RAMIRO DOMÍNGUEZ (VILLARRICA, 1930). Entrevista de VICTORIO SUÁREZ
(14, 21-28-XI-93 - ABC Y NOTICIAS)
“LOS INTELECTUALES ESTÁN PERDIENDO SU RITMO MENTAL Y CULTURAL”
(GENERACIÓN DEL 50 - LITERATURA PARAGUAYA)
Para ir ahondando en el tema literario, expone sus puntos de vista en esta entrevista el poeta y destacado intelectual Ramiro Domínguez, quien fue calificado por el padre César Alonso de las Heras como “un genio olvidado”. En esta nota Domínguez analiza los ’50 y aporta inteligentes ideas sobre nuestra cultura actual. Ramiro se inició como poeta a los 17 años. Asimismo, incursionó en el campo de la pintura y la escultura.
—Sería interesante que pudieras recrear el ambiente ideológico que precede a la aparición de la Generación del ’50.
—En ese caso voy a señalar el periodo de prerrevolución, donde éramos adolescentes impactados por la decadencia. En aquellos años las ideologías estaban perdiendo predicamento, estaban desprestigiadas, pero existían los movimientos representados por tres corrientes: 1) el marxismo; 2) el nazi-fascismo en sus proyecciones americanas y particularmente criollas como el caso de Morínigo en Paraguay; 3) el liberalismo, no en su versión neoliberal sino en su expresión democrática, reclamando preeminencia en el campo social y político. Aquello era paradójico porque en nuestro país teníamos activos propagandistas totalitarios con supuestas ideas redentoras, estimulando el acceso a sus organizaciones políticas. Esa época se caracterizó por atroces dictaduras.
— ¿De qué manera afrontaron esos años cargados de acontecimientos políticos? ¿Qué papel jugaron la curiosidad intelectual y la aparición de César Alonso de las Heras en la gestación del grupo?
—Seguíamos con mucha atención los acontecimientos internacionales, sin descuidar el análisis referente al Paraguay. Nos interesaba seguir de cerca las polémicas entre Camus y Sartre. Casi toda nuestra generación estaba marcada por el existencialismo. Algunos se volcaban hacia una línea nihilista, tipo Sartre; otros rescataban una posición más ética explorando a Camus. No faltaron aquellos que enarbolaron cierto misticismo como el de Kierkegaard. Estábamos en todo eso. Sin lugar a dudas, el padre César Alonso tuvo su enorme proyección, pero creo que sería injusto olvidarnos de quienes también jugaron un papel protagónico en nuestra formación, como el padre Secundino Noutz, que era más o menos un poeta parnasiano con temperamento hipercrítico, no se ejercitaba en un pensamiento político. Otros fueron los sacerdotes Poucheau y Oxibar, este último era un intelectual de fuste. A modo de anécdota te cuento que, siendo yo un adolescente, me habían publicado un horrible poema en “La Estrella”. Eso me dio mucha ínfula, pero el padre Oxibar cada vez que se cruzaba conmigo me miraba y sonriendo me decía: “Escriba sonetos”. Eso significaba meterse en los moldes de 14 versos; de ahí en más, durante tres años, me dediqué a escribir exclusivamente sonetos. Varias otras circunstancias sirvieron como sustentos motivadores de nuestra generación. No puedo dejar de mencionar la llegada —tras vivir en Europa— del padre Ramón Bogarín, quien tuvo una proyección enorme en nosotros mediante la acción política.
—En ese ambiente efervescente, los del ’50 no creyeron en la política y buscaron una fórmula salvadora.
—No quiero olvidar que mi generación vivió la famosa y corta primavera democrática de 1946. Entonces, Oscar Creydt, Obdulio Barthe y otros políticos de prestigio hacían sus discursos y debates políticos en las plazas públicas. Había mucha movilización, mucho ritmo, pero nosotros descreíamos. Eso nos llevó a buscar y encontrar la fórmula salvadora, en la que participó César Alonso. La redención del Paraguay por la cultura. Entonces nos persuadimos de que eso era verdad, porque el país estaba desmantelado y se había producido una brecha generacional insalvable con el exilio de aquellos que pudieron servirnos de puente.
— ¿Esa idea de redimir al país a través de la cultura se puede interpretar como un escapismo? ¿Los poetas del ’50, los del Colegio San José, no reflejaron el momento crucial que vivió el Paraguay?
