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VIRIATO DÍAZ-PÉREZ (+)

  ESTUDIOS Y RESEÑAS - Por VIRIATO DÍAZ-PÉREZ


ESTUDIOS Y RESEÑAS - Por VIRIATO DÍAZ-PÉREZ

ESTUDIOS Y RESEÑAS

Por VIRIATO DÍAZ-PÉREZ

Introito, presentación texto aparecido en Helios,

de Madrid, noviembre de 1904

 

Edición digital: 

ESTUDIOS Y RESEÑAS

Alicante: BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES, 2003

 

N. sobre edición original: 

Edición digital basada en la de Palma de Mallorca, Luis Ripoll, 1991.

 

 

ÍNDICE

ESTUDIOS Y RESEÑAS

INTROITO - VIRIATO DÍAZ-PÉREZ, VARÓN DE INTELECTUALIDAD EXTRAÑA

SENTIMIENTO DE LA ESPAÑA MODERNA ACERCA DEL PUEBLO ISRAELITA

RESEÑAS Y PRÓLOGOS

MAYOR LEANDRO APONTE: SILVIO PETTIROSSI

CON MOTIVO DE UN LIBRO EN PRENSA

SOBRE UN LIBRO PARAGUAYO

MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

GRABADOS RUPESTRES PREHISTÓRICOS DESCUBIERTOS EN EL PARAGUAY

HALLAZGO DE NUEVOS GRABADOS PREHISTÓRICOS EN EL PARAGUAY

EL «OJO DEL MAR» DE PYPUCÚ

CARTA DEL DIRECTOR DEL MUSEO DE LA PLATA, AVALANDO LA OPINIÓN DEL DOCTOR DÍAZ-PÉREZ

ECOS DEL HALLAZGO DE GRABADOS RUPESTRES PREHISTÓRICOS EN PARAGUAY

BIBLIOGRAFÍA

RESEÑAS PUBLICADAS EN LA REVISTA DEL PARAGUAY

FEDERICO RÜCK URIBURU: «ERNESTO O. RÜCK». SU VIDA Y SUS OBRAS

EL CENTENARIO DE LA BATALLA DE LAS PIEDRAS

JEAN CASABIANCA: HORAS TROPICALES

L. MÉNDEZ CALZADA: DESDE LAS AULAS

R. MONTE DOMECQ: EL PARAGUAY, SU PRESENTE Y SU FUTURO

MARÍA J. LUJAMBIO: PÁGINAS DEL CORAZÓN

PIERRE PARÍS: ESSAI SUR L’ART ET L’INDUSTRIE DE L’ESPAGNE PRIMITIVE

C. REY DE CASTRO: CONGRESO CIENTÍFICO AMERICANO

MAESTRATI - GRUYER - FERMÍN DIDOT: LAS TRES ISLAS DE LA EPOPEYA NAPOLEÓNICA

G. R. S. MEAD: NEUF UPANISHADS

REVISTAS

(LA REVISTA HISTÓRICA DE MONTEVIDEO)

ESCRITURAS INDESCIFRABLES

LA PRIMERA MONEDA ACUÑADA EN EL PARAGUAY

 

 

INTROITO

 

VIRIATO DÍAZ-PÉREZ, VARÓN DE INTELECTUALIDAD EXTRAÑA

 

Viriato Díaz-Pérez es un varón de intelectualidad extraña. Muy joven, tiene para la vida la pasión de escudriñamiento que suele ser privativa de los que habiendo ya vivido mucho, sienten curiosidad es acerca del porqué y el cómo se vive. Así -perseverante y sereno- viaja y estudia: y como busca para sus viajes los rincones desconocidos de la Patria, busca para sus estudios los del espíritu, y es teósofo.

En su estudioSupernaturalismo práctico propónese hacer llegar al corazón algunas de esas ideas tantas veces sentidas y tan pocas veces expuestas, que vienen comprendiéndose modernamente dentro del término Ocultismo. Sin emplear la terminología a veces incomprensible de que suele hacerse uso en estos estudios háblase en el publicado en Sophia de esos fenómenos extraños que suelen llegar hasta nosotros desde un mundo misterioso que no conocemos, pero que no por eso hemos de negar. Y se habla de estos fenómenos, en sus relaciones con la vida, con los ideales, con el arte, haciendo caso omiso de lo clasificado, de lo establecido, deseando ante todo llegar al alma, a la intuición.

He aquí algunos párrafos:

Cuando se ve esa línea de artistas y creadores, a cuyo frente resplandece el místico Maeterlinck, caminar espontáneamente hacia un arte verdaderamente grande, la esperanza fortalece el espíritu. Porque allá en un horizonte lejano y melancólico parece que se nos anuncia, con el crepúsculo de los antiguos ídolos, el nuevo panteón de las verdades futuras. El Misterio y lo oculto reinan en este nuevo mundo de pálidas visiones... No sabremos de qué está poblado el éter que nos separa de lo venidero; pero si por hoy no puede decirse otra cosa que incipit Zarathustra, allá en el mundo de lo fantástico, ya hoy presentido como maravillosamente positivo, nos ofrecen grandes promesas nuestros destinos.

 

Después de exponer algunos fenómenos verdaderamente extraños para apoyar sus afirmaciones, continúa:

El aura de lo misterioso rodea nuestro conocimiento y desconcierta nuestros juicios. No sabemos cómo resistir los asaltos de lo incognoscible, las imposiciones de lo maravilloso, la ruina de nuestras viejas fórmulas pseudocientíficas y de nuestras insatisfactorias soluciones religiosas... Y en medio de las arideces de la observación, brotan, lógica, o ilógicamente, extrañas supervivencias de vida y de espiritualidad, donde parecía no haber sino el vacío y la muerte. Yo creo, yo aseguro, que a veces he sentido estas supervivencias, y que seguramente la fe y el entusiasmo de aquellos silencios hermetistas medioevales, de aquellos Van Helmont y Paracelso aún hoy incomprendidos, no tuvieron otra base que este mismo sentimiento. Aquellos pensadores, espíritus de consciencia profunda, buscaron la vida en las cenizas de la muerte, y sus operaciones de magia  no fueron sino una protesta contra la pasividad y el mutismo de las cosas. Yo creo, como ellos, en la persistencia de la energía a través de vidas infinitas... No de esa energía tal vez mecánica originada por las últimas vibraciones de un impulso creado en un determinado momento, sino en la Energía animada por el Deseo y sujeta a manifestaciones y exteriorizaciones infinitas por la eterna Ley de causa y efecto.

Una energía simplemente mecánica podría explicar, tal vez, ciertos hechos; pero¿y los otros? Martins hace observar que el corazón puede latir aun algunos momentos después de haber sido separado del cuerpo; todos sabemos que la cola de ciertos reptiles se agita y enrosca convulsivamente cuando es separada de su tronco... Extraños fenómenos son éstos, en verdad, y aún se pudiera hablar de otros muchos. Algunos sorprenderían al espíritu más seguro y convencido. He aquí uno: quemad una planta y encerrad rápidamente sus cenizas en una retorta. Para el observador vulgar, allí no hay sino unos inanimados restos separados en absoluto, y por manera definitiva, de la fuerza que les determinara en otro tiempo como algo viviente... Mas hoy se sabe, que si se derraman algunas gotas de agua sobre esas cenizas y se las somete a una suave temperatura, se vislumbrará cierta nebulosa agrupación molecular, que por un fenómeno extrañísimo tenderá a tomar la forma de la planta extinguida... violentamente extinguida... Ante este hecho sorprendente, hemos de confesar que allí en aquellas cenizas existía un deseo de vida, un deseo vago, confuso, el deseo de una «conciencia vegetal». Y he aquí que  en el mundo, para nosotros inconcebible de las plantas, nos vemos obligados a admitir la existencia de un fantasma que, como los espectros de las viejas leyendas, surge cuando puede apropiarse la vitalidad que le es precisa. Este fantasma vivirá acaso incorporándose a la vida de otras plantas -todas se enriquecen, como es sabido, en contacto con las cenizas- y acaso a modo de «vampiro» vegetal, allá en su plano represente lo que es nuestro, esas fantásticas creaciones medioevales que habiendo sido arrancadas violentamente de su existencia supervivían en tenebrosa vida espectral a costa de vitalidades ajenas... Así como ésta, existen muchas vidas ignoradas e inconcebibles para nosotros...

Ahora bien; ¿cómo llegar al conocimiento de toda esta fenomenología aún no estudiada? ¿Hay senderos que recorrer? ¿Existe disciplina alguna para ello? El autor deSupernaturalismo práctico, parece especialmente oscuro al tratar de este punto. Si existen, él las cree privadas. «Se deviene mago como se deviene artista. Un día lo sois». Si alguna vez trata de proporcionar una solución, es mística.

Es preciso vibrar, dice, al unísono con la naturaleza para realizar el milagro hermético de la adquisición de la luz. Hay que sufrir todo el sufrimiento, como hay que vivir toda la vida, agotando nuestro pasado, nuestro karma. Mientras vibre en el espacio un lamento que no nos impresione, no interroguemos a lo desconocido. Porque el alma debe escuchar cada lamento de dolor, como abre su corazón el loto para beber del Sol los rayos matutinos.

En la edad media, que es la edad de la injusticia y de la infamia, no otra cosa que una acumulación de dolor en unos mismos corazones, engendró la hechicería. Michelet, en una obra sorprendente hace nacer la Bruja del supremo martirio de las campesinas ultrajadas...

 

Esto que parece abstruso está justificado sin embargo más adelante. Si existe en efecto, una Energía universal e infinita sobre la que ha de operarse forzosamente como molde de todas las creaciones y sobre la cual, como de protoplasma primitivo han de derivar todas las formas, el ocultista no puede encontrar en ella nada ajeno a él mismo, y a la vez las alteraciones de las Formas (y toda alteración es producto del Dolor) no le han de ser indiferentes. Porque en elkosmos «todo es un vehículo de la Energía universal que tiende a la liberación movida por el estímulo del dolor, que no es sino el acto de adquirir experiencia... El mago, pues, lo será, en tanto comprenda ese latido universal y secreto que vibra a través del universo, uno para el pensador, y vario para el vulgo. El ocultista lo será en tanto sepa escuchar esa voz muda que brota de lo inanimado. El místico lo será asimismo en tanto pueda escuchar el himno secreto de la Naturaleza y de la Vida en la infinita variedad de sus formas...».

HELIOS - XI - 1904



 


 

 

SENTIMIENTO DE LA ESPAÑA MODERNA

ACERCA DEL PUEBLO ISRAELITA

 

Con satisfacción que no oculto vengo esta noche, distinguidos amigos y hermanos, amablemente instado por el núcleo de humanitarias damas israelitas que organizaran esta velada, a conversaros sobre un tema tal vez poco ameno y que reclama vuestra benevolencia, pero que en ninguna otra ocasión podría ser abordado con mayor oportunidad, con mejores probabilidades de engendrar resultados morales, ni ante público más adecuado.

Una rápida ojeada sobre ciertos hechos que puedan hacer conocer a muchos de vosotros cuál es el sentimiento de la España moderna acerca del perseguido y calumniado pueblo israelita siempre me pareció, por otra parte, noble tarea necesaria, ya por los datos novedosos y reivindicadores que podría poner de manifiesto, ya por un cierto deber de reparación histórica que a muchos debiera interesarnos, ya, en suma, por ese anhelo innato que nos lleva sobre todo y contra todo, a comunicar a nuestros semejantes la verdad o lo que sinceramente se nos presenta como tal.

Y esta verdad, es, señores, que: si en la actualidad existe alguna nación destinada a brindar de corazón su abrazo de hermano ¡de antiguo hermano separado por rencores ya extinguidos!, al errante pueblo de Israel, esa nación, os lo aseguro, es la española. Y esto es lo que voy a intentar llevar a vuestro ánimo.

¿Precisaría, previamente, recordar cuál es la situación del pueblo hebreo en la generalidad de las naciones donde silenciosamente unas veces, trágicamente otras, soporta en el presente su destino?

¿Sería necesario evocar ante vosotros el cuadro de horrores que en nuestros días de innegable progreso, ofrecen numerosos estados cristianos, persiguiendo con saña tartárica, al pueblo cuyos antepasados escribieran el Eclesiastés?

No. Todos sabéis, y muchos -me consta- por experiencia propia, cuánto dolor, cuánta tristeza, cuánto sufrimiento se han sumado, en nuestros días de libertad y de progreso, a los antiguos flagelos que cayeran sobre vuestra laboriosa raza. Todos sabéis cuánta amargura se derramó en nuestros días de socialismo y humanitarismo sobre vuestra honrada estirpe no repuesta aún del terror de las hogueras inquisitoriales, del despotismo feudal y de las brutales persecuciones de los populachos antiguos y modernos.

No es preciso, es más: no es conveniente, evocar las ceguedades estigmáticas de días demasiado antiguos o de momentos demasiado modernos. No deseamos resucitar rencores; intentamos olvidarles.

Consignaremos si, de pasada, y con dolor, hasta qué punto nuestra presente época que llegara a lo divinal en el sendero de la ciencia; que humanizara el rígido derecho antiguo llevando a él las auras evangélicas del sentimiento; que lograra acercar los sacerdotes de las más opuestas creencias en su maravilloso Congreso de las Religiones y tendiera su mano redentora al obrero y al humilde de todos los países; se olvidara, no obstante, de compartir sus conquistas de humanidad, con un pueblo inteligente y honesto que hace miles de años, cuando Europa aún era un conjunto de hordas salvajes, ya había escrito el Cantar de los Cantares y entonaba los Salmos de David.

Ese pueblo en nuestros días de «libertad, igualdad y fraternidad» no ha podido vivir, sabido es, en la mayor parte de los países civilizados, sino en un régimen denominado «de excepción».

Así, por ejemplo, hace unos treinta años, un edicto de Alejandro III, producía en Rusia un nuevo éxodo de este pueblo que tantos registra en su historia. Las poblaciones hebreas de Rusia desde Ekaterinoslaw hasta Vilna eran saqueadas, destruidas, teniendo sus hijos que huir de sus hogares como en tiempo de los romanos o en la Edad Media... Y todavía ahora, no obstante algunas reacciones, los hebreos rusos, viven sujetos a una legislación especial. Se les permite por un ucase vivir en determinadas regiones; se les prohíbe habitar en otros, aquellos en que reside el Zar o la familia imperial...

En Rumanía se acentúa más el rigor. Con los militares hebreos se utiliza el conocido procedimiento de acusarles de traición para inutilizarles. Se mancillan las mujeres. Al hebreo enfermo se le admite en los hospitales si es caso utilizable para la experimentación (Moniteur Officiel, 18 febrero de 1896).

En Alemania e Inglaterra, donde se les trata más benignamente sienten, no obstante, el peso de una opinión que no por manifestarse menos violenta deja de ser desalentadora. Ciertamente en Londres son utilizados jornaleros judíos que deben trabajar  doce horas diarias; pero no será en condiciones tolerables cuando tratándose de un pueblo laborioso se da el caso de que en las calles londinenses se registre la cifra de doce mil desocupados hebreos...

En Nueva York, donde hay más de 200.000 hebreos, muchos de ellos trabajan hasta no ha mucho diez y ocho horas diarias para ganar seis dólares por semana.

En cuanto a Francia, frescos estaban hace pocos años los trágicos recuerdos del famoso affaire, revelando la existencia de un torbellino de odio, largo tiempo contenido, que hizo su explosión en los atropellos perpetrados en las calles de París, al grito anacrónico e insólito de «¡Escupid a Zola! y ¡Mueran los judíos!».

No acusamos al exponer estos datos; constatamos hechos que darán valor a lo que vamos a divulgar.

Y llega el momento de preguntar: ¿cuál es el sentimiento de la moderna España intelectual y oficial acerca de este pueblo al que ella expulsara en la Edad Media?

Bien distinto de como la generalidad lo imagina.

La España actual no es la de la negra leyenda. Su historia escrita por enemigos y parciales, necesita de una revisión. Su tantas veces citado fanatismo de otrora, efecto fue de los tiempos y no de los hombres; mancha general de Europa y no estigma particular hispánico. Eso, además, pasó; y obstinarse en juzgar del presente por el pasado de la mala leyenda equivaldría a querer cerrar los ojos a la luz de la investigación. No puedo detenerme sobre el particular, pero os aseguro que desde el antiguo sentimiento español acerca de los hebreos, al sentimiento actual, hay la misma distancia que de Torquemada y Cisneros, a Ramón y Cajal, Pérez Galdós y Benavente...

Manifiesta tendencia existe en España, no ya favorable a los hebreos, sino de franca y consciente simpatía hacia ellos.

Se diría que era como el cariño de esos hermanos distanciados por extintos rencores, que en un día bendecido por Dios abren sus brazos atraídos por la fuerza invencible de un destino o de un pasado comunes. Pues no hay por qué negarlo: semitas fuimos. Semitas los fenicios y cartagineses que poblaron nuestras costas. Semitas los árabes y hebreos que siglos y siglos convivieron nuestra vida proporcionando a Europa la belleza, la ciencia y el esplendor que iluminan la tenebrosidad de la Edad Media...

La intelectualidad española condena unánime la expulsión de los judíos. Conoce las causas que la motivaron y explica el hecho desde el punto de vista del momento histórico, pero no la justifica. Se sabe hoy con certidumbre que una de las causas que influyeron en la decadencia moral y material en que cayera España bajo la dinastía de los Austrias, fue la expulsión de los hebreos. Ellos se llevaron nuestro comercio, nuestras industrias, nuestros brazos y mucho también de nuestro pensamiento. A ellos pertenecía Spinoza, nervio filosófico de una época; de ellos descendía el gran Disraeli; de ellos los numerosos sabios que pasaron a enriquecer la ciencia de otros países.

Recordando pues el pasado y con un sentimiento de reparación histórica, la intelectualidad española ha influido en la prensa, en el libro, y hasta en las esferas oficiales promoviendo un estado de opinión favorable a los hebreos, que si por el momento no ha producido por desgracia, resultados decisivos, servirá de base para algo más definitivo en lo futuro. He aquí algunos hechos que lo anuncian:

Cuando la expulsión decretada en Rusia (1881) muchos hebreos se dirigieron al ministro de España en San Petersburgo pidiendo auxilio para venir a la península.

El ministro de Estado, Marqués de la Vega de Armijo (15 de junio del mismo año) comunicó por telégrafo una Real Orden, que dentro de su laconismo era elocuentísima. Decía así:

S. M. me encarga diga a V. E. que: tanto S. M. el Rey como el Gobierno recibirán a los Hebreos procedentes de Rusia, abriéndoles las puertas de la que fue su antigua patria.

 

Simultáneamente el ministro de Constantinopla comunicaba un verdadero alegato en pro de la repatriación. Se le contesta favorablemente.

Sabido es que los estados balcánicos se negaron a admitir los expulsos; y, como el Gobierno de Berlín no quiso reconocerles los derechos de ciudadanía, nuevas peticiones se produjeron.

El Gobierno español -aunque en Europa dado el exceso de población no se favorece la inmigración- proporcionó el transporte gratuito de 51 hebreos que desembarcaron en Marsella, donde el cónsul Marqués de González, les envió a Barcelona (septiembre del mismo año 1881).

Más tarde, en 1891, los judíos de Odessa, solicitaron igualmente venir a España. A la petición del ministro español en Rusia, Conde de Rascón, con testaba el Gobierno con una Real Orden en la que había párrafos como éste:

... las leyes de la Nación no se oponen en lo más mínimo a que los extranjeros que así lo deseen vengan a establecerse a la Península, cómo y cuando les parezca, en la inteligencia de que estas mismas leyes les garantizan, como a cuantos no profesan la religión católica, la más completa y absoluta libertad de conciencia, y por consiguiente, que no necesitan autorización especial para venir al Reino, cuya entrada tienen siempre franca y expedita...

 

Entre estos antecedentes que bien elocuentemente demuestran cuál es la opinión que pudiéramos denominar Oficial, figura la brillante y honrosísima campaña que ante el Senado español, realizó el notable escritor, y hombre de ciencia doctor don Ángel Pulido Fernández, campeón entre nosotros de la llamada «repatriación hebrea».

No era esta, la primera vez que las Cámaras españolas escucharon acentos de simpatía hacia el israelita. Desde la inolvidable oración en que el gran Castelar defendió el pueblo hebreo contestando al padre Manterola, hasta nuestros días varias veces resonaron allá voces de aliento para el pueblo perseguido. En 1887 el presidente del Consejo de Ministros don Práxedes Mateo Sagasta, contestó categóricamente a una pregunta que le hiciera el diputado republicano don Eduardo Baselga (tarde del 11 de febrero de dicho año) manifestando que: los israelitas que desearan venir a España se encontrarían en esta su antigua patria amparados en los artículos 2.º y 11.º de la Constitución, pudiendo gozar de todos los derechos civiles y lejos de las ominosas leyes de excepción vigentes en otros países.

Pero la sola actitud del senador doctor Pulido, demostraría indubitablemente la exactitud de nuestras palabras, si otros datos no hubiera.

La memorable sesión del Senado español, de 13 de noviembre de 1903, memorable desde el punto de vista de la cultura y de la humanidad, coloca a la calumniada España, siquiera en este punto -para algunos insignificante, para muchos miles de seres transcendente- a la cabeza de las naciones europeas.

En dicha sesión el senador Pulido se dirigió al ministro de Estado, Conde de San Bernardo, en elocución brillante, documentada y hábil exponiendo el problema de la «repatriación» desde el punto de vista de los intereses nacionales y de la expansión del idioma patrio; historiando e ilustrando luminosamente la cuestión; e indicando medidas conducentes a transformarla en un hecho de interés nacional. Resonancia mundial alcanzó este hecho de que en el Senado español tratase el punto de la repatriación de los hebreos; y una interesante e importante corriente de intercambio se produjo entre escritores españoles y sabios israelitas de diversos países.

Pero escuchad aún.

Cuando las más altas representaciones de la diplomacia europea dirimían en la célebre Conferencia de Algeciras los espinosos problemas de la cuestión de Marruecos, en los momentos en que entraban en juego todas las ambiciones y todas las rapacidades apenas encubiertas con pretextos diplomáticos, una voz se levantó para hablar de algo que no era cálculo e intereses, una voz aislada y digámoslo de una vez, quijotesca, que salía a recabar apoyo para el pueblo hebreo sujeto en Marruecos a continuos atropellos: era el representante español don Alfonso Merry del Val, que logró hacerse oír influyendo en la suerte de los desdichados parias del Mogreb.

Más tarde, en 1910, una bárbara persecución típicamente africana, sumía en el terror a la indefensa población judía de Marruecos. Terrible azote caía sobre los desdichados hijos de Israel que en las Alcazabas de Tánger veían rodar las cabezas de sus hermanos bajo el alfanje marroquí.

Una vez más el representante español salió a la defensa hebrea, haciendo intervenir la acción protectora de su Gobierno.

Veamos ahora, en otra dirección, cómo la intelectualidad, a su vez e independiente del elemento oficial, en la prensa, en el libro, ha contribuido constante y desinteresadamente a difundir sentimientos de simpatía y apoyo hacia el israelita.

