VERONICA BASETI
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
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DECILE CHAU A TU PAPA
** La mujer termina de hacer la maleta. La desliza sobre la alfombra, al lado de la cama matrimonial. Se aparta, como si la cosa le quemara. Gira la cabeza para sacudirse una lágrima suspendida entre el alma y la mejilla. Breve lapso que el hombre aprovecha para tomar la valija y encuadrarse en el umbral de la puerta sin animarse a traspasarlo. Un último vistazo. El adiós en los ojos que se pasea por el vientre redondo que una vez amó y desciende por el sinuoso risco entre los muslos hasta alcanzar el ruedo de la falda y perderse en la cabellera alborotada del niño que lo observa, a su vez, sin comprender. Ella desata el nudo silente forzando un diálogo a destiempo. Es la parodia de despedida que no hubiese querido protagonizar: "Nene, decile chau a tu papá".
** -¿Por qué?
** -Porque se va. No vivirá más con nosotros. ¿Entendés?, se va a vivir en otra casa, con otra mami, con otros hijos...
** -¿Por qué?
** -Hay cosas, mi hijito, que vos no podés entender porque sos chiquito, mi amor... ¿Cómo explicarte?... Mirá, a veces a los grandes nos pasan cosas como lo que te ocurrió a vos con tu osito de peluche. ¿Te acordás cómo lo querías a Dominguín, que si no dormías con él no podías dormir? Sí, ¿verdad? Hasta que vino la tía Doris con el Robotex que te dejaron los Reyes Magos en tus zapatos y ¡adiós, Dominguín! El pobre se quedó arrumbado en el canasto de los juguetes hasta que el cachorro de la vecina lo descubrió allí, tan solito, y jugando, jugando, lo deshizo con sus colmillos. ¿Verdad, mi hijo, que no te importó tanto la desgracia de tu viejo muñeco, ahora que tenías a tu flamante robot? Y bueno, a papá le pasó algo parecido con mamá. Se cansó del chiche viejo porque el chiche nuevo es más lindo... y es novedad.
** La nostalgia se vistió de reproche en la expresión del hombre. Deja la valija en el suelo. Se agacha. Extiende los brazos apuntando al niño y lo invita a cobijarse en ellos. El niño se zambulle en el pecho paterno, cálido y velludo, como es su concepto de lo que debe ser el pecho de un padre.
** -¿No me querés más, papi? ¿Por qué?
** -¡Claro que te quiero, hijo! ¡Qué ideas! Mamá y yo siempre te queremos aunque no estemos juntos para cuidarte. Lo que pasa es que ella no es feliz al lado de papá, y papá, aunque la quiere mucho, no puede ser feliz si ella no está contenta con lo que tenemos... teníamos. Acá lo único que cambia, nene, es que yo me voy a vivir en otra casa. Eso es todo... No significa que yo deje de quererte. Yo te voy a querer siempre, ¿sabés? Pero ésta es una decisión que tu mamá y yo tomamos juntos, para tu bien...
** -¿Por qué?
** - ¡A la pucha! ¿Que por qué, decís?... Que por qué.... Entre otras cosas, porque vos tenés derecho a crecer sin conflictos. Bueno, no vas a entender eso del conflicto... Mirá, hace mucho que mamá y papá no pueden conversar sin enojarse. Y cuando uno se enoja, grita, dice cosas feas, ofende y lastima sin querer. Pero lo que se dijo, dicho está y se queda grabado en el corazón, donde en el lugar del amor se va aposentando otro sentimiento que es muy malo y no te deja vivir tranquilo. Cuando ese mal sentimiento se apodera del corazón, es difícil que... ¡Oh, Dios!, ¿cómo explicarle a tus cuatro añitos inocentes que no hay manera de hacerte crecer sano y fuerte si no estamos de acuerdo por lo menos en eso: en cómo, cuánto y hasta dónde tenemos que ver con tu crecimiento? Por eso, me voy, tesoro. Porque, ya que tu mamá y yo no coincidimos, lo mejor es que vos te eduques sólo con mamá, que para eso es madre y sabe lo que hace... ** -¿Por qué?
** Se cruzaron las miradas que nunca como entonces habían buscado así la mutua complicidad. ¿De dónde saca este chico tantos porqués? El suspira desalentado. Se incorpora despacio, sin soltar al infante. Ella se seca el imaginario sudor de las manos en la pollera. Avanza con el cuerpo engarfiado. Todo el cuerpo. Como si se tratase de una tenaza humana. Arranca al niño del tórax masculino y vuelve sobre sus pasos apretándolo contra sí. Torpemente, se clava en el lugar donde había estado antes, junto a la cama conyugal. Gira la cabeza, como para sacudirse esa lágrima que sigue suspendida entre el alma y la mejilla. Es la parodia de despedida que no hubiera querido protagonizar: "Nene, decile chau a tu papá".
