LA EXCURSIÓN
Cuento de LISANDRO CARDOZO
El grupo de compañeros de colegio saldría esa noche y tenían la instrucción de que debían estar por lo menos con dos horas de anticipación en el Aeropuerto Silvio Pettirossi. Ya tenían los pasajes, cada uno a su nombre, pues las reservas lo hicieron con mucha antelación. La excursión de fin de año lo planificaron desde un año antes y fueron ahorrando de a puchito, hasta completar el importe de los billetes que compraron con precios de oferta de una agencia. Terminaban el sexto curso y se propusieron hacer una excursión a una playa brasileña y de paso, conocer otras ciudades turística. Algunos de los doce componentes, irían por primera vez a conocer dichos lugares, mientras que otros ya fueron alguna vez, con otra excursión y por ese motivo propusieron el paradisiaco lugar como destino. La emoción se traducía en el desbordante entusiasmo del grupo, que no paraba de hablar, bromear y planear por enésima vez qué harían ni bien llegaban a destino.
Las llamadas por el altoparlante de vez en cuando rompía la algarabía y hacía que la gente tratara de escuchar y entender lo que decían los anuncios de vuelos. Había mucha gente esperando, en los salones repartidos en dos niveles. Algunos sentados con sus bolsos de mano enfrente, otros con sus maletas sin despachar todavía. Un hombre, que al parecer era un religioso, por el detalle de plástico blanco en el cuello, hacía lustrar sus zapatos negros.
La estadía en el Brasil sería de ocho días, de los cuales seis jomadas en la playa. Pensaron en todos los detalles, como lo bloqueadores solares, sombreros, cremas humectantes, ropa liviana, las mallas y bikinis, dinero suficiente para las compras de suvenires, cervezas, caipiriñas, y lo necesario de comidas, para no morir de hambre. El hotel, muy cercano a la playa, donde les conducirían los encargados de la excursión, incluía desayuno y la consigna era darse un atracón en el horario del “café da maña” para aguantar con alguna que otra picada durante el día. La cena lo harían por ahí, con bocaditos de pollo frito, salchichas, algunas gaseosas y cerveza. Se propusieron divertirse, ir a bailar, recorrer los lugares de mayor atracción de la ciudad costera e ir a los otros puntos que figuraban en el itinerario.
Del grupo de excursionistas, cuatro eran parejas, que se fueron formando durante los años de colegio, pues no todos fueron compañeros desde el inicio. Algunos vinieron de otras instituciones, como Aníbal, que recorrió cuatro colegios antes de recalar en la institución donde terminó su segundaria. Contaba con un largo historial de malos comportamientos, que incluían rebeldías contra profesores, celadores, directores, algunas peleas con compañeros dentro y fuera del colegio, registrados en su legajo. Era el denominado “quilombero”. Pero no le quedaban atrás los otros compañeros, quienes también tenían sus “manchitas de tigre”. Silvio, quien era uno de ellos, notoriamente cambió de comportamiento, según su novia Pamela y se volvió más observador y pasivo. Es mayor dos años que el resto. Oscar es el bromista del grupo y es capaz de contar chistes sin parar por horas, y fue lo que llamó la atención de Cynthia, que reía y disfrutaba ante cualquier ocurrencia de su novio. Eduardo era el más recatado de la clase y el otro que estaba actualmente sin pareja, como Aníbal, pero integrado al cien por ciento al equipo. Susana y Ramiro, se conocieron en la iglesia, mucho antes de ser compañeros de colegio y eran los músicos del grupo. Ambos tocaban la guitarra y cantaban, desde salmos, alabanzas, temas de rock y kachaka piru, influenciados por Aníbal y Oscar, que además eran los bailarines y animadores por excelencia.
