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MARIA LUISA BOSIO (+)

  CUENTOS DE GARDENIA - Cuentos de MARÍA LUISA BOSIO - Año 2004


CUENTOS DE GARDENIA - Cuentos de MARÍA LUISA BOSIO - Año 2004

 CUENTOS DE GARDENIA

 

Cuentos de MARÍA LUISA BOSIO

 

CRITERIO EDICIONES

Web: www.libreriaintercontinental.com.py

Ilustración de tapa: María Luisa Ayala Bosio

Composición y diagramación: Gilberto Riveros Arce

Hecho el depósito que marca la Ley N° 1328/98.

I.S.B.N. 99925-72-12-4.

Asunción – Paraguay.

204 (114 páginas)

Año: 2004


 

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COMENTARIO:
Sencillez, transparencia y un medio tono familiar a lo cotidiano, a la inmediatez de lo vivido, son los rasgos que definen estas narraciones de María Luisa Bosio. La autora, surgida de las experiencias de taller, desarrolla en sus textos breves anécdotas que incorporan los inmortales temas universales del amor, la muerte, el destino, la generosidad, la honradez, la amistad.
Estos textos no buscan la originalidad, sino la intensidad en la emoción y, de este modo y gracias a un estilo narrativo eficaz, la autora alcanza realizaciones apreciables que se unen con dignidad a la actual narrativa del país.
FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH
 
 
ÍNDICE
Dedicatoria
- Luciane y su acordeón/ El cuadro (Diario de Clementina)/ Milagro/ A orillas del Potomac/ Cabellos dorados/ Sueño realizado/ El gallo negro/ Las joyas/ La libreta de apuntes/ Una extraña mujer/ La Ermita/ Granos de oro (Monólogo de una regadera)/ Me la llevaste/ Las voces/ El incendio/ La muñeca de paño lenci (Diario de Clementina)
OTROS TEXTOS
- Las Torres/ La luna/ Esto pasó/ Esto... también pasó
 .
A mis tíos
Pedro Nicolás Ciancio
y María Adela Sarubbi

