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MIGUEL ANGEL CABALLERO MORA
  HABITACIÓN TERCERA (POEMAS) - Autor: MIGUEL ÁNGEL CABALLERO MORA - Año 2007


HABITACIÓN TERCERA (POEMAS) - Autor: MIGUEL ÁNGEL CABALLERO MORA - Año 2007
HABITACIÓN TERCERA (POEMAS)

por MIGUEL ÁNGEL CABALLERO MORA
 

Ediciones La República,
 
Año: 2007
 
Asunción-Paraguay

 

 

A MODO DE PREFACIO
** Profundamente turbado decía, en ocasión de una especie de discurso, que existe una distancia imperdonable entre los escritores como trabajadores del pensamiento -sustancia básica para todas las pastas y barbacoas que se preparan en la cocina literaria y en toda otra imaginación-, y el resto de las personas, que al menos en este humilde y tal vez limitado sentido vienen a ser pensadores en estado embrionario. De allí a no pensadores es más fácil pasar que a pensantes. Las cosas han sido diseñadas para que de tal forma corra la bola en el Flipper, y acaso sea muy poco lo que podemos hacer los escritores para interrumpir este circuito.
** Lo que decía estaba siendo filmado por los medios masivos de varios países, pero además había gente importante en el auditorio. Estaba Don Augusto Roa Bastos, por ejemplo, así como el uruguayo Mario Benedetti, el Nobel nigeriano Wole Soyinka, el español Juan Goitysolo y Jorge Amado, hijo dilecto de Bahía. Los discursos se traducían en simultáneo para varios idiomas, y el mío vaciló justo en el medio de mi presentación. Yo estaba hablando, o podía haber estado hablando, en nombre de tantos de los perros que de repente valen la pena. Velan la pena de sentirse tan solos, además, aunque tal vez sea peor el saber que nadie los lee ni los escucha. Lo claro es que yo estaba en una de esas situaciones perfectas para cumplir con el deber, porque me había hecho amigo de muchos de los presentes en el auditorio, compuesto mayoritariamente por los invitados al foro. Éramos noventa y cuatro escritores menores de treinta años, de todos los países de habla hispana, de Brasil y de Portugal. Por supuesto que de España habían bajado a Málaga escritores de otros idiomas de la península. Paraguay y Panamá creo que fueron los únicos que enviaron un solo representante, pero más allá de esta anécdota que me tocó compartir con el amigo panameño me llamó la atención el sentido del multitudinario encuentro, que si mal no recuerdo se llamó “Foro de Literatura y Compromiso", y solamente por eso de la última palabra me atrevo a reflejar con éstas que solamente pueden ser las mías.
** Mollina es un pueblito de veinte o treinta manzanas, al menos en febrero de 1994. Queda en la sierra de Málaga, que queda frente al mar, así que uno tiene la impresión de que en aquella pequeña altura se encuentra como mirando desde un acantilado. No vi el mar desde allí, pero sabía que bastaba con salvar la íntima distancia que 1o separa de este verdadero corazón de Andalucía para pisar la orilla del Mediterráneo. Me abstuve de recorrer demasiado ambos lugares, el último porque las calles por las que caminé y los lugares y eventos donde estuve se me aparecen ahora como el rodaje de una película gótica; esa noche de la recepción que nos dieron a los participantes en el ayuntamiento de Málaga, la límpida explanada del espléndido edificio frente al mar, el aire frío y las luces sobre las copas y sobre la gente, los breves discursos de agasajo de las autoridades, algo difíciles de comprender para este insistente habitante del castellano paraguayo, todo configuraba en ese el momento que yo había soñado siempre. Sentía sin embargo una estricta diferencia entre el día y la noche, a pesar de las frecuentes transgresiones, marcadas por los que exagerábamos con la última y nos perdíamos algunas de las actividades del día siguiente, y ésta consistía en que, al menos para mí, las noches tenían sentido, todas ellas, pero incluso especialmente las que nos deparaba aquella espléndida iniciativa del gobierno español. Lo que no lo tenía, por más que me empeñara en buscarle la vuelta, era el título del encuentro: "Literatura y Compromiso". Personalmente me sumé a la convocatoria, originada