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CRONONAUTA EDITORIAL
  LOS ILUSTRES FANTASMAS DEL VIEJO CAFÉ LOUVRE - Por CRONONAUTA - Domingo, 18 de Junio de 2023


LOS ILUSTRES FANTASMAS DEL VIEJO CAFÉ LOUVRE - Por CRONONAUTA - Domingo, 18 de Junio de 2023

LOS ILUSTRES FANTASMAS

DEL VIEJO CAFÉ LOUVRE


Por CRONONAUTA

 

crononauta700@gmail.com

El Crononauta nos lleva en La Máquina del Tiempo a conocer las animadas tertulias del lugar de reunión por antonomasia de una variopinta fauna en la Viena de las décadas de 1920 y 1930: el extinto Café Louvre.

Cruzando la calle, frente a la Oficina Central de Telégrafos y al lado de Radio Austria, ocupando el primer piso del antiguo edificio de la esquina de Renngasse y Wipplingerstrasse, funcionaba desde la última década del siglo XIX el Café Louvre. Con sus sillas de madera oscura y respaldo torneado en forma de violín, sus estantes cargados de pasteles y periódicos del día y su penumbra humeante de tabaco, fue notorio lugar de reunión de sionistas austríacos como Theodor Herzl, punto habitual de encuentro de estudiantes, artistas, intelectuales y bohemios de todos los pelajes y principal centro de intercambio de información de los periodistas extranjeros en la Viena de los años de entreguerras.

Los intelectuales de Viena frecuentaron el Café Louvre desde fines del siglo XIX, y también, por razones misteriosas, sionistas como el citado Herzl, el médico Moritz Schnirer, el abogado Oser Kokesch o el estudioso de Shakespeare Leon Kellner, entre otros, estuvieron entre los primeros clientes del Café Louvre, donde se reunían los martes de noche al menos desde 1896. Sabemos que los sionistas frecuentaban el Café Louvre al menos desde ese año porque se conserva una foto de la reunión en la cual se decidió la creación del semanario sionista Die Welt, y en esa foto la reunión, presidida por Herzl, tiene lugar en 1896 en el Café Louvre.

No hay certeza sobre los dueños del Café Louvre, pero probablemente fueron Wilhelm Aldor y su esposa Karoline. En su libro Der Weg ins Ungewisse, el periodista austriaco Frederick Scheu, que frecuentaba el Café Louvre en la década de 1930, recuerda el día en que el gobierno lo cerró, el 1 de junio de 1940, y afirma que su dueña era Karoline Aldor, la viuda de Wilhelm, que había muerto en 1936.

El corresponsal estadounidense de United Press International Robert Best convirtió «su» mesa del Café Louvre en su oficina no oficial desde 1923, y en el Café Louvre se reunieron periodistas como el hoy poco recordado, y antaño bestseller, John Gunther, que en un artículo publicado en el Harper’s Magazine de julio de 1935 dejó escrito algo que parece pensado en una de las mesas del Café Louvre: que «la recopilación de noticias en Europa es en gran parte una colaboración entre hombres que se conocen, que confían los unos en los otros y que intercambian chismes, contexto e información».

Se sentaban en esos años a las mesas del Café Louvre el húngaro Marcel Fodor, el inglés George Eric Rowe Gedye, el antes mencionado austriaco Frederick Scheu, los estadounidenses Dorothy Thompson, Edgar Mowrer, William Shirer y Charles Knickerbocker –además, claro, de Gunther y Best–. También disfrutó de su atmósfera llena de buenas y malas nuevas, rumores y secretos, Kim Philby, que ayudó a los socialistas a levantarse contra el estado corporativo austrofascista del canciller Engelbert Dollfuss en febrero de 1934, que fue agente doble, en la cima del MI5 británico y espía soviético, uno de los «Cinco de Cambridge», y que terminaría escapando a la Unión Soviética para evitar la prisión.

