FINAL DE ERRANCIAS
FINAL DE ERRANCIAS
I
Aquí, la noche; allá, esas mañanas anonadadas de tanto sol. Estoy bajo gigantes milenarios. Yo soy un ángel. Mi forma primera fue en madera, en un retablo del siglo diecisiete de San Ignacio de las Misiones. Mi materia ahora es la arcilla. Me he vuelto decorativo. Pero en mí vive aún la idea que hizo soñar a los hombres que fundaron ciudades que son hoy sombras de aquella utopía. ¡Oh la altiva piedra cayendo inexorable en el tiempo! Después de haber sido una angélica presencia en aquel reino de las Reducciones Jesuíticas, viajo humillado en una valija, por estos umbrosos caminos de la Costa Oeste Norteamericana. Acaso los viajes sean una búsqueda del Paraíso en que yo merezco vivir...
II
Yo sirvo al reino de los sueños. Me confundo con él, tomo su forma y ya en el cuerpo del durmiente, aprisiono con mis hilos las almas de los que se entregan al viaje propuesto por los símbolos que les nacen dentro. ¿O fuera? Hamaca al fin, me balanceo. Y recuerdo las manos de Teodosia, que teje en Carapeguá. ¡Oh la trama del deseo, más frágil que la mía! Es extraño estar aquí, tendida en el perfumado espacio de abril, en un viaje que parece la búsqueda del Eden.
Nunca comprenderán que él no existe. La noche avanza. El alma sueña en el olvido.
III
Como todas las mujeres, alguna vez he sido feliz; como ser humano, he buscado la constante felicidad. Vean: un bosque de gigantes que punzan con sus copas el cielo estrellado. Mírenme, sentada en un momento de este viaje que ya llega a su fin. Necesité llegar hasta aquí, para darme cuenta que no hace falta viajar, que La Tierra sin Males, el perdido Edén, está en nosotros. Cercana al ridículo, frente a la sensación de haber encontrado, finalmente, lo que es, declaro finalizadas mis errancias. Esta, la última, en compañía del ángel de arcilla y de la hamaca, será quizá el tema de un poema. O un relato. Quizá valía la pena llegar hasta aquí, frente al centelleante Pacífico y saber que rozo la verdad, que no la dejo atrás, aunque duela. ¿Qué es lo que me resta al fin de las errancias sino un cambio de corazón?.
Dirección: HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ
Asunción – Paraguay 1984 (139 páginas).
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