por el Ministerio de Cultura Español, el INJUVE (Instituto de la Juventud) y el CEULAJ (Centro Eurolatinoamericano de Juventudes) a través de los medios de prensa, simplemente porque quería medir mi poemario -que ya había tenido algún honor en Asunción-, bajo un rasero más prestigioso: si de los que enviamos nuestros trabajos por triplicado postulándonos por Paraguay me elegían a mí, decía yo, quiere decir que realmente lo que hago es bueno. Fue un honor, sin dudas, la Mención de Honor en el Premio del Centro Cultural Paraguayo Alemán, pero cuando el mismo "Breviario de un amor de teatro" me llevó a España, bueno, entonces me dije que tal vez seguir trabajando en poesía no estaría del todo mal.
** El punto es que yo no me sentía preparado para representar a nadie, ni a mí mismo ni mucho menos al país, porque en realidad nunca soñé que mi libro, varios meses después, retornaría en la forma de una invitación a España de más de tres semanas con todo pagado, además del burumbumbún precedentemente citado, la prensa, las chicas y la fama, que flotaba sobre todos nosotros acaso decidiendo a quién le iba a tocar.
** Me tocó tomar café con uno de los doce invitados -los famosos-, gracias a una mujer, con quien sin saber bien cómo me encontré compartiendo una mesa plena de la reconfortante infusión y obviamente varios otros nóveles vates, en una charla de lo más variopinta pero cargada de cierta ansiedad, de cierta nostalgia anticipada porque eran los últimos días de aquello que nos había reunido tan mágicamente en aquella tierra dura y fría. Entre todos, jóvenes y mayores, nos habíamos convertido en una tribu respetable y maravillosa, en la aldea del hallazgo diario y de la diaria redención a través de enamoramientos de todas clases, peleas, aburrimiento, literatura en todas sus formas y sonidos y un comedor fabuloso donde nos juntábamos los más de ochenta bichos raros a disfrutar de las delicias de la cocina andaluza de día y de noche, ya que a la hora del desayuno las mesas lucían más bien desiertas.
** Esta mujer era muy atractiva. Tendría treinta o cuarenta, facciones típicas de la malagueña y curvas y pelo misteriosos, y no sé por qué regla de tres estaba claro que yo le había llamado la atención. Incluso es probable que sea yo el que se haya acercado a ella sin darse cuenta de puro tímido, porque reconozco que cuando varios cafés después sentí que me estaba haciendo el lindo y que a ella le gustaba confieso que no supe cómo proseguir. Aquella mujer me intimidaba. Por suerte llegó José Saramago, que todavía no tenía el premio Cervantes, y luego de saludarnos a todos con una intensidad rara para un hombre de su edad -parecía mayor que ella-, se sentó e inició su charla con la que para ese momento ya era su mujer a todas luces. Tiene una voz especial el lusitano, grave y profunda pero como si lo tradujera a él mismo en su totalidad. Por lo demás me pareció feo y flaco, lo que seguramente no habría compartido conmigo la bella dama, que luego de discutir brevemente y casi haciéndole callar porque las corridas de toros realmente no son una salvajada, me preguntó si había recorrido su país y hasta cuándo pensaba quedarme. Le expliqué que mi boleto de avión tenía fecha abierta pero mi bolsillo estaba vacío -había llegado vacío hasta el punto de que lo único que me faltó y conseguí de mil maneras en aquel viaje para mí ya legendario fueron los cigarrillos-. Me miró sin aviso, como en confianza, y comentó que una amiga suya tenía un apartamento en Madrid, y que si yo quería quedarme un par de días más podía llamarla. Creo que lo hizo allí mismo, habló un par de minutos tan rápido que no entendí nada y me dio un número de teléfono, diciéndome "ya cuando tú llegues a Madrid la llamas que ella te indicará cómo llegar".
** Aquello fue como un cristalino trago de agua en el desértico panorama de la partida, porque además yo quería ir hasta Valencia para visitar a unas amigas paraguayas que entonces vivían allí, y si hacía esa escala en Madrid tendría tiempo para organizarme, tratar de establecer contacto con ellas y ver cómo hacerle para ir, quedarse unos días y luego volver a la capital a tomar el vuelo con los justísimos dólares que me giró un alma caritativa.
