ZUMOS, 1962
Poesías de RAMIRO DOMÍNGUEZ
Grabados de LOTTE SCHULZ
Ediciones ALCOR
Asunción – Paraguay
.
A mi madre
que me enseño a rezar.
A mi padre
que me enseño a leer.
Al Rdo. César Alonso mi preceptor,
que me enseño a decir.
“TODA POSÍA - dijo un poeta entrañablemente nuestro- debe servir”. Quizá este postulado haya contribuido a desorientar alguna joven vocación. Porque no es fácil siempre discernir entre servicio y servidumbre, y toda servidumbre desmerece la poesía cuanto al mismo poeta.
Sin embargo, servir es el signo de la auténtica poesía. No es poesía aquella que esencialmente no sirve. Pero para servir a los hombres, la poesía ha de empezar sirviendo al poeta. Este no libera las almas de los demás sino en la medida en que alcanza a liberar la propia.
No siempre pues poesía de combate, pero siempre poesía de clamor. Poesía en que el poeta levante al hombre soterrado y sin voz hasta el brocal del grito. Hacia este norte de esencia y finalidad se encamina la poesía paraguaya de hoy. El presente poemario inaugura una ruta personal hacia ese vértice de signo y designio.
Una lírica no es inevitablemente una filosofía; pero es imprescindiblemente una fe. Y por tanto un mensaje. El de Ramiro Domínguez asciende desde lo profundo del ser descuajado de su ámbito. El poeta se inicia dando voz a la angustia indiferenciada que nos envuelve y anega como marea espesa y silenciosa. Ensaya acento solidario a la medida de esos hombres sin canto. Pero pronto vivencias milenarias compartidas irrumpen con su carga urgente desde el subsuelo del ser, y brotan los poemas del exilio, que es como decir los poemas del regreso.
Este regreso, auténtico en su gravitación, no es sólo el literal de un hombre a su centro nativo: Es también el de todo un pueblo al ámbito de su configuración en el tiempo y en el espíritu. Y hasta el de la humanidad hacia una conciliación con olvidados ritmos telúricos (Tal vez si hubiese que definir la poesía de hoy diríamos que es poesía de destierro. El hombre de la hora es un expulsado, un ser en éxodo, para el cual el planeta mismo se hace poco a poco materia desmesurada de extrañamiento)
Un lenguaje agrio, sorpresivo, plástico, construyendo un clima bronco en que no falta la ráfaga breve de una ancestral ternura; lenguaje con color y violencia de paisaje recién descubierto, pero organizado con patente sabiduría de laberinto, da cauce en ecos versiculares a este mensaje situado en el filo del tiempo,
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
POESÍA :
*. ZUMOS : La rendición del labriego/ Llanto por el labriego rendido/ Setiembre es pronto/ El niño de las alojeras
POESÍAS
LA RENDICIÓN DEL LABRIEGO
Es urgente que llegue el fracaso
para estallar en luz el cauce de mis venas.
Ya el abismo ha dicho al abismo: Sea.
Subieron las aguas y se abrió la compuerta.
Ven y mira, si puedes,
la pradera anegada y la siembra perdida.
Hasta allá y hasta allá
donde alcanzas a ver y más, fue un día
germinal esperanza estremecida
-cuenca de mi sudor y mis alegrías-.
He removido los surcos con mis manos enormes:
ya no queda ni rastro.
Hasta allá y hasta allá
donde alcanzas a ver, derramaron mis manos
el grano de mi develo y mis fatigas
-Hermano. Ya no puedo
mirar lo que fue gloria de tu ánimo,
mar de tus dilatadas aventuras,
el afán de tus amaneceres,
tu amiga vesperal.
La cuna
que meció tu esperanza almenada de espigas.
Ven y déjalo.
De mis trojes repletas
tendrás el grano para la nueva siembra.
Mi pan será tu pan, y será mía tu pena.
-Ya no.
Vuelve, y déjame aquí.
El suelo aguarda el grano que está dentro de mí.
Se irán las aguas, y bajaré a dormir
en medio de los surcos.
Me acostaré y me estiraré.
Hasta allá y hasta allá
donde alcanzas a ver, y más, se esparcirán
las semillas de sangre que me punzan las venas.
