TIERRA DE NADIE - NINGUÉM
Narrativa de AUGUSTO CASOLA
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
[s.n.] (Gráfica Latina), 2000.
A Karina Alejandra y Natalia Josefina
Enlace al ÍNDICE del libro TIERRA DE NADIE - NINGUÉM (Enlace externo) en la BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES
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- Foi Gaúcho quem falou -exclamó seu Baptista dirigiéndose a seu João-. Foi êle... ¿viu?
El calor de la selva, húmedo y craso, forma parte de la cordillera, lo mismo que el silencio áspero, el murmullo indefinido y quejumbroso de las al mas en pena deslizándose de la copa de los árboles, donde el viento agita sus hojas, el crujido de ramas secas al quebrarse cuando se las pisa y el leve chicoteo de los gajos traicioneros del pynó, que estampan su huella roja y picante en los brazos, el pecho o las piernas, obligando a que la víctima se rasque hasta sangrar, y todo sumido en ese universo cuyo aliento silencioso reverbera los chispazos del sol, que son como espadas pretendiendo cortar la humedad y la calma de la jungla, para abrirse paso en un espontáneo relampagueo de luz.
- Gaúcho não estava cuando veio a gente do Senadi. Só êle... Depois tudos saímos correndo e ficaram para tras Armandinho e Fernando.
Capitán Bado es una pequeña población que linda con la ciudad brasileña de Coronel Sapucaia, en la frontera, que a lo largo de una extensa franja que no exige sino cruzar el ancho variable de la tierra de nadie -ninguém que separa a ambos países o la doble avenida que marca el límite entre ambas ciudades.
Se fundó para servir a la empresa Mate Larangeira y estaba a cargo de una asociación conocida como Ñu Vera, que era la encargada de administrar los intereses de la sociedad yerbatera que manejaba a los hombres como esclavos. Los paraguayos descendientes de aquellos son quienes habitan el lugar y la yerba mate fue reemplazada por la producción de marihuana, administrada en general por brasileños respaldados por el poder político de las autoridades del país.
Unos kilómetros más allá de Bado, hacia el suroeste, alienta la selva virgen, húmeda, pegajosa, esquiva, voluptuosa, despertando en quien la visita, el ubicuo desequilibrio de una sensualidad inquieta, palpitante, hecha de entrega, pero solo después que el intruso haya satisfecho los requisitos de su liturgia iniciática.
Y en el medio de esa sensación, está ubicada la ciudad de Capitán Bado, que para la generalidad de los habitantes del Paraguay no significa nada más que un punto en el mapa, lejano, fuera de lo habitual, con cierta fama siniestra. Solo cuando uno se encuentra allí y ve la calle principal, arenosa y polvorienta durante las sequías o húmeda y resbaladiza cuando llueve, conoce a la gente, la ve y concluye que ni siquiera se diferencia mucho de otra cualquiera, empieza a descubrir que en Bado, todo es parte de un espejismo tras el cual se oculta una realidad ambigua cuya definición se pierde más allá de la lluvia y la polvareda, más allá de la gente y lo que representa, hasta más allá del propio oficio de vivir.
Bado es otra cosa y no resulta fácil correr el velo de esa ciudad pequeña y soñolienta incrustada en la cordillera del Amambay.
Si bien nadie cree seriamente en lo sobrenatural, la fantasía se impone con la fuerza irresistible y primitiva que transmiten los lugares encantados. La imaginación se libera de tabúes y discurre alucinada entre las extrañas formas que adquieren los árboles en la oscuridad de la noche, con sus formas caprichosas de cuentos de hadas, criaturas dibujadas en esa negrura, prontas a adquirir vida si las ilumina el destello fugaz de un relámpago o cuando el sopor agobia la selva hundida en una humedad asfixiante. Esa extraña magia tiene el poder de inquietar al más escéptico, enfrentándolo de golpe a las fuerzas innominadas de la naturaleza que adopta esas formas extravagantes, pues presiente ocultos, otros misterios insondables germinando en el mismo vientre de la selva, en los laberintos secretos de un atavismo del cual resulta difícil escapar.
Descubrimos que nuestra vida está expuesta a la inmisericordia de ese mundo sombrío de fuerzas naturales en aparente quietud, donde la oscuridad se enciende solo brevemente al destellar un relámpago o se ilumina al leve influjo de la luna llena cuando descarga su apacible claridad al deslizarse entre montañas de nubes... El resto es oscuridad... pero esa oscuridad de negrura absoluta y sin sombras que presentimos anterior a nuestro nacimiento y posterior a nuestro fin.
La ciudad de Capitán Bado iba cayendo en el sopor de la tarde. El sol golpeaba directamente sobre los carteles de los negocios de Coronel Sapucaia iluminando a algunos transeúntes -gente joven en su mayoría- que pasea sobre la vereda embaldosada de la línea fronteriza que separa a las dos ciudades.
Seu João, sentado a una de las mesas del Restaurant «La Mamma», observa cómo el naranja y púrpura de la tarde va cediendo su espacio al gris opaco del cielo de otra noche.
Una hora más y todos los negocios estarán cerrados, la gente se habrá recogido en sus casas. Solo quedarán en las calles unos pocos transeúntes, por lo general forasteros que van a cenar en la churrasquería del Hotel São Louis, que permanece abierta, donde tomarán unas cervecitas y comerán un espeto corrido antes de ir a la cama.
Seu João bebió directamente de la latita y algunas gotas de Ouro Finoresbalaron por la comisura de sus labios. Se secó con el dorso de la mano. Le tenía mucho cariño a Gaúcho y ahora..., esto.
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Hasta las botas resultaban incómodas luego de atravesar tantos charcos de barro preto. La lluvia cayó durante dos días, como si se hubiera abierto alguna compuerta en el cielo y las nubes fueran insuficientes para contener el caudal del verano acompañado del calor, la humedad, los mosquitos. Hoy, en cambio, la noche descendía brillante desde ese oscuro dosel de estrellas tras un día embriagado de luz.
Le dolían los pies. Otra noche en la cordillera del Amambay, solo, con hamaca que pudo rescatar antes de huir desesperado. Ni frazada, ni lienzo para protegerse de los mosquitos voraces, ni caninha, ni nada para engañar al frío que se acerca con las nubes negras, los relámpagos escondidos tras la espesa cortina y la lluvia que se anuncia otra vez, olorosa, precedida de ululantes embestidas de viento norte helado y tenaz. Otra noche a la intemperie, sin poder hacer fuego, medio perdido en la selva cada vez más densa y silenciosa, retumbando bajo los truenos que venían a la zaga al resquebrajarse el cielo con el resplandor terrorífico de la tormenta eléctrica aniquilando el universo en su furia insensata.
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Seu João pasó al fondo del restaurante donde lo están esperando dos hombres.
- En não vi ao Gaúcho -dijo Armandinho- cuando todo sale correndo eu fiquei para pegar fôgo á cosecha, fiquei con Fernando, sim, mais êle morreu, ¡puxa vida!
- E não viu ao Gaúcho, então... -repitió el otro asintiendo con la cabeza.
- Não vi nada... pega fogo e sái correndo também, aí é que morreu Fernando. De um tiro por su espalda, que vem correndo a tras de mim...
- Pero não viú ao Gaúcho.
- Não, não vi êle, não senhor..., mas isso não quer dizer nada, seu João... Eu não sei..., êle não é assim para trair a seu companheiro..., ¡hein!
- Está bem, Armandinho -dice pensativo seu João-. De todo jeito tambem não voltou Gaúcho, ¿hein?
- Não señor -responde Armandinho.
La tierra roja se volvía verde y de nuevo roja y negra. El fuego restallaba con un crepitar incesante causado por el fuerte viento norte que bajaba, engañoso, por la falda de la cordillera del Amambay.