El animado universo del Café Louvre se esfumó como un sueño. Primero, perdió a la mayoría de sus parroquianos. Fodor huyó a Bratislava cuando los alemanes entraron en Austria, Shirer se marchó a Berlín, Gedye fue deportado

Si viajamos en esta columna, que por algo se llama La Máquina del Tiempo, a la animada época de esplendor del Café Louvre, tendremos que elegir una fecha de llegada. Podría ser la fría noche de enero de 1933 en la que el joven espía Kim Philby, ya terminados sus estudios en Cambridge, ya miembro de la Komintern, se sentó por vez primera entre los fieles de la tertulia animada por Robert Best, o quizá alguna noche del otoño de 1930, con Shirer y Gunther participando de la velada, o bien una tarde cualquiera del verano de 1932, cuando Dorothy Thompson y su esposo Sinclair Lewis, entonces en Viena, se sentaban a la mesa hasta mucho después de la puesta del sol, con Fodor, copa en mano, en la silla contigua. Cualquiera de ellas sería, sin duda, una gran noche (1).

A fines de 1942, cuando iba a ser repatriado a Estados Unido, Robert Best se negó a volver y se quedó, convertido en fervoroso propagandista nazi. Sus transmisiones antiestadounidenses por radio le valdrían el juicio por traición, la condena a cadena perpetua en 1948 y, cuatro años más tarde, la muerte en cautiverio.

Según E. H. Cookridge (uno de los seudónimos del escritor vienés Edward Spyro, que también fue habitué del Café Louvre, donde conoció a Kim Philby), era Gedye quien presidía las tertulias de periodistas en el Café Louvre, donde todas las noches recibía visitantes furtivos, que entraban y salían corriendo del Café Louvre y le transmitían mensajes susurrados. Sin embargo, aunque no hay unanimidad, según numerosos testimonios de la época el descubridor del Café Louvre en esas décadas, el que utilizaba para su correspondencia la dirección postal del Café Louvre y el que convirtió al Café Louvre en el lugar de reunión por excelencia para todos los corresponsales internacionales –y, con ello, fácil deducción, para esa variopinta fauna noctámbula que rodeaba al periodismo en sus tiempos de gloria y sin la cual nuestras ciudades nunca han vuelto a ser las mismas– fue Robert Best. Y es extraño pensar, pese a sus disparatadas diatribas antisemitas y su insoportable devoción por Hitler, que en la tediosa celda en la que consumió, encerrado, sus últimos años de vida Best habrá extrañado, por encima de todo, aquellos lejanos días de libertad en el ahora extinto Café Louvre.

Incluso después de que las convulsionadas circunstancias políticas dejaron, como dijimos antes, al Café Louvre sin la mayoría de sus parroquianos, Best siguió acudiendo a sentarse a su mesa de siempre. Lo siguió haciendo hasta el fin del Café Louvre, es decir, hasta que el gobierno nazi lo cerró en 1940. De cualquier modo, ya no faltaba mucho para que una bomba dejara en ruinas el edificio cuyo primer piso lo albergó, y que fue reconstruido en la posguerra, pero solo para poner en su lugar, ultraje final, un banco, y para que en esa esquina de Renngasse y Wipplingerstrasse no haya hoy más que una lujosa tienda de muebles de diseño. Para que los años dorados de las ruidosas tertulias del Café Louvre fueran olvidados, en suma, para siempre, y para que las voces que animaron sus noches con ideas y disputas, con risas y polémicas, se desvanecieran en el aire como volutas de humo.

 

Notas

(1) La sugerencia de este viaje es de Dan Durning: «If I were able to choose a night to drop into the Cafe Louvre, I might pick a night in November 1928 when the folks assembled at Best’s Stammtisch included 23-year old J.W. Fulbright, who was spending some months in Vienna after completing his studies at Oxford…». Ver: Durning, D., «A Great Night at Cafe Louvre in Vienna», blog Eclectic at Best (https://www.eclecticatbest.com/), sábado 11 de febrero de 2012.


 

Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Edición Impresa del Domingo, 18 de Junio de 2023

Página 4

www.abc.com.py




 

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