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CAVE OGDON
  MARK: EL ÚLTIMO SERÁ EL PRIMERO - Por CAVE OGDON - Viernes, 17 de Diciembre de 2021


MARK: EL ÚLTIMO SERÁ EL PRIMERO - Por CAVE OGDON - Viernes, 17 de Diciembre de 2021

MARK: EL ÚLTIMO SERÁ EL PRIMERO

 

Por CAVE OGDON


El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante solía confesar que padecía una superstición de números y fechas. Sin llegar a tal extremo, me pareció curioso que, a la hora de repasar la reciente muerte de Robin Wood (1944-2021), emulara al autor de Tres tristes tigres y me pusiera a buscar asociaciones peculiares, acaso por capricho. Pues bien, Wood murió a los 77 años, cifra que coincide (si se me permite un juego ocioso que no pretende ser irrespetuoso) con el año en que comenzó a publicarse una de mis historietas favoritas suyas: Mark (1977).

Más que nada reconocido por historias como Dago, Pepe Sánchez, Nippur de Lagash Dennis Martin, muchas de ellas recreaciones de relatos preexistentes, resignificados por su febril imaginación, cuando pienso en este soñador de viñetas tan rioplatense, pero al mismo tiempo tan cosmopolita (fue un empecinado viajero e investigador de diversas culturas), me pregunto de qué árbol de Caaguazú provenía la madera consignada en su apellido, pues veo en todo ello un extraño indicio de su oficio incansable con la palabra, de su carpintería literaria.

Wood parece haber sido un transmisor de historias, sagazmente mimetizado en los dibujos de sus compañeros ilustradores. También sospecho que, como toda mente que acaba irrigando palabras en los espacios más insospechados, habrá sido un ferviente lector y un asiduo espectador de cine. En suma, un tipo curioso e inquieto, que escribía guiones como quien respira y que, al primer golpe de fortuna en términos editoriales, emprendió viaje rumbo a destinos que secretamente añoraba, como respondiendo, no a un deseo personal, sino al imán del destino. Ese que marca el horizonte de quienes abren una puerta imaginaria, fantástica, desconcertante, como posibilidad de vida.

Algo parecido, pero más modesto, me sucedió a mí siendo niño. Pensaba estar abriendo un estropeado número de El Tony. Pero, al ver de golpe una espantosa fila de mutantes que emergía de las rotosas páginas (aún los veo: encapuchados, con ojos rojos y colmillos temibles), lo que abría en realidad era una rendija al mundo posapolíptico de Mark.

En un claro guiño a la película The Omega Man (1971), un paisaje desolador se nos revela en la primera viñeta de la historieta: una ciudad muerta, arrasada por una niebla venenosa que avanzó sobre la superficie del planeta como producto de explosiones atómicas y la expansión de gérmenes bacteriológicos. “Un gran cadáver de cemento con un millón de órbitas vacías mirando hacia el viento gris que continúa desgastando ese inmenso cementerio silencioso”.

No bien comenzamos a asimilar este escenario cataclísmico, se oye el sonido de un solitario teléfono público que nadie responderá, salvo un sobreviviente que aparece de repente, “quebrando la realidad polvorienta de ese cadáver perfecto”. Un intruso alto y musculoso, un gigante con cara de niño, que levanta el tubo y comunica al espectro de una línea perdida: “Es inútil llamar. Los hombres han muerto”.

Entonces, como si el mensaje pusiera en marcha el mecanismo de un conjuro, Mark descubre que, aunque quizás sea el último humano en el nuevo mundo, no es su único habitante, pues a su alrededor surgen “horribles siluetas negras y blancas, descarnadas, ululantes, como vampiros que despertaran de su sueño”. Otrora humanos, los mutantes, deformados de manera macabra a causa de la niebla radioactiva, ahora anhelantes de sangre y violencia, se abalanzan sobre nuestro héroe, que enseguida acciona sus armas de fuego para defenderse. Esta primera aproximación a su despliegue guerrero nos permite comprender, casi de inmediato, que Mark hace tiempo ha perdido la inocencia en estos parajes de muerte y olvido. Sin embargo, constantemente se nos muestra su rostro, en el que cierta ansia de bondad se niega a ser borrada.

Después, Wood nos transporta en una veloz crónica de los días que condujeron a la hecatombe, días en los cuales una elite de hombres poderosos decide el porvenir de la humanidad. Ante la fatalidad de un apocalipsis nuclear provocado por los mismos humanos, estos dirigentes mundiales se refugian en La Ciudad, una urbe ultrasofisticada en la que se cría y educa a los Elegidos, diez mil niños y niñas escogidos por la inteligencia artificial de las computadoras, las cuales, dicho sea de paso, gobiernan buena parte de este bastión rodeado por una cúpula que protege a su selecta población del cataclismo. Más allá de la cúpula, la muerte deja caer sus sombras, mientras la niebla avanza con una lentitud fulminante, parecida a la de aquel invitado de traje oscuro y ensangrentado que imaginó Poe como némesis del príncipe Próspero.

