CENIZA REDIMIDA
Poesías de HÉRIB CAMPOS CERVERA
(BIBLIOTECA POPULAR DE AUTORES PARAGUAYOS Nº 16)
© de esta edición Editorial El Lector/
© de la introducción Francisco Pérez-Maricevich
ABC COLOR y Editorial El Lector,
Director editorial: Pablo León Burián
Coordinador editorial: Bernardo Neri Fariña
Guía de trabajo: Francisco Pérez-Maricevich
Asunción - Paraguay
2006 (82 páginas)
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ÍNDICE
Introducción
I. CENIZA REDIMIDA
· Un puñado de tierra/ Testimonio/ Regresarán un día/ Estrella demorada/ Amanecer sobre París
II. HUELLA DEL HOMBRE
· Hachero/ Sembrador
III. PALABRAS PARA NOMBRAR A LOS MÍOS
· Federico/ En la desnuda dimensión del sueño/ Simple ruego por el ausente esperado/ Capitán de esta aurora/ Desvelo de los ángeles/ Pequeña letanía en voz baja/ Estampa de un agonista
IV. BALADAS
· La noche de los toldos/ Balada para los árboles ausentes/ Balada para tu nombre rubio/ Tránsito de la gacela
V SOLEDAD SIN RECUERDO
· Madrigal para la voz en fuga/ Ruego por el hombre que vendrá/ Versos para la adolescente del alba/ Símbolo muerto/ Rancho orejano
VI. NIVEL DEL MAR
· Romance para mi gaviota ciega/ Un hombre frente al mar/ Sueño de noche y mar
VII. TIEMPO DE AMOR Y SOLEDAD
· Alta noche/ Elegía para la décima noche
GUÍA DE TRABAJO
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INTRODUCCIÓN
Hérib Campos Cervera:
entre la rebeldía y la desolación
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Hijo y sobrino de intelectuales, Hérib Campos Cervera nació en Asunción el 30 de marzo de 1905. Su padre, Hérib Campos Cervera de la Herrería, poeta y periodista político muerto en Madrid en 1921, llevó una vida azarosa y combativa, de modo similar a su progenitor, el matemático y catedrático español Dr. Cristóbal Campos y Sánchez, asesinado a fines de noviembre de 1889, por razones políticas. Su madre, Alicia Díaz-Pérez, hermana de don Viriato, el humanista español de vasta influencia en los ambientes académicos fallecido en Asunción en 1958, se alejó del seno familiar y se convirtió a la Iglesia Adventista, de la que fue misionera hasta su muerte, acaecida en Santa Fe, Argentina, a comienzos de la década del 40.
Pasó su infancia y su adolescencia al cuidado de su tío, don Viriato, en Villa Aurelia. Allí bajo la experta guía de éste leyó cuanto pudo de los clásicos españoles e hispanoamericanos modernos. Del Colegio San José, donde estudió, no guardó un buen recuerdo, acaso fastidiado por la disciplina a la que se tuvo que someter durante su permanencia en el internado.
Estudió ingeniería en la Universidad Nacional de Asunción, lo que le permitió dedicarse a la agrimensura. En cumplimiento de su tarea, recorrió el país, adquiriendo experiencias muy intensas en su contacto con las selvas del Caaguazú y las del Chaco, extrayendo de esas experiencias poemas espléndidos o ensayos descriptivos muy vivaces y singulares. Su única intervención en el dominio teatral tuvo precisamente en esas vivencias su motivación esencial (Juan Hachero). Lo mismo que su narrativa, de la que, aparentemente, no se ha encontrado nada, salvo sus títulos: HOMBRES DE LA SELVA, LA CIUDAD PROHIBIDA, EL OJO ENTERRADO.
Por su edad, el poeta pertenecía a la generación modernista a la que da nombre la revista JUVENTUD (1923), dirigida por Heriberto Fernández (1903-1927). Pero tan pronto como tomó contacto con la poesía de vanguardia, abandonó los supuestos estéticos en los que se había iniciado. Su permanencia en Montevideo durante su primer destierro (1931-1936), le permitió conocer a Federico García Lorca, cuya poesía y cuya persona lo deslumbraron. La influencia de este gran poeta es visible a partir de esos años en su poesía y puede percibírsela aún en fecha tan tardía como 1952 cuando incorporó en Juan Hachero estos versos:
Ay, Madre, cuando amanezca,
búscame junto al rocío.
Entre el aire de la selva
y en las orillas del río,
-custodiado de recuerdos
hallarás el rostro mío.
