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CAVE OGDON
  JACK KEROUAC: LA CARRETERA ES LA VIDA - Por CAVE OGDON - Domingo, 20 de Marzo de 2022


JACK KEROUAC: LA CARRETERA ES LA VIDA - Por CAVE OGDON - Domingo, 20 de Marzo de 2022

JACK KEROUAC: LA CARRETERA ES LA VIDA


Por CAVE OGDON


En consonancia con las inquietudes de la juventud que presenció el fin de la Segunda Guerra Mundial, Kerouac encarna, en cierto modo, un espíritu generacional que, a través de manifestaciones culturales como el jazz, una vida arrojada y una literatura despojada de formalismos, planteó un desafío a las convenciones de una sociedad conservadora. En la década de 1950, los traumas de la guerra y el furioso repunte de los valores del consumismo y el dinero condujeron a que muchos jóvenes comenzaran a cuestionar normas que, a su parecer, reprimían su personalidad, sus deseos y pasiones. Todo ello sería terreno de abono para el despliegue del rock, el pacifismo hippie, las protestas contra el militarismo y las reivindicaciones de minorías étnicas y sexuales en los años 60 y 70.

Es por eso que la literatura de Kerouac es una amalgama de temas que marcaron su época: la tensa relación con las tradiciones imperantes, la experimentación con el sexo, el alcohol y las drogas, el desplazamiento geográfico como propia travesía existencial, la necesidad de reflejar vivencias sociales, en ocasiones sórdidas, a la luz de un descubrimiento interior y, finalmente, la búsqueda de trascender el materialismo consumista a partir de los principios de ciertas filosofías orientales.

Un aspecto que siempre me ha fascinado de Kerouac tiene es la forma en que desarrolló una estética inspirada en el azaroso y a veces desbordante pulso de la vida. No en vano se afanó en definir como “escritura espontánea” su ideal literario, cuyo equivalente musical le parecía el jazz. No consigo recordar con exactitud en qué texto, pero el escritor beatnik llegó a reflexionar en algún momento sobre el vínculo denso y entrañable entre vida y escritura, paisaje y espejo, sonido y palabra.

Al representar el jazz la forma más expresiva de canalizar el movimiento caótico inherente a la vida, no es casualidad que Kerouac hiciera visibles esfuerzos por escribir al compás cambiante de un género musical esencialmente experimental. Largos pasajes de Los subterráneos reflejan esa apoteosis en que se conjugan poesía, jazz, lenguaje e improvisación. Y aunque en el caso de la escritura espontánea kerouaciana no cabe hablar estrictamente de un médium, ciertamente el escritor actúa como un catalizador de experiencias filtradas por la memoria en imágenes poéticas.

Se trata de una creación volitiva, controlada, enraizada en la capacidad de evocación del recuerdo. Así, Kerouac escribió En el camino, su novela más conocida, de un tirón y en un rollo de papel, sin marcas ni numeraciones que lo distrajeran. Esto obedecía a un intento de bucear en lo más recóndito de la memoria para dar, ya no solo con las aventuras que se narran en el libro, sino con las palabras exactas, bañadas en un bálsamo de espontaneidad. Como si aquello que nos cuenta hubiera ocurrido hace pocos minutos.

Si bien sus detractores afirman que la apariencia espontánea de su prosa es un fraude y es resultado, en realidad, de numerosas correcciones, es interesante analizar cómo en el ejercicio de este tipo de escritura podemos advertir la influencia de William Butler Yeats (escritura en trance), James Joyce (flujo de conciencia) y Ralph Waldo Emerson (trascendentalismo).

Como sea, a veces pienso que, mediante este procedimiento creativo, de alguna manera heredero de lo que fue la escritura automática surrealista o el libre juego asociativo dadaísta, lo que Kerouac buscaba era generar un estado de clarividencia, cierto estado de ánimo susceptible de recibir señales o epifanías. Acaso esto último podría relacionarse con su inclinación al budismo zen, cuyo concepto de satori, entendido como iluminación en el presente absoluto, resulta fundamental. Sobre todo, si atendemos a la visión existencial que se desprende de las páginas de Los vagabundos del Dharma: el tiempo humano es una invención, la vida terrenal es sufrimiento y su auténtico significado espiritual solo puede revelarse mediante el camino del exceso o de la meditación, pues en ambos momentos se suspende el yo.

Por otra parte, creo que también es visible en Kerouac una insistente voluntad de escribir en sentido catártico. Buena parte del aliento que moviliza su escritura puede considerarse como la tentativa de reflejar sus vivencias y su entorno, de trazar la errática trayectoria de su vida por la geografía estadounidense, pero también por el mapa de una memoria común, convertida en universo poético, que compartía con sus amigos y, en ocasiones, compañeros de ruta: Neal Cassady, Lucien Carr, William Burroughs, Allen Ginsberg.

No pocas veces, si leemos la obra de Kerouac como un testimonio tan vívido como lúcido de los beatnik, sentimos como si la intensidad del desenfreno vital, de los viajes, de episodios inclusive trágicos ocurridos en el seno del grupo beat, hubieran ligados a todos con la acuciante necesidad de expresar un pathos oscuro y melancólico mediante la palabra.

Es probable que El aullido, de Ginsberg, y En el camino, de Kerouac, sean las obras que mejor condensaron ese sentimiento grupal, que los unía en el rito de ser poetas de la carne, la ciudad y la noche, pero que al mismo tiempo cada uno experimentó como un particular viaje de liberación, de búsqueda de identidad, de tanteo de las emociones más flamígeras de la existencia.

En un célebre prólogo a Los subterráneos, Henry Miller, considerado por los beatnik una especie de padrino literario, medita sobre cómo el poeta, al igual que el profeta, siempre avanza un paso más adelante que su época, pero bajo la condición de pertenecer profundamente a ella. Con ello pretende significar que la total compenetración con las cosas puede conceder a determinados artistas dones místicos, una suerte de visión oracular. Solo así, especula, parece posible que un poeta escuche el son de su era, el swing histórico, “el ritmo metafórico disyuntivo que brota tan veloz […] y de forma tan increíble y tan deliciosamente salvaje, que nadie llega a reconocerlo una vez transcrito en el libro”.

Para Miller, así como para tantos lectores que hoy corren entre sus páginas para treparse al remolque de algún generoso camión que se detiene al borde de la ruta, Kerouac representa, más que palabras, lo beat. Algo, en el fondo, indecible, pero que se relaciona con movimientos libres, con hojas en el viento, con pasos esfumándose en laberínticas autopistas, con un tránsito perpetuo que acontece tanto dentro como fuera del poeta ambulante que, en algún momento, pierde de vista su propio paradero, su rostro, sus pasos, para integrar el paisaje de una totalidad hasta entonces solo intuida.


* CAVE OGDON (Asunción, 1987) es escritor. Ha publicado cuentos y novelas. Algunas de sus obras son Los incómodos (Arandurã, 2015, mención honorífica certamen literario Roque Gaona), Papeles de encierro (Arandurã, 2017), Luz baja (Aike Biene, 2018) y Perros del pantano (Póra, 2021).


Fuente: www.elnacional.com.py

Sección CULTURA

Domingo, 20 de Marzo de 2022



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