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RAMIRO DOMÍNGUEZ (+)
  PRIMEROS POEMAS, 2008 - Poemas de RAMIRO DOMÍNGUEZ


PRIMEROS POEMAS, 2008 - Poemas de RAMIRO DOMÍNGUEZ

PRIMEROS POEMAS

Poemas de RAMIRO DOMÍNGUEZ

Editorial Servilibro,

Dirección editorial: Vidalia Sánchez

Diseño de tapa: Mirta Roa Mascheroni

Asunción-Paraguay,

2008. 134 páginas


 

PRÓLOGO

RAMIRO DOMÍNGUEZ

VOZ Y PALABRA DESDE AQUELLOS

PRIMEROS POEMAS


Bajo el arco de los años que van desde 1945 a 1948, cruzan en caravana estos poemas donde el fervor juvenil, la inquietud adolescente y una casi precoz madurez expresiva, en crisol de vivencia y testimonio, encuentran su espacio y remanso. Así hasta llegar al volumen colectivo "POESÍA UNO" (Asunción, 1953) integrado por cuatro jóvenes de entonces, pertenecientes a la Academia Literaria del Colegio San José, desde sus primeros pasos en el territorio de las letras. Eran y son: José Luis Appleyard, Ramiro Domínguez, José María Gómez Sanjurjo, Ricardo Mazó.

Vendrían después los otros libros autónomos, singulares, de Ramiro Domínguez que, en su momento y también con posterioridad, tuvieron el merecido eco y el consagratorio comentario crítico.

En referencia a "PRIMEROS POEMAS" se deben consignar algunas características peculiares. Sin pretender intentar un itinerario exhaustivo y total por las páginas de "PRIMEROS POEMAS" es preciso decir que el texto inicial, "LA LEYENDA DE LA MOMIA" (1945), tiene un especial relieve. Definen su nítida, firme y serena configuración, la temática milenaria, el estilo casi parnasiano, su mensaje enigmático y el hábil juego interactivo entre realidad y ficción, entre erudición y fantasía.

Particular reflexión del lector requieren el sutil misterio y el existencial testimonio de "CANCIÓN DE LAS MANOS QUE EMIGRAN" (1948) con su estructura lírica de exacto equilibrio entre oda y elegía, entre júbilo, ternura y nostalgia.

Tampoco pueden ser omitidos poemas tan significativos como los que llevan por título: "Gárgola", "La sinfonía del silencio", "In quietud", "Término de la luz", "La mariposa herida", "Sangre en el alma", "Heimarmena y Eros", "Cómo habrás de pintar", "Preludio de un sueño", "Desasosiego", "Vesperal", "Consejos", "Mutismo", "Serenata (Schubert)", "Dedicando"... el "Claro de Luna" de Debussy", "Mi torpe plectro", "A un decepcionado" y "Epílogo".

Por ser plena y auténtica expresión de vivencias y ensueño de época, los textos de "PRIMEROS POEMAS " superan el mero balbuceo literario de adolescencia y prefiguran, en germen y núcleo, esos libros que en otros momentos bien supo escribir Ramiro Domínguez sin defraudar nunca la clara expectativa que sus escritos iniciales despertaron en quienes advirtieron un peculiar estilo y una renovada temática que surgían en el horizonte de las letras del Paraguay. Atento, lucidamente alerta, el nuevo escritor en su percepción de aquellas admirables y sabias sugerencias que desde "CARTAS A UN JOVEN POETA" Rile propone.

Bien se sabe, como diversos autores subscriben, que el "texto sin el contexto es un pre-texto". Afirmación ciertamente admisible y compartible. En consecuencia, una evocación -no por necesariamente breve menos intensa- de aquella época de la Academia resulta necesaria y pertinente.

La guerra incivil (de marzo a agosto de 1947) fue una herida que abrió un abismo de sombra, dolor y angustia entre los hijos de una misma tierra, entre los hermanos de un mismo país, entre los que decidieron permanecer y los que debieron partir. Esa tragedia fratricida y lacerante, cuya hoguera de funestas llamas espectrales, atravesó varias décadas en la historia del Paraguay y tal como en la Guerra Civil Española (1936-39), dio origen a una literatura de doble exilio: el interior y el exterior.