—Se nos acusó con vehemencia de divorcio de la realidad política. Al respecto, no quiero defenderme y pienso que pudo haber sido así. Como justificación, suelo decir: en el 47 éramos demasiado niños para ser escuchados por los adultos, y demasiado adultos para hablar como niños. Creo que estábamos desfasados en un terreno intermedio. La cuestión en política es ser cauto, porque en todas partes hay una contaminación en la que el elemento fundamental no significa preocupación de redimir al país sino manipularlo dentro del esquema demagógico. No hubo escape sino cierta sustracción. Nuestra edad, nuestra generación, en ese momento, nos colocó fuera de línea.
—En una oportunidad, el padre Alonso me dijo: “Ramiro es un genio olvidado”. Y recordó que en los años de colegio te dedicabas con impecable calidad a la poesía, la pintura y la escultura. Resulta sorprendente esa amplitud de expresión artística.
—En realidad, no fui el único que se interesaba en las diversas formas expresivas del arte; varios jóvenes de mi promoción se interesaron por la pintura, la poesía, la filosofía, la escultura y la música como el caso de Enrique Ibarra. Yo me apasioné por la pintura y tenía como ídolo a Leonardo Da Vinci, que representaba al hombre plenamente maduro en todos los niveles. Estoy muy lejos de haberme acercado siquiera a las ideas de Leonardo, pero evidentemente gravitaba en nosotros aquella expresión de Jacques Maritain: hacia un nuevo humanismo, es decir, pensábamos que el humanismo era una dimensión que debía ser rescatada en América Latina. En determinados casos nos pusimos a estudiar y aprender hasta las lenguas muertas como muestra de deseo por madurar y crecer. En mi caso ¿por qué no aquí?
— ¿Por qué los escritores publicaron escasamente?
—No había incentivo ni curiosidad. Fíjate que todas las publicaciones eran costeadas por el autor. El primer libro que apareció fue “Zumos”, entonces tuvimos que hacer un esfuerzo grande entre Rubén Bareiro, Appleyard, Mazó y otros. El único que no encaró esa semiempresa para publicar libros fue José María Gómez Sanjurjo que por entonces viajaba con el padre César Alonso a España. Posteriormente, Rubén Bareiro se casó y partió a Europa. De esa forma se produce la disgregación del grupo y las posteriores publicaciones llegaron mediante el esfuerzo personal.
Se publicaba para regalar a los amigos, que dicho sea de paso se ofendían cuando no recibían tal obsequio; además los libreros de Asunción eran tan canallas que no rendían cuenta de los ejemplares que uno les confiaba para la venta. De cuando en cuando pedían un lote de libros, pero no pagaban. Esa era la realidad en un país que vivía en un marasmo terrible. En una oportunidad, Elvio Romero me dijo que tenía la idea de publicar un libro por Losada, pero la empresa no atravesaba sus mejores momentos y me pidió un aporte para la edición. Eso me llevó a recapacitar hasta entender definitivamente que la actividad del poeta en el Paraguay es algo así como el canto del cisne que no deja de tener su lado ingenuo de narcisismo.
—Específicamente hablando, ¿hacia dónde se encamina en este momento la literatura paraguaya?
—Cuando leo a ciertos poetas y escritores me pregunto si es que la literatura no está en este momento en un proceso metalingüístico de replegarse sobre la propia palabra porque ha perdido campos de acción y ha perdido los grandes mitos, las grandes utopías motivadoras. De ser así, creo que caemos en un neobarroquismo, en un encaje de palabras que se enreda en sí mismo. A propósito, quiero recordar aquel mensaje de Rilke a un joven poeta: “No escribir si no tienes nada que decir”.
Creo que el neobarroquismo cuando no dice nada, no conviene para nuestro país. No digo que tengamos que resucitar aquel compromiso que indicaba Sartre o Camus en su época, pero sí hace falta cierta impostación humana.
— ¿Se puede pensar que la creación poética actual ha perdido la brújula?
