ALAIN TOURAINE Y LA REIVINDICACIÓN DE LA DEMOCRACIA

Parte II

Por MARÍA GLORIA BÁEZ

Escritora

Alain Touraine fue uno de los promotores del Movimiento 22 de Marzo en Francia, un movimiento estudiantil y obrero que jugó un papel importante en las protestas de mayo de 1968.

El movimiento buscaba transformar la sociedad francesa y cuestionar las estructuras de poder establecido. Obtuvo un amplio reconocimiento por su trabajo pionero sobre los movimientos sociales, en particular por su influyente libro Le Mouvement de Mai ou le communisme utopique (1968). En este trabajo seminal analizó las protestas estudiantiles y obreras de mayo de 1968 en Francia y examinó el papel de la acción colectiva para desafiar las estructuras de poder establecidas. Su investigación enfatizó la agencia de los individuos y los actores sociales en la configuración del cambio social. El marco teórico de Touraine se centró en el concepto de “actores sociales” y su capacidad para participar activamente en la construcción de sus propias realidades sociales. Propuso la idea de “subjetividad social”, destacando la importancia de la subjetividad y la identidad individual en el contexto de la transformación social. Este enfoque lo posicionó como una figura clave en el desarrollo de la teoría de los movimientos sociales y el estudio de las sociedades posindustriales. A raíz de la década de los acontecimientos de 1960, aparecieron en gran número lo que pronto se denominarían los “nuevos movimientos sociales”, reflejos de la sociedad en su diversidad y portavoces del individuo en su condición de consumidor o arrendatario, en sus características culturales o sexuales, o en sus nuevos requisitos filosóficos, por ejemplo, en relación con la protección del medio ambiente.

A lo largo de su carrera, ha analizado la relación entre la sociedad y la política y ha reflexionado sobre los desafíos que enfrenta la democracia en la sociedad contemporánea.

En su libro ¿Qué es la democracia? (1997), según concepto del autor, la democracia está conectada con la modernidad donde emerge un sujeto racional para formular principios, leyes y derechos universales que reconocen y preservan la libertad y la igualdad de los sujetos individuales. La modernidad para Touraine es una condición secular, por lo que los sujetos libres se ven obligados a descubrir y crear sus propias leyes, instituciones y formas sociales que preservarán su libertad y mejorarán su bienestar. Siguiendo los criterios de la teoría social clásica, considera que la modernidad implica tanto una creciente racionalización así como una diferenciación.

Diversidad.

