TERRITORIO ESMERALDA
GLADYS CARMAGNOLA
PREMIO MUNICIPAL DE LITERATURA 1996
Editor: SERVILIBRO
Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ
Tapa: CAROLINA FALCONE
Colección: COLECCIÓN ACADEMIA PARAGUAYA DE LA LENGUA ESPAÑOLA Nº 10
Asunción – Paraguay, diciembre 2013 (125 páginas)
BIOGRAFÍA
Gladys Carmagnola, como es conocida Gladys Felicia Carmagnola Herrera de Medina, nació el 2 de enero de 1939 en Guarambaré, Departamento Central del Paraguay, su Territorio esmeralda. Debe a su padre el amor a la poesía. Su primer libro impreso data del 13 de abril de 1965. Fueron Doña Josefina Plá y José-Luis Appleyard quienes la alentaron a publicar sus poemarios, más de una veintena. Varias obras suyas están incluidas en antologías, en español y traducidas a otras lenguas. Las destinadas a la enseñanza aparecen en manuales, obras de literatura y suplementos escolares.
Es cofundadora de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP) y de Escritoras Paraguayas Asociadas, Miembro de Número de la Academia Paraguaya de la Lengua Española y Correspondiente de la RAE, España, y socia del PEN Club. Creó las Colecciones Piolín, para niños (1965) y Corcel, para adultos (1982). Organizó y dirigió el Club de Niñas Lectoras de
Luque durante su radicación allí. A su labor docente sumó los talleres de poesía en las Universidades Católica y Nacional de Asunción. Uno de ellos lo desarrolló, invitada al Festival Internacional de Poesía de Medellín en 2008.
De los numerosos homenajes, honores y premios por su labor, se mencionan el primero, internacional, “José María Heredia”, de la Asociación de Críticos y Comentaristas de Arte de Miami, en 1985, y el “Premio Alma Mater” de la Universidad Católica “Nuestra Señora de la Asunción” por “eminentes servicios”, en 2010. Ha sido postulada a importantes premios. Dos bibliotecas escolares del país llevan su nombre y es madrina de otras.
PRESENTACIÓN
UNA MIRADA AL ENTONCES Y AL DESPUÉS
Al pensar en los 85 años de existencia de la Academia Paraguaya de la Lengua Española, la mirada se me escapa hacia aquel 1927, en que una pléyade de intelectuales paraguayos de primerísimo nivel se reunieron para darle existencia. Los dramáticos reclamos de la Historia hicieron languidecer la institución por mucho tiempo. Los conflictos limítrofes que desembocaron en la contienda chaqueña de 1932 a 35, las secuelas de la posguerra, pese a la victoria; las posteriores convulsiones políticas, la situación social, la lucha fratricida del 47, la dictadura de Higinio Morínigo, componen el contexto en que sobrevivió esta Academia.
La ausencia de Paraguay fue notoria en aquel Primer Congreso de Academias, realizado en México, en 1951, cuando a instancias del académico peruano Guillermo Hoyos se toma contacto con varios académicos paraguayos en la ciudad de Buenos Aires, constituyendo este encuentro, realizado en 1952, una segunda fundación. Ocho años después, la Academia Paraguaya de la Lengua Española se ve beneficiada, como el resto de las Academias de la Lengua Española, con el Convenio de Bogotá, firmado en 1960 y refrendado por el Gobierno paraguayo en 1963, por el cual el Estado se comprometió, según la Ley 901, a otorgarle una sede y una suma anual para un funcionamiento digno.
Pasó la dictadura de Alfredo Stroessner, sobrevino la transición, se vislumbraron esperanzas y desalientos; hoy se enfrenta el desafío de un Paraguay mejor, y la Academia continúa su tarea silenciosa, muchas veces inadvertida. Como una novia que supo esperar, a comienzos de 2012, esta recibe del Congreso Nacional la sede prometida, en un área de la Casa Josefina Plá, a la espera de la confirmación de una dote segura, que le permita dar frutos cada año con renovado esplendor.
El trabajo de las Academias de la Lengua, congregadas en tomo a la Real Academia Española, no se limita a velar por el mantenimiento de las normas gramaticales, lexicográficas u ortográficas, sino también por el enriquecimiento de nuestra lengua por medio de la incorporación de los ricos aportes regionales de los países latinoamericanos. No se ciñe únicamente a la elaboración y actualización de los diversos diccionarios existentes o en preparación, además impulsa las investigaciones sobre la evolución de la lengua castellana en todos sus aspectos, y constituye un puente entre el hispanohablante y el conocimiento de la lengua en sí misma.