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Ay, Madre, cuando anochezca,
no me nombres frente al río,
porque me verás viniendo
llenos los ojos de frío,
-con los labios ya de piedra
y el corazón sin latidos.
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Ay, Madre, cuando atardezca,
no me esperes junto al río...
De retorno al país en 1936 se incorporó a las actividades culturales, especialmente de las realizadas en el grupo La Peña, que impulsaba la actualización del teatro. En audiciones radiales programadas por el grupo, el poeta dio a conocer a autores internacionales cuyos poemas leía, lo mismo que los propios. Josefina Plá -tía política del poeta-, regresada de España en 1938, reinició su participación en la vida cultural paraguaya fundando, con Roque Centurión Miranda, una iniciativa hasta hoy única con PROAL, diario literario radial en la que, junto con la crítica y la teoría fundacionales de la poesía de vanguardia, se dieron a conocer a los poetas españoles, ingleses, franceses, alemanes, representativos de lo contemporáneo.
Desaparecida en 1939, Campos Cervera y Josefina Plá se de-dicaron entonces a publicar en diarios y revistas (El País, Revista del Ateneo Paraguayo, Noticias) sus poemas surrealistas que son de hecho el punto de partida de la renovación poética llevada adelante alrededor de 1940 por el grupo de escritores.
En nuestra literatura se los conoce bajo el nombre del GRUPO DEL 40 y lo integran Hérib Campos Cervera, Josefina Plá (1903-1999), Hugo Rodríguez-Alcalá (1917), Augusto Roa Bastos (1917-2005), Ezequiel González Alsina (1918-1989), Oscar Ferreiro (1922-2004), Elvio Romero (1926-2003). Josefina Plá une a estos nombres el de Julio Correa como parte de los "componentes del grupo activo y generador".
Las lecturas que guiaban la apetencia estética de estos autores eran los textos de Walt Whitman, Rilke, Joyce, Virginia Wolf, Miguel Hernández, Dylan Thomas, Lorca, Valéry, Cernuda, Salinas, Aleixandre, César Vallejo, Neruda, Octavio Paz, Nicolás Guillén, Aragón, Eluard, los románticos alemanes Hölderlin y Novalis y otros, que eran comentados con inteligencia no exenta de pasión.
Campos Cervera se sintió aprisionado no sólo por Rilke, sino por el universo tenso y dramático de las novelas de André Malraux y Saint-Exupéry, a quien conoció. Pero fue el gran poema de Neruda ALTURAS DEL MACHU PICHU el que le proporcionó la atmósfera y el clima característicos de su obra posterior.
Partidario, como muchos otros de ese tiempo, de la ideología de extrema izquierda, carecía, sin embargo, de cualidades para la militancia política. En agosto de 1947, formando parte de la diáspora paraguaya, partió a su segundo y último exilio a la Argentina. En Buenos Aires y Córdoba participó de encuentros con filósofos como Francisco Romero, Luis Juan Guerrero y con los poetas españoles también exiliados como Juan Ramón Giménez, Rafael Alberti y otros, que le ayudaron a profundizar sus convicciones estéticas y su comprensión de la cultura.
Su único libro de poemas, CENIZA REDIMIDA, prologado por su primo Juan Silvano Díaz-Pérez, se publicó en Buenos Aires en 1950.
Y en una cama del Policlínico Perón de los ferroviarios argentinos, en Buenos Aires, murió el 28 de agosto de 1953, quien, sin ninguna duda, es uno de los mayores poetas paraguayos con-temporáneos.
En una de sus últimas cartas escribió:
"Todo aquello (el Paraguay) es puro recuerdo, sufrimiento, nostalgia atroz y sin remedio. Para mí lo es, lo viene siendo desde hace veinte años hasta hoy (...) Nosotros somos la generación perdida que ha debido comenzar su vida media docena de veces (...) Y ahora ya estamos cansados. Ya no queremos otra cosa que sentarnos a hacer, bien o mal, la caligrafía malograda de nuestro mensaje, para no morirnos del todo. Pobre voz y pobre palabra la nuestra...".
Y en otra parte:
"Tal vez sea éste el destino de todos los que tienen que hacer algo y no lo pueden consumar porque ninguna semilla brota allí donde hay sangre. Aquí... trabajamos, llevamos por la noche la cabeza sobre una almohada tranquila y un largo sueño lleno de visiones nostálgicas nos ayuda a vivir y morir...".