Sentados junto a la hoguera. Fernando y su mujer trataban de protegerse del frío ventarrón. Habían recorrido mucho camino desde que salieron de Itakyry, pensó Fernando, estrechando contra el suyo el cuerpo de la mujer. Estaba dormida y de entre sus labios entreabiertos escapaban, leves, las explosiones regulares de sus ronquidos.
- Ha'e nahasênkyi araka'eve -pensó Fernando- ha che araka'eve namê'ei chupe mbaeve... kany, kañy..., kañynte...
La tierra retumbaba con los gritos de los hombres. Armandinho estaba a su lado y desde donde se encontraban podían divisar toda la fuerza desplegada por la SENAD. Alguien los vendió. De eso no cabía duda. Se cruzó una mirada rápida con Armandinho, que estaba derramando nafta sobre la cosecha recién cubierta con hule y chirlas de maíz. Encendió un fósforo que arrojó sobre el combustible y empezaron a correr pendiente abajo, por la picada vieja que conocían muy bien, la que tenían prevista usar para una eventual fuga.
- Para en caso de necesidade -había dicho riendo Armandinho- temos que preparar á huida, rapaz.
Los uniformados alcanzaron la línea de cumbres observando el fuego que centellea bajo el sol radiante de la hora y ven a dos hombres que tratan de escabullirse en la espesura. No tienen prisa. Los uniformados recobran el aliento mientras toman puntería. Enseguida comienzan a disparar.
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Todo sucedió de golpe. Los cultivadores de macoña estaban ocupados en recoger la carga ya acumulada a lo largo del camino de recolección. No habían motivos de alarma. Dos camionetas ya habían partido con el producto pero quedaban en el sendero varios montones dispuestos en bolsas y protegidos bajo hule negro y chirlas de maíz, por si se desataba uno de esos aguaceros intensos, tan imprevistos como frecuentes en la cordillera.
Una buena producción y un buen dinero que ganar esta vez. En eso se basaba la principal alegría de los fumeros, empeñados en terminar su trabajo para retirarse a festejar por la noche, en Bado, en Sapucaia o en cualquier lugar de las cercanías donde estaban instaladas sus moradas, algunas de las cuales consistían en carpas de hule armadas sobre pedazos de madera apenas trabajadas, que hacían de bastidores y cumplían el cometido buscado para los grupos de hombres solos, que solo deseaban contar con un lugar donde protegerse de los caprichos del clima. Allí disponían de todo lo que podrían necesitar: carne y cecina de animales silvestres, cerveza y caipirinha.
De pronto se escucharon los gritos de alarma:
- ¡É a policía..., é a Senadi...!
Los fumeros levantaron la cabeza y vieron varios hombres armados subir la cuesta del tortuoso camino que conducía a la plantación. Algunos ya apuntaban sus armas y pronto comenzaron a disparar.
- ¡É a Senadi..., é a Senadi!
Los disparos se cruzaron. Los francotiradores solo tardaron un momento en responder a los atacantes. Cayó un policía y uno de los fumeros, que ya en el suelo, siguió gimiendo hasta morir. Otros corrían para protegerse en la espesura que envuelve a la cosecha como la gradería de un inmenso estadio, en medio del cual se desarrollaba el drama de ese día.
Todos gritaban y se mezclaban el español con el guaraní y el portugués, hasta que de golpe se elevó hacia el cielo una gran fogata que rápidamente fue extendiéndose sobre el resto de la plantación y de la carga preparada, pese a la humedad causada por la lluvia caída en los últimos días.
Sumado al desorden empezó a escucharse, en una especie de extraño contrapunto, el estrépito de las chirlas de maíz que reventaban haciendo un ruido seco, similar al de las bombitas de navidad, muy diferente al crepitar de las llamas o el estampido causado por la detonación de las armas.
Lo envolvía todo el áspero olor de la nafta que se usó para encender el fuego, mezclado con el de la vegetación ardiendo y el de la tierra, que subiendo hacia el cielo claro en forma de turbulentas lenguas de fuego y humo espeso -rojo, blanco y gris- que se metía en la nariz de los hombres dificultándoles la respiración.
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Cuando sintió el chicotazo en el cuello ya era tarde. El golpe se repitió sin darle tiempo a reaccionar. Ni siquiera a volverse. Cayó de bruces a pocos pasos de un remanso del río Piray que corre susurrando su historia de selva virgen, lluvia y sol.
Se sintió extraño, le daba la impresión que algo no andaba bien, que existía un desdoblamiento entre la realidad y ese momento.
Caminaban los tres por la calle arenosa de Marechal Cándido Rondón, entre una hilera de casas de madera, muchas de ellas pintadas en tonos chillones de verde, amarillo, rojo o marrón que iban dejando atrás.
Era el día de la ceremonia en que fueron bautizados en la fe baptista, que desde muchos años tenía un fuerte ascendiente sobre los pobladores del pueblo, gracias a la actividad desplegada por los colonos1alemanes que habían hecho suya esa tierra.
Gaúcho tenía a Teresinha tornada de una mano y de la otra llevaba a Suelí, la hija de ambos, que en cualquier momento iba a pedir que la alzara, cansada de caminar.
Baptista los esperaba en la puerta de su casa, la que había adquirido al volver del Paraguay, de donde trajo dinero suficiente para comprarla al contado. Vivía con su madre y había organizado una fiesta para reunir a sus amigos.
Gaúcho se asombró al llegar frente al portón de la nueva casa de Baptista. Bajó a Suelí, que en algún momento de la caminata, se las había ingeniado para que su papá la alzara en brazos. Se volvió hacia Teresinha que estaba unos pasos detrás suyo.
- ¡Puxa o rapaz, hein! Olha isso, Teresinha... é mesmo uma fazenda, ¿n'é?
- É mesmo -aceptó la mujer, tan asombrada como su marido- progressou o nosso compadre, ¿n'é?
En el patio del fondo de la casa de ladrillos rojos y tejas resplandecientes, ardía el fuego que brotaba de las brasas colocadas en una gran cavidad hecha en el suelo, de algo más de dos metros de diámetro, alrededor de la cual se iba dorando el asado preparado al estilo gaúcho.
Baptista se abrió paso entre un grupo de amigos que lo rodeaban, se acercó a Gaúcho y Teresinha para darles la bienvenida.
- ¡O meu compadre! -exclamó con alegría, abriendo los brazos para recibir a su amigo entre ellos en un fuerte apretón-. Você não esperava isto, ¿n'é? -dijo sonriendo- pasa, vem, vamos a pegar um charuto e um güiski... e logo vamos falar de negocios, rapaz...
- ¡Você sim que é pra frente, rapaz! -exclamó Gaúcho estrechando a su vez a Baptista con fuerza-. Agora sim vai para o Río de Janeiro, ¡hein!
- Agora não, ainda não -respondió Baptista riendo-. Mas o viagem está bem pertinho de mim... Olha, aí tem o güisqui -Gaúcho observó la botella, era un Chivas Regal- Logo vamos falar, Gaúcho..., temos muitas coisas de que falar, meu amigo -se puso serio y lo miró fijo a los ojos-. Você é o meu compadre, hein, e você merece mais do que o trabalho num posto de pedreiro ¡neste povinho ruim!
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Baptista sorbía su Ouro Finodesde la misma latita de cerveza, sentado en una silla del corredor que rodea el patio del hotel American Park y sirve para estacionamiento de quienes vienen a pernoctar en el sitio o para las parejas de paso que necesitan de un cuarto.
Su Toyota 4 x 4 estaba estacionada en el patio y dos negras brasileñas, encargadas de la recepción, conversaban y reían de vez en cuando, recostadas contra el paragolpes trasero del vehículo.
