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MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ
  DIALOGO - REVISTA MENSUAL DE CULTURA, 1960 - Director: MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ


DIALOGO - REVISTA MENSUAL DE CULTURA, 1960 - Director: MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ

DIALOGO

REVISTA MENSUAL DE CULTURA

2ª EPOCA – ASUNCIÓN, ABRIL DE 1960, Nº 1



 

EDITORIAL

LA LUCHA DE LAS GENERACIONES, por Josefina Plá

DIALOGO, por Justo José Prieto

ABUELO DON CARLOS, por Raúl Amaral

LA TIERRA DEL SILENCIO, por Manuel E. B. Argüello

EL NAVEGANTE, por Miguel Ángel Fernández

CHICO-COA, por Augusto Roa Bastos

BIBLIOGRAFIA

DOCUMENTOS

ACTIVIDADES CULTURALES

 

XILOGRABADO DE TAPA, por Olga Blinder


DIALOGO

Revista Mensuca de Cultura

ASUNCION, PARAGUAY

 

Director

MIGUEL ÁNGEL FERNANDEZ

 

Vicedirector

MARCIAL ANTONIO RIQUELME

 

Redactor Jefe

JUAN BAUTISTA RIVAROLA PAOLI

 

Realizador artístico

CARLOS COLOMBINO

 

Colaboradores

Dámaso ALONSO, Raúl AMARAL, Stefan BACIU, Gabriel CASACCIA,

León ­FELIPE, Oscar FERREIRO, Gastón FIGUEIRA, Willis KNAPP DONES,

Mahfud MASSIS, Mariano MORINIGO, Elías NANDINO, Octavio PAZ,

Josefina PLA, Augusto ROA BASTOS, José María RIVAROLA MATTO,

Hugo RODRIGUEZ ALCALA, Jesús SILVA HERZOG, Walter WEY.

 

La Dirección de la Revista no se hace responsable de las ideas emitidas por sus colaboradores; sólo se responsabiliza de las editoriales, documentos y notas sin firma. DIALOGO publicará solamente colaboraciones expresamente solici­tadas y no mantendrá correspondencia sobre textos enviados espontáneamente a la Redacción,



“La gloria máxima de los pueblos no la han conquistado sus generales y almirantes,

sino escritores, pensadores y artistas",

JEAN THEODORE LACORDAIRE


Hace varios años -concretamente: en 1941- una viva Polémica encendió los círculos intelectuales más calificados de América. Archibold Macleish, poeta y crítico norteamericano, había roto el fuego con su ensayo "los irresponsables". Aludía a aquellos intelectuales que frente a los acontecimientos vertiginosos de la época se habían apartado para encerrarse en una precaria cuanto irrespon­sable torre de marfil. Escritores de todo el mundo levantaron su voz para rechazar las inculpaciones de MacLeish. Estaba vivo el recuerdo de la guerra española y la conducta asumida en esa circunstancia por los intelectuales peninsulares ante el atropello nazifascista. En el resto de Europa, escritores y artistas habían asumido resueltamente la defensa de los valores amenazados por la barbarie totalitaria.

El hecho es que desde entonces no ha dejado de Plantearse el problema de la responsabilidad o gratuidad de la literatura. Cierto que las circunstan­cias han variado considerablemente. Ya no se lucha contra al peligro nazi­fascista, pero el mundo se ha dividido nuevamente en dos bandos. Y esta vez, También muchos intelectuales han tomado partido. Unos se han decidido por la "libertad" y otros por la "revolución". Unos están por el imperialismo eco­nómico, otros por el totalitarismo político.

Como quiera que sea, ¿en qué medida nosotros, americanos, nos hallamos comprometidos con los bandos contendientes? ¿Vale la pena, realmente, luchar por ellos? América tiene otros problemas, que no son .los de Norteamérica ni los de Rusia. Problemas concretos, inmediatos, urgentes, que, ellos sí, nos comprometen vitalmente. Lo cual no quiere decir que la puja de esas nocio­nes aludidas nos sea completamente ajena. Esa puja nos afecto, sí; pero no nos compromete. En última instancia, podría decirse que si hay compromiso, ese compromiso es para con el hombre de turne y hueso de cualquier parte del mundo, pero no para con los intereses de un determinado bando.

Compromiso ineludible lo tenemos con América. Aquí hay muchos problemas por resolver. Y, entre otras cosas, es necesario devolverle su sentido ver­dadero a la Libertad y a la justicia social. Por lo que se refiere a nuestro país, el Paraguay, es tiempo de que deje de ser una nación legendaria, sombría y desgraciada. Y a nosotros, intelectuales, escritores y artistas, nos toca alumbrar la marcha de nuestro pueblo en sus "días oscuros y aciagos".

En resumen, estamos por una literatura responsable que sin traicionar los valores estéticos fundamentales da todo arte, procure al mismo tiempo el adve­nimiento del hombre nuevo, del hombre libre y consciente, de su libertad; y de una estructura social más justa y equilibrada.


LA LUCHA DE LAS GENERACIONES

Por Josefina PLA

Cada época -diceCarmelo Bonet- tiene sus inquietudes, sus problemas, sus "ideas-fuerza", en la ya clásica definición de Fouillée; esto es "ideas que del ámbito especulativo bajan al terreno de la pasión", crean un clima para la acción, se organizan en escuela, caracterizan a una generación. La historia del arte po­dría esquematizarse en una lucha entre escue­las o entre generaciones; simplificando más todavía en una pugna entre jóvenes y viejos. Esta lucha a veces se limita a la superficie, como sucede durante las épocas barrocas; pero las más de las veces, las decisivas, opera en profundidad, más o menos según la tensión espiritual de la época.

Desde Manet acá -era del arte moderno­- la lucha viene siendo como nunca en profun­didad, y como nunca ha tipificado esa pugna entre el hombre viejo y el hombre nuevo, Una batalla que no termina todavía; genera­lizando podríamos decir que estamos aun lu­chando contra los clásicos; y la riza seguirá mientras el arte moderno no concrete y esta­bilice sus principios. Cuando lo haya hecho, tendremos unos nuevos clásicos a los cuales hacer frente. El arte se resolverá siempre en esa fórmula iconoclasta en que cada gene­ración se oriento sobre las ruinas de la pre­cedente, para ser a su vez "víctima del furor destructivo de la siguiente".

La lucha entre las generaciones vieja y joven sigue siempre y donde quiera el mismo esquema cíclico. Los viejos lo tienen todo: el prestigio, los resortes institucionales y propa­gandísticos, el apoyo de toda una estructura de intereses creados. Los jóvenes tienen sólo su entusiasmo y su convicción misional. Tan legítimos, tan justificados sin embargo como los que a su hora animaron a la generación a la cual atacan. En rigor podría decirse que el pecado original de cada generación es esa disposición a olvidar que ella fue alguna vez también joven, ardorosa, intransigente. Y si no lo fue, por su mal fue; porque lo mas triste que pueda decirse de una generación es que ­ha nacido y vívido prendida a la estéril ubre del pasado.