Y cuando el sol madure las espigas
vendrás a recoger con los vecinos
mi cosecha más crecida.
Y te harás un pan con lo que sobre de la trilla
para las noches largas de tus desiertos días.
LLANTO POR EL LABRIEGO RENDIDO
Que no se diga, si ha muerto, que se mató de miedo.
-Yo le vi, y le conozco:
tenía, acaso, demasiada fuerza para seguir viviendo.
Golpeaba el suelo al caminar
como corcel piafante.
Sobre el fornido cuello, la nerviosa cabeza
parecía un enjambre.
Por el pecho y los hombros
le bajaba un torrente de músculos y sangre.
Pero traía en las manos
una avidez de espigas que lo dejó delirante.
-Porque no supo esperar
hasta la nueva cosecha del año entrante-.
No se mató de miedo:
tenía, acaso, demasiada fuerza para seguir viviendo.
Sólo que se le anegó su suelo.
Y no creía en la virtud
de los granos nuevos.
Por eso se vino una tarde
con una sarta de flores en el sombrero
y se preparó una guirnalda
de viejo viñatero
para tenderse en el campo hasta mojarle el sereno.
Y no se diga, si ha muerto, que se mató de miedo:
Yo le cerré los ojos,
y parecía esperar al lucero del alba
para empezar de nuevo.
SETIEMBRE ES PRONTO
Nunca setiembre para mí.
Yo soy de Tauro, y en abril
el aire huele mejor.
Aquí donde la tierra nos entrega al sol
como la yesca
y la sangre se amelaza de sudar
hasta ponerse negra,
el bochorno nos aprieta y hace crujir
en su viejo trapiche de madera.
Y el viento norte siempre igual
en verano y primavera.
Luego la sed, reptando en los maizales
alborota la siesta,
hasta que el rocío de la noche se haga pronto pavesas.
El sueño -qué queda para el sueño-
no más que un lerdo desmoronarse con los
ojos abiertos
y el sabor acre a yerba mordiendo la
garganta.
Pronto despierta el mosto sus alcahueterías
y sube a la cabeza, como una quemazón de
mediodía.
La voz se enreda en canto. El canto enhebra
un sueño y en el sueño, la sangre se encandila:
-Pero, quítenme de enfrente esa presencia de salivas
ése que me está mirando con ojos de policía.
Que yo no sé cómo ni dónde me conoció
para embadurnarme su sonrisa.
Y que yo sé que no me pide nada
más que este acero que se me encabrita
para arrancarle una constelación por los ijares.
-No quería, madre,
morirme tan temprano, sin que repicasen.
Pero ya viste que no tiene cuenta
trepar hasta los sobrados de la tarde.
Porque no supe que el mosto
se lo bebe en abril, cuando refresca el aire
ni que setiembre sabe a limón para los sementales.
Y que puntea de cruces los caminos
todos los sábados de tarde.
EL NIÑO DE LAS ALOJERAS
Ya no vale la pena.
Díganles que no vuelvan.
Que esta noche me desocupen la iglesia
y que me dejen sólo la ventana entreabierta.
Ya no quiero hacer todos los años
con el maíz y la naranja
para que me preparen el patíbulo
también todas las Pascuas.
-En Villa Rica el Niño Cristaldo
y el Niño de Praga.
Frente por frente,
el Crucificado de Semana Santa.
La mayordoma quiere un pesebre
con pacurí y granadas.
-La caña de Castilla
para el Calvario:
el pesebre sólo ha de ser de ramas.
No hay flor de coco. Traigan un ramo
de resedá.
Si faltan velas,
del Crucificado me las darán.
Y avisen al venir la banda
que el Niño está acá.
No sea que la de enfrenta
saque su Santo en Navidad.
Noche de alojas y de campanas,
qué campanero repicará.
Al Niño Cristaldo
me lo han puesto desnudo sobre el altar.
-Si he de nacer en Villa Rica,
que me dispongan un pañal.
Noche sin noche.
Luna como de día
-el melón y la sandía-
No tenemos nieve ni tenemos pinos
pero, si tienes calor,
te dejaron mosto en el cantarillo.
-Y no me vengan esta noche
con caña de Castilla:
para el Calvario, queda tiempo todavía.
