BUSCAR LA REALIDAD
Poesías de RENÉ DÁVALOS
CUADERNOS DEL COLIBRI Nº 8
EDICIONES DIALOGO
Director MIGUEL ÁNGEL FERNÁNDEZ
Grabado de tapa BRUNO ESE
Viñeta JOSEFINA PLA
Asunción – Paraguay
1966 (21 páginas)
JOVEN POETA
Estabas listo para morir:
el cielo como fruta madura negaba su dulzura
a tu ansiedad de pájaro desierto.
Parecías igual pero tenías
el corazón en llamas
alumbrando el sacrificio de tus misas trágicas
y tus ángeles gemían caídos de su imagen.
Muchas veces te vi pensando
en yo no sé qué extraños ruiseñores
que sólo en paraísos estremecen
los vientos con sus cánticos.
No te hablaba nunca entonces
porque sentía un eco sordo de terribles tambores
y una pregunta incierta surgía de la tierra.
Premonitoriamente a veces parecía
que te hubieras muerto ya,
que tu destino repentinamente
te hiciese olvidar todas las cosas huecas
y a una vida sin tiempo ni pecado te llevara.
En tí la muerte era el crepúsculo
que irremediablemente llega al fin del día,
pero yo no estaba triste por eso,
era hermoso pensar en tu dulce madurez de hombre
hecha verdad en tu infinito silencio,
pensar en tu radiante juventud que asida a sus destellos
subiera por sus ramas desbordando las flores
hasta que fuese imposible seguir imaginando sus destinos.
Ibas a morir sólo por tí y sin embargo
quererte sin que lo supieras
era sufrir tu plenitud en carne viva
puro dolor que entonces me salvaba.
Yo sabía que ibas a morir,
que verías el camino donde tu voz iba a hallar
inacabables resonancias
y tu alma iba a verse al fin
con sus blancos vestidos sin ausencias.
Ya las cosas serían de verdad entonces
y las palabras como frutas rotundas iban a ser
duras, compactas realidades en tus tallos.
¡Ah! yo temblaba pensando en los besos
que darías a rostros sin huida.
Si hoy supieras: qué triste es
qué difícil al escuchar tu risa
no comprender tu muerte.
LA AMADA
Como de labios sometidos al beso
una dulzura alcanza el corazón desde el pasado
aún sobre las cosas, al pensar en ella;
era un arroyo, sus cabellos encerraban la verdad que era
volando como pájaros inverosímiles
del alba o crepúsculo en su cuerpo.
Las horas con ella eran arenas de vida
movidas por sus manos sin que nunca formasen
ni desierto o montaña,
como viento tranquilo que agita las vegetaciones
sin dejarles recuerdo.
Siento que la amada escapa a la memoria:
era una estación en sí
sin año que la repitiera en quien la quiso
sin rosas previas ni rosales resignados o alegres
es decir la primera, como el tiempo,
o la muerte o simplemente una pasión que hoy no puede
recordarse.
Era vivir con ella o comenzar la muerte en ese instante
acariciar sus pechos serenos y sus muslos inconscientes
escuchar su música sonando sin querer recordarla
o cercenar la realidad abierta como el cielo
que no quiere otra cosa que la vida hecha luz
que la recorra y la viva alegremente.
Amanecerá a otros vientos, otras auroras saludarán primeras
sus miradas
y otras selvas guardarán sus cabellos florecidos.
Navegará por ríos rojos; corazones vivos, aún fuera del tiempo,
le rozarán las manos;
hombres sin raíces comprenderán sus círculos
y ella concéntrica se reirá feliz.
La amada tendrá su visión sin tierra
cruzando, inventando las distancias
y acaso alguna vez frente a los ojos
cerrados al estar con ella
la amada le pondrá límite al mundo
y será la realidad ella sola.
HISTORIA DEL HOMBRE
And the time of death is every moment
T. S. Eliot
En la playa devastada donde profundos tifones
si el ser es la luz, la claridad destrozan
y la arena inmemorial como cuerpo deshecho
amanece a la noche de un día sin mañana,
dibujó con amor sus pasos inseguros
el hombre que siguiendo una voz sin garganta,
desconociendo el mundo nacía hacia la nada.