Hay momentos en los cuales la pugna entra generaciones adquiere un cariz trágico, su­cede sobre todo cuando las generaciones ma­yores han prolongado en exceso su vigencia y con ella su presión asfixiante sobre las gene­raciones inmediatas; éstas también a veces retrasan su aparición y permiten la prolon­gación de esa gerontocracia; cuando no fallan en su misión las generaciones intermedias, conformistas o mediocres. En estos casos el encono de la lucha se acentúa, porque es más considerable el peso contra el cual los jóvenes han de reaccionar. "La evolución estética -dice Bonet- no se produce mansamente, sino belicosamente". Esa tensión pugnaz da, recíprocamente, el índice de vitalidad de las generaciones nuevas. Así pasó en Francia con los impresionistas, así en el Brasil hace treinta y pico de años con los mundonovístas.

La capacidad de evolucionar creacionalmente ­al compás del devenir estético, de mantenerse a la vanguardia del arte largamente, es lo que se llama inmortalidad en términos de arte; pero todos sabemos que no son muchos; los artistas llamados a supervivencia eficaz. Hay un coeficiente para esa capacidad elásti­ca, un límite para esa sintonía, ingénitos. Cada artista, cada escritor, tiende, por natural gravitación, a moverse en la órbita de su generación estereotipando dentro de ella sus aciertos, sus errores, sus aspiraciones y las satisfacciones de su carrera. Por un espejismo dramáticamente pueril pero inevitable, las ge­neraciones maduras tienden, como exprese antes, a dar por detenida la evolución del arte exactamente en el punto máximo por ellas alcanzado. Lo que en un individuo se considera actitud negativa, tendencia autonuladora -colocarse al margen del fluir vital del arte- se constituye en virtud desde el punto de vista de los intereses creados generacio­nales. Y ese sentido de grupo engendra a su vez un sentimiento de invulnerabilidad carac­terístico, la ceguera a la aparición de las ge­neraciones nuevas, la interpretación errónea de las aspiraciones e iniciativas de éstas, de su ardor y de su perspicacia, de su legítimo deseo de crearse un puesto bajo el sol de la historia, de crecer en el clima estético de que son ante­cedente y consecuente a un tiempo.

En nuestro medio asistimos desde hace va­rios años a esa aceleración del proceso evo­lutivo, por tanto, tiempo demorado. Es la crisis que coincide con la aparición de nuevas generaciones en el terreno plástico como en el literario, aunque en éste el proceso se haya anticipado bastante. Asistimos -y es bueno que lo hagamos conscientemente, ya que se trata de un instante crucial- el choque entre dos generaciones, protagonistas del típico dra­ma. El choque seguramente es violento a la par que confuso, porque es grande el desnivel entre el contenido plástico y humano de la obra precedente y aquel que incorporan, era un costoso pero sincero esfuerzo de actualiza­ción, los jóvenes. Y también porque ha sido largo el tiempo del plácido conformismo, cuan­do no de la cómoda indiferencia o el sistemá­tico desdén ante el acaecer artístico universal; conformismo e indiferencia en que naufragaran por años el sentido de las valores autónomos del arte y, con ellos, la ética divisa de la supe­ración. No es culpa ciertamente de los jóvenes sí la disputa entre ambas generaciones adquiere a ratos caracteres agrios. Reconozcamos los que pertenecemos a las generaciones anteriores -viejas o intermedias-- que bien poco ha sido lo que se ha hecho para vincular el progreso artístico patria con el fluir mundial, ni siquiera continental, del arte; para prolongarse espiritualmente en esa juventud que fatalmente ha­bría de surgir, reclamando para el país voz y voto actuales en el cotejo internacional. Y así, al surgir esa juventud no vio en las ante­riores una guía, un apoyo, ni siquiera un pun­to de partida; sino un adversario contra el cual habría que librar la primera batalla. Esta juventud, mucho más numerosa de lo quo a primera vista pudiera parecer, que asiste a academias y facultades, que participa en con­cursos y exposiciones, que compra ávidamente cuantos libros de arte llegan, que ya forja jui­cios y los expresa crudamente, procura la esen­cia de lo terrícola, busca el hombre del medio, en literatura como en plástico, en su autenti­cidad dimensional. La urge un afán orgulloso de ver plasmado en formas trascendentes nues­tro esencial dramatismo. Son jóvenes y su ímpetu rebelde es ante todo un desborde ge­neroso, de fe en el porvenir nacional. Son jó­venes; quiero decir que a sus ojos se hacen rehacen cada día los modos de pensar y dc sentir. Muchos de ellos son más jóvenes que las más recientes escuelas o tendencias plásti­cas. Saben lo que se hace en el mundo, obser­van lo quo se hace en su patria y del cotejo nace uno noble ambición laboriosa y creadora.

Por mi porte siento la satisfacción de haber procurado siempre no vivir de espaldas a estas realidades; de haber enfrentado sin temor y con esperanza el instante en que había da surgir esta pléyade juvenil dispuesta a tomar sobre sí la tarea difícil y necesaria de renovar el ambiente plástico y literario. Indudable­mente que la lucha y el mérito son de ella; cada generación tiene su hora que no se pro­rroga; pero el orgullo es también en cierto mo­do, de quienes oportunamente previeron esa amanecer y comprendieron que el artista, des­tinado a envejecer como todos los hombres, puede sin embargo asegurarse una juventud duradera manteniendo el frescor actual de las ideas.

Josefina PLA


DIALOGO

Par Justo José PRIETO

Una racha de aliento conocido está limpiando la tierra americano. Es un instinto colectivo que se ha puesto de pie y ha emprendido una ges­tión natural cuyo mandato no tiene cabeza vi­sible pues radica en el impulso de la libertad y el hambre, y en el imperio del ciclo.

Estamos en la época del celo de América. Los países de violento pecho varonil husmean, se agitan, se comban sobre el deseo y estallan en su avidez de posesión sin medir el tiempo ni el efecto. América estuvo reprimida como un mal pensamiento; pero el inconsciente no duerme, no se somete ni otorga: espera tensa el gran; minuto de la reacción en cadena contentándose entre tanto con alimentar los sueños del primer aventurero, del profeta y el proto­mártir.

Es la puja de América por atrapar al Diá­logo público, que no es la murmuración priva­da ni la fricción de masas, sino el contacto permanente y responsable de las personalidades.

El Diálogo, en su eficaz papel de lubricante político - cultural, puede volver un cordial acuer­do de conciencias lo que se insinúa broncamente como una conquista rasante, avasalladora y ex­cluyente. La violencia de las reclamaciones tiene estrecha relación con la carencia de oportuni­dades y ella se expide tanto más radicalmente cuanto se libera con brusquedad la concentra­ción energética que ha estado relegado du­rante mucho tiempo.

La técnica impera y señorea sobre su crea­dor. Una hipertrofia de alcances casi incalcu­lables para la mente mediana y simple del buen burgués está escribiendo fuera del pla­neta una metáfora celeste y paradojal: el es­fuerzo común para encontrar en el éter un diálogo físico más accesible que el que el airé de la tierra no transmite -o lo desvirtúa con

impurezas permanentes. Emulación o amenaza, se ve desplazando el problema hacia exagerada lejanía. Las villas, las ciudades, las repúblicas de tan antiguo y costoso orgullo están boquia­biertas-de asombró astral y sed terrena- avi­zorando sobrecogidas el predominio del robot sobre el minúsculo ciudadano que no alcanza a comprender la falta de ubicuidad de la cien­cia. El planetarium se empina sobre la comu­na, el astro sobre el hombre y la mecánica sobre los fueras. Esta ciencia que ha contribui­do a acelerar y adiestrar la evolución humana;. sometiendo el instrumento al perfeccionamiento psicológico del individuo, hoy involuciona y degrada preparando un pavoroso sistema de convivencia: el de la supermáquina con el in­frahombre

Entre tanto, aquí abajo, América sacude su polvo colonial apelando a la ira. Bien o mal, el Diálogo no pregunta el precio. Arremete si le cercan, hunde las vallas, inficiona y arrasa con su canto jacobino puro y duro. Demasiado puro.