En réplica y desafío humanista y fraterno frente al opresivo y conflictivo clima socio-político de la época, y con el lema "La Redención del Paraguay por la Cultura" surge la Academia Universitaria del Paraguay en 1947, cuyo cercanísimo antecedente fue el Círculo Literario (1946) formado por los recientes ex-alumnos de la Academia Literaria del Colegio de San José. Es así que la academia universitaria y su antecesora y precursora, la Academia Literaria del Colegio de San José (fundada en las primeras décadas del siglo XX y reestructurada en 1941 por el Padre César Alonso de las Heras) son hitos referenciales insoslayables en la historia cultural del Paraguay.

Tanto por su integración, identidad y trayectoria en una época cronológicamente de-terminada como por su trascendente proyección intergeneracional e institucional.

De ello dan cabal testimonio, además de las academias literarias de los respectivos colegios capitalinos y regionales, valiosas y meritorias entidades como la Liga de Academias Literarias del Paraguay (década del 70) y la Red de Academias Literarias (REAL) en los años iniciales del siglo XXI. En la Academia Literaria del Colegio de San José y posteriormente en la Academia Universitaria del Paraguay, el maestrazgo de César Alonso de las Heras, el Padre Alonso fue invalorable, convergente, participativo e indiscutible. Sus eruditos conocimientos literarios, su lúcida vocación docente y sus cordiales cualidades personales, hacían de él un auténtico "Maestro" que, necesario siempre en toda época, en aquellos años de la década del 40' resultaba esencial, imprescindible.

Así lo supieron comprender, desde el principio, la legión de discípulos que compartieron sus enseñanzas y, en especial, aquellos que en el sector cultural, integraron la llamada "Generación del 50' o de la Academia Universitaria", una de las más sólidas que la historia cultural del Paraguay registra. Esto en razón del nivel intelectual de sus componentes que, desde el ámbito de una estricta pero plural formación humanista, se proyectaron hacia la expresión literaria, filosófica, y artística.

De aquellos cuasi legendarios discípulos, es en particular Ramiro Domínguez quien manifiesta en filial y solidaria afinidad, precisamente en el pórtico de su libro "Zumos-(1962):

"A mi madre que me enseñó a rezar,
a mi padre, que me enseñó a leer,
al Rdo. César Alonso, mi preceptor
que me enseñó a decir".

No admite dudas, aunque sí excepciones (algunas muy célebres, Rimbaud, por ejemplo) la vigencia de esta frase cuya autoría reclaman para sí diversos escritores: "Casi todos somos poetas hacia los veinte años; lo difícil es ser veinte años poetas".

Tampoco admite dudas que Ramiro Domínguez ha sabido ser, desde hace mucho tiempo, el pleno y auténtico poeta que -por voluntad y decisión, no por azar ni rutina-felizmente, hoy sigue siendo.

EMILIO PÉREZ-CHAVES.

ESCRITOR Y CRÍTICO.


**/**


PALABRAS DEL AUTOR

En estas páginas, más que primeros poemas, se presentan los versos primerizos de un adolescente, casi cono, que motivado por una eficaz pedagogía aprendió a expresarse de una manera para su edad no del todo inapropiada.

A la vuelta de varias décadas, no deja de causarnos hilaridad el tono romántico de ciertas cuartillas, y si las exponemos al lector joven es con la sola intención de motivarlos a soltar la mano, ya que todos más o menos hemos cometido al comienzo los mismos desaciertos.

Con nuestra gratitud a quienes tuvieron la audacia de estimularnos y a SERVILIBRO, que habrá optado por su edición con idéntico propósito, contribuyendo a una pedagogía Social, aguardo del lector una benévola acogida para esto que por muchos motivos aparecería como un texto desmañado. R.D.

 

 


LA LEYENDA DE LA MONIA (1945)


Una noche que duerme entre sus muertos:

una noche en las ruinas de Napata.

Panorama desnudo, desolado,

y una angustia que pesa sobre el alma.

La quietud del simún adormecido

que descansa en las tumbas funerarias,

para luego, con luces de la aurora,

galopar como loco en el Sahara.

 

Un templo, que levanta hacia la altura

descarnadas columnas y murallas;

hay un claro de luna entre sus ruinas,

con perfume de loto entre las zarzas.

Gradería de rocas removidas

que desciende hasta el Nilo y sus aguadas.

Isis llora con llanto nacarino,

y en el Nilo su llanto lo derrama.

 

Siete tumbas, abiertas junto al templo,

con sus momias, vestidos y jofainas.