Le había costado buen trabajo, tiempo y esfuerzo conseguir esa camioneta. La de sus sueños, pensaba. Quien iba a decir que ese rapaz sucio y desarrapado llegaría a tener una 4 x 4 cero kilómetro...
Y lo debía todo a seu João. Si no fuera por él, seguiría carpiendo la tierra para plantar macoña, robando un paquete de vez en cuando, para pagarse los vicios, como hacían todos y temiendo que en cualquier momento se presentara la SENAD y tuviera que huir hacia la selva con los demás fumeros, como ratas, casi desnudos, cubiertos solo con el shortcito que acostumbran usar para trabajar en la plantación. En cambio ahora... Ahora...
- ¡Agora á merda! -exclamó sobresaltando a las dos mujeres que interrumpieron por un momento su charla para observarlo dudosas, con sus ojos negros que se movían desconfiados dentro de las órbitas blancas. Susurraron algo y luego rieron juntas.
El hombre terminó de consumir el contenido de la latita de cerveza que arrojó hacia el portón de la entrada.
- A culpa foi do Gaúcho... -dijo en voz alta.
- Não tem jeito, rapaz -dijo Gaúcho sin dejar de mirar a Baptista como si lo estuviera viendo por primera vez-. Você sabe que a coisa não tem porque ser assim, ¿n'é?
- Há muito dinheiro. Gaúcho... -insistió Baptista-. Dinheiro de verdade, não esta porcaría que temos agora... É dinheiro mesmo, ¿viu?
- Sim, Baptista, eu sei... mais não tem jeito... o que você disse... acho que é... ¡merda mesmo, rapaz!... Nem eu, nem Fernando nem Armandinho...
- Para aí, rapaz -exclamó Baptista molesto, pero sin dejar de sonreír-. Eu não estou falando dêles. Só você e eu... ¡É muito dinheiro, caralho!
- Não, não é isso... Eu não vou cair nisso..., e você tamben não tem que fazer... Temos os camaradas e todos êles vão ficar em perigo...
Baptista guardó silencio, mirando a lo lejos. Encendió un cigarrillo y se tomó tiempo para echar unas cuantas bocanadas de humo.
- O que falei para voce é perigoso mesmo pra mim agora, Gaúcho -su voz había cambiado, sonaba ronca y amenazadora en una manera indefinida.
- Eu sei -contestó Gaúcho, sin apartar la vista-. Eu sei, rapaz.
Una muchacha se acercó a Baptista, contoneando las caderas como solo saben hacerlo las negras del Brasil y le dijo:
- ¿Mais uma, seu Baptista?
- Obrigado... sim -respondió el hombre y se entretuvo mirando el contoneo de las nalgas de la mujer, cuyas caderas se meneaban como las de una pasista experta: -Se tudo sai bem -pensó Baptista- vou ir ao carnaval do Río em fevereiro..., ¡puxa vida!
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Seu João se levantó y sus guardaespaldas, discretamente, ocuparon posiciones estratégicas: por delante, la puerta de acceso al restaurante, la esquina del mostrador y por detrás el área de sanitarios, mientras otros dos más flanqueaban el asiento del patrón, sin quitar las manos de los bolsillos de sendos sacos que gastaban pese al caluroso atardecer, cuyo color se iba cambiando lentamente del naranja al gris. Hacia el lado de Coronel Sapucaia flotaban, inmóviles en el cielo, algunas nubes policromas.
- O senhor está seguro aquí -manifestó con temerosa humildad seu Mauricio, el dueño de la fonda, medio en broma, medio en serio, al ver el despliegue de seguridad que rodeaba a Seu João.
- Eu sei -le dijo este dándole unos golpecitos en el hombro- Senão, não venho mais a jantar aquí, seu Mauricio..., ¿viu?
Eso pareció tranquilizar al dueño el local que solo atinó a bajar la cabeza y susurrar: -Obrigado...
No era frecuente esa demostración de fuerza por parte de seu João, que cuando se dejaba ver en la ciudad de Bado, lo hacía con discreción y acompañado solo de un guardaespaldas.
Pero esa había sido una semana difícil. Primero las denuncias lanzadas en su contra por el cura párroco, el domingo pasado, seguido del cambio de los efectivos de la Policía Nacional, el miércoles, lo que ya de por sí resultaba raro, hasta la culminación del sábado con el ataque de la SENAD cuando los fumeros estaban en medio del trabajo de recoger el producto, atacando con una precisión que desnudaba la traición desde dentro de la organización, la traición de uno de sus hombres..., y por último, la desaparición de Gaúcho, a quien quería casi como a un hijo y en quien confió siempre, desde aquella vez, años atrás, cuando satisfizo el justo reclamo de justicia que había hecho ante él ese mozo que luego se mostró tan agradecido..., casi un perro fiel.
Fernando muerto... ¿volvería su mujer a Itakyry, desde donde vino a Capitán Bado, acompañando a su hombre? ¿Qué sería de ella? Ya no es joven. ¿Y Armandinho? ¿Por qué tiene tanto miedo, que se le ve en los ojos?
Seu Baptista vino a dar la cara, señalando a Gaúcho, que es su compadre... ¡Gaúcho!...
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- ¿E por qué Gaúcho, hein? ¿Você é do Río Grande, então? -quiso saber seu João.
- Sim senhor -respondió el hombre alto, grande, de barriga incipiente que estaba de pie frente al patrón, manifiestamente nervioso-. Sou riograndense, aé...
- Êle é o grande chefão, rapaz -le había dicho Baptista. O único que pode te ajudar no teu problema, rapaz.
Gaúcho quedó pensativo. Nunca antes había sentido algo semejante a ese tufo caliente que le subía del estómago hasta estrangularse en la garganta desde que su hija fue víctima de la lascivia y la crueldad de seu Marco, su empleador.
¿Por qué lo hizo? ¿Por qué a la pequeña Suelí..., la niña de sus ojos, casi una criatura de apenas 14 años...?
- ¿... O que? -respondió seu Marco-. Sua filha não é problema nenhum para mim, rapaz -lo miraba sin pestañear, sonriendo cínico-. ¡Ela quizo assim! Va ganhar bem melhor do que você, rapaz -lanzó una carcajada-. E agora, ¡fora! -rió de nuevo, con risa de borracho-. Vai-te manter de velho, Gaúcho... Suelí está en São Paulo agora... Foi ontem. Pode ficar tranqüilo, rapaz..., vai-te mandar dinheiro...
Gaúcho sintió que le temblaban las manos. Estaba de pie frente a seu Marco.
- ¡Ela é só uma criança! -gritó con voz ahogada por la impotencia y la indignación, como si quisiera imprimir en esa frase toda su furia, todo su dolor.
Se acerco amenazante a seu Marco, que seguía sonriendo.
Los matones tomaron a Gaúcho de ambos brazos y a una señal del patrón descargaron sobre él una andanada de golpes que lo dejó inconsciente. Lo último que escuchó de boca de seu Marco fue:
- Não é mais criança, rapaz-seguida de una carcajada general.
Al despertar estaba tirado sobre las piedras húmedas por la lluvia que no cesaba de caer. Miró a su alrededor. Eran las afueras de Bado. Los silos se levantaban imponentes. Se encontraba del lado paraguayo. Le dolía todo el cuerpo pero eso era lo de menos comparado al clamor de sus entrañas. El dolor le subía desde algún lado. Un dolor visceral, indefinido, ubicuo. Aparecía y desaparecía con el rostro de Suelí que con persistencia insoportable lo miraba una y otra vez con sus ojos llenos de inocencia y la sonrisa blanquísima de una dentadura perfecta.