En homenaje a las ocho décadas y media de su fundación, la Junta Directiva decidió conmemorar este tiempo de vida institucional con la publicación de la “Colección Academia Paraguaya de la Lengua Española”, que en su primera etapa reúne trece títulos, cuyos autores son miembros reconocidos en el ámbito literario y de la investigación científica. Desde este lugar que hoy nos toca ocupar, hacemos votos porque la corporación que dirigimos sea generosa en logros y rigurosa en el cumplimiento de sus compromisos, augurándole una labor sostenida y prolífica.
Renée Ferrer
Presidenta
Academia Paraguaya de la Lengua Española
PREFACIO A ESTA EDICIÓN DE 2013
Ya en las palabras preliminares de la edición original de 1997 intenté aproximar de modo especial el tema al lector. Sé que no lo he logrado. Una verdad sí me resulta clara en el presente: El territorio esmeralda en el cual me sumergí conscientemente entre abril y diciembre de 1996 a raíz de una extrema, intensa emoción -la del rencuentro comentado en ese libro-, sigue siendo para mí el país de la infancia, el sitio exacto donde con el primer aliento nace en el ser humano algún tipo de raíz imperecedera, una marca de identidad indeleble.
No me he referido al significado profundo que me une a ese minúsculo sitio del vastísimo universo que habitamos, aunque sin intención quizá mencioné el antes, el durante y el después de un episodio al que debo mi trajín en el único ámbito donde me siento la persona que fui desde entonces y seguiré seguramente siendo hasta que el hilito se suelte y me deje como una hoja a la deriva. Ese territorio, donde mis padres se conocieron, se amaron y decidieron sumar cuatro ramas al árbol familiar, conserva para mí el mismo maravilloso encanto que ningún episodio gris o doloroso ha logrado borronear.
Por eso, ante la decisión de la Academia Paraguaya de la Lengua Española de conmemorar gratas fechas con la edición de una colección destinada a quienes andan en pos de la palabra por los variados senderos que ella escoge de tránsito y morada, no dudé acerca de cuál obra mía deseaba la integrase, aun teniendo varias inéditas para ofrecer, pero carentes de la valiosa voz amiga que desde los inicios me convenció y logró me sintiera útil en la misión elegida, y que con reverente gratitud incluyo como prólogo aquí. Espero no haberme equivocado.
Les entrego, pues, el verde incomparable de mi aromado territorio, sus manantiales bordeados de salvaje amambay, su tierra colorada poblada de susurrante áspera dulzura... donde conocí la felicidad que aún me acompaña.
Manifiesto mi gratitud a la APAREE, dignamente presidida hoy por D.a Renée Ferrer y a quienes poseen benévolos su mirada en este territorio esmeralda. A Servilibro, reitero mi persistente deseo de una vida plenamente justificada mediante las obras que la Editorial acompaña.
Asunción, diciembre de 2013
G.C.M.
LA CASA INCENDIADA EN EL TERRITORIO ESMERALDA
(Texto de José-Luis Appleyard, del 15 de marzo de 1997
en El Correo Semanal de Última Hora)
Hace unos días he tenido la satisfacción de presentar el último libro de Gladys Carmagnola, titulado Territorio esmeralda. En la oportunidad hilvané algunos conceptos que hoy transcribo, no por lo que ellos puedan significar, sino porque creo con toda convicción que este poemario marca un momento muy alto en la creación literaria de la autora y en la poesía paraguaya en general.
Al concluir la primera lectura del libro, que hice en las cuartillas de imprenta, escribí tres palabras: “Brutal, testimonial y puro”. En sucesivas lecturas posteriores no llegué a desdecirme de esa espontánea opinión, porque en ella está la síntesis de un libro impar que reúne virtudes dispares entre sí, pero que coadyuvan para un logro pleno.
El impacto de la guerra civil del ’47
A los cincuenta años de la guerra civil que asoló nuestro país durante largos, interminables meses de 1947, la voz de una niña surge de este poemario. La voz de una niña atemorizada por los horrores que le tocó ver a los fines de esa contienda. Esa voz se hace alarido unánime en algunos poemas y en otros adquiere la serenidad que el tiempo da a su testimonio.
Así lo leo y lo siento en La casa quemada, poema clave y crucial de Territorio esmeralda que transcribo a continuación en uno de sus más significativos fragmentos:
¡Ah, la casa quemada! Jamás he vuelto a verla.
Y sin embargo es ella mi lugar auténtico.