Cien palmeras erguidas hacen sombra,

y Tifón a sus pies, fiero, descansa.

Un rojizo arrebol surge en las sombras,

y al instante las tumbas se lo tragan.

Argentada beldad de plenitud

sobre el manto celeste se desgrana.

Un sicomoro, seco y carcomido,

es la última tumba destapada;

y el misterio lo pinta en el paisaje

como al cuervo, en la estepa desolada.

 

Más allá de las ruinas y del templo,

de las tumbas abiertas y las palmas;

más allá del sicomoro y el Nilo,

del perdido desierto - más allá -

Más allá de las tumbas que los reyes

elevaron en Menfis a sus almas,

más allá de la corte de Nechao

que el palacio de Tais siempre engalana,

en la Grecia erudita y esplendente,

una guerra marina se prepara:

la corte de Amasís ha decaído,

y un heleno se apresta a conquistarla.

Erizada de picas y de lanzas,

florida de cimeras, está Esparta.

Guerra! - grita, soberbia y subyugante,

 y respóndele: Guerra! - la montaña.

De oradores, efebos y patriotas,

un torrente al Ágora se derrama:

es Atenas, que alienta a sus mancebos,

y en sublime delirio los aclama.

 

Los trirremes repletos del Pireo

son lanzados al mar que espera en calma.

Guerra! - gritan, remeros y soldados,

y brillando en su luz, contesta Palas.

Guerra! - Guerra! .... Se esparce por el mar,

y el eco a las pirámides alcanza;

golpea fuertemente sus granitos,

y en silbido siniestro los quebranta.

 

Los silbidos se van por los pasillos;

sin suceso se salvan de las rampas,

cabinas inundadas, pisos falsos,

y en oscuro interior se desparraman.

En la sombra, su silbo se acentúa,

Colgaduras de tul, de paso rasgan,

y llegando a las tumbas se disgregan

en el hondo silencio que las guarda.

 

Un cadáver, enjuto y renegrido,

con sus vendas mohosas y gastadas,

tiene abierto su vientre, plano en mirra,

y las manos encima, descarnadas.

Pareciera un guerrero legendario,

que, vencido en etérea batalla,

con los garfios huesudos de su mano

las entrañas, furioso, se desgarra.

Más allá un ataúd, fuerte cerrado,

al silbido de guerra que lo alcanza,

levemente parece sacudirse

sobre el banco de piedra en que descansa.

Caracteres del Libro de los Muertos

y una cara esculpida hay en su tapa.

 

El silbido de guerra lo acaricia,

y el cuerpo, se dijera que vibrara

Un crujido lloroso se produce:

la caja, levemente destapada,

una oscura rendija al aire enseña

y por ella, una mano descarnada

va saliendo, mostrando de sus dedos

las falanges nudosas y afiladas.

 

El más hondo silencio la contempla,

y hasta el silbo parece que se calla.

Una gota de agua, que en la bóveda

de la húmeda cámara brotara,

se estremece de verla, y hasta el suelo

contemplándola, cae desmayada.

Bruscamente la momia se descubre

y arroja con estrépito la tapa,

quita la mascarilla de su rostro

que, caída a sus pies, sonando salta.

Tiras de seda, de color perdido,

que hubieron de ser antes coloradas,

rasgadas en jirones, con las vendas

del tronco y de los brazos le colgaban.

El doble de Tothatmes, joven príncipe

que veinte siglos antes gobernara,

retorna a sus despojos y ya en cuerpo

recuerda que en Napata está su amada!

Comienza a caminar por los pasillos

palpando las paredes que lo guardan.

Despereza su cuerpo entumecido

que en la noche de siglos descansara,

y llega hasta la mole de granito

sobre un pie giratorio colocada,

que con gruesas cadenas, veinte hombres

en la hoya pulida la incrustaran.

 

La coge con los garfios de su mano

y echado a la pared, fuerte la abraza,

usando de puntal sus pies desnudos,

y la tira hacia sí con fuerza tanta

que las gruesas cadenas se desprenden

y encima de la rueda en que descansa

girando con torpeza la gran mole,

descubre el paso a una salida alzada.

 

La momia, por la luz enceguecida,

palpando la pared, la puerta alcanza;

y arroja de la altura hasta la arena

sus huesos, que las vendas ajustaban.

Comienza a caminar por el desierto,

y el moho de sus pies el rastro marca.

Precipita sus pasos, impaciente,

mas, suelto el huracán, su paso ataja.

