JULIA MERCEDES ARECO DE NOGUERA, nació en Tobatí el 24 de setiembre de 1938.
Aprendió el métier de la cerámica de su madre, Rafaela Areco quien, como casi todas las mujeres ceramistas de la compañía de antes, fabricaba objetos utilitarios: cántaros, los ñaupy (platos para cocinar y tostar maní) y los ñae (platos hondos para preparar la chipa).
Estoy casi segura de que las jarras y los pequeños cantaros y cantarillos antropomorfos que encontré y compré en los años 70, el día 8 de diciembre, festejo de la Virgen de Caacupé ocupando gran parte del piso del mercado de Tobatí, eran –por su estilo inconfundible–, de doña Mercedes. Sin embargo, recién después del año 1980, cuando con Carlos Colombino, Osvaldo Salerno abrimos el Museo del Barro en San Lorenzo, pude conocer a la persona que había detrás de estos tesoros, la incansable artesana, una de las «mujeres que hace cantaros» de la compañía 21 de julio de Tobatí.
Madre de 15 hijos (todos nacieron en su casa) fue paulatinamente enseñando el oficio de la cerámica a sus hijas, que, al igual que ella, fabricaban cántaros –todavía con el método pre-colombino del colombín, como era la tradición dentro del la compañía–, para poder sustentarse en el día a día. Madre e hijas (durante sus años post Museo del Barro,1980 en adelante) fueron saliendo de las formas tradicionales, es decir, salieron de la cerámica utilitaria para crear –en el caso de Ediltrudis Noguera (1965)–, figuras negras voluminosas, reminiscentes a las esculturas del artista colombiano Fernando Botero, y en el de su hermana, Carolina (1973), ángeles negros pelados, de pie, sentados o arrodillados. A menudo, los angelitos de Carolina trepan y adornan fuentes y cantaros de tamaño importante. Blanca Ifigenia Noguera (1961) realiza fantásticos yakarés y Mariza (1982) un poco de todo… las caras de sus piezas, prácticamente idénticas a las de su mamá, dificultan la tarea de diferenciar las piezas de madre e hija.
Para llegar a la compañía 21 de julio, donde viven doña Mercedes y su marido, don Apolonio, con algunos de sus hijos y nietos, hay que cruzar el arroyo Tobatí. El camino –a veces empedrado, otras veces de tierra–, hilvana el laberinto de olerías que, entre frondosos cocoteros salpican el paisaje. Hoy día, las olerías llegan hasta la misma compañía. Unos cuantos metros antes de alcanzar la casa de la renombrada artesana, doña Virginia Yegros de Solís (que vive sobre la calle principal de la compañía), se dobla a la derecha sobre Calle-í, un caminito bien pintoresco, bien campestre, donde periódicamente sobresalen enormes piedras areniscas dificultando el paso con auto. Justo antes de una curva acentuada, se encuentra –a la mano derecha–, la agradable y espaciosa casa-taller de doña Mercedes donde un tatakua –horno con forma iglú–, de considerable tamaño, llama la atención al llegar; es aquí donde, entre otras piezas, se queman los cántaros. Otra manera de llegar es pedir permiso para cruzar una propiedad frente a la casa de doña Virginia. Un camino entra por un campo repleto de chirca, pastos plumosos, flores silvestres, árboles cítricos de todos los tipos y árboles de mangos hasta la casa de Carolina Noguera… después, hay que tomar un sendero entre arbustos y pastos altos donde, en una amplia extensión, piedras areniscas te indican que estás sobre el camino correcto y faltan solo unos metros para llegar a la casa de Ña Mercedes.
Algo robusta –después de dar a luz a tantos hijos–, Doña Mercedes, nos recibe siempre vestida de pollera o vestido que recoge entre las piernas para estar más cómoda y tener mayor libertad de movimiento cuando trabaja la arcilla. Y, siempre –al estilo de las mujeres de cierta edad del campo–, lleva un pañuelo bien estirado por la cabeza, que ata detrás de la nuca. El idioma que se habla en la casa Noguera-Areco es el guaraní… por eso, deduzco que doña Mercedes, que parece algo parca, se siente algo inhibida las veces que trato de entrar en conversación con ella…. Pero están sus hijas y nietas –bastante más conversadoras y más acostumbrados al castellano–, como para salvar esta situación. Don Apolonio se sienta tranquilamente en una silla y teje un cedazo con las hojas de cocotero. Vende los cedazos a 10 000 guaraníes cada uno.
La tarea de la cerámica es tradicionalmente de la mujer, pero, cuando realicé una visita a su casa en el año 2011, estaba gratamente sorprendida de ver a sus nietos –niños y niñas por igual–, jugando con el barro. Un nieto había realizado un tanque de nafta que cargaba su autito rojo de juguete; alrededor del autito otros nietos estaban construyendo una estación de servicio. Felizmente, todavía no había llegado el celular al mundo de los nietos de doña Mercedes… todavía utilizaban su imaginación creando sus juguetes –al igual que sus mamás y su abuela–, de la misma tierra.
Hoy día, con sus 74 años y algo olvidadiza, según sus hijas, doña Mercedes sigue produciendo cántaros y también piezas –principalmente figuras antropomorfas–, que vende generalmente en el Museo del Barro.
En el año 1992, piezas de doña Mercedes fueron seleccionadas para participar en la exposición «Terres Cuites du Paraguay», en París. Viajaron a la Ciudad Luz junto con las figuras de su hija Ediltrudis y de doña Virginia Yegros de Solís para estar expuestas en la nueva galería del Théâtre du Rond Point que en ese momento estaba a cargo de La Maison de Cultures du Monde.
Igualmente, sus piezas están en exposición en la Galería Jasuka, de París. En el año 2011, junto con sus hijas y nietos, doña Mercedes participó en la exposición «3 generaciones» en el CCDL. La obra de doña Mercedes figura en varias publicaciones incluyendo Jasykañy – Luna escondida – El libro de barro – Cerámica popular del Paraguay (Editorial Fotosíntesis, Asunción, 2010) y en la colección permanente del Museo del Barro
Ysanne Gayet Areguá, enero 2014
Fuente: Artesanos y artistas (artesanosyartistas.wordpress.com)