Hoy que ya solo la mitad de quienes fuimos
a la hora del almuerzo
transitamos aún bajo este sol
que perfora el ozono por casi incontrolables agujeros,
a veces mi hermanita, ya sin capa celeste,
presta su voz, como mi padre entonces, a “En paz”, de
Amado Nervo
y un milagro derrumba totalmente
el implacable paredón del tiempo
y hallo otra vez en ese amado sitio
alojamiento.
Sí. Soy yo esa pequeña de trenzas que en el patio
a plena carcajada, corre tras su perro.
Esa casa quemada que sigue incendiándose en su memoria. Esa casa quemada que retuvo pedazos de su infancia entre sus muros, en sus patios y en esa fuerte viga que superó la furia de las llamas.
Poemas de acendrado lirismo son los eslabones de una epopeya. Un poema épico surgido de los recuerdos de una niña en el que recrea un mundo ido, ese Territorio esmeralda que justifica el título del libro. Un antes, un durante y un después, y la barbarie incalificable de esa casa incendiada. Un antes idílico, con cañaverales, cuentos, muñecas y los pies descalzos hollando la roja tierra de ese territorio. Un durante en el cual se deshizo ese dorado mundo de la infancia con la ferocidad del hombre y de su sino. Y un después que lentamente fue intentando borrar las huellas del momento trágico.
Se necesita ser un acabado poeta para lograr un libro como el que comento. Y Gladys Carmagnola lo es; es una gran poetisa, de cuño y con la fuerza necesaria para dar vida a personajes reales o míticos, que nunca faltan en ese tipo de contiendas entre hermanos, a situaciones que una vez tuvieron la irrefrenable presencia de la realidad, con versos que, a la par de mostrar la maestría de la autora, tienen la capacidad de comunicar, ya en susurros, apenas, o en la saciedad del grito, todo lo que significó esa casa quemada para marcar su infancia y marcar dolorosamente también la vida de un país pobre que se desangró nuevamente en las venas de sus hijos.
Quiero significar que el poemario de Gladys no es la trágica epopeya de la guerra civil. No. Es el impacto que uno de los capítulos de la misma causó en ella cuando estaba en ese territorio esmeralda de la infancia.
Es este un poemario de largo aliento, pero cada uno de los poemas que lo integran resulta indispensable para la comprensión total del grito infantil que hoy adquiere los matices de la voz madura.
He transitado ese territorio con pena y con dolor, pero también con la alegría y el respeto que me inspira toda obra de arte lograda por su profundidad y su belleza.
José-Luis Appleyard (t)
Última Hora, El Correo Semanal, Pág. 8
Sábado 15 de marzo de 1997
PALABRAS DE LA AUTORA EN LA PRIMERA EDICIÓN, DE 1997
Sucedió simplemente, una tarde: buscando estantes de pino o guatambú para ordenar los libros desparramados por toda la casa, en una de las tantas mueblerías sobre República de Colombia, al bajar un peldaño y acceder al depósito contiguo, quedé paralizada al ver ante mis ojos, bajo mis pies, ese piso blanco y negro. Sí. Ese era el corredor del que había sido nuestro primer hogar en Asunción, después de la casa quemada en 1947, cuando la huida y la persecución por el territorio esmeralda hacia el río, en agosto. Pude sobrellevar el abrupto retorno al pasado mediante la cercanía de mi compañero de tantas jomadas. Logré atenuar después sus efectos -que habrían sido devastadores- merced a la palabra, la misma que aquí ha quedado impresa, y que entrego más que como testimonio de vida en la palabra, en carácter de ruego: de amor, de respeto, de comprensión, de solidaridad y paz entre todos nosotros, en el hogar, con nuestro prójimo... Solo así será posible la convivencia que muchos anhelamos.
Viven en este poemario un tiempo y episodios estrictamente verídicos. Están aquí -vistos por una niña y dichos por una adulta- el antes, el durante y el después de la revolución de 1947, hecatombe que enfrentó como enemigos hasta a hermanos de sangre y cuyo trágico saldo de barbarie y luto tiñe aún incontables vidas inocentes.
Creo honradamente que al antes debo mi amor a la Poesía, en el que ha tenido no poco que ver mi padre; al durante debo mi vocación grabada a fuego; y al después, mi perseverante, inclaudicable trajinar poético. Y ahora me es posible, afortunadamente, contestar con certeza cuando me preguntan cuál fue mi primera vez con la Poesía.