Las dunas, arrastradas por el viento,

lo sepultaron en sus ondas blancas.

Pasado el vendaval, como un fantasma,

del mar de tibia arena se levanta.

A saltos gigantescos corre a Menfis,

y el Valle de los Reyes presto alcanza;

de un ánfora que encuentra en una tumba

se bebe una poción de hoja de thana.

 

Reanuda su carrera, y al desierto,

corriendo con más ímpetu, se lanza.

La luna en su carrera le sorprende,

y alumbra su camino la mañana.

Ganando en rapidez al mismo viento

por fin, ante la tumba de su amada

detiene su carrera, y sobre el Nilo

contempla los escombros de Napata.

 

Algo bulle en el pecho de la momia,

algo dicen las ruinas de Napata,

que el rasgado papiro de su rostro

de verlas, pareciera que llorara.

La noche, con su manto de misterio

los cuerpos, indecisos los tornaba;

pero allá, tras el Nilo, más horrible

el ruidoso palacio se mostraba.

Qué pánico se adueña de Tothatmes

al ver así perdida tanta gala!

Adónde acabarían las riquezas

que ayer, con voz de rey, él gobernara?

Al cielo, al viento, al Nilo y al desierto

parece preguntar con su mirada,

y a su amarga pregunta no responde

ni el cielo, el Nilo, el viento, ni el Sahara.

 

Avanza luego al río, y lo vadea

enteramente hundido entre sus aguas,

y ya lo ve la noche levantarse

de su cauce vivífico en Napata.

Exhausto de luchar contra el torrente,

Se arrastra torpemente entre las zarzas,

y al tirar con su cuerpo en peñascales

sus vendas empapadas se desgarran.

 

Tentado por su fuerte pestilencia

un inmundo chacal se le abalanza,

y un bocado de carne renegrida

le arranca de una fuerte dentellada.

Cogido de impaciencia, el agredido

agarra por sus fauces al chacal;

lo eleva por sus aires, y lo arroja

al Nilo, cuyo espejo hace quebrar.

Al fin, entre las tumbas se detiene

donde está su princesa Tuthambkala:

tembloroso

en su torpe reciedumbre,

de su lecho sombrío la levanta.

Ya la tiene en sus brazos! Ya a la furia

de los Pueblos Marinos la rescata!

 

Pon Amón y su séquito celeste

que a su lado no tengan de tocarla!

Y a su pecho, preñado de contento,

pareciera que el aire retornara,

al alzar en sus brazos, de su amor

el inerte despojo envuelto en gasas.

Todo es grande silencio en el ambiente,

que a las momias parece contemplarlas.

Y la luna en un claro las sorprende,

de idéntico deseo trastornada.

 

Un grito quejumbroso, de ultratumba,

Tothatmes, con espanto, al viento lanza!,

como el fiero volcán que, en erupción,

vomita en fuego puro sus entrañas.

Al claror de la luna, horrorizado,

vio la faz espantosa de su amada:

su rizada melena, otrora azul,

era un seco tribal en noche helada.

Negra faz, con un tinte amarillento,

en mil surcos profundos se cortaba;

y entreabierta la boca, ya sin dientes,

una mueca espantosa le mostraba.

Con su carga funesta entre los brazos,

Tothatmes hasta el río se abalanza,

y del limo precioso de su lecho

burbujas a su paso se levantan.

 

Pletórico de calma corre el Nilo

y se apaga un volcán en sus aguadas,

flotando, en vez de lava, entre sus ondas

los velos de la bella Tuthambkala.

Sobre un manto de cielo, torna Isis

a llorar con sus lágrimas de plata.

Aun afluyen burbujas en el río,

y en sus aguas las vendas se desatan.

 

En Napata, seis tumbas junto al templo,

con sus momias, vestidos y jofainas:

un rojizo arrebol surge en la sombra,

y otra tumba vacía se lo traga.

 

 

CONSEJOS

 

a un amigo.

 

Un ansia, un ansia, Emilio, te acompañe;

un ansia transparente y delicada:

un ansia de vivir: sí, no te extrañe

que mi alma atormentada

te enseñe una virtud por mí ignorada.

 

Es fuerza que me escuches, pues mi vida

se extingue en su enfermizo novilunio.

La elipsis que trazó mi alma afligida

en torno al infortunio

me lleva a un eternal y helado junio.

