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GUSTAVO REINOSO

  I LOVE THE CHIPERITA - Por GUSTAVO REINOSO - Domingo, 06 de Diciembre de 2015


I LOVE THE CHIPERITA - Por GUSTAVO REINOSO - Domingo, 06 de Diciembre de 2015

I LOVE THE CHIPERITA

 

Por GUSTAVO REINOSO

Los sonidos familiares del español paraguayo, el guaraní y el jopara, la ubicua música popular, los mil detalles de la vida cotidiana en un pueblito del interior de Paraguay, y, sobre todo, la humilde y deliciosa chipa, componen un «amor recién salido del tatakua» cuya conjunción de rasgos, por un lado, de realismo, y, por otro, de ficción del género rosa, analiza Gustavo Reinoso en el siguiente artículo.

ORGULLO ROSA

Es un hecho que en Paraguay no tenemos una tradición narrativa que podamos llamar «rosa», entendida como aquella cuya materia son la pasión y los delicados sentimientos de una pareja de amantes, cuya trama se resuelve indefectiblemente con el triunfo del amor, dentro de la corrección institucional pequeñoburguesa que implica el matrimonio, y que idealiza el imperio de la bondad y el castigo de la maldad. Acostumbrados a refugiarnos detrás de corazas de cinismo, imprescindibles para sobrevivir, y resignados a ver los más altos sentimientos y afectos trasmutados en trucos publicitarios para vendernos cualquier mercancía, resulta comprensible que este género de ficción se presente a nuestros ojos contemporáneos como ingenuo, melodramático, cursi e incapaz de transmitir agudeza psicológica o valor estético. La película de Hugo Cataldo B., que contiene en su plano argumental todos los elementos de la mejor tradición de la novela rosa, nos demuestra lo equivocado que puede estar un juicio semejante.

Una buena novela rosa debe huir tanto del ridículo de lo cursi cuanto de la exageración del melodrama, según lo prescriben las líneas maestras del género, originario, como tantas cosas, del ámbito anglosajón. La publicación, en 1813, de Orgullo y prejuicio (Pride and Prejudice), de Jane Austen, es el hito fundacional. Lo siguen las obras de las hermanas Brontë Cumbres borrascosas (Wuthering Heights), de Emily, y Jane Eyre, de Charlotte, ambas publicadas en 1847. Son estas novelas los pilares del «rosa clásico», cuya influencia se extiende, a través de cierta forma de hacer ficción, en particular dirigida al consumo popular, como las telenovelas, hasta nuestros días. Desencuentros y rivalidades familiares, enredos y desbordante pasión amorosa –contra un telón de fondo sobre el cual, al final de innumerables peripecias, triunfan las buenas costumbres, «lo correcto», salvándose la unidad y la propiedad familiares y santificándose el amor de los protagonistas en el matrimonio– son urdidos con elegancia y profundidad psicológica por estas grandes escritoras inglesas, cuyos personajes femeninos asumen en sus obras actitudes y pensamientos inusualmente modernos para las convenciones de la época.

En el cine existen adaptaciones de calidad dispar de estas obras. En arbitraria ilustración, podemos citar Más fuerte que el orgullo, adaptación de Orgullo y prejuicio de 1940 dirigida por Robert Z. Leonard y protagonizada por Laurence Olivier y Greer Garson. En el 2005, Joe Wright dirigió otra adaptación de la novela de Austen, protagonizada por Keira Knightley y Matthew Macfadyen. Ese versátil director que lo mismo podía hacer amables comedias románticas (así, Vacaciones en Roma) que portentos épicos (como Ben Hur), que se llamó William Wyler, filmó en 1939 una versión de Cumbres borrascosas con Laurence Olivier y Merle Oberón en los papeles principales, y, más cerca en el tiempo, en 1992 Peter Kosminsky dirigió a Juliette Binoche y Ralph Fiennes en otra adaptación de la novela de Emily Brontë. En 1944, dirigida por Robert Stevenson y protagonizada por Joan Fontaine y Orson Wells, se estrenó una verdadera joya del cine clásico: Jane Eyre. El artífice máximo de las reconstrucciones históricas para el cine, Franco Zeffirelli, realizó su versión de la sentimental historia de Charlotte Brontë en 1996, y esa vez la pareja protagónica la encarnaron Charlotte Gainsbourg y William Hurt.