El Liberal, El Globo, La Ilustración Española y Americana han publicado numerosos trabajos en tal sentido, debidos a hebreos unas veces, a españoles otras.

En Madrid se creó (30 de septiembre de 1886) un Centro español de Inmigración Israelita. Entre los partidarios de esta tendencia se hizo general la denominación de «españoles sin patria» o de «españoles desnaturalizados topográficamente» para designar al millón de hebreos de origen español que existe diseminado por la tierra, entre los diez millones de hermanos que forman en la actualidad el disperso pueblo de Israel.

Se especializaron en esta tendencia personalidades como el Marqués de Hoyos, 1; el culto director de Aduanas don Juan B. Sitjes; el señor Polo de Bernabé, encargado de la Sección de Comercio del Ministerio de Estado; el senador doctor Pulido, verdadero paladín de la causa; el distinguido poeta y diplomático don Antonio de Zayas, marqués de Cavaselices -estimado amigo nuestro- que redactara en Constantinopla una notable Memoria (agosto de 1897) sobre el estado social y político de los 125.000 hebreos españoles residentes en Turquía, Rumanía y Bulgaria; y otras no menos importantes.

Se dio el caso, en suma, de un joven escritor andaluz muy conocido en Madrid y amigo nuestro, don Rafael Cansinos Assens, que se declaró públicamente de origen hebreo, con palabras de veneración para la raza de sus antepasados, demostrando con este hecho la inmensa distancia que media entre España donde hoy puede hacerse ostentación de ascendencia semita, y otros cultos países donde ésta se oculta como una indicación peligrosa.

A un llamamiento que hizo el doctor Pulido para enviar obras de literatura moderna a los hebreos sefardíes, acudieron notabilidades literarias de la talla de Pérez Galdós, Echegaray, Valera, Menéndez Pidal, Navarro Ledesma, Palacio Valdés, Condesa de Pardo Bazán, Pérez Nieva, Altamira, Eusebio Blasco, Carracido, Pérez y González... Y a ella se adhirió el Ministerio de Estado cuyo secretario era el distinguido americanista señor Rodríguez San Pedro.

En vista de estos datos, que no aumento en honor a la brevedad, se comprende, en resumen, que el actual movimiento de opinión que patentizan, ni es momentáneo, ni pudo surgir inopinadamente sin la existencia de profundas raíces, de inestudiados pero innegables antecedentes en el país.

Y esta es la verdad. Mientras se hablaba por esos mundos de una España medioeval, y enemiga de los judíos, los más grandes cerebros españoles labraban defensas entusiastas de ellos, entre las que figura como página de oro el célebre panegírico que hiciera en el Congreso, el genial Castelar, contestando al padre Manterola, en las Constituyentes del 69.

Yo por mi parte no encuentro, para terminar, palabras más sintetizadoras y que más de acuerdo estén con mis propios sentimientos -compartidos con los de muchos intelectuales españoles-, que aquellas del gran Pedro Antonio de Alarcón, cuando en su bella y singular obra La Alpujarra exclamara:

Dichosa edad y siglos dichosos aquellos, en que había mahometanos y cristianos en España; en que cada cual luchaba y moría por su fe; en que el idealismo dirigía las acciones... Dichosa edad, sí,  y siglos dichosos aquellos en que había mahometanos y judíos en España, en vez de ateos, o de pirrónicos; y en que se sublevaban los pueblos por su fe propia, y no, como hoy, por la hacienda ajena!

 

(San Bernardino. Sábado 29 de enero. 1916).



 

 

RESEÑAS Y PRÓLOGOS

MAYOR LEANDRO APONTE: SILVIO PETTIROSSI

Tiene el Paraguay, entre otras deudas de gratitud para con sus hijos ilustres, dos especialmente lamentables, ya que afectan al recuerdo de figuras preclaras que contribuyeron a realzar poderosamente el renombre patrio allende fronteras. Una de ellas se cancela hoy mediante las páginas que siguen, consagradas a la gesta gloriosa y trágica del gran Pettirossi; la otra, subsiste, dado el olvido imperdonable en que yace el nombre del humanista y poeta que fue Eloy Fariña Núñez, acerca del cual no existe sino el modestísimo ensayo debido al autor de estas líneas, hoy más que nunca, incompleto.

Debemos la primera reparación -que estaba ya tardando- al joven y culto mayor del Ejército paraguayo, piloto aviador militar don Leandro Aponte, que viene a continuar mediante este aporte, la tradición de su apellido, vinculado de antiguo a la cultura y los nobles esfuerzos en la historia patria.

Loable es la contribución del mayor Aponte, que con celo y consagración dignas de la causa, competencia profesional y entusiasmo de patriota, tras larga revisión logra reunir importante material histórico, crítico y rememorativo, referente al malogrado aviador de fama mundial. Préstase mediante dicho ensayo, valioso servicio a la historia nacional, a la vez que se realiza noble obra de exhumación reparadora, y acaso urgente, salvando de la posible desaparición, documentación histórica aún hoy consultable.

A la vista de la monografía «SILVIO PETTIROSSI», podemos reconstruir en el panorama de un ayer que ya iba esfumándose, el paso triunfal del compatriota ilustre en la historia del dominio del aire.

No era todavía la aviación, en los días de Pettirossi, con pertenecer ellos a un pasado tan próximo, la espantable y perfecta arma aérea que había de introducir, en la paz o en la guerra, un elemento nuevo para el dominio humano, el del aire, inesperado para los que sólo concibieran los de la tierra y el mar.

Perteneció Pettirossi a los días iniciales. Tras las alentaciones de Newbery -hermano en la gloria y la tragedia- que reaniman su genio y entusiasmo, vinieron las múltiples jornadas de entrenamiento que culminan en la consagración, en Francia, donde en 1912, se estudiaba aún en instituciones particulares, y, «le service de l’aviation était encore en période de organisation...».

El mayor Aponte describe minuciosa y documentalmente estos comienzos. Son coetáneos del entrenamiento de Pettirossi. En ellos hay que vencer dificultades inesperadas y múltiples, antes de obtener el brevet militar francés. Después de estas primeras victorias, vemos como se produce algo extraordinario. Pettirossi realiza ante sus maestros las pruebas -sin precedente- para la conquista de la meta mundial en el LOOPING. Y son tan asombrosas, que las autoridades francesas, ordenan se ice la bandera del país del piloto, en el mástil del aeródromo de Duperdussin. Viene después el renombre europeo; el continental más tarde; y Silvio Pettirossi, se anticipa a la Guerra del Chaco al unificar la atención mundial sobre el nombre del Paraguay.

Era merecida. Jamás se llegó en el dominio del aire, en lo que luego se diría la acrobacia aérea -que en Pettirossi era simplemente técnica- a la pericia espectacular e impresionante, típica del aviador paraguayo. Multitudes inmensas en diversos países del continente americano, admiraron el arrojo y la genialidad del Ícaro asombroso y audaz.

En 1914, pudo, por fin, contemplar Asunción las evoluciones aéreas extraordinarias del hijo glorioso. La nación entera vibra de emoción. La poesía patria le reserva páginas de una nueva consagración: la del terruño [...] Pettirossi -dice un escritor conocido- «encarna la estética del peligro».

Este peligro no era, por desgracia, inexistente. Había sido sojuzgado en Europa; había sido vencido desde California hasta el extremo de la América hispana. Un día aciago, en la urbe porteña, que viera los triunfos primeros, se rompe la tensión de la gloria... Y la enlutada poesía patria, por boca de Fariña Núñez tiene que entonar el canto elegiaco ante el sacrificio de Pettirossi exigido por un destino cruento. La voz de Fariña Núñez -un compañero de gloria también hoy en el más allá- hace la ofrenda:

Voy a cantar a Silvio Pettirossi con la lira de Píndaro.

 

Pettirossi, que muere a los 29 años, deja una página indeleble en la historia de la aviación. Su influencia en los progresos de la conquista del aire es indiscutida.

Había en él, la intuición necesaria para dominar la falla humana y la mecánica. Sólo la fatalidad, lo inescrutable, estuvieron sobre él. Poseía el genio, que asimila, desarrolla y aplica. Estaba dotado de la fe, que sostiene e ilumina; y, sobre todo, del arrojo, propio del héroe.

Quien desee vivir, mediante el recuerdo, lo que fue un momento histórico, único, en la historia de la aviación, cuya cifra es el nombre del gran paraguayo Silvio Pettirossi, hallará elementos evocadores en las páginas del mayor Aponte, consagradas al héroe malogrado, que vienen, meritísimamente, a enriquecer la bibliografía histórica nacional.

Viriato DÍAZ-PÉREZ

Asunción, octubre de 1942.


 

 

CON MOTIVO DE UN LIBRO EN PRENSA 

(MOSAICO DE FEDERICO GARCÍA)

 

Como el hombre ironizado por Shakespeare, poco apto para admirar lo actual, siento yo profundamente la atracción de la poesía que suelen poseer las cosas del pasado, o experimento íntimos deleites espirituales -tan cándidos como llenos de vagas esperanzas- entretejiendo anhelos que sólo podrían tener ubicación en el porvenir.

Tal vez -aplicando este sentir a las cosas humanas- sea ésta una de las causas de la emoción  estética que siempre hallé, acercándome con respetuosa unción a la venerable ancianidad o contemplando curiosamente, y confiadamente, esos plácidos panoramas que son las almas juveniles aún no internadas en la tenebrosa atmósfera de la vida.

Hay en ellos promesas, albores e intenciones que no suelen ser las de la existencia usual. Brotan a veces entre sus vírgenes paisajes, flores delicadas que algún día manos torpes ajarán; murmuran en sus prados rientes, bellos e inesperados acordes que alguna vez serán estridencias; pululan en sus claras llanuras, tendencias humanas apenas esbozadas, que la indiferencia y la pasividad de las cosas trocarán en manifiestos deseos cuando no en voraces apetitos, y hay también pródromos de cosas nuevas, cuando no ecos de otras tan remotas, que se diría de nuevo nacidas. Son el anuncio del mañana con su nueva palabra: son en ocasiones, recuerdos del ayer con el encanto de su secreto perdido: lo bello que fue, o que debiera haber sido, y por lo tanto aún espera ser: lo humano en suma que renace tenazmente y torna eternalmente, como quieren Vico y Nietzsche cada cual a su modo... Hay finalmente, en tales horizontes cosas fragmentarias incompletas, deficientes y erróneas; pero ingenuas, y que tienen todavía, sinceridad, espontaneidad y romanticismo, extraordinarias cualidades de tiempos ya semilegendarios que aún añoramos algunos irredentos atados a la peña prometeica de lo actual: que es positivismo, cálculo, dolor...

Porque siento así, siempre ante una vida que empieza, ante un espíritu que alborea, ante las cuartillas que alarga tímida una mano inexperta, ante todo lo que quiere ser, o, mejor dicho, empezar de nuevo a ser, me mueve el cordial impulso de la alentación, aun sabiéndole frecuente engendrador de desengaños. ¡Qué importan éstos ante el temor de no haber respondido a un corazón que en último análisis, no pidiera sino compartir la áspera lucha, ofreciendo la realidad de sus mejores ilusiones, a trueque de los quiméricos triunfos de la gloria! ¡Qué es el engañarse, una vez más, en el detalle! Suprema tolerancia nos invade al considerar lo poco y lo mal que generalmente nos comprendemos; cuán las almas son impenetrables las unas para las otras, y cómo las mentes al parecer más aunadas, distan entre sí espacios incalculables. Si las líneas generales, más o menos visibles, pueden ser aceptadas y compartibles algunos ideales, conformémonos, y saludemos decididamente al hermano en ilusiones, que adviene, pues así como no hay libro completamente malo, no hay espíritu que en alguna dirección de su motilidad no pueda ser hermano del nuestro.

* * *

Y henos aquí, una vez más, ante la honrosa misión de saludar con algunas palabras, la aparición del primer libro de un espíritu joven.

Tarea es que ennoblece la de reconocer el esfuerzo ajeno. Y ante el que actualmente vemos realizar a la nueva juventud del país, es justo saludar lo que parece resurgimiento. Venía éste retrasándose; hoy, acertadamente encauzado, pudiera pesar en la evolución nacional, tiñendo sus horizontes de visiones de porvenir.

A esta nueva juventud en la que despuntan nombres que son una esperanza, y, algunos adolescentes presentan ya bagaje más selecto y trascendental que el de muchos de sus predecesores, pertenece el joven Federico García, autor de un manuscrito que en breve será un libro, titulado Mosaico, obra sin gran unidad en su fondo y sin especiales preocupaciones literarias en su forma, pero personal y valiente; espécimen fiel y diáfano de un temperamento que tiende decidido al romántico ejercicio de las letras; nuncio de combates elevados por atrevidos ideales, acaso también germen de polémicas y controversias.

Evidentemente, que Federico García, aun hoy en las aulas universitarias -estudioso en su país y no ha mucho en Europa-, no podía ofrecer en este primer ensayo de su potencialidad intelectiva, otra cosa que un índice de ideaciones a desarrollar en lo porvenir. Pero les avalora con su fuerte nota de independencia de criterio.

Al estudiar, en la Introducción de su trabajo, el ambiente presente de su patria, manifiéstase en abierta oposición con lo falso, convencional y estigmático que halla en ella, y riñe despiadadamente la inevitable batalla de todos los idealistas, cuando lanza en ristre, caminando por la árida llanura -el alma llena de ensueños generosos- tropiezan con las formidables aspas del molino legendario, rutinario y fatal.

Severo es el novel autor en su proceso patrio; pero acaso no ha hecho trabajo inútil; su labor, como las similares realizadas por diversos espíritus en otros países, puede ser conveniente en determinados momentos históricos. Sabido es que, quienes como Unamuno y otros en España, por ejemplo, libraron semejante combate, contribuyeron desfaciendo entuertos y persiguiendo gigantes, a promover el resurgimiento anímico y por ende material de la «encantada» nación, tan de antiguo oprimida por innumerables ejércitos de vestiglos y malandrines...

* * *

Forman la segunda parte de estos ensayos algunas narraciones. En ellas Federico García, abandona la tosca clava, por armas mejor pulimentadas, y rinde tributo a los manes literarios. «Flora», primera de dichas narraciones, es la exhumación simbólica de un conocido y doloroso drama que fuera tejiendo raíces en el corazón del autor, quien bajo fabulación romanesca, novela la muerte trágica del malogrado Carlos García, su hermano, y sugiere el momento social del drama, ironizando amargamente sobre hombres y cosas de la época, y estetizando el fatal episodio.

«Agua clara» es un idilio nacido al calor de los íntimos recuerdos del rústico lar, en el que, como en «Flora», no se velan efervescencias juveniles exacerbadas por la lectura de algunos literatos del amor.

Bien se ve que cristalizaron estas ideaciones en el período en que su autor, sin el insustituible concurso del tiempo, sin la previa y penosa labor depuradora y sin haber hallado aún la personal técnica, rendía excesivo homenaje a determinados maestros. Se trasunta entre ellos, algunos de los que cantaran el conocido himno del amor por el amor, y de la   -31-   bella actitud por sí misma, y aún la tardía anacreóntica «del arte por el arte», que no es atacable solo por ser inmoral sino por ser falsa...

Con todo, son bellas páginas: dignos comienzos: anticipos de artista.

* * *

La pluma generosa de Federico García, evoca a continuación, en su obra, algunas de HOMBRES. Generosa he dicho examinando la breve galería. No hallaron espacio en ella encumbrados, ni poderosos. Simplemente algunos desaparecidos de acá y de allá, como José de la Cruz Ayala, o Jaurés o Trigo... Y también algunos maestros. Entre ellos vemos a un paraguayo ilustre, obseso de irrealizables sueños de patria grandeza que vio deshacerse su bienestar y su éxito, ensimismado en un mundo de creaciones trascendentales y de artísticas abnegaciones... Y claro está que hablo del preclaro anciano don Juansilvano Godoi a quien consagra tan bella página Federico García.

También figura otro maestro paraguayo: el doctor don Cecilio Báez, un combatido, aplaudido otrora, atacado hoy, ausente de la patria. Bien está en la juventud, de suyo agresiva, el noble sentimiento de la gratitud hacia quienes con mayor o menor acierto, o éxito, consagraron su existencia, a las quijotescas e improductivas tareas del espíritu, en medio del general estrépito de los intereses y las incurables indiferencias de los hartos. Loable es la tendencia en general, prescindiendo de apreciaciones que no precisamos compartir y de detalles que no es esta ocasión de puntualizar.

Corona Federico García su ensayo con algunos trabajos de crítica filosófica y literaria; uno de ellos titulado «Aspecto del bergsonismo» sugerente y oportuno.

De tendencias idealistas, el autor de Mosaico, no es de extrañar hallara en Bergson maestro venerable.

Acaso no fueron del todo perdidas para el joven Federico García las pequeñas prédicas espiritualistas, de que fuimos simples trasmisores cuando el hoy autor, era, en las aulas, discípulo de filosofía... Acaso él, como otros inquisidores, buscó en Bergson el apoyo intelectual de añoranzas sin satisfacción posible dentro de la posición positivista, menos consoladora que la de este pensador refinado a quien interesa el más allá, y conoce la sed de infinito del espíritu humano.

Es Bergson, conveniente maestro para la juventud, a la que no hay que agostar prematuramente el corazón, anticipando la desecante acción de la vida; y en tal sentido acierta Federico García estudiando lo que llama «aspectos del bergsonismo», entre los que podría indicarse como uno de los más proficuos, el de haber predicado en nuestros días de interés compuesto, la realidad de la filosofía, o el de haber señalado nuevos valores a la intuición espiritual.

* * *

Hasta aquí llegaremos en este preámbulo de una obra que en breve será del público dominio, y que bien puede decirse por varias razones pertenece a los instantes actuales, a los que en ocasiones juzga valiente y acertadamente, y también a veces de   -33-   opuesta manera a la que estimaríamos aceptable. No somos empero nosotros, sino el tiempo quien decidirá la suerte de las ideas. No hacemos, por lo demás, crítica.

Nuevas generaciones se preparan. En el retardo general del ambiente en que nos hallamos, entorpecido en su marcha secular por causas harto conocidas, reserva el azar a estas nuevas falanges ingentes tareas. No nos anticipemos. Inmensos acontecimientos alteran hoy los destinos humanos; nuevas revisiones de las ideas y formidables problemas, claman ya desde lo desconocido. Dogmas, criterios y teorías, se transforman rápidamente conmoviéndolo todo; y un mañana severo exigirá en breve adecuadas energías, modalidades y conclusiones sobre las que habrá de labrarse novedosamente.

Ante este mañana exigente y enigmático deberá concurrir la nueva juventud, depurada, consciente, y apta para todas las abnegaciones, esquivando el abismo de los odios y ansiosa de armonía, aunque también dispuesta al sacrificio ante cada combate por el ideal, la verdad y el bien, únicos que no son estériles. Y en esta juventud, desearíamos encontrar al joven autor de los ensayos que motivaran estas líneas.

Viriato DÍAZ-PÉREZ

Asunción, junio de 1918.



 

SOBRE UN LIBRO PARAGUAYO

 

Villa Aurelia, 26 de noviembre de 1944.
Señor doctor don Antonio Ramos

Amigo estimado y colega:

He leído su obra LA POLÍTICA DEL BRASIL EN EL PARAGUAY BAJO LA DICTADURA DE FRANCIA. Es trabajo fuerte y honesto y además dotado de originalidad, lo cual es mucho, ya que vemos cómo la actual bibliografía, casera o foránea, se llena por lo general de repeticiones, ampliaciones, cuando no de mediterráneos y pastiches.

Ilumina usted un momento curioso de la actuación del dictador Francia, aclarando un área hasta hoy poco explorada de la historia patria: la correspondiente al llamado «enclaustramiento» -a veces explicable a veces tenebroso- que el Supremo produjo en el Paraguay.

Entre otras cosas, su trabajo prueba que en el aislamiento característico de la política de Francia, existió alguna «abertura» como usted gráficamente dice; alguna comunicación con el mundo: la del puerto de Itapúa; mirilla milagrosa que por entre las profundas suspicacias, por entre las desconfianzas y esquiveces del «Supremo Dictador», permitió al país establecer un contacto más o menos continuado (si bien supervigilado) por lo menos, con el Brasil.

Ciñéndose a un punto preciso de la actuación de Francia en lo internacional, su obra estudia claramente el complicado tema de la continuada lucha entre dos cancillerías, dos políticas, de dos pueblos hermanos. Conocemos bien los peninsulares esta deplorable contienda. En último análisis los diferendos, controversias y conflictos brasileños y rioplatenses no fueron (no son?) sino prolongación de la incomprensión secular peninsular entre portugueses y castellanos, pueblos -acentuó- no ya iguales sino gemelos (Roma los denominó categóricamente «hispanos»), a los que la historia (los monarcas que envenenaron la historia) en mala hora distanció, separó.

Yo recomendaré en lo sucesivo, a quienes interesen estos transcendentales momentos que usted estudia, tan llenos de enseñanza, la obra de usted como contribución documentada, amena y escrita con elevado sentido historicista.

La «Misión Abreu», la «Ocupación de Borbón», «Los brasileños en Itapúa», «En busca de una alianza», son capítulos luminosos, que, además suponen copiosa lectura bien asimilada. Y aunque ello no haya sido el propósito de usted, resulta que la estructura rígida, protocolar, sin flexibilidades de ningún género, del espíritu receloso, suspicaz, desconfiado, de Francia, brota como floración psicológica de entre las felices páginas que amenizan la obra de usted. No se ha propuesto usted -repito- evocar semejante peculiaridad, pero se ve claramente oteando por sobre el panorama que usted describe, que si se han escrito biografías de un Francia político, dictador, o bien, misántropo, resentido, sombrío, falta la que podría estudiar los aspectos freudianos relacionados con la desconfianza sistemática.

Pero el punto que deja usted perfectamente estudiado  es el de que el Dictador, no obstante su innegable xenofobia, no se opuso nunca al establecimiento de comunicaciones permanentes con el Brasil (sólo por el Sur: el Norte -usted explica por qué-, era... tabú).

«Desde los primeros años de su gobierno, Francia -dice usted-, abrió los puertos... al comercio con aquel país. Cultivó la amistad de los portugueses primero y la de los brasileños después [...] Itapúa fue el principal centro de las actividades comerciales de la época... Las comunicaciones directas entre las autoridades de la frontera y hasta con el mismo Dictador fueron de un tono amistoso, guardándose cuidadosamente las formas protocolares usuales en esta clase de documentos...».

La extensa exposición que hace usted es perfecta. Y, además, caro amigo (permítame me sienta dómine), escrita con sencillez, grafismo y claridad: vale decir sin las usuales gesticulaciones, contorsiones y complejismos estilísticos (vacuos y simulados por lo general) que vienen ha tiempo ensuciando nuestro limpio romance.