 

Haz del dolor, cuando tu pecho aqueja,

las alas que te eleven blandamente.

Extrae de mi mal la moraleja!

No busques la rompiente,

si puedes desbordar tranquilamente!

 

Y así serás feliz: cual no lo he sido,

tal vez por impiedad o desconsuelo.

El mundo sideral será tu nido

y al fin de cada vuelo,

más cerca de tu pico estará el cielo.

 

Dónde estará la muerte recostada?

En qué tiniebla extenderá su imperio?     

A qué región oculta y de misterio

llevará su guadaña ensangrentada?

 

Por qué en el trance en que me encuentro, serio,

desprecia mi existencia desgraciada?

Por qué, al oír mi voz desconsolada

se cierra el gran portón del cementerio?

 

Por qué, si el aire no me llega al pecho,

por qué, si tengo el corazón deshecho,

no alcanza a libertar mi alma afligida?

 

Mas, cómo he de pedir gracia a la muerte,

si en mi alma está, gozando de su suerte,

y llevo el alma muerta en propia vida?

 

 

CLARO DE LUNA

 

para la sonata

"Quasi una Fantasia"

de Beethoven

 

Todo. Todo en mi ser háse extinguido...

Ni el valor ya lo tengo!

Qué debo hacer, Señor? - ay! afligido...

Dáme un dia, Señor, (el que no tengo),

dáme un día tan sólo de alegría!

Tiempo ha que ni escucho su sonido...

Sufrir más, todavía?

 

Mas, yo sé que por fin vendrá ese día,

y Tú me lo darás, Señor! - No es cierto?

Sin él, me moriría...

No! ..., sería muy cruel dejarme muerto!

Tan amargo es, Señor, vivir sin luces!

Estoy como desierto...

Es que tengo, Señor, de hallar más cruces?

 

Ay! Yo soy el culpable de mi suerte,

oh, trágica virtud!

Me he entregado en los brazos de la muerte

buscando su consuelo,

y he perdido mi flor de juventud...

- Y acaso, por perderte,

celebro con mi piano el triste duelo...

 

Y mi dulce Giulieta estará sola,

muy blanca y muy divina,

más sutil que el gemido de una viola

con la luna argentina

que, huyendo de algún velo sutilísimo,

desangrando su albura, se le inmola

en el cielo purísimo.

 

Qué divina ha de ser la luz del astro

derramando en su cuerpo su blancura,

mientras ella pasea su hermosura

quedando por su rastro

el perfume de pálidos jazmines,

y le sigue, en la altura,

un coro de donceles bailarines!

 

Pero ella es tan tenue y delicada!...

Al bailar, encantada,

el aliento en su pecho se ha extinguido,

y se muere de amor y de blancura...

Y el coro celestial, de amor rendido,

la llama con locura!...

mientras ella, en el césped, queda helada...

 

Y de nuevo estoy solo,

en el blanco claror de plenilunio...

 

Y mi piano solloza y, no es en vano:

También él quedó solo!

Pobre! Sí, porque llora mi infortunio...

Dáme, amada, tu mano:

que ya voy..., que a tí voy...

tocando el piano!

 

 

 MUTISMO

 

La pluma alcanzo a la placiente hoja.

Al alma llamo, llamo al sentimiento,

Y no consigo que mi mente escoja

un verbo que hable de mi sufrimiento.

 

Morir, si digo, con decirlo miento;

diciendo: quiero, mi alma se sonroja.

Y mientras pugno por decir qué siento,

el llanto viene y mi razón deshoja.

 

Qué tiene mi alma, que a la voz rehúye?

Qué el Amor tiene, que mi ser destruye

como la nota que el silencio hiere?

 

Pues ya que el habla definir no quiere

lo que del alma como lava fluye,

diré que mi alma, sin querer, se muere.

 

 

CANCIÓN DE LAS MANOS QUE EMIGRAN

 

(1948)

Qué tienen estas manos;

dejan su adiós en todo lo que tocan;

al agua que se escurre entre los dedos,

adiós al viento y a la pálida ronda de las horas.

Al aleteo de las manos tibias

y en las manos yertas.

 

Me iré! Me iré, pero quién sabe adónde.

Vuelves tú, noche? Acaso vuelves tú,

o eres esqueleto de los días,

sólo un abismo apenas?

Cuando todo se acabe estarás tú,

desnuda y sola. Pero, y el ansia, adónde?

