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MARIO RAMOS REYES

  LA DIGNIDAD: ¿IDEA ESTÚPIDA? - Por MARIO RAMOS-REYES - Domingo, 05 de Septiembre de 2021


LA DIGNIDAD: ¿IDEA ESTÚPIDA? - Por MARIO RAMOS-REYES - Domingo, 05 de Septiembre de 2021

LA DIGNIDAD: ¿IDEA ESTÚPIDA?

 

Por MARIO RAMOS-REYES

Filósofo político

 

Posiblemente el lector, al leer el título, se sentirá ofendido. O tal vez curioso. Es que, pensará, la idea de la dignidad no es estúpida. Plasmó la tradición democrática y constitucionalista de Occidente. Y del mundo. Tal vez no podría explicarla, pero, de que no es estúpida, no es –concluiría–. ¿O no? Pero la realidad es que, el título, no es una provocación. Es una idea casi normal de cierta inteligencia, influyente, al interior de varias democracias liberales actuales. Que la dignidad es cambiante, que no se puede fundamentar, que no pasa de ser una linda idea retórica, cuando, claro, es solamente una idea estúpida. Poco inteligente, insensata. La radicalidad de esta postura fue formulada por uno de los pensadores actuales más connotados de Harvard, Steven Pinker, desde hace más de diez años. Y está, subrepticiamente, cada vez más extendida. Para Pinker no hay duda: argüir que existe “eso” llamado dignidad es estúpido. Es mejor hablar de autonomía, sostiene.

Este psicólogo sustenta que hablar de dignidad es algo relativo. Su significación cambia con el tiempo y lugar. Su valor es fungible. Intercambiable. Depende de la valía que le dé cada persona. No tiene nada de sagrado. Es una “cualidad” que se extingue. Como cuando intercambiamos cosas. ¿Por qué invocar su sacralidad entonces? Hay más. Es una idea dañina. ¿Por qué? Es ambigua. Los talibanes se sienten “ultrajados” en su dignidad por la invasión y ocupación de su patria. La eutanasia o el suicidio asistido, son expresiones de dignidad. Pero también serían indignas las acciones contrarias. ¿Pero acaso no puede afirmarse lo mismo del concepto de autonomía? Ambigua, intercambiable, relativa. Más allá de las situaciones, lo difícil de la cuestión es que, cuando se habla de dignidad, se habla de la persona, y aún más, de derechos humanos. Y de democracia. Pero también de constitucionalismo.

DIGNIDAD Y PERSONA

Pero aquí se requiere algún contexto. Cuando se habla de dignidad, se refiere a la de la persona. Y al hablar de persona, se habla de derecho. Y derechos humanos. Es de una tradición milenaria. No solo remonta a la “máscara” que usaban los actores en Atenas –prósopon–, sino a cierto principio espiritual (y no solo material) que confería al sujeto su capacidad de ser el gozne de obligaciones. Y derechos. Algo “inefable” que, para los antiguos, era de difícil definición. Pero lo digno de la persona –punto crucial– le confería respeto. Reverencia. Por supuesto, un relativista científico o moral, como Pinker, hoy, verán en esa intangibilidad y valor en el tiempo, su gran problema. Pero los principios éticos no son los de la biología o psicología. La dignidad de la persona, como toda realidad de valor moral, necesita tiempo para ir calando hondo en su significado.

En el Medioevo, Boecio había ofrecido una noción de persona: sustancia individual de naturaleza racional. Lo mismo hará Tomás de Aquino: la persona es digna al punto que Dios muere por cada una, singularmente. Su grandeza es manifiesta. Tributario del cristianismo y de la hipótesis de la creación, también, la noción de Boecio se volvió, por siglos, la pauta, el estándar. El mismo Kant, en el siglo dieciocho, insiste en su categórico ético: la persona es un fin, nunca un medio. Por su dignidad inherente. No es un instrumento, no tiene precio. Está fuera del mercado. Pero todo esto resulta extraño a gran parte de juristas y científicos actuales. Hablar en este momento del ser supremo o creador como Jefferson, o de dignidad como realidad incondicionada, es un anatema.

DIGNIDAD Y DERECHOS HUMANOS

El socavamiento de la dignidad debilita al concepto de persona, y, a su vez, al de derechos humanos. El ser humano al cual se le niega unidad y espiritualidad racional, ya no puede ser sujeto de atributos morales que le pertenezcan por su misma condición humana. Los derechos humanos se vuelven indeterminados. Pues, para enunciar los mismos, se requiere de vínculo en el ser persona, establecida para ese fin. Se necesita de un sujeto, existencialmente, en el que esos derechos inhieran o le sean constitutivos. Aún más: se los debe considerar como cualidades, o relaciones que no son independientes. Requieren de un sujeto en el cual existir.

Es preciso además que ese sujeto, insisto, sea racional ya que se supone de una elección por parte del sujeto titular. ¿Pero qué tenemos hoy? Una noción de derechos muy a menudo resbaladiza. Con muy poco en común entre los derechos a la libertad de la persona, el derecho a las vacaciones, el derecho de los animales a la vida, el derecho al aborto, el derecho de los ríos a defenderse de la polución, para mencionar algunos. Derecho parece referir a todo: libertades, reclamos, deseos, instintos, ideales ecológicos, amor a los animales. Lo humano, y la persona, se vuelve borroso, la dignidad, claro, aparece así, estúpida. Lo que, a su vez y en su extensión de significación desmesurada, diluye lo del fundamento de los mismos. ¿Que sería lo digno? ¿El descanso? ¿Lo cristalino de las aguas? ¿El autodefinirse conforme a los deseos?

DIGNIDAD Y ESTADO DE DERECHO

Y, sin embargo, sin la idea de dignidad de la persona no existe Estado de derecho constitucional. Es que, para tomarse los derechos “seriamente” –nos dice el filósofo americano Ronald Dworkin– se debe aceptar la “vaga pero poderosa idea de la dignidad humana”. No puede soslayarse que el constitucionalismo se cimenta en el principio de la igual e indivisible dignidad de la persona humana. Es el gozne y fundamento de toda organización social y del gobierno político. El preámbulo de nuestra Constitución y nuestra democracia representativa, son claros en ese reconocimiento.

Pero la dignidad, como idea, está siendo socavada, poco a poco. No será tomada como “estúpida” aun, pero sí como algo inalcanzable. Está deviniendo como un valor condicionado a otros, subordinado a otras instancias como la libertad irrestricta de las personas conscientes, los intereses económicos, hasta el modo de ser del ser humano que, ontológicamente, no tiene diferencia con otros animales. O del medioambiente. Abonado, todo esto, por la pretensión de que la ética es mero invento sin ninguna referencia objetiva a la realidad. Algo poco apropiado para dotar de fundamento a los derechos humanos. La dignidad aparece como algo instrumental y por lo tanto relativo y susceptible de ser dejada de lado por cualquier argumento utilitario, de conveniencia. Y así, todo es ideologizado, esfumándose no sólo noción de dignidad sino, algo peor aún, la base misma de la democracia deliberativa pues se manipula el discurso racional al servicio de populismos que poco o nada tienen que ver con la misma: la protección del ciudadano contra el abuso del poder.


 

Fuente: www.lanacion.com.py

Domingo, 05 de Septiembre de 2021

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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