En consecuencia, hay que traerlo aquí con presteza, con decisión y de la mano para que construya sobre tierra estable, sobre la here­dad, no sobre una "res nullius" sujeta a la apropiación del osado, del advenedizo, del re­sentido que surge de la penumbra con su into­xicación bajo el músculo y la lengua.

En nuestra patria todos esperan el Diálogo­. Tal vez esa unanimidad únicamente pasiva lo retarde como institución y lo apure como estallido, como reventón que exponga al sol las raíces de todo un pueblo y, sin respetar al que lo trajo o al que lo resistió, siegue indiscrimi­nadamente al líder y al contemplativo.

Justa José PRIETO


ABUELO DON CARLOS

A Oscar Ferreiro

 

AQUI estamos, Don Carlos, aquí, sencillamente,

viendo cómo despiertan las cosas de la vida,

cómo crece en el hombre la palabra perdida,

su cuerpo de trabajo, su sepultura ardiente.

 

El tiempo le castigo los pasos y la frente

-el tiempo que en los sueños tiene otra medida-;

no queda rezo, lumbre, ni sangre compartida

que viertan su esperanza desde que estás ausente.

 

Un aire de galopas regresa por el río

- el aire, arpa de siglos, que llega hasta su casa;

ritmo de piel adentro, dulce canto de estío

tronchado en la callada devoción de la tierra.

Un aire de galopas rumbo a la siembra pasa…

Vuelve, abuelo Don Carlos. Ya se murió la guerra.

 

PON de pie a tu paisano; pon la raíz que brota,

junto a piedra y madera, sobre su pecho oscuro,

alta raíz que lleve paisaje de futuro,

metálico destino de la heredad remota.

 

Dile que en su ceniza no cabe la derrota

del día o de la noche, si no el quehacer maduro,

que el mundo es la quemante soledad de lo puro,

erguida entre los sueños y la vértebra ignota.

 

Llama, reúne, nutre los bienes verdaderos,

disperso la mandioca, desciende al aguacate,

guía su fiel arado, sus bueyes, sus terneros,

olvídale el machete, lo pólvora y su rayo,

y al sol en que desnuda su luz la yerbamate

pon de pie, igual que entonces, su amor de paraguayo.

 

AQUI estarnos, Don Carlos, aguardándote en fiesta,

con la limpia alegría hecha de nuestro cielo,

del verbo de los niños, del recordado anhelo

de preguntar al alma lo que en vivir nos resta.

 

Por tú anuncia sus jugos la tibia miel enhiesta,

el haz mediterráneo despliega su desvelo,

las voces de los pobres te recobran, abuelo,

y suena a bronce el himno civil de la floresta.

 

Vuelve, no tardes, vuelve: la toga despojada,

más honda la elegía nacida de la historia,

las manos creadoras hacia la horilla arpada...

 

Y aquí nosotros todos, los simples nacionales,

sintiendo cómo vibra la patria en tu memoria,

tu corazón oferta bajo los naranjales!

 

Asunción, 1957.

Raúl AMARAL


LA TIERRA DEL SILENCIO

 

ESTA es mi tierra: sol y silencio; luna y tristeza.

 

Oscuros están su antiguo rastro claro, su mirada celeste.

Y se mustian ata vera de caminos y de valles, la sal,

la ingenua sal de su palabra, el inocente latido de su carne.

 

Mi tierra -pasión elemental- no tiene palabra ni canto ni risa.

Sólo tiene ojos para mirar y un desolado corazón para sufrir.

 

La vez que cantó un hombre, una bala roja le atravesó la garganta.

La vez que cantó un pájaro, un grito amargo traspasó su trino.

 

Mi tierra no tiene palabra ni el eco de su propio nombre.

En silencio los niños; en silencio las rosas; en silencio el arado.

 

La ventana de jazmines y guitarras, la encendida naranja del camino;

la boyada con luceros en los ojos; el horizonte- de lomas y lapachos;

la mesa, la pobre mesa blanca, la repetida mesa de choclos y sandías;

el valle entero, el campo entero, el bosque entero, todo, todo entero,

mi tierra entera es una lágrima:

 

una sencilla lágrima;

una dura lágrima;

una geografía de lágrimas;

una terrible lágrima de raíz herida.

 

Es un pueblo de largo silencio junto a un río de larga tristeza. ...

 

…Y los hombres se van... y se van... más allá del silencia,

más allá del cuchillo, más allá de las piedras, más allá del gruñido.

Mi tierra no tiene palabra y sus hombres se van. . . y se van.     silenciosos.

 

Ayer llegó un hermano que vive más allá del silencio.

Apenas me dijo- "Ven, vareas a hablar",

y una figura vestida de silencio, surgiendo de las piedras,

trituró su carne entre rejas y acuchilló su palabra.

Y allí, en la calle -su calle y la mía y de todos-- de nuevo el silencio.

 

Y yo quise hablar con él como quiero hablar con todos.

Hace rato que no sé del sabor de la palabra.

De lo palabra libre. De la palabra entera. De la pura palabra.

Quise hablar en alto tono, tal vez a gritos.

Como antes los niños y los pájaros.

Hubiera sonreído con cada palabra o llorado con un llanto nuevo.

Yo te hubiera dicho: ¡hermano!,

o le hubiera dicho.. ¡jazmín! o ¡guitarra! o ¡paloma!,

o, tal vez, le hubiera dicho primero: ¡Libertad!

Ven que era poco lo que iba a decirle a mí hermano.

 

Yo quise decirle al hombre que nació de las piedras

que repitiera conmigo las mismas palabras.

Sé que te hubiera gustado decir. ¡Libertad!

Pero el hombre es de piedra y silencio y no tiene palabra,

Le han dicho que la boca es tan sólo para comer y gruñir.

Y yo le quiero enseñar que es para el canto y que es para el beso.

 

Mi hermano traía el Himno del Hombre y el filo de una mano acuchilló su voz.

 

... Y ahora de nuevo el silencio;

y la tristeza;

y la palabra tiesa;

y el grito amargo;

y la piedra roja;

y la sangre limitando la tierra del silencio.

 

Cuando llegó mi hermano con el pecho maduro de palabras,

el día estaba azul y tibio el aire y húmeda la tierra.

 

Y su palabra y mi alegría hubieran roto el silencio.

 

Y hubieran contado todas las madres;

y hubieran besado todas las bocas;

y el hombre de piedra tendría carne tibia y palabra y ternura.

 

Toda mi tierra dé silencio hubiera gritado como un pájaro sin límites.

 

Mañana vendrá otro hermano y juntos llenaremos esta tierra,

el pecho de los hombres, el corazón de las guitarras,

de palabras y de auroras.

 

Manuel E.S ARGUIELLO



EL NAVEGANTE


DIAS HA YA que como garfios elevo mis dedos en la bordo,

perdida la mirado en donde cielo y agua se confunden,

allí donde mi afán pretende la existencia

de tierra nueva, o vieja, que tal es, según se mire,

pues viejo es el mundo, como Dios, y sólo el hombre

hace las cosas nuevas con los ojos; y estoy aquí,

prendido ala esperanza, tal náufrago débil a un madero.