 
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LUCIANE Y SU ACORDEÓN
Lo escuchamos uno o dos días en el departamento en donde estábamos hospedados, en Buenos Aires. Con curiosidad nos dirigimos a la plaza cercana y encontramos a un hombre sentado en un banco de piedra tocando el acordeón.
Era aún joven, pero de piel marchita. Su mente era lúcida y sus dedos ágiles al ejecutar el instrumento.
Tuve curiosidad de conocerlo y empecé a preguntar a personas que se reunían por la tarde a escucharlo. Su nombre en español era Luciano, pero lo llamaban Luciane, porque era francés.
Había llegado adolescente como inmigrante, con una maleta para sus pocas pertenencias y la caja del acordeón, regalo de sus padres.
Se afianzó en el país. Alguien interesado en música lo escuchó en la plaza y lo contrató, para una orquesta pequeña; así fue ganando nombre y dinero. Su repertorio era nutrido y como Francia gustaba del tango en esa época de Gardel, él conocía de memoria casi todas las partituras que se hicieron famosas.
Vivió mucho tiempo en la Casa del Inmigrante y, cuando pudo pagar alquiler, se mudó a una pensión cerca de la famosa plaza Francia. Es allí en donde lo conoció mucha gente que gustaba de la buena música y lo aplaudían.
Su exagerada timidez lo hacía taciturno y melancólico. Quería volver a su patria, especialmente a su pueblo, pero... temía que sus padres no le perdonasen la gran aventura de su vida. "Ya que tomé esta decisión, debo asumirla hasta el final", pensaba él.
A su madre la tenía presente todos los días. Le escribió varias veces, pero no tuvo contestación. Era hijo único y cuan-do viajó para América ella lo sentenció con esta lapidaria frase: "Olvídate que tienes padres". Esto marcó su vida y lo tornó un anacoreta.
Al otro lado del océano su madre había hecho un santuario del cuarto de su hijo con todas sus pertenencias, inclusive el pequeño acordeón regalo del padrino, en el cual conoció las teclas y empezó con sus primeras canciones infantiles.
*****
Después de un tiempo, Luciane conoció a una joven que vivía cerca de la plaza Francia y se enamoró locamente. Tenía cumplidos 24 años y aún no sabía lo que era el amor. Ella parecía quererlo, pero además de bonita era pizpireta y le sobraban los pretendientes. Lo dejó un día por un hombre que la deslumbró con un auto último modelo de aquella época.
Él sufrió su primera desilusión amorosa y pasó unos años solo con su gran amigo el acordeón, su música y tratando de olvidar a la bella joven.
En la pensión en la que vivía se encontraba con gente agradable que se hospedaba allí. Había una mujer mayor que él y que siempre buscaba sentarse a su lado en el almuerzo y en la cena. Obviamente se le insinuaba y lo atendía con deferencia y halagos. Lo pensó un tiempo, formó pareja con ella y se dejó amar sin compromiso.
Tuvieron un hijo, a quien él quería entrañablemente. Lo llamaron François. Su pareja lo cuidaba con solicitud y amor. Cuando el niño cumplió dos años se enfermó gravemente de una peste infantil que lo llevó a la tumba. Después de lo ocurrido, dejó la pensión y a la mujer sin pena ni gloria. La tristeza se tornó alarmante, pero... ganó su música. Esa misma melancolía hizo que compusiera melodías maravillosas.
La primera se llamó "François", en memoria del niño. La segunda, "Ma mere", por su madre.
*****.
Luego de eso su vida tomó un ritmo acelerado y compuso tantas lindas canciones que alcanzó la fama. Volvió a su país. Sus padres, todavía dolidos por su abandono, tardaron un tiempo en perdonarlo; hasta que una noche los sorprendió con una serenata, no conocida en el pueblo ni tampoco por ellos.
Lo primero que ejecutó fue "El retorno del hijo y su acordeón". Luego "Ma mere" y, al final, "François".
Se reconciliaron con emoción esa noche de luna llena. Tanto éxito tuvieron esas tres canciones que fueron premiadas después de unos años. Luciane había fallecido unos meses antes. Su madre recibió el premio.
Durante el acto de su cremación se ejecutaron en el acordeón las elegidas y premiadas canciones de este hombre que fue muy recordado después de su desaparición.
El acordeón de Luciane se encuentra en un museo musical y acompaña a una fotografía de su dueño, su gran compañero y confidente a través de la música y las canciones.
 
EL CUADRO
(DIARIO DE CLEMENTINA)