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Toda la obra de Campos Cervera que ha llegado hasta nosotros se contiene en un volumen de no más de 300 páginas, recopiladas y editadas por Miguel Ángel Fernández en la GRAN ENCICLOPEDIA DE LA CULTURA PARAGUAYA de El Lector en 1996. En ese volumen -Poesías completas y otros textos- están incluidos, junto con los poemas que formaron parte de la edición original de CENIZA REDIMIDA, otros anteriores y posteriores, que muestran la evolución que el poeta fue introduciendo en su escritura a medida que asimilaba las experiencias sociales, política, culturales e históricas que fue sufriendo y de las que tuvo conciencia más o menos clara.
En esos poemas es posible apreciar la concepción que el poeta se hacía de su arte. "Dos corrientes -dice Josefina Plá- se formulan desde el principio en esta poesía. La introversa, buceadora de la intimidad profunda. La extroversa de solidaridad humana que trata de captar la onda del destino o misión común del hombre. Esta a su vez se bifurca: surge el cauce de la simple y conmovida projimidad y el que acuña sus anhelos solidarios en el troquel del compromiso ideológico". Ambos modos poéticos fueron denominados por el poeta como "poesía del grito o de la máscara y poesía de servicio o de projimidad". Estos modos poéticos ordenan en dos planos temática y discursivamente distintos la obra poética fundamental de este autor tan personal y profundo. La primera modalidad cubre temas intensamente subjetivos, que no son, en el fondo, más que un obsesivo tema -el morir personal, intransferible, en rigor, el irse muriendo- que se polifurca en motivos significantes y simbólicos. La segunda, elabora complejos temáticos proyectados a la sensibilidad del poeta por condiciones o situaciones humanas colectivas histórica y socialmente situadas. En dos vertientes se bifurcan estas situaciones humanas: a) las que rescatan tipos (el hachero, el sembrador, el mensú, etc.) y b) los referidos a la protesta revolucionaria.
El clima poético generalizado de estos textos tan densos es -salvo escasas excepciones- trágico y agónico, por lo que la índole de esta poesía es invariablemente elegíaca. Los supuestos técnicos del surrealismo acatados por el poeta no se manifiestan en estado puro, por lo que la irracionalidad aparente de la sobre-haz verbal, está conducida por una conciencia poética lúcida que impide el libre juego de "las palabras en libertad", propias de la “escritura automática" del surrealismo. Estas, por el contrario, se sitúan siempre en versos bien medidos estructurados en estrofas -signos de racionalidad constructiva- por cuyos cauces discurren integradas a complejas constelaciones de metáforas e imágenes de índole onírica, o potenciadas a la función de símbolos a las que el poeta constantemente las eleva, tales como cal, piedra, número, paloma, metal, guitarras azules y otros muchos.
El lector tiene ahora la ocasión de apreciar en su plenitud la poesía renovadora de este poeta, central en la literatura paraguaya y uno de los de más acusada personalidad creadora en nuestra cultura. - FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH. Asunción, setiembre del 2006.
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POESÍAS DE HÉRIB CAMPOS CERVERA
UN PUÑADO DE TIERRA
I
Un puñado de tierra
de tu profunda latitud,
de tu nivel de soledad perenne;
de tu frente de greda
cargada de sollozos germinales.
Un puñado de tierra,
con el cariño simple de sus sales
y su desamparada dulzura de raíces.
Un puñado de tierra que lleve entre sus labios
la sonrisa y la sangre de tus muertos.
Un puñado de tierra
para arrimar a su encendido número
todo el frío que viene del tiempo de morir.
Y algún resto de sombra de tu lenta arboleda
para que me custodie los párpados de sueño.
Quise de Ti tu noche de azahares;
quise tu meridiano caliente y forestal;
quise los alimentos minerales que pueblan
los duros litorales de tu cuerpo enterrado,
y quise la madera de tu pecho.
Eso quise de Ti
(-Patria de mi alegría y de mi duelo;)
eso quise de Ti.
II
Ahora estoy de nuevo desnudo.
Desnudo y desolado
sobre un acantilado de recuerdos;
perdido entre recodos de tinieblas.
Desnudo y desolado;
lejos del firme símbolo de tu sangre.
Lejos.
No tengo ya el remoto jazmín de tus estrellas,
ni el asedio nocturno de tus selvas.
Nada: ni tus días de guitarra y cuchillo,
ni la desmemoriada claridad de tu cielo.
Solo como una piedra o como un grito
te nombro y, cuando busco
volver a la estatura de tu nombre,
sé que la Piedra es piedra y que el Agua del río
huye de tu abrumada cintura y que los pájaros
usan el alto amparo del árbol humillado
como un derrumbadero de su canto y sus alas.
III
Pero así, caminando, bajo nubes distintas;
sobre los fabricados perfiles de otros pueblos,
de golpe, te recobro.