ANTIRROMANCISIMO DEL HAPPY END

Usualmente, las escritoras actuales de obras del género rosa se llaman a sí mismas «románticas», un poco por la vulgarización del término y otro poco para ganar prestigio al emparentarse con un movimiento relevante en la historia literaria occidental. Sin embargo, no pueden imaginarse planteos más opuestos que los del romanticismo y los de la novela rosa. En esta, la relación amorosa entre los protagonistas afronta dificultades pero concluye en rotundo final feliz; jamás es un amor prohibido ni termina en tragedia o separación. En el romanticismo y sus arquetipos inspiradores, clásicos, medievales y modernos, ocurre lo contrario. Contra su voluntad, cumpliendo el imperativo mandato divino, Calypso deja ir a Ulises, quien, si bien añora Ítaca, donde debe cumplir sus deberes de esposo y rey, no puede sentir más que tristeza al dejar a su amante. Tristán e Isolda pasan por alto, respectivamente, la lealtad al orden feudal y los deberes de esposa cristiana para vivir su aventura de trágico final, y Dante los sitúa en el infierno de su Divina Comedia, entre cuantos han sucumbido al pecado impulsados por sus instintos. El fuego primordial del enamoramiento adolescente nos lo recuerdan siempre Romeo y Julieta: el amor primero es intenso pero fugaz, y es brillante la solución dramática por la cual Shakespeare, con la muerte de los amantes, transforma lo efímero en perdurable. En el texto fundacional de la narrativa romántica, Die Leiden des jungen Werther (Las desventuras del Joven Werther), J. W. Goethe nos muestra a un joven enamorado que no tolera ver a su amada casada con otro hombre y se suicida. Finalmente, un ejemplo del cine: Ilsa Lund (Ingrid Bergman) decide separarse y despedirse de Rick (Humphrey Bogart), pues cree que su deber es acompañar a su esposo, a quien respeta, pero no ama, en su lucha contra los nazis que ocupan Europa; a Lisa y Rick solo les queda atesorar el recuerdo de sus días juntos en París (Casablanca, 1942. Director: Michael Curtiz). No puede pensar uno algo más «antirromántico» que un desenlace de mediocre normalidad, de corrección institucional, de happy end, tipo «fueron felices y comieron perdices», como sucede en lo «rosa». Adscritos a la gran tradición romántica, la nostalgia del amor perdido, no correspondido o contrario a las convenciones sociales es mayoría en la temática de nuestros poetas populares.

LO QUE SE VE EN LA CHIPERITA

La película escrita y dirigida por Hugo Cataldo Barudi, con las actuaciones de Patty Paredes en el papel de Virgilia, Bruno Sosa Bofinger como Walter, Gianinha Lezcano como Vero, Hebe Duarte como Ña Cande y María Liz Rojas en el papel de Juanita, puede resumirse así:

En una anónima compañía semirrural del interior del país, que sobrevive económicamente gracias al puesto de peaje en la ruta cercana, Ña Cande, su hija Virgilia y la amiga de esta, Juanita, cotidianamente trabajan, del alba al oscurecer, vendiendo chipas a los automovilistas, aprovechando que deben detenerse para abonar la tasa. Empleado en el puesto de peaje está Walter, amigo de infancia de Virgilia, por quien ella siente fuerte atracción sentimental. En competencia por la atención del apuesto empleado público, la heroína debe lidiar con Vero, presuntuosa y físicamente exuberante, que gusta de presumir de sus constantes visitas a la capital, de la ropa y abalorios que allí compra y de su aspiración a ser «modelo». Juanita, su consejera e íntima amiga, alienta a Virgilia a tomar la iniciativa y expresar sus sentimientos a Walter. Ña Cande, por su parte, debe afrontar la administración de los magros ingresos de la familia, que para colmo se ven reducidos por la deportación, desde España, del hermano de Virgilia.