-¡Tía, qué hermoso cuadro!
-Pero, no es un cuadro, se trata de una carta manuscrita.
-¿Que quién es? Tengo curiosidad de saber. ¿Me lo podés contar?
-Sí, sí, te contaré. Cuando nació mi segundo hijo, en la habitación de al lado lloraba un bebé sin consuelo. Pregunté a la enfermera qué pasaba con el niño y me contestó que tenía hambre. La madre estaba con una fiebre muy alta y no podía ocuparse del hijo. El pequeño rechazaba la mamadera, era prematuro y aún no tenía las fuerzas necesarias para succionar. Consulté al médico de guardia si podía ir a verla. Me dijo que sí y él me acompañó a la pieza contigua.
La pobre mujer estaba pálida y ojerosa. Le ofrecí con cariño si quería que amamantase a su bebé hasta que ella se pusiera bien y lo aceptó, dándome las gracias con un débil hilo de voz.
Me trajeron a un bebé prematuro de apenas dos kilos. Empecé a alimentarlo cada dos horas. A mí me hacía mucho bien, porque de lo contrario debía extraerme leche con pezonera.
Al cabo de tres días, los que pasé en el sanatorio, el niño dejó de llorar y había aumentado de peso, en gramos.
*****.
La historia empezó allí. La madre seguía muy delicada, el niño iba creciendo y yo debía dejar ya el sanatorio. El padre de la criatura me pidió como un favor especial si podría seguir alimentando al bebé cada tres horas.
Sorprendida pregunté: ¿Cómo lo haremos?
Él lo tenía arreglado con el médico que atendía al pequeño.
-Yo no tengo problemas -dije-. Tendré lista dos mamaderas para las seis de la mañana y otras dos para las seis de la tarde.
Él vendría a buscarlas a mi casa.
Así pasaron dos meses sin inconvenientes de mi parte y de parte del padre del niño en su ir y venir con el alimento. El pediatra aconsejó lo que mejor sería: mezclar la leche con otra especial para estos casos y de esta manera el bebé se iría acostumbrando al cambio. Había aumentado ya dos kilos y se encontraba normal.
No podés imaginarte los obsequios que recibía de esta gente. Yo les explicaba que me sentía feliz de poder ayudar a un huérfano. La madre había fallecido.
Durante cinco años me visitaron asiduamente. El pequeño Valentín, así se llamaba el niño, y mi hijo Isidoro jugaban y se entendían cuando estaban juntos.
No los vimos más. Se mudaron al interior, pero en las Navidades por mucho tiempo recibíamos alguna linda tarjeta acompañada de un obsequio.
Después de muchos años, una tarde, al regreso del colegio, mi hijo comentó lo siguiente:
-Me encontré con alguien que me preguntó amablemente si yo era Isidoro. Yo le contesté extrañado: "¿Cómo sabés mi nombre?".
"Porque somos hermanos de leche -me contestó-. Mi madre antes de morir le pidió a mi papá que me contara y me entregó una fotografía de ustedes dos... que él había sacado, una de las tantas veces que fue a tu casa".
-Mamá, por favor, estoy confundido y quiero que me expliques -suplicó Isidoro.
Luego de aclararle todo lo que había sucedido en el sanatorio, cuando él nació, quedó un rato pensativo, pero tranquilo.
*****.
Volvieron a encontrarse muchas veces y descubrieron que tenían gustos parecidos como, por ejemplo, ejecutar la guitarra y jugar al tenis. Ambos estaban por recibirse de bachilleres, pero en distintos colegios.
Isidoro me comentaba siempre con alegría, después de estos encuentros. Valentín estaba gestionando una beca para los Estados Unidos de Norteamérica y mi hijo soñaba con viajar pronto a ese país. Los dos tenían el mismo sueño y no pararon hasta conseguirlo.
*****.
Mi abuela, en una de las visitas que le hacía, me aseguró que no sólo por la gestación se transmiten algunos genes, también ocurre con la leche materna. Las palabras de mi abuela eran sagradas y las creí, sobre todo por la música, que a mí me gusta tanto y que en los dos chicos era prioridad.
*****.
Dejaron de verse por mucho tiempo, hasta que mi hijo recibió un disco con composiciones de Valentín y una carta donde le contaba que, además de haber recibido un título de programador de Internet, ganaba como para vivir decentemente y el resto de su tiempo lo dedicaba a la música. Volvieron a retomar el trato, con cartas. Vivía en Chicago y le mandó la dirección y el número de teléfono en el cual podía localizarlo. :,:
*****.
Se encontraron de nuevo unos años más tarde, esta vez en Estados Unidos. Mi hijo lo llamó cuando llegó a Chicago. Valentín fue a buscarlo a la noche y lo llevó a su casa, donde los dos hijos y la esposa habían preparado en la puerta una pancarta con estas palabras: "Bienvenido, hermano". Pasaron una velada agradable con canciones interpretadas por ambos en la guitarra.
Se despidieron con un gran abrazo y Valentín le entregó un sobre escrito para mí. Esa carta, que está encuadrada y que te interesó, además de una poesía dedicada a las madres. La tengo, como ves, entre mis recuerdos más preciados.
-¡Tía, qué hermosa historia! -dijo el sobrino-. Es la primera vez que escucho algo tan humano. Se lo comentaré a mis alumnos en clase esta tarde.
*****.
Clementina tenía los ojos húmedos y simplemente dijo: "Gracias por tu curiosidad y por escucharme".
 
