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VÍCTOR CASARTELLI

  LA TRANSPARENCIA DE LOS DÍAS - Por VÍCTOR R. CASARTELLI


LA TRANSPARENCIA DE LOS DÍAS - Por VÍCTOR R. CASARTELLI

LA TRANSPARENCIA DE LOS DÍAS

 
 
 
Versión digital:

 

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LA TRANSPARENCIA DE LOS DÍAS
** Abierto a la comunicación, y no por ello infiel a enigmas esenciales, este libro propone a sus lectores una clara visión de las fuerzas que le dan forma, de los seres que lo pueblan y del mundo que, vuelto pasado, en él revive gracias a la transparencia del tiempo. Poemas escritos a la luz de una fe creadora, fundadora; poemas que celebran el cristal de los días. -
 
Loma Clavel
a mi madre, amor irrepetible
**/**
PRODIGIO
A fuerza de pujanza,
las nubes extinguieronl
a ardiente solanera del estío.
La claridad declina en su apogeo,
opaca su fulgor, borra las sombras.
.
Se enfría el aire de la tarde. Vuelan
pájaros sorprendidos
por un trueno inmediato y los presagios:
frente a mí, el poniente
empuja nubarrones más oscuros,
estriados de relámpagos;
el sonar presentido allá en la loma.
Y tras el denso aroma
de hierba machacada,
de tierra humedecida
que un viento suave acerca,
la pródiga certeza airosa avanza;
ya cruza el bosque umbrío,
se asoma al claro, bate el pastizal
cercano, rumorosa
golpea los peñascos del contorno
y, de súbito, cuando
el éxtasis me invade,
cuando el deleite ocupa
el abierto bastión de mis sentidos,
un tacto fresco, húmedo,
me envuelve y juguetea
corriendo por mi cuerpo estremecido:
la lluvia. 
**/**
INDULGENCIA
 Llevo a cuestas
la pesadumbre de mis extravíos.
Nada me queda por profanar,
todo me falta por redimir.
En la oscura senda todavía,
hago un alto
en la risa de un niño:
.
su alegría,
fluyendo con el agua
de un grifo a su arbitrio,
baña mi corazón,
me purifica.
**/**
ANATEMA DE UN AMOR
 
