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NEIDA BONNET DE MENDONÇA
  EL ENIGMA - Cuento de NEIDA BONNET DE MENDONÇA


EL ENIGMA - Cuento de NEIDA BONNET DE MENDONÇA

EL ENIGMA

Cuento de NEIDA BONNET DE MENDONÇA

 

 

NEIDA BONNET DE MENDONÇA : Nacida en la Provincia del Chaco (República Argentina). Maestra y Bachiller recibida en el Colegio "Nuestra Señora de Itatí", de Resistencia (Chaco), reside en el Paraguay desde hace treinta y cinco años. Ha cursado estudios de Decoración General, en Asunción, egresando como la mejor de su promoción.

Ejerce la cátedra en el Instituto Superior de Artes Plásticas y Aplicadas como docente de Historia y Estilos del mueble desde 1978.

Ha publicado los siguientes libros: "Golpe de luz" (novela), el que obtuvo el Premio de Literatura "La República", como mejor libro del año en 1983, "Hacia el confín" (cuentos), entre cuyos textos se encuentran premiados, por el Instituto de Cultura Hispánica, con Mención de Honor, el cuento "Pyharepyte" (en el año 1984); y el cuento "La hamaca", que obtuvo Mención de Honor en el concurso de la Veuve Clicquot en 1985.

Ha publicado también, en noviembre de 1988, el libro de cuentos "De polvo y de viento".

 

 

 

EL ENIGMA

 

 

Sentada, inmóvil, en un cuartito lleno de humo negro y apenas iluminado por las inquietas llamas de un candil, doña Paulina, la payesera, no le encuentra acomodo a sus sentimientos, que se balancean entre el arrepentimiento y la rabia. A partir de la hora nona en que lo echó del rancho a Celestino, su único hijo, la hechicera vive en la incertidumbre, sin sentir el tiempo. Verdad que doña Paulina es persona letrada. Que todas las noches arregla el futuro de mucha gente pero, el de su hijo Celestino, no lo pudo arreglar. A remezones le vuelve el recuerdo de lo sucedido aquella tarde. Entonces la pruebera dice para sí: Desconfío que Celestino tiene el juicio mellado, lleno de refusilos. Desde criatura me dio quebrantos de toda laya; mañereaba hasta para irse a la escuela y yo quería que fuera doctor para sacarle provecho a mi buen nombre y mi fama. No hubo caso... ¡Qué chapucera fui! Enderezo a los demás y a él no lo pude enderezar.

Un dolor se le revuelca en el estómago y la vieja curandera encuentra remedio echándole encara a Celestino, el ausente: ¡Renegado! ¡Malagradecido! Nos estropeaste la vida. Si te hubiera roto el espinazo no andarías en busca de ocupación para tu gallo de riña.

-¡Ña Paulina, le cayó un cliente!- anuncia Margarita, una de las ayudantes, y agrega en voz baja -Cada día vienen menos... Antes de los chismes no dábamos abasto.

La milagrera se pone de pie con dificultad y, ladeándose, con una pierna más corta y delgada que la otra, abre la puerta del consultorio. Pase, don. ¡Yo lo resuelvo todo!, dice.

-Su fama llegó hasta nuestro valle, Ña Paulina. La recomendó mi compadre Ochipinti. Soy Garcete, servidor.

-Buena persona don Ochipinti. Es reconocido. El me regaló esta propiedad. ¡Adelante, don Garcete, adelante!

-Adelantado, señora.

-Un momento, señor, tiene que descalzarse antes de entrar.

Doña Paulina, toda vestida de blanco, blanco hasta el manto que le cubre la cabeza, entra al consultorio seguida por el cliente descalzo y cierra la puerta. Para impresionarlo se acerca a unos tablones que le sirven de mesa, toma un libro maltrecho y, con gesto sereno, recorre algunas páginas de "El arte de echar las cartas", del doctor Moorne. (¡Doña Paulina también sabe leer!). Sólo entonces le dice al paciente: Vaya y golpee su frente contra el altar; tres veces. Después vuelva aquí.