LA MUÑECA DE PAÑO LENCI
(DIARIO DE CLEMENTINA)
Fue la más hermosa de su tiempo, pero poco accesible. Los padrinos que podían gastar, la regalaban en los cumpleaños de sus ahijadas.
*****.
Clementina fue esa tarde a visitar a una prima mayor que cumplía años y la había invitado a pasar con ella. Llegó a la casa después de su trabajo. Lilia vivía sola, acompañada de una persona que la cuidaba con la supervisión de una hija que vivía cerca. Tenía muchos años encima y demasiados recuerdos confusos.
Al verla entrar, Lilia dijo "hola" y siguió mirando la televisión. Luego de unos minutos continuó:
-¿Trajiste la muñeca de paño lenci?
-¿Cuál? -preguntó Clementina sorprendida.
-La que te presté y no me devolviste nunca.
-Me olvidé -contestó, advirtiendo que su prima estaba en ese momento viviendo en un mundo anterior y decidió seguirle la corriente de todo lo que le dijese.
Continuó diciendo Lilia:
-Mirá, si no la encontrás, puede ser que tenga la esposa de mi primo Ángel, quien fue el que me la regaló y ella por eso se puso muy celosa. ¿Te acordás de Angel? Él y su hermano me querían y me cuidaban como a una reina. Todos los regalos eran para mí, hasta que se casaron y sus mujeres se pusieron odiosas. ¿Te acordás cuando íbamos a la playa en verano? El río todos los años bajaba y nos permitía entrar, mojarnos y jugar con el agua. Yo siempre acompañada de Ángel y su hermano. ¡Qué tiempos aquellos! Sólo quedo yo para recordar. Clementina la interrumpió:
-Dime, Lilia, ¿dónde conociste a tu marido?
-Era muy amigo de mis primos -contestó-. Pero... ahora sólo quiero recordar la muñeca de paÑo lenci y las tardes en las cuales jugábamos con ella. ¡Qué lindos vestiditos le hacía yo a mi muÑeca! ¿Verdad?
Clementina realmente no podía evocar todos los sucesos, porque Lilia era mucho mayor que ella, pero dejaba esa tarde que creyese que así había ocurrido.
Intentó, sin embargo, pasar la conversación y comenzó a hacer preguntas distintas, pero se dio cuenta de que Lilia estaba con una idea fija: la muñeca.
De pronto vio una vela encendida delante de la fotografía de un niño de más o menos diez años y preguntó:
-¿Quién es él?
Lilia la miró con los ojos llenos de lágrimas y dijo:
-¿No te acordás? Es Abeco, también primo nuestro, el que murió adolescente.
-¡No, ese no es Abeco!, a él yo lo recuerdo -contestó Clementina.
-Tenés razón, es mi nieto. Yo ahora confundo las cosas. La fotografía de al lado es la de mi marido. Fue muy bueno. Ángel le había recomendado que me cuidase cuando él se fue a vivir a otro país y me quedé prácticamente huérfana.
-No digas eso, Lilia, tu hija y tu yerno son personas maravillosas y ni qué decir tu hijo médico.
-Sí, cierto. No sé por qué se me mezclan los recuerdos de ahora con los de mi niñez. ¡Qué suerte que viniste a visitarme para rememorar juntas nuestra infancia feliz! Y a mi querida muñeca. No te olvides que es mía, sólo mía.
Clementina le dijo:
-Lilia, no podés quejarte de mí. Pasamos muy contentas. Volveré otra vez cuando el trabajo me lo permita.
*****.
Se levantaron. Al salir Clementina, Lilia lentamente fue cerrando la puerta de calle. La volvió a abrir para decir:
-Saludos a tus padres y creo... que aún no te dije que me devuelvas mi muñeca tan querida.
Mientras Clementina caminaba hacia su casa, iba pensando en la crueldad de la vejez. Al mirar a Lilia se la veía tan joven todavía, pero su incoherencia al hablar la delataba.
No cumplió el encargo de su prima, porque la muñeca no existía sino en la mente de ella.
Además, al enes de su visita se enteró con pena que se había reunido con el nieto de la vela encendida y con los fantasmas de su mente. Lo que realmente sintió fue que, antes de partir, Lilia pidió que le avisaran a Clementina que ella estaba esperando su muñeca de paño lenci.
 