No es este un libro histórico, ni es la historia en él la protagonista, ni siquiera el motivo o pretexto para contar la historia de un tiempo en una niña marcada de por vida hace ya ¡medio siglo!
Convencida desde siempre de que solamente los colibríes se sostienen por sí solos y alardean en el aire, sin asidero aparente, hermosos, delante de nuestra vista, entiendo lo que el pasado aporta a cada ser; lo que una civilización lega a la siguiente; lo que un hecho hasta fortuito que creemos inocuo muchas veces, incide en nuestra vida. De modo que sé que esta mujer que se enreda en su letra aquí, ahora, no estaría seguramente hablando o escribiendo si aquella barbaridad del ’47 no hubiera sido. (De veras suelo decir que hubiese preferido el silencio. También por eso, el antes, el durante y el después de “La casa quemada”, protagonista del poemario, han quedado impresos aquí en varios textos, a pesar de mi intención de que fueran cincuenta poemas (uno por cada año desde entonces a hoy), apenas he arribado con esos cincuenta a setiembre, casi octubre de 1947, antes de trasponer el umbral donde quedé como fulminada la tarde de abril de 1996, del retomo. De ninguna manera he pretendido ofender o lastimar con estas letras. Si hay nombres aquí (y sí hay algunos), unidos a otros de muy dispar ralea, tal como ahora lo comprendo, es consecuencia lógica, para mí, de cómo invadieron las circunstancias que rodearon esos nombres los recuerdos de una niña que los albergaría hasta ahora. Aún hoy, y cada vez con mayor intensidad a medida que pasan los años, escuchar o decir Ruperto Ka’a Tai me suena muy distinto de escuchar o decir Volta Gaona, por ejemplo.
Pido disculpas por el trato informal dado a algunos episodios casi trágicos. ¿Qué sería de nosotros sin el sentido del humor, que nos ayuda a sobrellevar ofensas y desgracias?
¿Debo explicar, por fin, para quien lo ignore, que mi más entrañable anhelo se entronca en el amor a la vida? Aunque lo digo en unos pocos textos que ni siquiera se aproximan a los que en justicia yo llamaría poemas, todavía dudo -sabida como es la poca difusión de los poemarios- si no hubiera sido preferible escribir “¡Mentira!”, “Por ninguna razón”, “Nadie me lo ha contado” en volantes y afiches inmensos, como los de las asiduas propagandas que amenazan enterrarnos vivos o muertos.
Lo mío es la Poesía, y su resultado, el poema; inevitablemente, como estos, incubados en mí hace medio siglo y que quizá habrían muerto conmigo de no haber salido una tarde, guiada por la mano de Dios, a buscar, con Julio, estantes de madera, donde, bien o mal, van acomodándose a sus anchas, aunque más ordenadamente, nuestros libros.
He aquí, pues, este poemario, escrito entre mayo y noviembre de 1996 en memoria de aquellos a quienes el tiempo que estas letras pretenden aprisionar, ha marcado más que a mí. Y no han podido decirlo. Gracias por compartirlo.
21 de diciembre de 1996
G.C.
POEMAS
EL AVE FÉNIX
Si no lo digo, nunca entenderás
por qué esta rosa de dolor y miedo
cobijó la orfandad y la hermosura
de sus pétalos
entre los cuatro puntos cardinales
que limitan el área de mis huesos.
Quizá aquel diminuto corazón
que habitaba en mi pecho
se contempló a sí mismo
y le dio alojamiento
en sus tiernos paisajes interiores
tiznados a destiempo,
y de entre las cenizas
arrebataron vida y alimento
hasta que un día cualquiera el ave fénix
se elevó hacia la rosa de los vientos.
Sí. Sólo tuve que extender los brazos
y salirle al encuentro.
TERRITORIO ESMERALDA
a Elvio Romero
Verde a lo lejos, verde alrededor...
verde hasta donde llega el recuerdo en lontananza.
Y verde —para no ser menos—
desparramada
a derecha e izquierda
a sol y a sombra en los caminos, la verdolaga.
Haber vivido aquí.
Haber nacido en este territorio esmeralda,
con el susurro de cañaverales meciéndome la cuna,
modulando canciones que invaden aún hoy esta
garganta
y van y vienen ahora,
como hace medio siglo, hacia el mañana.
Verde aquí, verde allá. Sí, todo verde.
Verde hasta donde alcanza
este hilito que se ata a la memoria
serpenteando, gateando, enredándose tierno en la
nostalgia
y transmigrándose en el mundo
íntegramente verde, de la palabra.