A tientas, en ese cubículo de mala muerte, el hombre camina hacia el altar repleto de imágenes colocadas sobre trapos de estridentes colores. Antes de cumplir el mandato mira atemorizado una cantidad de frascos con etiquetas de dulces y mayonesas, cargados, ahora, de polvos, hierbas y gusanos. La payesera lo semblantea: No se asuste, don. Son curativos. Haga lo que le dije y cuénteme qué le pasa. ¡Yo lo voy a limpiar! Siéntese aquí.

-No sé si está enterada, ña Paulina, de que en el pueblo hay muchas habladurías y...

-¡A la gran siete, déjese de chismes y vamos al grano!- exclama alunada la hechicera.

Obedientemente don Garcete habla, mientras la payesera piensa. "Vivo desvariando por culpa de una terrible experiencia. El 30 de Abril, más o menos entre las diez y las once de la noche me morí". (Soy yo la que está a punto de morirse, pero de hambre. ¡Cuándo terminarán con la maledicencia! Pensar que hacían cola para consultarme y hoy llegó uno, por milagro. Como si no tuviera suficiente quebradero de cabeza con el problema de Celestino. ¡Gentuza! Envidian mi fama porque saben que soy capaz de cualquier conjuro. Bien que cuando me necesitó, hasta el Padre Taní vino con su Rosario; y no era precisamente el rosario de semillas, sino con la Rosario que le ceba los mates. ¿Se acuerdan del asunto que les solucioné? ¡Hipócritas, son todos unos hipócritas!) "... me encontré con Dios, Nuestro Señor, en la boca de una caverna. El descorrió un gran telón y me mostró lo que había detrás: era una inmensa esfera de silencio, repleta de personas apiladas. Era un lugar donde nadie moría. ¡Era el infierno!"

Don Garcete comienza a sacudirse, tiritando, y murmura: Tengo sed         ... tengo sed.

-¡Damiana, traiga un jarro de agua bendita!- grita doña Paulina para que la escuchen sus asistentes, que miran televisión en la pieza de al lado.

En ese preciso momento vuelve a repetirse lo que ya venía ocurriendo desde semanas atrás. Una lluvia de piedras y cascotes golpea el techo, las puertas y ventanas del rancho de la curandera. Al pobre don Garcete se le paran los pelos y Damiana vuelca encima de su patrona el agua bendita. Inmediatamente la muchacha dice:

-En el pueblo tienen razón. ¡Este sitio está embrujado! El sábado apalearon a nuestro perro y anoche, sin que nadie los tocara, cayeron cinco frascos de la estantería. Mañana yo me voy...

-¡Cállese, malagüera! Encienda una vela en el altar; cerquita coloque una cruz y clávele una aguja con hilo colorado. Tranquilo, don Garcete, tranquilo... ¡Confíe en mí. Yo lo voy a limpiar y usted saldrá de aquí con el juicio sano, bien sano!

"... vea, ña Paulina, tuve yo esa experiencia en carne propia por ocho horas solamente y mire cómo volví. Vivo corriendo hasta de los pensamientos, por miedo a pensar mal. Estoy deshecho. El seso se me está secando, ni dormir puedo".

La curandera se pone de pie, inspira hondamente y apoyando sus manos sobre la cabeza trastornada, sopla sobre ella más de una vez. Después de una tregua pronuncia voces nunca oídas, oraciones secretas y don Garcete se sosiega por obra de la magia. "Conozco el poder de la palabra. ¡Crea en mí..., crea en mí! ", repite la vieja. De pronto la paz y el silencio fueron absolutos, como si un ángel estuviera pasando por ese lugarejo lleno de humo. Doña Paulina ordena:

- ¡Damiana, haga un té de polvo de cementerio y tráigalo bien calentito!