En su obra, de la que había de hacerse un estudio detallado con miras a la docencia, hay dos principales aspectos: el que apenas he indicado, y otro no menos interesante. Me refiero a la minuciosa y vívida narración que hace usted de las gestiones del consejero Correa da Cámara en busca de una alianza con el Paraguay. Hace usted que asistamos interesados y condolidos al dramático e infructuoso forcejeo, en el cual el notable e infortunado enviado del Brasil, figura digna de otros escenarios, se inutiliza, se desacredita, se desmorona, se deshace, frente a las inagotables e invencibles desconfianzas del Supremo, y contemplamos angustiados e impotentes como encalla y naufraga todo, la actividad y los buenos deseos del interesante gestor de las vinculaciones.

La obra de usted presenta en la pantalla (valga el anacronismo) de la época, una figura originalísima; tanto, que en lo sucesivo podría -merced a usted- ser catalogada como digna de la biografía a lo Stefan Zweig, esta personalidad singular del consejero Correa da Cámara, que deviene, enredado en la maraña subtropical, víctima de un drama moral diplomático, con aspectos a veces de tragicomedia (para los que no tomaron parte en los acontecimientos!).

Sí, caro colega; Correa da Cámara resulta -se me aparece así por lo menos- un héroe digno de esas nuestras actuales «biografías noveladas» hacia las cuales tan merecida simpatía exterioriza el público de hoy. Usted debería, no ya trazarla, la labor tiene hecha, sino redondearla.

Y la obra de usted llega a tiempo. Se ha dicho que las épocas convulsivas como la nuestra, lo son de revisión histórica. Se diría que los espíritus, angustiados, buscan o explicación o paliativo, en las posibles enseñanzas del pasado. Marañón menciona a este propósito, los días precristianos, los renacentistas, los de la revolución francesa, los actuales. Ahora bien; si se puede preguntar algo al pasado, se puede estar seguro de que aprendamos algo del pasado. Tal vez. En todo caso, ante la evocación de la figura singular de Correa da Cámara y el fracaso de su noble y bien intencionada Misión, cabría preguntarnos qué hubiera sido de los destinos del Paraguay, de triunfar hombre tan bien intencionado como el enviado del Brasil.

Pero no es cosa de imitar a aquel personaje de Galdós que escribía no la historia que aconteció sino la que pudo haber acontecido.

Corto, en la verdadera acepción de la palabra, estas líneas, pues lo que me sugieren sería extenso, muy extenso; y las cartas deben tener una terminación aunque no siempre un punto final. Y sobre la sombría figura de Francia hay aún que poner muchos puntos sobre muchas íes.

Reciba mis felicitaciones y el apretón de manos de amigo y colega:

Viriato DÍAZ-PÉREZ

El País- 16 - diciembre - 1944.

 

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LECTURAS

A. K. MACDONALD

«PICTURESQUE PARAGUAY - LONDON» 1911

He aquí una obra interesante para el público ilustrado de cualquier país y que escrita sin inmediatos fines lucrativos por un viajero inteligente, resulta uno de los más notables trabajos de alta propaganda que se escribieron sobre el Paraguay.

Todo cuanto ha dicho sobre ella la prensa de Europa y América, es justo dada la suma de energía y méritos que representa. Jamás apareció trabajo alguno sobre el Paraguay mejor editado, con mayor lujo de ilustraciones y escrito con mejor voluntad. 64 magníficas ilustraciones -fotograbados espléndidos-; 500 páginas de un excelente papel inglés y una hermosa encuadernación hacen del PICTURESQUE  PARAGUAY una obra de inmejorables condiciones para la propaganda en el extranjero. Porque no sólo es recomendable desde el punto de vista de sus condiciones materiales, sino desde las mismas intelectuales. La obra del señor Macdonald es producción que, sin pretensiones transcendentales, se lee con interés y está ideada para llegar a todas las inteligencias.

Estudia en ella, el Paraguay, un avezado viajero, laborioso y meritorio escritor inglés, que conoce los secretos de la pluma y los del campo y lo mismo escribe una obra, que arranca a la tierra sus riquezas mediante el honroso trabajo agrícola.

Largos años, más de 15, ha residido el señor Macdonald en el Paraguay -cuya campaña conoce- y en el que como es natural pocos secretos hay para él.

El lema de su trabajo está condensado en esas cuatro formidables palabras que son el alma de la civilización británica y que tan honda alteración han producido en los espíritus modernos: Sport, Pioneering, Travel, Commerce...

En el PARAGUAY PINTORESCO se estudia el país, en efecto, en todo aquello que tiende a ilustrar sobre sus bellezas naturales; sus riquezas desconocidas; sus fuentes de producción inexploradas o inexplotadas, sus industrias presentes y de porvenir; sus posibilidades comerciales y económicas, siendo en conjunto una obra altamente alentadora en la que no se ha olvidado por lo demás la parte histórica.

Editada en inglés por Charles H. Kelly (25-35 City Road, London, E. C.) está encaminada a interesar un público eminentemente práctico y evolucionado, que reclama hechos y no palabras. La prensa inglesa así lo ha comprendido. «Es una descripción viva e inteligente de un país desconocido» ha dicho el diario Scotsman. (He aquí una amarga verdad: de un país «desconocido».) Un libro «de una información sumamente útil» ha insertado el Daily Chronicle. Y como éstos, numerosos diarios de diversos países, que merced al señor Macdonald, han hablado amablemente de esta South-American «Arcadia» según frase de nuestro autor.

Si en el Paraguay actual, resurgente, los directores del buen nombre del país quisiesen hacer obra útil, debieran alentar y apoyar moralmente al escritor Macdonald, que nada pide y en cambio mucho hace por el país lanzando a la librería mundial, una obra notable, entre nosotros sin precedentes en cuanto a presentación, utilidad y desinterés.

Lástima que aún no haya sido traducida, aunque tenemos idea de que se ensaya una edición alemana que estará confiada al distinguido e ilustrado científico ha largo tiempo residente en el Paraguay don Ernesto T. Haug, y aun no sería difícil que apareciese la traducción española.

Estas traducciones serían obras en las que sí debería colaborar el actual gobierno, interesado como está, en contrarrestar los efectos de tanta infame propaganda perniciosa como pesa sobre el país, y siquiera en comprensión de los trabajos realizados por el señor Macdonald. Nos consta, por otra parte, que este meritorio pioneer, tiene emprendida una importante propaganda encaminada a traer emigración con pequeños capitales de las comarcas tabaqueras agrícolas de Norte América, para lo cual ningún apoyo ha solicitado hasta hoy del gobierno.

Al enviar nuestras alentaciones al autor del Picturesque Paraguay, nos felicitamos de poder saludar la aparición de una buena obra que viene a enriquecer el catálogo de la rica literatura inglesa referente al Paraguay.

F. D.

Junio, 7 - 1912.





 

 

MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

La desaparición del sabio.- El escrito y la crítica.- El hombre y su época.- La España de Buckle y la España actual.- La filosofía y la ciencia española.- Menéndez Pelayo en el extranjero.- La HISTORIA DE LOS HETERODOXOS y la Obra de Menéndez Pelayo.- El estilo, el intelecto y el alma del Maestro.

 

Para el ilustre iberista francés R. Foulché-Delbosc.

El 19 de mayo dejó de existir esta gloria de la intelectualidad europea. Con ella pierde España una de sus mentalidades más sorprendentes y el humanismo uno de sus más geniales representantes. Los días de la erudición y del filosofismo, y los anhelos erasmianos que con ellos supervivían, huyen ante el estrépito de las renovaciones que arrastrarán todo en el estéril polvo del pasado aunque con él se lleven muchas cosas insustituibles que ya no sabemos admirar...

Falleció Menéndez Pelayo en su ciudad natal de Santander, vieja urbe montañesa, centro de «la tierruca» cantada por Pereda y de la indómita Cantabria. En este puerto de empinadas cuestas, casas vetustas y antiquísimas iglesias, entre las calles silenciosas del barrio viejo, decoradas con los nombres de Gravina y Magallanes, vivía y estudiaba el Maestro. Allí en el fondo del amplio casón tenía su admirable Biblioteca de 40.000 volúmenes, legada por testamento a la ciudad, donde se refugiaba huyendo de la vida de Madrid. Enfermo últimamente, laboraba aún, cuando vino la muerte a sorprenderle sobre una cuartilla. ¡Preciosa última página! Estaba consagrada al gran Osio, aquel cordobés que en tiempos de Diocleciano padeció el martirio cuyas huellas mostrara en el concilio de Nicea, que presidió, y en el que dictó la famosa Profesión de Fe de la Iglesia. ¡Formidable hispano que con un siglo encima, reta al emperador Constancio y muere después de haber sido azotado y atormentado a los 101 años de edad!

A la noticia del fallecimiento de Menéndez Pelayo la nación se declaró en duelo. Cientos de telegramas patentizaron el sentimiento nacional. El Ayuntamiento santanderino, después de acordar la erección de un monumento en memoria del sabio y la colocación de una lápida en la casa donde naciera, levantó la sesión; la Diputación reunida extraordinariamente decidió colocar el retrato del extinto en el Salón de Sesiones; la «Orquesta Sinfónica de Madrid», que daba aquella noche un gran concierto, lo suspendió, ejecutando solamente la marcha El Ocaso de los Dioses que el público escuchó en pie. A los funerales asistieron representaciones de todas las entidades y poderes; vino de Madrid el ministro de Instrucción Pública, quien de uniforme, dio el pésame a la familia. Al entierro concurrieron enviados académicos, literarios y universitarios, políticos y consulares, judiciales y religiosos. Una compañía hizo los honores. Durante el tránsito, el comercio cerró sus puertas; se suspendió la circulación, y los balcones y faroles públicos fueron encresponados... En el cementerio no hubo discursos...

En Madrid, así mismo, el Senado levantaba su sesión, después de un sentido discurso del presidente Canalejas; consagrósele la prensa sin distinción de matices; en la Biblioteca Nacional celebrose solemne homenaje en memoria del que fuera su director, asistiendo el Rey, el Gobierno y la Corte, y tomando la palabra los señores Pidal y Maura; el Rey envió su pésame a la familia, y el Bibliotecario Mayor de Palacio, Conde de las Navas, hacía llegar una carta regia solicitando la pluma y la última cuartilla del sabio para custodiarlas en la Real Biblioteca...

* * *

Quien en la muerte mereció tales honores y en vida la admiración de sus contemporáneos, tenía que ser de esos hombres que nacieron para cumplir una gran misión. Y esto fue en efecto Menéndez Pelayo.

Nacido en 1856, estudió Filosofía y Letras en Barcelona donde fue discípulo de Milá Fontanals, y en Madrid, donde lo fuera de Salmerón. A la vez que se licenciaba, aprendía idiomas, entre los que llegó a conocer científicamente el alemán, y el inglés, el francés, italiano y portugués; el griego y el latín, de todos los cuales, como del provenzal, catalán y otros neolatinos, tradujo innumerables producciones. En cierta ocasión la Ilustración Española y Americana abrió un concurso para premiar las mejores obras literarias que se presentasen. Eran del jurado Madrazo, Mesonero Romanos, Tamayo y Baus, Selgas y otros. Dos trabajos salieron premiados por unanimidad: los dos que presentara Menéndez Pelayo. ¡Tenía a la sazón 18 años! En 1875 la Diputación y el Ayuntamiento de Santander le pensionan para hacer indagaciones bibliográficas y en 1877 el Ministerio de Fomento, para recorrer los archivos de Portugal, Francia, Bélgica e Italia... A los 20 años era un sabio. Conocía la producción mundial histórica, literaria y filosófica. Recitaba cualquier clásico en lenguas vivas o muertas. Y preparaba ya el plan grandioso de sus obras. Tuvieron los alumnos de Filosofía y Letras el capricho intelectual de representar ellos mismos en el Teatro Español la célebre comedia latina Captivi de Plauto. Menéndez Pelayo la tradujo en unas horas ad hoc. Poco después, desaparecido Amador de los Ríos, salía a oposición la cátedra Historia crítica de la literatura española vacante en la Universidad de Madrid. Eran concursantes a ella el hoy presidente Canalejas y el académico Sánchez Moguel. Se presentó Menéndez Pelayo. ¡Cuéntase que al comenzar los ejercicios se persignó! Pero tales fueron éstos que triunfó por unanimidad. No tenía la edad requerida (23 años) para ser catedrático y hubo que reformar la ley que desde entonces exige 21. Algún tiempo después lanza sus obras que promueven críticas ruidosas en la alta intelectualidad patria y extranjera y se abren para él las puertas de las Academias, en las que entra ocupando las vacantes de Hartzenbusch en la Española, y del gran Moreno Nieto en la de la Historia. Nombrado director de la Biblioteca Nacional, sucede a Tamayo y Baus el autor del genial Drama Nuevo. Por último su fama pasa la frontera, y un día los humanistas mundiales, reunidos, le tributan grandioso y consagrador homenaje... Lo merecía este formidable creador con el cual desaparece una supervivencia de aquellos cultos días en que los Escalígeros glorificaban el Renacimiento... Su obra es tal que no puede comprenderse ni aún a la vista de sus producciones; precísanse conocimientos en disciplinas que no son usuales, y el examen previo del momento histórico y mental de su nación, cuando apareció. Su figura aunque discutida por los enemigos del catolicismo, se impuso de tal modo finalmente, que más bien resultaba ya la de un maestro venerado que la del antiguo y exacerbado polemista. La alta crítica sin distinción de matices ni de fronteras, le admiraba aún lamentando su ultramontanismo.

Decía, hace años, don Juan Varela: «La generación peninsular requiere, sin duda, un gran poder político, sabio y enérgico, ejercido con voluntad de hierro y con inteligencia poderosa y serena; pero tal vez antes de esto y para orientarse y descubrir amplio horizonte, para abrir ancho y recto camino, se requiere que formemos de nosotros mismos menos bajo concepto, que no nos vilipendiemos, que nos estimemos, siendo la estimación, no infundada y vaga, sino conforme con la verdadera exactitud... Me repugna emplear frases pomposas, que hacen el estilo declamatorio y solemne, y no atino a explicar mi pensamiento sino diciendo que D. Marcelino Menéndez Pelayo ha venido a tiempo a la vida y ricamente apercibido y dotado de las prendas, para cumplir hasta donde pueda cumplirla un solo hombre, la misión indicada: invocar sin vaguedad y sin exageraciones, nuestra importancia en la historia del pensamiento humano y señalar el puesto que nos toca ocupar en el concierto de los pueblos civilizados...».

Con el pulcro Valera, decía el satírico Clarín:  «Con imaginación más fresca y vigorosa que la de muchos jóvenes del día que imitan malamente a Campoamor o a Bécquer, Menéndez Pelayo sabe ver al través de los códices carcomidos, de los pedantes vivos o muertos, del polvo y de la herrumbre, levantarse las edades con sus pasiones, ideas, propósitos, hazañas, con su literatura y su nota dominante en el concierto de la historia... Luego, con ser tan buen católico, se le ve desechar esa tendencia de la estética cristiana a lo Chateaubriand y con sentido más sólido y profundo remontarse al Renacimiento».

Y el sesudo Posada: «cuando el pesimismo ambiente quiere apoderarse de nuestro ánimo, la contemplación de alguno de estos gigantes obreros como Menéndez Pelayo... nos vuelve a la esperanza... No se mantuvo quieto en su posición primera el sabio maestro español. Su espíritu se ha sostenido, sin duda, pero elevándose a una contemplación más serena de las cosas... ha vivido hondamente la vida difícil, inquieta y febril de su tiempo».

Decía, así mismo, por su parte, el argentino Quesada: «Se conciben trabajos como el suyo en un benedictino, alejado del mundo, encerrado entre libros, con el espíritu libre de preocupaciones materiales. Pero ¿quién resiste el torbellino de la vida mundana, llevando de frente la existencia de profesor, de político, de académico activo, de escritor polígrafo y fecundo, de tan múltiples personalidades? Menéndez Pelayo realiza ese milagro. Asombra al que de cerca le conoce, y ha concluido por imponerse en su patria como un fenómeno tan extraordinario, que recordamos la típica y sincera frase de Tamayo y Baus, el cual un día nos decía en su despacho: moriré contento, por haber visto de cerca prodigio semejante... Sus obras son verdaderos monumentos que abisman. Cómo ha sido posible, en el breve tiempo de la vida del autor, atesorar tantos conocimientos, juzgarlos con tan extraordinario acierto y desplegar una erudición y un saber tan estupendo, es problema de difícil solución para el que de lejos lea y aún para el que de cerca trate a Menéndez Pelayo».

A lo que añadió Rubén Darío: «cuando en la conservación amistosa del maestro escucho sus conceptos, pienso en un caso de prodigiosa metempsicosis, y juzgo que habla por esos labios contemporáneos, el espíritu de uno de aquellos antiguos ascetas del estudio, que olvidara por un momento textos griegos y comentarios latinos... Es difícil hallar persona tan modesta dueña de tan inmenso valor positivo».

Y ¿a qué seguir? ¿Quién hoy necesita de opiniones ajenas para evocar la figura del genial polígrafo? ¿Quién no oyó hablar alguna vez de la inmensa cultura de este hombre modesto que leyó y pensó tanto «sin decirlo»? Creo era Campoamor quien, humorista, decía una tarde en casa de Fe que él «tenía por lo menos dos lectores verdaderamente seguros». «Y ¿por qué verdaderamente seguros?», le preguntaron. «Porque el uno soy yo -respondió-, y el otro... Don Marcelino».

Era Menéndez Pelayo de regular estatura, palabra enérgica y acento entusiasta, mas de dulce expresión y amables y sencillas maneras. Su fisonomía serena y un tanto fatigada imponía respeto, a la vez que su mirada ingenua y riente atraía e infundía confianza...

La afabilidad, empero, del Maestro se aminoraba un tanto cuando se dedicaba al trabajo. Todo el que sepa lo que es la verdadera producción intelectual se explicará esta circunstancia. Menéndez Pelayo, como todo el que hace algo duradero, no podía trabajar bien sino en condiciones especiales, desapareciendo, por ejemplo, de Madrid, encerrándose en su rincón de Santander, amurallándose en él contra la distracción. Castro y Serrano narrando cierto día una de sus visitas al sabio describió su casa «las dificultades para vencer la consigna, la maravillosa biblioteca; el asombroso escritor rodeado de libros y papeles, en la fiebre de la producción, indiferente a lo que le rodeaba, tomando nerviosamente un volumen, trepando de repente por las escaleras para tomar otro, confrontando aquel dato, paseándose a ratos, encendido el rostro por la inspiración interior, presa de una nerviosidad singular, brillantes los ojos, en plena gestación en una palabra...».

¡Qué distinta evocación podemos hacer, sin embargo, los que le hemos conocido en Madrid! Aquí era para todos el bondadoso «Don Marcelino», el amigo asequible a quien hasta deteníamos a veces en la calle para hacerle una consulta que siempre respondía con aquella su peculiar sencillez. ¡Oh la ingenuidad y la sonrisa de aquella grande alma que fue Menéndez Pelayo! Los oyentes de sus cátedras recordamos así al ilustre sabio. En el Salón de Filosofía y Letras de la Universidad Central, salón biblioteca recogido, silencioso y un tanto sombrío, el autor de Los Heterodoxos se dirigía paternalmente a sus alumnos -ya licenciados de Facultad- como un amigo afable, sencillo y sonriente, más bien que como un profesor en el sentido usual de la palabra; allí era un admirador de cosas poco manoseadas que muchas veces leía íntegras en clase; un paciente investigador que presentaba en bosquejo a sus alumnos el horizonte virgen de sus obras...

Igual era en las cátedras del Ateneo. Sencillo, novedoso y atrayente, se encontraba con que asistía a ellas la alta intelectualidad de todos los matices; no era extraordinario descubrir en su auditorio personalidades tan heterogéneas como las de un Galdós o un Benavente, un Gonzalo Serrano o un Giner de los Ríos y todos, alumnos o maestros, hallaban siempre ecos nuevos y atenciones amables, en aquella palabra castellana, noble, convincente y sincera de verdadero sabio...

* * *

Mas por encima de cuanto se ha dicho, queda mucho que no podría expresarse sin una breve exposición del estado moral del ambiente, cuando Menéndez Pelayo se lanzó a su empresa formidable. ¡Qué red de errores, qué desalentador espíritu de extranjerismo, qué atonía nacida del propio menos precio ignorante! Se vivía bajo la férula de Buckle. Una literatura seudoclásica, sin nervio ni personalidad, un ambiente donde se ventilaban los dolorosos resultados de varios siglos de deplorable monarquía; un antipatriotismo elevado a modus vivendi, o bien una patriotería embrutecedora de almas; la ignorancia y el desapego hacia las cosas de casa sin la asimilación de las ajenas; un republicano intelectual honrado, pero exaltado, utópico y dividido, luchando con una compacta masa monárquica; Europa ignorándonos y saqueándonos políticamente... Y frente a todo esto, el desastre en puerta y los problemas social, anárquico y religioso en lo porvenir...!

Esto, empero, hoy empieza a ser el pasado. Un resurgir se inicia bien visiblemente. La juventud empuja al ayer, que vacila. Una potente intelectualidad revolucionaria en el alto sentido de la palabra y un gran arte independiente y autóctono que se imponen dentro y fuera de la península, transforman y vigorizan los espíritus. Ya no suena a hueco la palabra esperanza, ni la de regeneración a logrería. Un núcleo de almas elevadas creen. Se resurge...

Y en este renacer, si mucho se debe a la intelectualidad liberal y rebelde, no menos se adeuda a los espíritus fuertes que han reedificado el alma nacional en el silencio del gabinete... Y entre ellos, Menéndez Pelayo figura en primer término. Aunque sobre su obra gigante, pasen a veces ráfagas de ultramontanismo, de ella también surgirán formidables apoyos históricos para los violentos días de protesta que ya en varias direcciones amenazan en el porvenir...

Hasta hoy todo fuera propio menosprecio. Nos calumniábamos e ignorábamos con tesón digno de un análisis psicológico. Hoy empieza empero a no convencernos Buckle y en breve no convencerá a nadie. Comiénzase a comprender que entre el criterio apriorístico del genio íbero y el de un crítico desapasionado e imparcial como lo fue por ejemplo Macaulay, debe prevalecer el segundo. Pesan más aquellas palabras de éste: «los españoles del siglo XVI no eran inferiores a los ingleses bajo ningún concepto» que todas las declamaciones en contrario. ¡Pero pesan hoy porque tenemos las pruebas que nos suministró, con el sacrificio de toda una existencia, el autor de La ciencia española, y de Las Ideas Estéticas en España!

Se decía, se repetía, haciendo el juego a un extranjerismo interesado, que España, verbigracia, careció de filosofía y de ciencia... Y era universalmente tan crasa la ignorancia sobre el particular y se explotaba de tal manera el tópico, que originó un estado de crítica en el que ni se veían hechos, ni se recordaban palabras, ni se conocían pensadores; y no se sabía qué admirar más, si la indiferencia estoica de los allegados, o la incultura de los extraños. Pasma pensar, cómo durante tanto tiempo pudieron ser deformados de tal manera y sin protesta los hechos. Pero la cosa arrancaba de lejos...!