Verde el del pastizal, el de las hojas todas
en las ramas.
Verde el del horizonte que se mece
en pétalos esbeltos —áspera, dulce caña—:
caña dulce que tomas y retomas y me abrazas
al amado territorio esmeralda
no para que tu verde
exorcice mis antiguos fantasmas,
sí para que su coro
me susurre que me amas.
Tenías razón, Señor, cuando elegiste
este rincón para ofrecemos de morada:
Quizá no exista en todo el universo
retazo similar a este territorio esmeralda.
PECADO
a Sabina
Pues sí.
Cuando me muera
más de uno indagará entre mis “virtudes”.
(Era tan buena. Casi casi una santa.)
Y yo reviviré la lluvia temblorosa
iluminada
de miedo y de relámpagos
de esa hermosa mañana.
(Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.
Y la lluvia caía como si nada.)
Los bueyes. El pan que me goteaba entre los dedos
—frágil papel de estraza—.
(Sagrado Corazón de Jesús...)
Más allá de los huesos, calada.
Mediodía. Verano ¿del 46? Permiso porque es ella,
Sabina, la monja, tan insistente, tan de confianza.
Cuidará a nuestra hija. ¡Seguro!
¡Que vaya!
¡Qué hermosas las estrellas
de madrugada!
(Sagrado Corazón de Jesús...)
Ya todo alrededor es agua.
Sí: recordaré aquella vez... la lluvia...
(¡Perdón, Señor!): la monja y yo pecamos. A veces pasa.
Ella lo hizo por mí. De un árbol del camino en patio ajeno.
Fue queriendo. ¡Palabra!
(Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío...)
La lluvia, sordomuda, empecinada.
Año tras año creí que habían sido
manzanas (y ellas no crecían
en el valle esmeralda).
Quizá fueran naranjas...
¡Qué más da!: mandarinas, melones o granadas.
Corazón de Jesús, en Vos confío.
Yo las robé. Con estas manos. Lo confieso. Amargas
me fueron luego tantas veces,
calentita, en mi cama.
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.
Cae una lluvia mansa
y de pronto retoman a mis labios, deliciosas,
tiernas, jugosas, dulces. Ni las lágrimas
han de robarle ya jamás ese dulzor inigualable
al pecado primero de mi infancia.
Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.
No. ¡Por favor! ¡que no merezco ser llamada santa!
ABUELITA CUENTERA
Te lo pedía a gritos:
“Contame el del Rey curioso.
¡Abuela! ¡Abuelita Dolores!
Contá el de los hermanos mentirosos.
No te voy a mentir jamás. Te juro, Abuela.
Sí. Regaré las plantas. Sí. Con agua del pozo.
Pronto, Abuelita, pronto; que no hice los deberes
y tengo que aprender a dibujar el 8.
Abuela, el de los burros que viajaron al cielo;
aquel almud de plata, y el de oro.”
Abuelita Dolores: Entonces no sabía qué es ser bilingüe
ni de los traductores que lo complican todo,
sino que te brotaban historias de reyes y ladrones
y la magia del mundo, enterita, te brillaba en los ojos
mientras —plosplós— los mangos ¡plos! al suelo
(alguien debía aplaudirte de algún modo).
Algo así como un cuento de hadas, bellísimo,
cuando te recuerdo me baila en lo hondo.
Seguro que allí donde estás te acompañan los burros
que fueron al cielo; reinas, reyes moros,
un almud de plata,
un almud de oro...
(de premio,
supongo),
y escucho tu risa-cristal en el patio
(donde las hormigas clavaron su toldo)
cuando me decías: “A casa. Mañana los otros.”
Seguí practicando, Abuelita Dolores.
Nos veremos pronto.
Y sí: Estoy segura de que al abrazarme
sabrás que es tu nieta la mujer de cabellos canosos
esta que te observa extasiada
mirando a su abuela querida en tu rostro.
Quizá un día cualquiera, allí donde voy a encontrarte
te chisporroteen, traviesos, los ojos
oyéndome un cuento de aquellos que vos me
contabas.
Sólo que antes debo —sé que lo comprendes— regar
unas plantas y aprender el 8.
CARRETAS A LA FABRICA
En el inmenso corredor
un niño estudia y una niña juega
mientras de un lado a otro
va y viene, viene y va, la más pequeña.
De repente se escucha
el chirriar anhelado de las ruedas.
¡Vienen! ¡Vienen! (camino hacia la fábrica)
pesadas, las carretas.
Hundiéndose en el rojo de la calle
siguen, siguen. Avanzan las carretas.