Por entre soledades invencibles,
o por ciegos caminos de música y trigales,
descubro que te extiendes largamente a mi lado,
con tu martirizada corona y con tu limpio
recuerdo de guaranias y naranjos.
Estás en mí: caminas con mis pasos,
hablas por mi garganta; te yergues en mi cal
y mueres, cuando muero, cada noche.
Estás en mí con todas tus banderas;
con tus honestas manos labradoras
y tu pequeña luna irremediable.
Inevitablemente
-con la puntual constancia de las constelaciones-,
vienen a mí, presentes y telúricas:
tu cabellera torrencial de lluvias;
tu nostalgia marítima y tu inmensa
pesadumbre de llanuras sedientas.
Me habitas y te habito:
sumergido en tus llagas,
yo vigilo tu frente que muriendo, amanece.
Estoy en paz contigo;
ni los cuervos ni el odio
me pueden cercenar de tu cintura:
yo sé que estoy llevando tu Raíz y su Suma
sobre la cordillera de mis hombros.
Un puñado de tierra:
Eso quise de Ti
y eso tengo de Ti.
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CAPITÁN DE ESTA AURORA
Para Augusto Roa Bastos, voz de presente
en esta hora ciega del mundo.
I
Estoy aquí: sin voz y sin presencia;
limpio de luz y con mis duras anclas
mordiendo las tinieblas de granito
que duermen en la boca de mis túneles.
Busco mi voz más clara, más antigua;
la que usó mi garganta en la primera
mañana de la vida; la que luego
se enamoró del sueño y se deshizo,
tras la fuga perpetua de su vuelo.
Llamo a la voz más mía: la que viene
nadando entre la sangre de los míos;
la que para llegar hasta mis labios
tiene que caminar por las raíces
del árbol y subir por las arterias
del agua ciega que bebió la música,
dormida en la garganta de mis muertos.
Tiempos de flor, que en sábanas de polen
va preparando el tiempo de la fruta:
dame tu voz, de gravidez cumplida,
para cantar al Símbolo que llega.
II
Capitán de esta aurora que no tiene silencios:
aplaudo en ti ese gesto de veterano apuro
con que vas agrietando la tierra de tus días,
y ese denuedo sordo que se te ve en el rostro
cuando labras la piedra dolida de tu canto.
Te encuentro en este claro mediodía cavando
cauces, donde el latido del agua no tenía
ningún trigo guardado para que diera el surco
su pan de voz morena, maduro de presente.
Traes un alba de música distinta en la garganta:
se siente que no quieres llevar la misma luna
que solicita el zumo vegetal de otras voces.
Por eso: porque vienes sin ley de gratitudes,
Tu verso tiene tanta cargazón de llamados
Para el Clavel y el Agua y el Viento que manejas.
Siento cómo te duele la sangre de tu frente
Cuando llevas su vértigo de noche, acumulada.
Y aunque pudiera darte la llave del Camino,
me gusta ver que sales intacto de tu fuego
sin usar el descanso del hombro compañero.
En la humillada sombra del tiempo que te lleva
laten breves auroras que tú vas cosechando;
y a medida que suben tus trojes hacia el cielo,
mayor savia te llega por la vena del sueño.
Te veo taciturnamente dado al empeño
de aligerar tu dura jornada navegante:
la manos, en el remo y el Viento, sin reposo,
improvisando rutas para tus aventuras.
Capitán de esta aurora que no tiene silencios;
metal de voz reciente, fundido en herramienta:
desde tu honda campana, servidora del grito,
deja al viento los signos del alba irremediable.
Lección de fe en la vida; tranquilo don humano
de llevar con la gracia de un niño, una esperanza:
lo que ya no podemos hacer con nuestras manos
lo puede tu milagro, Capitán de esta aurora.
Y que no se te nuble tu Rosa de los Rumbos;
que imanten tus senderos un término de luz;
mientras, tu voz de pueblo se desintegre en círculos
que vayan hacia el lento corazón de los hombres,
para aventar la arena de su amarga clausura.
Y que la liberada palabra de los años
te encuentre siempre al pairo del sol más justiciero,
para que no haya herrumbre sobre tu nombre claro:
Capitán de esta aurora que no tiene silencios...
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DOCUMENTO (ENLACE) RELACIONADO:
Edición al cuidado de Alicia Campos Cervera y Miguel Ángel Fernández
Diseño gráfico: Miguel Ángel Fernández . Logotipo: Carlos Colombino
Se acabó de imprimir el 15 de marzo de 1982
en los talleres de Editora Licotolor .
Asunción, Paraguay (118 páginas)