Para muchos es aun hoy mismo incomprensible, cómo Séneca, por ejemplo, que fue español, es el más personal de los filósofos de Roma. No quieren recordar que había en su mentalidad un algo exótico que arrancaba de Córdoba. No conceden importancia al hecho de que esta ciudad que produce a Séneca en tiempos romanos, produce también una generación de pensadores en tiempos árabes... El genial Renan, empero, observa una parte del fenómeno; oíd sus serenas palabras:

«Los árabes de Andalucía, aun antes de Hakem,  se habían sentido llevados hacia los estudios liberales, sea por la influencia de aquel hermoso clima, sea por sus relaciones continuas con los judíos y los cristianos. Los esfuerzos de Hakem, secundados por disposiciones tan favorables, desarrollaron uno de los movimientos literarios más brillantes de la Edad Media. El gusto de la ciencia y de las cosas bellas había establecido en el siglo X, en aquel rincón privilegiado del mundo, una tolerancia de que en los tiempos modernos apenas puede darse ejemplo. Cristianos, judíos y musulmanes hablaban la misma lengua, cantaban las mismas poesías, participaban de los mismos estudios científicos y literarios. Las mezquitas de Córdoba, donde los estudiantes se contaban por millares, se convirtieron en centros de estudios filosóficos y científicos». Hablando luego de los trastornos por que atraviesan los hispanoárabes, añade: «La filosofía tenía, no obstante, raíces tan profundas en aquel hermoso país, que todos los esfuerzos hechos para destruirla no servían más que para hacerla revivir...».

«El califa Hakem tuvo la gloria de inaugurar esta brillante serie de estudios, que por la influencia que ha ejercido sobre la Europa cristiana, tiene un lugar importante en la historia de la civilización. Andalucía, se convirtió bajo su reinado en un gran mercado, donde las producciones literarias de los diferentes climas eran inmediatamente llevadas. Los libros compuestos en Persia y Siria eran a menudo conocidos en España antes de serlo en Oriente. Hakem envía mil escudos de oro a Abulfaradj el Ispahaan para obtener el primer ejemplar de su célebre Antología; y en efecto, esta hermosa obra es leída en Andalucía antes de serlo en Irak... Su palacio se convierte en estudio, donde no hay más que copistas, encuadernadores, iluminadores. El catálogo de su biblioteca forma, él solo, 44 volúmenes y no aparece sino el título de cada obra. Algunos escritores cuentan que el número de éstos ascendía a 400.000, y que para transportarlos de local se precisaban seis meses...» (Averroes y el Averroísmo. Capítulo I).

Tengo a la vista en este instante, seis «Historias de la Filosofía». Ninguna de ellas se detiene ante este hecho. ¡Qué diré de las «Historias Universales» incluso las más renombradas! Jamás contra nación alguna se confabularon con mayor persistencia la ignorancia y la parcialidad. Y es la clave que las viejas enemistades guerreras se transformaron en opiniones, y no se conoce, por lo general, lo que hemos producido, sino lo que se ha producido sobre nosotros, generalmente contra nosotros. Quiso además la fatalidad que pretéritamente fuésemos grandes... Un país que dominó en Flandes y en Italia, que guerreó con Francia a uno de cuyos reyes, Francisco I, trajo preso a Madrid; que tuvo monarcas que eran emperadores de Alemania y que envió flotas contra Inglaterra, ¿cómo iba a ser juzgado por historiadores ingleses, italianos o franceses? No podía tener cultura, filosofía, ciencia ¡apenas se le permitió tener historia!

Pero no caminan ya las cosas por los mismos derroteros. Acaso no está lejano el día en que se provocará una nueva revisión de valores históricos, cuyos primeros pasos afortunadamente han sido ya dados con éxito, pues que han desconcertado un tanto la crítica. Ya solamente algunos ignorantes recurren a los socorridos tópicos de «la inquisición» y el «absolutismo». Comienza a saberse que ambas cosas fueron traídas de fuera e impuestas en España a sangre y fuego hollando el sentimiento indígena, y que ambas fueron utilizadas especial y ferozmente por monarcas extranjeros, austríacos y franceses, pervirtiendo el antiguo espíritu autóctono... Dide y con él otros extranjeros, hablan del aragonés Servet, quemado en Ginebra, y explican por qué Harvey pasa a la historia como descubridor de «la circulación de la sangre».

Comienzan a tener ya en cuenta los historiadores del pensamiento, que los gnósticos, por ejemplo, producen en la península a Prisciliano y los cristianos a Isidoro, Osio y aquel Prudencio Galindo, contendor de Erígenes. Que cuando la única ciencia era la oriental, Toledo y Córdoba fueron puertas del saber por donde aparecieron Ibu Gebirol con su Makor Hayim, Moisés ben Maimon con su Guía de Pecadores y Abentofail con su famoso Filósofo Autodidacto anticipo filosófico de la creación de De Foe... Puertas por las que en pleno siglo XIII se entraban las primeras traducciones persas e indas, prístinos resplandores de la mentalidad sánscrita, que desde los días del Infante Don Juan Manuel, habían de esperar seis siglos para que se ensayase de nuevo su resurrección en el llamado orientalismo... Reconócese hoy que Alfonso el Sabio armoniza los conocimientos de Oriente y Occidente. Admírase el genio de Raimundo Lulio de cuyo sistema deriva el del mártir Giordano Bruno, quemado por la inquisición italiana, y el del extraño Agrippa. Resurge la curiosidad hacia aquel Raimundo de Sabunde si peu cogneu  que tanto hizo pensar a Montaigne quien le consagra una quinta parte de sus Essais. Pregúntase quién fue Suárez, el admirable escolasta, y quién Vives, interesante intelecto del Renacimiento que coincide con Ramus y Bacon. Y ¿qué no se dice de Gómez Pereira émulo de Descartes, o de Duarte de San Juan -traducido por el gran Lessing- que en su célebre Examen de ingenios  sienta en 1575 la teoría de las localizaciones cerebrales? Y ¿qué, sobre todo y por encima de todo, de aquel estupendo y colosal escéptico-crítico hoy admirado en Alemania Francisco Sánchez  que en 1637 y Kant en nuestros días habían de descubrir? Sostiénese de este gran prodigio, cuyas obras no pueden hoy leerse sin que acudan a los ojos lágrimas de admiración y al corazón latidos de generoso desagravio, que acaso alteró el pensar humano sin que hasta ahora nadie lo reconociese...

Comienza hoy Inglaterra a intentar verter a su lengua los candentes y alambicados conceptos de Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y el célebre fundador del «molinosismo», Miguel de Molins, en quienes redescubre deleitables sorpresas. Levántase un monumento en Ginebra a la memoria de aquel aragonés quemado por el fanatismo de allende el Pirineo, aquel genio de la geografía, de la medicina y de la filosofía que se llamó Servet. Lange en su Historia del Materialismo  dice que en España hay que buscar los precursores de Bacon y Descartes. Max Müller señala en Hervás al precursor de la ciencia filóloga... ¿Y para qué continuar desflorando un tema que exigiría para su desarrollo, una obra, una existencia, un público? Lentamente se irá realizando.

Hasta hace 20 años las expresiones mismas de ciencia o filosofía española  provocaban ironías. Sabemos lo que cuesta desterrar un error de la mente, pero apenas sospechamos lo que representa desalojar de la historia un sistema de errores que hicieron carne en la opinión. Pues bien; esta empresa genial está iniciada, es más, casi realizada. Fue tarea de un solo hombre, de una sola voluntad que ante un océano de errores, lucha y vence. Esta Voluntad se llamó Menéndez Pelayo...

Cuando este evocador de mundos que dábanse por no existentes o que a lo más creíanse perdidos, enunció su programa, prodújose la sempiterna sorpresa que ocasiona la visión inesperada de la verdad. Se dudó en los comienzos, de la existencia de tal ciencia; se negó después que hubiera ejercido influencia en el pensamiento europeo; se convino más tarde en que no había vínculo que unificase los «chispazos aislados»; que no había, en suma, tradición científica... Pero las pruebas fueron llegando. Las hubo de casa y de fuera. Munck y Renan demostraron la influencia del pensamiento árabe-hispano en toda Europa; Jourdain y Haureau estudian al arcediano de Segovia Domingo Gundisalvo, «el más lógico de los panteístas medioevales», cuya imponente figura surge «entre las nieblas del siglo XII»; Miguel Amarí enseña como «de España salta a Sicilia la centella del libre pensamiento y enciende, merced a las consultas del murciano Aben-Sabin y las traducciones de Miguel Scoto, aquella inmensa hoguera de la corte de Federico II»; Littré consagra un volumen al mallorquín Lulio; siete producciones alemanas, latinas y francesas exponen a la  pública curiosidad el Libro de las Criaturas  de Sabande; Werner traduce al alemán a Suárez; Molino es traducido hasta en danés y... y perdónesenos el no habernos detenido ya; en concreto:

Intelectualmente, España tiene hoy una base, unos cimientos sobre los cuales se levantará, gigantesco edificio, un nuevo espíritu nacional. Y en estos cimientos la piedra fundamental es la aportada por Menéndez Pelayo, con su obra colosal, sin precedentes, en la que un solo hombre deshace la enmarañada red de obscuridad y de injusticia que pesaba sobre un pueblo asfixiándole.

¿Se comprende ahora por qué aun siendo Menéndez Pelayo de opiniones católicas llevó a cabo una obra revolucionaria? ¿Se comprende por qué en el homenaje tributado nadie tuvo en cuenta las creencias personales y sí el respeto al laborioso reconstructor del pensamiento íbero? ¿Se ve el poco peso que desde un punto de vista no gallináceo, tiene la crítica de detalles, tratándose de la obra precursora de un futuro lleno de interés?

¿Qué nos importa el catolicismo o protestantismo de ciertas páginas de esta creación inmensa en la que se presenta a la humanidad el alma perdida, ignorada, de uno de sus grandes pueblos?

* * *

Se podría creer por lo dicho, que Menéndez Pelayo fue a modo de esas glorias patrias para las que todo acaba allende las fronteras. Pensó precisamente lo contrario la cultura europea consagrándole como lo hizo, en 1899, altísimo homenaje. Sabido es que en esta fecha, los más eminentes sabios, y los eruditos de todos los países, festejando los 20 años de profesorado del maestro, lanzaban al mundo de la ciencia una notable obra conmemorativa formada con sus mejores estudios inéditos y dedicada al Profesor de la Universidad de Madrid.

En ella Morel-Fatio publicaba la correspondencia entre el historiador Baluze y el Marqués de Mondéjar; Fitzmaurice-Kelly su trabajo Un hispanista inglés del siglo XVII que fue Digges, probable amigo de Shakespeare; Mérimée sus notas sobre Alejandro de Luna; B. Croce sus Due illustrazioni al «Viaje del Parnaso»; Farinelli la disertación en castellano -pudiera hacerla en italiano o alemán- sobre el origen de El Convidado de Piedra; Schiff presenta su notable hallazgo de la primera traducción europea de la Divina Comedia, hecha en castellano por el Marqués de Villena; Boehmer hace conocer dos cartas de Alonso de Valdés; la gloria portuguesa Michaelis de Vasconcellos su códice cuatrocentista Tragedia de la insigne reyna doña Isabel; la Duquesa de Alba que a sus esplendores nobiliarios une, como es sabido, los de la ciencia, hace terminar la traducción de la llamada Biblia de la Casa de Alba del rabí Mosé Arragel de Guadalfajara; Wolff envía desde Suecia un capítulo sobre las Rimas de Juan de la Cueva; Hann, de Pensilvania, su estudio sociológico sobre Pícaros y Ganapanes; el gran Hübner investiga antiquísimos poetas peninsulares a través de las inscripciones; Pio Rajna estudia topográficamente la Chanson de Roland  y podríamos continuar la lista de nombres ilustres que glorifican en los dos volúmenes del Homenaje  al talento.

Una nota desacorde empaña sin embargo este monumento de admiración, nota dolorosa para toda alma íbera... Junto a tan universales pruebas de confraternidad científica, junto a las manifestaciones de simpatía de tan apartados centros de cultura, Suecia, Pensilvania, Alemania, Inglaterra... ¡ni una sola vez aparece el nombre de América! ¿Qué se hizo en esta ocasión de las hermanas queridas que hablan la lengua del Quijote?

No dijera grandes cosas sobre América Menéndez Pelayo, pero algunas de ellas que delataban al gran hermano lejano ¿no merecían recuerdo?

«... Ha sido un privilegio singular del suelo americano que en él se hayan escrito las principales epopeyas del siglo de oro...», decía en una ocasión. ¡Curiosa observación! Ercilla, efectivamente, en La Araucana  escribe, recorriendo tierras chilenas, la epopeya histórica; Ojeda en La Cristiada produce en tierras incaicas la epopeya sagrada; y Balbuena en El Bernardo soñado en Méjico, Jamaica y Puerto Rico, redacta la epopeya novelesca y fantástica de la Raza...

No hay que tener en cuenta este olvido hacia uno de los grandes laboradores y alentadores de la Raza. La vida americana, inquieta, agitada, convulsiva, vida de luchas intestinas, de organización material, carece hoy de la tranquilidad espiritual necesaria para sentirse atraída por la figura un tanto exótica y de no fácil propaganda del autor de la primera Historia de la Poesía Hispano-Americana.

«Las obras» de Menéndez Pelayo es expresión poco afortunada, porque todas ellas no forman sino una sola. Pocas veces de intelecto humano, brotó trabajo de mayor extensión, animado de más perfecta unidad. La primera etapa de la labor realizose en los tres volúmenes de la  Historia de los Heterodoxos Españoles.

Se ha atacado, no sin alguna razón, a Menéndez Pelayo por su ultramontanismo. Indudablemente el catolicismo batallador que rezuman las páginas de Los Heterodoxos, es lunar de bulto para buena parte de los lectores. Mas, hoy ya no puede concederse, a esta circunstancia, la trascendencia de otros tiempos. No es la principal excusa la de que Los Heterodoxos  fueron escritos en días de vehemencia y juventud, sino las últimas confesiones del propio Menéndez Pelayo, que no sólo desvirtúan el acre tono de su crítica, sino la de sus adversarios.

Los Heterodoxos,  con ser producción tan meritoria que sólo ella bastaría para inmortalizar a su autor, no es otra cosa, sin embargo, que una parte de la obra de éste, un punto de partida, el momento inicial de un plan gigantesco. Se estudia en él lo que pudiéramos denominar el pasado filosófico español. Y obsérvese cuán genial es la concepción del Maestro. Menéndez Pelayo, creyente y ortodoxo, al estudiar hondamente, fundamentalmente, el pasado filosófico peninsular, encuéntrase con que lejos de ser lo que tantas veces repetía la crítica barata -un pasado católico y escolástico-, era, por lo contrario, protestador y heresiarca, pagano y panteísta, gnóstico y oriental, místico-revolucionario y renacimentista! ¡Qué sorpresa para quienes tantas vulgaridades escucharon y repitieron!

Comprendiendo, entonces, Menéndez Pelayo, que no podría hacerse una verdadera historia del intelecto español, hablando solamente del conocido, del oficial, del tolerado por la Iglesia, porque tendría que excluirse de ella, a las figuras más salientes y geniales, opta por hacer la historia del pensamiento rebelde, revolucionario, heresiarca, heterodoxo y «condenable», claro es, que desde su punto de vista católico, y evoca con una erudición asombrosa, un conocimiento extraordinario de la materia, y por primera vez, el verdadero pensar peninsular autóctono, desconocido, ignorado... pensar censurable para los católicos acaso, mas respetabilísimo desde los demás puntos de vista filosóficos.

He aquí por qué, si el criterio adocenado y mediocre ve en Los Heterodoxos  al católico, el juicio elevado, ve por encima de todo al pensador capaz de concebir un plan grandioso, que le coloca más allá de la crítica ocasionista, entre los grandes de todos los tiempos a quienes no se les pregunta por sus ideas personales sino por su trabajo realizado.

Esto explica por qué, tanto en la Península -donde las ideas suelen revestir formas exaltadas y extremas- como fuera de ella, hasta los mismos anticlericales han respetado esta obra. Posadas ha dicho: «aún interpretando al revés enteramente la historia de Los Heterodoxos,  no podrá uno menos de sentir admiración profunda por el trabajo que la labor del joven maestro  supone, y luego admirar más aún la persistencia de esa labor año y año».

Republicanos y anticlericales, fueron, en efecto, no pocos de sus admiradores. Entre ellos recuerdo a Salmerón, Castelar, Giner de los Ríos, Galdós, Clarín, Unamuno, cuantos en suma marcharon a la avanzada de las ideas. Y admiradora de él es la nueva generación, a la que podrá tacharse de todo menos de retrógrada. Y ¿por qué esa admiración? Porque la mayoría de los jóvenes está hastiada de éxitos de escándalo, y comienza a preferir los triunfos del trabajo. Posadas hace conocer cómo es esta mayoría, mediante un párrafo de Tenreiro: «la juventud de hoy -dice- estudia y trabaja calladamente con una constancia y una buena dirección que comienza a sonrojarnos...; aprende idiomas extranjeros y lenguas clásicas; investiga en los archivos y en los laboratorios; sale de España y sigue la enseñanza de otras escuelas; las bibliotecas cada día están más llenas, las cátedras donde el alumno encuentra saber vivo y no acartonadas monsergas, están repletas de oyentes...».

Esta juventud, que es más revolucionaria haciendo trabajo, que si hiciera barricadas, que tiene más valor para defender una idea que para conquistar un puesto público, que ya sabe perdonar debilidades en holocausto al mérito, es la que admira a Menéndez Pelayo. Y véase cómo éste, comprendiendo a su vez que también debía hacer algo por su parte que correspondiese a tanta simpatía y tolerancia, permite por último una reedición de su obra frente a la cual coloca palabras tan elevadas y serenas que para encontrar otras semejantes tendríamos que irlas a buscar en el plácido Renan...

Sí; hasta hace poco no había podido hacerse una edición completa de las obras de Menéndez Pelayo, porque no la autorizaba el autor que quería corregir los tan censurados Heterodoxos. Esta obra había llegado a ser escasísima. Apareció de 1880 a 1882 y aunque su tirada fue de 4.000 ejemplares, habiéndose agotado, pasó en los catálogos a la categoría de «rara» y se pedía 150 pesetas por la edición común y 250 por la de los pocos ejemplares tirados en papel de hilo. Varios editores le hicieron al autor repetidas instancias para una reedición; varias veces -y siempre en vano- se atacó su amor propio ya que por las proposiciones pecuniarias nada se conseguía... Menéndez Pelayo ideaba una minuciosa revisión de su obra, que acaso nunca le sería posible realizar. ¡Refundir tres volúmenes de crítica escritos treinta años atrás! El que haya ensayado alguna vez corregir unas simples cuartillas ha tiempo escritas, podrá calcular cómo aparecería ante un Menéndez Pelayo la idea de rehacer unos cuantos miles de páginas.

Pero el maestro fue siempre excepcional desde el punto de vista de la labor. Después de haber rehecho capítulos enteros, examinado cuantas investigaciones arrojaron treinta años de labor mundial, contrapesado sus opiniones y las que le fueron adversas, decidiose, por último, a la reedición. No resisto al deseo de hacer conocer la palabra honrada del Maestro en las «Advertencias preliminares» donde, con una probidad literaria que no puede escucharse sin admiración, explica la tarea realizada, cuán grandes son los escollos para el investigador y cómo los juicios se reforman con el tiempo.

«Nada envejece tan pronto -dice- como un libro de historia. Es triste verdad, pero hay que confesarla. El que sueñe con dar ilimitada permanencia a sus obras y gustos de las noticias y juicios estereotipados para siempre, hará bien en dedicarse a cualquier otro género de literatura, y no a este tan  penoso, en que cada día trae una rectificación, o un nuevo documento. La materia histórica es flotante y móvil de suyo y el historiador debe resignarse a ser un estudiante perpetuo y a perseguir la verdad donde quiera que pueda encontrar resquicio de ella sin que le detenga el temor de pasar por inconsecuente. No lo será en los principios, si en él están bien arraigados; no lo será en las leyes generales de la historia, ni en el juicio moral que pronuncie sobre los actos humanos. Pero en la depuración de los hechos está obligado a serlo... Tiene la investigación histórica, en quien honradamente la profesa -añade en otro momento- cierto poder elevada y moderador, que acalla el tumulto de las pasiones hasta cuando son generosas y de noble raíz, y restableciendo en el alma la perturbada armonía, conduce por camino despejado y llano al triunfo de la verdad y de la justicia... No es necesario inconveniente que la historia se llame apologética, porque el nombre la haría sospechosa. Las acciones humanas, cuando son rectas y ajustadas a la ley de Dios, no necesitan apología; cuando no lo son, sería temerario e inmoral empeño el defenderlas...».

Examina después su tarea y como síntesis de su autocrítica he aquí estas palabras: «Otro defecto tiene, sobre todo el último tomo, y es la excesiva acrimonia e intemperancia de expresión con que se califican ciertas tendencias o se juzgan algunos hombres. No necesito protestar que en nada de esto me movió un sentimiento hostil a tales personas. La mayor parte no me eran conocidas más que por sus hechos y por las doctrinas expuestas en sus libros o en su enseñanza. De casi todos pienso hoy lo mismo que pensaba entonces, pero si ahora escribiese sobre el mismo tema lo haría con más templanza y sosiego, aspirando a la serena elevación propia de la Historia, aunque sea contemporánea, y que mal podría esperarse de un mozo de veintitrés años, apasionado e inexperto, contagiado por el ambiente de la polémica, y no bastante dueño de su pensamiento y de su palabra...».

He aquí cómo hablara de sí este pensador que acaba de desaparecer, quien a los 23 años era ya el autor de la Historia de los Heterodoxos españoles...  ¿Precísase decir de un intelecto que a tal edad producía obra de semejante empuje, que no podía ser un cerebro susceptible de cristalización y que por lo tanto había de evolucionar?

Dije que Los Heterodoxos  no abarcaron íntegro el plan de la obra de Menéndez Pelayo. Después, en efecto, de haber resucitado en esta obra el alma filosófica de la raza, era preciso revelar las diversas facetas de la misma. Y esto es lo que hace en La Ciencia Española, en la Historia de las Ideas Estéticas de España,  en la Historia de la Poesía Castellana en la Edad Media  y en la Historia de la Poesía Hispano-Americana.

En seis volúmenes nutridos de doctrina evoca Menéndez Pelayo, lo que fue estéticamente el alma íbera a través de los siglos. Temeroso de no poder ser justo, esta vez no llega a los días contemporáneos. Ya no es el «joven maestro» el que escribe. Es el pensador dueño de sí, impresionante y profundo. La Historia de las Ideas Estéticas en España  es uno de esos monumentos que la crítica transcendente deja muy de tarde en tarde en los pueblos a manera de  piedra de toque, o a modo de jalón indicador de los tiempos. Sería preciso rememorar esas contadas obras que como Los orígenes de la Francia contemporánea  han venido a sustituir las antiguas narraciones, por el análisis íntimo y la maravillosa resurrección de los grandes momentos, para hallar algún punto de comparación. Y aún así, no sería exacto, porque Taine trabajó sobre materiales manejables clasificados, pudiendo detenerse a voluntad en labores de adorno, sin otros obstáculos que los de la misma labor, sin una masa de opinión refractaria preparada por los siglos, las cosas, la adversidad... «Los franceses del antiguo régimen -dice el crítico francés- están muy cerca de nuestras miradas; todos nosotros en nuestra juventud, hemos podido frecuentar el trato de los supervivientes de ese mundo desvanecido; algunos de sus palacios subsisten todavía con sus habitaciones y muebles intactos. Con sus cuadros y estampas les seguimos en su vida íntima, vemos sus trajes, actitudes y gestos; su literatura, su filosofía y sus ciencias nos permiten reconstruir su pensamiento...».

