Ya a tiempo
de torcer el camino, te propongo
-con el corazón en la mano-
un testamento, sin pliegos
ni testigos.
No tengo
-como sabrás- extensos beneficios.
Apenas la mesa basta y el pan honrado que
hemos compartido.
Sólo te dejo mi nombre
como parcela abierta a remover
para los hijos de tus hijos.
Quiero abrirte de par en par
las ventanas a Dios
porque es ciega la noche
que se cierra a sus pasos
benditos.
Camina a su lado siempre.
Una y otra vez
vuelca los ojos al cielo. Cuando más oscuro
te sea todo, y sientas tu soledad
como castigo.
Si supieras qué dulce
y serena paz te desborda
cuando El está contigo.
Te dejo como herencia
unos pocos amigos,
que son después de ti, lo mejor
que pude haber tenido.
No los cambies por nada.
Andando el tiempo
podrás añadir otros, apartando
la cizaña del trigo.
Atesora, entre tanto,
lo que los años te traigan
como bien más preciado.
En esto, da igual:
tus aciertos y errores
-lo bueno y lo malo-.
Mira siempre de frente
a los demás.
Y sé tú misma,
aunque por ello te pongan
a un lado.
A mí me tendrás muy cerca,
acaso mucho más cuando al fin
te haya dejado.
Muy luego -como quien dice,
a la vuelta de la esquina-
nos volveremos a ver.
Y estaremos juntos
ya por toda la vida.
(De: Deslumbres, 1994)
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