¡Cuánta miseria, y sin embargo cuánta gloria, en esta empresa oscura

que me lleva a buscar más vida aún a cuanto dejo atrás,

entre sus ruinas y sus guerras, su poderío frágil,

que el tiempo vencerá, como venció ya tanto orgullo vano!

Viejo es el mundo y corre el tiempo y el espacio crece,

lo mismo que en el hombre la ambición, su sed de poderío,

acrece su conocer. Mas temo que tanto ardor y tanto esfuerzo

sólo consuma al fin al hombre mismo y todo quede igual,

como queda el cielo titilante cuando una estrella muere.

 

Prendido todavía a mi borda yo espero y avizoro, Veo una luz.

Mas no: es engaño. Todo es engaño, pero un día cierto es por fin

lo que decían falso. Nada es seguro, y gloria, fortuna, dolor y olvido

aún me esperan.

 

Asunción, 1959.

Miguel Ángel FERNANDEZ



CHICO- COA

Por Augusto ROA BASTOS

Conocí por casualidad a Chico - Coá en un boliche cercano a las ruinas del templo jesuítica de Trinidad. Sentado en cuclillas a pleno sol, junto al pozo, comía lentamente su locro can fariña y daba de comer a una criatura semi­-desnuda de edad indefinible. Por cada dos cucharadas que él tomaba para sí, la criatura recibía una. No había en su actitud el más leve asomo de ternura, ni siquiera de protec­ción o de generosidad. Lo que en ese momento unía a ese muchacho indígena y a la chiquilina de pelo rojizo y leves facciones mongo­loides, era el simple acto de comer, un reflejo de la atávica solidaridad de la especie, que los aislaba en un aire ausente y remoto,

-La chica también es guayakí- me dijo el bolichero contestando mi pregunta. Noté, en efecto, que los dos eran albinos. La piel blan­cuzca resaltaba bajo los guiñapos- los pómu­los de la pequeña criatura selvática brillaban con una dureza mineral en la fisonomía ca­rente en absoluto de expresión.

—¿Dónde la encontró?- seguí preguntando el bolichero.

-La acaba de traer Chico - Coa de Pirá - Pyta. Vino a pagar su deuda. Me la vendió por me­dia bolsa de galletas, que ya se llevó la vez pasada.

-¿Venderla?- dije sin poder salir de mi asombro.

-Es el trabajo de Chico -Coa.  Las agarra en los mbocayaty (1) cuando bajan a comer coco. Después las vende a los contratistas par bastimento o por caña. En los obrajes se quie­re a las guayakí porque cuando crecen sirven para machú (2) y los hombres tienen mujer blanca y rubia. Las indias grandes no se dejan agarrar. Son peligrosas y traicioneras. A Perú

Orihuela, un mi hermano, lo mató una india con su propio machete, mientras dormía. Por eso Chica-Coá caza a las chiquitas en los pal­mares. Dice que en Pirá - Pytá hay todavía co­mo veinte.

-¿En Pira - Pytá?

--Allí vive el indio, en el trabajado del viejo Liborio Escobar, don Libó Coá, que es su padrino. Don Libó cazó a Chico en el monte. ahora Chico caza para él los últimas guayakicitas.

-Las últimas, ¿por qué?

--Las indias ya no pueden tener cría. Dicen que una noche cayó un aerolito en una agua­da. Las indios bebieron allí y el agua empon­zoñada por el pedazo de luna les quemó el vientre. Dentro de poco Chica -Coá tendrá que trabajar en el obraje, como los otros.

Sentí que el adolescente indígena me obser­vaba atentamente bajo su rotoso sombrero pirí. Se había dado cuenta de que hablábamos de él. La cuchara estaba quieta en su mano. La chica, inmóvil, miraba como encandilada el utensilio de lata. Un tábano zumbaba alre­dedor de su cabeza en el silencio de la siesta que el sol incineraba con su baño seco de cal viva. Un poco mas allá, las ruinas se borraban en una verberante opacidad. Allí estaban, en mi presencia, dos descendientes de aquella tribu arisca y cerril de los guayakíes arrastra­das, siglos atrás, por los mamelucos en sus guerras contra los guaraníes de las reduccio­nes jesuíticas. El imperio yerbatero se había extinguido, pero la tribu insumisa sobrevivía en un puñado de mujeres indómitas errando por los montes del Alto Paraná en una agonía lenta y terrible, con las entrañas estériles por el veneno de la luna. Y ahora el último hom­bre  traidor a su vez, robaba a las doncellas impúberes que se aventuraban furtivamente en los cocotales, para venderlas por comida!

-¿Dónde queda Piró - Pytá?

-Al Este, unas quince leguas. ¿Quiere com­prar usted también una  guayakicita? apuntó insidioso el hombre gordo y moreno, escupien­do su naco. Como viese que me quedaba serio, agregó-: Chico - Coá puede traerla aquí. . .

-Voy a ir allá -le interrumpí con cierta aspereza. El me dijo entonces, como compa­deciéndome:

-Vaya con el indio. Es el único que sabe el camino a Pirá - Pytá.

El azar de las circunstancias me había hecho recalar en aquel solitario boliche de las Misiones adonde llegué sancochado por los agua­ceros y la malaria. Mi libreta se iba llenando de apuntes y mi caballo de mataduras, pero sólo estaba al comienzo de lo extraordinario. Mis artículos para el diario de Asunción sobre los yerbales y obrajes del Sudeste no llegarían a publicarse, y yo ya estaba cediendo de lleno a la irresistible fascinación de la selva. Iba entrando a ella como a una región de verdes catacumbas donde el rito del misterio elemen­tal desarrollaba extrañas ceremonias de vida y muerte.

Chico-Coá aceptó conducirme y salimos al amanecer. Pronto dejamos atrás las ruinas del templo en cuyos rotos arquitrabes cantaba un corochiré. Mí guía marchaba adelante con un trotecito elástico e infatigable. Nos internamos por un pique sinuoso, quizás el semiborrado vestigio de la antigua ruta de los "porejhara", los chasques aborígenes que abrían sendas con los pies untados de gramíneas parásitas desenrollando en el corazón de la maraña sus angostas e indelebles alfombras camineras, Un racimo de monos empezó a aullar sobre nuestras cabezas hamacándose entre las ramas de un quebracho,

Al principio no conseguí arrancar a Chico­-Coá más que monosílabos en un guaraní ex­trañamente pronunciado y deformado. Sólo cuando nos detuvimos a sestear en un cañadón y le convidé con algo de chicharró y de caña, se volvió más locuaz. A un costado del caña­dón descubrí de pronto, entre unos raigones, una curiyú; tendría como doce metros y estaba muerta. Los pájaros picoteaban su vientre hinchado por la presa ingerida y ya agusana­da. Algunas vértebras del espinazo iban que­dando al descubierto y el olor era insoportable.

---Va a volver a vivir -dijo Chico-Coá. Los carbunclos rosados de sus olas relumbraran fugazmente al fijarse en la enorme víbora el sol.

-¿Cómo va o volver o vivir, si ya es osa­menta? -Le pregunté menos para saber de sus labios lo vicia creencia ancestral que para animarlo a hablar,

-Ellas pueden resucitar -murmuró solamen­te, como hablando para sí mismo en una es­pecie de. suspiro gutural.