Careció de estas ventajas el crítico hispano, que se vio en la necesidad de reconstruir el sentir nacional del pasado, extrayéndole milagrosamente de entre la ruina de las edades. Con esfuerzo genial amontona todo el polvo inerte de los tiempos y hace brotar de él vida, arte y belleza; la belleza que siglos tras siglos hiciera estremecer a un pueblo y que la marcha rápida de las cosas y el azar iban tal vez a ocultar para siempre como templo sepultado!

Si novedosa y atrevida es la concepción de Los  Heterodoxos, la de Las Ideas Estéticas de España es fascinante. Se desenvuelve inesperadamente a través de esta obra un mundo que ni sospechábamos. Sólo el tomo I, donde se examina a nuestros grandes ingenios de los días latinos, los Porcio, los Balbos, los Sénecas, los Lucano, los Marcial, los Quintilianos (antes tan rutinaria e indefectiblemente estudiados como romanos, sin querer ver el carácter hispano de sus temperamentos); sólo la revisión, hecha sobre el océano de la crítica panúrgica de varios siglos acerca de hombres, hechos, teorías y cosas, es de por sí algo que el espíritu admira y agradece como labor.

He hablado de crítica antipanúrgica y acuden a mi recuerdo tantas páginas valientes, novedosas, independientes y revolucionarias de este escritor ultramontano, que aún poseyendo espacio, no sabría cuáles elegir... Tal es en  Las Ideas Estéticas la plétora de belleza y acierto. Ved, por ejemplo, algunas palabras sobre el autor de Vita beata:

«Séneca, como todos los hispano-romanos del imperio, tiene la gloria de haber condenado con acerbas, elocuentes y varoniles palabras, los extravíos literarios de su tiempo, la retórica fría, convencional, y amanerada, el arte que hoy llamaríamos de salón,  las lecturas públicas, los espectáculos, el histrionismo declamatorio de los poetas, todo empleo innoble y bajo del arte y don divino de la poesía». «Enemiga del reposo del sabio (dice en la ep. 7.ª), es la conversación de muchos. Cada cual imprime en nosotros alguno de sus vicios... Retírate dentro de ti mismo cuanto puedas; no te lleve la ostentación del ingenio hasta el punto de recitar o disputar  ante muchos. No te diría yo que no lo hicieras, si tuvieses auditorio acomodado a tu entendimiento. Pero nadie hay en este pueblo que pueda entenderte... Créeme: no temas haber perdido el tiempo si es que has aprendido para ti».

«Este amor sumo al arte reposado, sereno, solitario, apartado del tumulto y confusión, lejos de la influencia corruptora del público, esa especie de aristocracia intelectual que Séneca quiere establecer, y por otra parte la intransigente rigidez de su criterio ético, le hacen condenar acerbamente todo arte popular, y combatir con encarnizado rigor el teatro, usando argumentos no muy distintos de los empleados en la famosa paradoja de Rousseau: «... no sólo vuelvo de un espectáculo avaro, ambicioso, lujurioso, sino que me hago más cruel e inhumano  porque al fin he estado entre hombres...».

«No es raro en Séneca esta desalentada misantropía, y aún puede añadirse que respira toda su doctrina una íntima tristeza que toca en los lindes del pesimismo. Vanidad es para él la gloria; vanidad el arte mismo que cultiva hasta con afección; vanidad, la ciencia humana; sólo el mundo moral se salva de la ruina. Y sin embargo, en estos escritos tan tétricos y desconsolados, a la continua, se encuentran las afirmaciones más rotundas que hay en la antigüedad, del progreso del género humano, en todas sus actividades...».

No continúo. Me falta espacio para hablar de otros aspectos de la obra del Maestro. Por lo demás, una sola cosa puede dar verdadera idea de tal obra: el leerla.

Después de Las Ideas Estéticas vienen los tres volúmenes de  La Ciencia Española donde sólo las 300 páginas del «Inventario Bibliográfico» suponen una labor monumental, y demuestran ellas solas la tesis de la obra; la existencia de una vigorosa tradición científica.

Finalmente, aparece la  Historia de la poesía castellana,  resurrección del alma poética de la raza, en su aspecto metropolitano en primer término; y después en el más amplio de gran conjunto humano formando el mundo inmenso hispanoamericano, donde los conceptos raquíticos de nacionalidad se funden en el más grandioso y futural de Raza Íbera...

Este es, en mezquino esquema, el plan seguido. En él están apenas indicadas las cuatro direcciones principales en que se desenvuelve la idea magna que desarrolla el gran evocador  en los treinta y tantos volúmenes  de la que podríamos calificar como la más colosal enciclopedia peninsular. En este plan que el porvenir respetará y consagrará definitivamente -puliendo facetas y corrigiendo líneas acaso ásperas, acaso precipitadamente talladas- queda encerrado el genio de la Raza en su  Pensamiento filosófico, en su  Aporte científico,  en su  Criterio estético  y en su  Alma poética...  Para desarrollarle, le fue preciso al autor la consagración de su vida. Y al considerar esto, ocurre pensar que quien sintió palpitar en su cerebro obra semejante y encontró energías para realizarla, no perteneció a la misma humanidad que pulula en torno nuestro. Él supo transmutar todos los amores, desechar todos los odios, extirpar todas las ambiciones, aprovechar todos los instantes para no malograr su paso por la tierra. Cumplió hasta donde pudo, una misión que acaso él mismo entrevió le había sido indicada. Con todo, no le alcanzaron sus días para dar completa cima a ella.

Lo que queda escrito -como afirma su discípulo predilecto el joven sabio Bonilla de San Martín- «bien completo está, aunque a buen seguro que si mil años hubiera vivido Menéndez Pelayo, otras tantas veces hubiera rehecho su obra». Pero en la colección completa de todas, la  Historia de la poesía Hispano-Americana  sólo queda con dos tomos definitivamente terminados. Iba a ampliarla con la Historia de la poesía en Brasil, cuyos materiales poseía, pero no le dio tiempo. Tampoco pudo concluir en este sentido la Historia de la poesía castellana en la Edad Media, ni la  Antología de poetas líricos españoles,  interrumpida en el tomo XIII, así como tampoco la continuación de la  Biblioteca de Rivadeneira,  etc. Mas todo lo que deja inconcluso, verá la luz pública, gracias a Bonilla de San Martín, que se encargará de ello.

En lo ya citado deja lo esencial. A esto hay que añadir varias obras menos conocidas pero no por eso de escaso valor como Calderón y su teatro, Arnaldo de Villanueva, Ensayo sobre tres opúsculos de Arnaldo de Villanueva, Horacio en España, La poesía horaciana, La novela entre los latinos, Estudios críticos sobre escritores montañeses, Los orígenes del criticismo y del escepticismo y especialmente los precursores españoles de Kant, y tantas otras.

Tal fue la obra y tal fue el hombre. Añadid a las anteriores muestras de creación y de pensamiento, las dotes del arte exquisito y las del estilo maravilloso y estaréis en camino de reconstruir siquiera una parte de la personalidad literaria del pensador, erudito, polemista, poeta y estilista que se llamó Marcelo Menéndez Pelayo.

Es posible escribir bella y claramente sobre cualquier materia; poseer un estilo elegante cuando elegantemente se piensa, pero no reunir las cualidades que caracterizaron el estilo de Menéndez Pelayo. Poseyó éste los múltiples matices de su privilegiado temperamento. Era a veces la rítmica habla conmovedora del poeta: otras, la palabra vigorosa de creador; muchas, la voz sencilla y serena del sabio, y era también, el acento vibrante del polemista, del creyente casi místico que anhela convencer, del cruzado de la espiritualidad que intenta salvar desesperadamente sus creencias en el naufragio de los tiempos...

Como poeta, en sus tradiciones y en sus obras personales, fue asimismo exquisito estilista de un clasicismo no exento de emoción. Sus cantos son plácidos ritmos de un horaciano sin desesperanzas, que no pide a la vida más de lo que ella puede conceder... Como escritor crítico, una elegancia natural y un entusiasta fuego -característico- caldea su prosa, que no cansa... Como expositor filosófico, pocos le igualaron. Nadie como él supo hacer agradable lo árido. Los problemas metafísicos transfórmanse cuando él los estudia, en algo revelador que nos interesa y nos afecta. Las entelequias incomprensibles dejan de serlo. Las repelentes logomaquias de los dialécticos conviértense en algo asimilable, mediante esa difícil facilidad peculiar de los cerebros que dominan las ideas sin dejarse dominar por ellas... Una página filosófica de Menéndez Pelayo enseña más que muchos tratados oficiales, porque lo que en éstos es letra yerta, es en él idea viviente...

Los que sintieron alguna inclinación al ejercitar el intelecto en el noble ejercicio de la filosofía y fracasaron ante la avidez hierática de los tratadistas, acudan aun a los escritos de Menéndez Pelayo y verán que todavía es posible en estos días de ramplonería mental, experimentar placeres intensísimos examinando fenómenos del pensamiento, ideas al parecer muertas y conflictos intelectivos cuya transcendencia apenas sospechamos, encenagados en la vulgaridad de lo que llamamos la vida.

Viriato DÍAZ-PÉREZ

Asunción, julio, 1912.

 

 BIBLIOGRAFÍA

 RESEÑAS PUBLICADAS EN LA REVISTA DEL PARAGUAY

(setiembre a diciembre, 1914)

FEDERICO RÜCK URIBURU: «ERNESTO O. RÜCK». SU VIDA Y SUS OBRAS

 

FEDERICO RÜCK URIBURU.- «Ernesto O. Rück». Su vida y sus obras.- Asunción, 1912 (Foliado en 8.º.- 88 páginas. Talleres de Zamphirópolos y Cía.- Calles Villarrica y Convención. Asunción).

El alemán Ernesto O. Rück, venido a Bolivia a invitación de Avelino Aramayo en 1857, juntamente con los Francke, D’Avis, Brückner, Reck y otros sabios extranjeros, fue uno de los caracteres más dignos de estudio que la vieja Europa enviara a las repúblicas americanas.

De la nobleza alemana, si bien conexionada su familia con personajes como el general Braun, actores en la Guerra de la Independencia americana, nada indicaba que este joven estuviese predestinado a vincularse definitivamente al nuevo mundo, donde había de contraer matrimonio con la argentina Carlota Uriburu, de ilustre estirpe, y crear después en Bolivia un hogar, del que salieran asimismo miembros distinguidos.

Fue Rück, según se patentiza en el estudio biográfico que tenemos a la vista, uno de los hombres que más contribuyeron al progreso de Bolivia, su patria adoptiva.

Él creó, por así decirlo, y organizó el Archivo Nacional, inaugurado en 1885 bajo su dirección, durante el gobierno del general Campero. Formó Rück, dicho Archivo con restos del de la Real Audiencia y Cancillería de la Plata y otros elementos dispersos, a los que añadió colecciones de copias de los Archivos de España y de otras instituciones europeas. Emprendió después la catalogación del mismo, correspondiente a los años de 1761 a 1825, por una parte, y de 1490 hasta 1630 en un segundo trabajo. Redactó además la importante Monografía de la Real Audiencia y Cancillería de Charcas para la que compulsó más de dos mil documentos, y dejó numerosos trabajos, publicados, e inéditos, en este orden de investigaciones.

Igualmente brillante fue su acción en los estudios de Estadística y su actuación en la institución del Crédito Público.

Verdadero polígrafo, estudió largos años la mineralogía y minería en el país, dejando entre otras producciones sobre el tema, una Historia de la Minería; una Descripción de los Minerales de Bolivia, etc.

Miembro de numerosas sociedades científicas extranjeras y colaborador de las más importantes revistas científicas de Europa y América prestó importantes servicios a su patria de adopción y a la ciencia en general con su inmenso bloque de publicaciones.

Los trabajos publicados por Rück forman una colección importante, aparte de la cual dejó inéditas numerosas obras entre las que figuran un Índice alfabético de los asientos mineros de Bolivia, un Diccionario minero hispano-americano y otras muchas asimismo novedosas.

Entre sus mejores trabajos se citan: Datos para la Historia del Potosí; Diccionario biográfico, estadístico e histórico de Bolivia; Efemérides bolivianas desde el 65 al 70; Guía general de Bolivia; Índice de los 16 tomos en folio de Reales Cédulas y Órdenes Superiores de Potosí; Materiales para un Diccionario eclesiástico del Alto Perú; Tratados de Bolivia aprobados; Nombres de lugares de la monarquía española donde se expidieron Reales Cédulas y Ordenanzas; Las plantas medicinales indígenas, redactada en vista de los trabajos de Herauld, Hidalgo, Hyeronimus, Montalvo, Delgado y el autor, etc., etc.

Dejó una gran biblioteca, notable por sus colecciones de autógrafos, manuscritos y documentos, y por estar constituida casi exclusivamente de obras relacionadas con Bolivia. En ella hay publicaciones antiguas, de mérito, desde el año 1555; obras raras sobre las lenguas aborígenes; una colección de unos diez mil folletos; otra de periódicos, compuesta de ochenta colecciones y otra de mapas y planos. Avalora aún más esta Biblioteca, el anexo de la importante Colección mineralógica clasificada que el sabio Rück formara en cuarenta años de estudio en los asientos mineros del país. El Gobierno boliviano tiene el proyecto de adquirir este importante instrumento de cultura.

La muerte de Ernesto O. Rück, acaecida en 5 de mayo de 1909, fue considerada como una verdadera pérdida nacional en Bolivia, y lamentada en Europa. «Una biblioteca culminante -bajo el Renacimiento- una de los primeros bibliógrafos que han proyectado luz en la historia nacional y colonial,  hombre de ciencia eximio, mineralogo sin rival, autor de obras de mérito extraordinario, de actuación eminente, de Alemana cuna; pero radicado desde los 22 años en nuestro país, al que dedicó su vida, inteligencia y esfuerzo, el ingeniero Don Ernesto O. Rück, ha sucumbido. La patria de su adopción, enorgullecida con el honor que sobre ella reflejara en cincuenta años de laboriosidad asombrosa sabrá honrar su memoria...».

Asimismo desde Europa, donde era conocido por su correspondencia durante 30 años con la prensa alemana, llegaron juicios como los emitidos por la célebre Gaceta de Colonia y Das Ecco de Berlín que dijo: «... de los países sudamericanos, Bolivia, con ser el más desconocido en Europa, viene a ser el que hoy más interesa al mundo científico e industrial de Alemania gracias a la asombrosa propaganda de Rück...».

F. D.


 EL CENTENARIO DE LA BATALLA DE LAS PIEDRAS

EL CENTENARIO DE LA BATALLA DE LAS PIEDRAS - 1811-1911. Homenaje popular a la memoria del Precursor.- Montevideo, 1912. (Un volumen en 4 mayor.- 224 páginas.- 17 láminas con fotografías.- Publicación de la Inspección de Instrucción Primaria. Imprenta de «El Siglo Ilustrado» calle San José 105, Montevideo).

Una importante contribución, valiosa para el conocimiento de la historia sudamericana, es la obra que deben los amantes de la investigación, a la culta entidad educacional uruguaya Inspección Nacional de Instrucción Primaria.

Progreso inmenso representa esta labor que, nuevo homenaje al héroe nacional Artigas, revela la potente orientación moderna de la crítica histórica uruguaya. El alma nacional unánime poseída del más noble conocimiento, de la más santa gratitud, la que nace del generoso culto de los héroes, está patente en esta obra. En ella pensadores, estudiosos y artistas, en íntima comunión del patriotismo, ofrendan al «Precursor» justo tributo de consciente admiración, y a los hechos del pasado glorioso, consagración más firme y definitiva.

Encabeza la obra el gran retrato ecuestre del general José Artigas, en el Hervidero, copia del de Carlos María Herrera, y un reposado trabajo del distinguido escritor Abel J. Pérez, al cual acompañan brillantes conferencias del gran maestro Zorrilla de San Martín, el insigne vate y creador hispanoamericano, el entusiasta patriota de La Epopeya de Artigas. Siguen importantes discursos, conferencias y producciones poéticas que delatan a simple vista que no por azar el país hermano, alcanzó el singular privilegio de legar a la literatura hispanoamericana esas dos cristalizaciones de mentalidad que se llaman Zorrilla de San Martín y Rodó, el creador de Ariel... Es la obra consagrada al Centenario de la Batalla de Las Piedras una verdadera revelación de intelectualidad, belleza, y personalidad espiritual. A que así sea, contribuyen múltiples cooperadores: Alberto Schinca, Washington Beltrán, Dardo Regules, Páez Formoso, Héctor Miranda, Martínez Vigil, Ismael Cortinas, Arocena, H. O. Maldonado, Buero, Carlos Rossi, de Salterain, J. M. Sosa, Papini, José P. Segundo, el ministro Manini   -112-   Ríos, E. Rodríguez Larreta, J. L. Martínez, Falcó, Echegoyen, Abel Pérez Sánchez, Dufrechou, Torres Ginart, A. L. Dellepiare, con homenajes reveladores de talento, estudio, arte, que hacen del conjunto tal vez la más valiosa colección histórico-literaria existente sobre el tema.


 JEAN CASABIANCA: HORAS TROPICALES

 

JEAN CASABIANCA.- HORAS TROPICALES - Paraguay.- París, 1914. (Un volumen en 4.- 164 páginas).- (Colección de «Méditerranée». Rue Chateaudun, 39).

En tomo elegantemente impreso, el popular autor de Nandutis bleus, ha reunido algunos de sus trabajos literarios, haciéndoles aparecer en París con el título de Horas tropicales. Aunque poco seleccionados, y no depurados de actualismos que devienen rápidamente inactuales y de notas de salón que no van bien al libro, tienen sin embargo su importancia dichos trabajos como ecos y recuerdos de la vida, toda vez que entre estos recuerdos hay algunos interesantes.

Lo son, en primer término, los artículos cruzados caballerosamente, entre el autor Casabianca, y el malogrado Rafael Barrett, sobre el tema «Napoleón». Natural de Córcega, Casabianca no pudo soportar aquel trabajo paradójico de Barrett. «El altruismo y la energía», en el que con el ingenio que era característico en el autor de Moralidades actuales, sostenía éste que el vencedor de Austerlitz carecía de energía.

Páginas salientes del volumen de Horas tropicales  son las que originara esta polémica. Y en honor a la verdad, sea porque la razón no le acompañara o por motivos que no hacen al caso, el hecho es que no obstante la talla del contrincante -cuya especialidad por lo demás era la polémica- Casabianca en sus artículos «Napoleón no tenía energía» y «Última altruística» representó esta vez la razón, revelándose defensor de mérito. Sin una palabra desagradable, sin salirse del tema; sin una sola alusión personal entre los contrincantes, esta breve polémica, puede recordarse entre nosotros como uno de los pocos casos en que del llamado «combate de ideas» surgió la luz y no la animosidad y el odio.

Dedica Casabianca en su libro, páginas de recuerdo a la vida y obra de Zola; al dulce Copée, amigo de los humildes; al inimitable Halévy que con Offenbach hiciera las delicias artísticas de varias generaciones con sus deliciosas creaciones Orfeo en los Infiernos o La Gran Duquesa; al interesante Catulle Mendès que en su Sainte Thérèse d’Avila abandona gallardamente la literatura escabrosa; al popular Coquelin Hijo cuyas creaciones en Thermidor de Sardou y Cyrano de Rostand no serán superadas; al malogrado Rafael Barrett, amigo querido del autor, y a otros ilustres desaparecidos por mal de las letras y del arte.

Hay asimismo un recuerdo en las páginas de Horas tropicales, para la breve estadía en el Paraguay de los escritores Jules Huret y Paul Groussac. Y en los trabajos sobre Una comida literaria, se habla de los «orígenes» y «fases» de aquella agrupación malograda que se llamó La Colmena, primer cenáculo exclusivamente «intelectual» que apareciera  en el país, cuya idea, Casabianca atribuye a Barrett erróneamente2.

Unas páginas sobre aquel filántropo, doctor Andreuzzi, que luengos años trabajara en el Paraguay; un artículo rememorando a la inolvidable educacionista Adela Speratti; otro consagrado al artista Centurión, y algunas notas sociales, integran el volumen con el cual aumenta sus títulos de laboriosidad sobre el Paraguay el profesor del Colegio Nacional señor Casabianca, quien por lo demás ha tenido el capricho de titular Horas tropicales un conjunto de impresiones, que más nos hablan de Europa que del «silencio canicular que la siesta esparce por la ciudad como los efluvios de una hada invisible».


 

L. MÉNDEZ CALZADA: DESDE LAS AULAS

 

L. MÉNDEZ CALZADA.- DESDE LAS AULAS.- Con prólogo del doctor Estanislao S. Zeballos, Buenos Aires, 1911.- (Un volumen en 4.º mayor.- 314 páginas.- Imprenta de Coni hermano. Calle Perú, 684, Buenos Aires).

El libro Desde las aulas, del joven escritor argentino Méndez Calzada obra digna de ser estudiada, vio la luz pública por iniciativa culta de un numeroso grupo universitario que la ofreció impresa, en homenaje al autor, para bien de las letras en general, a las que indudablemente, los distinguidos estudiantes hicieron un verdadero presente. Porque no es esta obra una de las muchas que vienen a aumentar nuestro bloque, ya inabordable, de papel impreso inútilmente, sino una contribución valiosa, que no es consultada sin provecho.

Al distinguido pensador que prologa el trabajo, doctor Estanislao S. Zeballos, le sugiere éste, algunos párrafos que corroboran tal opinión, y que por otra parte son en extremo reveladores para quienes siguen con interés el movimiento bibliográfico rioplatense. «La República Argentina -dice con laudable sinceridad el laborioso investigador- paga un tributo excesivo a la impresión. No diré que tal obra sea intelectual; lo es por excepción. El estímulo sabiente de nuestra producción de libros, folletos, revistas -añade- es la vanidad. Por eso no califico de intelectual una producción cuya mayor parte es frívola, irreflexiva e innecesaria. La verdadera producción intelectual es todavía limitada entre nosotros. Los libreros saben esto muy bien. Los autores, desencantados, se indignan contra la falta de cultura y de espíritu lector del país; y el país sonríe ante la plañidera protesta. Él elige lo que lee, y lee mucho extranjero porque es más eficaz que la improvisación nacional. Pero al mismo tiempo lee todo lo bueno que se publica en la República y agota pronto las raras impresiones de mérito. Con estas ideas y prevenciones he puesto los ojos sobre el volumen que el joven Méndez Calzada entrega al público...». Y añade, en conclusión: «He tenido una hora para estas páginas; y, abordadas con toda clase de precauciones, me encuentro, sin embargo, en presencia de un libro».