En su opinión, la democracia de hoy debe reconciliar estas tendencias en conflicto, debe crear espacios que abran el camino para la participación y la acción públicas, preservando la diferencia y la diversidad individuales. Sin embargo, es un feroz crítico de la democracia participativa y polemiza contra un multiculturalismo que implica la lógica de perseguir la diversidad y la diferencia sin buscar un terreno común de principios y valores superiores o una esfera pública y una polis compartida. Desconfía de la democracia procedimental que reduciría a un conjunto de procedimientos formales o instituciones que garantizarían o maximizarían determinados resultados, así como del comunitarismo que sumergiría la libertad individual y la diversidad en una comunidad homogeneizada. El espíritu del libro está dirigido contra los regímenes totalitarios y autoritarios y, a la luz de las experiencias con formas opresivas de gobierno, Touraine argumenta que los derechos individuales, las libertades, el pluralismo y los principios básicos del liberalismo deben ser parte de una sociedad democrática. “…"Como yo lo veo”, escribe, “la razón de ser de la democracia es proporcionar las condiciones institucionales previas indispensables que permiten que el sujeto personal actúe... sólo el actor –individual o colectivo– puede reconciliar lo universal con lo particular y la instrumentalidad con la convicción…”. Así, mientras el liberalismo clásico privilegia la racionalidad de un orden constitucional basado en derechos y principios de justicia, Touraine privilegia su concepción del actor social, remontándose así al concepto central de su obra sociológica anterior, vinculando su concepción de la democracia a la producción de sujetos que resisten la dominación, practican la autoestima y reconocen la subjetividad de los demás. Para Touraine, el doble desafío de la democracia es proteger la libertad y los derechos individuales y la diversidad cultural. Se basa en la cultura democrática y el reconocimiento del otro como sujeto y actor. Esto requiere comprensión y comunicación mutua: "…Todo lo que establece un vínculo entre la diferencia y la comunicación, todas las formas de discusión, comprensión y respeto por el otro, contribuyen a la construcción de una cultura democrática…". La democracia se da así en las relaciones sociales entre sujetos que se enfrentan a otros sujetos y formas de poder, que luchan contra la dominación, y por la libertad, la igualdad y la tolerancia. Tal concepción intersubjetiva de la democracia, cree el autor, constituye una concepción propiamente sociológica, opuesta a las concepciones políticas enraizadas en un racionalismo abstracto y un universalismo militando activamente para promover la representación de los intereses mayoritarios, la ciudadanía y los derechos básicos que restringen el poder. Relaciona a la democracia con la producción de actores sociales, de sujetos, que vinculen su propio desarrollo y bienestar con el desarrollo y la democratización de la sociedad. Sostiene que la democracia es un sistema político que debe ser reconstruido constantemente por las sociedades. No es simplemente un estado permanente que se alcanza una vez y se mantiene indefinidamente, sino que requiere un compromiso más una participación activa de los ciudadanos. En su enfoque, destaca la importancia de la participación ciudadana y la construcción de movimientos sociales como elementos fundamentales para fortalecer la democracia. Para él, los ciudadanos deben organizarse y movilizarse para plantear sus demandas y participar en la toma de decisiones políticas. La democracia no puede ser solo un sistema de representación, sino que debe incluir la voz y la acción directa de los ciudadanos. Además, critica la idea de que la democracia se basa únicamente en los mecanismos electorales. Para él, la democracia es mucho más que elegir líderes a través de elecciones periódicas. Es necesario que los ciudadanos tengan la capacidad de influir en las decisiones políticas y participar en la elaboración de políticas públicas.

En la década de 1980, Touraine participó en el gobierno del presidente François Mitterrand como asesor en temas de políticas sociales y laborales. Su enfoque se centró en promover la participación de los trabajadores en la toma de decisiones empresariales y en la defensa de los derechos laborales.

En un trabajo publicado a finales de 2007 Penser autrement (Pensar diferente), Touraine observa con fastidio que la década de 1960, a pesar de sus promesas, no rompió realmente con la inmediata posguerra. Al contrario, según él: el “discurso interpretativo dominante”, según sus palabras, relleno de un estructuralismo con un fuerte componente marxista, ha perpetuado una visión de la política adosada a la lucha de clases y a un determinismo asfixiante, una especie de perorata abarcando todas las ciencias humanas. Y en opinión del autor, el clásico discurso de izquierda se ha casado sin pudor con el impulso liberal que se ha ido imponiendo paulatinamente en el plano económico. Para Touraine, se trata de relanzar la lucha por la liberación del sujeto de las ataduras que todavía lo oprimen. El individuo debe perder definitivamente su condición de objeto sujeto a fuerzas que le superan para finalmente tomar control de él, asumiendo la universalidad de sus derechos fundamentales. Para él, esta reinvención del sujeto debe romper los estragos del comunitarismo y superar los callejones sin salida del multiculturalismo. Abandonando las constricciones de un lenguaje revolucionario que acaba repitiéndose incansablemente, debe abandonar la tentación omnipresente de victimizar hoy y consagrar una responsabilidad individual redescubierta, fermento de auténtica libertad. El sujeto debe poder vivir su libertad; pero si no incluimos su retorno en la consideración del Estado y su funcionamiento, se verá aniquilado. Solo con sus derechos culturales, perecerá frente a un poder burocrático que creerá erróneamente que se ha desvanecido. El individuo puede revelarse si se ha puesto de acuerdo para pensar en su relación con la autoridad. Pero no fuera de los marcos institucionales.

Alain Touraine fue un intelectual comprometido no solo en la denuncia general del sistema, sino con los actores sociales y por la democracia, así como también en nombre de una ética de la responsabilidad.

Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección CORREO SEMANAL

Sábado, 24 de Junio de 2023

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