Eran varias Suelí. A veces un bebé aprendiendo a caminar, otras ya de niña, vestida con el guardapolvos de la escuela, de jovencita, con el uniforme del Colegio... Todos rostros de Suelí de 1 año, de 8 años, de 12 años...
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Gaúcho miró a su alrededor. El sol cortante del mediodía lastimaba sus ojos. Dejó de llover. Solo restaban algunas gotas de agua que se desprendían perezosamente de las ramas y las hojas que las cobijaban y el calor exhalaba ya su aliento denso de suelo empapado. Sintió la camisa pegada a la piel y su olor de animal selvático, que identificó enseguida como mezcla de catinga y miedo.
La pesadez húmeda de la selva creaba en él la sensación de estar sumergido en un inmenso océano, dentro del cual, a duras penas, podía respirar.
Los pensamientos de Gaúcho se corporizaban en una rítmica sucesión de acontecimientos dispersos y aislados; visiones que cobraban vida y presencia en medio del vaivén de la hora incierta de la tarde, ese tercer día (o era el cuarto...?) encerrado en la cárcel de la selva torrencial, casi sin tener conciencia de las heridas que laceraban su cuerpo, a las que percibía diluidas y ajenas, como si no fuera él quien transitaba la espesura verde, intrincada de lianas y ramazones cada vez más densa. Todo le parecía parte de las imágenes ondulantes en el sopor de la hojarasca y el silencio, roto cada tanto para dar paso al grito del güyrá-campana, que lo acompañaba desde el día anterior, ubicuo, escondido en algún punto impreciso del bosque. Solo existía el sonido de bronce límpido emitido por la garganta del ave, al quebrar, inesperado, la quietud embebida en el aliento de la selva.
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Baptista descendió del Toyota y se acercó al sobrado bajo el cual colgaban todavía algunos restos provenientes de la carneada del día anterior.
- ¡Armandinho! -gritó- ¡Armandinho!
El hombre salió de un costado del rancho mirando fijamente a Baptista.
- ¿Cómo é que você não viu o Gaúcho?... Ele tinha que estar com a gente da Senadi.
- Não foi assim, seu Baptista -respondió el hombre sin dejar de mirarlo y con la mano derecha a la espalda, sobre la culata de un revolver viejo que llevaba siempre metido entre el pantalón y la piel.
- Eu disse ao seu João que foi Gaúcho quem falou...
- Eu não vi êle, sabe..., nem penso que fosse Gaúcho quem falou -agregó sin quitar la vista de Baptista, quien se vio obligado a apartar la mirada. Encendió un cigarrillo.
- ¿E quem, então? -insistió-. Seu João não mandou ninguém para buscar ao Gaúcho -echó una bocanada de humo y observó como se perdía en la tarde, húmeda y gris, que presagiaba más lluvia-. Vou ter que organizar uma redada..., o senão, seu João não va ficar tranqüilo... Atê que apareça Gaúcho...
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- Baptista dice por você que era que le habla lo Senadi cuera -le dijo a Gaúcho la mujer de Fernando, cuando él llego hasta el rancho donde vivía la pareja. Era el día siguiente del ataque. Ya estaba huyendo -pero no ha de ser así lueo. Fernando co sabe que no é você que le habla... El se morreu óntem -escupió sin levantar la mirada- eso sí, y vo te ha de morir taén si no se ecapa.
- ¿Y Femando?
- Le lleva su cuerpo por Senadi. Así me dice Armandinho que último estuvo por él ante que te mate. Che ahata koêro Pedro Juan Caballero pe... o avisáma i sype kuri, pero che ndai kua-ai... ¿I katú pio o me'ê chupe kuéra la te'ôngue? Che avisáma Antelco Itakyry pe... Ña Ambrosia oúta ko'ero.
- ¿E Armandinho?
- Ha'e oiméne okyhy-je -respondió la mujer, pómulos salientes, arrugas en la frente y comisura amarga en los labios que cercan su boca casi desdentada de la que dejó escapar otro escupitajo espeso y marrón, resultado del naco que mastica sin cesar-. Ha'e oikuaa porâ que vó no le habla por Senadi y meno por seu João.
- Então vou falar com o seu João -dijo Gaúcho-. Ele vai acreditar em mim... Eu devo favores a êle...
- Y a lo mejor nomá le cree a seu Baptista, ajhepa... -ella lo observa con ojos desconfiados y el gesto adusto de la mujer acostumbrada a todo tipo de agravios y desconsideración. Lo aprendió en su Itakyry natal y lo llevó consigo a lo largo del camino que tuvo que recorrer acompañando a su hombre, primero a Ype jhu, donde vivían siempre temerosos de las redadas de la SENAD o lo peligros más cercanos de los traficantes, los políticos envueltos en negocios de macoña y los policías vendidos al mejor postor, para luego ir a vivir mal en Itanará y de allí pasar a Capitán Bado donde encontró algo de tranquilidad y construyó ella, casi sola, ese rancho que le dio la ilusión de poseer algo parecido al hogar que una vez tuvo en su niñez. Pero habían pasado veinte años desde que salió tras el hombre que eligió por compañero y que ahora estaba muerto.
- Oiméne etá bravo porque pierde todo a carga... opa pata..., ndai knaa'i.
Se miraron y sonrieron al mismo tiempo. La música escapaba estridente de los parlantes instalados en el amplio patio parroquial donde se festejaba la fiesta patronal de Itakyry y a la cual asistía toda la gente del pueblo y sus alrededores. Había adornos desde el puente que cruza el arroyo hasta la puerta de la iglesia.
La calle arenosa era recorrida de arriba para abajo por los pueblerinos, vestidos con sus mejores galas. También ella estaba feliz con su nuevo vestido vaporoso. Le brillaban los ojos y sentía las mejillas calientes cuando se encontró frente a frente con Fernando, al terminar de bailar y al mirarse uno al otro sin disimulo ni intención. Sonrieron al mismo tiempo.
Nunca volvieron a separarse, hasta ahora, que Fernando estaba muerto.
Gaúcho quedó pensativo.
- ¿Y por qué Armandinho não fala assim com seu João, ¿hein?
- Ha'éma ndéve... Okyhy-jé.
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Crimen no aclarado en Manta Potrero
Todavía se desconoce la identidad del cuerpo que apareció tirado cerca de Manta Potrero, en la tierra de nadie. El cadáver estaba desnudo y el rostro casi había desaparecido a causa de los golpes recibidos.
Se presume un ajuste de cuenta entre marihuaneros de la zona de Pedro Juan Caballero.
Llama la atención, sin embargo, la agresión sexual a que fue sometida la víctima. El forense afirma que el cercenamiento se produjo mientras el hombre estaba con vida.
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- Seu João..., eu fico en dévida com o senhor para toda a minha vida -dijo Gaúcho, con lágrimas en los ojos-. Amanhã volta Suelí e vai ficar com a sua mã em Marechal Rondón..., seu João... -se acercó y quiso tomar la mano del patrón para besarla, pero este lo rechazó suavemente y comenzó a reír.
- Da certo, Gaúcho, você é um rapaz legal, mais para aí... Olha, ¡para aí, rapaz! -sin dejar de reír y con un gesto condescendiente lo despidió.
- Obrigado..., obrigado...
Un mes después le dieron la responsabilidad de una plantación de la que se obtuvo excelente cosecha. Gaúcho fue ganando el afecto del patrón por su dedicación al trabajo y la forma que tenía de hacer rendir a los fumeros. Hasta se redujo el robo habitual durante el trasporte de la carga debido al control estricto que efectuaba Gaúcho sobre sus hombres.
- Pede uma 4 x 4 -le dijo Baptista- Seu João vai te dar se você pede a êle.