Innumerables voces las persiguen,
inacabables manos pedigüeñas.
Cuántos sueños endulzan esas cañas
ahora sí me interesa:
la deliciosa carga arribará mermada
y cada niño humilde de la aldea
albergará en el rostro dos estrellas.
En tanto, en el inmenso corredor,
tres niños profundamente quietos: nadie estudia ni juega:
ya dos de ellos saben que la vida
es una larga y a veces dolorosa espera.
Practican la lección.
Siguen andando, siguen las carretas.
RADIO ¿EL ESPECTADOR?
a Radio “El Espectador” a Pochocha
Noche tras noche,
apenas algo más
que una chicharra
que murmura bajito.
No. No es posible
más que adivinar
entrecortadamente
aguzando el oído
“... bala... hospital...
... desolación... peligro...
... sumándose cada vez más los muertos...
... innumerables... los heridos...”.
(Esta revolución es como todas:
inconciencia,
ambición,
dolor
fracaso
locura
asesinos.)
¿Radio El Espectador?
Noche tras noche una chicharra
guardada por diez llaves,
muy
bajito,
susurra
muy ba-
ji-
to.
En el patio, ignorantes de todo,
ensayan libremente su concierto, los grillos.
Por supuesto que sí: a la necedad
siguen algunos llamándola destino.
TORTAS DE AFRECHO
Una pequeña lámpara ilumina
ese hogar incompleto en el rincón,
y un antes ignorado aroma inunda
la desproporcionada habitación.
Allí, cuatro pequeños y su madre duermen
al cuidado de Dios.
Noche tras noche aquellas tortas cálidas
de afrecho, transmigradas en colchón,
abrigaron no solo nuestros cuerpos
con su firme tibieza, con su olor:
fueron lecho leal para esas lágrimas
que en ellas enterró mi corazón.
(La casa, de ceniza.
Nuestro padre, en prisión.)
Afuera aguardan los cañaverales
y una mano extendida —preferiría decir que por error—
cuando amanezca, irá hasta el fin del mundo
implorando perdón,
mientras, tibias, se esparcen las cenizas
que ofrendan su polvillo gris al sol
como el afrecho no contaminado
que en las noches heladas nos entibió de amor.
¡MENTIRA!
No. No es verdad que siempre
el tiempo todo lo mitigue.
Yo no debí saber de fusilados.
No debí oír de “fuerzas revolucionarias...”
No.
No debió haber habido...
No debí comprender qué es pynandi,
que se saquea, se viola, se incendia, se degüella...
No debí cobijar en la memoria
el olor de la sangre en el hermoso rostro mate de mi abuela
ni ver la bayoneta calada en el pecho desnudo de mi madre.
No.
No debí escuchar el reiterado
silbido de las balas.
No debí contemplar el fuego aquella noche
trepar de nuestro hogar directo al cielo.
No debí arropar entre mis brazos
un bebé de capucha celeste humedecida por las
lágrimas
mientras mi madre alzaba a mi otra hermana
y un hervidor de leche tibia
iba dejando rastros al enemigo.
Como en Hansel y Gretel, Mamá.
Por suerte está mi hermano.
—¿Y Papá?
—Ya vendrá.
Después sabría que a él lo habían arrojado
“por las dudas nomás”, a un calabozo.
¿Quién es “el enemigo”, Mamá?
Y... quizá nuestro hermano.
Ese vecino
que mancilló la mesa uno que otro domingo.
Así empezó para mi corazón
el verdadero exilio.
Nadie merece estos recuerdos que hoy te pido
me ayudes a arrojar
a la otra orilla.
NADIE ME LO CONTO
Por si acaso preguntes
quién soy para pedírtelo;
quién, para hablar de amor o de hermandad,
para instarte a un “injusto pacifismo”,
quién para osar siquiera atemorizar a nadie
con balances tremendos y horribles vaticinios...
Ah, sí... quieres saber quién me lo dijo.
Quién se lo comentó a quién; cómo lo supe, dónde lo habré leído.
La respuesta es muy simple:
Nadie me lo contó. Lo sé porque lo he visto.
Puedo decir “amor”
porque hace mucho tiempo lo practico.
Puedo, de hermana a hermano
hablarte claro, con o sin testigos.
Y puedo, al fin, en nombre del amor
rogarte de rodillas —pues no puedo exigirlo—:
¡Por favor, nunca más! ¡No! ¡Nunca más!
Hermano mío,
después de algo así
nadie es el mismo.