El como un arpa,
como una cuerda en que dolientes notas tiemblan
sangra de sí para la atenta soledad del cielo impávido
una música trágica en que la muerte suena
cuando en el cielo oscuro, sobre la estrecha llama
ondas de nada gimen terribles perros.
Atenta en la noche la insólita cabeza escucha:
del tiempo al tiempo va la muerte cerrando las ventanas tristes,
su paso no suena porque no pisa el suelo
pero el oído maldito conoce su silencio.
La vida pasa, la esperanza como árbol de otoño
alfombra los pasos duros que caminan a la muerte,
llama como ángel cuya música dulce
acaricia con cabellos perfumados
o como tarde florecida, como espejo
donde trémulos cuerpos desconocen sus cenizas.
Vuelto a la playa el hombre, su corazón
no recuerda el camino entre las olas
que vuelva a la total seguridad del origen
y los cánticos alados que suenan en el alma
hablándole de un sol que nunca se detiene
duelen más que los ojos cuya mirada duele.
Ve su cuerpo volviendo a salir desde lo absurdo y en la playa
luz de luna hace fulgir los miembros esparcidos.
EL ANGEL PUEDE VER AL HOMBRE
Para él que mira con ojos de nubes
la muerte como lluvia que mojará la tierra
era una horrenda herida desgarrada en el pecho
y se sentía como aurora sin pájaros,
o río sin rumores,
encadenada sombra en que gime inútilmente
amargura del tiempo su corazón deshecho.
Todo parecía muerto en su cuerpo
pero la vida en los ojos
quería realidad además de las formas
y el corazón latía por una claridad de sangre que no acaba.
El sabía que un beso angélico en los labios
vale más que la noche, que las voces fugaces
como campanas de plata,
y la sangre impotente doliéndose en el mundo
sufría igual que un labio
demasiado pequeño para el ansia.
En la trémula tarde, recuerdo
su imagen queriendo volar hacia las alas
y unos ojos nocturnos en los que el sueño existe
como dardos o espadas para clavar la muerte.
Ni caricia de noche mecida por sus manos
ni música tañida en esas mismas cuerdas
alegraban su alma que existió como nube
a quien helados vientos designan el destino.
El clamaba:
"¡Ah los puertos ya casi accedidos
que como mar huyente dejan la arena seca!
¡Luz de aurora cuyos lucientes bordes
no sujetan el tiempo terrible que se va!"
Yo lo recuerdo: los ojos del hombre miraban a sus ángeles
y sus ángeles tendían las suplicantes manos hacia arriba.
PALABRA HUMANA
I
De sol a sol el hombro
se adelgaza de llevarte
y en la mano nos brota un signo trágico
para marcar las rosas blancas y los pechos.
La voz de un dios ambiguo no te llama
ni te obliga a dejarnos la pureza
de un cielo que sentimos o del alma
que al parecer - y a veces - nos alcanza.
Y es entonces que pensamos
que si no podemos olvidarte acaso seas
sangre nuestra muerta, que se muere
o en Dios palabra errada, absurdo
perpetuamente renaciendo
para parir nuestra sombra por la boca.
II
Este año angosto del hombre
oh qué duras estaciones tiene
por ejemplo sus días
de puñal clavado en la madera
esperando su filo
cortando el recuerdo de su cielo
en pedacitos tristes.
Y su mirada de otoño
circunscrita en sí misma
volviendo sin salir
a estarse, habitarse otra vez
dolerse en su desastre
oh sí volver a sí mismo
a mí mismo
vacío como el cielo de una tarde
ávido, estúpido, anhelante
a mí, misterio sin misterio
camino y fin de mi camino
III
¡Qué paso detenido el hombre
que sombra dolorosa
en días como umbrales
de una casa enorme
a la que nunca entramos!
¡Qué larga esta espera
en la que vamos yendo:
las cosas como hechas de pedazos de sueño
el alma como círculo que no logra alcanzarse!
Y el dolor de Aquél que nos espera
detrás de las ventanas
que tercamente devuelve las renuncias
y nos sigue gritando su promesa en la sangre.
¡Todo tan fácil detrás de las murallas
todo tan puro más allá
y nosotros callados, crepusculares
con las llaves perdidas en la oscuridad del día!
LA AMADA
Quise tañerte como una campana
de torre o monte altísimo donde subir fuera un esfuerzo
penoso y dulce y trajese una alegría en cada instante
aunque sangrasen las manos y hubiera que romper los pétalos.