- Eu estou bem assim, rapaz -le respondió Gaúcho haciendo girar el cuerpo del chajá ya cocido y que cortaba en trozos para arrojar dentro de la olla del arroz, que hervía sobre una parrilla improvisada. Pintó la carne con el chimichurri preparado por —42→ él, mezcla de caipirinha, ají, locote, aceite, limón y perejil. El guiso estaba por estar listo para el almuerzo -Eu devo- lhe um grande favor a êle, ¿viu? Você sabe...
Los fumeros estaban alegres y reían por cualquier motivo debido a los efectos de la caña fuerte que tomaban, mezclada con pomelo y azúcar, sin hielo. Todos estaban de buen humor porque la cosecha fue excelente y tenían dinero en los bolsillos.
Era domingo, cercano al medio día y el sol caliente resplandecía en un cielo sin nubes. Los hombres sudaban y se protegían a la sombra de algunos árboles frondosos o bajo el techo de paja del refugio donde los paraguayos se entretenían jugando al truco.
- Você pode ter mucho dinheiro, Gaúcho -seguía insistiendo Baptista- é só pedir, rapaz... Podemos fazer negocios juntos e depois ir até São Paulo... ou Río de Janeiro, mesmo para o carnaval ¿viu? Tudo é possivel se você quiser, rapaz, você é mesmo o favorito do chefão.
- Para aí, rapaz -respondió Gaúcho riendo- Eu não vou ir a São Paulo, ¡vai caralho, rapaz!
Lo estaban esperando en el fondo de la casucha de madera que era la fiel semblanza del pueblito de Manta Potrero, y con otras tres casas muy similares, formaban el melancólico conjunto adormecido del centro a medio día, seco, caluroso, envuelto en el zumbido de insectos impertinentes que no dejaban de molestar.
Algunos niños que estaban jugando en el arenoso sendero que forma la calle principal, paralela a la ruta, lo miraron entrar. Estaban sucios de sudor y tierra colorada y lo observaban todo con sus ojos demasiado grandes y negros. Una niña salió corriendo de la casa y se dirigió hacia otra que ostentaba un cartel medio caído donde alguna vez habrá brillado el emblema de la Coca Cola.
- Buenas tardes -lo saludo el más viejo-. ¿Cómo vai você?
- Tudo bem, seu Críspulo -respondió el forastero.
- Pega uma cadeira -dijo el otro, que era más joven y tenía la piel oscura de mulato, algo grasienta y de aspecto desagradable.
- ¿Quer uma cervezinha? -inquirió Críspulo.
- Obrigado, sim -respondió el recién llegado, ocupando un sitio junto a la mesa donde estaban sentados los otros-. Acho que tudo está arrumado de acordo ao que falamos...
Críspulo colocó sobre la mesa un portafolios de cuero descascarado que pasó a manos del hombre.
- Quarta feira então, ¿não é?...
- Sim -respondió el brasileño. Desprendió las lengüetas del portafolios, pero antes de poder abrirlo, el mulato exclamó en voz baja, mirándolo a los ojos:
- Tudo está certo... Não precisa abrir.
El brasileño lo observó y, luego apartó la vista, volviendo a cerrar el portafolios.
- Tem razão, seu Gerson..., me disculpa...
Hubo un lapso de silencio y luego volvió a hablar Críspulo:
- Okey..., vai embora então -hizo con la mano un gesto de despedida, pese a que la niña colocaba una nueva botella de cerveza sobre la mesa.
El brasileño se puso de pie sin mirar a nadie. No hubo invitación para servirse el trago prometido y tras un segundo de incertidumbre, se retiró llevando bajo el brazo el portafolios descascarado.
Afuera no había cambiado nada. Los niños seguían jugando. Ahora se arrojaban puñados de arena y uno de ellos comenzó a llorar porque la recibió en pleno rostro.
De una de las casas salió una mujer gritando y el chico se dirigió hacia ella. El otro permanecía quieto, observando con sus ojos grandes, y las piernas listas para echar a correr. Cuando el que lloraba desapareció, el otro dejó caer de las manos el puñado de tierra que aún sostenía en ellas y se dirigió hacia la esquina.
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Se aclara el crimen de Manta Potrero
La Secretaría Nacional Antidrogas (SENAD), identificó el cadáver que se encontró días atrás en la tierra de nadie, entre los pueblos fronterizos con el Brasil, Manta Potrero y Cerro Cuatiá, del distrito de Pedro Juan Caballero, en el Departamento de Amambay. Tratase de uno de los mafiosos de la zona, conocido como Marco Hernández, buscado por la policía paraguaya y por la federal brasileña.
Esto acrecienta la sospecha de un bárbaro ajuste de cuentas entre bandoleros de esa lejana y peligrosa región del territorio nacional.
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Gaúcho se desnudó para meterse en el agua cristalina y helada del río Piray, cuidando de no resbalar en las rocas recubiertas de musgo que conducen a la parte más profunda de la correntada. Allí se zambulló para salir luego a la superficie chorreando agua y sonriendo, por primera vez desde que comenzó a huir sin destino, temeroso de los sicarios de seu João.
Chapoteó como una criatura, metido en el resplandor iridiscente del agua, observando el intrincado dosel que la selva forma en las riberas del río, sostenido por lianas y tacuaras que tejen, con la red vegetal, un ñandutí inmenso que sirve de manto para impedir el acceso de profanos al interior del santuario verde y misterioso de vida y muerte. Cuelgan de las ramas o abrazan a los gruesos troncos que se elevan soberbios en su majestad de siglos.
Miró cómo la sombra se adensaba hacia el interior de la arboleda y cómo los rayos de sol penetraban con indiscretos fulgores en ese templo húmedo y apacible, semejante a un inmenso útero materno que protege y alimenta a sus criaturas y donde el sombrío rumor de la magia vegetal trasmite su mensaje henchido de presagios.
Sin embargo, lo sabía bien, toda esa apariencia apacible es solo la ficción creada por la inmensa telaraña urdida para proteger los secretos de la jungla verde, marrón y roja, dispuesta a aniquilar a quien ose hurgar sus secretos.
La selva de la cordillera es un complejo sistema de corrientes invisibles que como la savia de sus habitantes vegetales, circula por las venas de ese organismo cruel e imprevisible, entre los animales que se mueven dentro de sus entrañas, entre sus nervios y tendones, sus garras tendidas hacia al cielo o empotradas en el suelo afirmando la fuerza tenaz de su derecho.
Cada árbol es una vida que respira en el aliento espeso y húmedo de su especie, persistiendo en la lucha por sobrevivir ante el avance criminal del hombre, ajeno a ese mundo de dioses revestidos de hoja y de musgo, de pelo y plumaje, de sangre y silencio que elevan defensas que solamente los dioses ingenuos de la selva pueden considerar eficientes para enfrentar la impiedad obtusa de ese monstruo de dos patas que la viola y la asesina sin compasión.
Gaúcho volvió a salir a la superficie y de su cuerpo se desprendieron millones de diamantes que resplandecieron un segundo al ser atravesados por los rayos del sol, para depositarse luego en la corriente fría y transparente que recuperaba enseguida el apacible murmullo de sus aguas deslizándose entre las orillas y el fondo rocoso.
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- Quer fugir -dijo seu João sin levantar la vista. Los hombres que lo flanqueaban se miraron unos a otros, con cierta inquietud no exenta de temor, que hacían manifiesto en el cambio de posición de sus cuerpos y el estrujar de los nudillos de sus manos. No estaban seguros a quien se refería el patrón -Mas isso é impossivel -agregó este sin dirigirse a nadie.
