PUNTO DE PARTIDA DE UNA GRAN TRAYECTORIA LITERARIA
Por MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ
Coincidí con Augusto Roa Bastos un día en que yo tomaba clase de literatura con Josefina Plá en su casa contigua a la mía. Roa venía de Buenos Aires, donde ya estaba exiliado, y siempre que podía visitaba a su maestra –que con Rafael Barrett y Hérib Campos Cervera eran sus referentes magistrales–. Por entonces ya había leído yo con admiración su reciente primer libro de cuentos, así como sus hermosos poemas de El naranjal ardiente en copias mecanografiadas. Volé a mi casa y volví con el volumen publicado en Buenos Aires por la Editorial Losada para pedirle su autógrafo, hecho que ahora me permite recuperar la fecha exacta (25 de abril de 1954) del inicio de una larga amistad y relación con su persona y su literatura
1953 es una fecha clave en la literatura hispanoamericana. Ese año se editan dos libros de cuentos capitales: El llano en llamas, de Juan Rulfo, y El trueno entre las hojas, de Roa Bastos. La obra del gran escritor mexicano pasaría a ser uno de los grandes referentes del arte del cuento, y la del paraguayo el punto de partida de una trayectoria literaria que iría desarrollándose hasta ser uno de los más importantes de la narrativa moderna y contemporánea. El uno y el otro contenían relatos de notables valores estéticos y de intenso contenido. Ambos fueron reconocidos y sus valores subrayados tempranamente por la crítica literaria.
En cuanto a El trueno entre las hojas, cabe recordar que en el propio país del autor su acogida fue fría y negativa porque se echaban de menos rasgos habituales de la narrativa tradicional, como los “arroyos cantarinos” y las “morenas de trenzas floridas”, tópicos considerados poco menos que consustanciales de nuestra realidad y nuestra narrativa. La crítica elogiosa de Josefina Plá fue la única excepción, que integró el libro de Roa en el escaso conjunto de obras capitales de la ingente modernidad cultural paraguaya, con La babosa, de Gabriel Casaccia, y Follaje en los ojos, de José María Rivarola Matto.
Diferente fue la impresión que tuvo de ella la nueva generación literaria que emergía en nuestro medio, y que enseguida advirtió la tesitura original de esta obra, que proponía en sus asuntos y en su lenguaje una visión identitaria más verosímil y personajes de consistencia existencial de marcada autenticidad.
Roa gana unos años después (1959) el Premio Internacional de Novela, de Losada, con Hijo de hombre, obra precursora del boom latinoamericano, que aparece impresa en el año siguiente. Posteriormente sumaría a su experiencia cuentística dos libros más, El baldío (1966) y Los pies sobre el agua (1967). Catorce años después, la editorial Siglo XXI publicaba en Buenos Aires Yo el Supremo (1974), un texto denso y complejo que configura semióticamente una realidad histórica contradictoria y radical, más allá de las versiones estereotipadas de la narrativa histórica convencional.
En años siguientes, con una vuelta de tuerca en aspectos formales, salen a luz dos novelas más, Vigilia del Almirante (1992) –una obra extraordinaria pero insuficientemente valorada– y El fiscal (1993), que completa su trilogía sobre el poder. Por último, Contravida (1994) y Madama Sui (1995), en las que define claramente su pensamiento revolucionario en la plenitud estética de su concepción literaria.
Roa Bastos recibió numerosos premios y honores literarios y España y Francia le concedieron la ciudadanía honoraria. El Estado cubano le otorgó la condecoración José Martí en homenaje a su obra literaria y a su adhesión a la Revolución Cubana.
Nada más oportuno, pues, que recordar el inicio de su trayectoria narrativa con aquel valioso libro de cuentos, El trueno ente las hojas, que cumple 70 años de existencia.
El trueno entre las hojas
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