Siempre fuiste de metal o de roca,
aún transparentes tus cristales, yo no pude nunca transpasarlos,
eran obstáculos tus manos a la mirada que quería entrarte
y la sangre bullendo en tu remota vena
no turgía la piel donde la luz del sol se acaba quemándola.
Siempre al pensarte tus formas resistían a la libre
evocación de las cosas sin límites
que imaginado quería hacer de tí.
Había pensamientos o mentiras duras como piedras
que el corazón tocaba
bajo tus pechos subiendo a la vida imposible en esa forma,
y latía sin sangre el perfil de tu vientre acariciado.
Entre los bordes del mundo sin embargo
cosas pequeñas desmentían las máscaras,
la luz del sol brillando como gema
en la pequeña creación de una corola
o el alma desvestida, que se asoma a los ojos límpida,
muda como un relámpago y ansiosa como un beso.
¡Amada! Nunca fuiste antes mi amada,
nunca tan hermosa, tan pura
tan de verdad y leve como el tiempo
como desnuda riéndote sobre las castas sábanas
sin negarte a la vida, sin temerla,
mujer al fin en que los duros huesos se rodean de carne
sonrosada.
¿No sientes como si te hubieras muerto y hubieras renacido
ya dispuesta al amor que te impregna la carne,
sin temer ya que el alma se postergue o se olvide?
Tocándote desnuda, tu pálida piel encierra
la realidad amada.
Y más allá de tus pies, tus piernas, tu cabello
puedo besar tu alma, ya no soledad remota
que aparece súbita en los ojos, sino mirada que tienes
viva, soñando en la realidad que te enamora.
TODO AL ENCONTRARTE
Un rio azul venía entre tus pechos
hasta la sed ansiosa que esperaba.
Luna negra tu cabello, estaba en las estrellas
y en mis manos.
Algunos en el mar como buques naufragados
o aplastados otros por los árboles súbitos
que caían de mis manos como semillas felices
se herrumbraban para siempre los escudos derrotados.
Eras el mundo yacente allí en silencio.
Como lluvia mi tiempo te mojaba la cara
y mi deseo ardía en tus espaldas como fuego.
Éramos iguales ¡oh muchacha! ¡el amor nos unía!
desde lejanos días venían nuestras manos
a descubrir la caricia
mientras pasaban las tardes como islas, como peces
y nos iba conociendo, parte tuya, la aurora.
¡Ah! pero callabas, dejabas correr en tí
sin verlas mis preguntas
y tu intacta realidad, tu luz
no eran cosa tangible
para la mano que al tocarte
traería tu inasible esencia a nuestro mundo.
Como si recién salida del mar vinieras
la fresca realidad temblaba todavía en tu piel
y un agua deleitable y querida, en gotitas fulgía
en las puntas de tus dedos frente a la luz del sol.
A pesar de amarme ¡ah de amarme!
florecían nuevos trigos misteriosos
en las riberas de tus lejanos s rios
y yo que los veía surgir de tí como palabras
al besarte la boca pidiéndote sus nombres
desgranaba tus respuestas como uvas de silencio.
AL HERMANO
Juntos nacimos de una misma suerte caída en el camino,
desde tempranos días las mismas madrugadas
quemaron nuestros ojos
y una sangre igual entre las venas mudas
puso la misma vida, junto a la misma muerte.
Nuestros rostros iguales batidos por tormentas
frente a la misma angustia parecían espejos.
Mas de repente, hermano, cuando quiero exclamarte:
¡sé que me escuchas, tu corazón me basta!
busco tu nombre, la más alta nostalgia,
y él es una sombra silenciosa y trágica.
Torno entonces hacia adentro la mirada
para buscar en mí las señas de tu alma
ordeno con afán las palabras, las letras
porque no quiero abatirme en esta soledad
donde las sombras hablan y yo no puedo hablarles.
Trato de ver tu indescifrable nombre,
aquel -mío también- con el que puedo hablarte
y los ojos rebotan sobre la piel tendida
como abismo.
¡Hermano, la realidad destella
y preciso tu voz para tocarla!
¡Hermano, qué espantoso este querer contarte
la angustiante realidad, la plena luz
si eres el que nunca escuchará mi voz
ni llorará mi muerte!