MICHA

Cuento de MARÍA LUISA BOSIO

MICHA

Estaba por ahogarme en una alcantarilla, una tarde de mucha lluvia, cuando alguien me recogió, me cubrió con un impermeable y me subió a un auto.

Ya en el departamento, con una botella pequeña y un gotero, empezó a darme leche, creo que cada cinco minutos, porque muy pronto mi estómago se satisfacía. Luego agregaba cada día calcio y vitaminas.

Con tantos cuidados, muy pronto estuve yo correteando por el departamento. Fui creciendo y me puse traviesa; rompí un sinfín de chiches que estaban a mi alcance y estropeé dos cortinas, por tratar de subir a ellas.

Mi peor travesura sucedió el día en que me escapé del departamento y me quedé atrapada entre la pared y el ascensor. Chillé una hora, hasta que los bomberos me sacaron. El ultimátum de los propietarios fue que abandonara el edificio lo antes posible. Allí comenzó mi verdadera vida. Me mudé a una casa grande, con jardín y patio, ambos llenos de plantas y flores. Tardé cinco días para acostumbrarme, metida detrás de un mueble de cocina, en donde me encontró la que iba a ser mi dueña. Ella me habló con cariño y me dijo: "Michi, aquí te traigo leche y comida, para que no te mueras de hambre".

Era dulce su voz; empecé a quererla. Al día siguiente salí de mi escondite con gran alegría, de la familia. Recorrí la casa, todo me gustó, pero siempre buscaba la voz de mi dueña llamándome y acariciándome. Mi temperamento huraño se dulcificaba con su voz y mi ronroneo era únicamente para ella.

Tendría seis meses cuando tuve que ser operada. Ella iba todos los días a visitarme a la clínica. Yo la esperaba, necesitaba de sus mimos, de su voz.

Volví después de unos días, feliz y contenta.

Empecé a cazar lauchitas y las llevaba como trofeo o, mejor dicho, como regalo de mi proeza. Mi dueña gritaba de susto. Pensé que mejor sería llevarle pajarillos del patio; fue peor, esa vez ella se puso a llorar por mi maldad. Comprendí su manera de pensar, y cada vez que cazaba algo lo enterraba enseguida para que no lo viera.

Quería dormir a sus pies y su marido no lo permitía, ¡a mí, que la quería tanto! Temprano maullaba y arañaba la puerta de su cuarto. Entraba y me acurrucaba en la alfombra para recibir sus caricias.

Pasó el tiempo. Los gatos machos en busca de gatas en celo me acosaban de noche. Yo me defendía, no sabía por qué. Mi dueña me explicó que yo había sido operada; quedé sin comprender.

Cuando me oía chillar, ella corría a los gatos con el chorro de la manguera, luego me curaba las heridas que me dejaban, a veces, mis congéneres.

El día más infeliz de mi vida fue el domingo que llegaron visitas con sus dos perros. ¡Yo, que era el único animal de la casa! Fui atacada por dos insignificantes canes; corrí y busqué apoyo en mi dueña y, para llamar la atención, saqué mis uñas y arañé sus piernas; ella comprendió mis celos y me habló de esta forma: "Michi, defendete, no son malos, pero... si corrés ellos te atacarán".

Desde entonces, cuando venían esas visitas, yo los esperaba con el pelo erizado y gruñendo. Retrocedían asustados. Ella me acariciaba y me decía: "¡Bravo, Micha!"

¿Por qué nos mudamos de casa? No pude comprenderlo. En represalia, pasé cinco días encerrada en la casa vacía, hasta que apareció mi dueña y empezó a llamarme, con esa voz que yo conocía tan bien.

Después de un rato me acerqué a ella con mi ronroneo. Me acarició y me dijo: "Te extraño Michi, vamos". Subí sin resistencia al auto. Durante el viaje me fue hablando y me decía que yo sería feliz en la nueva casa como lo era ella.

Al comienzo creí que me acostumbraría. Buscaba mi anterior entorno, y empecé a hacer cosas que nunca había hecho en la otra casa. Ella me aguantó hasta el día que subí al techo y no podía o no quería bajar, me dejó tres días chillando y con poco alimento. Cuando me vio desesperada, me hizo rescatar. Me habló como a mí me agrada y desde ese día me porté mejor.

Hoy no me siento bien, no puedo caminar ni tomar agua ni tampoco veo claro; quiero acercarme al cuarto de mi dueña y llamarla, como lo hago siempre, sin embargo, no me sale la voz. ¿Qué tendré? Ojalá ella se levante y me vea pronto.

Oigo que se acerca y me pregunta: "¿Qué te pasa, Michi?". Yo le contesto con dos aullidos débiles, no la veo. Me da un remedio y no puedo tragar.

Con rapidez me envuelve en una manta, me sube al auto y me lleva a la clínica. Me revisan, ya no siento casi nada, estoy mal. "Si salgo de esto, la querré mucho más, de lo contrario la estaré mirando desde el limbo".

Se acerca a mi oído y me dice: "Micha, Michita".

Hago un esfuerzo muy grande, pues ella se lo merece por los quince años felices a su lado, y respondo con un desfalleciente maullido.