A quien lo sabe bien,
es mejor no atreverse a jamás discutirlo
¿PLANETA? ¡ESTRELLA PREFERIDA!
¿Invadida
de qué mágica luz, hasta el poniente,
de qué perseverante resplandor,
de qué obstinado mundo estricta médium,
llegas puntual,
esquiva y fiel, generosa, altanera,
sobrevolando siglos y humaredas,
para esplender tu claro nombre —Venus,
fulguración tenaz del universo—
a este paraje azul de la memoria
habitado por blandas cicatrices
grabadas hasta el fémur?
HASTA EL PRESENTE
a Mirna
Corría de norte a sur plácidamente
(¿correr? ¡ingrata forma de decir!:
Era un hilito delicado, tenue
que hermoseaba el verdor de aquel paraje
paseando por ahí, tranquilamente).
Aquí la casa, en el portón la Abuela
y el arroyito enfrente
llamándome con el frescor sin fin
de su corriente
por si acaso olvidara que él vivía
sólo para mi dicha y mi deleite.
Quien escogió en la extensa geografía
ese exacto lugar para esa fuente,
quien le dio pececitos de colores
y lo pobló de diminutos duendes;
quien esparció en su cauce la arenilla
más limpia, más crujiente
y enmarcó el arroyito en verdolaga
que osaba navegar conmigo a veces,
no lo hizo al azar,
ni es accidente
que hoy lo mencione así,
que mi amor todavía lo recuerde:
Aquel arroyo que de sur a norte
ha lavado mis pasos inocentes
es el que me recorre y purifica
hasta el presente.
YKUÁ GALPÓN
a Amanda Peña Herrera de Franco Torres
Fluyes inacabable.
De algún puro hontanar trepó a la tierra
tu pródigo torrente cristalino,
tu generosidad inverosímil.
Regreso a contemplarte, a sacudirme
los polvorientos rastros de la vida,
a limpiarme la piel en tu frescura,
a confesarte que me fue difícil
la lejanía de tu olor de cántaro,
la ausencia del verdor de tus helechos,
la orfandad de tu clara sinfonía,
de esa mágica síntesis
de torrencial entrega contenida
y de mansa llovizna desbordada
como entre la arboleda los colores
del arco iris
que nunca alcanzaré
y que hoy nos acompaña
mientras con tu fluir interminable
me invitas a este brindis.
CEMENTERIO DE PÁJAROS AZULES
a mis hermanas Selva Dolores (Chinota) y Haydée (Negra)
Había seguramente picaflores
y bichitos de luz aquel octubre
de mariposas insubordinadas,
de pájaros azules,
de susurrantes cañas y colinas
verdes, iluminadas en la cúspide
por esa refulgente estrellería
de guiños —clara lumbre—
que permanece idéntica en mi patio
por amor y costumbre.
Quizá la Cruz del Sur, tras el visillo
de encabritadas, andariegas nubes
curioseaba, al abrirse los capullos
en belleza y perfume,
o ayudaba a nutrirse a las espigas
con esa generosa certidumbre
de quien jamás elude ancestrales pactos
indisolubles.
Así vio el destrozado campanario
y a aquel cortejo fúnebre
salir de tras los vidrios empañados
de sostener en vano su quejumbre
y marchar en penumbra
al sembradío de cruces.
Afortunadamente para mí,
aprendí su lección, y aquel octubre
de bichitos de luz, de mariposas,
de nostalgia y perfumes,
mora detrás de esta colina, en este
cementerio de pájaros azules.
BIBLIOGRAFÍA POÉTICA DE GLADYS CARMAGNOLA
* Ojitos negros, poemario de amor dedicado a un niño, con prólogo de D.a Josefina Plá y comentario de D. José-Luis Appleyard. 13, abril, 1965.
* Navidad, 1966, 1981.
* Piolín, 1979, con ilustraciones de Luis Alberto Boh, en la Colección “Piolín”.
2.a ed., 1985, como suplemento especial del Diario “Noticias”; 29,enero, 1985.
2007, Santillana Paraguay, Alfaguara Infantil, con ilustraciones de Constanza Basaluzzo.
* Lazo esencial, 1982 y 1995, Colección del Corcel; segunda edición con texto de D.a Josefina Plá y estudio crítico de D. Hugo Rodríguez Alcalá.
* A la intemperie, Alcándara, N.° 24, 1984 y Colección del Corcel, 1998.
* Igual que en las capueras, 1989, Premio Internacional de Poesía “José María Heredia” de la
Asociación de Críticos y Comentaristas de Arte de Miami, EE.UU., 1985; Col. del Corcel, 1989.
