LAS MORADAS DEL UNIVERSO
Poesías de RENÉE FERRER
Editorial SERVILIBRO
Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ
Diseño gráfico: MIRTA ROA MASCHERONI
Ilustración de tapa y contratapa:
Pinturas de MARGARITA MORSELLI
Diseño de tapa: CAROLINA FALCONE ROA
Asunción – Paraguay
2011 (165 páginas)
EL POETA:
PEREGRINO DE LA PALABRA INFINITA
En su último libro LAS MORADAS DEL UNIVERSO, Renée experimenta con un tipo de poesía poco común en nuestra medio: el Poema Cósmico. La experiencia que nos relata es la de un profundo misticismo ya que nos señala los avatares del alma humana, en su inmensa travesía - a través del Cosmos - como incansable peregrina de la eternidad.
Estos poemas que rozan las fronteras de la alucinación y él delirio, nos recuerdan los antiguas mitos platónicos, donde el alma -a través de incontables transmigraciones- parte en su inmemorial viaje hacia la luz. Levantamos velas, como en las arcaicas doctrinas esotéricas, hacia el Punto Omega, situado en algún lugar de la galaxia, recalando en puertos desconocidos, en medio de fulgurantes constelaciones. Prisionero del barro, de la materia, el espíritu solo puede liberarse y emprender el vuelo hacía las estrellas, por medio de la palabra. Como en la Cábala: la palabra -al aliento humano - es el único puente que puede cruzar el abismo.
La autora de este Canto Planetario, de este océano poético, nos sumerge en la aventura que emprende el alma, exiliada en este oscuro rincón terrestre, hacia su morada final, donde se fusionará con el Todo.
Somos náufragos en el destierro -nos dice en algún momento- y cruzamos este mar insondable sin brújula ni carta de navegar. Somos, apenas una vela encendida en medio de, los fuegos estelares. El poeta es un cartógrafo, el descifrador de mapas astrales, marcados con jeroglíficos secretos. Erramos de la vida a la muerte -hacía la Nada, quizá- pero con la indecible esperanza de arribar, al puerto definitivo.
El poema es, entre otras cosas, una búsqueda de lo absoluto, un desnudarse ante la luz divina y asumir la soledad ante el misterio, A través de innúmeras reencarnaciones, ingresamos en infiernos y paraísos, signados por un destino incierto, lleno de incógnitas. A pesar del vértigo que produce en el lector zambullirse en este mar incandescente de versos esotéricos, la mente se identifica con los buscadores de estrellas, los que descubren la eternidad en el instante.
Los que navegan con la Palabra atravesando el vacío infinito.
OSVALDO GONZÁLEZ REAL
Señor,
toma mi alma
NO HAY PALABRA
Ni se te ocurra creer que el infinito
no debe mencionarse en poesía,
que edulcora los versos
y envenena de hipérboles
de fácil carnadura la médula
entrañable del poema.
No hay palabra gastada si navega
la ilimitada faz del universo.
LAS MORADAS DEL UNIVERSO
Cuántas son las moradas del universo
que entretejen sus rutas
en la perennidad del tiempo llamado eternidad.
En qué regiones siderales
los mares innombrables salpican con su espuma
las playas de remotos planetas habitados
susurrando el secreto de una existencia
desconocida aún para nosotros.
Ajena a los dominios del sol
y al torbellino del polvo iridiscente
que alborota el negro telón del espacio,
sigo mi ruta sin memoria de entonces,
me escapo hacia un después inaccesible.
La mente no me alcanza ni la palabra entera
para abarcar la nada, la parte, el todo,
de este peregrinaje sin fecha de llegada.
Distintas muchedumbres transitan por el cosmos
con su alforja de alientos y congoja,
su lastre de pecados capitales,
entre hebras de luz deshilachada.
Se derrumban, se elevan, batallan y se afanan,
en un vaivén de soplo, muerte y vida,
de proa al infinito,
la nebulosa de los días rezagados, atrás.
En qué pezón de luna se amamantan los sueños,
el arduo ascenso hacia la altura, las caídas,
la airada obstinación del caminante
acampando al calor de soles inconexos.
Demiurgo de la excelsa alborada,
¿adónde vamos?
Cartógrafo de este itinerario sin foja de regreso,
¿en qué lugar se yergue el último desembarcadero de mi alma
Timonel de una barca que hace agua
con su rémora de náufragos en destierro
nos envías a los aposentos de la Tierra,
o, tal vez, a otros mundos sujetos al descubrimiento,
ceñi dos por los brazos circulares de las galaxias
y el cuerpo inmaterial de las constelaciones
Cono si no me entendieras me observas, receloso.
Una lluvia pendular entristece las huellas del exilio
despertando las cuerdas del misericordioso corazón
del absoluto, y en la morada de la Luz,
donde pernoctan los emisarios de la vida,
nos aguarda la rosa sonora del reencuentro.
UTOPÍA
No me creas complicada invención de algún poeta
en busca infructuosa de la inmortalidad;
tampoco un arrebato de la desmemoria
o un fatuo ditirambo del razonamiento,
y mucho menos un trivial extravío
de la imaginación.
