OBRAS de VICTOR CASARTELLI

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REGRESO (De: Ojos del Corazón, 2006)

 Levanto uno de mis párpados,

cierro el otro,

pero el sueño que soñaba no prosigue:

empujabas gozoso tu barca río adentro;

y reías agitando tus manos

como pañuelos de adiós en la distancia.

Y de pronto te perdiste, te borraste

tras el recodo aquel,

el que se yergue en la penumbra

donde combate la  memoria.

Y allí volví a encontrarte.  Y en tu fuente,

donde la libertad abreva,

bebí como un sediento peregrino.

Aunque en sueños,

He vuelto a ti, niño puro que fui.

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CERTIDUMBRE (De: Ojos del Corazón, 2006)

 Detrás de la penumbra, del otro lado de la noche

el sol está brillando.

La oscuridad  es simple transgresión

de la mirada.  Porque sólo vemos

lo que dicta el corazón:

la belleza en un rostro lacerado,

la ruindad en un rostro maquillado.

Todo no es más que el equilibrio

o el desequilibrio

entre el corazón y la mirada:

si aquende tal vez vemos la hermosura,

¿acaso su revés está allende de ella?

Sólo vemos

lo que dicta el corazón.

O no vemos.

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TRÁNSITO DE LA PALOMA (De: Intermedio hacia el pacífico)

 Sobre el cemento de la acera

la paloma muerta es una tristeza gris de patas rojas

apuntando

al plúmbeo cielo de invierno en el malecón

de la Reserva. Y aunque definitivamente sola,

alguien,

en un acto reflejo de piedad

o fatalismo,

con rápido ademán la aparta del centro de las pisadas

de los abstraídos transeúntes:

su cuerpo ahora se endurece en el vértice

del muro y la vereda.

Sólo las plumitas de su vientre se agitan

con la brisa que llega desde el mar y su bramido.

Y arriba,

entre el ramaje de un árbol más

en el entorno, languidece

el zureo irremediable de su compañero.

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PARÁBOLA {a Talili, duende de las plantas} (De: Las adioses)

 En la pugna con tenaces albañiles

siempre sucumbe el corazón inerme:

     ya sólo en la aridez de las macetas

sobrevive, tullido,

el símil de los yuyales de ayer.

Mutilados los espacios,

las hierbas se apretujan y las semillas de las florestas extintas,

aterradas, sin descanso

hacia el fondo de la tierra huyen:

     allí se apretujan y acorazan sus vainas,

abrigan el retorno de la fronda

a una Tierra de corteza impoluta.

Mas ¿en dónde están las luciérnagas?

Tendido sobre el jergón de concreto

de esta acera citadina,

las busco en el cielo que el hierro y el cemento

sin pausa menguan:

     en el alto escenario de la noche,

entre un enjambre de estrellas

y en la perla de esta lágrima tardía,

apenas

la alegoría de sus guiños

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COLOFÓN (De: Los adioses)

He aquí a un hombre que ha llegado

desde los confines del estruendo y la masacre. Mas no trae

en su alforja ni un ápice de cólera, ni una pizca

de resentimientos ni furia acumulada. Exhausto,

intensamente solo en este sitio se detiene.

Sólo carga la sorda explosión de la duda revelándose:

.   atrás ya se desguaza el proceloso aliento de la gloria;

empuja hacia adelante el silencio y la calma del olvido

inexorable.

Ya ninguna prisa azuza el cansancio de sus plantas;

sólo le urge desvestirse (como lo hace) el ropaje primigenio:

.     el revés del entramado le muestra las piltrafas

de la urdimbre, los hilos sueltos

en el constante azar de su andadura.

Ahora el escozor de la melancolía irrumpe

en los meandros agostados de su pecho, cruza

los penumbrosos desfiladeros de su memoria, penetra

en el cauce polvoroso de sus retinas

y se instala en el crecido arenal de su corazón

desguarnecido:

.     todo está hollado, profanado,

sucio de los humosos restos ardidos

en las pasadas contiendas cotidianas.

La suerte está echada. Se aproxima el final

de la ruta señalada. En un acto reflejo

deposita en el suelo el gastado bagaje de las armas

que ha usado en todas las batallas.

Despojado, leve, imbuido de un aire nuevo y transparente,

empieza a caminar hacia el claror que fulge

en el último mojón de su camino:

.     allí ondeas con tu airoso gallardete,

tu diáfano colofón,

.                             sabiduría.

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Fuente: OJOS  DEL  CORAZÓN de VÍCTOR  CASARTELLI

Editorial Arandurã, Asunción-Paraguay, 2006

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** En el último tramo de su existencia, el hombre hace un alto, vuelve hacia atrás la mirada y observa con atención las luces y sombras de sus huellas. Y acaso en ellas ve tan sólo ciertos fulgores entre vastos tramos de penumbra.

** Sin embargo, puede que ese trecho de su marcha haya despertado en él la facultad de percibir lo trascendente, o seo la conciencia de mirar y, finalmente, ver con los ojos del corazón. Y a través de esta renovada visión existencial el poeta observa la vida y su propia vida, mirada que, cual corolario de un prisma densamente espiritual, define los contornos del alfa y el omega que significan la gesta del Hombre y su mortalidad.

** Inmerso en esta andanada, en la que aparecen las manifestaciones de la naturaleza - ¿los símbolos de la creación? – y su implacable destrucción por los humanos, Víctor Casartelli señala lo que han visto sus ojos y lo que ve su corazón y, conmovido, imagina, sueña con el retorno de “una Tierra de corteza impoluta”, tal lo afirma en un verso de su poética de sostenido aliento conceptual y estético.