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CHRISTIAN KENT

  EN ESTE INFIERNO, EL MILAGRO - Por CHRISTIAN KENT - Jueves, 16 de Diciembre de 2021


EN ESTE INFIERNO, EL MILAGRO - Por CHRISTIAN KENT - Jueves, 16 de Diciembre de 2021

 

EN ESTE INFIERNO, EL MILAGRO

 

Por CHRISTIAN KENT

 

Poeta, escritor, editor.

Dos o tres “hallos” que encontré en el libro “La vida espiritual de las hormigas”, de Édgar Trevizo.

 

 

Édgar Trevizo (El siglo de Torreón)

 

El poema es a veces una forma de iluminación. Ojalá una forma cercana, sin más templo que la cosa diaria, donde se ensaya el mirar, el estar, la revelación. Cuando pienso en la vida de las hormigas recuerdo a mi abuelo materno, que durante horas se sentaba en la vereda de su casa en Concepción para observar el devaneo de un pueblo diminuto e inquieto, y para obrar también como el dios tirano que oprime o acaba con su bastón cualquier vida al azar. Jamás ha dicho qué veía, acaso un espejo del hormigueo humano, acaso todos compartimos con Eliano o con Plinio la virtud de reconocer en el bicho o el animal un ejemplo del acontecer y de la moral de los hombres.

Dispénseme el autor el mal hábito del elogio, pero al leer La vida espiritual de las hormigas de Édgar Trevizo tuve la certeza de estar ante un tratado, involuntario quizá, sobre este mirar sensible y extraño que aprendemos del poema, ya desde aquellos tiempos en que se hablaba libre y tendidamente con los dioses, con los duendes, con los sueños. Aún cuando reconocemos en el libro una muestra de cultura universal y clásica, no hay rastro de pedantería, de exhibición. El ceño adusto del novelista ruso, la candidez del poeta chino, la suspicacia y la fantasía del griego, la resignación del mexicano y sus largos desiertos pasan por el tamiz de un alma atenta y tranquila que se detiene a ver “los lirios del campo”, con el traje en suspenso, con la presencia del que asiste a la verdad del instante, a la particularísima verdad de la metáfora.

Otra alegría que regala el libro es el haber devuelto al poema la vieja (¿olvidada?) costumbre del relato.  La fábula, la historia, que cabe holgadamente en el verso cuando la pluma es diestra y reflexiva. A veces incluso es más amable que la prosa para narrar, porque deja correr el agua esencial; es un arroyo y no una vertiente desbordada. Sáquese una palabrita, la más humilde, y queda un abismo. Léase, por ejemplo, el poema “Ivan Ilich”. El personaje de Lev Tolstoi, aún en su niñez, participa de un pasaje de indecible ternura: cree primero que las lluvias son totales, que caen sobre toda la tierra al unísono, hasta que pedalea en su bici al final del aguacero y descubre su parcialidad, su término, y el silencio atronador que la rodea.

 

 

Y  luego qué más decir si no algo acerca de la sabiduría. Alguien había dicho, seguro que Borges, que puede fingirse sabiduría pero no ingenio. Es posible que sea cierto, pero el poema que resuena en el corazón no es el que ha sabido ejercer alguna que otra astucia de la lengua, sino el que ha permitido un pequeño salto de la conciencia. Sabiduría puede decirse al pensamiento que supo bajar, como el pájaro a la rama, a la tierra firme del vivir. Es un vino que a veces está contenido en vasijas improbables: en el borracho, en el loco, en el gato, en el  niño, en la lluvia. Traigo a esta página el poema “Sermón”. Lo he leído ahora que sufro de amor, o bien, sufro por la idea del amor, y ha funcionado como una suerte de bálsamo, de tónico. Transcribo una estrofa: “Miren los lirios del campo,/ ustedes que llevan al amado/ perdido sobre el cuerpo como una/ túnica que no resiste ya/ los hilos de remiendos nuevos;/ mírenlos crecer junto a la luz de mayo/ sin esfuerzo, sin amar/ ni afanarse en el recuerdo de una mano/ o el olvido de una mano”.

Después de leer la última página, supe que había estado frente a un libro que no se debe a este o a ningún otro tiempo, sino a sí mismo, a las sagradas operaciones del símbolo. Tales operaciones ocurren en el presente del poema, que se parece a la eternidad. Confieso que cierta reticencia me separa de los textos actuales y, sin embargo, un cariño natural me vincula a la distancia y antigüedad. ¿Será por eso que pude percibir su encanto? Porque si bien es una publicación del 2021, hay en sus trazos un airecillo clásico,  a ratos virgiliano, a ratos homérico, a ratos oriental, a ratos pushkiniano. Anhelo para mí el don de escribir en ningún lugar, en ningún tiempo, lo que equivale a decir en todos los tiempos, en todos los sitios. Claro, el poeta sabe también cómo inscribirse en la venturosa (y ardua) tradición de la traición, del “homenaje”. Ser otros antes que uno: Simic, Ellen Bass, Larkin, Diógenes… con tal mérito que a veces no sabemos si el propio Trevizo no será a la vez un sueño de estos, una voz inventada por otras voces.

Por último, cerrada la tapa, regreso al título del libro: La vida espiritual de las hormigas. Sí, es necesario aceptar que nuestra especie vive en una agitación similar a la del insecto, admitir el irreflexivo derroche de las fuerzas, pero se puede confiar además en la vida del espíritu, en la oportunidad de aquietarse, de llamarse al silencio, de reconocer en este infierno la prevalencia del milagro. Cuando el poeta es una hormiga entre las hormigas, su mirada está viva, latente y ofrece al movimiento el sentido de la danza. “Solo quien baila se mantiene en pie/ quien lucha solo entiende de tropiezos”.

Dije que hablaría de alegrías. En Paraguay aún usamos el término “hallarse”, que era corriente en el castellano de los años de Cervantes, y que significa a un mismo tiempo alegrarse y encontrarse. Al poeta Édgar Trevizo debo la gratitud, en letra y espíritu, de haberme hallado y encontrado con su libro.

 

* CHRISTIAN KENT es poeta, escritor, editor.

 

Nota de edición: Édgar Trevizo, La vida espiritual de las hormigas. Editorial Medusa, Chihuahua, México, 2021. Este es el último libro de Trevizo, poeta, traductor y editor mexicano, director de la plataforma Dos mil desayunos con Michiko, a través de la cual comparte poemas de todo el mundo, en diversos formatos, muchos de ellos surgidos de su trabajo como traductor y compilador. En su obra Wikaráame, Vol. 1 y 2, ha reunido poesía de diversos países y en Irétari ha compilado narrativa internacional brevísima. Ha traducido a Jim Moore, Anna Swirszczynska, Ono no Komachi e Izumi Shikibu, entre otros autores. En 2004 su libro Blind Sugar: crónica y delirio de la ausencia obtuvo el Premio Chihuahua de Literatura.

 

Fuente: www.elnacional.com.py

Sección CULTURA

Jueves, 16 de Diciembre de 2021

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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