CANCIÓN PARA SALVAR UNA VIDA
Cuento de RENÉE FERRER
RENÉE FERRER
Nació en Asunción, Paraguay. Es poeta, narradora y Doctora en Historia por la Universidad Nacional de Asunción. Cuenta con una abundante producción tanto poética como narrativa, además de trabajos de investigación histórica, como su tesis Un siglo de expansión colonizadora, y varias adaptaciones teatrales.
Es socia fundadora de la Sociedad de Escritores del Paraguay, de la Asociación de Literatura Infanto-Juvenil del Paraguay, de Escritoras Paraguayas Asociadas; miembro del PEN Club del Paraguay y del Instituto de Investigaciones Históricas, Miembro de Número de la Academia Paraguaya de la Lengua Española.
Ejerció el cargo de Presidenta de la sociedad de Escritores del Paraguay durante el período 1998-1999, bajo cuya gestión se fundó el Fondo Editorial de la SEP. Actualmente dirige un taller de composición en el Centro Cultural Juan de Salazar.
Su obra poética consta de diez y seis títulos, reunidos en el volumen "Poesía Completa Hasta el Año 2000 ", además de la antología La voz que me fue dada (Poesía 1965-1995). Como narradora tiene publicadas las novelas Los nudos del silencio y Vagos sin tierra, y varias colecciones de cuentos tales como La Seca y otros cuentos, Por el ojo de la cerradura, La mariposa azul y otros cuentos para niños y Desde el encendido corazón del monte, de temática ecológica, premiado por la Unesco en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires en 1995.
Ha recibido numerosas distinciones nacionales e internacionales, entre las que se destacan, además de la ya mencionada, el Premio "Pola de Lena ", España, 1985; fue finalista en el concurso "Ana María Matuta ", 1989, en Madrid, en el concurso de cuentos de la revista "Punto de Encuentro ", Montevideo, Uruguay y en el concurso de poesía "La Porte de Póetes ", 1998, París, Francia.
Está incluida en numerosas antologías y ha sido traducida al guaraní, inglés, francés, portugués, alemán, sueco, italiano. Representó al Paraguay en numerosos congresos, ha sido invitada a leer su obra y a dar conferencias en diversas universidades y centros culturales de Europa, Estados Unidos de América, América Latina, Israel y Paraguay.
CANCIÓN PARA SALVAR UNA VIDA
En un lugar de no sé dónde, un viejo arpista, llamado Miguel, estaba desesperado porque tenía que componer una canción y no se le ocurría nada verdaderamente hermoso. Algo muy extraño sucedía en su cabeza, siempre llena de música.
Aquel día, Don Miguel recibió la visita de un hacendado muy poderoso que dominaba toda la comarca, cuya hija se casaría muy pronto. El opulento señor, a quien envolvía .la leyenda de descender de un ogro, conociendo las dotes de Don Miguel, le ordenó que compusiera una canción para el día de la boda. Al salir le advirtió con su vozarrón de mando que volvería por ella a los pocos días.
Don Miguel, halagado por un lado ante tan importante pedido y muerto de miedo por otro luego de semejante visita, decidió escribir su mejor canción. Trató durante horas con sostenido esfuerzo de combinar las notas de la manera más armoniosa, pero la importancia de la tarea y el recuerdo de la amenaza pronunciada en el momento de la despedida lo paralizaron por completo. Al cabo de infructuosas tentativas el arpista comprobó con desilusión que su cabeza estaba seca y en ella no prendía un solo compás.