Entonces le pregunté:

-¿Por qué robas a tus hermanas? Chico-Coá se quedó un momento en silencio. Vi que sus ojillos oblicuos se Tornaban opacos y que su cuerpo se encogía en un esfuerzo pe­noso. Mordiendo sus palabras y mirando a lo lejos, dijo después:

-El caraí (3)tiene los dientes más cortos que el tigre y menos ponzoña que la ñan­durié,...

De modo que lo que quería Chico Coá era salvar a sus pequeñas hermanas y para eso las raptaba y las distribuía en los obrajes canjeándolas por irrisorias cantidades de co­midas que él no aprovechaba, puesto que las entregaba íntegras a su padre adoptivo. Sobre la base de un malentendido, Chico-Coá pre­tendía eludir y anular la maldición que pesaba sobre su raza errante y acorralado, reducida a un clan cada vez menos numeroso de ulu­lantes mujeres con cabelleras de color de fue­go, que perdían a sus hijas en los cocotales, metódicamente secuestradas por el afán de salvación de Chica-Coá. ¿No había suspirado con envidia el contemplar la serpiente que renacería de la podredumbre de su digestión? Su afecto por el padre adoptivo, tal vez, había impreso en su alma una falsa imagen del hom­bre blanco, del caraí que era quien precisamen­te había engendrado, hacía siglos, su infortunio.

Estábamos en un pozo en la selva, tapado hacia lo alto por el cielo del verano que caía en los ojos como una chapa de estaño. Del otro lado del mar, la guerra estaba asolando nuevamente el mundo como una serpiente que engullía a su víctima. Contra su tremendo, le­jano cataclismo, yo oía resonar el pequeño, el salvaje, el engañado corazón de Chico-Coá, que estaba a mi lado mirando el tiempo a través de la selva can sus ajillos rojizos vueltos hacia adentro, mientras la fiebre volvía a agarrotar­me los huesos con su escarcha de azogue en el tufo ardiente del cañadón.

No sé cómo llegué al "trabajado" de Pirá ­Pytá. Chico Coá me habría atado al caballo con lianas. Después los días transcurrieron monótonos hamacándome entre el hielo y el fuego, cada vez menos, porque los remedios de yuyos del viejo don Libó me fueron curando.

Me extrañó no ver a Chica-Coá en todo ese tiempo. Pregunté por él a su padrino, pero no obtuve más respuesta que un gesto indefinible acompañado por una guiñada de ojo, aviesa e inocente di mismo tiempo, como el movimien­to de una hoja membranosa sobre un insecto. Me sentía vacío y sin recuerdos. De algún modo sabía que había llegado al término de un viaje y que lo que me sucediera a partir de ese momento, seria sólo la prolongacion vegetal de mi vida de hombre chupado por la selva. Hacía oscilar mi hamaca con un palo, pero lo que sentía moverse era el cielo entre los cocoteros. Colgado de un gancho de alam­bre, en un árbol, un loro gangoseaba el estri­billo de una polka antigua, en la que quizás estaría guardada la juventud de don Libó. El loro volcaba la cabeza en los agudos, se inte­rrumpía de tanto en tanto para lanzar una palabrota en guaraní, como una vieja lunática enredada en sus harapos. Después se despio­jaba con el pico ganchudo. Yo oía crujir las piojos en las tenazas de cuerno. Luego volvía la polka ácida y chirriante con su ritmo ebrio y sonámbulo. A la hora de comer, don Libó ahuyentaba a latigazos a las indiecitas desnu­das que acudían en tropel con las gallinas a la culata del rancho donde la gran olla negra. Alguna caía entre la ceniza y entonces a sus chillidos el loro respondía con sus roncas obscenidades.

Una mañana escuché un grito, un angustioso grito de guerra y de muerte. Me incorporé en la hamaca y vi que Chica-Coá corría hacia el rancho como lanzado por el monte a través de

la picada. De sus espaldas salía un hueso ne­gro y largo, demasiado largo y negro para ser un hueso humano. Corrió todo lo que pudo y cayó de bruces en media del enjambre de mu­chachitas silvestres que se alborotaron y empe­zaron a ulular en torno el caído. Me acerqué trastrabillando y vi que Chico-Coá había cesa­do de agitarse. En su espalda tenía clavado la lanza negra de la tribu. Lo volví y levante la cabeza; sus ojos estaban abiertos y el irisroji­zo se había puesto ceniciento,

El propio don Libó le enterró sin pena, sin pasión, como quien entierra una semilla que yo no he de fructificar.

Pocos días después, el colegio de párvulas aborígenes no amaneció. Misteriosamente se desbandaron. Don Libó y sus hombres no pu­dieron salir a buscarlas, porque eso misma mañana estalla el incendio. Durante tres días ardió la isleta de cedros y guayacanes que ro­deaba el rancho, sitiándonos con un cinturón de fuego y arrojando contra nosotros todo clase de víboras y alimañas. El pozo nos salvó de morir achicharrados, pero a don Libó le mordió en la ingle una de las víboras que se habían refugiado en el rancho. Cuando comenzó a hincharse y a ponerseviolácea, quiso atravesar en su delirio el círculo de llamas altas como árboles. Le vimos retorcerse-y achicarse como un insecto detrás de la ígnea muralla, sin que pudiéramos hacer nada por él. Entonces, como los demás estaban embrutecidos hasta el fondo, yo me decidí y ocupé su lugar. Pero no lo supe hasta que me di cuenta de que citado al puño blandía el teyú-ruguai de don Libó.

Augusto ROA BASTOS




BIBLIOGRAFÍA

Juan Bautista Gill Aguínaga.

"LA ASOCIACION PARAGUAYA EN LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA"

Edición del autor, con prólogo de R. Antonio Ramos, 202 págs., 38 ilustraciones fuera de texto, Buenos Aires 1959

De la actuación de los corrientemente lla­mados "legionarios", se han ocupado, en sen­das monografías aparecidas treinta aros atrás, Juan E. OLeary, autor de "Los legionarios", y Héctor F. Decoud, de "los emigrados paragua­yos en la Guerra de la Triple Alianza", Ahora y con el libro que pasamos a comentar, se suma a ellos Juan B. Gill Aguínaga, Presiden­te del instituto de Numismática y Antigüedades del Paraguay y coleccionista muy calificado.

Conste la publicación de dos partes, bien di­ferenciadas. Una breve monografía, de la plu­ma de Gill Aguínaga que sirve de introduc­ción a la que sigue, y más da un centenar de documentos inéditos, ordenados por materias.

En la primera de ellas, que corresponda aproximadamente a un tercio del volumen, es­bozo el autor en forma sintética, pero con buen criterio y utilizando una documentación que lue­go presenta, los antecedentes y móviles declara­dos de la Asociación Paraguaya, establecida en Buenos Aires a fines de 1864, y da noticia de sus actividades en el primer año de la con­tienda, único de su funcionamiento, regular. Aunque resumido, el estudio es completo y trata un aspecto omitido por quienes antes to­caron el tema: está allí la historia de la refe­rida Asociación Paraguaya y de los esfuerzos infructuosos por las desaveniencias internas y por la falta de efectivas bases morales, ten­dientes a organizar una fuerza militar que, aunque integrado por paraguayos, colaborase en el esfuerzo bélico de las aliados. Debe ano­tarse también, en favor del trabajo de Gill Aguinaga, su objetividad y desapasionamiento al manejar tan espinoso asunto: nila dia­triba, ni el panegírico, empañan su exposición, La documentación, que fue porte principal del archivo de la Asociación Paraguaya, pro­viene directamente, como lo comprueba el acto reproducido en la página 201, del Presidente de la misma,José Díaz de Bedoya, de cuyos familiares la obtuvo Gíll Aguínaga, "quien en un noble empeño evitó que saliese del país", como bien dice el prologuista. Son ciento trein­ta y tres piezas agrupadas en siete secciones que entitula respectivamente "Actas de los asam­bleas da la Asociación Paraguaya, "Actas de las sesiones de la Comisión Directiva", "Pro­yectas y Discursas", "Antecedentes de la Legión paraguaya", "Correspondencias", "Dona­ciones, renuncias y autorizaciones" y "Comprobantes de gastos".