** Todo eso es aparte. Aquí hay dos temas, que son el sentido del encuentro desde mi humilde y acaso subjetiva mirada por un lado, y el súbito abandono de mi presencia de ánimo en medio de un discurso y el consecuente papelón, por el otro. Estoy seguro de que la vergüenza no salpicó para nada a la patria, porque ese día se reservó toda para mí. Temprano por una vez, había estado escuchando atentamente las ponencias de los distintos participantes mientras esperaba mi turno. Empecé a preocuparme una media hora antes de que me toque, porque no había preparado nada. A mí nadie me había dicho que tenía que preparar un discurso, y menos una ponencia, y si bien cualquiera debió haber deducido que así era necesario, el hecho no me causó la menor preocupación, como si hablar para un montón de cámaras, micrófonos, ventiladores, periodistas y tan selecto auditorio, fuera simplemente cuestión de pensarlo en el momento.
** Pues muy bien, el momento era ese. Atiné a decir las buenas tardes señora profesora, compañeritos, es un honor y demás huevadas, y más bien a balbucear lo anteriormente citado en relación al escritor como pensador y su compromiso. En la pausa para despedirme, con todo, no pude dejar de percibir de pasada el ánimo del auditorio. Me supo inquieto, contrariado, francamente hostil. Yo sólo quería bajarme de ahí, pero aquello incluía un posible debate sobre cada ponencia. En mi caso, supuse durante esos breves instantes, eso no ocurriría. Había dado probablemente el espectáculo más pobre de todos los que allí habían sido dados por los demás participantes, aunque pocos de ellos hayan sido interesantes y mucho menos pertinentes, más allá de lo que alegremente nos repartían los monstruos sagrados y los organizadores.
** El hecho es que si bien nadie ni nada me interrumpió, ni hubo ninguna respuesta o pregunta crítica ni antagónica, y pensé que aquel bochorno de la candidez más estúpida que jamás haya pensado nadie había pasado -cubierto por un mágico velo de continuidad de aquel aire cosmopolita y refinado que yo había interrumpido tan bárbaramente-, Don Augusto Roa Bastos, justo mi único aliado, inicia una suerte de incómoda polémica, simplemente indicando -no recuerdo literalmente sus palabras-que él opinaba todo lo contrario. Lo había conocido en más de una entrevista en Asunción, y me lo encontré en el vuelo entre Madrid y Málaga. El venía de Toulouse, con aire ausente y cara de profesor medio harto de las exactitudes. Le gustó, cómo no, encontrarse con un paraguayo, y como lo ví en sus ojos le pregunté qué hacía en la clase fumadores y cómo sería que justo nos había tocado sentarnos juntos. Estoy seguro que alguna vez hubo una clase para fumadores, pero yo pregunté para hacerme el canchero, para acercarme un poco hablando a esta figura enorme porque de otra manera perdería el hilo obnubilado por la admiración o por la envidia. El hombre fue paciente, pero creí notar enseguida que no era el paraguayo que él esperaba. Creo que se predispuso a una tentativa charla literaria en la que yo tampoco me enfrasqué, así que hablamos solamente de bueyes perdidos mientras aterrizábamos en una de las costas donde Europa sale del mar.
** La situación embarazosa se podría describir como el momento en que las hormigas pican todas juntas. Cuando un último atisbo de dignidad me impulsó a defender mi posición yo estaba viéndome desde lejos, bien al borde de la desesperación. Don Augusto tenía una calma a prueba de balas. Ahí estaba todo él mirándome a mí, animándome a hablar tal vez con aquella disquisición que solamente hubo de ser oída porque venía de él. En un segundo había girado toda la situación, y ahora todo el mundo esperaba mi respuesta con un interés que a mí me sugería la existencia de alguien que no era yo en mi lugar. Volví a vacilar; de hecho ya estaba corriendo con el rabo entre las patas cuando dí por terminado el debate de la manera más honorable que pude y al bajar del pequeño desnivel donde