Llegaba la hora de partir, y se dispusieron a presentar sus pasajes y documentos para ir a abordar el avión. Se despidieron de sus amigos y familiares, que los acompañaba. Escucharon pacientemente todas las recomendaciones y bendiciones. Ya habían despachado sus maletas y otros contaban solamente con bolsos de mano, pero portaban también sus infaltables termos de tereré, con guampas y bombillas, sus cámaras digitales, además de las dos guitarras. Las gestiones fueron normales y tranquilas, y en minutos ya estaban en la cabina, buscando sus asientos respectivos. Se acomodaron como habían previsto desde el comienzo y entre ellos Cristian y Tatiana, la cuarta pareja del grupo, que ya estaban comprometidas desde hace un año y tenían todas las ganas de casarse en breve. “Este viaje va a ser una pre luna de miel” de Cristian y Tatiana, coincidieron en decir todos, aunque las otras parejas reservaron habitaciones dobles, las camas podían juntarse sin ningún problema por las noches. No había secretos entre ellos y la idea era disfrutar al máximo la excursión, en la que probablemente estarían todos juntos por última vez en la vida.
Romina, es una de las solteras, pues recientemente terminó una relación de tres años con Sindulfo, a causa de otra pollera que se interpuso en su relación. Amanda, es la chica sin drama del grupo, solterísima, alegre, “la gordita feliz”, con sus casi ciento diez kilos y un metro ochenta de estatura. Aníbal la bautizó como “Anaconda”, por su costumbre de manifestar su felicidad o enojo, rodeando con todas sus fuerzas a su presa hasta casi asfixiarlo dejándolo maltrecho.
A Aníbal le gustaba el buen humor de Amanda, que por su nuevo apelativo, él la llamaba simplemente Ana. No quería hacerla enojar, porque con un solo abrazo de tenaza, le bastó la lección. Se sentaron juntos, porque el viaje era poco más de dos horas, entonces el sacrificio no sería mucho, además Ana, era conversadora y el viaje así se haría más corto aún. .
Antes del amanecer, ya se habían instalado en el hotel, y en poco más de una hora y media irían al comedor a desayunar opíparamente, para luego salir a dar un paseo o ir a la playa, aprovechando el fresco de la mañana. Se encontraron cuarenta y cinco minutos después, tras una ducha y breve descanso.
Cristian y Tatiana decidieron quedarse tras desayunar, y dijeron que se unirían al grupo más tarde, tal vez en la playa. El resto se puso en camino, tras recibir recomendaciones del personal de seguridad del hotel, de que no debían descuidarse de sus objetos personales, como carteras y cámaras por la calle, porque abundaban los descuidistas. Debían caminar en grupo preferentemente y procurar no perderse, ni ir hacia las la velas cercanas.
Hacia el mediodía decidieron ir a la playa, tras mucha insistencia de las mujeres, especialmente. Tenían abundante agua fresca todavía en sus termos y el tereré estaba en su apogeo, por el calor que iba apretando.
Se pusieron las cremas protectores, extendieron las toallas, alquilaron unas sombrillas para guarecerse. Las mujeres se despojaron de sus shorts ante la admiración de los varones, que expresaron los consabidos waaauuu!, seguido de los silbidos. Bromearon y rieron mientras intercalaban las guampas del tereré, y fueron por turno a zambullirse en el agua fresca, no muy lejos de unos peñascos pedregosos. La idea era no dejar las cosas al descuido y Amanda se ofreció a cuidarlas, porque no quería todavía exhibir su “perfecto físico de sirena”. Ella no tenía ningún complejo, pero sufría mucho con el agua salada y el sol. Ya le ocurrió que en un viaje anterior a Cancún, se llenó de ampollas y el resto de las vacaciones se pasó en la cama boca abajo.
Cuanto el agua salada les dio sed y hambre, comieron choclo hervido con manteca y sal, y frescas aguas de coco. Visitaron también los puestos donde se venden las fritangas de bichitos de mar y probaron, hasta las argollas de cebollas fritas, con abundantes gaseosas y cervezas heladas.