OTROS TEXTOS
LAS TORRES
Fui invitada por mi hijo para viajar a Boston, Estados Unidos, y acepté sin imaginar que iba a ser testigo de una tragedia singular.
Ocurrió en Nueva York esa mañana fresca y soleada anunciando el otoño: 11 de setiembre del 2001.
¿Quién podría haber pensado que esa jornada laboral diaria se convertiría en un día funesto? No hay palabras para describir y narrar el sentir del pueblo estadounidense y especialmente de los habitantes de Manhattan.
"Día aciago", comentaron los medios de comunicación.
*****.
Habíamos llegado la tarde anterior desde Boston para tomar el vuelo del día siguiente, martes 11 a la medianoche. Al despertar ese día conecté la televisión. Las imágenes eran confusas, llenas de humo y sin comentarios. Sintonicé otros canales y todos mostraban lo mismo, hasta que uno de ellos dio la pavorosa noticia: "Fuego en una de las Torres Gemelas".
Alerta general. Bomberos en acción, que trabajaban aceleradamente. Luego de unos minutos, el periodista anunció con voz estremecida que un avión de la línea Boston-Nueva York se había estrellado contra una de las torres.
Cuando todavía los americanos se hacían conjeturas y más conjeturas, pasaron los 18 minutos perdidos -según los expertos y comentaristas- y otro avión embestía la segunda torre.
Esa Nueva York que había inspirado a García Lorca sus impresiones como poeta, tras visitar la fascinante y trepidante ciudad, había quedado herida de muerte.
El humo se tornaba más denso y el orgullo de esa ciudad se derrumbaba con sus torres. El invulnerable Estados Unidos tomaba conciencia de que había sido atacado por enemigos.
*****.
Sonó el teléfono. Mi hijo me pidió que bajara lo antes posible por orden de la gerencia del hotel. Con la explosión se había derrumbado también el más antiguo de los hoteles de la cadena Marriot, muy cerca del radio de las Torres Gemelas, en donde estaban reunidas personas en una convención y, como el nuestro era el más nuevo de esa cadena, tomaron sus precauciones.
Todos juntos en planta baja decidimos ir hacia la Quinta Avenida, en donde desfilaban los camiones del Ejército, subiendo gente para regresarla a sus hogares. Los ómnibus habían parado, las cortinas de hierro de las grandes casas comerciales fueron bajadas con rapidez. Los bancos cerraron sus puertas y los subterráneos ya no funcionaban.
Nueva York se había paralizado y la gente, asombrada, en las calles miraba ese humo negro que llevaba restos carbonizados de personas muertas.
Hora: 11:30, ya se tenía el informe completo de lo ocurrido.
*****.
En Washington, el Pentágono había sido también atacado.
El avión, que iba directo a la Casa Blanca, fue derribado gracias a la valentía de una joven madre que viajaba en ese vuelo y escuchó una conversación de los presuntos terroristas suicidas. Se encerró en el baño y con el celular llamó al esposo, un marino en tierra. Sus palabras fueron las siguientes: "Estamos secuestrados. Nos dirigimos a la Casa Blanca, vamos a morir". A los quince minutos ese avión fue abatido por aviones caza de la Fuerza Aérea estadounidense, muriendo todos sus ocupantes. A ella, a la heroína de ese vuelo, el esposo la pudo identificar con sus niños abrazados y el celular en la mano, porque fue despedida antes del incendio de la nave.
*****.
Algunas veces las desgracias dejan algo detonante como comentario.
Esa tarde, por televisión se convocó a las iglesias de todos los credos a una procesión. Comenzaría veinte cuadras antes de la Catedral.