Flor de amoroso quebranto
Emiliano R. Fernández
En un jardín cultivado
en los confines del campo,
cierto zagal, apenado
por las cartas que no llegan
desde el verano pasado,
con frías lágrimas moja
el sortilegio y el nombre
de aquella flor cuyos pétalos
ya inútilmente deshoja.
.
Pues de tal pena ignorante,
por fabular otra vida
en la ciudad que la envuelve
con artimaña infamante,
la ex ninfa flor, desgajada
ahora simple Margarita,
despojada de recuerdos
tiempo ha que no visita
la oficina de Correos
**/**
PADRE MÍO
Los ojos ya no ven
lo que mi corazón
cuando
. apacible
lo agitas.
.
Con tu sangre,
rediviva en mis arterias,
fluye la transparencia
de los días,
. de los sueños
que me dieras.
**/**
TRÁNSITO DEL ARRIERO
A dos horas ecuestres del collado
y de algunos presagios de tormenta,
detiene su caballo:
.
de pronto en la pradera
un plácido arroyuelo.
Remanso para el arduo recorrido,
a un relincho se ofrece
y a la mirada ausente del jinete.
.
Deja un temblor concéntrico en el agua
el milagro de cierta sed saciada.
Pero siempre sediento
de inciertos horizontes,
las espuelas reinician el acoso
al pulso del galope:
.
camino a la leyenda de sí mismo,
su tránsito ya cifran
los truenos que se acercan retumbando
y el eco de unos cascos que se alejan.
**/**
SEÑALES EN EL PARQUE
Toda la tarde aferrados de las manos,
los dos viejos fuerzan en sus retinas
las siluetas de los amantes jóvenes
que sobrevivirán cuando,
. mañana,
.
la noche ocupe el consumido ensueño
del zagal robusto y la doncella frágil
y ellos sigan amándose todavía
en la distanciada dispersión de sus falanges.
**/**
LAS HUELLAS BORRADAS
** Era ella muy de estirpe vendedora. Lo aprendió de su madre, quien durante el tiempo más largo de su vida acumuló variada riqueza de suspiros, gracias al debe y al haber que ejercitaba al fin de cada día, ora acerca de una cesta casi intacta de verduras marchitas; ora con respecto a un saldo de achuras despreciadas y, tantas otras veces, ante minúsculos lotes de adminículos prescindibles -que iban desde el jabón de olor hasta los pares de medias de calidad incomprobada-, muy ajados por el manoseo a que los sometían los prolongados actos de la febril oferta y la demanda fría. Y empezó el aprendizaje muy de niña (si podemos llamar así a quien aún no está en edad de merecer escolaridad, aunque sí su muy difundido antónimo): de pisada en pisada, de traspié en traspié, seguía fielmente las huellas de su madre, siempre a dos pasos de ella y a tan sólo uno de aquel apresurado óbito de la infancia, recorriendo el centro de la ciudad y sus calles aledañas, donde tocaban o llamaban en todas las puertas y, en los suburbios, en los más variados sinónimos de ellas. Un buen día su madre decidió aprehender la esperanza y, más por instinto que por saberlo, la buscó por su color: la hizo suya con un verde de ningún matiz geográfico al que, sin embargo, llamaban de París.
** Fue acogida ella entonces por una piadosa familia del vecindario, tan piadosa cuan numerosa -la cantidad también le facilitaba la virtud de no pecar de holgura económica-. Al alba, allí le colgaban del brazo un canastito repleto de pasteles que salía a ofrecer de obra en obra, de taller en taller, de casa en casa, para pagarse los derechos a techo y comida que, esporádicamente, también le desprodigaban. Pero ella no se quejaba, pues era feliz a su manera. Y así fue andando hasta que empezó a despertar a las etapas lozanas de la vida: primero despertó a la adolescencia, luego a la pubertad y, un amanecer de fragorosos trinos de gorriones madrugadores, se despertó en una obra en construcción, muy pegada en el catre a un albañil encantador que también oficiaba allí de sereno por las noches. Éste, cuatro meses después, negó la deuda contraída y ella tuvo que exiliarse de su asilo piadoso, con sus mínimos bártulos y la creciente protuberancia de su vientre a cuestas. Alquiló un cuchitril acochinado en la periferia, donde conoció a una buena mujer que le daba -en consignación- chipas para la venta, lo que a su vez le daba a ella para la compra de pañales que bordaba con primor ilusorio. Pero lo que un pestañeo duró la ilusión que engendró el alumbramiento: se apagó tres meses después al soplo estival de cierta diarrea muy difundida por entonces. Y como no tuvo otro remedio, se repuso y siguió vendiendo lo que sea, contra viento y marea. En este su consuetudinario menester, empezó a recibir ofertas de todo tipo, principalmente de tipos que le ofrecían el oro y el moro en simple trueque por el apreciable cuerpo. Pero ella rechazaba estas demandas porque tenía todavía, como respetable reserva, ese Potosí de oro viviente que pesa como un mundo: el corazón. Y así continuó por un tiempo más, recaudando menos de lo que necesitaba para pagar el cuchitril y la comida, hasta que, pasados algunos años, empezó a sentirse muy sola y a comprobar que las ventas -de acuerdo con el debe y el haber que ejercitaba al fin de cada día- le reportaban beneficios muy en discordancia con el espíritu semántico de este vocablo. Y ya sin oro ni moros en la costa, con varios dientes de menos y más acorde con sus principios de no vender su alma al diablo -en este caso un endiablado bohemio desocupado con uñas de guitarrero-, optó por largarse a las calles (o a las plazas o a las esquinas, según el caso obligue), no para vender, sino para alquilar los placeres de su cuerpo al mejor postor (en hipótesis de pujas). O para cederlos en gratuidad a cualquier degustador pasajero que le cayese en gracia.
.
Ingrese al ÍNDICE DEL POEMARIO EN BIBLIOTECA VIRTUAL CERVENTES - La transparencia de los días
La transparencia de los días
- 1 -
Prodigio
Indulgencia
Anatema de un amor
Padre mío
Tránsito del arriero
Señales en el parque
Visita a la casa de la infancia
Sortilegio
Plenilunio velado
Los pasos perdidos
La fiesta de San Juan
No es el gris del aire
Escena recobrada
Revelación en el parque
Acosta Ñú
Fruta
Joven viuda en el estío
Recuento
Ensayo de biografía
- 2 -
Las huellas borradas
- 3 -
Tres poemas para J. A. Rauskin
Entre las verdes riberas
Ninfa de la ribera
Momento
Tres poemas para Óscar Ferreiro
Metálica fanfarria
Impunidad
La trampa
Tres poemas para José-Luis Appleyard (Del ayer lejano -1964-)
Tríptico hominal
Verano de Lisa
La vida verdadera
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