A la tarde durmieron un buen rato y se encontraron a las nueve de la noche en el vestíbulo. Susana y Ramiro bajaron con sus guitarras, Aníbal trajo su armónica y Oscar una flauta dulce. Romina, Silvio y Tatiana, golpearon los bordes del sofá a manera de percusión siguiendo el ritmo de las polcas, guaranias y luego sambas. Con los primeros acordes de la guitarra, ya se acercaron unos jóvenes brasileños y por supuesto los paraguayos que también estaban de vacaciones. Todos se pusieron a cantar con ellos, desafinando y otros bien entonados, pero con la cerveza. En minutos se armó la jarana y nadie dejó de participar de alguna forma.
Dos horas y media después, algunos ya subieron a sus dormitorios para descansar.
Al otro día, desayunaron y emprendieron un nuevo paseo por la ciudad, y más tarde fueron en bus a hacer turismo a las ciudades vecinas, visitando shoppings y sitios de artesanía.
Esa noche estaba planeado ir a una disco a bailar, y todos estuvieron a la hora marcada. Aníbal y Eduardo, los dos solteros del grupo eran los más entusiastas, aunque los demás compás del grupo, no se quedaban atrás. En el vestíbulo ya comenzaron con unas rondas de caipiriña y cerveza, según preferencias. Canto y guitarra fueron parte de la algarabía previa, hasta que vino el bus a buscarlos.
Cerca de las dos de la madrugada, la fiesta estaba en su apogeo. Las camisas se pegaban al cuerpo con el sudor, y los cuerpos se pegaban unos a otros, ya sea de frente o de espalda, con roces excitados por el alcohol y la música que tronaba desde todos lados.
Silvio y Pamela fueron a sentarse con unas latas de cerveza en la mano, al igual que Oscar y Cynthia, quienes visiblemente estaban agotados. Susana y Ramiro, no participaban mucho de la danza, pues Ramiro se consideraba un tronco y realmente lo era en el momento de sambar. Un momento después, Amanda se dejó caer ruidosamente en el sillón, acompañado de un mulato gigantesco, con quien estuvo bailando. Romina, que comenzó bailando con Aníbal, terminó a los apretujones con un atlético brasileño, rubio y alto, que tenía pinta de alemán o polaco. Nunca vieron así a Romina, y cuando la divisaron mejor entre el gentío, la señalaron sin disimulo y rieron.
Tatiana sugirió ir en grupo al tocador, como siempre hacían las mujeres, para comentar y hacer algunos arreglos en el maquillaje corrido con el sudor. Mientras tanto, algunos de los muchachos fueron a buscar más de beber y unas picadas, porque el sudor ya se llevó todo lo que comieron hace unas horas. Ya hacia el amanecer, en vez de ir al hotel, prefirieron ir a la playa directamente. Querían ver la salida del sol sobre el mar y se echaron con lo puesto en la arena, porque ya clareaba desde el este. De repente, pareció que todo se oscurecía de nuevo, pues se vieron rodeados por un grupo de unos veinte muchachos y al menos dos chicas, que sin hablar mucho, con unos cuchillos y arma de fuego en las manos, les ordenó que les dé todo el dinero que tenían. Por suerte, ya les sobraba muy poco, pues gastaron casi todo lo que llevaron. Las mujeres aterrorizadas entregaron sus carteras, de donde sacaron los celulares. Los varones, un poco más serenos, no llevaron celulares, porque no los iban a necesitar, entregaron lo poco de dinero que les sobraba. Sopesaron el peligro que implicaba que seis varones se hicieran los gallos con estos jóvenes asesinos, que no tendrían inconvenientes en clavarles sus cuchillos o cocerlos a balazos. El grupo de jóvenes, se fue como vino, en silencio, sin llamar la atención, que nadie de los pocos presentes se dio cuenta de lo que había ocurrido segundos antes.