Nos dirigimos al lugar citado. Al llegar nos entregaban velas encendidas. Caminamos dos horas cantando canciones conocidas en varios idiomas. Cada uno lo hacía en el suyo. La procesión se llevó a cabo lentamente y con una devoción sincera, hasta llegar a las puertas de San Patricio, donde esperaba una hilera de uniformados que, al llegar hasta la Catedral, se quitaron el quepis y dieron la señal de alto. Se dispersó la procesión y el resto de las velas fuimos dejando en las puertas de los edificios. Allí había terminado el día más aciago de Nueva York.
Los días siguientes no tuvieron ningún movimiento en las calles. Sólo las grandes pantallas de televisión pasaban sus noticias. Las vidrieras de las tiendas, con grandes búcaros de flores blancas cruzadas con una cinta morada, demostraban el duelo.
*****.
El jueves 13 nos avisaron que saldrían los aviones del horario de medianoche y solicitaban a los pasajeros su presencia en el aeropuerto "J.F. Kennedy" a las 16.
Llegamos a la hora marcada. Nos acercamos al mostrador. La empleada, con rostro apenado, nos dijo que regresáramos lo antes posible a Nueva York. La gente, al conocer la noticia, no caminaba, corría con sus equipajes. ¡Aleluya!, exclamamos cuando vimos el enorme auto que nos había traído estacionado en el mismo sitio en el cual nos dejó. "¿Entramos todos con los equipajes?", preguntamos. "No se preocupen, suban".
No sé si la mano divina acomodó las valijas y pudimos salir, justo cuando ya cerraban el aeropuerto...
El chofer, que escuchaba las noticias por la radio, nos comentó: "Han encontrado a dos terroristas árabes con identidad americana en los sótanos y cierran todos los aeropuertos hasta nueva orden".
*****.
Se confirmaron los pasajes para el siguiente lunes. Ocho días "presos", sin poder salir a ningún lugar. Los celulares al rojo y los teléfonos siempre ocupados.
Con calma, organizamos nuestra forzada estadía. Ocupamos otro hotel de la misma cadena, pero pequeño y acogedor, en la avenida Madison. Preguntamos qué podríamos hacer y nos dieron una pequeña lista de los restaurantes abiertos. Pasamos casi todo el tiempo en el Central Park y en el Museo de Ciencias que ocupa una manzana más.,
Los días pasaron lentos. Todo era tristeza y desolación. Sólo encontrábamos paz en la Catedral, ubicada muy cerca del hotel. Decidimos no hacer comentarios, nos mirábamos a los ojos y adivinábamos nuestros pensamientos.
*****.
Con temor llegamos al día lunes. Aún no confirmaban ningún pasaje. A duras penas los conseguimos: tres normales y uno en primera clase (si así podríamos llamar a los lugares de una máquina vieja y maltratada por los viajes).
Sentí mucho miedo, pero afronté la noche con valor y entereza.
Era imposible borrar lo ocurrido dentro de una nave de American, línea aérea que habían usado los terroristas para los ataques suicidas.
Llegamos a San Pablo, cambiamos de avión y en dos horas más aterrizamos en Asunción, donde me encontré rodeada de mis familiares, a quienes en algún momento creí que no los volvería a ver.
Me hacían preguntas y casi no podía contestar. Era muy grande la congoja que había dentro mío.
Ellos pensaron que habíamos tomado ese vuelo de Boston a Nueva York y se tranquilizaron cuando la compañía dio la lista de los que viajaban en ese vuelo.
*****.
Sola en la habitación de mi casa recordé que, un año antes, pensaba en el nuevo milenio que avanzaba y me parecía imposible. Sin embargo, se instaló en el almanaque y comenzó a marcar los meses.
Recordaba mis premoniciones, que son mis compañeras desde que tengo uso de razón.
Cuando me preguntaban: "¿Ya te decidiste a viajar", contestaba con algo que se me hizo común y fácil: "Siempre hay tiempo para decir un sí o un no".
¿Por qué dudaba tanto? No lo sabía... Nunca me imaginé que podría haber sido partícipe de un suceso de este milenio que pasaría a la historia.
*****.
Mi destino estuvo marcado y puedo escribirlo ahora, porque estoy viva y Dios lo quiso así.
 
 
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