 

Volverás, si, lo se; lo tengo aquí en el pecho:

su corola de luz abrirá el día

nuevamente en la noche.

Cómo será, no sé, más lo atestigua

la palabra que viene de los astros

y de los ojos ciegos.

Todo palpita en expectante anhelo:

el alma, el cielo,

y te buscan las manos

y te siguen los pájaros.

La palabra que brota desde el pecho extenuado

y los pámpanos verdes

y los frutos del árbol.

 

Luz dadora de vida, volverás,

si, tal vez cuando la noche haya puesto

su sombra en mis pupilas.

Y otras manos saldrán a recibirte

con presuroso vuelo

brincará la campana

sacudiendo el rocío de las flores tempranas

y quién dice, si al hueco

de mis manos atadas por el sueño

no alcanzará la gloria de tu albor mañanero,

y abrirán nuevas alas

mis anhelos vencidos,

hasta hallar otra luz y otro destino.

 

 

EPÍLOGO

 

Y al cerrar este libro, que mis ansias

modelaron en sombras y en cadencias,

se diluye aquel arpa temblorosa

"de rotas cuerdas".

 

"Remotísimas formas inconclusas"

retornan a mi abismo, dislocadas.

No las pude vestir con los celajes

de la palabra.

 

Y mi amor, nocturnámbulo y herido

Vuelve al claustro estrechísimo del pecho.

"Una nota en el alma se disgrega",

no hallando su eco.

 

Todo ha de ser como antes, del silencio.

Todo tendrá en las sombras su sepulcro.

Y cubrirá la nieve sus escombros

con blanco túmulo.

 

Y de las ansias puras, que al Océano

lancé en mi frágil barca, quedan sólo

sobre el peñasco que estrelló mi dicha,

"un sueño y... polvo".

 

 

PRÓLOGO

PALABRAS DEL AUTOR

LA LEYENDA DE LA MOMIA

GÁRGOLA

EN EL EXTENSO PÁRAMO DEL MUNDO... 

LA SINFONÍA DEL SILENCIO

ANCHUROSO MISTERIO, EN TU MEJILLA...

VIAJERO QUE EN MIS PÁRAMOS REPOSAS...

Y VOLARÉ HACIA TI CON ALAS BLANCAS...

INSTANTES QUE ME HUÍS EN DESBANDADA...

INQUIETUD

TÉRMINO DE LA LUZ

EN EL PARQUE DE ORTIZ GUERRERO

LA MARIPOSA HERIDA

AMANECER

LA VESTE BLANCA

SALMODIA

SANGRE EN EL ALMA

HEIMARMENA Y EROS

CÓMO HABRÁS DE PINTAR

IMÁGENES AMABLES DEL RECUERDO...

PERSIGUIENDO TU IMAGEN INTANGIBLE...

SOLEDAD, TU SUAVÍSIMO REPROCHE...

LLORARÉ CON EL ANSIA DE MI FIEBRE...

DESNUDO

DE UN SUEÑO QUE NO FUE

PRELUDIO DE UN SUEÑO

Y ESO MURIÓ TAMBIÉN...

DESASOSIEGO

VESPERAL

SUBIENDO AL PASO LA EMPINADA CUESTA...

LUNA. DE TUS RECÓNDITOS PAISAJES...

CONSEJOS

¿DÓNDE ESTARÁ LA MUERTE RECOSTADA?

CLARO DE LUNA

QUE DIVINA HA DE SER LA LUZ DEL ASTRO...

MUTISMO

SERENATA

POR QUÉ NO LLORA EL CORAZÓN HERIDO...

DEDICANDO

NO HABLES DE MI, MEMORIA, CUANDO MUERA...

QUIERO REIR! TAN MAL ME GOLPEARON!

Y SIN EMBARGO, UN POCO MÁS O MENOS...

UNA NOTA EN EL ALMA SE DISGREGA...

EL ÚLTIMO REFUGIO

ANSIAS DE SOLEDAD

ME DEJÓ EL TEMPORAL

EMBRAVECIDO...

MI TORPE PLECTRA

Y NIMBADO DE LUCES, EL RECUERDO...

DEL DOLOR EN EL HÚMEDO RETIRO...

TENUIDAD

A UN DECEPCIONADO

LA INCOMPRENSIÓN, CON MÁSCARA DE AFECTO...

CANCIÓN DE LAS MANOS QUE EMIGRAN

EPÍLOGO

 



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