Todo este material es utilísimo para escla­recer satisfactoriamente uno de los aspectos más debatidos de la historia de ese tiempo. Mediante el mismo, puede, identificarse sin lugar a dudas a los gestores de la llamado "Legión Paraguaya" y a sus primeros adeptos; se esclarece su "Status" en el ejército enemi­go; se ponen de manifiesto las desavenien­cias de orden interno; y -cosa muy interesan­te- se conocen los puntos de vista con los cua­les los “Legionarios" se embarcaban en, seme­jante empresa.

De los muchos datos de interés, a vuelo de pájaros podemos mencionar la tentativa de la asociación de dirigirse en representante de la soberanía paraguaya (pág. 70), hasta el punto de autorizar a Iturburu, jefe de la legión, a contraer alianzas, con cargo de "conservar incólumes los derechos de la Auto­nomía Nacional" (pág. 74 y 118). No fue fe­liz en sus pretensiones: ni los generales ene­migos accedieron a reconocerle personería en nombre del pueblo paraguayo, ni el termino de las hostilidades se respetó la integridad te­rritorial del Paraguay. Actuó la institución, sí, a modo de agente consular expidiendo certi­ficados de nacionalidad, como en el caso de Simón Acosta {Pág. 187), y su Presidente sir­vió de gestor a los oficiales caídos prisioneros en Urugayana, para el cobro de sus respecti­vas asignaciones mensuales (pág. 186). Que­rellas de orden eminentemente personal divi­dieron el grupo y lo desmoralizaron: uno de los jefes dice del otro que su función militar se reduce a "carnear bueyes" (Pág. 150) y a servir de escribiente a un coronel enemigo; y éste de aquél, que sirve de "divercíón (sic)" y "escándalo" (pág. 151); un tercero hace lle­gar anónimos insultantes al decano de los legionarios (pág. 162/163); y no menciona­mos las renuncias y bajas voluntarias, por muy conocidas en la historiografía paraguaya. Sig­nificativa es la presentación formulada al mi­nistro de guerra de un país que aún se halla­ba en paz con el nuestro (113), e ilustra sobre la poca entidad de la entidad de la Legión en esta su primera época, el hecho de que en noviembre de 1865 apenas tuviera 152 hom­bres alistados, de los cuales, 87 enfermos (pág. 156/157). Mueve a pensar la reflexión de Se­rapio Mochaín, delegado de la Asociación en el cuartel general. enemigo, en carta suya del 7 de Julio de 1866: "Si la guerra so hace más larga, ciertamente que el Paraguay se verá destruido y nosotros nos llevaremos el chasco más grande" (pág. 168); Gill Aguínaga la des­taca debidamente en su estudio preliminar. Los comprobantes de gastos son también de interés.

Largo sería la mención de todo lo que me­rece ser tomado en cuenta. En síntesis, de la

documentación reproducida, se desprende que la "Legión Paraguaya" se organizó como fuer­za militar de la "Asociación Paraguaya", fun­dada ésta en Buenos Aires, a fines de 1864.

En esta primera etapa de la Guerra, no pases de ser una agrupación insignificante por su número y sin actuación alguna de importancia, Desde el comienzo, las divergencias internas, la pugna personalista y el desencanto de algu­nos de sus miembros, que se apercibieron de que el Paraguay resistiría sin desmayos e iba a resultar devastado, se sumaron para restarlas posibilidades y fundamentos morales.

El trabajo de Gill Aguínaga ni rectifica a los de O Leary y Decoud, ya mencionados, ni polemiza con ellos. Los complementa, y es el primero que da noticia documentada de la "Asociación Paraguayo" y de lo que podríamos calificar de primera Legión, o primera época de la misma, ya que a fines de la guerra reaparecería, esta vez más numerosa y enarbolando indebidamente la bandera tricolor en las filas enemigos, y de sus cuadros sal­drían oficiales que habrían de figurar por más de un cuarto de siglo en el Ejército Nacional.

Aportes como éste son positivos para la his­toriografía paraguaya, pues ponen al alcance de investigadores y ensayistas material au­téntico, sin mutilaciones, ni alteraciones di ninguno índole. Consideramos además que la información preliminar constituye una bien lo­grada y objetiva síntesis.

Rafael Eladio VELAZQUEZ


REVISTAS

CUADERNOS AMERICANOS es, sin duda, la más importante revista que se publica en Amé­rica actualmente. Desde 1942 viene aparecien­do regularmente en México bajo la dirección del prestigioso economista Prof. Jesús Silva Herzog, a quien asiste una Junta de Gobierno compuesta por notables figuras intelectuales de habla española. Sus 109 números publicados recogen lo más valioso del pensamiento y el arte americanos. Trabajos de Josefina PLÁ, Hugo Rodríguez Alcalá, Mariano Morínigo y Miguel Ángel Fernández constituyen la aportación pa­raguaya a la mencionada revista. En el último número de Cuadernos Americanos (marzo-abril) se publican cinco poemas del nombrado Fer­nández.

La REVISTA NACIONAL DE CULTURA, de Venezuela, fundada por Mariano Picón Salas en 1939, se ha constituido, por la calidad de su contenido y el prestigio de sus colaboradores, en una de las más importantes publicaciones de su índole. La dirige actualmente Arturo Croce, con Oscar Sambrano Urdaneta como Jefe de Redacción. La edición de esto revista consta de 12.500 ejemplares, que se distribuyen gratuitamente.


DOCUMENTOS


EL FUEGO EN LAS MANOS

Augusto ROA BASTOS

El hombre de letras contemporáneo siente que su oficio se le torna de más en mis una misión, una manera de actuar sobre su con­torno, siempre que lo hago dentro de los lími­tes propios de su condición y función de escri­tor. Sumergido en el caldeado debate de nues­tro tiempo, no puede evadirlo pero tampoco reflejarlo como un espectador pasivo o como un testigo desinteresado. Ladisyuntiva es rigu­rosa, toma en sus manos el candente material y trabaja con él, a la escala de los intereses y de las aspiraciones de su época, de su colec­tividad; o lo rehúye. Pero en este caso, es casi seguro que su obra resultará inocua. Ca­recerá de peso específico, de radiación vial y espiritual. La posibilidad de resonancia de un escritor radica sin duda en la autenticidad de su labor, que deviene accesible a la compren­sión y emoción de sus contemporáneos porque lleva en sí la semilla de sus necesidades, la modulación de sus temas y las respuestas a sus preguntas fundamentales, el aire y la ley del tiempo en que se forjan.