* Depositaría infiel, 1992, “Premio Único de Poesía” del Instituto Cultural Paraguayo Alemán, ese año.
* Un sorbo de agua fresca, 1995 y 1996, Col. del Corcel. Mención de Honor del Premio Nacional de Literatura del Congreso de la Nación, 1995; y Premio Municipal de Literatura, 1996.
* Territorio esmeralda, Intercontinental Editora, 1997. Premio “Pluma de Oro Parker José-Luis Appleyard”, 1997, de la entonces Cámara Paraguaya del Libro.
* Un verdadero hogar (1960-67), Col. del Corcel, 1998.
* Banderas y señales, Col. del Corcel, 1999.
* Lunas de harina (Relatos de Cualquierparte), 1999. presentado ese año en el Salón del Libro Iberoamericano de Gijón, Asturias, España, por el filósofo y docente jesuíta Dr. Jesús González de Arrieta, s.j.
* Río Blanco y antiguo, Intercontinental Editora, 2002.
* Paseo al zoológico, 2003 y 2007, con ilustraciones de Ani Ughelli y propuestas didácticas de Haydée Carmagnola, Criterio Ediciones, Intercontinental Editora, Colección Pororó.
* Poema de la celebración, 2005, Arandura, en conmemoración de los 40 años de publicación de “Ojitos negros”, primer poemario de G.C.
* Una rosa de hierro, Col. del Corcel, 2005.
* Crónicas de Cualquierparte, Col. Piolín, 2008, con relatos en versos para todas las edades acerca de la aldea llamada Cualquierparte, que incluye a “territorio esmeralda”, con ilustraciones de Jenaro Morales. Mención de honor del Premio Municipal de Literatura 2008.
* Yo quiero ser, Santillana, Alfaguara Infantil, 2008, con ilustraciones de Perica.
* ¿De lodo, miel y lágrimas?, Arandura, 2010, finalista en el Premio Mundial “Fernando Rielo” de Poesía Mística, Madrid, 2008, Mención de honor del Premio Nacional de Literatura, 2011 y Premio “Roque Gaona” de Literatura de la Sociedad de Escritores del Paraguay, 2011.
* Travesía. Arandura. 2012, Mención honorífica del Premio “Herib Campos Cervera” de Poesía de la Sociedad de Escritores del Paraguay, 2012. (Obra presentada en ausencia de la autora por sus colegas, acompañadas de su hija Cecilia Medina, en el Salón de Actos de ABC Color).
* ¿Cosas de la edad? Santillana, Alfaguara Infantil, 2013, con ilustraciones de Baña Fernández.
* Como si hiciera falta. Servilibro, 2013.
* y varios, conmemorativos, de circulación más limitada: 1965, 1981, 1982, 1989, 2002, 2003 y 2011, el último como coautora.
ÍNDICE
Biografía
Presentación
Prefacio a esta edición de 2013
La casa incendiada en el territorio esmeralda (Texto de José-Luis Appleyard, del 15 de marzo de 1997, en El Correo Semanal de Última Hora)
Palabras de la autora en la primera edición de 1997
Dedicatoria
La viga
De lejos y de antaño
Vida
El ave fénix
Territorio esmeralda
Bajo la parralera
Pecado
Siesta de verano
Donde nos amábamos
Abuelita cuentera
No por azar
Don Antonio
Mesa de vacaciones en Ñemby
Poli Almada
La cita es en la plaza
Carretas a la fábrica
Muy lindo tu pesebre
Chocolate sobre el pozo
Radio ¿El Espectador?
En un abrazo
Don Pedro Pablo y Doña Eufrosina
La casa fue incendiada
Mañana de agosto
Sí, tengo un ángel triste
Nombres
A un alma en pena
A la hora del ángelus
Lo que murmura es el cañaveral
Tortas de afrecho
Bajo la Cruz del Sur
Casa de Tía Angelita
No pudo ser
Testigos (I)
¡Mentira!
Por ninguna razón
Nadie me lo contó
Mariposas y cañaverales
Aquellas manos en porfiada huida
¿Planeta? ¡Estrella preferida!
Rama seca
La casa quemada
Flores de papel
Hasta el presente
Juntas, de la mano
Ykua Galpón
Como en un sueño
Misterio
Desde entonces
Deprofimdis
Cementerio de pájaros azules
Bibliografía poética de Gladys Carmagnola
Acerca de algunos términos usados en este libro
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