Y así es en efecto. Un libro no debe ser jamás el conjunto de páginas impresas en que delatamos puerilmente unas veces, o cínicamente otras nuestros tanteos prematuros, cuando no nuestras audaces pretensiones de exploradores, que las más de las veces terminan en el descubrimiento de un Mediterráneo... Menos debe ser aún, instrumento, deficiente por lo general, de arribismos, o ensayo de fuerzas que no se ejercitaron luengos años en la silenciosa pero ineludible disciplina de la meditación y del trabajo. Un libro debe ser un momento de nuestra vida hecho experiencia ofrecido santamente para mejora ajena; una participación en nuestras pequeñas conquistas y «hallazgos» brindada generosa, desinteresadamente, a los que buscan la verdad, aman la investigación, y se inquietan ante la inmensidad de lo no conocido. Y por eso es tan difícil encontrarse en nuestros días de reclamo y personalismo ante un libro! El mérito pues del joven Méndez Calzada es habernos proporcionado uno, en su obra modestamente titulada Desde las aulas. Por ella enviámosle desde estas páginas nuestro aplauso sincero.

¿En qué consiste -digámoslo siquiera en esquema- esta obra? En una brillante serie de estudios relacionados con los problemas llamados universitarios, en primer término; en una colección, de trabajos consagrados a interesantes temas jurídicos, históricos y sociológicos. Entre los primeros se estudia: la Huelga y otras interioridades de la vida universitaria; el Intercambio universitario y la actuación del profesor Altamira; los Congresos internacionales de estudiantes; la Universidad de Oviedo y la educación postescolar; el Obrero universitario, etc. En los segundos estudios figuran: la Prevención en materia general; el Método Positivo aplicado a las ciencias sociales y especialmente al derecho; las Fuentes de la Legislación argentina y el código de Las Partidas; la Dictadura y la Historia (interesante crítica de la obra de Carlyle sobre Francia); etc.

No podemos exteriorizar cuanto cada uno de estos trabajos nos sugiere. Cualquiera de ellos merecería una glosa detallada. Notable y generoso es el consagrado al gran maestro universitario español Altamira, a quien Méndez Calzada estudia también como americanista y apóstol de la Extensión Universitaria. Oportunas son las noticias que aporta sobre esta noble cruzada educacional de los tiempos modernos.

Divulga, en efecto (como el pedagogo Hancock Nunn en Inglaterra), los orígenes de la Extensión Universitaria. «Allí -nos dice- apareció la colonia universitaria de Toynbee Hall, maravilla de democracia social, fundada en 1880 por Arnold Toynbee, malogrado paladín de la extensión universitaria... Y se levantó el Palacio del pueblo para dar instrucción a los obreros «por uno de esos movimientos súbitos de generosidad pública que periódicamente agitan a Inglaterra». Allí, en el East End, en la ciudad maldita donde la taberna y el prostíbulo eran los lugares de cita del pobre cuando reinaban la niebla y el frío... Y se creó la Institución Politécnica de Regent Street para dar instrucción nocturna a 18.000 jóvenes... Y surgieron una serie de Colonias universitarias, esos edificios que nos describe Buisson (en reciente obra sobre el tema) con sus plantas trepadoras, sus fachadas estilo gótico, su torrecita con reloj, derramando torrentes de luz, durante las largas horas de noche invernal, a través de las vidrieras de sus amplios ventanales, por las cuales se ve a los obreros recogidos en el estudio y satisfechos, en pleno White Chapel, el barrio tenebroso de la capital de Inglaterra, ese barrio pústula asquerosa, donde todos los poderes sociales habían sido impotentes años y años para suprimir el imperio del ebrio, de la prostituta y del asesino.

«Vinieron luego los grandes centros universitarios de Oxford y Cambridge llevando la extensión a los pueblos rurales y a las grandes ciudades fabriles, en Reading, en Manchester, etc.».

«El ejemplo de Inglaterra se extendió a Norte América; a Francia donde los Congresos de Enseñanza, de 1895, del Havre y Burdeos, votaron este deber social como la suprema aspiración del momento presente; a España, cuya Universidad de Oviedo ha realizado una labor asombrosa en el sentido de la extensión universitaria y de las colonias escolares para adultos, bajo los sabios esfuerzos de esos maestros que se llaman Félix de Aramburu, Fermín Canella, Rafael Altamira, Adolfo Posada...».

Y amante de su país (donde positivamente la Extensión Universitaria como todas las instituciones que se relacionan con la educación, ha merecido el apoyo de los espíritus elevados) hace conocer las repercusiones honrosas para la Argentina, que en la nación existen; la Sociedad argentina de extensión universitaria, creada en 1906; el Instituto de enseñanza general, núcleo de jóvenes que fundara el estudiante Agustín Matienzo; el Instituto de extensión universitaria; la Universidad obrera de La Plata presidida por De Andréis; y la Universidad popular, con un historial de cinco años de labor.

Todas estas creaciones culturales, con sus cursos regulares y metódicos; sus programas modernos y amenos; sus divulgaciones científicas en todos los ramos de la actual curiosidad científica, honran al país. ¡Íntimamente desearíamos ver al Paraguay -que en tantos otros casos sigue, en la medida de sus fuerzas, el ejemplo argentino- secundar esta noble tendencia que tan débilmente en él se manifestara!

Entre los estudios que componen la obra del joven escritor Méndez Calzada, dos muy especialmente, merecen nuestra atención más especial. Uno es el dedicado a la crítica de la célebre obra de Carlyle sobre el dictador Francia. Las páginas de esta Revista han de consagrar algunos comentarios a este trabajo, en lugar preferente, concediéndole la atención que merece, por lo que nada decimos hoy sobre él. El otro estudio que queremos hacer conocer es el titulado Fuentes de la Legislación Argentina: El Código de Partidas.

Sin ser esta producción la más importante de la obra, tiene, empero, el mérito de ser de indiscutible interés, no ya para quienes estudian las fuentes de la legislación argentina, sino para cuantos investigan los orígenes del derecho hispanoamericano. La nobleza de juicios del señor Méndez Calzada sobre el antiguo derecho hispano, la sencillez de la exposición y la exactitud de las apreciaciones hacen  este trabajo, por lo demás modesto, una contribución digna de ser conocida.

D. P.


 R. MONTE DOMECQ: EL PARAGUAY, SU PRESENTE Y SU FUTURO

 

R. MONTE DOMECQ. EL PARAGUAY, SU PRESENTE Y SU FUTURO.- (Buenos Aires). 1913. Un volumen en folio.- 425 páginas.- 2.000 grabados.- Edición de lujo. (Editor R. Monte Domecq. Asunción).

Monte Domecq, el autor -entre otros trabajos- de la valiosa obra El Paraguay en su Primer Centenario, una de las producciones de propaganda más notables que aparecen sobre el país, presenta aun sobre el mismo tema la importante contribución titulada El Paraguay, su presente y su futuro.

Cuanto pudiera decirse sobre esta obra meritoria y útil, fruto de la laboriosidad del distinguido editor señor Monte Domecq, no sería sino glosa de alguno de los numerosos y laudatorios juicios que mereciera de la prensa nacional y extranjera. Los lectores de nuestras notas y bibliografías, recordarán, por lo demás, palabras anteriores sobre obras similares a la que hoy nos presenta el editor paraguayo; obras, cuyos autores -entre ellos el mismo señor Monte Domecq- se propusieron abarcar en conjunto la vida nacional bosquejando las diversas manifestaciones de progreso y cultura del país. Añadiremos en esta ocasión que una vez más, el autor de El Paraguay, su presente y su futuro ha realizado tarea de patrimonio, proporcionando a su país uno de esos instrumentos de propaganda que tan necesarios son, y tan solicitadas por la curiosidad extranjera.

Dijo  El Diario refiriéndose a ella:

EL PARAGUAY, SU PRESENTE Y SU FUTURO, es una magistral compilación de datos e informes sobre el país, precedidos de brillantes artículos que suscriben nuestros más reputados intelectuales.

Quien quiera conocer el país, desde todos los puntos de vista de la actividad; quien quiera valorar el grado de su adelanto cultural, el brillo de su vida mundana, el eco de su labor prolífera y fecunda, su fuerza militar, puede acudir a las páginas de la nueva obra, y en ellas hallará robusto acopio de datos e ilustraciones.

El libro, revestido de artística cubierta, impreso admirablemente, es un exponente de primorosa labor gráfica que hace honor a la gran casa editora, la Compañía Sud Americana de Billetes de Banco, de Buenos Aires.

Monte Domecq, algo más que la efímera palabra de aplauso, merece una consideración estimable, proporcionada a la magnitud de su esfuerzo, y un aliento que le haga perseverar en su tarea, que aunque comercial, redunda en sano provecho de los intereses nacionales.

Las firmas del Doctor Domínguez, Bertoni y otros muchos más de conocida notoriedad y valía, prestan singular prestigio al bello libro nacional, que pronto ha de figurar, según se merece, en cada hogar paraguayo, y se ha de difundir en el extranjero llevando el eco de nuestro adelanto presente y las esperanzas inmensas que nos ofrece el futuro. 

Añadió El Nacional, varios conceptos semejantes a los antecitados, entre los que afirmaba:

 

Este libro es el segundo de la serie que su autor se propone publicar sobre el Paraguay.

El presente es una hermosa obra de gran formato, nítidamente impresa con más de dos mil grabados entre retratos y vistas.

Con ella a la vista el extranjero puede adquirir cabal idea sobre el estado de desenvolvimiento progresivo a que ha llegado nuestro país, su historia, sus grandes fuentes de riqueza, su estado de cultura, sus instituciones orgánicas.

 

 

Y en realidad nada tan justo como el elogio unánime con que El Liberal, El Tiempo y la prensa nacional, saludó la aparición de esta obra de cuya importancia gráfica, informadora y social tal vez hablemos en ocasión oportuna con más detenimiento, al continuar estudiando la serie de sus similares sobre el Paraguay.

F. D.

 


 MARÍA J. LUJAMBIO: PÁGINAS DEL CORAZÓN 

MARÍA J. LUJAMBIO.- PÁGINAS DEL CORAZÓN. Montevideo. 1912. (Un volumen en 4.º.- 144 páginas.- Editor: Julio V. Oria. Talleres Gráficos de «Iris». Villa del Cerro).

En la dedicatoria de este volumen, la autora, joven poetisa uruguaya, dice con encantadora ingenuidad: «Escritas sin pretensiones, estas páginas despojadas de galas literarias, no he tenido otro objeto, al reunirlas, que dejar en ellas las inspiraciones del corazón, para ofrendarlas, con mi cariño, al amor de mis amores...».

Y ha cumplido sus deseos. María J. Lujambio,  ha dado vida a las inspiraciones de su alma juvenil, y cristalizadas en forma bella, las ha consagrado a un ser querido. El lector un poco sentimental halla en estas páginas, acentos de emoción exteriorizados con arte y ecos de un hondo poetismo, que hacen en extremo atrayentes los cantos de esta artista de la palabra que al rimar sus anhelos íntimos tenía diez y ocho años!

El prologuista de estas canciones, Castiglione Galli, dice acertadamente hablando de ella: «... tiene una facultad de sencillez que casi ignora y que no pide sino perseverancia».

Y en verdad, si María Lujambio persistiese en la lucha, sentimiento no precisaría, ni emoción, para atraer la atención literaria sobre dotes que hoy mismo son visibles. Hay espontaneidad en ella. A las pasiones puramente personales de hoy, sucederían mañana anhelos de resonancia más humana, y la disciplina estética nos podría entregar una nueva creadora. Lo hace suponer la existencia de algunas estrofas actuales:

 

 

   Te vi cuando la tarde declinaba

   
 

triste como aquel sol en agonía.

   
 

Me apenó tu tristeza ¿qué tenías

   
 

      aquella tarde, di?

   
 

 

 

La joven cantora uruguaya no habrá de ser olvidada de nosotros. Los propios méritos que revelan sus versos bastarían para que así fuese. Pero ella tiene otros: alguna vez los dolores del Paraguay impresionaron su alma generosa. Alguna vez las tragedias de los días amargos de un pasado aún no , conmovieron su espíritu vinculado por la amistad con amigos nuestros. La muerte del que fuera Adolfo Riquelme, inspirole estas estrofas que figuran entre las Páginas del corazón:

 

 

CAROLINA ESCOBAR

 

 

I

 

 

   ¡Oh novia infortunada! La noche que tutela

   
 

los sueños de la vida, también se hizo en tu Amor!

   
 

La racha furibunda, el ábrego que hiela...

   
 

¡Las brumas de un invierno besando tu ilusión!

   
 

 

 

   No más las tibias brisas del suelo paraguayo

   
 

halagarán tu oído como en tiempo mejor,

   
 

ni de su sol ardiente bajo el divino rayo

   
 

te bañará el perfume de los campos en flor!

   
 

 

 

   ¡Oh novia infortunada! ¿Qué fue de tus ensueños?

   
 

Como agostadas flores, como marchitos sueños

   
 

para siempre cayeron cuando Adolfo cayó...!

   
 

 

 

   La noche se hizo eterna sobre tu dicha trunca

   
 

y el Duelo a tus oídos te arrulla un ¡Nunca! ¡Nunca!

   
 

más frío, más helado que el tétrico dolor...

   
 
 

 

 

II

 

 

   Yo lloré tu dolor. Yo te he seguido

   
 

a lo largo de campos desolados

   
 

en busca de aquel hombre idolatrado

   
 

¡ay! ya en cadáver yerto convertido...

   
 
     

 

 

   ¡Cómo habrás en tus duelos maldecido

   
 

la mano del que hirió tu bien amado!

   
 

Y cuánto habrás, noble mujer, llorado

   
 

sobre las ruinas de tu amor perdido!

   
 

 

 

   ¡Carolina Escobar! Pálida y triste

   
 

virgen que a solas sus viudeces llora

   
 

sin encontrar para sus penas calma.

   
 

 

 

   Suya «en la vida y en la muerte» fuiste!

   
 

Hoy como ayer tu corazón le adora.

   
 

¡Grande es tu corazón, inmensa tu alma!

   
 
 
 

 

 




 PIERRE PARÍS: ESSAI SUR L’ART ET L’INDUSTRIE DE L’ESPAGNE PRIMITIVE

 

PIERRE PARÍS.- Essai sur l’Art et l’Industrie de l’Espagne primitive.- París. Leroux. 1903. (Dos volúmenes; 360 y 328 páginas; 323 y 464 grabados; 12 y 11 láminas y un mapa).

Tema, el del arte arcaico hispano, hasta no ha mucho apenas estudiado, ha venido adquiriendo en los últimos tiempos un interés excepcional merced a los notables trabajos a él dedicados por arqueólogos nacionales y extranjeros.

Un apriorismo injustificado había menospreciado las investigaciones ibéricas con una ligereza sólo comparable al entusiasmo que al presente despiertan, del cual es un ejemplo la obra de que hablamos.

Aún se recuerda la desconfianza con que una parte de las academias francesas acogieron los descubrimientos de las célebres pinturas prehistóricas de la cueva de Altamira. De recordar es hoy, el hecho de que, al no haberse encontrado repeticiones   -126-   del arte desconcertante y extraño de la famosa cueva cantábrica, aún serían tenidas por apócrifas sus singulares pinturas. De todos conocida es la insidiosa crítica que mereciera el estupendo hallazgo de las sorprendentes esculturas del Cerro de los Santos, que hoy conserva el Museo Arqueológico de Madrid, y que durante algún tiempo fueron consideradas como una de las más grandes falsificaciones existentes del arte antiguo. Y quién sabe cuánto esta desconfianza acerca de las supervivencias arcaicas hispanas pudo influir en el triste hecho de la venta del famoso busto de la Venus de Elche, que perdido para España, resplandece actualmente en lugar predilecto del Louvre.

A manera de reparación aparecen hoy en día obras como la de que hablamos (que nos fuera remitida parcialmente) y que como otras varias de su tendencia, han venido a dejar anticuadas e incompletas las «Historias del Arte» hasta no ha mucho publicadas. No es ya posible, en efecto, estudiar las manifestaciones artísticas de la antigüedad prescindiendo de las interesantísimas producciones que presenta la arqueología hispana. Así lo han comprendido recientísimos investigadores que como Pijoan consagran al pasado íbero una atención que no hubiera sido concebible antes de ahora.

Los estudios de L. Heuzey, la Memoria de A. Engel, patentizando la autenticidad de las esculturas del Cerro de los Santos, y otros trabajos, han atraído las miradas del mundo sabio sobre los restos del pasado ibérico, que no vacilamos en afirmar, encierra transcendentes sorpresas para la ciencia.

La obra de Pierre París, de Burdeos, Essai sur l’Art et l’Industrie de l’Espagne primitive es ya un indicio. Obtuvo dicha obra, publicada bajo los auspicios de la Academia de Inscripciones y Bellas Letras de París, éxito merecido, recayendo en ella el premio Martorell, de Barcelona, en el Concurso de 1902. Y nada más justo que el favorable recibimiento que a este trabajo dispensó la alta crítica. La intuición de Pierre París se hizo merecedora a ello.

Partiendo el distinguido sabio francés, de la autenticidad de los restos prehistóricos ibéricos, que vino a estudiar a la península, e impresionado por la potente personalidad y originalidad de los mismos, supuso que no podían ser únicos en su clase y emprendió sus exploraciones que dieron entre otros resultados el felicísimo hallazgo del busto de Elche, uno de los restos más interesantes del arte anterromano peninsular.

La obra de Pierre París resucitando, agrupando y analizando los restos inconexos, dispersos y hasta no ha mucho menospreciados de un arte antiquísimo, cuya importancia hoy todos admitimos, es una de esas contribuciones dignas del sabio, que no podrá olvidar la posteridad.

En espera de conocer mejor el trabajo de París, al que nos placería poder algún día estudiar más detenidamente, terminaremos las presentes líneas reproduciendo las generosas palabras con que el autor del Essai finaliza su tarea. Y son éstas:

Si la historia de la plástica de los Íberos es corta, nada en cambio tiene de vulgar; el busto de Elche la ilumina con su esplendor y esa obra maestra basta para su gloria.

 [...]

Pláceme que el genio íbero resulte íntimamente unido con el genio griego, y que este libro, que quisiera haber escrito en honor de España, lo esté también en honor de Grecia, la gran iniciadora.

 



 C. REY DE CASTRO: CONGRESO CIENTÍFICO AMERICANO

 

C. REY DE CASTRO.- Congreso Científico Americano.- Reunido en Buenos Aires bajo los auspicios de la «Sociedad Científica Argentina». Actuación del delegado del Perú y del «Ateneo de Lima».- Barcelona 1912.- (Foliado en 4.º.- 66 páginas.- Imprenta de Luis Tasso.- Calle Arco del Teatro 21 y 23, Barcelona).

Carlos Rey de Castro, el distinguido diplomático y laborioso escritor peruano, que tan gratos recuerdos dejara entre nosotros, nos hace conocer en este trabajo, algunos pormenores relativos al Congreso Científico Internacional Americano que se celebrara en Buenos Aires del 10 al 25 de julio de 1910 al cual concurrieron, como es sabido, importantes personalidades de la ciencia hispanoamericana, y una de cuyas sesiones (21 de julio) fue presidida por los doctores Adolfo Posada y el mismo Rey de Castro, ambos amigos del Paraguay y autores de trabajos sobre el país. La nota saliente del opúsculo es la Memoria del propio Rey de Castro sobre «Los idiomas primitivos de América como factores psicopedagógicos», estudio ameno y de divulgación cuyas conclusiones son:

1.ª La formación del lenguaje está subordinada al progreso infinitamente lento de los instrumentos  cerebrales y vocales y de las costumbres sociales.

2.ª El espíritu de un pueblo o de una raza se refleja en su lengua respectiva, sirviendo ésta, a la vez, de fórmula y límite al espíritu.

3.ª El manejo de las voces de idiomas en que se ha llegado al más alto grado de abstracción y generalización, exige una capacidad psíquica correlativa.

4.ª Las lenguas americanas tienen características propias que las distinguen de las indoeuropeas y en las cuales juega papel relevante la onomatopeya.

La prensa argentina dedicó encomiásticos artículos a la actuación y trabajo del señor Rey de Castro, lo que no nos extraña. Entre nosotros Francisco L. Bareiro ya había dicho refiriéndose a él, en el folleto El Paraguay en la República Argentina:

 

Ha escrito mucho, en libros, folletos, revistas y diarios, y todas sus producciones, además de originales, deleitan e instruyen. Artista de la forma, pensador en cada línea, sujeta su vigorosa imaginación, bullente y siempre nueva, a una rigurosa lógica, resultando su estilo, según frase de un apreciado escritor, rebosante de calor, de verdadera poesía, a la par que de exactitud.

 




 MAESTRATI - GRUYER - FERMÍN DIDOT:

LAS TRES ISLAS DE LA EPOPEYA NAPOLEÓNICA

 

MAESTRATI - GRUYER - FERMÍN DIDOT.- Las tres islas de la Epopeya napoleónica.- («El nido del águila.- Napoleón rey de la isla de Elba.-   El cautivo de Santa Elena»).- Un volumen en folio; 552 páginas. 15 láminas y 96 grabados.- Salvat y Cía. Editores. Barcelona (calle Mallorca 220).

En edición de lujo, artísticamente documentada con profusión de ilustraciones, los distinguidos editores Salvat, han aumentado las publicaciones de habla española, con la obra Las tres islas de la Epopeya napoleónica. Una vez más han demostrado los populares bibliopolas barceloneses la selección con que van aumentando su ya extenso catálogo y los progresos verdaderamente sorprendentes del arte tipográfico y editorial en la capital catalana, que compite hoy con los más importantes emporios de producción librera del mundo.

Poco podemos decir por nuestra parte sobre el tema de la obra mencionada. Cierto es lo que nos recuerdan acerca del particular los señores Salvat. Lo que pudiera denominarse literatura «napoleónica», bloque bibliográfico ingente, exige luengos años de investigación, y, como la literatura «cervantina» en España, viene dando origen a una pléyade de estudiosos especialistas a quienes el porvenir tendrá que agradecer la posesión de una base firme para la edificación de juicios definitivos.

Como el título indica, el lector encuentra estudiados en esta obra tres períodos de la vida napoleónica que poéticamente denominados «el nido del águila», «el reinado de la isla de Elba», y «el cautiverio en Santa Elena», corresponden a momentos que no pueden ser de mayor interés: los orígenes, la declamación y la desaparición del grande hombre. Excepcional éste, hasta en las más insignificantes circunstancias de su vida, ofrece a la consideración de aquellos a quienes interese, lo que llamamos coincidencias, la realmente curiosa de que, tres islas, tres insignificantes y aislados puntos de la tierra, estuviesen vinculados misteriosa y fatalmente a existencia tan grande que casi llena ella sola durante un momento toda la tierra, y es ella sola el eje de la historia humana. Córcega, la bella y poética île de beauté, donde escribiera Séneca las páginas más conmovedoras que nos legara Roma; Córcega el pequeño retiro marmediterráneo que impresionara a Rousseau hasta el punto de llevarle a lanzar la profecía -en realidad inexplicable- de que un día aquella isla podría asombrar al mundo, tuvo el singular privilegio de engendrar al ser extraordinario que, bien o mal juzgado, es y será siempre uno de esos tipos de excepción de que se vale la humanidad en el transcurso de los siglos para realizar sus altos designios...

