia el conocimiento gramatical. En consecuencia, aparecen obras de calidad limitada. Tuve una gran decepción cuando invité a unos muchachos talentosos para formar un taller de gramática. Del grupo solo apareció uno y no era paraguayo. La cuestión no está en decir simplemente esto me gusta, esto no me gusta. Se debe hacer análisis y estudio; en se sentido yo quise compartir mis conocimientos sobre narrativa porque tuve la suerte –con Elvio Romero– de estudiar gramática durante muchos años. Eso quería transmitir, pero no fue posible. El verso libre, por ejemplo, no implica escribir sin conocimiento de estilo y de gramática. Escribir una obra implica manejo sistemático del lenguaje.

 

–¿Se puede decir que lograron una buena formación en el exilio?

–Si bien el exilio templó nuestra formación, puedo decir que hemos tenido muchas dificultades. Felizmente, habíamos partido con la buena base adquirida mediante el gran maestro Inocencio Lezcano, riguroso y de gran capacidad didáctica. El problema de formación en nuestro país es global. Basta como ejemplo escuchar a muchos representantes del pueblo, flamantes diputados que ni siquiera manejan de manera elemental el español. En nuestro medio hay mucha charlatanería y escasa formación. No es un tema sencillo. Entre los poetas, por ejemplo, es típico aquello de escribir 20 ó 30 poemitas y ya edita. Hay que estudiar, madurar, escribir y después publicar. Lo mismo sucede con los artistas plásticos. Hay mucho exhibicionismo, mucha rimbombancia, muchas alabanzas amistosas.

 

–¿Acaso no existe una crítica seria para contrarrestar ese vedetismo inútil?

–En el Paraguay no hay crítica. ¿Dónde están los críticos? Todo lo que leemos, ya sea en periódicos o revistas, son bosquejos laudatorios hacia el autor y su obra. La verdadera crítica no es esa superficialidad que refleja el amiguismo, tan contraproducente para la explicación de textos o para la apreciación de un trabajo estético. Conozco escritores que se dedican a escribir prólogos, más de uno me dijo: “Ufa, tengo que preparar un prólogo; voy a hablar de cualquier cosa menos del libro, que es un bodrio”. Acá nadie se anima a hacer una crítica real. Además, se lee muy poco, se vive desactualizado.

 

 
 
 

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