Aun en un marco edulcorado, dulcificado e idealizado, como por otra parte debe serlo en todo «cuento rosa» digno de ese nombre, uno de los aspectos resaltantes de La Chiperita es que en la película se vislumbra la cotidianidad de una numerosa población rural, que, sin ser la que peor lo pasa, está lejos de la clase media baja urbana. Interiores y exteriores están filmados con fidelidad y realismo. El dueto protagónico desarrolla en pantalla una gran química, particularmente notoria en las imágenes, muy bien filmadas, del paseo en bicicleta de Walter y Virgilia al atardecer en el sendero rural que lleva al caserío donde viven. Como ya indicamos, lo «correcto» o «políticamente correcto» tiene gran preponderancia en este tipo de ficción; Virgilia es una hermosa joven, morena y rellenadita, y que logre cautivar al galán del pueblo es todo un manifiesto contra los estereotipos usuales de belleza femenina. El uso del guaraní, con breves interludios en castellano y «jopara», otorga credibilidad y naturalidad al film, que cuenta con actuaciones en general buenas, descollando Patty Aranda en el papel principal. Visualmente, se pueden objetar algunas opciones estéticas del realizador como propias de un cine más «serio», pero tal cosa desde ya es subjetiva y opinable hasta el infinito.

La dramaturga, cineasta, novelista y sobre todo notable ensayista norteamericana Susan Sontag sentía especial predilección por el film de Jacques Demy Los paraguas de Cherburgo (Les Parapluies de Cherbourg, 1964). En la película, que es un musical, las promesas de amor eterno que intercambian Genevieve (Catherine Deneuve) y Guy (Nino Castelnuovo) no resisten el curso de los acontecimientos, y a la postre ambos optan por caminos menos sentimentales y más pragmáticos en sus vidas. Aquí, el típico final feliz hollywoodense del género -basta pensar en los musicales de la M.G.M.- es desmontado. Las canciones de amor, la exquisitez visual, que fusiona la moda de los años sesenta con un uso rococó de los colores del vestuario y los interiores, todo sirve para «asesinar» a conciencia el cuento de hadas.

Sin llegar a tanto, en La Chiperita, sutilmente, se trasluce un poco de realidad. En un momento de la película, Virgilia, en un caluroso mediodía, ofrece su chipa a un par de jóvenes que viajan en un auto, y los desaprensivos ocupantes del vehículo se dirigen a ella con desprecio, comentando que «apenas habla castellano», una muestra típica de la actitud despreciativa y racista de muchos que, en nuestras clases media y alta, se distinguen por la abominación de las limitaciones culturales de «nuestra gente», la idolatría de la ropa de marca y los autos lujosos y la posesión de una ignorancia insuperable.

LA POSIBILIDAD DE UN MAINSTREAM CRIOLLO

La película de Cataldo Barudi demuestra la capacidad existente en el país para producir cine de ficción capaz de ganarse un público proporcionándole entretenimiento convencional, pero inteligente en un contexto que le es familiar y propio. Naturalmente, superar los logros singulares y producir más ficciones exige una estructura material y profesional a construir, y que requerirá políticas públicas, recursos e inversión, pero la viabilidad económica y la proyección internacional no son inalcanzables, como ya se demostró, gustos aparte, con 7 cajas. Sería una auténtica fatalidad dejar pasar la oportunidad que nos brindan estos tiempos, incipientes pero prometedores, para la instauración definitiva de un cine nacional.

 

FICHA TÉCNICA

La Chiperita

Paraguay, 2015

Director: Hugo Cataldo Barudi

Productores: Hugo Cataldo Barudi, Lorena Cabrera, Richard Careaga

Guion: Hugo Cataldo Barudi

Protagonistas: Patty Paredes, Bruno Sosa Bofinger, Hebe Duarte, María Liz Rojas, Giannina Lezcano, Ricardo Quintana

Duración: 65 min

Calificación: ATP

Género: Comedia romántica

Estudio: Ficticia, Lorena Cabrera Producciones, Synchro Image

Fuente: Suplemento Cultural de ABC Color

Domingo, 06 de Diciembre de 2015

 

 



 

 

 

 

 

 

 

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