También se nos muestra cómo Mark sobrevivió gracias a sus padres, quienes lo introdujeron en un ataúd de plomo con tanques de oxígeno. No deja de haber un simbolismo irónico en el hecho de que Mark repose en un cementerio para sobrevivir, pues, al despertar, un cementerio mucho más abominable se ha extendido a los confines del mundo. Arrebatados por la curiosidad, vemos a este Lázaro sombrío abandonar su sepulcro, que lo ha preservado de la radiación, y contemplar los vestigios de la civilización. Entonces toda la escena evoca una pregunta que Wood ha venido deslizando en silencio: ¿puede el último humano ser el primero?

En los más de cien capítulos sucesivos que Wood escribió para la historieta, acompañamos a Mark en su peregrinaje por diferentes regiones, topándose con peligros y enemigos que ponen a prueba su fortaleza: mutantes, sobrevivientes que encarnan todo lo peor del ser humano, cíborgs y humanoides.

En el camino, conoce también a hombres, mujeres y niños que desean reconstruir una comunidad verdaderamente humana, contrapuesta a La Ciudad, en donde habitan los Elegidos, personas superinteligentes, hasta genéticamente perfectas, pero deshumanizadas, despojadas de libre albedrío, sometidas al control de las computadoras y los ahora ancianos miembros de la elite.

Entre todos los compañeros de Mark, quizás el más entrañable sea Hawk, quien es víctima de un brazo mutante que controla sus pensamientos, por lo que debe cubrirlo con una armadura metálica que, en compensación, lo dota de una fuerza sobrehumana al golpear.

Para cualquier lector sagaz, Mark es un relato de fórmula (la lógica narrativa de muchos de los episodios es reiterativa), pero al mismo tiempo es una historia en la que Wood fue capaz de articular una sugestiva crítica acerca de las transformaciones sociales y políticas que puede acarrear el dominio tecnológico sobre la humanidad. Es inevitable leer los primeros capítulos de la historieta y no rastrear la influencia de novelas distópicas, como las de Bradbury, Huxley y Orwell, o incluso anteriores, como las de Wells.

En las décadas del setenta y ochenta, particularmente en Buenos Aires, ciudad en la que Wood desarrolló su tarea creativa, todas estas preocupaciones, acentuadas por fenómenos como la incertidumbre de la Guerra Fría, el miedo a una catástrofe nuclear y la desconfianza creciente hacia los gobiernos tendían a expresarse con arrebato casi histérico en el arte. En el caso de Wood, encontró en las historietas un espacio para este tipo de narraciones que proponían una especie de “despertar de conciencia” con respecto a las problemáticas del pasado, del presente y del futuro. Un terreno fértil, en el que se fusionan la imaginación y las contingencias históricas, en gran medida allanado por El Eternauta (1957), de Héctor Germán Oesterheld, historieta argentina fundamental que ya reflexionaba entonces sobre el destino de la humanidad que se enfrenta a una invasión extraterrestre.

En estos tiempos pandémicos, en que tantas cosas han sucedido de manera acelerada, Mark ha reaparecido entre mis lecturas como queriendo interpelarme sobre algo que ya mencioné más arriba: de haber alguna vez una catástrofe que provocara la casi extinción de la humanidad, ¿podría el último humano convertirse en el primero? ¿Solo en tan abominables circunstancias el ser humano volvería a mirar con añoranza los árboles, el vuelo rasante de los pájaros? ¿Cómo respirar la vida sin que la devore la confusión del mundo? ¿Existe todavía una manera de preservar lo humano, al menos mirándonos en un espejo? ¿Cómo extender, en tal caso, la mano hacia nuestro reflejo fragmentado?

Pese a todo, a estas preguntas que resuenan con el peso del mito, lo que querría, a veces, es poder mirarme desde las viñetas de aquel estropeado ejemplar de El Tony. Ver mi cara, palpar mi asombro. O quizás descubrir que es Wood quien inspecciona curioso las viñetas de mi alma, expuestas al polvo de la mañana.


*  Cave Ogdon (Asunción, 1987) es escritor. Ha publicado cuentos y novelas. Algunas de sus obras son Los incómodos (Arandurã, 2015, mención honorífica certamen literario Roque Gaona), Papeles de encierro (Arandurã, 2017), Luz baja (Aike Biene, 2018) y Perros del pantano (Póra, 2021).


Fuente: www.elnacional.com.py

Sección CULTURA

Viernes, 17 de Diciembre de 2021



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