Se dirige de nuevo al hombre sosegado: Abra la boca, don Garcete, le sacaré unos bichos y quedará usted como nuevo. Al cuerpo le hace falta limpiarse del pecado por lo menos dos veces al año. Y mete la mano, adrede, hasta el fondo mismo de la garganta de su paciente (¡Otro idiota! ¡Qué pecado ni qué ocho cuartos! El infierno está aquí. En este mundo inmundo, en este pueblo de mala calaña y en esta madriguera sin mi hijo Celestino).

Bien entrada la noche don Garcete salió curado. Tan curado de culpas y penas que no paró hasta el burdel. Mientras, doña Paulina y sus muchachas no pegaron un ojo. Atrincheradas bajo sus catres intentaron protegerse del terror y de los proyectiles que cuarteaban los adobes de la choza. Lucas, el perro guardián, amaneció degollado en medio de la maleza. Y las ayudantes no precisaron nada más para arreglar sus bártulos

y mandarse a mudar. La hechicera, en porfiada soledad, esperó que apareciese algún paciente desesperado.

... Timotea fue la última en llegar hasta la propiedad de la curandera. Sufría de infidelidad y doña Paulina era especialista en filtros y brebajes para males de amor. Al terminar la consulta y remediado el problema, Timotea se despidió aliviada. Poco le duró la tranquilidad, pues al salir del consultorio una ráfaga de bodoques casi la dejó tuerta. Desde ese día los vecinos aseveraron, convencidos, que almas malditas rondaban el lugar. El padre Taní decidió hacer una procesión con la Inmaculada. El sacristán dijo: Empezaremos por el cementerio para calmar el espíritu de los muertos. Los muertos están disgustados por el uso que esa vieja hace del polvo de sus camposantos. Y los estancieros agregaron: ¡Ya ni ellos tienen garantizada la tierra en estos tiempos de ubicados y desubicados!

Lo cierto y verdadero es que doña Paulina nunca quiso pensar que pudiera tratarse de un problema terrenal...

Cuando la pobre curandera se sintió acogotada, cuando por las noches ni un alma se asomaba por el rancho, cuando por las mañanas llegaba hasta el pueblo y nadie se acercaba a comprarle un collar embrujado, cuando ya nada supo de su hijo Celestino, se vistió toda de blanco, blanco hasta el manto que le cubría la cabeza, envolvió cuidadosamente en diarios viejos el libro del doctor Moorne y, sin dejar rastros, desapareció. "No siempre elegimos nuestro camino", dijo para sí, y se esfumó como por encantamiento.

Según referencias, dos semanas más tarde ocupó la choza de doña Paulina su hijo Celestino. Llegó sacando pecho con el gallo de riña bajo el brazo. Unos pasos detrás, con un atado de ropas sobre la cabeza, lo seguía Damiana, la ayudante de la payesera. Baqueanos los dos, poco tardaron en acomodarse y tomar posesión de la propiedad, incluidos el rancho y la hectárea de terreno regalados por don Ochipinti. Celestino dijo: "Nada falta. Todo es de provecho". Y a pesar del calor que achicharraba la noche, Celestino y Damiana durmieron como benditos.

Echaron cuentas de que algo extraño sucedía cuando los despertó el ruido de cascotazos y pedradas que golpeaban la puerta. Juntos saltaron del catre y mientras Damiana encendía el candil Celestino insinuó: "Capaz que..." Antes de terminar la frase abrió la puerta y salió al corredor. Allí, a un paso, colgado de un horcón, estaba el gallo de riña con el pescuezo retorcido. Le caía del pico un fino hilo de sangre que se tragaba la tierra apisonada. Agarrotado, con la piel engallinada, Celestino acertó a repetir: "Capaz que... ¡Es capaz!'.

Neida Bonnet de Mendonça.

 

 

 

Fuente:

 
© EDITORIAL DON BOSCO
Tirada: 750 ejemplares
IMPRENTA SALESIANA.
Asunción, Paraguay
1992 (152 páginas)
 
 
 
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