La belleza en abstracto, el cultivo de los va­lores estéticos que tienen o pretenden tener su objeto y fin en sí mismos, el juego gratuito, en una palabra han dejado de ser en la lite­ratura como en las demás artes, pero especial­mente en la literatura, pretextos válidos para la abstención del escritor en las luchas de su tiempo. La gravitación de su obra no radica tan sólo en su calidad estética. Emana funda­mentalmente de su pasión moral, de su senti­da de responsabilidad. Sabe que el único arte que no traiciona ni se traiciona quedando en mero esteticismo, es el que contribuye a la redención espiritual del hombre en sociedad.

Inteligencia crítica, conciencia estética y sen­sibilidad social condicionan hoy de modo im­perativo el trabajo del escritor. Solo de esta aleación de conciencia artístico y social puede surgir el sentido profético de sus obras y su valor de perennidad.

Tal el ejemplo de la literatura americano cuya mejor tradición se halla arraigado por entero en la historia y en el destino de su pueblo, reflejando sus dramas y esperanzas o creando sus arquetipos inspirados en sus már­tires y sus héroes. El acento, testimonial y de denuncia es en ella inevitable. De hecho, el tono más constante de la literatura de nuestros países -como la de todos los que padecen opre­sión- se produce sobre esta línea de la rebe­lión y de la lucha consciente. Una literatura de la acción, que partiendo de la realidad refluye sobre ella para modificarla y para afirmar el proceso de liberación en el plano de la sociedad y la cultura.

Las obras más representativas están teñidas por el fervor y la pasión de esta actitud. Se han dado y se dan en el punto de conver­gencia y fusión de una postura de praxis con una pareja calidad estética, como acios de afirmación, de solidaridad, de participación. Es una literatura militante en el sentido en que lo es la de Whitman, la de Martí, la de Eche­varría, la de Sarmiento, la de Alberdi, la de Vallejo, la de Asturias, la de Neruda. Una literatura militante de la libertad humana. Re­chazar el arte de estos escritores y poetas por estar contaminador de "mensaje social, equi­valdría también a invalidar, en el otro extre­mo el arte de sentido o inspiración religiosa. En definitiva, lo único que cuenta en el arte es la hondura y verdad de los sentimientos, la fuerza del entusiasmo creador, su autenticidad.

En el caso de la literatura de mi país, pue­do decir que los escritores y poetas paragua­yos han definido rotundamente su actitud al asociar su obra a las luchas de su pueblo y expresar con ella sus anhelos más Intensos. Por caminos dispares, con vibraciones y fisonoinias

diferentes, unos y otros coinciden en colocar su trabajo, denodadamente y sin concesiones, en el vértice de las necesidades y aspiracio­nes de su colectividad, que es como decir sobre su foco mismo de emoción y energía.

La literatura paraguaya de hoy se forja en el tiempo de rebeldía y anunciación. Se escribe con el pulso y con la sangre. Abrazados estre­chamente con su época y con su pueblo, apoyados en la unidad de América en la cultura, los escritores paraguayos de hoy producen sus obras como esos actos de coraje, de patriotismo y de sinceridad, de que hablaba Alberdi. Pasión, coraje y esperanza son sus armas con­tra la desesperación y la incertidumbre.

Toman resueltamente el fuego en sus manos y alumbran con él los días oscuros y aciagos. Saben que no pueden restar su esfuerzo al movimiento emancipador de su pueblo. Y de estos sentimientos ahondados en la fraterni­dad, en la fuerza y verdad de su causa, es de donde sacan su clarividencia de artistas, la posibilidad de acertar con la gran ley bajo cuyo signo, en el dominio del mundo y del hombre, la necesidad se aúna con la libertad. (Publicada en "'Blanco y negro", Nº 8, Noviem­bre de 1958, Buenos Aires).

Augusto ROA BASTOS


ALBERT CAMUS

Víctima del "absurdo" del mundo que tan agudamente estudió en "El mito de Sísifo", fa­lleció en un accidente automovilístico el gran escritor francés Albert Camus, Premio global de literatura de 1957. Camus pertenecía a la ge­neración europea que apareció en medio de la segunda guerra mundial, en la cual participó como miembro de la Resistencia Francesa. Fue un ardiente defensor de los derechos humanos, y como tal su obra y su conducta estuvieron

siempre al servicio del hombre dondequiera que las fuerzasde la barbarie lo atropellaran. Los altos valores éticos y estéticos de su obra lo constituyeron en el maestro más prestigioso y admirado de la joven generación.

Testimonio elocuente del pesar provocado por su muerte en nuestro medio es esta nota redac­tada por la escritora Josefina Plá y suscrita por las más prestigiosas figuras intelectuales y ar­tísticas de nuestro medio:

 

AL PUEBLO DE FRANCIA, A SUS ESCRITORES Y ARTISTAS

Las artes y las letras universales han perdido en Albert Camusun representante singular, y nos lo tenemos por muchotiempo irreemplazable. El pensamiento francés dio con él al mundo, no sólo el ejemplo de las tersas virtudes de claridad y orden que­ son su ejecutoria, sino también el más alto ejemplo del escritor responsable, del escritor en presencia insobornable ante los más acuciosos problemas humanos de su tiempo. Con Albert Camus se apaga, para Francia, un insigne faro espiritual; para la humanidad, una presencia lúcida que montó las virtudes eternas que justifican la lucha del hombre por el hombre. Todos hemos perdido en Albert Camus al mejor "testigo de la libertad. Y porque lo consideramos así, queremos hacer llegar al pueblo hermano de Francia, a sus escritores y artistas, esta expresión de nuestra solidaridad en el duelo universal.

Asunción, a cinco días enero 1960

José María RIVAROLA MATTO; Josefina PLA; Raúl AMARAL; José L. PARODI; Olga BLINDER DE SCHVARTZMAN; Benito FERNANDEZ; Manuel E. B. ARGUELLO; Carlos COLOMBINO; Marcial Antonio RIQUELME; Miguel Ángel FERNANDEZ; Juan B. RIVAROLA PAOLI; Julio César TROCHE; Juan VILLA CABAÑAS; Justo José PRIETO; Carlos VILLAGRA MARSAL; Rubén BAREIRO SAGUIER; etc.


A C T I V I D A D E S  C U L T U R A L E S


ARTES PLÁSTICAS

MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES

Grata sorpresa han tenido los visitantes del Museo Nacional de Bellas Artes ante las evi­dentes mejoras que ofrece en la disposición y distribución de su catálogo la referida insti­tución. El nombramiento de un artista -es de­cir, de un entendido en materia artística- ­para la jefatura del Museo era algo lógico y necesario, que se había hecho, sin embargo. esperar mucho. según nuestras noticias, des­pués del nombramiento de Andrés Campos Cervera -Julián de la Herrería-- para tal car­go, cosa sucedida allá por 1919, nunca más había estado al frente del Museo persona co­nocedora de la materia no sólo por vocación sino también por profesión).

Ha sido destinado una sala a artistas na­cionales, y los cuadros aparecen distribuidos con criterio y orden, dentro del espacio esca­sísimo de que se dispone. Este espacio sería sin duda ampliado al trasladarse la Biblioteca Nacional a su nuevo local, cosa que no ha de tardar mucho, según noticias; y con ello el es­pacio disponible ha de ampliarse también, aunque una distribución sujeta a mínimas nor­mas museológicas seguirá siendo imposible mientras no se disponga de un local mucho más amplio y construido de acuerdo a ciertas ineludibles condiciones técnicas.