-Que abran todas las puertas,
y díganles que vuelvan.
Hoy naceré en la plaza
con el maíz y la naranja.
Para morir en Villa Rica
volveré a ser Niño Cristaldo
y después, Niño de Praga.
COMENTARIO DEL POEMARIO ZUMOS (1962)
Por MARIO CASARTELLI
Hay poetas que logran percatarse de cuándo acaba una etapa y comienza otra en su crecimiento poético. Ramiro Domínguez es un ejemplo: cada fase de su obra es una renovada tentativa de expresión; cada libro, irrepetible. Esto lo demuestra a partir de este volumen. Aunque, también mantendrá ciertas características definitorias de su acento.
En los seis poemas de la primera sección del libro, el poeta entronca su voz con la voz de los desheredados hombres del campo. Ya el título es sugestivo: LA RENDICIÓN DEL LABRIEGO. Las manos rústicas y enormes en vano se esfuerzan ante la tierra que niega sus frutos. Y la queja del labriego es sobrecogedora: Ven y mira, si puedes,/ la pradera anegada y la siembra perdida.
Pero en el aspecto formal del texto hay dejos clasicistas que conspiran contra la consistencia del poema. En esta pieza, escrita en castellano, aún no se percibe la reflexión de Ramiro en torno al bilingüismo. Intuyo que si las mismas palabras del campesino se trasladasen al guaraní el poema adquiriría un sabor a fruto originario. Sugiero al lector intentar la prueba.
Algo similar ocurre con el siguiente poema, LLANTO POR EL LABRIEGO RENDIDO, en donde hay ecos que hacen pensar en las modulaciones vanguardistas de, pongamos por caso, Hérib Campos Cervera. En los textos restantes, irrumpe, por fin, la voz ya definida con que el poeta nos llevará a través de una poesía rotundamente suya.
La sucesión de imágenes del poema CAÑA AMARGA sintetiza esa sobrecogedora atmósfera que envuelve a un pueblo en total desamparo, con colgajos de poncho podrido por salamancas de barro. Allí donde la lluvia no es para el cañero sino cruz de vidrio sobre el pértigo de su desesperanza, una delicada ternura atenúa la tristeza de esos carros que pasan, llevando a gentes que no tienen luz, y andan; que no tienen fuego, y cantan. Hombres que siguen andando y desandando por un valle en tinieblas, alentando en la desnuda y mínima tierra una plegaria todavía de esperanza.
En la segunda sección, que se titula POEMAS DEL EXILIO, los trece cantos que la componen se abren y se cierran como en círculos concéntricos. Son el regreso del hombre, exiliado en su propia tierra, "hacia una conciliación con olvidados ritmos telúricos" -al decir de Josefina Plá, en su prólogo a la primera edición del libro-. La Tierra, osario abierto./ Nido de los viejos y pobres deseos.
Variadas métricas puntean entre ley y libertad, desenvolviendo una lírica de densos NEOLOGISMOS: Aquí está tu Babel MULTILOCUENTE/ la epifanía del sexo/ la incontable teoría de hortelanos del opio/ los embalsamadores de la risa/ los FILANTROPÓFAGOS/ los HETEROJUSTOS y los ORTORRÉPROBOS.
Invectiva y controversia dramática. Rasgos comunes de este espacio del libro, donde el poeta agradece la opulencia natural de la Tierra denominándola, como todos, Madre Naturaleza. Mas, sabedor también de su avaricia enfermiza, de su negación a brindar zumos, la llama al mismo tiempo -aunque le pese- almácigo de larvas ciegas/ germinando semillas de muerte.
Son inflexiones roncas, dolorosas, pero no pesimistas. Esa conciencia trágica de la vida no es propia del hombre del campo. Si no cae maná del cielo es porque emerge del suelo. Surge como premio a la labranza del riego, no del ruego.
Pero el poeta, inmerso en ese drama, con su impaciente avidez de hallar un bálsamo, alza la vista esperando descubrir en la llegada de la lluvia el símbolo de un heraldo divino. Así, con giros versiculares que evidencian tonos bíblicos, el poeta prefigura, en cierto modo, su siguiente libro: SALMOS A DESHORA.
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