estaba el micrófono pensé que debía pedir la grabación. Todo estaba siendo grabado, los distintos idiomas desde distintos cubículos de vidrio donde los operadores rotulaban las participaciones tan rápido como lo permitía su aburrimiento. Quería saber qué era exactamente lo que había dicho Don Augusto en relación a mi "ponencia". Entré a la cabina correspondiente y pedí una copia de mi participación. La escuché ipso facto. Entonces deduje que él había intervenido para darme una oportunidad, o al menos para que lo que yo había dicho tuviera la oportunidad de ser discutido en tan magno debate. Ay de mí y de mi pequeñez, yo no lo supe aprovechar. Lo que bien pudo haber sido un aporte a la buena fe de todos los que allí estábamos reunidos se convirtió en un pálido reflejo de la pasión con que yo sentía aquello que había logrado decir en el marco de tan estúpida timidez.
** Haberlo sabido entonces justo en esos segundos- con tan terrible claridad y haberlo ignorado luego por años como si jamás hubiera ocurrido también puede ser imperdonable. Por lo menos forma parte del mismo trencito que se me armó en relación a mi actitud para con el insigne escritor, la que ya después de tales desatinos tal vez se haya dejado llevar por las opiniones de muchos que critican al que escribe, no a su obra. Decían que lo había creado una famosa editorial argentina, lo que también decían de Elvio Romero si es por eso. Hablaban del auge del partido comunista en la época, obviamente más fuerte en la argentina que aquí, y que supuestamente los había promocionado. Yo creo que ninguno de los dos era comunista como no fuera en la acepción guaraní de la palabra, pero también decían que Don Augusto bien poco había hecho para enfrentar la tiranía stronista. Se sabe que él se había ido del país mucho antes del golpe, pero justamente exiliado por aquellos ilustres precursores del cuatrinomio de oro que hoy nos ofrecen las delicias de la riqueza parlamentaria con la democracia como coqueto centro de mesa. Augusto dijo, hizo o escribió algo que lo obligó a irse, de preferencia los tres juntos y perfectamente conciente de lo que se jugaba. Yo me limité a comentar alguna vez y públicamente que me parecía tibio en sus posiciones. ¿tenía algún derecho?
** En fin, que a los veintiocho uno es indestructible, si bien yo toqué suelo español al amanecer del día de mi cumpleaños número veintinueve. Un día antes había comenzado el foro, y el paraguayito ya otra vez estaba llegando tarde porque el vuelo Asunción-Buenos Aires se había retrasado, por culpa de Aerolíneas Argentinas ya otra vez. Tuve que pasar la noche en un hotel sobre la 9 de Julio, invitado gentilmente junto a los otros casi doscientos pasajeros que también perdieron la conexión con Iberia. En el avión que se fue probablemente estarían los escritores de la región que yo luego conocería en España: había un montón de brasileros y argentinos, e incluso cinco o seis de Uruguay. Todo el Cono Sur estaría volando en esa conexión perdida, y obviamente lo digo porque me hubiera gustado volar con ellos, o sea, en un avión lleno de escritores jóvenes que, igual que yo, estaban yendo invitados a un encuentro de tres semanas donde la única obligación era ser, estar o parecer, hablar del compromiso de la literatura con el compromiso y de la literatura del compromiso con la literatura y la verdad es que incluso había más de uno que ni siquiera había traído la literatura, porque simplemente eran literatos, en este caso personas que hablan, comen y se visten, y especialmente posan como literatos, pero cuyas cualidades literarias, profusamente expresadas en múltiples papeles, cantos, arengas, odas y cuanto bicho verbal o escrito haya sido o imaginado que era, brillaban por su ausencia.