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Destruyen una importante plantación de marihuana cerca de Capitán Bado. Hubo muertos y heridos
La incursión de los hombres de la Secretaría Nacional Antidrogas (SENAD) realizada ayer en la cordillera del Amambay, en el lugar conocido como Aguará Vevé, que se encuentra a escasos kilómetros de la ciudad fronteriza de Capitán2Bado, arrojó como saldo un marihuanero muerto y dos heridos entre los miembros del cuerpo policial.
Luego de un enfrentamiento que duró algo más de 45 minutos desde que el personal antinarcóticos atacó a un grupo de marihuaneros de Capitán Bado (Distrito de P. J. Caballero, Departamento de Amambay), resultando muerto el delincuente Fernando Zorrilla, de nacionalidad paraguaya y heridos de gravedad los agentes Juan Aguilera y Críspulo Portillo quienes fueron trasladados de urgencia al nosocomio de Coronel Sapucaia, la ciudad brasileña fronteriza a Bado.
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Baptista dejó estacionada la Toyota a la vera del camino. Ubicó la pistola en la sobaquera y cargó el rifle de repetición al hombro, a un costado de la mochila que llevaba a la espalda.
Se internó en la selva, avanzando con la celeridad que le permitía la maraña cada vez más cerrada de la cortina vegetal que dificultaba su paso, pese a contar con un machete filoso, de los que se usan para carpir ramas y lianas.
Volvió a sentir la extraña sensación que siempre se apodera de él al penetrar en la selva, como si algo vivo y latiente lo observara desde los miles de ojos de ese mundo inhóspito, haciendo sentir su desdén en cada chicotazo del pynó que al golpear contra los brazos desnudos de los intrusos, marca en ellos cicatrices ardientes cuyo escozor se transforma en tortura insoportable.
Su misión era acabar con Gaúcho y una vez que lo encontrara, eso sería fácil. Estaba bien pertrechado, bien comido y llevaba bebida suficiente para reponer fuerzas. Estaba seguro que dos o tres días bastarían para cumplir su cometido. En cambio, Gaúcho debía estar debilitado y hambriento tras su huida, pues no tuvo tiempo de llevar nada más que la ropa puesta...
Lo habían visto yendo hacia el río Piray, por el tapé tuyá, el antiguo sendero para acceder a las plantaciones, bien metidas en la selva.
El camino, abandonado mucho tiempo atrás, estaba cubierto de maleza, lo que dificultaba seguirlo. Era como si la selva, celosa de lo recuperado, tratase de proteger lo que era suyo cubriendo el sendero con ramas enrevesadas y arbustos bajos, sobre los cuales ondulan sin cesar millones de mariposas amarillas.
Los ojos expertos de Baptista, sin embargo, descubrieron rastros inconfundibles de que el día anterior o a lo sumo dos días antes, ese mismo sendero fue hollado por un ser humano.
Las constantes subidas y bajadas dificultaban el caracoleo necesario para pasar de una cumbre a otra, sumándose a la densidad vegetal, al calor de la tarde, recortado desde el cielo con un sol que a las seis aún quemaba, pese a algunas nubes lejanas que presagiaban ya, la tormenta.
La vieja choza medio derruida apareció a un costado, engarzada en la espesura de hierbajos que la cubrían casi por completo en un contraste reiterado de verde y marrón, de hojas y ramaje. Conservaba parte del techo de paja. Era uno de los tantos refugios precarios levantados por los marihuaneros cuando trabajaban en ese sector, y podía servir de resguardo para protegerse de la intemperie y de la lluvia que no tardaría en caer.
Las nubes, provenientes de lejanos horizontes, se incorporaron rápidamente al paisaje formando una sola fortaleza gris que avanza hacia el centro de la cordillera, acompañadas del característico ruido de los truenos que resonaban en los límites de poniente.
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Lucha entre gangster domina la frontera. El terror se apodera de Capitán Bado
La incursión de la SENAD ocurrida la semana pasada está derivando por rumbos inesperados. Los pobladores de Capitán Bado. respaldados por la iglesia católica, hicieron una manifestación frente al cuartel de la Policía Nacional, como repudio a la inoperancia de esta frente a la abierta actuación de la mafia pedrojuanina del narcotráfico, que se encuentra aterrorizando a esta lejana población.
La cosa es entre ellos, manifestó un poblador de Bado, que no quiso identificarse por temor a las represalias. Nosotros vivimos como todo el mundo, tenemos que trabajar para alimentar a nuestros hijos, pero no se puede hacer nada si no hay ayuda del gobierno y si la policía está coimeada por los malvivientes.
La iglesia considera un deber hacer saber al resto del país la forma en que se está viviendo en Capitán Bado. Esta es una ciudad tranquila, si es que no empieza la pelea de pandilleros, manifestó el cura párroco. Pero si se inicia resulta impredecible su final. Ahora mismo se anda diciendo que están en medio de un ajuste de cuentas.
Nuestro corresponsal de Pedro Juan Caballero ha expresado su preocupación relativa a las derivaciones que puede tener este enfrentamiento entre pandilleros, de lo cual no es ajena la policía local.
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João pudo huir, más que de la federal, de los alaridos que escapaban de la boca de su madre, a la que golpeaban sin piedad, a la vez que decían obscenidades que le daban miedo y asco a él, acostumbrado al lenguaje soez de los macoñeros.
Solo cuando estuvo perdido en la quietud del cultivo de soja -que como un mar de verdor se extendía hasta donde podía alcanzar la vista en ese amanecer de horror- se concedió una tregua para tomar aliento.
No había nadie. Solo el viento que al soplar arrancaba una nota monocorde del océano de hojas agitadas en breves ondulaciones.
El sol ya estaba alto.
João siguió caminando. No se le ocurrió acercarse ni aún a los caminos agrícolas por donde circulan máquinas y hombres en esa época de cosecha. Prefería avanzar en medio de las plantaciones de soja que le servirían de refugio en caso de necesidad, pues como era un niño más bien esmirriado, de escasa estatura para sus doce años, lo protegían bien.
Se le adhirió ese miedo ubicuo, esa desconfianza que lo acompañaría a lo largo de su vida ante la presencia de cualquier ser humano. No se puede confiar en nadie..., si hasta reconoció a su padrino en la horda de federales que se metió en el rancho de darle una cachetada que le partió el labio.
Después supo que su padrino Carlinho traicionó a su compadre por plata. Lo denunció a la Federal, señalándolo como encargado de contratar a los macoñeros para seu Quintela -lo cual era cierto- pero... ¡por plata y a su compadre!, pensó João cuando ya fue mayor.
Más tarde se enteró que a Carlinho, a su vez, lo encontraron tirado en la tierra de nadie-ninguém, con un balazo en medio de la frente y los ojos y la boca tan abiertos como si fuese una caricatura.
Era evidente que antes lo habían torturado casi a reventar..., pero solo casi -se dijo más tarde João, cuando empezaba a ser conocido como un joven ambicioso e inteligente, después de haber cumplido el servicio militar en el Batallón de Frontera de Coronel Sapucaia.
- E quase... -solía repetirse, cuando recordaba ese horrible acontecimiento de su niñez- deixa muito tempo atê o balaço final...
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Volvió a escuchar el «crick» de una rama partida pero esta vez no se volvió... no hacía sino repetir que estaba resignado. A duras penas pudo contener la reacción instintiva de un encogimiento interno causado por el miedo supersticioso que se apoderó de él.
El «crick» fue intenso. Como a tres pasos detrás suyo. Se volvió con el cuchillo en la mano izquierda y todos sus sentidos dispuestos a repeler el ataque que parecía inminente.