Menos conocida que la bella Córcega, Elba, la segunda isla napoleónica, aparece no obstante revestida de la importancia histórica adquirida por cuanto se relacionara íntimamente con la existencia del emperador.

Es curioso que la isla de Elba haya sido tan poco visitada hasta fecha reciente por los viajeros. Las ilustraciones de no ha mucho popularizaron algunas de las numerosas e interesantes supervivencias históricas que encierra. La obra de Gruyer, editada por Salvat, resucita la historia y la leyenda de la isla, sobre la que recayó de nuevo la curiosidad pública con motivo de la visita que realizara el rey Víctor Manuel.

Aprovechando éste un paréntesis de las maniobras navales, visitó con sus ayudantes y estado mayor, la villa imperial de San Martino que domina el mar a pocos kilómetros de Porto-Ferrajo. Sabido es que los sucesivos propietarios de la villa, han conservado cuidadosamente los recuerdos todos del emperador, y que, en especial, el príncipe Demidoff hizo de San Martino un verdadero museo napoleónico.

Nos hacen conocer las publicaciones de la época, que durante su visita, el rey de Italia se volvía frecuentemente hacia sus edecanes, los generales Brusati y Trombi, y les decía: «¡Qué hermosos recuerdos! ¡Qué piadosamente conservado se halla todo! ¡Se creería uno, verdaderamente, en la atmósfera del grande hombre!». Y felicitaba calurosamente al propietario actual, el ex diputado Pilade del Buono, que les hacía los honores de la casa. Al caer la tarde, el rey se retiró con sentimiento, volviendo aún la cabeza y prometiendo volver. Y luego, durante la comida, no habló sino de las maravillas conservadas en San Martino.

Esta visita regia basta para explicar el movimiento de curiosidad que devolvió esa isla olvidada a la actualidad europea.

Con este motivo, el gran público tuvo noticia de una cosa que sólo sabían algunos eruditos: que la isla de Elba no guarda sólo recuerdo de Napoleón, sino también de Víctor Hugo.

Sí; Víctor Hugo pasó tres años en la isla de Elba. ¡Y qué años! Aquellos en que se despertaran en él el alma, la palabra, la vida. No tenía sino mes y medio de edad cuando fue transportado desde Besanzón  a la isla de Elba. Su padre que era capitán en Besanzón, fue enviado de guarnición a Porto-Ferrajo y el pequeño Víctor quedó allí hasta los tres años cumplidos, fortificándose en aquel ambiente saludable y sereno. En la alcaldía de Porto-Ferrajo lo recuerda la siguiente lápida conmemorativa:

 

Aquí en Porto-Ferrajo, estuvo en su primera edad Víctor Hugo. Aquí nació su palabra, que más tarde, lava ardiente y sagrada, debía circular en las venas de los pueblos. Y quizás los tres años vividos en este ambiente, a que el hierro y la mar proveen de átomos, reforzando su cuerpo menudo y enfermizo, reservaban a la Francia el orgullo de haberle dado cuna, al siglo la gloria de su nombre, a la humanidad el apostolado de un genio inmortal.

 

 

Para ir a la isla de Elba se puede partir de Bastia o de Liorna, pero lo mejor es embarcarse en Piombino; sólo hay algunas horas de mar y cuando el Mediterráneo está calma, el viaje es encantador.

El aspecto de la isla es de los más seductores; la entrada del puerto agradable, y la villa de Porto-Ferrajo, clara y alegre. La villa de San Martino está a cuatro kilómetros de camino ancho y cómodo.

En cuanto a Santa Elena, la Isla del Ocaso, notable es el trabajo de Fermín Didot y en extremo interesante «Napoleón en el Destierro». De todos modos tienen razón los que creen que tal vez se ha fantaseado mucho sobre el tópico de este destierro; y a esta tendencia pertenece Fermín Didot, quien analiza la conducta de Hudson Lowe, el carcelero de Napoleón, y restablece (según testimonios entresacados de la correspondencia oficial del Marqués de Montcheun, comisario de Francia en la isla) la verdad sobre el temor y respeto que, aún encadenado, infundía el Águila, herida en Waterloo «más bien por la mano de la Providencia que por el acierto de sus debeladores».

En suma puede repetirse que en la vida del célebre corso eran hasta no ha mucho mejor conocidos los días de gloria que los momentos de angustia que hoy pueden estudiarse imparcialmente, siendo Las tres islas de la Epopeya napoleónica una de las obras que mejor cumplen este cometido.

El Consulado y el Imperio -seriamente descritos por la pluma del que fuera ministro de Luis Felipe y primer presidente de la República francesa- era «cantera inagotable, de donde con los picos de la pluma, arrancaron compiladores y epitomistas sobrada materia para divulgar en compendios y manuales, las esplendentes proezas de las campañas de Italia, Prusia y Austria»; en tanto que la modesta infancia, la novelesca juventud y los tristes días del «bufonesco» reinado en Elba, o de la siniestra extinción de Santa Elena, no podían ser hasta ahora fácilmente conocidos por falta de obras autorizadas, y puestas al alcance del público, especialmente el de habla castellana, habiendo suprimido esta dificultad el esfuerzo realizado por la Casa Salvat, a la que una vez más felicitamos.



 

G. R. S. MEAD: NEUF UPANISHADS

 

G. R. S. MEAD.- NEUF UPANISHADS.- Traduits en anglais par... et Jagadisha Chandra Chattopadhyaya. Traduction française de E. Marcault.- París 1905 (Un volumen en 8.º XVIII.- 187 páginas. Librairie de «L’art indépendant»).

G. R. S. Mead, el distinguido investigador, autor de obras tan novedosas y atrevidas como Fragments of a forgotten Faith, la genial reconstrucción del pensamiento gnóstico, y otros trabajos científicos, tradujo de la literatura sánscrita, para el público de habla inglesa, nueve tratados de los denominados Upanishads.

Esta traducción hecha por el orientalista Mead en colaboración con el escritor indo Jagadisha Chandra Chattopadhyaya, sirvió de base, a su vez a una versión francesa esmeradísima, la del profesor Emilio Marcault, a la que con inmenso retraso, que lamentamos, dedicamos hoy las presentes líneas.

Independiente del valor intrínseco de la versión del profesor Marcault, tiene el volumen titulado Neuf Upanishads, el mérito especial de ser el primer conjunto de dichos tratados que aparece en lengua francesa. Aparte de esto, se trata de una labor concienzuda digna del traductor, espíritu analista y minucioso, y asimismo digna de la materia, de suyo difícil y compleja.

Se ha dicho que si hay alguna literatura profunda y grandiosa es la literatura inda cuyas obras arrancaran verdaderas exclamaciones de asombro, cuando su aparición en Europa, a genios tan opuestos como el de Goethe y Lamartine. Pero, si hay producciones de índole complicada, son asimismo,  las sánscritas. Se diría que la enrevesada citología del panteón indo y los cincuenta signos del alfabeto devanagari pesaran sobre su arte literario. Su doble carácter grandioso y obscuro es constante. Y si en algún género de obras es inmediatamente manifiesto es en los Upanishads. Decía Schopenhauer refiriéndose a ellos: «No hay en el mundo estudio alguno... tan bienhechor y elevador como el de los Upanishads. Él ha reconfortado mi vida; él será el consuelo en mi muerte». Aún descartando la exageración y paradoja que pudiera haber en las palabras del acre pesimista, hablando de «consuelo» bien se ve que los citados asertos le impresionaron profundamente. Pero los analistas y comentadores afirman, por otra parte, que estos tratados, vienen a ser, como la kabbalah hebraica, un laberinto filológico. Ni aún en las traducciones están contestes.

Es categórica la afirmación de Max Müller sobre el particular:

No quiero dar a entender que considero mi traducción actual como completamente desprovista de incertidumbre. Nuestros mejores críticos saben hasta qué punto estamos aún lejos de una comprensión perfecta de los Upanishads

 

(The six systems of Indian philosophy)

               

 

 

He aquí pues, algo que debe tenerse en cuenta y que avalora el esfuerzo de los traductores Mead y Marcault. El mismo Max Müller desconfía de las versiones e interpretaciones de estas obras. Y acaso el investigador inglés Mead, por la misma razón, quiso emprender este trabajo en colaboración con un indo escritor. ¿Lograron ellos y el francés Marcault vencer tales dificultades? Cabe sospechar que se habrán acercado a la meta, en lo posible, en lo hoy permitido, dado el estado de nuestros conocimientos filosóficos y filológicos. Pero ellos mismos saben cuántas dudas han aparecido en su camino, algunas de cuales señalan.

Para nosotros, algunas de dichas dudas, más que a otras causas, debieran achacarse a la estructura de nuestras lenguas occidentales modernas, pobres en cierto modo, comparativamente con el sánscrito, que sabido es llega a lo inverosímil de la sutilidad en las expresiones metafísicas y a lo extraordinario en transmutaciones y atrevimientos sintácticos.

De aquí viene que los traductores ingleses hayan tenido que valerse en sus versiones de unos mismos términos (self y Self, por ejemplo, en inglés; Moi, Soi, etc., etc., en francés) con variantes ortográficas, para designar conceptos que teniendo palabra propia en sánscrito, carecen de equivalente en nuestras lenguas. De aquí viene también el barbarismo adoptado por los traductores hispanoamericanos del «Mismo» con mayúscula y sentido sustantival; barbarismo que está pidiendo revisión por parte de los entendidos, y que hoy por hoy no aceptamos.

Los traductores Mead y Marcault han tenido presente al realizar sus respectivos trabajos las mejores ediciones existentes, así como los comentarios y estudios sobre el particular de los más renombrados orientalistas. Los nueve Upanishads que han elegido, (el Isha, Kena, Katha, Prashora, Mundakya, Mândûkya, Taittiriya, Aitareya y Shvetâshvara) son muy interesantes, y dentro del orden de estas producciones, algunos de ellos llegan, hasta para profano, a la belleza literaria misma, que en estas producciones suele esfumarse perdida en la intrincada exposición oriental.

Importante nos parece la tarea realizada, y si concedemos más atención a ella de la que suele dedicársele, en nuestros ambientes, es instados por el deseo de despertar también entre nosotros la afición hacia estudios que hasta el presente han sido privilegio de los grandes centros culturales del mundo.

Por otra parte, aprovecharemos la ocasión para decir que no pueden ignorarse los orígenes, por remotos que puedan parecernos, de nuestra propia cultura. La mitología y filología comparadas han evidenciado que los Arios, Indos y Persas, Retoestavos y Germanos, Celtas y Griegos, o Romanos todos poseyeron una misma lengua y un mismo culto. Son nuestros antepasados primitivos y nos interesan. Fueron por lo demás una de las más excelsas estirpes de la tierra: «arios» los «nobles» los «fieles» los «leales» los «sinceros». Veinte siglos antes de Cristo ya eran viejos entre ellos los Vedas, estupenda e impresionante biblia que cada vez conmueve más hondamente la atención sabia mundial.

Y con estos Vedas están relacionados nuestros Upanishads. Sabido es que la ortodoxia habla de cuatro; el Rig-veda, o libro de los himnos (en el cual hay canto, como el 129 del libro X que no ha  sido superado en lengua alguna; el Yajur-veda o libro de los ritos; el Sama-veda o libro de los cánticos; y el Atharva-veda o libro complementario de las fórmulas, etc. Sabido es además, que en cada Veda hay los Mantras o verdaderos textos litúrgicos; las Brahmanas o prescripciones ceremoniales; y las Aranyakias, o instrucciones para los que se retiran a la vida contemplativa (de aranya, bosque). Los Upanishads pertenecen a este último género de escritos. No son en su mayoría tratados de tan remota antigüedad como los propios Vedas pero son producciones de suma importancia, en la literatura védica e interesantes para el estudio de la inda en general. Traduciremos, eligiendo al azar, alguno de los fragmentos más asimilables. He aquí uno del Kathopanishad y otro del Kandogya.

KATHOPANISHAD. (Primera sección. Primera parte).

1.- Vajashravara, un día, deseando una recompensa, hizo ofrenda de todo lo que poseía. Tenía, dice la historia, un hijo denominado Nâchiketas.

2.- (El cual) cuando llevaban la ofrenda, aunque todavía joven, entró la fe en él y se dijo:

3.- «Si se les retira el agua que beben y la hierba que comen (estas vacas de la ofrenda) han dado toda su leche y no tienen ya fuerza (para ser ordeñadas...). Aquellos que ofrecen dones como estos (condenados están), retornan (a la vida, al renacimiento)».

4.- (Entonces) dijo a su padre por dos veces:

«¡Oh querido (padre)! ¿A quién me donarás tú?». Su padre le respondió: «A la muerte te doy».

5.- Nâchiketas reflexionó:

«Parto de un gran número (de seres) y voy al seno de un gran número (de seres). ¿Qué es lo que Yama (la Muerte) hará ahora de mí?».

6.- «Mira hacia atrás y ve lo que fue de ellos antes... como el trigo, un mortal se destaca; como el trigo, renace».

7.- (Esto pensando) Nâchiketas se dirigió a la morada de la Muerte y en ella permaneció tres días, porque la Muerte estaba ausente. Cuando regresó, sus cortesanos le dijeron:

«Es como el fuego, cuando un huésped Brahman penetra en las casas. Para calmarle, los hombres le hacen una ofrenda. Trae agua ¡oh Vaisvasvat! (Muerte)».

8.- «Esperanzas, anhelos, comunión con los santos, palabras amables, sacrificios, caridades públicas, hijos, hacienda, todo esto, es arrebatado al insensato en cuya casa, permaneciera en ayuno un Brahman».

9.- Entonces la Muerte dijo:

«Por estas tres noches que has pasado en ayuno en mi morada, ¡oh Brahman, huésped respetable!, todos mis respetos para ti; que el bien sea conmigo; demándame por ello tres dones en cambio».

10.- Nâchiketas respondió:

«Que Gotama (mi señor, padre) no esté ya inquieto, que se calme su espíritu y quede sin cólera contra mí, ¡oh Muerte!

Que me reconozca y acoja cuando tú me dejes partir. Éste es el primero de los tres dones que te pido».

11.- La Muerte añadió:

«Con mi asentimiento, tu padre Auddâlaki, el hijo de Aruna reconocerá (a su hijo) y será como antes. Dormirá sus noches en la paz y su cólera se desvanecerá, viéndote libertado de la boca de la Muerte».

12.- (Nâchiketas continuó):

«En el mundo celeste, no existe el menor temor, porque tú, (¡oh Muerte!), tú no te encuentras en él... El hombre no teme (en ese mundo) la vejez. Habiendo dejado tras de él el hambre y la sed, habiendo extinguido todo sufrimiento, él se regocija en el mundo celeste...».

13.- «Tu alma reverenciada, ¡oh Muerte!, conoce bien el Fuego que conduce al cielo; ¡muéstramele! porque yo estoy lleno de fe. En el mundo celeste se vive libertado de la muerte. Éste es el segundo don que te ruego».

14.- (La Muerte respondió):

«Ahora te lo declararé; presta oído; porque yo conozco, ¡oh Nâchiketas!, el fuego que conduce al cielo. Sabe que este (fuego) encerrado en lugar secreto es, a la vez, el medio de llegar a los mundos sin fin y (también) a su base».

15.- (La Muerte) le describe entonces este Fuego, origen (fuente) de los mundos; y qué piedras (constituyen un altar); y cuántas y cómo (están dispuestas). Y (Nâchiketas) le repite, a su vez, lo que ella le había explicado (de tal suerte que) la Muerte transportada le repite aún:

19.- «He ahí tu Fuego, Nâchiketas, el que conduce al cielo, el que tu pidieras como segundo don. A ti, en verdad, los pueblos referirán este Fuego. Pídeme tu tercer don, ¡oh Nâchiketas!».

20.- (Nâchiketas dijo):

«(Existe) esa duda famosa sobre el estado post-morten (sic) del hombre... Es -dicen los unos-. No es -dicen los otros-. ¡Esto es lo que yo quisiera saber de ti! Éste es mi tercer don».

21.- (La Muerte respondió):

«Los dioses mismos, en otro tiempo, dudaron sobre este punto.

En verdad, no es punto éste fácil de conocer. Sutil es esta ley. Pídeme, ¡oh Nâchiketas!, otro don; no me obligues; relévame de éste...».

22.- (Nâchiketas replicó):

«En verdad, los dioses dudaron sobre este punto; y tú, ¡oh Muerte!, afirmas que es difícil conocerle. ¡Nadie como tú para hablar de él (sin embargo)! ¡Y no hay otro don que pueda igualarse a éste!».

23.- (La Muerte continuó):

«Pídeme hijos centenarios y nietos también; abundantes rebaños, caballos y elefantes; oro, pídeme, y extenso territorio; y vive tú mismo tantos años como sea tu voluntad...».

24.- «Pídeme un don como éste, si le juzgas bueno; la riqueza y el medio de vivir mucho tiempo... Sobre la tierra inmensa; ¡oh Nâchiketas!, sé rey. Yo calmaré todos tus deseos...».

25.- «Deseos difíciles de realizar sobre la tierra; de todo esto demándame cuanto te plazca... Ninfas con sus carros y sus laudes; jamás los mortales tuvieron sirvientas semejantes: yo te las entrego. Pero no me interrogues, ¡oh Nâchiketas!, acerca de la Muerte...».

26.- (Nâchiketas respondió):

«¡Cosas de un día!... Toda vida es corta... Para ti los carros, para ti las danzas y los cantos».

27.- «Ningún hombre puede estar satisfecho con la riqueza. ¿Tendremos nosotros bienes (¡oh Muerte!) en tanto te percibimos?

¿Poseeremos la vida en tanto tú reines?

El don que he pedido (ése) es el que me conviene».

28.- «¿Qué hombre mortal, sujeto aún a la decrepitud, entre los dioses inmortales e imperecederos, conociendo y comprendiendo sobre la tierra los goces de la belleza y sus favores, qué hombre se regocija de la vida, por larga que ella sea?».

29.- «Aquello por lo cual los hombres tienen esa duda: ¡oh Muerte!, lo que acerca de ella hay sobre el gran más allá, enséñame. ¡Nâchiketas no pide otro don que éste que va hasta el secreto (de todas las cosas)!».

 

Así dice en su primera parte este Upanishad que nos hacen conocer el inglés Mead y el francés Marcault. Si hubiésemos de detenernos no ya a comentar sino a enumerar los diversos fragmentos llenos de belleza y sugestión que aparecen entre los nueve tratados elegidos por los citados traductores, nos saldríamos de los límites que debe tener una noticia como la presente. Nos resistimos, empero, a la tentación de dejar asimismo traducido aquí unos párrafos de un Upanishad (no incluido en la obra que motiva estas líneas) que tomamos de otra colección, y que puede asimismo dar idea, por lo menos desde el punto de vista literario de este género de producciones. Nos referimos al Khandogya Upanishad (prapathaca VII; khanda I) que dice así:

1.- Narada acercose a Sanatkumâra (un día) y le dijo: «¡Enséñame, Señor!». Sanatkumâra le contestó: «Sírvete decirme lo que tú sabes; yo te diré después lo que hay todavía más allá».

2.- Narada dijo: «Yo conozco el Rig-veda, Señor, el Yajur-veda, el Sama y el Atharva... Y también el Itihasa-purana. Y el Veda de los Vedas (la gramática); el Pitrya (ritual para el sacrificio por los antepasados); el Rasi (ciencia de los números); el Daiva (ciencia de los prodigios); el Nidhi (ciencia del tiempo); la Vâkovakya (lógica); la Ekâgana (ética); la Devavidya (etimología); Brahmavidya (pronunciación); Siksha (ceremonial); Kalpa (prosodia);  la Bhûta-vidya (ciencia de los demonios; la Kshatra-vidya (ciencia de las armas); Nakshatre-vidya (astronomía); la Sarpa y Devagana-vidya (ciencia de las serpientes y venenos, y de los genios perfumes, danza y juego). Todo esto es lo que yo sé».

3.- «Mas, con todo esto, Señor, yo conozco únicamente los Mantras (fórmula de vibración especial); conozco los libros sagrados pero yo no Me conozco. Y he oído decir a hombres como tú, que el que se conoce vence a la tristeza. Y yo estoy triste, Señor. ¡Ayúdame a vencer esta mi tristeza!».

Sanatkumâra respondió: «Todo cuanto has leído se reduce finalmente a un solo nombre».

4.- «Un nombre es el Rig-Veda, "Todo no es más que un nombre solo". ¡Medita en ese nombre!».

 

¿Podríamos juzgar la literatura inda por pequeños fragmentos, inconexos, que pasaran por varias lenguas antes de llegar a la nuestra, y tomados al azar entre centenares de producciones de su inmensa y proteica literatura? Ni por estos fragmentos, ni por otros cien, sin un estudio profundo y disciplinado de la lengua, mentalidad e ideas filosóficas y religiosas que la informaron. Si no entendemos a Hesiodo, por ejemplo, en su Erga kai hemerai, con sólo traducir del griego, menos podremos penetrar el sentido de creaciones tan separadas de nosotros por los siglos y el ambiente como los Puranas o los mismos Upanishads. Pretender juzgar de estas obras dado el usual bagaje de conocimiento que sobre ellas poseemos, es una herejía mental comparable a la de querer juzgar el Talmud o la kabbalah hebraicas con el hebreo que se estudia en los seminarios  y los datos que nos aportan los manuales. No ya estas producciones, que aparte de algún fragmento literario (como los que hemos traducido) son místicas, filosóficas o religiosas; sino las exclusivamente literarias de los pueblos de habla sánscrita, son inabordables para nosotros sin pacientes y penosas preparaciones y sin esa previa depuración mental que sigue a las severas disciplinas.

Un célebre pensador, feliz en ocasiones en sus juicios, Pompeya Gener, tiene, en apoyo de cuanto decimos; párrafos brillantes. En su Historia de la Literatura dice:

La parte fabulosa de tal literatura es inabordable por el estudio. Es tan difícil penetrar en ella como lo es al explorador europeo entrar en los bosques milenarios del Himalaya. La atención más robusta se pierde en medio de las ficciones, como un elefante en la espesura de los bambúes y de las lianas. Entre la inteligencia europea y el alma inda se levantan cien millones de dioses monstruosos, cambiantes, multiformes, que se desvanecen para reaparecer transformados por una continua metamorfosis... En la India el análisis es tan difícil como el apostolado y la conquista...

[...]

El drama, como el poema hindo, reúne todos los extremos y todos los contrastes. Lo mismo tiene catorce actos o veinte cantos, que se reducen a una escena o a un solo ditirambo. Hay en ellos metros de cuatro sílabas, y versos colosales, desmesurados, como los reptiles de las primitivas épocas geológicas, que tenían colas de ciento cincuenta pies. Tan pronto es todo un pueblo de personajes el que se nos presenta, hablando cada uno de por sí, como es uno solo, un ventrílocuo que recita un monólogo con réplicas de voces lejanas.

[...]