** -¿Por qué?
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De: ENTRE EL SEXO... Y EL SESO…UNA MUJER
(Asunción: Arte Nuevo Editores, 1987)
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"...CON TODO MI AMOR"
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** Sentada frente al viejo baúl, la mujer revuelve sin prisa el contenido. Se recoge la pollera y estira el delantal de percal y puntilla de hilo, como los de antes, los que la mamá previsora incluía en el ajuar de la nena para cuando los días de la miel terminasen y empezaran los del cucharón. Sobre el regazo va amontonando el producto de una esmerada selección, objetos rescatados del olvido por una mano que no está dispuesta a pactar con la renuncia. Tarjetas de Navidad, ajadas y amarillentas, pero bien agrupaditas y enlazadas con lazo de seda azul, coronado por un moño. Se queda mirando el nudo del moño, mientras hace recuento del número de remitentes que ya murieron. Acaricia con estudiada delicadeza la orquídea que duerme marchita dentro del papel celofán. Instintivamente, se arrima al vientre. Fue cuando le dijo a Genaro que estaba embarazada. El muy tonto no había sabido qué decir o se le ocurrió que lo mejor sería decirlo con flores. Así que salió corriendo a buscar una florería abierta ¡a las diez de la noche! Menos mal que era la víspera de primavera. Mediante eso pudo volver a casa, más o menos un cuarto de hora para medianoche, pero con la orquídea en una mano y una botella de sidra en la otra... Se sonríe, como se hubieran sonreído las cenizas, después de una fogata, si es que las cenizas pudieran sonreír. Un relicario más viejo que Matusalén se engancha a sus dedos como pidiendo clemencia. Lo acerca a la vista y, de inmediato, reconoce la procedencia. Ese fue el relicario que la tatarabuela de Genaro recibiera como obsequio de bodas. De generación en generación, la familia de Genaro había tenido una heredera para el precioso objeto. Pero él fue hijo único, así que al morir su madre, el relicario pasó a manos de Genaro y Genaro se lo colgó del cuello a ella, con tanta pomposidad que la hizo sentir como si la estuviera coronando. ¡Este Genaro! Bueno, no este, ¡aquel Genaro! Otra vez el instinto induce el movimiento. Gira medio cuerpo para enfrentarse a la imagen de su marido que lee el diario sentado en la mecedora, indiferente al ejército de duendes que está amotinándose frente al baúl... Ella se reacomoda en la banqueta para seguir con lo suyo. Algo cae. Trata de estirarse para alzar el objeto caído sin derribar los que tiene en el regazo, pero es inútil. Las chucherías se desparraman sobre el piso de tablones, tronando como dioses airados. Después, silencio. Y luego, apenas retumba en el aire el crujido de la mecedora donde su marido, Genaro, sigue absorto en la lectura. La mujer se encoge de hombros, levanta el montoncito de sobres envueltos en la bolsa de hule con olor a naftalina. Ya recuerda. Esas cartas vinieron con ellos desde Villarrica, en la mudanza. Fue después de morir su madre, cuando a Genaro le ofrecieron el puesto de contador en Asunción y tuvieron que instalarse aquí. La primera mudanza, desde la boda. La última, hasta hoy. Las cartas. Tan poca cosa, ¿no? Y, sin embargo, aquellas cartas no eran sino el retrato de un hombre que supo enloquecerla de amor, que la poseyó tanto y tan apasionadamente que su voluntad ya no fue suya y su identidad se confundió para siempre con la de él. Las manos reviven nerviosas la inquietud de aquellos días. Impacientes, despojan del sobre a la primera carta del montoncito: "Amada Celia: todo está bien por aquí. Acabo de firmar contrato y creo que para este fin de mes ya podré ir a buscarte. Pronto estaremos juntos en nuestro nuevo hogar, mientras tanto no dejo de pensar en ti ni un minuto. Cuenta con todo mi amor. Genaro".
** "...con todo mi amor", musita sin darse cuenta. Suspira. Parece que en el suspiro se le van los años que le quedan de vida. Deja caer las cartas y se incorpora lentamente, como si le doliera. Se enfrenta al hombre que se mece inmutable frente a la página deportiva. Apoya las manos en las caderas. Lo recorre con la mirada. Ha ganado canas y ha perdido pelos. Claro que los que perdió en la cabeza los ganó en la barbilla, que parece una mancha blanca y sucia en la cara morena, surcada de arrugas. Desde alguna grieta de la mancha blanca y sucia emerge hedionda una pipa que parece formar parte de la anatomía. Ni la barba ni la pipa han salido de allí desde hace como un mes. Desciende la mirada por los pliegues del pijama de algodón hasta las manos descuidadas, que alguna vez la acariciaron con tanto ardor y que hoy sólo sirven para sujetar el diario. En la siguiente parada, la vista descubrirá avergonzada la mancha amarillenta orillando la bragueta del pantalón... Cierra los ojos y respira profundo. No sirve. La llamarada de indignación se le sube a la cabeza, se le agolpa en la garganta y explota en una convocatoria histérica:
** - ¡Genarooo!
** -Hum- es toda la respuesta que sale desde la grieta con pipa.
** - ¡¿En esto quedó todo tu amor...?!
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De: ENTRE EL SEXO... Y EL SESO…UNA MUJER
(Asunción: Arte Nuevo Editores, 1987)
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