Pero en vez de la figura amenazadora de algún matón de rostro anónimo, Gaúcho encontró frente a sí el profundo bosque silencioso, su catarsis salpicada de luz, calmo y hermoso como lo es cuando la apacible paz del amanecer se posesiona por completo de la selva, sin que aún el sol haya tenido tiempo para meter en la tierra húmeda y la vegetación de los claros salpicada del rocío de la noche del bosque, ese calor que estructura un sopor alucinante, el aliento de la selva que desorienta la realidad y la imaginación, haciendo cobrar vida a las imágenes de la mente alterada que se proyectan fuera del emisor y adquieren vida propia.
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- Vai... -dijo Seu João, sin moverse de la mecedora donde está sentado sorbiendo lentamente el trago de «Old Parr» que nunca falta en su casa, gracias a los buenos oficios de su abogado, preocupado en proveerle de esos pequeños placeres de los que gustaba disfrutar seu João desde aquella vez del tiroteo, cinco años atrás, que lo dejó casi inválido de una pierna.
- Vocês sabem o que fazer, ¿n'e? Vai... -los despidió agitando un brazo en cuya muñeca relampagueaban tres gruesas pulseras de oro.
Acomodó en el dedo anular de la derecha el anillo sellador con el águila bicéfala, hecha de oro sólido de 14 kilates, la que le entregaron el mes pasado en Pedro Juan Caballero, como «modesto agradecimiento por la ayuda que consuetudinariamente presta», y según le informaron, había sido traído de los Estados Unidos con un valor que andaba por los 500 dólares. Era obra del joyero Josten, uno de los más respetados de ese país.
A João le gustaba ese anillo. Le hacía sentir bien. Era, sin duda, un reconocimiento interesado -sus buenos contos le había valido hacer reparar el edificio, pero al menos eso, lo ubicaba en un lugar de privilegio dentro de un grupo social reconocido, respetado y hasta temido, al que pertenecía más de uno de los amigos de la Senadi...
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Una, dos, tres veces se repitieron ¡«crick»!, ¡«crick»!..., «¡crick!» y otras tantas se volvió para encarar al bosque límpido y soleado o al bosque lluvioso, goteando de cada hoja; o el charco o la aridez, pero siempre dentro del encuadre de esa coloración roja, verde y marrón, con su trasfondo profundo de silencio cubriendo todo, desmoronándose sobre el hombre solitario y atrevido inserto en las arterias de la selva.
- Em suas entranhas -pensó Baptista- neste mato ruim..., no meio destos bichos..., y tudo é por culpa de Gaúcho... ¡puxa vida! Gaúcho..., o meu amigo... ¡caralho!
Después de beber, cercana la medianoche, cuando quedaban solo él, Gaúcho y otros dos hombres, los encargados del asado, Baptista le confió en voz baja:
- E o negocio da maconha em Paraguai -sorbió la cerveza que sobraba en la latita y luego agregó: -Você deve vir comigo a Capitán Bado... Aí há muito dinheiro. Se tudo sair bem, o ano que vem vou ir ao Río de Janeiro para o carnaval..., estou saco cheio deste povinho de merda...
- Vou falar com a minha mulher... -dijo Gaúcho, inquieto...- É bem diferente mesmo, ¿n'é...?
- É mesmo -aseguró Baptista afirmando con la cabeza, con un gesto tozudo de borracho -É muito dinheiro mesmo... ¿viú?
- Sim..., certo, rapaz... Ela pode ficar aquí, en Marechal Rondón por enquanto.
- Certo -aprobó Baptista- sería o melhor. Ela fica na casa com a sua mãe y você vem comigo. Boa ideia, rapaz..., muito boa mesmo...
Convenció a Terezinha y después de casi un año fueron a visitarlo..., en realidad ahora tenían dinero y vivían en forma desahogada, solo que esa visita, también fue el inicio de su desgracia y de la de su hija Suelí.
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Baptista y Gaúcho se conocieron en Marechal Cándido Rondón hacia 1975, en oportunidad de la inauguración del edificio de moderna arquitectura de la nueva Iglesia Bautista. Gaucho y él iban a ser bautizados con otros y a fuer de sinceros, Baptista se sentía feliz, convencido que esa fraternidad cristiana lo conduciría por un camino hasta entonces desconocido, por un sendero de amor, de comprensión, un sendero humano y respetable al que aspiraba, ahora que tenía cumplido 32 años de su vida agitada, angustiosa, infeliz.
Gaúcho, a su vez, vivía desde tres años atrás con Teresinha, una muchacha de religión bautista a la que había conocido en una fiesta de la ciudad y lo acompañaba desde entonces.Tenían una hija de un año a la que llamaron Suelí de Nossa Senhora Aparecida, en homenaje a la abuela de Gaúcho.
Marechal Cándido Rondón era entonces un pequeño pueblo manejado por colonos de ascendencia alemana que movían, desde un discreto segundo plano, toda la vida diaria del poblado.
Gaúcho, como era rubio y de ojos azules, no tuvo dificultad en integrarse a la población y su compañera le abrió las puertas a un mundo hasta entonces desconocido para él, el de una comunidad organizada, metódica y temerosa de Dios, cuya consigna era «Deus é amor».
Vivían en las afueras del pueblo. Con cierta reticencia al principio, Gaúcho acompañaba a Teresinha al servicio en la modesta iglesia de madera, como casi todas las casas del pueblo. Se estaba construyendo, sin embargo, un enorme templo, que debía terminar en un año, y donde gracias al apoyo de la comunidad, entró a trabajar como obrero, ya que era buen albañil y manejaba la cuchara con la destreza aprendida de su padre, antes de huir de su casa e ir rodando de un lado para otro, haciendo cualquier cosa para sobrevivir.
Baptista y Gaúcho se volvieron inseparables. Acostumbraban conversar acerca del futuro mientras Teresinha y Suelí jugaban en el patio de la iglesia. El sueño de Baptista era conocer el carnaval de Río de Janeiro y haría cualquier cosa por salir de allí.
- Deste povinho ruim e ter dinheiro. Isso é o que precisso e agora mesmo estou vendo de ir para o Paraguai. Acho que é uma oportunidade única, rapaz.
- ¿E qual é o negocio?
- Êles estão bem organizados no negocio da maconha. Tem apoio do governo mesmo.
- ¡Nossa! -exclamó Gaúcho-. Você é mesmo aventureiro, rapaz... ¿E acha que da dinheiro?
- ¡Mesmo! Muito dinheiro... Vou partir um destes días.
- 25 -
La sombra invisible aunque presente se proyectaba sobre el hombre solitario que se abría paso en medio de la densa vegetación de la jungla, que no cedía ni mostraba consideración alguna hacia el solitario aventurero.
El deseo de llorar se vuelve a veces irresistible y si va acompañado del miedo, es cruel. Los recuerdos se agolpan uno tras otro, implacables y no dan sosiego a la memoria.
Y en ese mundo resulta fácil ver lo que no existe o rememorar lo ocurrido con la misma vigencia de su momento para sucumbir, por último, frente a un desgarramiento insoportable que empuja a la locura, corriendo sin preocuparse de la propia vida, de la carne que se desgarra, del pánico que grita para romper el silencio alucinante que no se inmuta ni se agita hasta encontrar el nuevo alivio de la enajenación en el ensueño verde y cálido del bosque.
Nada tan peligroso como lanzarse hacia delante, sin importar lo que haya allí. Es como correr el amok, ciego y desesperado, con el único objetivo de sucumbir por último en la demencia y con ella perder la vida, lo cual, al menos, aniquila la conciencia o, peor aún, permanecer vivo en la espesura abotagada de una horrorosa irrealidad. En el bosque. es fácil...
- 26 -
Todo el día el calor y la humedad saturaron la selva y los pequeños insectos voladores se ensañaron con la carne del hombre.
