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MARIO RAMOS REYES

  MACINTYRE Y LOS INFLUENCERS - Por MARIO RAMOS-REYES - Domingo, 27 de Febrero de 2022


MACINTYRE Y LOS INFLUENCERS - Por MARIO RAMOS-REYES - Domingo, 27 de Febrero de 2022

MACINTYRE Y LOS INFLUENCERS

 

Por MARIO RAMOS-REYES

Filósofo político

Alasdair MacIntyre (n. 1929) es, posiblemente, uno de los más célebres filósofos contemporáneos. Serio, controvertido, erudito, este ex marxista inglés, desde hace más de cuarenta años, ha formulado intuiciones proféticas. MacIntyre había anunciado, Tras la Virtud (1984), el advenimiento de una época superficial, epidérmica-emotivista, donde los sentimientos, de manera espontánea, efímera, llenando los espasmos del momento, sean el criterio del bien y del mal. ¿Época de los influencers? No es un despropósito. Vivimos un tiempo de emotivismo moral o de inlfluencers, sería casi lo mismo, pues lo correcto o incorrecto –éticamente– se evalúa conforme a los espasmos afables del momento. Un tiempo favorable a ticktokers o instagramers –motivadores de mil acciones en las redes, desde la política hasta aspectos culinarios–, deseosos de ser conocidos, aceptados, repetidos, pero también algunos, de ayudar, ser reconocidos empática, y virtualmente.

Pero no nos adelantemos. En una democracia, existen varios caminos que la gente sigue para ser feliz. Muy a menudo, se elige lo que uno necesita, tratando de satisfacer los deseos. Otras veces, se prefiere lo que el entorno solicita, exige, muestra. Como que la libertad de elección se sofoca ante el ambiente abrumador. La democracia se torna así, emocional. No es lo que uno quiere y debe hacer para fortalecer el carácter moral lo que prevalece, sino lo que se siente, empujado por un mundo sin cuerpos, virtual. El universo de influencers. Flotamos en las nubes de la vacilación, donde creemos que decidimos, cuando, casi siempre, somos un eco de lo que, de antemano, esos seductores de afectos ya lo han decidido. Una época, siguiendo a MacIntyre, donde alguien nos seduce entreteniéndonos, mientras otros, los managers, nos gobiernan, o pretenden hacerlo y, finalmente, los coaches corrigen los desajustes que pudiéramos tener en nuestro vivir.

EL SEDUCTOR NOS ENTRETIENE

El primero es el influencer seductor. Su meta son momentos de placer pues, la felicidad, como tal, aparece indefinible. O por lo menos, en medio del emotivismo, no se la podría conceptualizar pues nadie sabe lo que sería eso, un concepto. El emotivismo descarta el mirar a las personas como seres racionales. El seductor/influencer es por eso, afectuoso, empático, aunque lo sea virtualmente, un vacío, pues no ve más que nombres en una pantalla. Todo esto, por supuesto, reafirma el ethos o modo de ser actual: la creencia en que lo tecnológico-algorítmico, corregirá nuestras carencias. Así, nuestra humanidad “estético-emocional” queda prisionera de lo efímero, lo fugaz, momentáneo, navegando de un estímulo a otro, en una serie interminable de “likes” que colman de plenitud el deseo de ser alguien.

No es sino la vuelta de aquel personaje del Diario del Seductor del danés Kierkegaard (1813-1855) quien, oculto por un seudónimo, cosifica, y al mismo tiempo, ablanda sentimentalmente a sus lectores. Johannes, el seductor –en la lectura que MacIntyre hace de Kierkegaard– visibiliza, virtualizando, al otro, para levantarle la autoestima. Es la percepción de una realidad que no es tal, en un mundo sin héroes, transhumano, donde instrumentos técnicos crean los bienes para el goce de los deseos. De ahí que, cualquier afirmación ética o moral, se vuelve manipuladora. Todo es autopercepción.

EL MANAGER NOS GOBIERNA

Lo dije más arriba: los seductores/influencers no pretenden, muy a menudo, tener poder sino ser reconocidos y autopercibirse, dejando a una democracia a merced del sentimiento. Es la criticada democracia del espectáculo. Un sistema de agregados de grupos movidos por eslóganes, consultores, propagandistas. No más la voluntad popular, racionalmente elegida, sino la emoción que, vía virtual, crea la realidad. Y así, se inventan candidatos, se manufacturan liberadores. Pero ante tamaña expresión de emotivismo, ¿cómo hacer para gobernarnos?

Hay un salvador. Es el experto, el manager-gerente, como enuncia MacIntyre. Alguien, supuestamente, más allá de las emociones. ¿O acaso no es eso lo que ocurre al interior de nuestros sistemas políticos? Por supuesto. Se busca eficiencia, idolatrando la técnica, los números fríos, el cálculo que no miente pues, si se quiere controlar la inflación, para eso está el experto. Si se quiere calcular el gasto público, también está el experto. El gerente-experto organiza, establece metas, sabe de recursos, no se mueve por intereses políticos. Hasta en la Iglesia se propone planes, administradores, expertos en pastoral. No es curioso entonces que, en una época de emociones, se le confiera al manager la dirección pues este no habla de ética, no sabe de moral, solo de eficiencia. Es tan inocuo axiológicamente como el seductor-influencer que nos entretiene.

EL COACH NOS GUÍA

Pero queda algo flotando en el ambiente. Si alguien nos seduce y entretiene, y otros nos administran y gobiernan, ¿quién nos guiará en este mar de emociones contrapuestas? Aquí surge la figura, paradigmática, del coach, que, en una serie de etapas, nos ayudará a ajustarnos a la realidad. Es el terapeuta con una tarea clara: ajustarnos a lo que pasa, sin interesar que eso que pasa, sea contrario a los principios básicos de la razón humana. No juzgar éticamente, a menos que se lo haga en función de emociones, desde la empatía hasta la misericordia, por más irrazonable que parezca.

Todo esto es trágico. Ninguna democracia, desarrollada o emergente, puede sobrevivir al emotivismo. Las primeras decaen, las segundas, se hunden en inequidades y corrupciones espantosas. Algunos nostálgicos hoy se quejan de que ya no hay más debates ideológicos como antes. Que la era del intelectual orgánico ya desapareció. Ciertamente. ¿Una mirada pesimista? El lector no tiene que ir muy lejos para averiguarlo: puede leer la superficialidad de cualquier conversación tuitera, la frivolidad de argumentos, y la manipulación comunicacional de los políticos. Ya no se aprecia la profundidad, los valores absolutos o la verdad sino la superficialidad, el éxito inmediato, el espectáculo. Pero no todos los influencers son así. Hay algunos que llenan el vacío de una política que ha dejado de ser representativa. ¿Salida? Un primer paso: empezar por darnos cuenta, como sugiere MacIntyre, de que no solamente los bárbaros nos entretienen y gobiernan y nos contienen, sino que lo han estado haciendo desde hace bastante tiempo. Y es hora de cambiar. De que hay que volver a la realidad, al asombro, al sentido común: recuperar el sentido del carácter moral, y no virtual, de una auténtica democracia.


 

Fuente: www.lanacion.com.py

Domingo, 27 de Febrero de 2022

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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