** Era de todos modos reconfortante, siguiendo la insidiosidad, encontrarse y hacerse amigo de estas personas, que en muchos casos uno reconoce con el filtro de que simplemente escriben en un estilo que a uno le es desconocido. Suelen citar frases enteras de otros autores, famosos éstos, pero generalmente sin la menor relación entre sí. Tienden a sugerir cosas como mezclar la poesía con el audiovisual, aunque las formas felices de tal mezcla les sean rigurosamente desconocidas, e invariablemente terminan con alguna incómoda confesión de carácter personal sus aburridas disquisiciones. Generalmente se anotan con un dinamismo que a mí me deja sus serias dudas en cualquier iniciativa de carácter gubernamental, social o simplemente grupal, para emprender acto seguido y con gran despliegue de energía tareas como juntar firmas para la defensa del tatú bolito, componer un poema a veinticuatro manos y ocupar los espacios olvidados por la cultura oficial con el simple cometido y la purísima razón de ocuparlos. Yo si alguien me preguntara me gustaría pensar que un tipo de escritor no podría vivir sin el otro, que de alguna misteriosa manera todos se justifican, desde el entusiasta suertudo que se cree bueno y ha publicado docenas de libros sin haber aportado absolutamente nada como no sea cursilería y espuma para baños elegantes hasta el estudiante que sueña su romance de escritor famoso con la modelo que sí existe mientras él garabatea en su cuaderno mariconadas que nunca se van a publicar o genialidades que, forzoso es decirlo, invariablemente quedan en el aire. Es un hecho que la nada se ha comido los mejores hallazgos de mi vida. Sería estúpido y pecaminoso pensar que todo lo bueno va a ocurrir justo cuando yo me siente a escribir, obviamente, pero si alguien insiste con la escritura el tiempo suficiente hay momentos en que la vida es una pantalla con subtítulos que uno va imaginando inconcientemente. Así también imagina uno los grados de fabulosidad de aquello que se pierde, y forzoso es reconocer que tal vez sea lo mejor. Los verdaderos aportes, las cosas nuevas, inverosímiles y geniales, los hallazgos milagrosos que las mismas viejas y odiosas palabras elijen a veces son irrepetibles, y sus combinaciones pertenecen al rubro de las cosas que jamás se van a recuperar. Hay que admitirlo cuanto antes y hacer algo al respecto: la
musa no avisa. Eso es un problema para alguien que vive suplicando su mínima atención en atención de sus propios intereses, una vez que se admite que escribir es para lo único que uno quiere servir. Si alguien tiene que jugar al héroe habrá que buscar a otro, como diría mi genial Bukowsky. Yo solo quiero afilar mi pluma por si en una de esas tengo algo que decir. En este sentido lo que cuento forma parte de mi experimento. Buceo en mi buhardilla, extrayendo información como las ardillitas de Walt Disney recolectaban bellotas. Veo venir el invierno en la forma de una edad que nunca será mía, una vez que no tengo la menor intención de asumir estos años que se apilan como leña mojada. Ya no preciso el fuego para encontrar la salida de los intensos calores donde el alma entra a cocinar, si bien eso no significa que mi alma no se cocine como todas las demás, sin un fuego clásico y predecible y en el marco de un menú estrictamente determinado. Sabemos que eso se cocina solo. Podés ayudarlo con la forma en que le ponés la cara a la vida diariamente, si bien lo que nunca falla es una buena cerveza, y además atrás de la cara estás vos realmente, y bien sabemos todos que la vida nunca te vé, así que incluso eso es fácil.
** La cuestión realmente importante es lo que hacen esos días contigo. Lo que te pasa a vos. El saldo de la corriente ejercida por fricción de los múltiples segundos que se atropellan y transcurren en tus venas mientras el corazón se devana en su obseso sístole-diástole-me quiere-no me quiere. Eso pasa contigo, que no sabés si te querés o no te querés, y también pasa con lo que sentís por ella, que no sabés si la querés o no la querés, pero ella tampoco sabe si te quiere, y muchas veces duda de si se quiere o no se quiere a ella misma. Casualmente los grados en que se quiere a ella misma suelen coincidir con los momentos en que vos creés que la querés. El problema es que ninguno de los dos está seguro nunca de lo que siente hacia sí mismo, y evidentemente, mucho menos de lo que siente hacia el otro.