Gaúcho casi olvidó sus penas y sus temores ante la perentoria necesidad de luchar contra el centenar de diminutos enemigos que lo atacaban sin piedad. Y a medida que avanzaba, el acoso se volvía peor. Había de todo, desde el yatebú vaca pi hasta el polvorín. Parecían haberse avisado de la presencia humana y buscaran apagar su siempre urgente sed con la sangre de Gaúcho que no dejaba de darse palmadas por todo el cuerpo, maldiciendo a los insectos.
Iba cayendo el sol cuando creyó oír el retumbar sordo de un trueno. Al volverse, observó el destello disperso del oeste lo que le hizo suponer la proximidad de un nuevo chaparrón, o acaso esa lluvia intensa e interminable que en los últimos meses se había vuelto habitual. Es el Niño, decía la gente para explicar los diluvios que trasformaron en casi intransitables los caminos regulares y ni qué hablar aquellas picadas abiertas en la selva y convertidas en senderos de un laberinto sin fin.
- A plantação -pensó Baptista observando a su alrededor- eu disse ao Gaúcho que tinha que saber isso... Si seu João o ajuda não pode mais logo sair daí...
- Não tem problema -respondió Gaúcho-. Eu vou responder ao seu João en tudo. Ele é agora o meu patrão, ¿viú? Ele salvou a minha filha, rapaz...
- De que vale ter uma 4 x 4 si deve andar neste mato ruim, rapaz- pensó Baptista.
El fuego se extendió con inusitada velocidad, hubo explosiones. Los hombres corrían desorientados, de un lado para otro, gritando, sin saber qué hacer. Estaban rodeados. Habían caído en una trampa, de eso no cabía duda. Alguien los vendió a la SENAD.
- Em Bado é mais seguro, rapaz -le dijo el jefe-. Você tiene que trabalhar para seu João. Ele tiene muito aprecio por você.
- Eu devo muito ao seu João -respondió el hombre dejando en el suelo el bolsón sucio de tierra roja que traía colgado al hombro y donde estaban todas sus pertenencias.
El jefe terminó de lavarse desde una palangana en la cual uno de sus ayudantes cargaba cada tanto el agua que extraía del pozo.
- Ko'ero ro ñepyruta -dijo secándose- eraha ko karaí i koty'pe -agregó dirigiéndose al ayudante que arrojó el agua que sobraba en la latona hacia el pastizal de la casa, espantando unas gallinas que estaban cerca.
- 27 -
Se detuvo. Estaba seguro de haber escuchado algo a sus espaldas, pero al volverse una vez más, solo pudo observar las sombras largas que se hundían en la espesura palpitante del bosque, ahora acariciado por la leve brisa que agita las ramas mientras el silencio se adueña de la hora. Esa hora esquiva cuando el matiz, apenas perceptible de los minutos, separa el día de la noche y convierte al paisaje selvático de la cordillera del Amambay en un océano verde y naranja, y el sol, sostenido a duras penas en la arboleda que corona las cumbres, se hunde en el paisaje, semejando un enorme disco de oro que termina por sumergirse en el espacio policromo creado por él mismo para su lecho de noche. Se desvanecen los límites entre la selva y el cielo, entre la realidad y el mito, hirviendo el horizonte en la discontinuidad cambiante que precede a la negrura final.
Encendió una pequeña fogata. Todo era calma. Otra noche, se dijo. Estaba convencido de haber escuchado algo..., toda la tarde tuvo el presentimiento de que lo venían siguiendo de cerca pero ni una sola vez, de las tantas que volvió la cabeza, pudo ver nada anormal..., siempre la misma verde y pastosa mansedumbre del vientre vivo de la cordillera.
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- Agora ficou tudo claro -manifestó seu João, sorbiendo un trago de Ouro Fino-. Tudo é claro, ¿viú?
Los hombres sentados a su alrededor se miraron unos a otros, sin saber qué hacer o decir. Prefirieron mantener silencio, sobresaltados, esperando.
- Amanhá êle vai chegar ao río Piray -exclamó con un dejo de alegría en la voz-. Vai gostar da agua fría -lanzó una carcajada breve, coreada nerviosamente por quienes lo rodeaban. Enseguida se puso serio y sus ojos centellearon con ese destello de maldad que conocían tan bien. Alrededor de la mesa cayó un silencio opaco en el cual se podía adivinar el miedo, un miedo ubicuo que los alcanzaba a todos. No volaba ni una mosca cuando seu João exclamó:
- ¡Filho da puta!
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El resplandor del río Piray lo cegó por un momento con el brillo del sol que parecía deshacerse a través de un calidoscopio nunca profanado. El sonido de la selva vibraba en una sinfonía modulada a tan alto grado de perfección que los claroscuros emitidos por las rocas, casi en la superficie del agua, se combinaban con los stacattos apenas sugeridos por el viento. Los arpegios iridiscentes del silencio y el sorpresivo diapasón de algún pájaro trashumante al cruzar de lado a lado sobre el curso de agua, conformaban el melodioso fraseo de la hora.
El agua transparentaba las piedras revestidas de un musgo verdusco y resbaladizo y la playa de arena blanca se extendía unos cinco metros, escapando de la vegetación que cae vertical sobre el agua oscura, esquivando los cuerpos esbeltos de las tacuaras.
El conjunto apacible enmarcaba un paisaje idílico, donde resultaba difícil imaginar a la muerte acechando cada instante a los actores del drama vital próximo a desarrollarse en ese remanso donde la naturaleza parecía descansar, sosegada y ociosa, olvidando cuanto no fuera el mero placer de solazarse en sí misma.
Revisó la carga del revólver. Vio a Gaúcho bañándose vestido, chapoteando en el agua como si fuera una criatura. Por un momento le dio pena, pensando en lo amigos que fueron durante tanto tiempo. Se acercó sigiloso y cuando Gaúcho llego de vuelta a la orilla, saltó frente a él, que solo atinó a mirarlo con sus ojos azules muy abiertos, asustado.
- ¡Puxa vida!..., é você -atinó a decir. Sus ojos fueron del rostro de Baptista a la mano que empuñaba el arma-. Assim que...
- É você ou eu, rapaz... -sintió que le corría el sudor por la espalda. Era sudor frío, como la exudación de los cadáveres, que permanece adherida a la piel.
- Não pensei...
Tenía que salir de este mundo, se había justificado Baptista a sí mismo..., ya no puedo más, y muy pronto van a descubrir quien es el soplón, quien anda haciendo las denuncias a SENAD, ya no podía estar en eso mucho tiempo. Era su última jugada y salió bien, pensó. El cadáver de Gaúcho sería la prueba de su lealtad a seu João. Lo miraban de soslayo, lo observaban..., seu João no hizo ningún comentario cuando él señaló a Gaúcho como el culpable... ¿Sospecharía? La huida de Gaúcho fue su salvación..., de lo contrario, tal vez ya estaría...
Levantó el arma apuntando al pecho de su antiguo amigo.
Cuando sintió el chicotazo en el cuello ya era tarde. El golpe se repitió sin darle tiempo a reaccionar. Ni siquiera a volverse. Cayó de bruces a pocos pasos del remanso del río Piray que seguía susurrando su historia de selva virgen, lluvia y sol.
- Vai, Gaúcho -le dijo Néstor-. Vai embora, rapaz.
El hombre miró primero a Néstor y luego al cuerpo caído de Baptista, que comenzó a moverse con dificultad sobre la arena, dejando escapar de los labios un sonido lánguido y continuo de animal agonizante.
- Vai embora -repitió el matón, sin mirarlo y con los ojos clavados en la presa que se retorcía sobre la arena del arroyo-. Nós temos que facer um trabalho -agregó.
Gaúcho vio que de la selva salían otros dos hombres y comprendió que Baptista ya no iría nunca al carnaval de Río...
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