Existo, verdaderamente existo, créeme.
Acaso impronunciable desvarío, trastornada ilusión,
desflecada plenitud de alguien.
No importa si mí voz te arranca
una sonrisa incrédula;
soy simiente inicial de algo que vive aún
en un paraje incierto,
o quizás ya está muerto en el registro del universo.
Redonda como el sol en el ocaso
provengo de las estribaciones del pensamiento
o la enardecida visión del profeta.
Sin dudas temblorosas
ni temores austeros,
habito esa inexistente realidad que
un sabio en otro tiempo designó
Utopía.
INMORTALIDAD
Por qué calumniamos a la muerte
si nosotros somos inmortales.
Bajarás a la tumba con los ojos guarecidos
por las lluvias de enero,
me iré con las ojeras roncas como caracolas marinas
repitiendo el canto de todas las auroras
entre los dientes.
Entraremos serenos; cavilosos,
a ese espacio de sombra enmohecida;
nos enterrarán lejos
y las manos que amamos
nos llevarán flores a horas dispares.
En diferentes parcelas,
nuestros huesos
esparcirán un aroma a jardín sin parentesco.
Mis versos se quedarán hablando con tus ojos,
y tal vez sin proponérnoslo terminemos
utilizando las mismas palabras.
No tengas miedo de morir,
¿acaso no somos inmortales?
NIRVANA
Un vendaval parece haber pasado por la casa.
En la banqueta se amontonan los vestidos
sin cabeza, sin brazos, sin tobillos,
y en la penumbra de la lámpara
los libros sin leer.
En el piso afelpado
los cuchicheos picotean la siesta,
y de noche,
un barullo de ideas cautivas del insomnio
sacude el devenir de la razón en vilo.
El vendaval golpea las ventanas del acontecer.
De un reloj invisible gotean las horas,
los olvidos,
las tardes postergadas,
la premura que ensordece al tiempo insuficiente.
Las cosas hablan solas, discuten,
vociferan inundando el aliento
hasta hacerlo zozobrar en la nariz.
Una asfixia obstinada agiganta las pupilas
y un clamoreo incomprensible
levanta en algún sitio una Torre de Babel.
La Torre de Babel no es solamente
el espejismo de mi reino.
De pronto,
un deseo absoluto de calma
se instala en mi,
me invade sojuzgando el caos,
me corona de silencio.
Las paredes se disuelven
dando cabida al resplandor:
Estoy en plenitud en un astro baldío.
INTERROGANTES
Para Mirta Roa
Si fuera cierto que en el espacio
coexisten mundos paralelos,
y palpita en unos la canalla
y en otros
la piedra en bruto
o la filosa transparencia del diamante.
¿Qué me dices de la tierra en que conviven
el malvado corazón y la sublime entrega,
y por igual barbotan en la caldera unánime
las especias preciosas, el santo a secas,
el soberbio aprendiz y el sabio humilde?
No será acaso este mundo el crisol
de la múltiple matriz del universo:
una prisión, un refugio, un paraíso,
según las diversas fases del delirio.
VARIAS VECES PENSÉ
Varias veces pensé qué bueno sería si alguna vez
nos pusiéramos a hablar de tantas cosas
en un jardín encalado por el embrujo
de una luna cómplice,
o a la sombra de alguna calle serena,
de cualquier lugar, a cualquier hora.
Si alguna vez nos sentáramos simplemente
a compartir teorías,
¡cuántas locuras parecerían razonables, y cuántos
argumentos atestiguarían la demencia de la razón!
Qué me dices de los misterios del universo
que ni la ciencia desentraña,
de las celadas que agobian la imaginación de los poetas
o alimentan el insomnio de los oráculos incorregibles;
son trampa o desvarío,
pretendida certeza o atrevida ilusión.
Nunca te preguntaste,
aposentado en el fondo de mis ojos
como si no tuviéramos labios o manos para amarnos
si somos algo más que este cuerpo
con los jugos del deseo humedeciendo la inminencia,
o salada tristeza anegando las mejillas a su paso.
Nunca, si comparadas con otras moradas siderales,
la tierra pudiera ser, ciertamente,
el territorio del exilio
de una humanidad empantanada
entre la virtud y el exceso,
de la cual somos tan solo dos sarmientos gemelos
a merced del viento y del invierno,
o, quizás,
anónimos argonautas condenados
a peregrinar eternamente.
Hoy, sin embargo, mirando desde la arena
los hondones y relieves del planeta,
me pregunto si no habremos sido confinados
a un paraíso
del cual no fuimos expulsados,
y solamente nos obstinamos en destrozar,
como se destrozan los sentimientos
que no se pronuncian.
Si este viaje temporal no fuera
más que una alucinación,
y el torrente de tus venas abonara al morir
las flores de los canteros amanecidos bajo el sereno,
y mis huesos expresaran su júbilo
como flautas que festejan las vendimias,
¿no sería entonces el cuerpo tan excelso
como el alma peregrina?
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