** A veces pienso que te voy a llamar por teléfono mientras estoy haciendo cualquiera de las cosas que cualquiera hace en su casa. Desde la pura y espontánea pulsión de hacerlo, o sea de llamarte, y el momento en que lo hago, o sea, te llamo, han pasado muchas horas. Porqué no lo entiendo. Me basta con saber que he pasado todo ese tiempo feliz porque sé que te voy a llamar, lo que es como decir feliz porque sé que voy a hablar contigo. Sin embargo la realidad comenta que entre el momento en que pensé llamarte y ahora que estoy hablándote ha pasado mucho de lo único que realmente pasa en la vida: el reloj de cada uno, la forma en que uno lo usa, la pasión y la forma en el hábito de vivir, porque eso es lo único que no se discute: lo único que no podemos resignar de todo aquello que queremos es el hecho primordial y milagroso de vivir. El resto puede esperar, e incluso la mayoría de las cosas que asumimos imaginarias están implícitas en tan simple gestión: vivir. Lo que es crea su entorno, lo modifica con fuerza que no sueña lo que no es. Lo que es se impone porque posee su propio instinto de flotación, no es necesario mantenerlo ni acordarse de él porque seguirá igual hasta el fin de los tiempos: ésa es su naturaleza. Basta cualquier forma de la realidad para que lo que no es deje de no ser y sea. Del mismo modo basta cualquier impulso espontáneo y auténtico, por más básico que sea, para imponerse sobre la inmovilidad y la neutralidad, con más fuerza cuanto más inmóvil y neutral se encuentra el espacio donde el impulso toma forma.
** Lo del teléfono o la forma en que transitamos nuestros sentimientos y los de los demás me llamó mucho la atención a raíz de una lectura en la que Roland Barthes hacía una especie de disquisición sicoanalítica sobre la mecánica de los sentimientos. Muchas puertas abiertas, tal vez, en los Fragmentos de un Discurso Amoroso. O mucho me equivoco o la mayoría de las conclusiones corren por cuenta del lector.
** Pero una condición sine qua non de los libros que a mí me parecen confiables es que ninguno plantea la suma de la verdad. Quiero pensar que ni siquiera la Biblia sugiere semejante desatino, pero tal vez lo haga en la mayoría de los sentidos que para el común de la gente aparecen como los únicos realmente fundamentales; quiénes somos, de dónde venimos y para qué, que viene a significar la tercera pregunta: dónde vamos. Parece claro sostener que la lógica contrapone el dónde vamos a la pregunta para qué venimos. Como si el porqué de nuestra presencia en la tierra pudiera ser respondido únicamente en términos espaciales. Creo que la hipertrofia tecnológica que gozamos y padecemos es sólo la primera mitad de un contraste violento e imperdonable, porque en la otra está nuestra condición humana en condiciones cada vez menos humanas. Es, sin embargo, una cierta tendencia hacia nuestra naturaleza la que nos obliga a mirar hacia arriba. Podemos buscar cometas, marcianos, la tierra prometida o a Dios, y con este objeto usamos el telescopio, las naves espaciales o la oración, que en este sentido sólo vienen a ser puentes. Yo no sé si la metáfora pueda cumplir tal función, pero escribo por eso. Creo que es poesía, y si en esta mágica empresa cabe aun plantear algo, este es mi aporte.
I
Tarde o temprano lo vemos
Ante tanta insistencia
El poema puede ser.
 
Nunca dicho
Registrado o
Aún menos que menos
Muchas veces tan solo
Una forma de torcer
Esta lanza del destino
Que me arrastra a su guerra
Muchas veces de rabia y
Al último de los premios
Reluciente
El poema
Ni la más puta idea
De toda esta pasión.
 
Tibio recado anda
Haciéndose la puñeta
Mientras el tiempo se fuga.
 
Una luz brilla aquí
Donde siempre estoy solo.
 
Veinte años no es nada
A menos que el doble
Sea la nada al cuadrado
Muchas veces escribo
Del poema la vergüenza
Más indespersonable
Porque su rito me sigue
Igual que una venganza…
.
**/**

ÍNDICE
AMODO DE PREFACIO
HABITACION TERCERA
·         I
·         II
·         III
CARTAZES DO CAMPEAD
LUZ DE RANCHO CON CANCHITA
DICEN AHORA
PATRIADA
EN CAMBIO
SUEÑO DEL RETORNO 
 .
 
 
 
 
 

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