Se repusieron del impacto y fueron al hotel y de ahí a la Prefectura a denunciar el hecho, aunque sabían muy bien que nada conseguirían ya. Pero les sirvió para que se cuidaran más desde ese momento. Desayunaron temprano y fueron a la cama a descansar y no salieron ese día con el grupo de excursionistas. Esa noche se largó una fuerte lluvia y dado los acontecimientos vividos, dijeron que lo mejor sería quedarse en el hotel. Algunos fueron al gimnasio, luego se tiraron a la piscina y después se juntaron todos en la azotea a tomar algo fresco y jugar billar.
Todo estaba muy bien hasta que Eduardo se fue entonando y no le gustaron las bromas que hacía Aníbal con relación a una mujer, que ambos habían compartido no hace mucho tiempo. Aníbal se rió en su cara abiertamente y esa fue la gota que colmó todo. Eduardo se abalanzó sobre Aníbal y este lo empujó por una de las mesas de billar. Eduardo tomó uno de los tacos de billar e intentó pegar a Aníbal, quien estaba menos borracho y esquivó el torpe envío y le propinó dos fuertes golpes, tirándolo por el suelo. Oscar y Ramiro intervinieron en la pelea cuando vieron que se complicaba el problema de polleras. Ambos se insultaron previamente, tratándose incluso de cornudos, primero en broma, luego ya en serio y con más grosería. Eduardo fue levantado a duras penas y llevado por Oscar y Ramiro a su cuarto, que precisamente compartía con Aníbal. Aún golpeado, aunque sin herida alguna, hizo varios intentos por volver a la pelea con Aníbal, mientras este seguía riéndose de él.
Al otro día, todo pareció volver a la normalidad y cumplieron con el plan trazado por el guía de la excursión. Eduardo seguía taciturno, y Aníbal intentó arreglar la cosa, pero no lo convenció mucho. Amanda también hizo el intento y al parecer le escuchó a ella con algún argumento más convincente.
Al sexto día, ya todos estaban cansados, porque no había ya mucho interés en la programación de la excursión. Especialmente Susana y Ramiro, que ya extrañaban sus actividades de la iglesia. Oscar, que trabaja en un ministerio, aunque tenía muchos días de vacaciones todavía, ya quería volver, porque como decían Cynthia, su novia, Silvio y Pamela, se rompió un poco la magia con esa pelea absurda. Los únicos que disfrutaban realmente de la excursión eran Cristian y Tatiana, quienes vivían su prematura su luna de miel, como lo planearon desde el principio.
Romina una vez más se quedó soltera, pues su polaco desapareció desde la noche de la disco, y “Anaconda”, se conformó con la ilusión de un flirteo con el descomunal mulato, con quien durmió una noche en un motel cercano. Ella se jactó de su conquista y estaba feliz como una adolescente, aunque tenía dieciocho años, como sus demás compañeros.
Llegó la hora de volver, y la parte más tediosa era empacar las cosas, juntar las ropas sucias, ordenar lo que habían comprado para que no se rompan y que lleguen a cada destinatario. Se juntaron en el vestíbulo con los otros excursionistas y sumaban unos treinta en total. Debían esperar el bus que les llevaría al aeropuerto. ¿Y Eduardo? Preguntó Anaconda, de repente. Llamaron al cuarto y no hubo respuesta. Aníbal se fue por el ascensor a buscarlo y volvió por la escalera, por si esté por ahí, atascado con su maleta, y nada. ¿Y si ya se fue por su cuenta al aeropuerto? Preguntó Susana y sugirió que se lo llame al celular. Romina dijo que su cel no tenía señal ahí y que sería inútil.
Llegó el bus y el guía apuró las gestiones en el mostrador del hotel y procuró por todos los medios ubicar al pasajero faltante. Los chicos y chicas del grupo tenían sentimientos de culpa, pues estaban seguros que su desaparición o alejamiento se debía a la burla y la pelea del otro día. Eduardo desde ese día se aisló mucho del grupo, ya no participaba con ganas de las actividades. Se encerraba en su cuarto y solamente salía para desayunar, para comer o ir solitariamente a la playa.