DIALOGO ve con sumo agrado estas mejo­res, y felicita al señor José L Parodi, Jefe del Museo, así como a la Dirección General que promovió y autorizo esas mejoras en bien del aspecto general de la institución y del efecto que ello ha de producir a propios y extraños.

 

EDITH JIMENEZ

La pintora paraguaya Edith Jiménez, becaria paraguaya en Brasil, ha realizado una mues­tra de xilograbados en la Galería de Arte la "Folha", de San Pablo, en febrero pasado. Hizo su presentación en el catálogo Livio Abra­mo, gran artista y amigo del Paraguay.

 

MUESTRA DE ACUARELAS

Se anuncio para fecha próxima la presen­tación de una muestra circulante de reproduc­ciones de acuarelas organizada por UNESCO. La exposición se realizarla en el Salón de Ar­tes Carlos Antonio López.

 

TEATRO

MIGUEL DE MAÑARA

Fue delante del Santísimo Sacramento, un ­día de Corpus, 1544, cuando se representó en Asunción la primera pieza teatral, que era también la primera en tierras sudamericanas. Y fue el canónigo Lezcano autor y actor prin­cipal en dicha farsa, compuesta con fines más profanos que sagrados.

Pasados cuatro siglos y cinco avatares del edificio dedicada a Dios -hoy Catedral- el atrio de la Metropolitana se convierte en escenario de un drama religioso: "Miguel de Moñara", representada por la Escuela Muni­cipal de Arte Escénico "Roque Centurión Mi­randa".

La pieza de Lubicz Milosz es, en efecto, una versión actual de aquellos misterios, piezas decanas del teatro sagrado, cuya tradición no se ha perdido por cierto y aún se conserva en Europa bajo ambas formas, popular y culta, en distintas regiones. Calcada estructural­mente sobre su modelo es, como ella, discursivo y estática; como en ella los personajes abstractos toman a su cargo la iluminación del estado de conciencia del personaje, la proyección sen­sible de su lucha interior.

Pero el prisma metafísico que colorea esta disociación y sus equivalentes transfigurativos; la vestidura poética, son bien modernos. La obra de Milocz, teológicamente inatacable, no aspira, sin embargo, a presentar ni subrayar verdad teológica alguna; se limita a enunciar un "estado de verdad" en el hombre, demos­trando la identidad substancial de mística y poesía en el plano que el autor designa lúcida­mente con el rótulo de "hambre de eternidad".

Es la primera pieza que la Escuela presenta bajo el signo de la ausencia del que fue su primer director. Esta por un lado; por otro, el hecho de ser el misterio de Milocz la que se llama una "obra de prueba" para directores y actores por su carácter simbólico y su expre­sión altamente poemática a la vez que por su contenido metafísico, son factores que han de ser tenidos en cuenta en cualquier apreciación que se hiciere de la labor realizada. Al carác­ter del escenario, que obliga a una presenta­ción simultánea de los elementos del decorado -con pérdida de su significación inmediata y  circunscrita, simultaneidad que los recursos lumino-técnicos no alcanzaron por la misma ra­zón a obviar- hay que atribuir que el esfuerzo desplegado para la sugestión espacial no haya alcanzado su intentada eficacia: el decorado se aprecia como detalle pero no como creedor de atmósfera.

Difícil también resulta para un elenco no afiatado todavía, en el cual a elementos de cierta experiencia -Villa Cabañas, Rafael Rojos Doria, Victorino Báez Isla, Roque Sánchez ­se unen otros en los cuales más que la expe­riencia hay que apreciar las disposiciones -Ro­berto De felice, Gustavo Calderini, Helena Vy­sckolán, Pedro Alvarez, Julia Tavarelli- y otros finalmente de incorporación totalmente primigenia - María Celina Carrón, Sayr Sama­niego, Adriana Franco- conseguir la sutil cuanto indispensable integración de elementos plásticos y declamativos, ofrecer la unidad del ambiente místico sin perder por eso la agonística auten­ticidad humana. Señalaremos sin embargo la simpatía y viril desenvoltura de Villa Cabañas -uno de nuestros actores jóvenes más estudio­sos-, las intuitivas aproximaciones de Victorino Báez Irala en algún instante de su papel de Prior; ciertas expresiones de Roberto De Felice y de Calderini en sus papeles de religiosos, algún momento de Roque Sánchez como Espíritu de la Tierra, y la sensibilidad de Rojas Doria, que corroboró la impresión producida en "La sangre y la semilla"; es posible que en él ten­gamos al mejor actor de carácter que hasta ahora haya producido la escena nuestra, y es de desear que tenga las oportunidades impres­cindibles de desarrollar su indudable intuición.

La presentación de esta obra por la Escuela es un suceso digna de atención. En su papel de seminario de la cultura teatral, la Escuela de Arte Escénico ha tendido desde su iniciación, como le correspondía, a ofrecer obras de carác­ter formativo, tanto en su contenido como en su forma, es decir poner al público en contacto con las expresiones teatrales que el criterio más autorizado considera como las más nobles y puras concreciones de este arte polifacético y esencialmente humanístico. En su empresa lo hemos visto tropezar siempre con grandes in­convenientes, derivados en gran parte, ya que no en su totalidad, de la penuria económica: mal clima éste para desarrollar las iniciativas y planes de orden material y práctico que con­ sigo apareja todo realización concebida dentro de un marco de dignidad artístico. Reciente­mente, sin embargo, la Municipalidad ha de­mostrado comprender que en la Escuela tiene su más calificado instrumento para una obra de amplia y eficaz difusión cultural. Con su apoyo la Escuela ha dado en corto lapso tres obras de distinto cariz pero de pareja digni­dad artística. Y con ello, a la vez que se han visto a una luz mejor las posibilidades de la Escuela, también se ha visto, acrecida su res­ponsabilidad institucional, como educadora de la sensibilidad colectiva a través de este arte por antonomasia integral.

Para guiarse en esta nueva etapa tiene ya el derrotero señalado por la orientación selec­tiva de los diez años previos. Y el apoyo mu­nicipal le será imprescindible sin duda durante bastante tiempo. Para llenar su responsabili­dad cumplidamente, será menester el ejercicio en continuidad y profundidad, acumulador de experiencias, y la colaboración que le presten: el público con su asistencia, la crítica bien in­formada y encaminada, mediante la discrimina­ción en cada caso de los valores puestos en primer plano. Hacemos sinceros votos por que ninguno de estos factores haga defección a obra tan promisoria para nuestra cultura.

 

VARIAS

MISION CULTURAL BRASILEÑA

La Misión Cultural Brasileña se propone con­tinuar este año sus planes de acercamiento cultural realizando una "Exposición del libro Brasileño Contemporáneo", compuesta de cer­ca de cuatro mil volúmenes, la muestra será propiciada por el Profesor Celso Cunha, Direc­tor de la Biblioteca Nacional del Brasil. Los libros en exhibición serán donados a la Biblioteca del Instituto Cultural Paraguay-Brasil, in­corporándose de este modo el acerbo biblio­gráfico nacional una colección de considerable valor cultural. El Profesor Cunha, invitado por la Misión, presidirá personalmente la inaugu­ración de la muestra en Asunción y dictará una conferencia sobre el tema. Asimismo la Misión promoverá la visita de algunas relevantes per­sonalidades intelectuales del Brasil como el Profesor Pedro Calmon, Rector de la Universi­dad del Brasil, entre otros.





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