De esta literatura podríamos decir que el desarreglo es su regla. En un abrir y cerrar de ojos sus escenas pasan de la Tierra al Cielo. Y los monstruos lo mismo que los animales y los seres humanos, intervienen en ella de la manera más imprevista... El genio hindo ha designado a cada pasión, a cada sentimiento, un color determinado bajo la protección de una divinidad especial... En cada acto del drama, o en cada pieza dramática un color predomina y lo invade todo. Así la escena se empavesa del color que en ella domina. Y hay dramas Blancos, Oro, Encarnados, Azules, Morados, etc.

[...]

El Teatro, en especial, no sólo es polícromo, sino también políglota. Los personajes principales hablan de sanscrito, la lengua sabia y sagrada ininteligible al vulgo profano. La heroína se sirve del pracrito, lengua dulce y arrulladora, que es a sanscrito lo que el italiano al latín. Sus sirvientas y amigas hablan un dialecto menos puro. Los mercaderes, los soldados, y demás gente subalterna no pueden emplear más que un caló grosero según los oficios u ocupaciones de los que lo hablan...

 

Y en síntesis añade:

¿Qué le queda, pues; a esa literatura, se nos preguntará, a esos poemas y a ese Teatro desbordante de mitología desenfrenada, pero desprovisto de heroísmo, de vis cómica y de interés trágico?

[...]

Dos cosas que compensan estas lagunas: el sentimiento de la Naturaleza y la sublimidad del amor. El paisaje y la mujer, profundamente sentidos, he aquí sus dos grandes atractivos, más superiormente sentidos que en nuestras literaturas modernas; esto es lo que da a la literatura postbrahmánica un encanto de que carecen nuestras letras europeas.

 

Algo más podría Gener haber encontrado de característico en la literatura de que habla y algo menos en sus deficiencias. Bien que el ilustre crítico especifique hablando de un período postbrahmánico, para nosotros hay heroísmo e interés trágico en el arte indo. Lo hay en las grandes epopeyas Ramayana y Mahabharata y no se comprende por qué habría de interrumpirse la existencia de estos sentimientos en épocas determinadas. Y la misma vis cómica, que Gener niega, será palmaria, evidente, para quienes hayan leído entre otras cosas el Hitopadeça y otros libros de su género tan abundantes en la antigua literatura inda. Pero no hemos de extendernos más.

Lleguen, al maestro Mead, nuestras palabras, en lo que tengan de alentadoras para el amigo que siempre recordamos desde su brevísima estadía en el Palacio Jifré de Madrid; e igualmente al antiguo compañero y amigo profesor Marcault a quien adeudábamos luengo tiempo ha un juicio sobre sus Neuf Upanishads, lamentando que éste haya consistido en las desautorizadas líneas presentes.

D. P.






 REVISTAS

(LA REVISTA HISTÓRICA DE MONTEVIDEO)

En extremo interesante, como siempre, la REVISTA HISTÓRICA, de Montevideo (n.º 18, tomo IV), publicada por el Archivo y Museo Histórico Nacional, y dirigida por el prestigioso intelectual don Luis Carve. Su sumario es el siguiente: Palomeque: Movimientos políticos de 1853; Dirección: Apuntes históricos sobre el descubrimiento y población de la banda oriental; M. Berro: Autobiografía de Francisco Martínez; Barbagelata: Anotaciones en la «Memoria de los sucesos de armas que tuvieron lugar en la guerra de la Independencia de los Orientales con los Españoles y Portugueses, y en la guerra civil de la Provincia de Montevideo con las tropas de Buenos Aires, desde 1811 hasta 1819»; Blanco Acevedo: «Historia de Alvear con la acción de Artigas en el período evolutivo de la Revolución Argentina de 1812 a 1816» por G. F. Rodríguez; Fernández Saldaña: Pintores y escultores uruguayos; La Dirección: Los Mensajes; Diario de la guerra del Brasil del ayudante J. Brito del Pino, desde 1825 a 1828; Historia del Congreso de la Capilla Maciel; José Salgado: Diario de la expedición del brigadier general Craufurd; H. D. Fajardo: Alejandro Magariños Cervantes; Castro López: Pampillo en Montevideo; Sierra y Sierra: Prehistoria; Fernández Medina: Síntesis de Historia literaria; F. Varela: don Santiago Vázquez; etc.

Nos ocuparemos de algunos trabajos de esta publicación en nuestro número

De importante trabajo puede calificarse el aparecido en la Argentina como «Número único» de una publicación consagrada a manera de homenaje a la memoria del padre Bolaños. Consiste en una colección de estudios de interés especial para el Paraguay y tiene el título siguiente:

 

A FR. LUIS DE BOLAÑOS / Apóstol de la Fe/ Fundador de Pueblos/ Hervio en virtudes/ y en obras prodigioso/ LA PROVINCIA FRANCISCANA DE LA PLATA / interpretando/ la veneración y el cariño/ de las/ generaciones de trescientos años/ que le/ reconocen «Precursor»/ de su civilización/ este homenaje dedica y consagra 1629, 11 de Octubre 1913/ Buenos Aires/ Convento Franciscano.

 

 

No sólo importante para el estudio de la historia religiosa rioplatense es el trabajo que han realizado los venerables padres franciscanos que forman la «Provincia» del Río de la Plata. Para el conocimiento de los obscuros días de la Conquista; para la investigación de las antiguas misiones civilizadoras, para el restablecimiento de la verdad histórica sobre tiempos aún no suficientemente conocidos, es una labor en extremo valiosa. Consagración histórica de un Héroe singular y simbólico, prototipo legendario y venerable del misionero hispano, lleno de fe y unión, iluminado, abnegado; el padre Bolaños, es el Homenaje realizado, una obra loabilísima, que debemos agradecer con los amantes de la piedad religiosa, los interesados en el estudio de la historia.

Colaboran en este homenaje las mejores plumas religiosas y profanas del Río de la Plata, ofreciendo ya el resultado de sus investigaciones, ya palabras  de amor y de aliento. Encabezan la colección los distinguidos padres fray Julián B. Lagos, superior de Orden en la Provincia; el ilustre arzobispo de Buenos Aires y el excelentísimo señor Internuncio, con oportunas palabras de recuerdo. Siguen después colaboraciones del general Mitre; de Guido Spano; de los ilustrísimos señores obispos Abel Bazán y Zenón; de Ricardo Rojas; de Monner Sans; de los padres Villalba, de la Cruz Saldaña; Melián Lafinur; y entre otras no menos importantes aparecen tres contribuciones debidas a plumas paraguayas, una debida a don Juansilvano Godoi, otra al padre Maíz, y la tercera al distinguido y personalísimo poeta, que labora en la Argentina, pero que es considerado en el Paraguay como una esperanza de las letras patrias: Eloy Fariña Núñez.

Treinta y siete ilustraciones y numerosos autógrafos, avaloran y documentan científicamente los trabajos, figurando entre ellas, reproducciones de cuadros antiguos; retratos; facsímiles de obras antiguas en guaraní; paisajes, localidades y escenas de lugares relacionados con la vida de Bolaños, etc.

HOJAS SELECTAS, de Madrid, publicación de la Casa Salvat, de Barcelona, (número 6, año XII) nos presenta un trabajo descriptivo, bellamente ilustrado, sobre una nueva colección francesa: el Museo Jacquemart-André, ya del dominio público. Y es alentador observar como en medio del medioevalismo batallador de que aún no ha salido nuestra civilización, surgen empero por doquier las más delicadas, las más exquisitas demostraciones de una cultura, una generosidad y una elevación de alma  que pocas veces en la historia habrán sido tan frecuentes como en estos últimos tiempos. El caso de espíritus superiores y abnegados que consagran una existencia entera a aglomerar tesoros y maravillas que luego legan a su muerte, desinteresadamente, aumenta cada día, tendiendo a dotar a los Estados de masas enormes de arte, de riqueza, de saber ante las cuales, en breve, serán insignificantes las más célebres colecciones del pasado.

Con varios grandiosos legados se han enriquecido últimamente Francia, España y otras naciones. La primera nación, con el Museo de que hablamos y la dotación de la Biblioteca Thiers. La segunda nación entre otras donaciones, con las de 40.000 volúmenes de la admirable Colección Menéndez Pelayo, etc. Y para dar una idea de lo que estas grandiosas herencias nacionales significan: Hablemos de las dos primeras.

Cumpliendo la última voluntad de la señora Jacquemart-André cuyo nombre llevará el nuevo museo francés, los cuadros y tapices de la soberbia colección quedarán colocados en las estancias del magnífico palacio del bulevar Haussmann, tal como los dispuso en armonía de conjunto la experta mano de la legataria sin que se parezca en nada la admirable composición a esas monótonas galerías y salas de cuyas paredes cuelgan los cuadros y en cuyos ángulos se alzan las esculturas en repulsiva confusión de lo bueno, en el Museo Jacquemart-André, muebles, tapices, cuadros y estatuas adornan los salones con todo el esplendor de las mansiones suntuosamente alhajadas para la vida artística. Consta el edificio -tal como se nos describe en  la revista citada- de un cuerpo central flanqueado por dos alas y la entrada se abre bajo una vasta marquesina de vidrieras que da paso a un patio decorado con sobria elegancia desde el que se entra a los diversos departamentos de la magnífica morada convertida en museo.

«Por la valía de las obras y el renombre de sus autores bien puede afirmarse que ninguna otra colección particular aventaja, ni siquiera iguala a la que hoy es propiedad nacional de Francia con el título de Museo Jacquemart-André. El origen de esta colección se debe a M. Eduardo André, que nació en 1833 de familia acomodada, pues su padre era banquero y pudo proporcionarle la esmerada educación que en aquellos tiempos recibían en colegios de nota los hijos de la aristocracia de la sangre y del dinero. Dio el niño André evidentes pruebas de su amor al arte, y cuando ya hombre, dueño por natural herencia de la pingüe fortuna de sus padres, resolvió emplear gran parte de ella en la adquisición de obras raras de arte. El gusto por las armas llevole a la milicia e ingresó como oficial en el batallón de guías de la emperatriz Eugenia con el que tomó parte en las campañas de Italia, y en la expedición a Méjico, ascendiendo hasta mariscal de campo. Como los ocios de la paz enervaran algún tanto su temperamento cuya índole hondamente artística no podía hallar satisfacción en la vida de fiestas y placeres mundanos, que al elemento militar ofrecía con tanta frecuencia el segundo imperio, se retiró de la milicia en 1863 para dedicarse con entera libertad a sus aficiones artísticas, reuniendo poco a poco las más hermosas obras de su colección. En aquella época no se había despertado todavía entre anticuarios, aficionados y coleccionistas la áspera y muchas veces desleal porfía por la adquisición de obras artísticas, que posteriormente llegó a extremos inverosímiles sin retroceder ante la falsificación y el engaño. Se relacionó Eduardo André con los principales anticuarios de Europa especialmente de Italia y Francia y gracias a su congénita intuición artística a su innata facultad de discernir entre lo auténtico y lo apócrifo, entre el mérito aparente y el real, descubrió magníficos cuadros cuya valía ignoraban sus poseedores y pudo adquirirlos a precios que hoy nos parecen inverosímiles por lo módico. Un retrato de Rembrandt le costó 25.000 francos, otra obra del mismo autor "Los discípulos de Emaús", la adquirió por 15.000 sin tener en cuenta el que la vendía su imponderable mérito artístico, pues Rembrandt logró en ella por procedimientos de extrema sobriedad un efecto de vigor insuperable. Uno y otro cuadro del famoso maestro flamenco se estiman hoy en 500.000 francos cada uno. El delicioso cuadro de Fragonard: "La primera sesión de la modelo" de asombrosa virtuosidad, costó entonces 20.000 francos y está actualmente tasado en un millón. Adquirió un Donatello por 3.000 francos, un Goya por 400, y una guache de Guardi por 310.

Sucedía esto hacia el año 1872, cuando quiso la suerte que en una tertulia de sociedad le presentaran a una joven pintora la señorita Nelie Jacquemart, discípula aprovechadísima de Léon Cogniet, y muy renombrada a la sazón en París por su talento artístico pues había pintado los retratos al natural de personajes tan conspicuos en aquella época como Víctor Duvuy, el general Paladines, el mariscal Cawobert, el cardenal Perraud y el presidente Thiers. Entablada la conversación preguntole André a la señorita Jacquemart si tendría inconveniente en pintar su retrato, y como ella aceptase gustosa el encargo hubo de ir André a su taller para servirle de modelo, y en el curso de las sesiones pudo apreciar perfectamente el gusto artístico, la inteligencia y la energía de la que al cabo de nueve años, en 1881, había de ser su esposa.

Cuando la señorita Jacquemart ascendió a la categoría social de señora de André, dio de mano a los pinceles para acompañar a su esposo en la infatigable pesquisición de obras artísticas. Todos los años, por primavera, marchaba el matrimonio a Italia, y como entonces no regían leyes prohibitivas de la exportación de obras de arte, trabaron íntimas relaciones mercantiles con los anticuarios de la península, con los aficionados y más particularmente con los descendientes arruinados de familias de vieja estirpe de cuyos palacios proceden la mayor parte de los tesoros artísticos que en sus anuales excursiones adquirían los cónyuges, tomando la delantera a otros pesquisidores y sobre todo, al sagacísimo Bode director del Museo de Berlín, quien muchas veces se encontró con que el matrimonio André había descubierto y adquirido pocos días antes el codiciado tesoro.

De esta suerte se llevaron a Francia el famoso fresco de Tiépolo que adorna la elegante escalera del palacio del bulevar Haussmann y representa la "Visita de Enrique III a la quinta de Mira". El pintor Florentino conmemoró este episodio dos siglos después de acaecido, en la pared del salón principal de la quinta tan galantemente visitada por el monarca. En 1593 la quinta era propiedad de un griego llamado Demetrio Homero a quien Eduardo André ofreció 22.000 francos por el fresco de Tiépolo. No se hubiera mostrado el coleccionista tan espléndido con la oferta y de seguro que Homero consintiera en ceder una pintura cuyo mérito estaba muy lejos de estimar, ni mucho menos de que con el tiempo llegaría a valer más de un millón de francos. Así fue que cegado por la que le parecía suma exorbitante, no sólo cedió el fresco sino además un amplio entrepaño con dos otras figuras del Tiépolo y dos hermosos leones de piedra que, sentados hoy sobre la marquesina vidriada del Museo, reciben con serena inmovilidad al visitante.

Más todavía que la habilidad mercantil demostrada por Eduardo André en la compra a tan bajo precio de tan hermosa obra de arte, es de alabar el tino con que procedió a su arranque y transporte sin que sufriera el más leve deterioro. Al efecto se aplicó contra la pintura una tela muy recia y fuertemente encolada, dejándola así algunos días hasta que, adherida por completo, se arrancó la tela, quedando en ella fijada la tenue capa de estuco sobre que estaba pintando el fresco. Arrollada la tela se embaló cuidadosamente despachándola para la capital de Francia, en donde se aplicó sobre el revés de la pintura otra tela más fuertemente encolada todavía que la primera. Al cabo de algunos días, cuando ya estuvieron secas se arrancaron ambas telas una tras otra y el fresco apareció intacto sobre el envés de la segunda tela. Esta operación se llevó a cabo con sumo cuidado y no dejó de causar serias inquietudes por tratarse de una obra cuyo deterioro involucraba, aparte de la pérdida material, la mucho más deplorable que suponía su valor artístico. En cuantos la presenciaron, según se asegura, produjo análoga impresión a la de esas operaciones quirúrgicas de cuyo acierto depende la vida del enfermo y su casi milagrosa curación.

Los más escrupulosos peritos evalúan en cincuenta millones de francos las obras de arte coleccionadas por los esposos André; pero el ya mencionado señor Bode, director del Museo de Berlín, que conocía el verdadero valor de tantas preciosidades y deploraba amargamente no haberlas podido adquirir, las tasaba en cien millones.

La apertura al público del Museo Jacquemart-André fue una sorprendente revelación, pues la generosa viuda que tan espléndido legado ha hecho a su patria no consintió en vida que visitaran su colección gentes desconocidas, reservando la entrada en sus salones a los huéspedes ilustres, príncipes extranjeros, reyes destronados y personajes de nota, que admiraban en el palacio del bulevar Haussmann tesoros artísticos que ni hubieran podido imaginar.

Muerto su esposo, madame Jacquemart-André llevó más lejos aún sus pesquisas y trajo algunas obras notables de la India; pero aunque fue tan asidua en su labor como su difunto esposo, sobresale más que por nuevas adquisiciones de obras maestras, por la colocación que supo darles en elegante conjunto. Es preciso ver el Museo para advertir hasta dónde alcanzaba el exquisito gusto de aquella mujer adorablemente artista, pues lo que presta a la colección su carácter único e incomparable es el decorado. El palacio del bulevar Haussmann no contiene más que muebles de estilo y época, en estancias decoradas según el mismo estilo de los muebles, con tapices y entrepaños de la época, espléndidamente alhajadas con cuadros o esculturas pertenecientes también a la misma época de los muebles, pues no puede calificarse aquel edificio de Museo por el estilo de los que vemos con mucha frecuencia en los capitales populares con sus alas vastísimas que parecen corredores de cuartel o claustros de conventos, sino que es un suntuoso palacio particular alhajado con infinidad de obras de arte.

Al morir la señora de André, en mayo de 1912, no sólo cumplió los deseos que le había manifestado su esposo, sino que, aparte de ello dio pruebas de su modestia, ya que hasta después de muerta y abierto el testamento, nadie supo el destino que confería a su palacio y a las obras de arte contenidas en él.

Entre los tapices de Beauvais que penden de las paredes del Museo Jacquemart-André hay algunos que el difunto coleccionista pudo encontrar el año 1870 en una vieja mansión cerrada desde 1789 en que sus moradores emigraron a Suiza. El primer piso del Museo tiene tres espaciosos salones, uno de ellos dedicado al Renacimiento italiano, otro a los pintores flamencos y el tercero al siglo XVIII.

Ocupan sitios de honor los lienzos de Rembrandt, Van-Dyck, Hals, Ruydae, Rubens, Fragonard, Watteau, Chardin, Natier, Greuze y Boucher, aparte de magníficos tapices de los Gobelinos y de  Beauvais y de mármoles y tierras cocidas de Pigalle, Pajon Lemoine y Falconet. Entre los mármoles antiguos hay una "Victoria" notabilísima por su noble al par que ingenua actitud.

De los retratos son dignos de mención el del fundador del Museo, Eduardo André, debido al pincel de Winterhalter, que representa al retratado en uniforme de mariscal de campo. Se ven también otros dos hermosos retratos: el de "Un franciscano" pintado por Murillo, y el del doctor Arnaldo Tholinx, de Rembrandt.

El Museo, es como hemos dicho propiedad de la nación; pero el legado quedó protocolizado a nombre del Instituto de Francia, que tomó posesión del edificio con todas sus pertenencias en el mes de mayo de 1913, resolviendo que el Museo quedase abierto a todos los ciudadanos los domingos, de 1 a 4 de la tarde, reservándose la mañana de los mismos días para que los aficionados, obreros, artistas y estudiantes pudieran dedicarse a trabajos de observación, crítica y copia. Los jueves son días de pago, desde las once de la mañana a las cuatro de la tarde.

El Instituto de Francia ha nombrado conservador del Museo a monsieur Emilio Bertaux, catedrático de Historia del Arte en la Sorbona y famoso entre profesionales eruditos y aficionados por sus notables estudios sobre la España meridional y especialmente sobre la Italia meridional.

La víspera de la inauguración quedó terminado el Catálogo, que fue de labor en verdad espinosa, pero llevado a cabo con insuperable escrupulosidad y tino. Ejemplo de ello tenemos en el curiosísimo entrepaño pintado al óleo por Carpaccio, cuyo asunto ponía en confusión a los inteligentes. ¿Qué representaba aquella placentera cabalgata de nobles damas que se presentan ante un venerable varón acompañada de un clérigo de rizada cabellera? El señor Jorge Lafenestre miembro del Instituto logró hallar tras pacientes indagaciones el significado del asunto en un pasaje del Canto primero de La Tebaida, de Boccaccio. El cuadro representa la embajada que Hipólita, reina de las Amazonas, envió a Eneo, rey de Atenas. La perplejidad tenía por causa que todos los personajes visten a manera del Renacimiento.

Seguramente que los extranjeros que vayan a París no dejarán de visitar los nuevos tesoros artísticos con que el patriotismo de los legatarios ha enriquecido a la nación francesa, para ejemplo de los coleccionistas y aficionados de otros países, que también podrían enriquecer al suyo en legados, si no de tanto valor y cuantía, al menos bastante estimables para constituir el núcleo de futuros museos».

Hasta aquí el Museo Jacquemart-André. ¿Y el legado de la colección Thiers? Desde 25 de noviembre del año anterior la gran biblioteca del autor de la Historia del Consulado y el Imperio, es pública, pudiendo visitarse los martes y jueves de una a cinco de la tarde. Para entrar en ella es necesaria una autorización del Instituto.

La Biblioteca ocupa el antiguo hotel de la plaza Saint-Georges, legada al efecto por la señorita Dosne a las cinco academias.

Según el deseo de la donante, el edificio íntegro  debe ser consagrado a la Historia, la ciencia preferida del célebre político.

Thiers, contra lo que pudiera creerse, no dejó una enorme biblioteca, sin duda por haberse especializado mucho en la elección. La totalidad es simplemente de 20.000 volúmenes, pero hay que tener presente lo que representa esta cifra si se advierte que sólo se refiere a obras referentes a historia moderna desde 1789. El mérito de la biblioteca, en lo que ésta es un verdadero tesoro, es en la cantidad de obras sobre la Revolución, sobre los acontecimientos de 1848 y sobre la Comuna de 1871, los tres períodos más relacionados con la vida de Thiers ya como historiador, ya como hombre de Estado. Una de las más preciosas adquisiciones de esta biblioteca, fue la hecha en 1911, de la colección imperial y militar formada por Henri Houssaye.

La Biblioteca Thiers, actualmente, no ocupa más que el piso segundo del edificio con que ha sido legada. La sala de lectura es el antiguo gabinete de trabajo de Thiers. En ella están expuestos en una vitrina, encima de la chimenea, diversos objetos ofrecidos al libertador del territorio: las llaves de Belfort, un reloj de Besançon regalado por los patriotas del Franco-Condado; y los retratos de los cuatro últimos soldados alemanes que volvieron a pasar la frontera rumbo a su país.

El primer piso ha quedado intacto; la alcoba del hombre de Estado. Situada en el centro de la casa, de la parte del jardín, está precedida de una vasta antecámara adornada con pinturas sacadas de Velázquez. Era Thiers muy aficionado a las buenas copias de las obras maestras.

En la alcoba, bajo un dosel de seda verde, se ha colocado el pequeño catre de campaña de que se servía en todas partes Thiers y en el cual murió en Saint Germain. El resto del mobiliario, burgués y modesto, son algunos sillones forrados, sillas negras, y mesitas monogramadas. A los dos lados de la puerta, unos estantes con libros de consulta, y una selección de clásicos. Y encima de las vitrinas, dos copias más: «El festín de la casa de Leví» del Veronés, y la «Presentación de la Virgen» del Tiziano.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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