Averiguando el guía entre el personal del hotel, le dijeron precisamente eso, que lo vieron salir la tarde anterior con su toalla al hombro hacia la playa. Desde el primer momento se dieron cuenta que la llave no se encontraba en su casillero. El gerente del hotel acompañado de personales y el guía fueron a abrir el cuarto con una llave maestra, y ahí estaban sus cosas, ya dispuestas en la maleta, que permanecía abierta.
La hora de partir se venía encima y tenían que ir al aeropuerto. El gerente del hotel, el guía y la agencia prometieron que se iban a encargar de Eduardo cuando aparezca y lo llevarían a destino. El sentimiento de culpa se agravó y sentían un sabor amargo en la boca. Qué dirían cuando lleguen sin Eduardo y no sabían realmente qué ocurrió con él. Lo único cierto es que él desapareció y hasta que no encuentren su cuerpo, vivo o muerto, no estarían tranquilos. Pudo ser asesinado por pandilleros de las favelas, atropellado por algún vehículo, o detenido por la policía que lo confundió con un ladrón. Muchas hipótesis y conjeturas se tejieron en torno al destino del amigo, y no estaban nada tranquilos.
Ya en Asunción, la noticia casi pasó desapercibida, pues se publicó en un insignificante recuadro en la sección policiales de un diario de poca circulación, por pedido expreso de la agencia. No sabían cómo calificar lo ocurrido, pero lo cierto era que un pasajero estaba desaparecido, no llegó a destino y sus familiares estaban desesperados.
De vez en cuando venía alguna información sobre alguien encontrado y rescatado del mar, o asesinado por pandilleros en la playa, pero no era Eduardo. Con el tiempo, se fueron calmando los ánimos del resto del grupo, que se separó inexorablemente, pero el sentimiento de culpa los acompañaría toda la vida, especialmente a Aníbal.
PEQUEÑO POEMA PARA LA TRISTEZA
Hubo una vez una ciudad
Que tenía un cuidado cementerio
Todo un orgullo para los pobladores
Porque ahí estaban sus mayores
El pueblo con el tiempo perdió su camino
Su floreciente prosperidad.
Los hierbajos fueron cubriendo las sendas
Y ya nadie iba ni salía de ahí.
Los techos de las casas se derrumbaron
Los hierro que alguna vez relucieron
Se oxidaron y dejó de sonar
La campana de la antigua iglesia.
Los viejos que se sentaban cada tarde
A mirar el polvoriento camino
Se encerraron a esperar el crespón
Que con el viento volarán en sus cruces
Tanto el pueblo y las muchas ventanas
Se llenaron de pátinas
Las puertas se olvidaron del exterior
Y toda vida y toda muerte quedaron intramuro.
BARRIO TACUMBÚ
Para ir al río había que cruzar
el bañado Tacumbú,
donde erigieron una cruz
y una inscripción:
¡Salva tu alma...!
Pescábamos anguilas en las turbias
aguas de la laguna. Y
en el río, plateados bagres,
quemándonos al sol.
Las calurosas siestas eran
de zapatos colgados del cuello,
el bodoques dispuestos en la hondita.
Y chapoteábamos en la orilla de vidrios rotos
y latas oxidadas.
O jugábamos "tuka’e” en los barcos olvidados.
Poco después,
la laguna se fue secando
y donde hubo una cruz
construyeron una capilla
y una llanta de hierro
ofició de campana.
Dinamitaron el cerro Tacumbú los militares
y vinieron grandes camiones
a llevarse las piedras de nuestro cerro,
que diluyeron el olor a pasto recién cortado
y nada quedó de la cantera.
El río estrechó su lodoso canal,
y se alzaron remendados techos
a una misma altura,
y al cabo de varias lunas,
los soldados volvieron a prohibir
el paso por esas calles de mi barrio.
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25 AÑOS DE LA SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY
Editorial SERVILIBRO
Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ
Edición al cuidado de los autores
Con el apoyo de UNIVERSIDAD IBEROAMERICANO
Asunción – Paraguay
Agosto, 2013 (180 páginas)
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