Don Miguel se sentía empequeñecido, vacío y, sobre todo, triste. Su fama de músico exquisito, conservada a través de tantos años, se desvanecería sin remedio cuando el malvado señor se enterase de que era incapaz de componer una canción para la boda de su hija, y lo peor: estaba seguro de que le cortaría la cabeza. El arpista, sin desalentarse del todo, llamó reiteradamente a la inspiración; le suplicó que no lo abandonase en momentos tan peligrosos, pero ésta no aparecía, y hasta temió que hubiera muerto. Al cuarto día se presentó a requerir la composición en la casa del arpista un mensajero, a quien Don Miguel tuvo que confesarle, muy avergonzado, que no estaba lista. No tardó en aparecer el mismo terrateniente en persona a exigir la entrega de la canción. Cuando comprobó que sus deseos no habían sido satisfechos, la rabieta se dejó oír en todos los rincones de la zona; sus alaridos llegaron hasta los pueblos vecinos y la gente temerosa, se encerró en sus casas a esperar que pasara el temporal de amenazas y sacudones, que dejó al pobre Don Miguel temblando como una hoja friolenta. No era para menos, la advertencia fue clara: si la canción no estaba terminada a la mañana siguiente lo metería en la cárcel y, luego, le cortaría la cabeza.
Aquella noche no se durmió en el rancho de Don Miguel. El viejecito lloraba sin consuelo y la esposa, aunque sentía un gran pesar, trataba de disimularlo para no aumentar su congoja. Las palabras de aliento, sin embargo, no dieron resultado, porque Don Miguel estaba hueco.
Al otro día, tal como lo prometió el siniestro personaje, dos guardias se llevaron al arpista a la prisión. Desde la celda, pequeña y húmeda, Don Miguel miraba el cielo con desesperanza. Le parecía imposible encontrarse privado de su libertad, y para colmo de males, sin inspiración ninguna. Cuando cayó la noche se entristeció más aún, pensando lo poco que faltaba para la ceremonia. Algo debía ocurrírsele a fin de salir con vida, se repetía desconsolado. Pero todos los intentos fueron inútiles.
Cuando el sol iluminó la ventana, interrumpiendo esa noche interminable, Don Miguel miró el día espléndido más allá de los barrotes de la celda y, sobre aquella claridad, vio cinco cables tendidos en el cielo. En medio de su desgracia advirtió cuánto se parecían a un pentagrama. Por un momento, se distrajo de su pena, pero enseguida, poseído de la más honda desesperación, reanudó los ruegos que se le ocurriera alguna canción.
De pronto, cuando ya creía que su existencia se acabaría irremediablemente, observó con atención unos pájaros que revoloteaban frente al ventanuco del calabozo. Eran negros y redondos como notas musicales y, sobre todo, movedizos y alegres. A Don Miguel le encantó seguir sus giros con la vista. Parecía que esos animales quisieran decirle algo, tanto aleteaban frente a los barrotes. Se acercó más aún a la ventana para observarlos. En ese momento notó que estaban cansados, o por lo menos así lo creyó Don Miguel, porque se posaron en los cables de la luz y se quedaron muy quietos. Le extrañó, sin embargo, que cambiasen de posición de vez en cuando, como sí obedecieran a un propósito determinado y misterioso. Su semejanza con las notas, negras y redondas, le hizo pensar en arpegios admirables mientras los contempla con deleite.
Una luz brilló de repente en los ojos del arpista prisionero. ¡Era maravilloso! Allí estaba su salvación. Aquellos pájaros habían venido hasta su celda para ayudarlo. Don Miguel comprendió por fin que las avecillas al mudar de lugar sobre los cables estaban componiendo una canción. Una canción para salvarle la vida. Tomó el lápiz con rapidez y fue anotando los compases en las hojas que había traído consigo, a medida que las aves le dictaban una deliciosa melodía con sus movimientos.
Una vez que la canción estuvo escrita, los pájaros, dichosos, se alejaron volando, mientras Don Miguel los contemplaba con los ojos húmedos de agradecimiento.
(CUENTOS Y POEMAS PARA NIÑOS Y ADOLESCENTES)
Editado con el auspicio del FONDEC
QR Producciones Gráficas S.R.L.,
Diciembre, 2002 (210 páginas).
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