—Tengo la convicción de que la poética (no del lenguaje, no esa artesanía de la palabra que se vuelca sobre sí misma) es esa capacidad del hombre de alcanzar, al margen de todo juicio, de todo discurso, un conocimiento intuitivo y directo. Pero para eso debe poner la emoción, no el compromiso político, sí el compromiso humano. El poeta debe tener ese estremecimiento al entrar en la esencia de la palabra, detrás de todos los velos del templo, para encontrarse con esa dimensión pura. Ser, no solamente esteta ni comprometido político. Debe tenerse temor, esa delicadeza de trabajar la palabra teniendo en cuenta que la palabra es el signo más cargado de contenido cultural que puede trabajar el hombre. En ese sentido, hace falta pudor, cosa que ahora no se da. Hay cierto saltimbanquismo de las formas literarias, inclusive, hasta en los grandes turiferarios de la literatura universal.
—¿Cuáles son los parámetros recomendables para lograr formas literarias de mayor significación universal?
—En toda literatura siempre está el aspecto lúdico, pero en los escritores noveles demasiado se destaca ese elemento, es decir, el juego y la improvisación aparecen como la quintaesencia de lo poético, y con eso no estoy de acuerdo. Fundamentalmente, la literatura es un conato de comunicación cada vez más en la antropología cultural que destaca ese elemento, se dé o no literatura áulica, como en los tiempos de Séneca o como pudo haber sido en la época de Homero; la literatura tiene un ámbito de expresión y comunicación, pero cuando se vuelca sobre sí misma en un metalenguaje reelaborado, quintaesenciado, da la impresión de que cae en un solipsismo en que se niega hasta la intención. Esa actitud representa la manifestación de una cultura que ha perdido sus parámetros o su norte.
—¿Qué parámetros referenciales o de identificación tiene la literatura paraguaya?
—Respecto a dicho tema, he tenido varias discusiones, una de ellas con Roa Bastos. No sé si él recordará, pero, por los años setenta, cuando me visitaba en Villarrica y se hospedaba en mi casa, habíamos analizado mucho el tema literario; entonces Roa tenía una interpretación muy sui géneris de lo que es la literatura. Para él, literatura era aquella que accedía al libro. Yo, sin embargo, le hablaba de literatura indígena. Roa entendía que todo eso era preliteratura e inclusive usaba la figura de una cantera, sobre la cual tenía que venir el literato a elaborar, a trabajar. Luego parece que él cayó en la cuenta de que eso era literatura pues después publicó su libro “Las culturas condenadas” y tantos otros. Inclusive en “Yo el Supremo” hace hincapié en los temas de Cadogan. Los más grandes representantes no asumían el hecho de que se da un tipo distinto de literatura paraguaya, que no es esa literatura de exportación para el consumo exterior. En mis clases suelo decir que Europa nos condicionó desde nuestro primer producto (el palo Brasil, la yerba mate, el salitre) hasta la narrativa que sirvió para deleite de los intelectuales europeos, eso no es un proceso de comunicación con el pueblo. Sobre el tema, Martín Liennard, un eurolingüista suizo, me hizo llegar su último libro: “La voz y su huella”, donde expone sus conclusiones (coincidentes con las mías) de que la gran literatura latinoamericana es la literatura indígena y popular. Debemos entender de una buena vez que el proceso de comunicación es literatura. ¿Para quién hablaba Homero? ¿Para quién se comunicaba Hesíodo? ¿Con quién se comunicaba Dante? ¿Cómo producía Santa Teresa? Todo aquello se hizo sobre la base de una comunicación intracultural. Lastimosamente, América no ha salido de su esquema alienado: produce para afuera. Esa cantera que decía Roa hay que hacer crecer no como folclorismo, tampoco como cliché que se registra cual si fuera lo único. El pueblo sigue creando y comunicándose, hay que darle a eso una dimensión más literaria, abrir más.
—¿Se puede pensar que una transculturación pone en peligro los valores latinoamericanos?
—Ese proceso se da con mucha más violencia en Perú, Argentina y tantos otros países. En el caso peruano, La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, refleja cómo los estamentos se desconocen olímpicamente. En el vecino país, desde Sarmiento (“Civilización y barbarie”) se da la guerra contra el indio o la incorporación de inmigrantes europeos para civilizar. En Paraguay aquello se dio de manera muy fuerte después de la Guerra del 70. Hubo un apasionado adherirse al pensamiento europeo, como si allí estuviera la salvación. No niego que fuera bueno eso, y sigo pensándolo, pero la cultura universal es y debe ser la dimensión que se debe trabajar más, y no dar la espalda. Es probable que el Brasil sea un país que supo encontrar un ritmo propio de autodigerirse y crecer hacia adentro. No se trata de folclorismo sino de enriquecer la cultura hacia la escala universal.